Publicado

2011-01-01

Diálogo sobre la nostalgia en psicoanálisis

Dialogue about nostalgia in psychoanalysis

Dialogue sur la nostalgie en psychanalyse

Palabras clave:

nostalgia, memoria, Sigmund Freud, Sándor Ferenczi, traumatismo (es)
nostalgia, memory, Sigmund Freud, Sandor Ferenczi, trauma (en)
nostalgie, mémoire, Sigmund Freud, Sandor Ferenczi, traumatisme (fr)

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Autores/as

  • Néstor Braunstein Universidad Nacional Autónoma de México Fundación Mexicana de Psicoanálisis, México D.F., México
El psicoanálisis se construyó alrededor de la idea de traumatismo psíquico y de sus destinos. Eso llevó a olvidar el otro polo de la memoria: el de la nostalgia, el goce de la memoria aferrada a lo perdido y ausente. El tema, presente en la vida y obra de Freud, se reconoce en conceptos como experiencia de satisfacción, deseo (Wunsch y Sehnsucht), compulsión de repetición, preservación integral del pasado, retorno al claustro materno al dormir, fantasías filo y ontogenéticas, lamentos por la transitoriedad, carácter conservador y regresivo de la pulsión de muerte, etc.

Psychoanalysis was built around the idea of “psychic trauma” and its fate. This led to forgetting the other pole of memory: that of nostalgia, the jouissance of memory that clungs to what is lost and absent. This cuestion is always present in Freud’s life and work, and is reflected in concepts such as “experience of satisfaction”, “desire” (Wunsch and Sehnsucht), “repetition compulsion”, “integral preservation of the past”, “return to the womb during sleep”, “phylogenetic and ontogenetic fantasies”, “lamentations due to transience”, and “conservative and regressive character of the death drive”.

La psychanalyse a été bâtie autour de l’idée de traumatisme psychique et de ses destins, ce qui a fait oublier l’autre pôle de la mémoire: la nostalgie, jouissance de la mémoire ancré sur ce qui est perdu et absent. Cette question, toujours présente dans l’oeuvre et la vie de Freud, se devine en des concepts tels que l’expérience de satisfaction [Wunsch et Sehnsucht], la compulsion de répétition, l’entière préservation du passé, le retour à l’enceinte maternelle lors du sommeil, les fantasmes philoet ontogénétiques, les plaintes du transitoire, le caractère conservateur et régressif de la pulsion de mort, etc.

Diálogo sobre la nostalgia en psicoanálisis*

Néstor Braunstein. Universidad Nacional Autónoma de México Fundación Mexicana de Psicoanálisis, México D.F., México. e-mail: nestor.braunstein@gmail.com 

* El artículo corresponde a un avance inédito del apartado 2 del capítulo 1.° del tercer volumen de una trilogía de obras sobre la memoria. Los primeros volúmenes, ya publicados, son Memoria y espanto o el recuerdo de infancia, México: Siglo xxi, 2008 —traducido al inglés por Peter Kahn (New York: Jorge Pinto Books, 2010) y al francés por Jacques Nassif (Paris: Stock, 2011)—, y La memoria, la inventora (México: Siglo xxi, 2008) —traducido al inglés por Peter Kahn—. El tercer volumen se titula La memoria del uno y la memoria del Otro, y aparecerá en español en México con Siglo xxi en el 2012. 


Diálogo sobre la nostalgia en psicoanálisis

Resumen

El psicoanálisis se construyó alrededor de la idea de traumatismo psíquico y de sus destinos. Eso llevó a olvidar el otro polo de la memoria: el de la nostalgia, el goce de la memoria aferrada a lo perdido y ausente. El tema, presente en la vida y obra de Freud, se reconoce en conceptos como experiencia de satisfacción, deseo (Wunsch y Sehnsucht), compulsión de repetición, preservación integral del pasado, retorno al claustro materno al dormir, fantasías filo y ontogenéticas, lamentos por la transitoriedad, carácter conservador y regresivo de la pulsión de muerte, etc.

Palabras clave: nostalgia, memoria, Sigmund Freud, Sándor Ferenczi, traumatismo. 


Diálogo sobre la nostalgia en psicoanálisis

Resumen

El psicoanálisis se construyó alrededor de la idea de traumatismo psíquico y de sus destinos. Eso llevó a olvidar el otro polo de la memoria: el de la nostalgia, el goce de la memoria aferrada a lo perdido y ausente. El tema, presente en la vida y obra de Freud, se reconoce en conceptos como experiencia de satisfacción, deseo (Wunsch y Sehnsucht), compulsión de repetición, preservación integral del pasado, retorno al claustro materno al dormir, fantasías filo y ontogenéticas, lamentos por la transitoriedad, carácter conservador y regresivo de la pulsión de muerte, etc.

Palabras clave: nostalgia, memoria, Sigmund Freud, Sándor Ferenczi, traumatismo. 


Dialogue sur la nostalgie en psychanalyse

Résumé

La psychanalyse a été bâtie autour de l'idée de traumatisme psychique et de ses destins, ce qui a fait oublier l'autre pôle de la mémoire: la nostalgie, jouissance de la mémoire ancré sur ce qui est perdu et absent. Cette question, toujours présente dans l'oeuvre et la vie de Freud, se devine en des concepts tels que l'expérience de satisfaction [Wunsch et Sehnsucht], la compulsion de répétition, l'entière préservation du passé, le retour à l'enceinte maternelle lors du sommeil, les fantasmes philoet ontogénétiques, les plaintes du transitoire, le caractère conservateur et régressif de la pulsion de mort, etc.

Mots-clés: nostalgie, mémoire, Sigmund Freud, Sandor Ferenczi, traumatisme. 


¿ Qué lugar ocupa la nostalgia en la doctrina psicoanalítica? — Comenzaremos este parágrafo y trataremos de responder evocando las sabias palabras de un tango: "Vivir con el alma aferrada a un dulce recuerdo que lloro otra vez". ¿Podríamos encontrar mejor descripción de la nostalgia, esa "enfermedad" que los médicos inventaron a finales del siglo xvii y a la que hoy, con el nombre de "depresión" cuando no de "trastorno bipolar", atiborran con medicamentos? La nostalgia es un modo de vivir, de vivir recordando y llorando por un "dulce recuerdo" que se idealiza y del cual el sujeto no puede ni quiere desprenderse, al que se aferra con el alma entera. Concretamente, nostalgia, añoranza, Heimweh, es una manera de gozar de la memoria de lo perdido. Y esforzarse por recuperarlo poniendo en duda que el tiempo sea irreversible. 

— ¿Qué es el goce?

— Cuando fuimos conminados a dar una definición somera, en la presentación de nuestro libro1 en la Universidad de México (2007), nos arriesgamos a decir que goce es el "conjunto de las formas en que un cuerpo es afectado por el lenguaje". Uno de los rasgos más típicos del malestar que llamamos neurosis, efecto del lenguaje sobre el cuerpo, se revela en este gozar del recuerdo doloroso, solazarse en él y conservarlo como pegado al cuerpo con ostrera adherencia. En tal caso, no podemos evitar la impresión de que el sujeto se encariña y ama a su "traumatismo", fuente y origen de su retroactiva nostalgia, más que a sí mismo. 

1. Néstor. A. Braunstein, El goce: Un concepto lacaniano, 2.a ed. (Buenos Aires / México: Siglo xxi, 2006). En francés: La jouissance. Un concept lacanien (París: Point-Hors Ligne, 1994; Toulouse: Érès, 2005).

2. Sigmund Freud, "Carta 70 del 3 de octubre de 1897". "Fragmentos de la correspondencia con Fliess (1950 [1892- 1899])", en Obras completas, vol. i (Buenos Aires: Amorrortu, 1976). 

— ¿Se ocupó Freud alguna vez del goce nostálgico? — Freud no dejó de mostrar su interés en el tema a lo largo de su vida. Primero, en relación con él mismo. Para que haya nostalgia, ya sabemos, tiene que haber un accidente o catástrofe (el traumatismo) que impone una quiebra entre el estado anterior, presuntamente paradisíaco, y el estado posterior de añoranza. La pérdida instituye la nostalgia, que es el deseo de invertir la marcha del tiempo para restaurar el statu quo ante. En la memoria de Freud2, el viaje en tren de Leipzig a Viena (tenía entre dos años y dos años y medio) ocupa el lugar del traumatismo originario que está ligado al recuerdo de la primera vez en que vio la desnudez de su madre, dicho — ¿Se ocupó Freud alguna vez del goce nostálgico? — Freud no dejó de mostrar su interés en el tema a lo largo de su vida. Primero, en relación con él mismo. Para que haya nostalgia, ya sabemos, tiene que haber un accidente o catástrofe (el traumatismo) que impone una quiebra entre el estado anterior, presuntamente paradisíaco, y el estado posterior de añoranza. La pérdida instituye la nostalgia, que es el deseo de invertir la marcha del tiempo para restaurar el statu quo ante. En la memoria de Freud2, el viaje en tren de Leipzig a Viena (tenía entre dos años y dos años y medio) ocupa el lugar del traumatismo originario que está ligado al recuerdo de la primera vez en que vio la desnudez de su madre, dicho 

3. Sigmund Freud, "Lo ominoso" (1919), en Obras completas, vol. xvii, trad. José L. Etcheverry (Buenos Aires: Amorrortu, 1976), 244.

4. Sigmund Freud, "Los recuerdos encubridores" (1899), en Obras completas, vol. iii (Buenos Aires: Amorrortu, 1976), 306: "La añoranza de los hermosos bosques de mi lugar, a los cuales me escapaba en cuanto aprendí a andar […] no me ha abandonado nunca".

5. Ibíd.

6. Walter Boehlich, ed., The Letters of Sigmund Freud to Eduard Silberstein (1871-1881) (Cambridge, Mass: Harvard Univ. Press, 1990).  

— ¿Y qué papel tuvo la nostalgia en la vida de Freud?

— Él apunta que una "gran parte de su biografía" puede entenderse por haberse visto obligado a abandonar, a los 3 años de edad, la arcádica aldea de Freiberg, en medio de los bosques de Moravia4, donde sus padres vivían en una situación desahogada, para instalarse en una metrópolis hostil (Viena). El análisis (en 1899) del recuerdo encubridor infantil se entreteje con la confesión de la desventura ulterior, cuando volvió, ya adolescente, a Freiberg, se enamoró "en el acto" de Gisela Fluss (para ese entonces de 12 años de edad aunque él le atribuya 15 en el escrito), a quien hizo soporte de todos sus deseos y anhelos que mantuvo "en el más absoluto secreto (Geheimnis)" de modo que nunca llegó la niña a saber lo que sucedía en la cabeza de su tímido admirador, ese joven Sigismund que debió soportar después la pérdida y la "traición" de esta amada de la que llegó a saber, en un segundo viaje de retorno al pueblo natal, que estaba ya casada. El relato de esta decepción del joven Freud es un maravilloso fragmento de prosa que brillaría en cualquier antología de la nostalgia. El esfuerzo del psicoanalista en ciernes para elaborar este episodio traumático se aprecia cuando se comparan las tres fuentes que permiten reconstruirlo: el "recuerdo encubridor" autobiográfico escrito después de pasar los 40 años de edad (1899) en que da forma definitiva —y desfigurada— a la historia5, la correspondencia que entre 1871 y 1881 sostuvo con su amigo Edouard Silberstein6 que incluye el relato día por día de los dos viajes a Freiberg y el macarrónico poema7 escrito en cruentos hexámetros homéricos para burlarse de la niña que fue su primer objeto amoroso (después de su propia madre y de la madre de la niña, por supuesto). Mientras que en el artículo de 1899 pretende que la joven y su matrimonio se le han hecho absolutamente indiferentes, la carta que escribe a Silberstein y el ulterior poema sarcástico revelan la amargura de sus celos y el despecho inmenso que experimentó cuando la supo unida a otro hombre. No solo la nostalgia del pasado se manifiesta en esos episodios de quien habría de fundar una ciencia del inconsciente sino también la "nostalgia del futuro", ese que habría podido ser el suyo si en lugar de mudarse a Viena hubiera seguido los pasos de su sobrino, un año mayor que él, que viajó a Inglaterra y llevó en Mánchester una vida sin estrecheces8. La historia personal se elabora en tiempos gramaticales subjuntivos. "Si yo hubiera…". "Si no fuera porque…". "Si mi madre no se hubiese nunca encontrado con mi padre…". Volver (al "verde paraíso de los furtivos amores infantiles" en el embrujado decir de Baudelaire), a los bosques y montañas que atraían sus pasos en sus largas vacaciones de verano, fue para Freud un anhelo incesante. Ya anciano acabó por reconocer en su doctrina que la pulsión encuentra bloqueado el camino de regreso, por lo que "acicatea, indomeñada, siempre hacia delante"9. 

"[…] aunque sea sin perspectivas de clausurar la marcha ni de alcanzar la meta" —de nueva cuenta apela Freud al decir de Mefistófeles en el Fausto de Goethe10—. La recurrencia al aguijón instigador del deseo implica que las lamentaciones nostálgicas no trazan el aconsejable camino a seguir puesto que el pasado es inaccesible y la memoria solo nos da, de él, el fantasma. La nostalgia, Heimweh, es el sentimiento más arraigado, retrógrado; sin embargo, la vida impone renunciar a la estática fijación a un goce anclado en el pasado y orientarse según metas dinámicas que apuntan al futuro. Sehnsucht debe tomar el lugar de Heimweh. Al menos así sucede en el pensamiento que llamamos "occidental". La muerte de Freud en el exilio londinense después de una larga vida vienesa en la que dejó testimonios de una incesante marcha hacia lo nuevo parece ser una imprevisible y paradójica consecuencia del tan anhelado como clausurado regreso a Moravia donde transcurrían las "dichosas fantasías que rectificaban mi pasado"11. 

7. Ibíd., 135-138.

8. Uno de los rasgos característicos de la posición nostálgica es la compulsiva tendencia al counterfactual thinking, esto es, la elaboración de fantasías alternativas en las que se escenifica una regresión al tiempo pretraumático, prelapsario, convertido en paraíso. En ese "regreso mental" propio de la nostalgia a los edenes que nunca existieron y que pueden ser imaginados como promesas para el futuro se anclan los anhelos más caros para nuestra especie, los que la teología convierte en objeto de su ciencia. La promesa de la vida eterna en la contemplación del Creador funciona como resarcimiento para los dolores y el desamparo de la vida terrenal. Haber existido en una eternidad anterior y seguir viviendo en otra eternidad posterior es uno de los fantasmas fundadores de la filosofía occidental: el topos uranos platónico. Según esa doctrina, si podemos tener nociones acerca de la justicia, la belleza o la bondad es porque previamente estuvimos en contacto con las Ideas en su plenitud, no en este mundo sino en otro al que regresamos después del pasaje por la tierra. Saber, para el idealismo, es "recordar". Las Formas (Ideas) son eternas y anteriores a su conocimiento. Es la concepción platónica y nostálgica del alma que reaparece, con algunas modificaciones, en el cristianismo.

9. Sigmund Freud, "Esquema del psicoanálisis" (1940 [1938]), en Obras completas, vol. xxiii (Buenos Aires: Amorrortu, 1976), 147.

10. Sigmund Freud, "Más allá del principio del placer" (1920), en Obras completas, vol. xviii (Buenos Aires: Amorrortu, 1976), 42.

11. Freud, "Los recuerdos encubridores" (1899), 307. 

— ¿Qué presencia tienen estos temas de la nostalgia y de la conservación de la memoria en la obra de Freud y en su itinerario teórico?

— Ellos reaparecen de manera constante en sus obras además de asomar su nariz en la comprensión que tenemos de la vida de ese apasionado coleccionista de antigüedades, del arqueólogo de la mente que proclamó la idea consoladora de que en Roma se conservan bajo tierra todos los edificios que alguna vez estuvieron en la superficie, del científico que sostuvo a rajatabla que la ontogénesis reproduce la filogénesis y que los acontecimientos pasados de la especie se conservaban y transmitían de una generación a otra, del paladín de la idea de fantasías originarias fundadas en traumatismos originarios que atravesó la especie humana y que eran el equivalente de los a priori kantianos, independientes de la experiencia singular. Para Freud (con Lamarck y contra Darwin) las grandes catástrofes de la humanidad y de las especies que poblaron el mundo en la prehistoria han dejado huellas genéticas imborrables que se hacen visibles en la tendencia a regresar al momento anterior al desastre filogenético. Por eso, para él, las pulsiones que nos llevan a hacer historia tienen, sin embargo, una meta última que es el retorno a lo inanimado, a lo inorgánico, al estado ideal que es el Nirvana, la muerte. No se encariñaba con la idea religiosa de una vida eterna sino con la científica de una muerte eterna por la entropía, la total ausencia de forma o jerarquía y la pérdida de toda diferenciación. La indiferencia. 

— ¿Por qué tomaría Freud partido por el improbable Lamarck contra el observador metódico y racional que era Darwin? ¿Qué relación tiene esa discutible posición "científica" con nuestro tema de la nostalgia?

— Por un presupuesto de la teoría: el determinismo. Para Freud la idea de las mutaciones que favorecían a los más aptos implicaba dejar un amplio espacio para la intervención del azar, como si la naturaleza jugase a los dados. Por el contrario, encontraba en la idea de la herencia de los caracteres adquiridos y la conservación genética del pasado, una concepción más "científica" (cientificista) ya que hacía de la historia y no del azar la explicación de las transformaciones en las especies. Freud se inclinaba por la causalidad contra la casualidad. En su concepción determinista la historia va mucho más allá de la memoria y de la ontogénesis. El pasado filogenético (la memoria de la especie) estaría registrado en el psiquismo de la humanidad y fundaría una tenaz tendencia a retornar a los momentos anteriores a los desastres y a los estados evolutivos que debieron ser resignados en la marcha evolutiva. Esta conservación perfecta del pasado parece ser una premisa de los poetas románticos y de los psicoanalistas freudianos que se resisten a la idea de una borradura total y definitiva de los estadios anteriores en el tiempo. En su concepción del mundo, nada de lo que alguna vez fue puede haber desaparecido por completo y todo lo que ya pasó dejó huellas que son causa y fundamento de un impulso a regresar en busca del tiempo perdido. 

— ¿No habría pues olvido, aniquilación del pasado, borradura definitiva de las marcas del tiempo?

— El argumento de la preservación integral del pasado en lo psíquico (memoria absoluta para decirlo en dos palabras) era para Freud la más seductora de las concepciones. Él descartaba y consideraba definitivamente equivocada la idea de que el olvido, tan corriente en la actividad mental consciente, significase la destrucción o la eliminación de la huella mnémica; llegó a decir que en el psiquismo nada de lo acontecido podía jamás desaparecer; todo se conservaba allí de una u otra manera y podía volver a surgir en circunstancias favorables como, por ejemplo, las de una regresión profunda. Estaba dispuesto a reconocer que tal posición era exagerada e imposible de demostrar y que tal vez sería más prudente sostener que en la actividad psíquica lo pretérito puede subsistir y que no está necesariamente condenado a la destrucción pero, a renglón seguido, volvía a su tesis inicial de un modo confesadamente compulsivo: "No podemos sino atenernos a la conclusión de que en la vida psíquica la conservación de lo pretérito es la regla, más bien que una curiosa excepción"12. 

12. Sigmund Freud, "El malestar en la cultura" (1930 [1929]), en Obras completas, vol. xxi (Buenos Aires: Amorrortu, 1976), 72. Las cursivas son mías. 

— ¿Estamos entonces amarrados al pasado? ¿Cómo es posible la creación de lo nuevo? — Freud repetía que "amor es nostalgia", pero se abstenía de citar a Goethe para refutarlo del modo que hubiera sido coherente con su pensamiento en cuanto el poeta romántico escribió en la segunda parte de Fausto: Alles vergänglicheistnureinGleichnis ('Todo lo transitorio es solo una alegoría'). Freud prefería tomar de los versos de su venerado poeta la imagen del aguijón mefistofélico que empuja a la negación y adoptaba como ideal para sí mismo el impulso diabólico a marchar sin pausas hacia delante, a crear lo nuevo sin preocuparse por su evanescencia. Pues, si se admitiese con Goethe que todo lo transitorio es mera semejanza, alegoría, ¿habría algo que no fuese "apariencia", semblante, habría algo que no fuese transitorio, algo perdurable? El obstáculo para el entendimiento no es la necesaria transitoriedad de cuanto hay, sometido todo a la usura del tiempo. El problema es el idealismo implícito en la noción de eternidad. ¿No es acaso tal "eternidad" una idea platónica y cristiana que desvaloriza a lo real, carnal, en nombre de lo Ideal, lo absoluto e imperecedero? Pasajera es toda presencia… y también toda ausencia pues nada perdurará. Pero el inconsciente, como el "alma" de la metafísica, no quiere saber nada de la muerte y se aferra a la eternidad. La ilusión del retorno (¿"eterno", como en Nietzsche?) funda la estabilidad del psiquismo. El hombre, en tanto que habla, constata a cada paso la fugacidad de la vida, de las palabras, de las promesas. El inconsciente querría negarla, no saber nada de la muerte propia, aferrarse a esa desmentida con el clásico "Ya lo sé, pero aun así" y afirmar la sobrevivencia de la mortal sustancia de la que estamos hechos. La nostalgia es la negativa a olvidar, a aceptar la transitoriedad de nuestras representaciones y nuestros amores, la ausencia temporal (pero al fin definitiva) del otro y de nosotros mismos. "Nos volveremos a ver en el cielo" es la frase de quien se niega a la despedida, de quien sabe que también él se quedará en la tierra y que no hay ultramundos. Nostalgia es lo que experimenta el nietito de Freud cuando juega con el carrete: la madre ausente es re-presentada por medio de un sencillo dispositivo que permite regular la distancia, hacerla desaparecer (fort, ooo) y reencontrarla (da, a) por medio de la producción de un conveniente sustituto: el carrete, un movimiento muscular: el de arrojar y recoger, y una jaculatoria verbal alternante: ooo—a. Es obvio el parentesco entre ese modelo del juego, la invención y la creación artística. El nietito en cuestión que jugaba con el carrete no era…, no era… pero bien pudiera haber sido el otro nieto, el genial pintor Lucien Freud, nacido en 1922, un año después de la redacción del Más allá del principio del placer donde se relata el juego infantil del niño abandonado por la madre. Es la obra de Freud (tanto en Sigmund como en Lucien) la que permite salir del lamento nostálgico. "— ¿Perdido el objeto? —¡No! No perdido: helo aquí, resucitado e injertado sobre un lienzo". El cuadro, las espesas manchas de pintura al óleo, han sido elevadas, por obra y gracia del deseo inconsciente, a la dignidad de la Cosa. La obra de arte no es eterna pero desbarata y trastoca la monótona marcha del "instantero del cuadrante" referida por el poeta mexicano Xavier Villaurrutia y evocada por Octavio Paz. 

— ¿Es esa memoria nostálgica una creación individual o es una forma social de la existencia? ¿Es memoria del uno o memoria del Otro? ¿Cuál es su función?

— Los muertos vuelven a la vida cuando una comunidad, nacional o familiar, se reúne para evocar su presencia, sus palabras, sus anécdotas. Los vivos extraen de ellos una equívoca sustancia que llaman su "identidad". La nostalgia y el lamento por los que ya murieron cumple con la esencial función de reunir a los individuos en grupos y construir agregados, enlazando a los integrantes de la grey: "Somos un conjunto porque todos hemos perdido un mismo objeto —o porque han matado a tantos de nuestro grupo, o porque nos han quitado nuestra tierra o porque nos impiden regresar a ella— y nos reunimos para recordarlo". Quien ocupa el lugar del primer emblema es el padre primitivo transformado en tótem, evocado en los rituales de la fiesta en la que se lo vuelve a matar y a devorar (comunión). La nostalgia no es superflua, todo lo contrario. Es la bisagra que "religa" la memoria individual y la colectiva. De ahí el íntimo parentesco entre nostalgia y religión. Y también de allí proviene la fascinación siniestra que ejercen las historias de aparecidos (revenants). La aceptación de la transitoriedad universal es, para los dos portaestandartes del olvido, Nietzsche y Freud, una constante llamada a la invención de lo nuevo. Materialistas rigurosos, ninguno de los dos rechaza a lo transitorio pensando que podría haber algo que no lo fuese. 

— De modo que Freud era reacio a aceptar a la nostalgia como bastión de la vida psíquica y como raíz de la subjetividad. ¿Sin embargo, no era él quien planteaba como meta de su aparato anímico la del reencuentro con el objeto perdido y la consiguiente "experiencia de satisfacción"?

— Para responder a esta pregunta creo conveniente que nos refiramos al texto freudiano más explícito sobre la nostalgia, "La transitoriedad" (Vergänglichkeit)13, el breve relato lírico en el que Freud embellece el paisaje y hasta las palabras que intercambió con dos amigos notables en 1913. Por lo que hoy sabemos, la conversación que él transcribe tuvo lugar, no en la apacible campiña estival descripta en el artículo de 1915, sino después de una rica cena en un hotel de Múnich con sus amigos tras una jornada agotadora en un congreso psicoanalítico. El "amigo taciturno" era Lou Andreas Salomé y "el joven pero ya célebre poeta" era Rainer Maria Rilke. Freud quería inducirlos a vivir con alegría en el tiempo que nos es dado, aprovechar la luz del día, gozar de lo transitorio y efímero y transformar nuestra conciencia de la muerte en incitación para disfrutar de la belleza fugaz de todo cuanto habrá de morir. Sostenía que se debía aceptar incluso la restricción forzada del goce como el máximo valor, sin preocuparnos por la muerte que sabemos que nos espera y que es —según diría después— la meta última de las pulsiones, el retorno a lo inanimado. No debemos dejarnos arredrar —les decía— por lo inexorable de la muerte que nos lleva, queriéndolo o no, fatalmente, a ese reencuentro con lo perdido, a la calma absoluta, a la inercia de lo inanimado. "— ¿Qué valor tiene lo que pasa antes de esa muerte si la muerte anulará todas las conquistas del arte y el trabajo?". Freud parecía responderles aun cuando no fuesen esas sus palabras: "— El valor es la invención de la vida de cada uno y de las sociedades históricas en que vivimos. Puesto que la muerte es una certidumbre el auténtico problema es el del 'antes' de la muerte y no el del 'después'; el de aquí y no el de más allá. Ustedes pueden lamentarse de que no haya nada después de la vida. Para mí, esa ausencia es un incentivo para gozar de ella ahora". 

13. Sigmund Freud, "La transitoriedad" (1916 [1915]), en Obras completas, vol. xiv (Buenos Aires: Amorrortu, 1976), 309-312. 

El bloqueo en la actividad literaria era el problema que aquejaba a Rilke en esos tiempos del encuentro con Freud. Para resolver esa inhibición que lo atormentaba y trababa su expresión lírica, Lou Andreas proponía al poeta amigo que se analizase. Rilke dudó en dar o no ese pasaje por el diván de Freud pero acabó rechazando la insistente invitación por temor a perder, justamente, esa creatividad por la que se desvivía. Los años siguientes de su vida transcurrieron en medio de sufrimientos y dudas inenarrables, tal como poco después les sucedería, y con el mismo resultado, a James Joyce y a Virginia Woolf. Los tres grandes escritores, faros de la literatura del siglo xx, rechazaron el psicoanálisis que se les ofrecía. Nadie puede decir qué hubiera sucedido con sus obras si hubiesen aceptado esa posibilidad; sus vidas, queremos suponer, hubiesen podido escapar al prematuro final que a los tres les aguardaba. En todo caso y afortunadamente para nosotros (aunque todo indica que no para él), Rilke pudo superar su bloqueo de escritor y en los años 20, poco antes de morir, alcanzó a terminar y publicar los Sonetos a Orfeo y las Elegías de Duino, argumentos contundentes de la capacidad creadora del artista, de un artista que es ejemplo y espejo de nuestra especie. Los poemas que compuso son, por cierto, lo más próximo a lo perdurable, a lo inmortal, en la limitada perspectiva de lo humano; él los dio a luz en la misma época en que la historia se preparaba para engendrar a los monstruos más tenebrosos de los que hay memoria. El Rilke apesadumbrado que discutía con Freud era víctima de una nostalgia anticipada, de una melancolía anterior a la pérdida; sufría como un hipocondríaco que anticipa el duelo por su propia muerte. Freud, mostrando "transitoriamente" un voluntarismo contrario a sus más íntimas convicciones, pulsionaba hacia delante. Ante sus dos escépticos amigos ponía en escena una suerte de denegación maníaca del duelo que nadie mejor que él sabía que yace agazapado en el inevitable futuro14. Freud no era sincero ni en el momento de la fabricada conversación ni en el momento de escribir su artículo; se esforzaba por engañarse a sí mismo a través de sus interlocutores. El saber de la precariedad de cuanto existe nos lleva a rechazar la ilusión religiosa de la eternidad pero no a un optimismo consolador. La muerte es la muerte. Nuestro ser le está consagrado: sein zum Tode. Rilke, agobiado por la depresión, torturado por un eventual agotamiento de sus capacidades, pudo más tarde sobreponerse por medio de su arte que le permitía explorar las cavernas y los abismos del alma sin caer en ellos. Freud, con su optimismo de ocasión, se anticipaba y se defendía sin saberlo —¿qué otra cosa es el inconsciente?)— de las enormes decepciones que, pocos años después, tendría que aceptar y hacer de ellas los acicates que lo llevaron a proponer sus más atrevidas tesis sobre la vida de los hombres, la pulsión de muerte y el sórdido, implacable, malestar en la cultura. 

14. Ibíd., 311: "Sabemos que la aflicción, por más dolorosa que sea, se consume espontáneamente. Una vez que haya renunciado a todo lo perdido, se habrá agotado por sí misma y nuestra libido quedará nuevamente en libertad de sustituir los objetos perdidos por otros nuevos, posiblemente tanto o más valiosos que aquellos, siempre que seamos lo suficientemente jóvenes y que conservemos nuestra vitalidad". Nótese la ambigüedad autocontradictoria de este optimismo exhibido: "siempre que…" siempre que… no suceda lo que fatalmente tiene que suceder. 

— ¿Hay que elegir entre nostalgia y deseo?

— Freud ejemplifica, tal vez tan bien como ningún o cualquier otro, el doble imperativo que fuerza a los humanos a una difícil elección y que da lugar a distintas formas de compromiso entre fuerzas antagónicas. Doble imperativo: por un lado, es menester renunciar a los anhelos de un mundo armonioso regulado por la autoridad de un padre comprensivo y bondadoso que haría vigentes a los valores de la justicia y el amor (como el de la Oda a la alegría de Schiller-Beethoven) y, por otro, también a la nostalgia (Heimweh) por el claustro materno, por la Cosa (das Ding), por el goce del ser anterior a la entrada en el lenguaje. Después de esa doble renuncia, algo nuevo debe venir en el lugar de esa quietud negada al humano, de esa condena al desasosiego y el desamparo. El sustituto es el anhelo (Sehnsucht) de transformar el mundo y hacer aparecer en el futuro, por medio de la acción, el objeto derivado de los objetos primarios a los que se debió renunciar. Freud lo planteó desde el principio de su reflexión teórica sobre el psiquismo en la última década del siglo xix: el aparato del alma está doblemente orientado: a) hacia el pasado, lo que da origen a una realización alucinatoria del deseo, la identidad de percepción, por fuerza decepcionante puesto que la alucinación mantiene el estado de necesidad en vez de satisfacer el deseo y no resulta adecuada para los fines de la vida y b) hacia el futuro, ensayando transformaciones con un gasto menor de energía, imaginando en una realidad por venir el cumplimiento del deseo, procurando una identidad de pensamiento, para llegar a una realización concreta que nunca será plena y que dejará de todos modos al sujeto con un cierto saldo de insatisfacción. La Cosa seguirá siendo inalcanzable. Doble principio: principio del placer (Lust, 'goce') y principio de la realidad. Doble exigencia y doble posibilidad de fuga: hacia el pasado, al mítico goce del ser anterior al intercambio de la palabra, hacia la muerte que es matriz de la vida, la nostalgia (Heimweh) o hacia delante (Sehnsucht), buscando la transformación del mundo real mediante la sublimación de los fines pulsionales, pretendiendo construir en la tierra ese paraíso que no se puede recuperar. Cuando una de las dos tendencias no se mezcla con la otra y cuando no se establece un compromiso entre ambas tenemos, de un lado, la melancolía, el refugio mortífero en un pasado que no pasa, forma extrema de la nostalgia, del otro, la manía, el rechazo de la realidad por parte de un yo que no sabe de límites y que se confunde con su propio ideal en una locura de omnipotencia, de fuga hacia un futuro utópico y ucrónico que nunca podría materializarse. Entre el fantasma de que "todo está perdido" y el fantasma de que "todo puede lograrse". La solución freudiana, por supuesto, es la aceptación de las pérdidas, la condescendencia al necesario trabajo del duelo que abre la posibilidad de recrear el objeto perdido identificándose con él, elaborando las memorias, apoderándose de su sangre y de su amor y llevándolo hacia delante por los caminos marcados de la pulsión y grabados en las zonas erógenas. Asumir la muerte para explotar la vida hasta el máximo de sus posibilidades. Pasando por Viena, por la aceptación del exilio y la muerte en Londres, hacia Moravia y sus bosques. Por la fuerza del Sehnsucht hacia la realización fantasmática de los paraísos perdidos donde subsisten, obstinados, inolvidables, los lugares del origen: Heimweh.

De estos antecedentes freudianos procede nuestra pertinacia y pertinencia al oponer las dos modalidades de la memoria: "el traumatismo y la nostalgia". Y la exigencia planteada al humano de ir más allá de ambas. 

— ¿Estaba solo Freud en esa concepción del conflicto entre nostalgia y deseo? — En su búsqueda de compañeros para las aventuras orientadas hacia la nostalgia, Freud encontró (o fue encontrado por) el cómplice ideal: Sándor Ferenczi (1873-1933). Se sabe de la compleja relación que los unió, y al final los opuso, y todo lector puede captar la marcada ambivalencia de Freud hacia su amigo y discípulo en la nota necrológica que le dedicó en 193315 así como en su comentario al "caso Ferenczi", no mencionado como tal, en "Análisis terminable e interminable"16. En la susodicha nota de 1933 Freud dedica una mención especial a un pequeño libro, "la aplicación más audaz del psicoanálisis que nunca se ha intentado", que es Thalassa, una teoría de la genitalidad17, la "obra más brillante y fecunda en ideas" del psicoanalista de Budapest, un opúsculo del que, según Freud, uno solo puede separarse con «este juicio: "es demasiado para una sola vez, lo releeré pasado un tiempo"», cosa que le pasó a él y que nos sucede a todos cuando nos encontramos con esa amalgama de teoría científica, mito, fantasía cosmogónica, cuento de hadas, sueño y delirio que dio a luz Ferenczi en 1924… una obra que se injerta claramente en la línea conjetural de aquel capítulo de la Metapsicología no publicado por Freud en su vida, del cual él mismo se había olvidado, que es el Panorama de las neurosis de transferencia (1984 [1915]) aparecido en inglés con el título, para nada freudiano, de Una fantasía filogenética18. 

15. Sigmund Freud, "Sándor Ferenczi" (1933), en Obras completas, vol. xxii (Buenos Aires: Amorrortu, 1976), 226-228.

16. Sigmund Freud, "Análisis terminable e interminable" (1937), en Obras completas, vol. xxiii (Buenos Aires: Amorrortu, 1976), 224.

17. Sándor Ferenczi, Thalassa: Una teoría de la genitalidad (1924), (Buenos Aires: Letra Viva, 1983).

18. Sigmund Freud, A Phylogenetic Phantasy: Overview of the Transference Neurosis (1915), ed. Ilse Grubrich Simitis [1985], (Massachusetts / London: Harvard University Press, 1987). 

— Una obra desconocida de Freud y un libro casi olvidado de Ferenczi. ¡Qué extrañas referencias! ¿Qué pasó, dónde había quedado este esfumado trabajo de Sigmund Freud?

— Entre los manuscritos que se encontraron en la casa de Budapest después de la muerte de Ferenczi. Es necesario leer ciertos fragmentos de Thalassa y de Una fantasía filogenética de Freud y dejarse sorprender por su parentesco y por la extravagancia de las ideas que campean en ambos textos. A partir de los frecuentes sueños que escucha el psicoanalista y en los que aparece el agua como parte importante del contenido manifiesto, se extrae la interpretación simbólica de que es lícito remitirlos al deseo universal de "retorno al claustro materno". Mas Ferenczi (que atrajo a Freud hacia este modo de pensamiento) no se queda ahí en su afán especulativo. Los sueños acuáticos llevan a la vida uterina pero esta a su vez es la expresión de un anhelo de retorno de la humanidad a la vida en sus fases anteriores: en los mares (peces), en los charcos (anfibios), arrastrándose y volando (reptiles y aves), hasta llegar a los mamíferos que pasan los primeros estadios de su vida en ambientes líquidos que los albergan en la vida fetal y que dan pie a una inacabable nostalgia por ese pasado prehistórico, prelapsario, mitificado por la Caída de nuestros padres que fueron expulsados del contacto con lo Absoluto de un Padre sin tacha. El mito de la expulsión de alguna clase de paraíso es el fundamento de un irremediable sentimiento de pérdida que es el mal de la especie. Si la pulsión entraña una coerción poderosa para retornar a estados anteriores del ser que, en última instancia, llevan hasta lo inanimado, sería lógico esperar que esa aspiración retrógrada no encuentre límites ni en el terreno de la psicología ni en el de la biología y que el sabio en su laboratorio, el músico en la orquesta o el estadista en su despacho, por no decir el agricultor en su parcela, sean atraídos por el retorno a la situación inmemorial del huevo del pez esperando ser fecundado en el agua, del paramecio en su estero o de las algas entre las olas del mar. La palabra "nostalgia" no aparece en el texto de Ferenczi que tanta admiración (y desconcierto) produjo en Freud, pero el psicoanalista de Budapest sí se refiere, y en todas las páginas, a la regresión a un estado anterior a esa catástrofe geológica que obligó a la vida a abandonar el espacio de las aguas marítimas (Thalassa, 'mar', en griego) para vivir en las condiciones mucho más inestables de la atmósfera y de la tierra. Las aguas en la vida onírica simbolizan a la madre y al nacimiento pero la madre, por su parte, representa simbólicamente al océano, su arquetipo, el caldo amniótico del que procede la vida orgánica. 

La conclusión que extrae Ferenczi de sus ensueños filogenéticos —donde el clínico lector de hoy en día encuentra todos los rasgos de un sistema de pensamiento en el que convergen la ciencia y la paranoia— es que este retorno a la madre, al origen, es el anhelo recóndito de toda la sustancia viviente (aunque no se detiene a considerar a los insectos o a los vegetales). La teoría de la genitalidad que da título a su ensayo (Versuch einer Genitaltheorie) consiste en postular que la meta del coito es la realización de un deseo nostálgico de regreso al cuerpo de la madre y que el hombre se hace sustituir por el órgano fálico como doble en miniatura que permite que la persona del fornicador sea representada parcialmente en el acto de la penetración (una sinécdoque, forma de la metonimia: la parte por el todo). Ferenczi sostiene que el hombre se identifica triplemente: con la mujer a la que toma por esa madre a la que estuvo unido durante meses antes de nacer, con el pene que entra en ella y con el semen que es el resto real que deja en el medio acuático para que de él surja un organismo que podrá pasar unos cuantos meses en el pantano placentario.

Es bastante llamativo leer en distintos textos de Freud claras alusiones a esta nostalgia por el pasado fetal y el filogenético, concretamente en su artículo sobre "Lo ominoso" (Das unhheimliche) (1919)19, en el caso del "hombre de los lobos"20 (publicado también en 1919), en "El malestar en la cultura" (1930 [1929])21 cuando discute con Romain Rolland y formula su crítica firme pero diplomática a la función que el novelista francés concedía a un supuesto "sentimiento oceánico" que el fundador del psicoanálisis sostuvo que jamás había experimentado, etc. De todos modos Freud no se deja seducir por la fantasía de Ferenczi hasta el punto de arrastrar al psicoanálisis hacia esta "biología analítica" propuesta por su discípulo húngaro. Él se queda cautamente recluido, anclado, en los estrictos límites de lo que puede explicar por medio de su trato como psicoanalista con seres humanos que le hablan desde el diván, en un medio que no es marítimo sino transferencial. 

En "Lo ominoso" (1919) Freud recuerda que con frecuencia los hombres neuróticos declaran que los genitales femeninos son para ellos un tanto siniestros. En su interpretación, esa "cosa" lúgubre es la puerta de entrada a una antigua residencia de la criatura humana en la que todos estuvimos alojados alguna vez, nuestra primera morada, y que cuando alguien sueña que está en un lugar del que llega a pensar22, en el sueño mismo, "esto ya lo conozco; yo ya estuve aquí", el analista está autorizado para reemplazar ese lugar por los genitales o por el vientre de la madre, de modo que lo unheimlich es lo que antes fue heimisch, hogareño, familiar. Los genitales de la madre, los femeninos por extensión, son el prototipo de lo que debe permanecer oculto, escondido detrás de velos, re-presentado simbólicamente pero no pre-sentado en forma abierta. Según la costumbre retórica de su estilo, Freud encontraba que los argumentos que podían oponerse a su tesis solo venían a confirmarla pues el inconsciente no conoce la contradicción. Así, si la corona de lo ominoso le fuese concedida a la idea de ser enterrados vivos en estado de catalepsia, él dirá que ese macabro fantasma no es más que una variante de otra fantasía que en su origen nada tuvo de espantoso sino que era plenamente deleitable: la fantasía de vivir en el útero materno. La nostalgia por la vida prenatal puede dar origen a los ensueños más espantosos y estos representar para el sujeto la realización del deseo más fervorosamente anhelado: la fusión y la pérdida de la distancia con la madre. El fin del exilio y el retorno a casa. 

19. Freud, "Lo ominoso".

20. Sigmund Freud, "De la historia de una neurosis infantil" (1918 [1914]), en Obras completas, vol. xvii (Buenos Aires: Amorrortu, 1976).

21. Freud, "El malestar en la cultura".

22. El "origen del mundo", según el célebre título del no menos célebre cuadro pintado por G. Courbet. 

Hemos confirmado que en Freud, a lo largo de su vida entera, hubo una oscilación permanente entre avanzar hacia lo desconocido y regresar a lo amado y gozado en el pasado. Entre la nostalgia y el realismo. Entre el sentimiento de que nuestros mayores tesoros yacen en la memoria que conserva nuestra historia y el escepticismo respecto de que tales tesoros hayan tenido una existencia auténtica. Como nostálgico quería creer en la verdad de sus evocaciones pero descubrió que los bellos recuerdos eran encubridores, meras pantallas. ¿Qué fue lo que en verdad nos pasó? Es lo que no llegaremos a saber; nunca podremos distinguir entre la verdad y la ficción, razón por la cual lo mejor que nos queda es buscar a la verdad en la ficción, comprender la elaboración fantasmática a la que son sometidas las huellas del acontecimiento irrecuperable. La memoria, por las rutas de la imaginación, hace a la realidad. Del pasado no hay sino reconstrucciones interesadas, invenciones, fantasías urdidas por el deseo. La memoria obedece a las aspiraciones y fantasmas de quien construye el relato, el cuento, el sueño, a la vez mentiroso y verdadero. Los recuerdos no son ventanas que nos permiten ver el pasado sino espejos curvos que reflejan, con las consiguientes deformaciones, nuestros propios anhelos y fabricaciones. Esos relatos y sueños solo alcanzan su verdad en la medida en que se dirigen al otro de la transferencia, al psicoanalista o al lector, a alguien capaz de escucharlos y de interpretarlos. Freud creía en el maravilloso pasado pergeñado por la nostalgia y era a la vez un escéptico intransigente que desacreditaba a los escenarios traumáticos o consoladores tramados por la memoria. "La verdad tiene estructura de ficción". Habita en el tiempo subjuntivo. ¿Diremos que cada uno tiene la memoria que se merece, la que se ha buscado? 

— ¿Así, por fin, para el psicoanalista, qué es la nostalgia?

— Una tendencia constante que opera en el psiquismo para regresar a un "estado anterior", una respuesta falsamente esperanzadora frente a las dificultades y el consabido final fatal que esperan a la vida. Una denegación de la clausura del camino que lleva hacia el pasado. Una intentona por encontrar la vida de antes cuando antes de la vida solo estaba la muerte y por eso se sufre la "nostalgia de la muerte" (Villaurrutia), ese único patrimonio que no le pueden quitar al ser humano.

— ¿Y ese "estado anterior", por qué entre comillas?

— Ya lo dije: porque es una construcción mitológica de algo que nunca se tuvo, de algo que nunca fue, de un pasado al que, para recuperarlo, habría que negar la irreversibilidad del tiempo y de la historia. La esencia de la nostalgia es la construcción artificial de paraísos futuros que devolverían a otros paraísos primitivos de los que se fue expulsado: jardín del Edén o comunismo primitivo, claustro materno o Dios Padre y Absoluto, Arcadia et in Arcadia ego; todos esos nombres que a lo largo de la historia se han propuesto como "objetos de la nostalgia" y que se presentan como una memoria de lo real, ese real imposible de representar y de nombrar, fuera de lo imaginario y de lo simbólico. Para decirlo con una sola palabra, la que usaron Freud y Lacan: das Ding, la Cosa, esencia misma de lo prohibido y de la prohibición.

— ¿Cómo recuperarse de la pérdida y cómo hacer posible lo imposible?

— Un camino sería "elevar el objeto a la dignidad de la Cosa", según la definición propuesta por Lacan para la sublimación, ese destino de la pulsión que —decía Freud— permitía soslayar la represión. La sublimación, vista así, es un noble producto de la nostalgia, la gestación de algo nuevo, una invención (de invenire) que, de todos modos, nunca podrá sustituir a lo que nunca hubo. El trabajo de sublimación persigue una meta inconsciente: colonizar el utópico país de la nostalgia. 

23. Mircea Eliade, The Quest: History and Meaning in Religion (Chicago: The University of Chicago, 1969). Versión francesa: La nostalgie des origines, Folio 164 (Paris: Gallimard, 1971).

24. George Steiner, Nostalgie de l'absolu (Paris: 10/18, 2008).

25. Max Horkheimer, Anhelo de justicia: Teoría crítica y religión (1957), trad. J. J. Sánchez (Madrid: Trotta, 2000), 165. 

— Tras acercarnos al punto final de nuestro diálogo y caer en la sublimación, debo insistir: ¿qué es, en definitiva, la nostalgia?

— Una tentativa para contrarrestar la fatalidad del pasaje irreversible del tiempo invocando en vano la presencia eterna de un Absoluto que desandaría la marcha del reloj y permitiría la vuelta al pasado, al "verde paraíso de nuestros amores infantiles". En filosofía, es el platonismo, que necesita inventar el topos uranos para asentar el ser en un suelo estable y apartarse de la relatividad del conocimiento y de la definitividad de la muerte. Por eso Nietzsche pudo decir que el cristianismo, que induce la creencia en la vida ultraterrena y en la unificación con el Padre, es poco más que un "platonismo para los pobres". La idea de nostalgia tiene, como vimos, una clara afinidad con el inconsciente de Freud que ignora el pasar del tiempo y la muerte, no conoce la contradicción ni la sucesión; es intemporal. Es en ese sentido que "Dios es inconsciente" (Lacan). El ser, angustiado por los progresos de la ciencia, tiene "nostalgia de los orígenes" (Mircea Eliade)23, del Absoluto" (George Steiner)24, "de lo totalmente Otro" (Max Horkheimer)25, del más allá, de lo infinito e ilimitado. La nostalgia se presenta para estos filósofos, alejados del cristianismo, como un remedio, como la negación de este mundo real de la injusticia donde el verdugo puede tener la última palabra y donde, desde un punto de vista científico, "objetivo", no se puede decir que el odio sea peor que el amor. La nostalgia es una formación reactiva contra la condena del exilio, ese exilio de todos los seres humanos forzados a vivir fuera de la Cosa y a servir bajo las órdenes del Otro, representado, cuando menos, por las leyes del lenguaje. Por eso el algos (el dolor) que está integrado a la etimología de la palabra dice la verdad de la condición humana. La teología es el conjunto milenario de teorías que proponen la desmentida (Verleugnung) de la renuncia a la Cosa, de la pérdida inicial y definitiva que es el fundamento de la condición humana. El ser —imposible negarlo— es efímero, pasajero, ignorante de su destino; está inexorablemente enganchado en el tiempo y en una perspectiva histórica del tiempo. El psicoanalista reconoce la fuerza afectiva de la nostalgia pero no se compadece de las ilusiones. Sabe que solo el amor, descarnado, sin objeto, puede hacer que el deseo condescienda al goce. q. e. d. 

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BRAUNSTEIN, N. Diálogo sobre la nostalgia en psicoanálisis. Desde el Jardín de Freud, [S. l.], n. 11, p. 51–66, 2011. Disponível em: https://revistas.unal.edu.co/index.php/jardin/article/view/27216. Acesso em: 19 abr. 2024.

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