Publicado

2009-01-01

Mi forma de matar las pulgas

DOI:

https://doi.org/10.15446/historelo.v1n1.9480

Palabras clave:

Bugalagrande, teoría, metodología, fuentes, historia local (es)

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Autores/as

  • Eduardo Mejía Prado Universidad del Valle

El autor ofrece un ensayo reflexivo sobre su experiencia investigativa en la realización del proyecto Historia de Bugalagrande. Describe la forma en que investigó y escribió la historia local de su terruño natal, un pueblo en el Valle del Cauca, desde el establecimiento de estancias a comienzo del siglo XVII, su transformación en hacienda y luego indivisos, hasta constituirse físicamente en un pueblo con sus calles y plazas a finales del siglo XIX. El texto referencia los apoyos teóricos, metodológicos, manejo de fuentes y la narrativa desarrollada por el autor. Las reflexiones desnudan la influencia de historiadores clásicos del marxismo inglés, la microhistoria italiana, la microhistoria mexicana e historiadores locales del Valle del Cauca. El proyecto y la experiencia se desarrollaron durante el periodo sabático del investigador.

Palabras clave: Bugalagrande, teoría, metodología, fuentes, historia local.


My way of killing fleas

Abstract

The author offers a reflective essay on his research experience in the execution of the Historia de Bugalagrande project. He describes the way in which he researched and wrote on the local history of his native soil, a town in Valle del Cauca, from the establishing of ranches in the beginning of the 17th century, it’s transformation into an estate, and later, undivided property, until physically constituting itself into a town with its streets and plazas at the end of the 19th century. The text gives reference to the theoretical and methodological contributions, the handling of sources, and the narration developed by the author. The reflections lay bare the influence of the classical English Marxist historians, Italian microhistory, Mexican microhistory, and local historians from Valle del Cauca. The project and the experience were developed during the researcher’s sabbatical.

Keywords: Bugalagrande, theory, methodology, sources, local history

Documento sin título

ENSAYOS

 

Mi forma de matar las pulgas

 

 

Eduardo Mejía Prado*

* Magíster en Historia Andina del programa FLACSO-Univalle, Profesor titular de la Universidad del Valle y miembro grupo de investigación Arquiodiversidad (Univalle).

 

Articulo recibido 13 de noviembre de 2008, aceptado el 07 de enero de 2009 y publicado electrónicamente el 1 de junio de 2009.

 


Resumen

El autor ofrece un ensayo reflexivo sobre su experiencia investigativa en la realización del proyecto Historia de Bugalagrande. Describe la forma en que investigó y escribió la historia local de su terruño natal, un pueblo en el Valle del Cauca, desde el establecimiento de estancias a comienzo del siglo XVII, su transformación en hacienda y luego indivisos, hasta constituirse físicamente en un pueblo con sus calles y plazas a finales del siglo XIX.

El texto referencia los apoyos teóricos, metodológicos, manejo de fuentes y la narrativa desarrollada por el autor. Las reflexiones desnudan la influencia de historiadores clásicos del marxismo inglés, la microhistoria italiana, la microhistoria mexicana e historiadores locales del Valle del Cauca. El proyecto y la experiencia se desarrollaron durante el periodo sabático del investigador.

Palabras clave: Bugalagrande, teoría, metodología, fuentes, historia local.


 

 

Realizar una investigación de carácter local que diera cuenta de la formación histórica de un pueblo en el valle geográfico del río Cauca, tomando para ello el caso de Bugalagrande –el lugar donde nací y me crié- fue un proyecto postergado que por fin pude hacer realidad en mi año sabático; beneficio académico otorgado por la Universidad del Valle con la generosa aprobación de mis colegas del Departamento de Historia. No fue mi intención escribir una historia local de corte tradicional, que inicia con una descripción de las comunidades locales precolombinas y termina en el presente con alusiones a personajes de la localidad, algunos asuntos políticos y los nombres de los funcionarios de las últimas administraciones municipales, empezando por los alcaldes. Tampoco fue de mi interés, en esta ocasión, estudiar los aspectos de la vida pueblerina que apuntan a la construcción de identidades en una pequeña comunidad urbana; tema de especial relevancia que espero realizar en futuros trabajos. Mi propósito fue indagar sobre la historia de una comunidad campesina y su entorno de estancias, pequeñas haciendas y luego indivisos que, en su conjunto y desarrollo, permitieron la formación de un caserío y su posterior conversión en un pueblo -con calles, plazas, iglesia, alcaldía, cárcel, escuelas y sitio para el mercado- en los últimos años del siglo XIX.

Actualmente el pueblito de Bugalagrande –con no más de 13.000 habitantes- es la cabecera del municipio del mismo nombre, ubicado en el centro norte del Departamento del Valle del Cauca en una extensión que cubre una zona montañosa de la Cordillera Central. Colonizada durante la primera mitad del siglo XX, y emplazada en una zona plana regada por los ríos Cauca y Bugalagrande, fue conocida en la Colonia como Llano de Bugalagrande, escenario del proceso histórico estudiado. Allí, descendientes de los fundadores de la ciudad de Buga establecieron estancias dedicadas a la cría de ganado vacuno y equino, formándose posteriormente, en el siglo XVIII, tres haciendas pequeñas y una de regular tamaño, esta última en manos de un propietario absentista residente en Buga. Los dueños de las restantes vivían en el lugar y, aunque poseían algunos esclavos, sus hijos y nietos participaban en las labores del campo, argumento suficiente para que sus contemporáneos esclavistas de Buga, Cartago y Cali no los consideraran de su misma estirpe, así tuvieran lazos familiares con ellos, razón por la cual les negaban el título de nobleza al que siempre aspiraron.

Entre finales del período colonial, la Independencia y los primeros años de la República, aquellas ''reducidas haciendas'' –nombradas como tales en los documentos- se fragmentaron por la división de hecho (sin procedimiento judicial) entre numerosos herederos. Las ventas que éstos hicieron a particulares de partes de los derechos heredados dieron origen a los globos indivisos, forma de posesión de la tierra entre varios interesados o ''derechosos'' muy común en el valle del río Cauca decimonónico. El lento pero sostenido aumento de la población, dedicada al trabajo agropecuario fundamentalmente, demandó espacios para el culto religioso, el mercado y una delimitación del territorio dentro de los términos de la ciudad colonial y, luego, de los cantones y provincias republicanas. En muy pocas décadas, Bugalagrande fue reconocida como viceparroquia y parroquia en el orden eclesiástico y como partido y distrito en el orden civil, además de obtener el permiso del cabildo de Buga para el establecimiento de una carnicería.

Aquellos pobladores rurales empezaban a identificarse y autoreconocerse, en tanto miembros de una comunidad como ente parroquial con templo y cura permanente; igualmente como integrantes de una institución político administrativa con su respectivo alcalde pedáneo y juez de Distrito, y con un sitio para el mercado para realizar el intercambio comercial local semanalmente. Referencias espaciales que coadyuvaron al aglutinamiento de pequeñas parcelas o ''derechos en indivisos'' que en su conjunto y a lo largo del siglo XIX se convertiría en un caserío y al final de la centuria en un pueblo cabecera de un municipio.

Mi forma de matar las pulgas, es decir, la manera como abordé la investigación no pretende ningún tipo de originalidad teórica. Me apoyé en autores del campo de la historia social y las metodologías con enfoque local, también la historiografía regional ayudó en la interpretación de los hechos como las conversaciones informales de pasillos y cafetería con los colegas, las charlas con estudiantes y amigos bugalagrandeños, además de mis trabajos anteriores sobre poblamiento y campesinos vallunos.

En mi formación como historiador debo mucho a los llamados marxistas ingleses. La perspectiva de una historia desde abajo, el interés por los sectores populares, la reivindicación de la ''gente común y corriente'' como personajes centrales en el estudio de la historia y la consulta de fuentes primarias como labor esencial en el oficio del historiador son principios teóricos y metodológicos de autores como E. P. Thompson, Raphael Samuel, Peter Burke, Eric Howsbawn y otros que espero no haber traicionado. A pesar de no ser ellos muy optimistas con respecto a la cantidad y riqueza de los documentos anteriores a períodos pre-industriales para el ejercicio de este tipo de historiografía, en mi caso si encontré suficiente información que comentaré más adelante.

La famosa microhistoria italiana, con Carlo Ginsburg y Giovanni Levi a la cabeza, me sugirió útiles herramientas para el estudio de casos judiciales, a pesar de no haber encontrado expedientes tan completos y complejos como los juicios de inquisición trabajados por ellos. Igual me sucedió con el encantador libro de Le Roy Ladurie, Montaillou, aldea occitana. Para concentrarse en tanto detalle e intríngulis se requiere de un período corto, además de una fuente que proporcione tal riqueza de información. La descripción densa para interpretar conocimientos locales, propuesta por Clifford Geertz, abre posibilidades a este tipo de historias, pero siempre y cuando se trate de un hecho histórico específico con muchos datos; situación distante de la mía, pues el período estudiado cubre tres siglos, aunque la diversidad de fuentes y sus conexiones factuales sirvieron para aproximarme, realmente muy poco, a estas formas interpretativas tomadas de la antropología.

El intento de acercarse a una historia total propuesto por Luís González en su Pueblo en vilo, libro clásico sobre historia local para América Latina, me entusiasmó a tal punto que sentí alguna frustración cuando los documentos consultados limitaban mis deseos. Describir el físico, maneras de vestirse, conductas sociales y hasta el buen o mal genio de los personajes como lo hace González, es casi imposible cuando de ellos sólo tenemos conocimientos proporcionados por escritos de orden político, administrativo, notarial y judicial; sin embargo, a veces logré detectar algunos aspectos como la tacañería, las manifestaciones de religiosidad o el carácter pendenciero de mis personajes.

Ciertamente las partes más interesantes de Pueblo en vilo se encuentran en los capítulos referidos al siglo XX, más precisamente a partir de los años treinta, cuando las percepciones de González sobre su terruño son producto de vivencias propias y de familiares y amigos, que le permiten narrar con naturalidad el acontecer cotidiano del sitio donde nació y se crió. A pesar de no ser mi objeto de estudio la vida pueblerina, pues termino exactamente cuando Bugalagrande adquiere la condición física de un pueblo, y no contar con datos de origen documental diverso y una tradición oral de largo aliento que di cuenta de sus antecedentes históricos, pude descifrar (como lo haría cualquiera de mis paisanos pueblerinos) enredos, malquerencias, paternidades no reconocidas y otros bochinches que, en el marco del contexto socio-económico y político local, sirvieron al menos para intentar un acercamiento interpretativo a ese pequeño universo de una comunidad rural en su tránsito a comunidad urbana.

Dice González en la introducción de su libro que fue su propósito narrar tal como hablan sus coterráneos, pero declara no haber cumplido esa meta; de todas maneras, me parece una escritura amena, sencilla, cargada de dichos locales y descargada de tecnicismos propios de una pesada jerga excluyente de potenciales lectores no familiarizados con el lenguaje de las ciencias sociales. A pesar de buscar igual propósito, creo que mi escritura todavía resulta muy afectada por mi formación profesional, no obstante haberme despojado de cualquier afán academicista, ni haber formulado generalizaciones o conceptualizaciones de orden teórico, tarea bien difícil cuando tratamos de historias locales.

Los estudios sobre estratificación social, hacienda, sistemas de colonato, fuentes documentales, relatos de viajeros y otros aspectos de la historia social latinoamericana elaborados por el historiador sueco Magnus Morner, siempre han sido referencia central para mis investigaciones. Pero la influencia más clara de mi profesor de maestría en cuanto al trabajo sobre mi pueblo, proviene de su conferencia magistral sobre historia local en el Congreso de Americanistas de 1997 en Quito (Ecuador). Resalto entre varias, dos propuestas de tipo metodológico: la reconstrucción genealógica para observar desde las familias el cambio social en una comunidad rural y la movilidad social vertical intergeneracional para detectar procesos de acumulación o dispersión de riqueza.

Con igual cariño reconozco la influencia de Germán Colmenares, tanto por sus clases como por sus escritos, en el campo de la historia socioeconómica y los procesos de poblamiento, cuyas referencias empíricas estaban casi siempre ligadas al sur-occidente colombiano. Desde sus trabajos sobre Cali y Popayán en el siglo XVIII hasta sus artículos sobre poblamiento y conflictos sociales, aconsejaba prestar atención a los llamados libres en aquella sociedad esclavista y su papel en la formación de los pequeños poblados, que ya se insinuaban al final del período colonial en el valle geográfico del río Cauca.

Mi maestro y amigo Francisco Zuluaga, Pacho, es el historiador que más aportes me ha brindado, no sólo en la elaboración de la historia de Bugalagrande sino en todas mis investigaciones anteriores. Sus trabajos sobre las comunidades negras del Patía y la Costa Pacífica, las transformaciones del paisaje en el valle del río Cauca, la protesta social en el sur-occidente colombiano, el libro sobre Cartago y sus últimos artículos acerca de la historia local se constituyen en los textos de referencia permanente de las agradables conversaciones en su oficina o en la cafetería de la ''negra'' Diosa donde, como bien lo sabemos sus alumnos, son los lugares predilectos de nuestro maestro para exponer con amplitud y profundidad sus conocimientos. Por obvias razones prefiero que sea Pacho el expositor de sus propias ideas y no yo que puedo resultar un mal intérprete. De las cosas que le escucho y leo, me interesan por ahora sus posiciones sobre la importancia de la historia local como universo micro donde es posible un acercamiento al ideal de una historia total, la necesidad de una narrativa que busque atraer a un público lector no especializado pero potencial protagonista de transformaciones sociales locales, las relaciones conceptuales y metodológicas entre una historia de las estructuras y una historia de realidades concretas y los imprescindibles diálogos con otras disciplinas de las ciencias sociales, en especial la antropología.

Para la necesaria elaboración de un marco conceptual que ayudara a comprender la formación de la comunidad campesina de Bugalagrande, base para la posterior fundación del pueblo, me apoyé en historiadores tradicionales y profesionales. De los primeros los más trabajados fueron Tulio Enrique Tascón y Gustavo Arboleda; en cuanto a los segundos, menciono los que más me sirvieron para este propósito: Germán Colmenares, Francisco Zuluaga, Alonso Valencia, Zamira Díaz y, por supuesto, mis investigaciones sobre los campesinos vallunos.

A pesar de la queja constante de los historiadores sobre la supuesta escasa información que de cuenta de procesos históricos anteriores al siglo XX, cuyo enfoque proponga rescatar el protagonismo de la ''gente común y corriente'' en la conformación de comunidades locales, considero por mi experiencia que, aunque muy dispersas, si es posible encontrar suficientes fuentes para este tipo de investigación. Pero debo reconocer la ventaja particular de haber acumulado datos sobre Bugalagrande durante varios años a medida que hacía mis estudios sobre el valle geográfico del río Cauca. Así, indagué fondos de Cabildo y Judicial del Archivo de Buga, la ciudad colonial que tenía jurisdicción sobre el territorio donde se hallaba la estancia y luego hacienda de Bugalagrande que, posteriormente, se convirtió en indiviso y finalmente en pueblo. Por lo tanto y en relación con el período colonial, la Independencia y los primeros años de la República, cuando Buga fue capital provincial, el archivo de ésta ciudad tiene carácter de local para el investigador que desee trabajar partes de su territorio, aunque después hayan adquirido autonomía político-administrativa como es el caso del actual municipio de Bugalagrande. En el Archivo Central del Cauca, igual que en el anterior, hallé mucha información referida a conflictos, propiedades, indivisos, administración política y asuntos comerciales, tanto para la Colonia como para la Independencia y la República. Por haber sido la ciudad de Buga y la Gobernación de Popayán jurisdicción territorial de la Audiencia de Quito, encontré en el Archivo Central del Ecuador documentos de carácter judicial referidos a Bugalagrande y sus pobladores. Las colecciones documentales del Archivo General de la Nación, en Bogotá, también me aportaron datos para mi investigación, aunque en menor cantidad que las anteriores.

Al momento de enfrentar la investigación sobre la formación histórica de mi pueblo, retomé aquellos documentos acumulados y los amplié con datos que no había recogido antes, pero de los cuales tenía sus referencias archivísticas, de tal manera que regresé a Popayán y Bogotá para realizar consultas concretas. Al mismo tiempo pude indagar el Archivo Arquidiocesano de Popayán, que por fortuna ya se encuentra microfilmado en el Archivo General de la Nación, pues los obispos de aquella ciudad generalmente niegan la entrada a los investigadores nacionales mientras aceptan los extranjeros. En Buga amplié mis pesquisas en los fondos notariales y de mortuorias que no había trabajado antes. En la Notaría de Bugalagrande, creada en la segunda mitad del siglo XIX, realicé un detallado estudio sobre propiedades rurales, conflictos entre poseedores de derechos indivisos, conformación de pequeñas empresas y la toponimia del lugar; pero lo más interesante allí fue encontrar datos sobre la solución jurídica y correspondiente división de lotes de tierra en propiedad individual del Globo indiviso de Bugalagrande, que dio vida al pueblo y, por lo tanto, me permitió reconstruir la formación del poblado con sus casas (incluidos sus componentes arquitectónicos y mobiliario), propietarios, lotes para la escuela, templo nuevo, casa cural, casa municipal, cementerio, sitio para el mercado, tiendas, además de las compras de terrenos por parte del municipio para trazar las primeras calles. También en forma detallada pude indagar en el archivo Parroquial de Bugalagrande, donde encontré información sobre aspectos del curato, grupos de poder local ligados a las juntas parroquiales, algunas recomendaciones sobre la moral de la feligresía y datos genealógicos. En Buga y Popayán consulté periódicos del siglo XIX que aportaron, en pocos casos, referencias a cuestiones administrativas y conflictos entre políticos locales.

En general, la integración y relación de las diferentes fuentes documentales obtenidas en los citados archivos me permitieron reconstruir el proceso histórico estudiado. En cuanto a los aspectos de la vida cotidiana, que aparecen dispersos en los documentos anotados, agregué la rica información suministrada por viajeros extranjeros, estudios geográficos y escritores costumbristas. Entre varios de los viajeros destaco al botánico gringo Isaac Holton, pues su relato además de extenso y minucioso en la narración del diario vivir de los habitantes vallunos de mediados del siglo XIX, incluye muchas referencias al territorio del actual municipio de Bugalagrande. El invaluable trabajo de la Comisión Corográfica y la geografía de Vergara y Velasco ampliaron mi concepción de la topografía y naturaleza de la comarca. La Memoria de Julián Uribe Uribe, hermano del conocido general y político Rafael Uribe Uribe, describe desde la perspectiva de un antioqueño de la época, la vida rural en Bugalagrande cuando junto a padre y hermanos explotaron una finca en el lugar. Luciano Rivera y Garrido, intelectual bugueño del siglo XIX, también consignó en sus escritos descripciones de personajes, familias y paisajes de la comunidad estudiada.

Por supuesto que tanto a las fuentes de archivos como a los relatos de viajeros, cuadros costumbristas, geografías y memorias les apliqué la necesaria crítica que acostumbramos los historiadores: al relacionar los datos obtenidos pude comparar, precisar y confirmar hechos, toponimias, topografía, nombres y características de personajes, costumbres familiares, cultura material y, sobre todo, vida cotidiana. En conclusión, las fuentes son abundantes pero dispersas; lo que significa un arduo trabajo de ratón de archivos y bibliotecas: tal parece ser el destino para los que trabajamos la historia local y desde abajo, pero también es cierto que lo disfrutamos.

Como no encontré croquis ni mapas elaborados en el período estudiado, debí recurrir a mis recuerdos de infancia y adolescencia cuando a pie, en bicicleta, en balsa o en canoa recorrí y disfruté los últimos vestigios de un paisaje de ciénagas, montes y potreros, destruidos luego, por la imposición del monocultivo de la caña de azúcar en la suela plana del Valle del Cauca. La observación directa de fincas campesinas, cultivos diversos, labores de caza y pesca, caminos, cauces antiguos de ríos, zanjones, matorrales y áreas inundadas sirvieron para imaginar como era el paisaje dos o tres siglos atrás. Para establecer los necesarios límites empíricos a la imaginación, me apoyé tanto en los documentos históricos como en los actuales planos topográficos y fotografías aéreas del Instituto Geográfico Agustín Codazzi y las fotografías satelitales consultadas en el programa Google Earth. Con esta información técnica, los datos de archivo y los recuerdos diseñé algunos croquis con la colaboración de mi amigo Gerardo Escobar, quien finalmente elaboró varios mapas para ofrecer al futuro lector unas imágenes gráficas que integran aspectos propios de la cartografía con dibujos del paisaje, casas, callejones, pasos de ríos, ganados, labranzas y gente en actividades cotidianas.

Cuando mis coterráneos me veían entrar diariamente a lugares nunca frecuentados, como la casa cural y la notaría, la pregunta sobre el qué hacía allí me la repitieron en cada esquina y banca del parque de mi pueblo. Ante la respuesta, muchos se ofrecieron como informantes y hubo algunos que no ocultaron sus deseos: ver sus nombres y experiencias registrados en la historia de la localidad, otros que se consideran con mayor estatus social, relataron los orígenes nobles y españoles de sus antepasados. La frustración fue rápida y efectiva cuando les mencioné que mi investigación no cubría el siglo XX, sólo trataba de personas fallecidas hace muchos años; y no había encontrado indicios de elementos aristocráticos en ninguno de los personajes estudiados.

Es más, comentaba y aún lo hago, con ejemplos de mis propios ancestros familiares para que no haya lugar a dudas, como las relaciones sexuales por fuera del matrimonio católico eran prácticas muy comunes en aquella época; y, por lo tanto, somos fruto de la mezcla incesante entre españoles (pobres la mayoría y unos pocos con alguna fortuna), indígenas y afrodescendientes. Agregaba que la promiscuidad se dio en todos y entre todos los sectores sociales, siendo imposible hablar de genealogías que remitieran a cualquier tipo de rancia alcurnia.

Por supuesto que el enfoque social y ''desde abajo'' produjo un resultado no esperado por mis paisanos, quienes consideran que la historia se remite sólo a las grandes acciones políticas y militares y los personajes que dirigieron éstas. El eje del análisis fue la conformación de una comunidad campesina, derivada de la fragmentación en forma de indivisos de unas pocas y pequeñas haciendas, que en su desarrollo histórico sentó las bases para la creación de un caserío que finalmente se convirtió en pueblo, gracias a dinámicas productivas, sociales y culturales generadas por aquellos pobladores, unos con mayores riqueza y poder local que otros, pero todos haciendo parte de una comunidad rural que en el siglo XIX proyectó y logró crear un espacio urbano.

Además de la producción, propiedades y propietarios, también se tuvo en cuenta a mayordomos, trabajadores y mujeres que laboraban en ellas con sus respectivos nombres, enlaces familiares y, cuando fue posible, con sus vicios y virtudes; igual tratamiento se dio a los campesinos con la descripción de cultivos, cría de cerdos, posesiones y viviendas. Pero los diversos y constantes conflictos –personales, familiares o colectivos- por tierras y sus productos, dignidades honoríficas desconocidas, abusos de autoridad, resistencias sociales de esclavos y campesinos ante amos y hacendados, producciones clandestinas (tabaco especialmente), infidelidades de esposos, peleas, bochinches y otros escándalos, ayudaron a trazar un hilo conductor en la escritura que atrajera al público lector que más me interesaba: mis coterráneos.

Me propuse entonces, hacer una forma de narración que tuviera en cuenta más al lector pueblerino que al especializado, sin descuidar en ningún momento el rigor y exigencias propios del mundo académico. La razón que me asiste por esta preferencia está relacionada con la opción política que, considero, debe estar del lado de los sujetos locales cuando se interpreta su pasado y, así, dar respuesta al para qué y para quién de la investigación histórica, más si es de carácter local y popular. Al fin y al cabo son ellos los llamados a ser los protagonistas del cambio en sus comunidades.

Esta investigación también buscó destruir mitos sobre fundación y fundadores de los pueblos vallunos que, casi siempre, remiten a fechas correspondientes a los comienzos del período colonial y a personajes de origen español cargados de títulos y virtudes, tan reproducida por la historia oficial de municipios y departamentos y, lamentablemente, tomadas sin la más mínima crítica por historiadores profesionales. Por ejemplo, sobre Bugalagrande se dice que fue fundada por Diego Rengifo Salazar, un bugueño de padres españoles, a finales de 1622. Con las consultas realizadas en los archivos pude afirmar que este señor nunca vivió permanentemente en el lugar, ni fundó pueblo alguno; pero si estableció un hato para la cría de ganado vacuno y equino en el Llano de Bugalagrande después de haber adquirido, en dudosas transacciones, varias propiedades y haber enviado indígenas de su encomienda a trabajar en su estancia. Hechos que provocaron varios pleitos en su contra, pues sus procedimientos no se ajustaban a la legislación indiana; ni siquiera le pagó al cura responsable de la doctrina en su encomienda.

En realidad, como ya lo demostré en mis estudios sobre los campesinos, la mayoría de los pueblos del valle geográfico del río Cauca, con la clara excepción de las ciudades coloniales, se formaron poco a poco durante el siglo XIX y como resultado, en parte, del auge de la producción campesina y el surgimiento de las posesiones parcelarias que coadyuvaron en la crisis de la hacienda esclavista. En mi trabajo sobre Bugalagrande describo en detalle este proceso de poblamiento, común en la historia decimonónica de la región.

Así, con los apoyos teóricos de los autores ya mencionados, las sugerencias metodológicas adaptadas a mi objeto de estudio, las relaciones entre fuentes documentales diversas, el conocimiento preciso del espacio historiado, la crítica permanente y una narrativa atractiva para mis paisanos, logré matar las pulgas a mi manera.

 


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Mejía Prado, E. (2009). Mi forma de matar las pulgas. HiSTOReLo. Revista de Historia Regional y Local, 1(1), 250–269. https://doi.org/10.15446/historelo.v1n1.9480

ACM

[1]
Mejía Prado, E. 2009. Mi forma de matar las pulgas. HiSTOReLo. Revista de Historia Regional y Local. 1, 1 (ene. 2009), 250–269. DOI:https://doi.org/10.15446/historelo.v1n1.9480.

ACS

(1)
Mejía Prado, E. Mi forma de matar las pulgas. Historelo.rev.hist.reg.local 2009, 1, 250-269.

ABNT

MEJÍA PRADO, E. Mi forma de matar las pulgas. HiSTOReLo. Revista de Historia Regional y Local, [S. l.], v. 1, n. 1, p. 250–269, 2009. DOI: 10.15446/historelo.v1n1.9480. Disponível em: https://revistas.unal.edu.co/index.php/historelo/article/view/9480. Acesso em: 19 abr. 2024.

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Mejía Prado, Eduardo. 2009. «Mi forma de matar las pulgas». HiSTOReLo. Revista De Historia Regional Y Local 1 (1):250-69. https://doi.org/10.15446/historelo.v1n1.9480.

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Mejía Prado, E. (2009) «Mi forma de matar las pulgas», HiSTOReLo. Revista de Historia Regional y Local, 1(1), pp. 250–269. doi: 10.15446/historelo.v1n1.9480.

IEEE

[1]
E. Mejía Prado, «Mi forma de matar las pulgas», Historelo.rev.hist.reg.local, vol. 1, n.º 1, pp. 250–269, ene. 2009.

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Mejía Prado, E. «Mi forma de matar las pulgas». HiSTOReLo. Revista de Historia Regional y Local, vol. 1, n.º 1, enero de 2009, pp. 250-69, doi:10.15446/historelo.v1n1.9480.

Turabian

Mejía Prado, Eduardo. «Mi forma de matar las pulgas». HiSTOReLo. Revista de Historia Regional y Local 1, no. 1 (enero 1, 2009): 250–269. Accedido abril 19, 2024. https://revistas.unal.edu.co/index.php/historelo/article/view/9480.

Vancouver

1.
Mejía Prado E. Mi forma de matar las pulgas. Historelo.rev.hist.reg.local [Internet]. 1 de enero de 2009 [citado 19 de abril de 2024];1(1):250-69. Disponible en: https://revistas.unal.edu.co/index.php/historelo/article/view/9480

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