Publicado

2011-07-01

Los giros en la Historia: función social de la historia y posmodernidad, un debate que no cesa

DOI:

https://doi.org/10.15446/historelo.v3n6.23286

Palabras clave:

posmodernidad, fin de la historia, metahistoria, función social de la historia, memoria. (es)

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Autores/as

  • John Jaime Correa Ramírez Universidad Tecnológica de Pereira

La Historia requiere asumir los nuevos debates contemporáneos, que desde la orilla crítica del posmodernismo se han hecho dentro del ámbito filosófico y de las ciencias sociales. Ello contribuye a revisar viejos presupuestos conceptuales y metodológicos, y permite establecer diálogos más fecundos, de tipo interdisciplinario, con problemáticas políticas, sociales o culturales, que desde el presente interpelan reiterativamente los modos como se ha interpretado el pasado. Y si bien, las corrientes críticas de la posmodernidad han puesto entre signos de interrogación el estatuto epistemológico de aquellos grandes relatos que pretendían explicar el pasado, la ciencia histórica no ha estado al margen de estos cuestionamientos, generando nuevas aperturas temáticas, como se pueden evidenciar en el campo de la historia cultural y los trabajos sobre memoria histórica. 

Palabras clave: posmodernidad, fin de la historia, metahistoria, función social de la historia, memoria.


History twists: social function within the history and post-modernity, an endless debate.

 

Abstract

History requires facing the new modern debates, which from the post-modernism critical sight have been done within the philosophical and social sciences scope. This contributes to check old conceptual and methodological assumptions, and allows establishing more interdisciplinary fruitful dialogues, with political, social or cultural problems, which from the present reiteratively ask the way the past has been interpreted. Even though the post-modernism trends have questioned the epistemological statute of those great accounts which pretend to explain the past; the historic science has not been away of those issues by creating new topic opening-up, as evidenced in the cultural history field and the works about historical memory.

Keywords: Post-modernity, End of History, Metahistory, Social Function of History, Memory.

 

Artículo

Los giros en la Historia: función social de la historia y posmodernidad, un debate que no cesa*

History twists: social function within the history and post-modernity, an endless debate.

Jhon Jaime Correa Ramírez**

* Artículo derivado de la conferencia leída en el VI Coloquio de Estudios Históricos, Universidad Industrial de Santander, Bucaramanga, 27, 28 y 29 de abril de 2011.

** Historiador de la Universidad Nacional de Colombia, Sede Medellín, Especialista en Gestión y Promoción Cultural y Magister en Ciencias Políticas de la Universidad de Antioquia , y es Profesor Asociado de la Universidad Tecnológica de Pereira. Correo electrónico: jjcorrea@utp.edu.co

Recepción: 11 de agosto de 2011 - Aceptación: 3 de octubre de 2011. Páginas: 13-38


Resumen

La Historia requiere asumir los nuevos debates contemporáneos, que desde la orilla crítica del posmodernismo se han hecho dentro del ámbito filosófico y de las ciencias sociales. Ello contribuye a revisar viejos presupuestos conceptuales y metodológicos, y permite establecer diálogos más fecundos, de tipo interdisciplinario, con problemáticas políticas, sociales o culturales, que desde el presente interpelan reiterativamente los modos como se ha interpretado el pasado. Y si bien, las corrientes críticas de la posmodernidad han puesto entre signos de interrogación el estatuto epistemológico de aquellos grandes relatos que pretendían explicar el pasado, la ciencia histórica no ha estado al margen de estos cuestionamientos, generando nuevas aperturas temáticas, como se pueden evidenciar en el campo de la historia cultural y los trabajos sobre memoria histórica.

Palabras clave: posmodernidad, fin de la historia, metahistoria, función social de la historia, memoria.

Abstract

History requires facing the new modern debates, which from the post-modernism critical sight have been done within the philosophical and social sciences scope. This contributes to check old conceptual and methodological assumptions, and allows establishing more interdisciplinary fruitful dialogues, with political, social or cultural problems, which from the present reiteratively ask the way the past has been interpreted. Even though the post-modernism trends have questioned the epistemological statute of those great accounts which pretend to explain the past; the historic science has not been away of those issues by creating new topic opening-up, as evidenced in the cultural history field and the works about historical memory.

Keywords: Post-modernity, End of History, Metahistory, Social Function of History, Memory.


Introducción

Aguirre (2002, 50) señala al posmodernismo como el séptimo pecado capital de los historiadores, en tanto que "haciéndose eco de algunas posturas que se han desarrollado en las ciencias sociales y en la historiografía estadounidense, han comenzado a proliferar […] algunos historiadores que intentan reducir a la historia a su sola dimensión narrativa o discursiva […]". La tendencia a la posmodernidad hace parte del amplio conjunto de pecados capitales que el "buen historiador", propuesto por Aguirre, debe evitar en su formación y desarrollo profesional, lo mismo que el "positivismo" y el "objetivismo" a ultranza, el "anacronismo", las ideas simplistas sobre el progreso, las explicaciones teleológicas, entre otras.

En el ámbito nacional son ya bastante citadas las críticas que autores como Bejarano (1997) y Melo (1999; 2000) hicieron respecto a cierta porción de la producción intelectual e historiográfica reciente, en las que predominaba, según ellos, cierta moda académica posmodernista, dejando de lado las grandes explicaciones sobre los problemas nacionales y sus posibles interconexiones estructurales con problemáticas históricas del orden mundial o global. Melo (2000, 169-170), en particular, considera que el posmodernismo "[…] es un fenómeno temporal, es la protesta angustiada de quienes en los años 70 soñaron con un socialismo que no tuviera nada de barbarie y que rotos sus sueños, quieren romper con todas las esperanzas […]". En efecto, la crítica a las posturas posmodernistas se centran en la pérdida de todo proyecto de cambio social y aún de la esperanza de que éste pueda ocurrir (Archila 2006, 196).

La propuesta es asumir nuevamente el debate en función de redimensionar desde un punto de vista teórico nuevos tópicos que puedan ser de interés para los historiadores en formación. Por lo que el objetivo de este artículo es revisar y reflexionar a partir de las nuevas inquietudes que desde la posmodernidad se plantean con relación a las pretensiones científicas u objetivistas de la Historia, así como su pertinencia social, en particular, a partir de la pregunta: ¿cómo se relacionan las sociedades contemporáneas con el pasado?, y que para el caso de Colombia puede ser pertinente, tanto en relación con la "Ley de Víctimas" —la cual motiva y revive viejos debates sobre la relación o las diferencias entre Pasado, Memoria e Historia—, como en relación con la celebración del Bicentenario de la Independencia —que pone sobre el tapete la discusión entre historia oficial y los nuevos enfoques sobre la Independencia de Colombia— y un sinnúmero de temas que hoy son objeto de revisiones.

Para el efecto pretendo dar cuenta de las posturas críticas y propositivas de algunos historiadores como Jenkins (2009), Topolsky (1997), Sánchez e Izquierdo (2008), Appleby, Hunt y Jacob (1994), entre otros, y, de esta manera, poder plantear nuevas posturas que contribuyan a que el ejercicio de la disciplina histórica retome —con beneficio de inventario— muchas de las críticas que se le hacen desde el campo de la posmodernidad y afronte nuevos derroteros de indagación. Todo esto bajo la convicción de que la Historia se fortalece con este tipo de ejercicios de circunspección autocrítica, a la manera de una especie de palingenesia de su propio saber y de sus métodos.1 Se trata de una necesidad constante de reflexión teórica y metodológica dentro de cualquier investigación, por más empírica que sea, para poder dar cuenta de sus posibilidades y límites heurísticos e interpretativos.

La idea sería poder corroborar al final del texto que, tal y como lo señala Chartier (2006, 239-240): "con la pérdida de una idea sencilla de la relación entre el pasado y el discurso sobre el pasado, con la pérdida de ilusión de una cientificidad de la historia a diferencia de las ciencias exactas, o supuestamente exactas, hay inscrita, de manera explícita o implícita, en cada práctica historiográfica […] una reflexión sobre su propio estatuto de conocimiento".

En mi concepto, el desarrollo adecuado y la profundización de este tipo de debates, que no se limitan a un plano estrictamente epistemológico, sino que tienen que ver con las condiciones políticas, sociales, culturales e institucionales en las que se produce la historia en el presente, podremos seguir reportando un "buen estado de salud académica" de nuestra disciplina. Porque más allá de quedarnos en el escepticismo y relativismo que tanto se le cuestiona al posmodernismo, se trata de introducirnos en el ámbito de perplejidades que tanto nos obligan a enriquecer, pulir y llenar de matices este viejo oficio del historiador, que sin duda es algo más que la disposición de unas técnicas para plasmar un simple relato mecánico o plano sobre el pasado.

Cuando hacemos este tipo de altos en el camino, nos abrimos a un diálogo colectivo que permite interpelar el sentido de lo que hacemos. Es también una forma de despertar de cierto sonambulismo que suele caracterizar a nuestras universidades, planteando nuevas preguntas "pre-teóricas", que se refieren al sentido esencial de lo que hacemos. Parafraseando a Lander (2000), "[…] tendríamos que asumir más frontalmente preguntas como: ¿Para qué y para quién es el conocimiento que creamos y reproducimos? ¿Qué valores y qué posibilidades de futuro son alimentados o son socavados?".

Críticas posmodernas al discurso histórico

Para entrar en materia me gustaría hacer hincapié en la crítica que frecuentemente se hace a la disciplina histórica por resistirse a entrar en este tipo de discusiones teóricas. Según Archila (1997, 85) hemos aprendido a afirmamos muy cómodamente como funcionarios de la memoria y en los rudimentos de nuestros métodos de investigación y nuestra fuentes, sin replantearnos sobre las características o condicionamientos de nuestro ejercicio. Incluso tendemos a desdeñar esta suerte de debates teóricos por considerarlos, peyorativamente, como "filosóficos" o "metafísicos". A lo sumo, los problemas que los historiadores convertimos en objetos de investigación nos limitamos a referenciarlos desde un rápido balance historiográfico o establecer un contexto social, cultural o ideológico, que apenas nos sirven para definir un decorado de fondo, pero muy poco para calibrar críticamente la dimensión y las repercusiones de dichos problemas, o si con ellos realmente propiciamos no sólo nuevas interpretaciones sino transformaciones políticas, sociales o culturales.

Quizás este mismo tipo de prevenciones nos acosan cuando se trata de abordar las problemáticas planteadas por la posmodernidad respecto al fin de las ideologías, de los metarrelatos, de las utopías y por ende, en lo que atañe a la misma construcción tradicional de pensar y hacer la historia, tendencia que algunos áulicos de la posmodernidad también denominan como la post-historia.

Muchos de estos debates, introducidos por autores como Lyotard y Vattimo en el campo de la filosofía y la sociología, adquirieron mayor relevancia en el campo de las discusiones propias de la historia tras la aparición del libro El fin de la historia y del último hombre de Fukuyama (1992), y las posteriores respuestas de Anderson (1992) y de Fontana (1992). Los autores procuran abordar o matizar, cada uno con énfasis diferentes, el colapso del proyecto iluminista moderno de la civilización occidental, que planteaba que la historia tenía un único sentido, además de suponer un futuro de realización del ser humano dentro de la racionalidad científica.2

También aportan a esta reflexión autores como Ricoeur (1995), Gadamer (1993) y Koselleck (1993), pero bajo otras motivaciones, especialmente en el tema de la tradición y la conciencia histórica, o la distinción entre "tiempo de reloj y tiempo histórico" (Springborg 2003, 500). De igual modo tienen presencia viejos debates que aún distan de haber sido resueltos como el que planteará hace cerca de cuatro décadas atrás el historiador inglés Lawrence Stone, respecto a si la Historia es ciencia o relato, o si es una aproximación técnica y estilística de ambas posturas, lo que en últimas también nos lleva a seguirnos cuestionando si el pasado, en todas sus dimensiones, es realmente un "terreno firme", para utilizar una expresión de Flórez (2003, 18). En relación con el tema de la posmodernidad, el autor plantea que más allá de los epítetos simplistas o descalificadores, es necesario reconocer la riqueza de la crítica posmodernista para el conjunto de las ciencias sociales, "la cual merece ser tomada en cuenta aunque no se opte por ella".

Para las historiadoras norteamericanas Appleby, Hunt y Jacob (1998, 225), la posmodernidad permite que cierta corriente de historiadores pusiera en cuestión tres aspectos básicos en el proceso de consolidación de la profesión: en primer lugar, el modelo heroico de ciencia, en particular cuando se cuestionaba la idea que el historiador tuviera como única tarea la reconstrucción exacta, objetiva y desapasionada del pasado; en segundo lugar, que las corrientes críticas del pensamiento posmodernista tomen distancia de la seducción del progreso, bajo la "suposición que por debajo del flujo diario del accionar humano latía una corriente ordenadora de los procesos de cambio"; y en tercer lugar, podríamos señalar la crítica al nacionalismo —o la construcción heroica y teleológica de la nación—.

El debate tiene numerosos picos, como el que se estableció a partir de los postulados de White (1992, 14), para quien lo "real" histórico sólo tiene existencia lingüística, es decir, "una estructura verbal en forma de discurso de prosa narrativa que dice ser un modelo, o imagen, de estructuras y procesos pasados con el fin de explicar lo que fueron representándolos", lo que en cierto modo equivale a decir que ficción y verdad han sido siempre ingredientes inextricables en cualquier obra histórica (Cf. Serna y Pons, 2000).

Por su parte, Jenkins (2009) plantea un debate entre pasado e historia, analizándolo desde tres áreas o componentes básicos del oficio del historiador: el epistemológico, el metodológico y el ideológico. Sus cuestionamientos denuncian "la supuesta y, a la postre, falsa imparcialidad, objetividad y neutralidad de las ciencias, tanto naturales como sociales" (Cf. Bolaños de Miguel 2011, 219), pero proponiendo, a la vez que "el pasado puede ser infinitamente redescrito, re-representado" (Cf. Bolaños de Miguel 2011, 221). Jenkins (2009, 14) se pregunta: si la historia fuera la misma o el pasado sólo se pudiera escribir de una sola forma o tuviera un único significado o se pudiera interpretar de un sólo modo, ¿qué sentido tendría que los historiadores relatasen una y otra vez la misma historia del mismo modo?

Este conocido teórico posmoderno de la historia toma partido por la idea de que "la historia sigue siendo inevitablemente una construcción personal, una manifestación de la perspectiva del historiador como narrador", (Jenkins 2009, 16) replicando, a su vez, a Lowenthal (1998), quien afirma que "los historiadores van más allá del registro de primera mano al formular hipótesis según los modos de pensar del presente" (Cf. Jenkins 2009, 16).

Sus opiniones concuerdan en muchos aspectos con las posturas de Izquierdo y Sánchez (2008, xii), quienes consideran que este debate abre una especie de caja de Pandora, sobre nuestra forma de acceder al pasado, que ya no sólo se apoya en un determinado rigor documental, sino también en la subjetividad interpretativa del historiador. En ocasiones se podría pensar que se corre el riesgo de caer en cierta trivialidad ante la multiplicación de los usos del pasado.

Y si bien esto no necesariamente augura el fin de los historiadores, si genera un replanteamiento en público "de un viejo asunto habitualmente circunscrito al interior del mundo académico, cuando no eludido por los propios historiadores: el de su función social ante las cambiantes necesidades de conocimiento de las sociedades modernas" (Sánchez e Izquierdo 2008, xiii). Es decir, pareciéramos abocados a retomar una vez más la famosa pregunta con la que Bloch inicia su texto de Introducción a la Historia: Papi, ¿para qué sirve la historia?

En este recorrido, iniciado hace 15 años atrás, me causó enorme sorpresa hallar una reflexión del profesor Topolsky (1997, 172) —a quienes muchos hemos conocido por sus posturas un tanto "ortodoxas" en el campo metodológico de la investigación histórica—, en la que aborda de manera muy argumentada y creativa el problema de la posmodernidad en el campo histórico. Para este autor, hay tres posturas predominantes frente a este debate: 1) los que no se interesan por el desafío posmoderno y siguen haciendo su oficio "normalmente" o "tradicionalmente"; 2) los que ven en el posmodernismo un peligro para la práctica historiográfica; y 3) los que son partidarios de adoptar los postulados del posmodernismo al ejercicio investigativo o de crítica histórica.

Es esta, grosso modo, una síntesis de la forma como los relatos que nos hablan del desencantamiento del mundo cuestionan el sentido de la historia, algo que incluso ya aparecía desde las críticas de Nietzsche (2000; Cf. Palti 2008, 31) a la historia en sus "consideraciones intempestivas", cuando señalaba que ciertas visiones o usos de la historia se hacían incompatibles con la vida porque, en última instancia, "el conocimiento de la historia sólo nos termina por revelar el sinsentido de la historia", y que de paso también ponía en cuestión la idea de un fin metafísico de la historia, sin sustento empírico alguno.

Más allá de querer defender una postura en particular o de tratar de ubicarse en un punto intermedio, es importante asumir este debate en función del enriquecimiento y la proyección crítica de la historia hacia nuevos escenarios de producción historiográfica que le permitan interlocutar con las necesidades o demandas políticas, sociales y culturales de esta época, ya que como plantea Hobsbawm (1998, 13), en esta época, en la que "la destrucción del pasado", o más bien, de los mecanismos sociales que vinculan la experiencia contemporánea del individuo con la de generaciones anteriores, se ha vuelto característica, es que precisamente se ha otorgado mayor trascendencia a los historiadores, "cuya tarea consiste en recordar lo que otros olvidan".

Respuestas al fin de la historia: entre la respuesta gremial y las aperturas heurísticas

Frente a las críticas frecuentes de los posmodernistas respecto a la falibilidad y deficiencias de los registros, las fuentes, los relatos históricos y la misma subjetividad histórica, también podríamos decir que estas ideas no son propiamente grandes descubrimientos de las corrientes posmodernistas. Como señalaba Topolsky (1997), hay posiciones conservadoras de defensa de la disciplina histórica que atacan frontalmente las propuestas deconstructivistas posmodernistas, en unos casos ironizando las sofisticadas razones que arguyen ciertos autores posmodernos —o los "malabarismos conceptuales", de los que habla Hugo Zemelmann— "para mostrar lo que siempre hemos sabido" (González 2008, 155), y, en otros casos, por las profundas disputas que a nivel político e ideológico generan las posturas posmodernistas, como sería el caso de Elton (1991; Cf. González 2008, 155-156), quien señala que conjugar deconstrucción y marxismo "es como mezclar vodka con LSD".

Topolsky (1997, 179) plantea por su parte que el interés por las "pequeñas historias" o "historias particulares" se cultiva desde hace tiempo en la historiografía, incluso mucho antes de la llegada del posmodernismo. Así mismo señala que la afinidad de los historiadores con la antropología histórica, "que según los posmodernistas constituyó un paso decisivo hacia la historiografía posmoderna […] fue planteada en los trabajos de Bloch, Febvre, Huizinga, Duby o Ariès, es decir, historiadores que no tenía nada que ver con el posmodernismo". Y finalmente señala que si se pudiera hablar de un "deconstruccionismo narrativo", este ejercicio se relacionaría con la crítica de fuentes que de tiempo atrás venimos haciendo los historiadores de diferentes escuelas contemporáneas.

Desde estos mismos enfoques historiográficos críticos, que empezaron a tomar distancia del positivismo, se empezó a cuestionar que los hechos o los documentos hablaran por sí solos, y se empezó a sugerir la necesidad de interpretarlos en un diálogo abierto y solidario con las demás ciencias sociales, para superar esas historias planas y lineales o las cronologías ordenadas y cerradas.

Como señala Archila (1997, 106-107), también hemos venido reconceptualizando la noción de sujeto histórico de tiempo atrás. Hoy reconocemos actores históricos —individuales o colectivos— con múltiples identidades: "Ser sujeto de su historia no es ser absolutamente consciente de todos los condicionamientos y en consecuencia haber emprendido una acción coherente para destruirlos. Hoy, ser sujeto histórico es menos épico, es simplemente haber actuado como individuo aceptando o rechazando abierta o veladamente esas imposiciones".

Todo lo anterior permite a la disciplina histórica, según Archila (2006, 197), permanecer muy atenta a los grandes debates del presente. Claro está que el autor plantea una posición intermedia o emergente en esta discusión, cuando sugiere que si logramos situarnos más allá del excesivo relativismo, "habría que reconocer los aportes del posmodernismo al reinsertar el debate teórico en la disciplina, criticar la idea de progreso y propiciar el descentramiento radical del conocimiento".

El mismo descentramiento tiene relación con lo que en la historiografía latinoamericana ha dado lugar para entender los procesos de construcción de la nación desde los espacios de exclusión o frontera, es decir, pasando del centro a la periferia, en la búsqueda de nuevos sentidos de resistencia desde la subalternidad frente a los discursos y relaciones hegemónicas del poder. Desde las obras de Gruzinski (2000), hasta las obras de Múnera (2005), Rojas (2001) o incluso en el texto de Posada (2006), se puede advertir la impronta que dejan los cuestionamientos a esa historia unitaria y heroica de la nación o la civilización en América Latina y en Colombia, y nótese como se da lugar a nociones de lo imaginario o lo soñado, con lo que se evidencia la apertura a la dimensión simbólica "en la construcción de los vínculos sociales de identidad" (Ridolfi 2009, 61).

Es posible afirmar que el auge de las críticas posmodernas permite la paulatina consolidación de lo que Knight (Cf. Flórez 2003, 24) denomina como la historia fragmentada y que se expresa en los nuevos impulsos de la historia regional y local, lo cual ha permitido el estudio renovado de discursos hegemónicos, así como el reconocimiento de diversas formas de lo nacional —las "tradiciones inventadas" de las que habla Hobsbawm (Cf. Ridolfi 2009, 63) o las "comunidades imaginadas" de la que da cuenta Anderson (2006)—,3 de lo étnico de los tejidos sociales, e incluso, de la región —con una tradición en la historiografía latinoamericana y colombiana— frente al concepto homogeneizante de nación. También ha dado lugar a una historiografía que iría del "centro hacia afuera", o si se quiere de lo normal a lo patológico, para entrever lo que Restrepo y Restrepo (1998) denominan como los "reversos de las urbanidades".

Un efecto colateral de las críticas posmodernistas a la historia y que al parecer son asumidas dentro de los cánones más recientes de la profesión, tienen que ver con esa especie de "cultura de la confesión", que establece como norma explicar la posición intelectual o ideológica desde donde hablamos. Hoy se pide al historiador que ponga en evidencia los problemas de interpretación de sus fuentes, lo mismo que sus tonos y acentos al narrar o afirmar y, de ser posible, aquello que no alcanzó a ver o leer, sus silencios y sus propios sesgos. De modo que hemos pasado de ser arrogantes positivistas a la ingenua confesión. Pero en este caso, como en las anteriores cuestiones que he venido planteando, se podría decir que no hay un enunciado propiamente revolucionario. "Afirmar que el pasado es susceptible de ser relatado de varias maneras o que cada generación reinterpreta el pasado a la luz de su propio presente", según González (2008, 155), son recomendaciones que hemos recibido, incluso de nuestros maestros más tradicionales o conservadores.

A modo de conclusión: las síntesis productivas de cara al presente y al futuro

A pesar de las denuncias de autores como Grüner (2002, 104-105) respecto a las posturas posmodernistas, las cuales el autor señala como portadoras de una "metafísica de la ausencia" (ausencia de Historia, Realidad, Sujeto, etcétera), en la que la historia se reduce a una dimensión textual o discursiva, y de muchos otros planteamientos críticos que "denuncian" las supuestas promesas de la posmodernidad de habernos librado de "la tiranía de la coherencia y la verdad", como lo indica Bunge (2011), se evidencia que el campo de la investigación, la enseñanza y la divulgación histórica no son neutros desde un punto de vista científico y político, y continúan siendo objeto de debate y revisión, en lo que Ricoeur denomina como el "conflicto entre las políticas interpretativas".

La Historia es una disciplina autoreflexiva abierta a sucesivos debates con el Historicismo y el Positivismo, que se ha interpelado a sí misma desde los llamados de la interdisciplinariedad, como lo muestran Braudel (1968) y Burke (1987), e incluso desde los mismos requerimientos de un crítico como Wallerstein (1999 y 2005), y por esto mismo, el debate sigue abierto. Otras miradas críticas como las que plantea Benjamín (1973) o Foucault (1982) han generado nuevas posturas heurísticas entre algunos sectores del gremio de historiadores. Ahora con el tema de la posmodernidad nos hemos vuelto a preguntar no sólo sobre la veracidad de la historia, sino que también hemos vuelto a cuestionarnos para qué sirve la historia.

Es evidente que en muchos sentidos el trabajo investigativo del historiador y su divulgación se hace muy distante de la sociedad. Tampoco hay vasos comunicantes entre la educación básica y la producción académica que se desarrolla en las universidades. Y otro tanto podría decirse en relación con los medios de comunicación, quedando en el aire la inquietud de quién busca a quién.

Pero es claro que hemos dado giros importantes en el sentido de la investigación histórica. Ya no sólo nos preocupamos por organizar una sucesión acontecimental o describir con pulcritud un contexto. Indagamos sobre las exclusiones sociales, los estigmas culturales e interrogamos los vacíos y silencios en los procesos de construcción de las identidades nacionales o locales. En este giro, en el que según Hobsbawm, "el concepto de estructura bajaba mientras el de cultura subía" (Cf. Ridolfi 2009, 105), se nos ha vuelto normal preguntarnos, junto con los antropólogos, por significaciones culturales o por interacciones sociales e individuales densas y complejas, que se resisten a explicaciones simplistas o monocausales. Sin despreciar cierto nivel de erudición filosófica, literaria e incluso historiográfica, ahora podemos emplear una erudición crítica o deconstructiva en el análisis de un solo texto o de un conjunto de textos, lo mismo que en la formación de una determinada sociabilidad política o intelectual.

No me reconozco como posmodernista, pero valoro que el mismo ejercicio deconstructivo, propio del giro lingüístico, ha aportado luces sobre procesos reivindicativos, emancipatorios o de resistencia —como lo demuestran Appleby, Hunt, y Jacob—, al abrir el debate sobre la necesidad de confrontar ciertos relatos autocomplacientes y promover otras memorias.4 Escepticismo no es sólo dudar, sino proponer nuevos caminos, nuevas rutas, no es partir de cero. Y en esta medida el relativismo permite denunciar cualquier pretensión universal de alguna verdad o de alguna moral que se pretenda imponer, tanto respecto al pasado como frente al presente y el futuro, a través de nuevas estrategias de crítica y emancipación políticas (Bolaños de Miguel 2011, 228).

Han caído estatuas —a la izquierda y la derecha— que eran objeto de viejos cultos, se duda que haya sociedades o personas dotadas providencialmente de un destino excepcional; las miradas genealógicas nos advierten de los bajos fondos en que se gestan las tramas de la historia que por tanto tiempo han sido objeto de culto y rememoración histórica. Y si en la Ilustración la historia cumplió con la función social de legitimar el ideal civilizador de la sociedad moderna burguesa, y en el marxismo sus posturas críticas buscaban mostrar el camino para transformar la sociedad, quizás la posmodernidad puede ser portadora de un mensaje de liberación o de resistencia, en tanto "quiere hacernos ver que no hay cursos históricos obligados". (Nieto 2003, 53). Hoy somos más conscientes de las relaciones saberpoder, de las tramas ideológicas de los discursos legitimadores de determinado orden social o moral. Y en esa medida, ¿cómo no manejar con cierta cautela nuestro propio discurso o los esquemas argumentativos con los que buscamos justificar nuestras investigaciones o nuestros intereses particulares por la historia?

Y si reconocemos junto con Prigogine (1993, 45) que "tanto en las ciencias físicas, como, a fortieri, en las ciencias humanas, ya no es admisible la idea de la realidad como algo dado", si hoy pensamos nuestro presente desde la teoría de sistemas dinámicos altamente inestables, ¿por qué habríamos de representarnos un pasado o una "realidad pasada" de manera tan simplista, basada en relaciones causa-efecto u otros determinismos?

Estamos aún a medio camino de superar los rezagos del marxismo ortodoxo, los lastres del positivismo, del historicismo y las filosofías de la historia que nos prometían un final feliz. Desde mis épocas de estudiante ya empezábamos a percibir ciertas grietas en el conocimiento histórico tradicional, lo que sin duda era muy provocador para las nuevas generaciones que nos formábamos en los arduos y a veces estériles campos de la investigación histórica.

Desde muy temprano dejamos la pretensión de ir al descubrimiento de una verdad única y prontamente nos instalamos en una mirada crítica o "deconstructiva", para adquirir plena conciencia del carácter "construido" del discurso histórico, especialmente a través de los cursos de Teoría de la Historia e Historiografía, y por lo que advertimos que el historiador no interpreta el pasado ni de modo neutral u objetivo. El asunto de la verdad histórica se fragmentaba y pluralizaba para hablar de verdades históricas. Por esa vía escolar se nos invitó a pensar en la imposibilidad de "agarrar" o "restituir" el pasado. Entendimos que el pasado es narración histórica, es decir, construcción-interpretación hecha por unos historiadores y que, por lo tanto, la relación entre el pasado y el historiador no es sólo de tipo epistemológico. Ello hacía inadecuada la noción de verdad histórica. Entendimos que si llegáramos a considerar dicha verdad, en sus condiciones de producción, enunciación e imposición (las verdades se imponen y circulan), no debía hacerse desde rígidas concepciones epistemológicas, sino desde ámbitos morales, políticos o desde el orden de un determinado saber disciplinario. Y así, ya relativizábamos nuestro propio saber desde antes que entrará en escena la posmodernidad y colonizara ciertos ámbitos de la producción y la reflexión intelectual.

Estos balances nos permitían entender que la reconstrucción historiográfica del pasado se lleva a cabo siempre desde el presente, vale decir, que está sometido a las interpretaciones y construcciones hermenéuticas "textuales", y también, claro está: "ideológicas". Pero eran evidentes los nuevos rumbos de la disciplina: en lugar de historias universales, poníamos atención a historias más locales (y otras corrientes como la microhistoria, la historia desde abajo, las contrahistorias, las historias de los vencidos o las historias conectadas); o a otras problematicas como la religiosidad, la diversidad sexual, el cuerpo, la enfermedad, las profesiones, los imaginarios, los discursos y la simbología del poder, la vida cotidiana, etcétera. En este recorrido es muy importante la cercanía, en términos teóricos, con la antropología histórica, la sociología de autores como Weber, Elías, Bourdieu, entre otros. Por supuesto, la sociolingüística aportaba referentes teóricos para emprender el análisis de los discursos y al igual que las propuestas de Anderson para pensar las comunidades imaginadas (naciones, regiones, ghettos socioprofesionales, etcétera) como comunidades narrativas idealizadas, jerarquizadas y diferenciadas.

Al romper las "narrativas lineales", poniendo en evidencia la forma del discurso y su retórica, nos poníamos en guardia, o, en otras palabras, en pleno acto y gesto hermenéutico. Obvio, nos percatábamos de una racionalidad subyacente en las formas de enunciación, por lo que se nos obligaba ir más allá, a desentrañar los intereses en juego, al igual que el exhibicionismo público de los rituales, los cercos de la mentira en medio de un sinnúmero de silencios que quizás habría que explorar ubicando otro tipo de fuentes complementarias que permitieran hacer el contraste. Recuerdo un trabajo sobre delitos sexuales en la Colonia, en la provincia de Antioquia a finales del siglo XVIII, descifrando los contextos político, social, cultural, económico y sobre ese trasfondo, percibir los nexos entre el "tabú" religioso y el control social. Y percibir las miles de estratagemas o "argumentos" presentes en los procesos judiciales, tanto los de quienes acusan como los que se defienden. Ahí es cuando se renueva el gusto o la atracción por el archivo, como diría Farge (1991), por los documentos de diversa índole, por lo dicho, por la sospecha, por lo callado o silenciado, y todo, con fecha y lugar, no por afanes de tipo objetivista, sino precisamente, para denotar que todo esto sucedió en un lugar y en una época dada, y que si miráramos comparativamente con otra época todo esto que hallamos inicialmente podría cambiar totalmente o también hallar similitudes y semejanzas.

Del contacto con las fuentes, escritas y orales, también pudimos percibir los procesos inventados por denunciantes anónimos, cuyos cargos eran movidos por la envidia, por pasiones, por intereses o venganzas personales. El relativismo moral fue necesario para tratar de comprender a los hombres y mujeres del pasado, en sus circunstancias, no simplemente habilitados o impedidos en función de un saber, de un cargo o de un título. Un trabajo interesante que logré desarrollar en estas prácticas de pregrado fue el problema del contrabando de armas, de aguardiente, de tabaco, etcétera. ¿Cómo juzgarlos moralmente en función de un orden legal?, ¿Por qué no intentar entender aquello por lo que es capaz de luchar una comunidad dada o un grupo de individuos, así en ese momento no sea lo más noble o lo correcto?, ¿Qué es lo noble o lo correcto para un hombre, una prostituta, un sacerdote, incluso, en un momento de profunda crisis política?

Lo cierto es que hoy estamos conminados a establecer un diálogo constante y necesario, de apertura hacia nuevos campos, pero siempre valorando las tradiciones disciplinares, exigiendo el cumplimiento de las promesas de la nueva producción, reconociendo las limitaciones de los nuevos planteamientos que se adoptan, y, siguiendo el consejo de Flórez (2003, 26), de disfrutarnos el ejercicio de la investigación histórica, practicando el oficio de la historia "más como un noviazgo que como un matrimonio", para poder convivir en las fronteras y desarrollar prácticas históricas transdisciplinarias, en las que "no importa tanto el referente gremial como la reivindicación heurística del tiempo y el espacio en el corazón de las nuevas humanidades".

El interés por los relatos y las narrativas debe ir más allá de cierta pose "intelectualoide", ya que es una nueva forma de conciencia crítica académica, por un lado, hacia "[…] el conocimiento como racionalidad técnica, como formalismo científico y hacia el conocimiento información", y por otro lado, este mismo interés expresa "[…] el deseo de volver a las experiencias significativas [y diferenciadas] de la vida diaria, no como un rechazo de la ciencia, sino más bien como un método que puede tratar las preocupaciones de que normalmente quedan excluidas de la ciencia normal […]", resaltando a Salcedo (2007, 36). Y porque además, como dice Fazio, la historia tiene mucho de poesía y de ciencia al mismo tiempo (Cf. Archila, 2006).

Dedicatoria

Dedico el texto a los compañeros de formación que propusieron las tesis y trabajos de grado que se quedaron sin hacer, que se quedaron a los sumo en proyectos y en búsquedas infructuosas de marcos teóricos sugestivos, que nos hicieron pensar a otros que quizás éramos menos osados, pero que al fin y al cabo también nos dejaron instalados una importante dosis de incertidumbre e inquietud que siempre será necesaria para promover la creatividad y el rigor en el trabajo del historiador.


1. Palingenesia es auto-regeneración de seres.

2. Aunque en honor a la verdad, el texto de Fukuyama sigue haciendo gala de cierta teleología histórica, pues trata de demostrar que la caída del comunismo y el ascenso del capitalismo a escala global, eran la prueba más fehaciente de que habíamos llegado a ese estado ideal pregonado desde las épocas de Hegel.

3. Incluso esta función simbólica y mítica es advertida, de tiempo atrás, por un autor como Cassirer (1946).

4. Es el caso la Ley de víctimas o el reconocimiento del multiculturalismo —o también de denuncia de ciertas poses multiculturalistas, a la manera de Žižek (2009)—.


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Cómo citar

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Correa Ramírez, J. J. (2011). Los giros en la Historia: función social de la historia y posmodernidad, un debate que no cesa. HiSTOReLo. Revista de Historia Regional y Local, 3(6), 12–37. https://doi.org/10.15446/historelo.v3n6.23286

ACM

[1]
Correa Ramírez, J.J. 2011. Los giros en la Historia: función social de la historia y posmodernidad, un debate que no cesa. HiSTOReLo. Revista de Historia Regional y Local. 3, 6 (jul. 2011), 12–37. DOI:https://doi.org/10.15446/historelo.v3n6.23286.

ACS

(1)
Correa Ramírez, J. J. Los giros en la Historia: función social de la historia y posmodernidad, un debate que no cesa. Historelo.rev.hist.reg.local 2011, 3, 12-37.

ABNT

CORREA RAMÍREZ, J. J. Los giros en la Historia: función social de la historia y posmodernidad, un debate que no cesa. HiSTOReLo. Revista de Historia Regional y Local, [S. l.], v. 3, n. 6, p. 12–37, 2011. DOI: 10.15446/historelo.v3n6.23286. Disponível em: https://revistas.unal.edu.co/index.php/historelo/article/view/23286. Acesso em: 25 abr. 2024.

Chicago

Correa Ramírez, John Jaime. 2011. «Los giros en la Historia: función social de la historia y posmodernidad, un debate que no cesa». HiSTOReLo. Revista De Historia Regional Y Local 3 (6):12-37. https://doi.org/10.15446/historelo.v3n6.23286.

Harvard

Correa Ramírez, J. J. (2011) «Los giros en la Historia: función social de la historia y posmodernidad, un debate que no cesa», HiSTOReLo. Revista de Historia Regional y Local, 3(6), pp. 12–37. doi: 10.15446/historelo.v3n6.23286.

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J. J. Correa Ramírez, «Los giros en la Historia: función social de la historia y posmodernidad, un debate que no cesa», Historelo.rev.hist.reg.local, vol. 3, n.º 6, pp. 12–37, jul. 2011.

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Correa Ramírez, J. J. «Los giros en la Historia: función social de la historia y posmodernidad, un debate que no cesa». HiSTOReLo. Revista de Historia Regional y Local, vol. 3, n.º 6, julio de 2011, pp. 12-37, doi:10.15446/historelo.v3n6.23286.

Turabian

Correa Ramírez, John Jaime. «Los giros en la Historia: función social de la historia y posmodernidad, un debate que no cesa». HiSTOReLo. Revista de Historia Regional y Local 3, no. 6 (julio 1, 2011): 12–37. Accedido abril 25, 2024. https://revistas.unal.edu.co/index.php/historelo/article/view/23286.

Vancouver

1.
Correa Ramírez JJ. Los giros en la Historia: función social de la historia y posmodernidad, un debate que no cesa. Historelo.rev.hist.reg.local [Internet]. 1 de julio de 2011 [citado 25 de abril de 2024];3(6):12-37. Disponible en: https://revistas.unal.edu.co/index.php/historelo/article/view/23286

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1. Albeiro Pescador. (2019). Indagar el archivo, divulgar en la web: Una propuesta metodológica y didáctica para llevar la Historia al bachillerato. Ciencia Nueva. Revista de Historia y Política, 3(2), p.02. https://doi.org/10.22517/25392662.20851.

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