Publicado

2011-01-01

Un duelo ¿terminable o interminable?

A duel, terminable or endless?

Un duel: terminable ou interminable?

Palabras clave:

deseo, dos castraciones, padre imaginario, padre real (es)
esire, two castrations, imaginary father, real father (en)
désir, deux castrations, père imaginaire, père réel (fr)

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Autores/as

  • Osvaldo M. Couso Escuela Freudiana de Buenos Aires, Buenos Aires, Argentina
Aunque no se trata de una pérdida “real”, se postula que la pérdida del padre del Complejo de Edipo puede considerarse tributaria de un proceso de duelo, tanto porque cambia la relación misma con el padre como porque implica un relanzamiento del deseo. Asimismo, la función del padre real se plantea decisiva para tal duelo por el padre imaginario y se ilustra a partir de un texto literario. Por las características de dicho duelo, se interroga si la elaboración que este puede tener alcanza un punto final (relacionable con el fin del análisis) o si, por el contrario, es interminable.

The article suggests that although it is not a “real” loss, the loss of the father in the Oedipus complex can be considered subject to the process of mourning, because it changes the relationship with the father and implies a renewal of desire. With an illustrative literary text, the paper also shows that the function of the real father is decisive in the mourning of the imaginary father. Finally, by the characteristics of that mourning, it also poses the question of whether that process of mourning reaches an end (that can be related to the end of analysis), or whether, on the contrary, it is interminable.

Quoiqu’il ne s’agisse pas d’une perte réelle, il est dit que la perte du père au complexe d’OEdipe peut être envisagée comme subordonnée à un processus de deuil, parce que le rapport même au père change et cela implique un regain du désir. On pose aussi qu’un tel deuil du père imaginaire exige la fonction déterminante du père réel, illustrée ici à partir d’un texte littéraire. Vues les particularités dudit deuil, est-ce que son processus peut bien arriver à une fin (qui serait en rapport avec la fin de l’analyse) ou bien serait-il infini?

Un duelo ¿terminable o interminable?

Osvaldo M.Couso*.e-mail: omcouso@yahoo.com.ar Université de Nice, Francia 


Un duelo terminable o interminable?

Resumen

Aunque no se trata de una pérdida “real”, se postula que la pérdida del padre del Complejo de Edipo puede considerarse tributaria de un proceso de duelo, tanto porque cambia la relación misma con el padre como porque implica un relanzamiento del deseo. Asimismo, la función del padre real se plantea decisiva para tal duelo por el padre imaginario y se ilustra a partir de un texto literario. Por las características de dicho duelo, se interroga si la elaboración que este puede tener alcanza un punto final (relacionable con el fin del análisis) o si, por el contrario, es interminable.

Palabras clave: deseo, dos castraciones, padre imaginario, padre real


Un deuil, fini ou infini?

Résumé

Quoiqu’il ne s’agisse pas d’une perte réelle, il est dit que la perte du père au complexe d’OEdipe peut être envisagée comme subordonnée à un processus de deuil, parce que le rapport même au père change et cela implique un regain du désir. On pose aussi qu’un tel deuil du père imaginaire exige la fonction déterminante du père réel, illustrée ici à partir d’un texte littéraire. Vues les particularités dudit deuil, est-ce que son processus peut bien arriver à une fin (qui serait en rapport avec la fin de l’analyse) ou bien serait-il infini ?

Mots-clés: désir, deux castrations, père imaginaire, père réel. 


A mourning, terminable or interminable?

Abstract

The article suggests that although it is not a “real” loss, the loss of the father in the Oedipus complex can be considered subject to the process of mourning, because it changes the relationship with the father and implies a renewal of desire. With an illustrative literary text, the paper also shows that the function of the real father is decisive in the mourning of the imaginary father. Finally, by the characteristics of that mourning, it also poses the question of whether that process of mourning reaches an end (that can be related to the end of analysis), or whether, on the contrary, it is interminable.

Keywords: desire, two castrations, imaginary father, real father.


“[...] cuando uno es débil, lo que más fuerza da es despojar a los hombres que nos son temibles del prestigio que uno persiste en querer atribuirles. Es necesario aprender a considerarlos tales como son [...]. Esto lo despeja a uno, lo libera y lo defiende en una forma increíble. Esto le da a uno, otro uno mismo. Y uno se vuelve dos”.

Louis Ferdinand Celine

Un hecho se reitera incesantemente en la clínica: las quejas de los analizantes con respecto a su padre. Desde el comienzo mismo del psicoanálisis, las primeras histéricas de Freud decían haber sido seducidas por un padre abusador. Abuso al que Dora agregará las ideas de un padre impotente y estafador, que la entregaba en intercambio para encontrarse con su amante. Repitiéndose infinitamente desde entonces, las quejas ubican al padre como el responsable o culpable de todos los males que padece el sujeto. Por una curiosa amalgama, el padre puede ser criticado tanto por excesivamente poderoso como por inoperante: se lo puede considerar impotente, débil, incomprensivo, frustrante, cruel, tirano, incapaz de otorgar reconocimiento, perverso, pervertidor, abusador, narcisista que solo se interesa en él mismo, que abandona a sus hijos en manos de la madre o del destino… en suma: por carente, indigno, ausente o dueño de un enorme poder, el padre adquiere la forma, en el discurso de los analizantes, de una figura inigualable e inolvidable, caracterizada por Freud como el “padre inmensamente poderoso de la infancia”1. 

Tres padres 

El padre es el anudamiento de tres padres (real, simbólico e imaginario), que mediatizan la relación del viviente con el lenguaje. 

La extrema sujeción al símbolo bordea en el viviente la posición de quedar ubicado como objeto del capricho de un Otro absolutizado. La madre puede parecer el ilimitado tonel de las Danaides2. Solo la vigencia del amor le permite no reducir el niño al falo, respetándolo como “persona total”3: solo así puede renunciar a concebirlo exclusivamente como objeto de goce. Sin embargo, la sexualidad de la madre seguirá reclamando ese goce del que se considera despojada. Aunque (en el mejor de los casos) la eficacia de la metáfora paterna “en” la madre ha creado en esta una carencia radical... hay un tiempo lógico en que el empuje a que le sea restituido lo (supuestamente) perdido no cesa: la demanda es de falo y exige colmar la carencia materna. El sujeto podría quedar, entonces, reducido a ser lo que se es para el Otro. 

1. Sigmund Freud, “Correspondencia con Fliess”, en Obras completas, tomo ix (Madrid: Biblioteca Nueva, 1972), 3615.

2. Jacques Lacan, El seminario. Libro 17. El reverso del Psicoanálisis (Buenos Aires: Paidós, 1992), 76. 

En un plano, dicha demanda es una palabra que no funciona como tal ya que, resistente a la metaforización, se pretende real, como si una palabra pudiera decir lo que dice, negando así que el Uno es el redondel que “no encierra más que un agujero”4. En otro plano, hay no obstante en la demanda una apertura a ser “tomada” por la equivocidad significante. Es una torsión que, sosteniéndose del intervalo significante, abre un clivaje entre lo que se dice y lo que se quiere, actualiza la falta en la madre, abre en definitiva al mundo simbólico, al semblante y a la relatividad de todo decir. Solo así, un sujeto puede soportar un pedido o una pregunta sin pretender dar (ni a uno ni a otra) una respuesta definitiva: solo así quedará apartado de tener que responder (y unívocamente) a lo que se le pide. 

En suma, la función paterna opera instituyendo el (antes mencionado) agujero del Uno. Desde entonces cualquier dicho o pedido podrá ser metaforizado, podrá no-ser tomado en su literalidad. Aunque tal hecho es de decisiva importancia también es, en parte, insuficiente. Resta aún que el deseo de la madre (que el viviente ha aprendido a no tener, obligatoriamente, que colmar) sufra una doble transformación: el vacío es leído primero como enigma y posteriormente ese enigma pasa a ser causa. 

Tal transformación es operada por el padre real, hombre de carne y hueso que hace causa y objeto de goce de esa (una) mujer portadora del enigma del deseo, tomando así a su cargo la cuestión (por lo dicho: siempre problemática) de la satisfacción de la madre, excluyendo al niño de tal obligación. Sin pretender un saber de dominio sobre el goce, él hará lo que pueda con esa una mujer que ha posibilitado. Así, por la puesta en juego de los cuerpos reales, se alcanzará un hecho decisivo: la negativización del falo. A partir de entonces se podrá revestir fálicamente ese abismo (hasta entonces tributario de horrorosas fantasmagorías de mutilaciones), amalgamando en el cuerpo de una mujer lo temido y lo deseado. 

3. Sigmund Freud, “Los instintos y sus destinos”, en Obras completas, tomo vi (Madrid: Biblioteca Nueva, 1972), 2050.

4. Jacques Lacan, El seminario. Libro 20. Aún (Barcelona: Paidós, 1981), 153. 

La demanda materna connota un determinado modo de funcionamiento del lenguaje, que aparece realizado. Es por ello que, en cierto tiempo de la enseñanza de Lacan, predominó la idea de considerar la función paterna como una solución o una defensa salvadora, sostenida por el equívoco, la dimensión fálica y el mundo del semblante, donde las cosas no son lo que parecen… ni parecen lo que son. Donde a las ideas de “ser” y de “tener” se les agrega la de “parecer” (ser o tener). Si bien ese aspecto es a destacar, se verá también que tal salvación presenta un costado oscuro. 

El padre se interpone entre el sujeto y el Otro-materno. A ese estar en el medio del padre, Lacan lo llama estar en el “mi-Dios”5. El padre real es el agente de la castración, pero es tal la discordancia entre la trascendencia de esa función y la persona que la lleva a cabo, que su figura será enaltecida, idealizada, elevada a una potencia de la que en verdad carece. 

En definitiva, se interpone un Dios entre el sujeto y el Otro-materno… y es razonable que así sea, tanto desde el niño como a partir del padre mismo: desde el niño, porque este no puede imaginar de otro modo a quien es capaz de privar a la madre, impidiendo el incesto. Desde el propio padre, porque la fecundidad tiende a hacer creer en una posible trascendencia, en una continuidad más allá de la muerte misma. Por ello puede decirse que todo hombre, en tanto crea, puede llegar a creerse un poco dios… 

El padre será ubicado como amo: funda, crea, legisla, su figura será enaltecida. El padre real genera inexorablemente un padre imaginario, figura recubierta por una idealización y una suposición de omnipotencia. 

Por estructura el Complejo de Edipo implica la ubicación del padre en el lugar de la excepción que Freud formulara en “Tótem y tabú”6: por una compleja amalgama, la cara normativa de la Ley queda ligada al poder de un personaje que parece no estar él mismo sometido a la Ley que impone, ya que obliga, castiga y llama a una obediencia ciega e incondicional. 

Aun cuando el padre real agencia la castración, con él pasan a estar implicados los cuerpos y el sexo de forma tal, que no podrá evitarse la aparición de la figura del padre imaginario, por el que el corte incluye también la renegación del corte: el padre imaginario restablece en parte la sujeción del sujeto al Otro. 

Es una sujeción diferente a la originaria, en la que el Otro aparece como sin ley. El padre imaginario no es un Otro sin ley, pero sí omnipotente, ligado a un falicismo con tendencia a positivizarse. 

El sujeto otra vez sujetado necesitará nuevas operaciones de corte. Lo que Lacan llama père-version7 es de estructura: el padre que posibilita un primer desprendimiento del deseo de la madre, vuelve a someter a su deseo y poder. El sujeto deberá lograr, entonces, un nuevo desasimiento: desprenderse del Amo que ha generado. 

5. Jacques Lacan, “Clase del 21 de enero de 1975”, en Seminario 22. R.S.I. Inédito.

6. Sigmund Freud, “Tótem y tabú”, en Obras completas, tomo v (Madrid: Biblioteca Nueva, 1974), 1827.

7. Jacques Lacan, “Clase del 8 de abril de 1975”, en Seminario 22. R.S.I. 

El primer desasimiento está referido a la demanda materna, e implica el conflicto con una potencia abismal capaz de impedir la constitución misma del sujeto. La intervención paterna cambia las coordenadas del conflicto, que a partir de entonces será el de la rivalidad con la potencia fálica del padre. 

La salvación deviene lucha a muerte e implica una cara de protección y una cara de sometimiento, como consecuencia del funcionamiento de la función paterna, contradicho en parte por el endiosamiento del padre. 

El neurótico se entrega gustoso a su nueva esclavitud, tanto para asegurarse la protección del personaje omnipotente que ha construido, como por anticipar para él mismo una omnipotencia que cree le corresponderá detentar en el futuro. 

Freud comprueba que los síntomas neuróticos están “dirigidos a otra persona, pero sobre todo a la otra persona prehistórica, inolvidable, a la que nadie que haya llegado después puede igualar”8. Descubre así que, por detrás de las quejas neuróticas por el padre, hay un llamado al mismo, al poderoso padre de la infancia en busca de protección. 

Restituir un padre imaginario, sostener la ilusión de una supuesta, posible, alcanzable omnipotencia fálica, que asegura la existencia (y posesión) de un instrumento tan poderoso como para asegurar al sujeto en cualquier circunstancia de su vida y dejarlo a cubierto de fallas, insatisfacciones y fracasos.

Lacan resume lo dicho planteando que hay un único sadomasoquismo logrado: el “acuerdo fantasmático entre padre e hijo”9, por el que los que gozan de ser obedecidos y los que gozan de obedecer se complementan.

Los fracasos de la función paterna dejan al hijo indefenso frente a posibles arrasamientos subjetivos, de allí que lo mejor que puede pasarle al viviente es que dicha función resulte exitosa. Pero cuando lo es, ello implica una nueva forma de servidumbre que obligará al hijo a nuevos desprendimientos.

Un segundo desasimiento será, para el neurótico, librarse de sus fantasmas de omnipotencia fálica, con su secuela de fascinaciones, fetichización resistente a la negativización y renegación de las limitaciones e insatisfacciones que son de estructura. A partir de la eficacia de la función paterna y de la consistencia del fantasma que es su consecuencia, una alternativa esencial vertebra la vida del neurótico: sostener al padre o prescindir de él. Sostener porque es el reaseguro contra una omnipotencia del Otro que puede vivirse como carente de límites. Prescindir porque restituye (aunque solo en parte) el quedar como objeto de ese Otro. 

Para re-conquistar una libertad que pareció alcanzar y ha perdido nuevamente, el sujeto deberá volver a pasar por una operación que reactualizará, una y otra vez, la castración simbólica. Deberá volver a perder una y otra vez al poderoso padre imaginario de la infancia. 

8. Ibíd., 2.

9. Jacques Lacan. El seminario. Libro 23. El sinthoma (Buenos Aires: Paidós, 2006), 82. 

Postulo que tal reiterada pérdida equivale a la elaboración de un duelo. Lacan dice que el duelo es la movilización significante que teje el borde de un agujero. Y que ese agujero es una pérdida real10. Sin embargo, aunque la del padre imaginario no es verdaderamente una pérdida real, planteo que sí es tributaria de un proceso de duelo, en al menos dos aspectos: en primer lugar porque, como clásicamente los duelos, está estrechamente ligada con una pérdida originaria, esencial en la constitución de la subjetividad. En segundo lugar, porque las consecuencias de dicho proceso son similares a las de todo duelo.

Una cita en relación con el primer aspecto: “El sujeto está privado, por su relación con el significante, de algo de sí mismo, de su vida misma, que ha tomado valor de lo que la liga al significante”11.

El significante agujerea lo real, genera en el viviente una falta en ser y una originaria pérdida de goce por las que el corazón de todo sujeto es tanto un nombre como lo que no puede nombrarse, el entrecruzamiento del lenguaje y su imposibilidad para recubrir lo real, el poder y la impotencia de la palabra.

Se verá que este primer encuentro traumático entre el lenguaje y el cuerpo viviente queda profundamente relacionado con lo que en psicoanálisis llamamos madre. Es así que la prohibición de la madre (que el Complejo de Edipo implica) realiza ya un primer modo (metafórico) de connotar tal falta radical: la función paterna transforma lo ausente en prohibido, nombra como pérdida (de una madre que, en verdad, nunca se tuvo) el desgarro originario.

Queda dicho que tal operatoria no se efectiviza sin un exceso que tiende a reconstituir, en el padre imaginario, algo de la madre que debió ser prohibida anteriormente. Una segunda pérdida (la del propio padre imaginario) será necesaria entonces. El duelo que la acompaña será un nuevo pasaje (y entonces una nueva transformación) por aquella ausencia esencial que es condición misma de la existencia humana, la que hace posible que un sujeto emerja de la indefensión inicial, el agujero sin el cual es impensable el anudamiento de los registros.

Las pérdidas reales que sobrevendrán después remitirán a dicha ausencia primera, rememorando el proceso de su constitución, por lo que todo duelo puede entenderse como un nuevo volver a pasar por aquel momento originario, o tal vez como una nueva (y necesaria) pérdida de lo perdido. 

10. Jacques Lacan, Lacan oral (Buenos Aires: Xavier Bóveda, 1983), 105.

11. Ibíd., 96. 

En relación con el segundo aspecto mencionado: las consecuencias del duelo son un relanzamiento del deseo que posibilita el reemplazo del objeto perdido (es decir que se restablece el falicismo que la pérdida había borrado de los objetos) y un cambio en la relación que se tenía con dicho objeto perdido.

Ambos factores están presentes en el caso del duelo por el padre imaginario: el deseo es relanzado y potenciado y en el (antes mencionado) eje sostener-prescindir del padre, pasa a predominar el segundo aspecto sobre el primero, con lo cual cambia la relación que se tenía con dicho padre y se logra un apartamiento de la rivalidad fálica. Así quedan vinculados los procesos de duelo con la falta esencial que desde el corazón del hablante hace posible el sujeto. Veremos que ello tiene consecuencias en la estructura del duelo. 

Dos castraciones 

Si, como decía Celine desde el epígrafe, es necesario poder considerar tales como son esos personajes a los que la neurosis insiste en endiosar… específicamente en el caso del padre imaginario planteo como decisiva la función del padre real: así, postularé que la ubicación de dicho padre real como agente de la castración no se limita a la que Lacan llama castración materna, sino que también se relaciona con la que llama castración paterna.

Vale la pena examinar esta diferencia que Lacan establece en la esencia misma de la castración: La castración […] tiene tanta relación con la madre como con el padre [...]. Hay anterioridad de la castración materna, y la castración paterna es un sustituto suyo. || [...] sin duda más favorable que la otra, porque es susceptible de desarrollos, lo cual no ocurre con el engullimiento y la devoración por parte de la madre.12 Aunque pueda creerse demasiado imaginaria esta temprana idea de Lacan, será reafirmada (con algunas variaciones) en varias ocasiones posteriores, en momentos más maduros de su obra. Vale como ejemplo un pasaje del año 1967, donde habla de una “primera aprehensión de la castración, soportada por lo que designamos en el lenguaje analítico como la madre”, profundamente relacionada con el Otro, del que se descubrirá, en algún momento más adelante, que está castrado13.

La castración materna implica una demarcación estable que cambia radicalmente la posición de sujetado del sujeto. Algo queda decididamente consolidado. 

Ello no quiere decir que en su operatoria no haya (ineludibles) fallos. Consideremos, por ejemplo, la relación del sujeto con las demandas con las que deberá lidiar. La castración no impide que la demanda siga pulsando, sometiendo al sujeto a una tensión que es, en esencia, irresoluble. Originalmente la demanda proviene del polo materno, pero el mencionado endiosamiento del padre también implica demandas que tenderán a que se las cumpla literalmente. Nada puede garantizar que el sujeto, en todo momento a lo largo de su vida, logre dialectizar cualquier demanda que se le presente. Pero sí puede constatarse que luego de la castración que llamamos materna, un encuentro (con la demanda) demasiado arrasador solo tiene lugar en algunas circunstancias puntuales, ya que el sujeto cuenta con ciertos recursos para evitarlo en la mayoría de los casos. 

Así, puede postularse que, aunque no puedan evitarse las fallas, luego de la primera castración algo queda delimitado con cierta solidez, de manera que impide un retroceso demasiado masivo al estadio anterior. La lógica de la segunda castración (que Lacan llama paterna) es diferente, por ser diferente su estructura: si la primer castración implica la entrada en funcionamiento de una operatoria, la segunda es necesaria para limitar los daños colaterales, las consecuencias no deseadas, contradictorias, la desmentida de esa operatoria, una vez que ella se desarrolló exitosamente.

La castración paterna implicará, entonces, un volver a pasar que reafirme una y otra vez la castración primera, que efectivice una pérdida (la del endiosado padre imaginario) como modo de actualizar una pérdida esencial, constituyente de la subjetividad, pero que tiende por estructura a ser renegada. La actualización de la castración y su operatoria sobre el endiosamiento del padre pasa a formar parte de la estructura de dicha castración. Vale insistir en que la necesidad de su reiteración no está determinada por un déficit de la función castratoria en sí: por el contrario, es consecuencia de su éxito. Sin embargo, como es una consecuencia que tiende a contradecir dicha función, el proceso deberá renovarse.

Así, dado que por su propia lógica debe actualizarse permanentemente, el duelo por el padre imaginario tiene la característica de poner en evidencia lo que está más velado en los otros duelos: todos ellos remiten a un vacío originario, estructural en ese ser herido de palabra que es el hombre.

Tributaria de un duelo imposible, esa herida que no cierra late en la elaboración de todas las pérdidas que aquejan al hombre, hace que cada trabajo de duelo sea, a la vez, el intento de aceptar una pérdida actual y la esperanza de resolver otra anterior. Porque tal desgarro es constitutivo y constituyente, en cierto sentido todo duelo es empujado a pasar y volver a pasar, intentando interminablemente restañar la herida: el duelo por el padre imaginario pone en evidencia el carácter repetitivo e interminable de todo duelo. 

Vale destacar que ello no quita que cada pasaje, cada punto de la sutura (imposible) que se intenta, escriba una marca y genere cambios clínicos importantes en las relaciones del sujeto con los objetos.

Las dos castraciones aluden a dos planos (el que llamamos “madre” y el que llamamos “padre”) que se superponen al trauma originario, que es el encuentro del lenguaje y el cuerpo del viviente.

Esa superposición va a permitir hacer algo, lograr cierta tramitación de la alienación que dicho trauma implica. Solo por esa superposición podrá surgir un sujeto a partir del viviente, surgimiento que pagará con las (nuevas) sujeciones de las que deberá librarse. 

Algunos interrogantes 

Lo dicho a propósito del duelo por el padre imaginario que, vale recordarlo, necesita de constantes actualizaciones, lleva a algunas preguntas que considero importante plantear: ¿hay un punto final de la antes descrita actualización? ¿Se alcanza en algún momento, en el fin del análisis, una elaboración tal del duelo por el padre imaginario que hace innecesario seguir procesándolo? ¿O, por el contrario, lo que implica el fin de un análisis es una flexibilidad tal que hace más simple la actualización de dicho duelo? ¿Es posible la eliminación (tal el término utilizado por Lacan) del fantasma del Todopoderoso14? ¿Es posible, sin negar “a Dios en su función de omnipotencia”, afirmarse como alguien “que no sirve a ningún dios” (que es la definición que da Lacan del ateísmo, particularmente pertinente en este caso, en que se trata del “endiosamiento” del padre)?15. 

Un texto literario 

El escritor argentino Osvaldo Soriano relata que en su infancia (que transcurrió en una lejana provincia de la Patagonia argentina) estaba en su apogeo una costumbre que por entonces era clásica: para el 6 de enero, Día de los Reyes Magos, el presidente de la República y su esposa enviaban juguetes para que fueran repartidos entre los niños.

Eran las épocas del general Juan Domingo Perón y su esposa, Evita, estadistas de decisiva importancia en la historia argentina. Desde Buenos Aires, la Fundación Eva Perón enviaba los juguetes a casi todo el extenso territorio del país para que fueran entregados en el correo de cada pequeño pueblito. 

14. Jacques Lacan, El seminario. Libro 10. La angustia (Buenos Aires: Paidós, 2006), 332.

15. Ibíd. 

Cuando yo era chico Perón era nuestro Rey Mago: el 6 de enero bastaba con ir al correo para que nos dieran un oso de felpa, una pelota o una muñeca para las chicas. Para mi padre eso era una vergüenza: hacer la cola frente a una ventanilla que decía “Perón cumple, Evita dignifica” era confesarse pobre y peronista.16

Por cierto que no era solo el padre de Soriano quien condenaba esa práctica. El reparto de juguetes era muy discutido en aquella época: para muchos, se trataba de una costumbre loable y maravillosa que, para otros, era demagógica y facilista, cercana a otras actividades asistencialistas de la misma fundación. Para otros tantos, era inaceptable la idea de que Perón y Evita reemplazaran a los Reyes Magos. No es mi propósito participar de esa polémica político-ideológica. Solo me serviré de ella para intentar teorizar la importancia del padre real en la elaboración del duelo por el padre imaginario.

Para los niños que recibían los juguetes, la situación era muy importante. Así describe Soriano la emoción de aquellos momentos:

Estar en la fila agitaba el corazón: ¿quedaría todavía una pelota de fútbol cuando llegáramos a la ventanilla? ¿O tendríamos que conformarnos con un camión de lata? [...] Yo rogaba por una pelota, de aquellas de tiento, que tenía cualquier forma menos redonda. En aquella tarde de 1950 no pude tenerla. Creo que me dieron una lancha a alcohol que yo ponía a navegar en un hueco lleno de agua, debajo de un limonero. Tenía que hacer olas con las manos para que avanzara. La caldera funcionó sólo un par de veces pero todavía me queda la nostalgia de aquel chuf, chuf, chuf que parecía un ruido de verdad, mientras yo soñaba con islas perdidas, y amigos y novias de diecisiete años.17 El autor también relata que durante toda su infancia, la supervivencia del benefactor no era un asunto menor para él. Cuando su padre daba un puñetazo en la mesa y (refiriéndose a Perón) rugía un deseo: “¡No me voy a morir sin verlo caer!”… Soriano se asustaba, se “estremecía de miedo a verlo caer”18 y corría a su habitación para mirar las revistas y las figuritas, que siempre traían alguna imagen de Perón, y que él guardaba entre otras muchas de jugadores de fútbol y estrellas de cine. Solo con ese reaseguro se tranquilizaba.

El 6 de enero era también el cumpleaños de Osvaldo Soriano. En ese año mencionado por el autor (1950) sucedería un hecho muy importante, ya que un acto del padre tendrá enormes consecuencias: el padre le regala un camioncito de madera que fabrica él mismo. Así lo relata el autor: 

16. Osvaldo Soriano, Cuentos de los años felices (Buenos Aires: Sudamericana, 1993), 31. 17. Ibíd. 18. Ibíd., 11. 

A mi padre no le gustaba que yo hiciera cola en el correo para recibir algo que él no podía comprarme. Por eso me hizo aquel camión con sus propias manos, para mostrarme que mi viejo era él, y no el lejano dictador que nos embelesaba por radio y aparecía en las tapas de todas las revistas.19 

Por algún motivo el camioncito que el padre le regalara no le gustó a Soriano: “No lo usé nunca, quizás porque lo había hecho él. Y no se parecía a los de lata pintada que vendían en los negocios”20.

Ese camioncito simboliza el intento del padre de Soriano (al menos del personaje que, como tal, nos lega el escritor) de sostenerse a pesar de sus limitaciones: no resigna su lugar frente al poderoso, asume su responsabilidad y su deseo. Sus manos tallando la madera del juguete nos dicen que pone el cuerpo afrontando el encuentro con la castración.

Así, produce él mismo (de acuerdo con sus posibilidades) el objeto que, aun imperfecto o de escaso brillo, escribe una idea: no se trata de recibir algo hecho, sino de hacer algo con lo recibido.

El padre de Soriano inventa, con el camioncito, un modo de hacer llegar esa escritura al hijo y al hacerlo se inventa, a su vez, como padre. Tal vez todo ello pasara, por entonces, casi desapercibido para el escritor. Sin embargo, veremos que esa oposición entre su padre y el general Perón nos puede dejar alguna enseñanza. En ese sentido, considero de crucial importancia una carta que el niño envía al general:

En el verano del 53 o del 54 se me ocurrió escribirle. Evita ya había muerto y yo había llevado el luto. No recuerdo bien: fueron unas pocas líneas y él debía recibir tantas cartas que enseguida me olvidé del asunto. Hasta que un día un camión del correo se detuvo frente a mi casa y de la caja bajaron un paquete enorme con una esquela breve: “Acá te mando las camisetas. Pórtense bien y acuérdense de Evita que nos guía desde el cielo”. Y firmaba Perón, de puño y letra. En el paquete había diez camisetas blancas con cuello rojo y una amarilla para el arquero. La pelota era de tiento, flamante, como las que tenían los jugadores en las fotos de El Gráfico. El general llegaba lejos, más allá de los ríos y los desiertos. Los chicos lo sentíamos poderoso y amigo.21

La carta es un pedido al padre imaginario para que “resuelva” las carencias del sujeto. La carta misma eleva al padre, lo hace el personaje propicio para refugiarse en su poderío, para olvidar que tal refugio implica que toda protección tiene una cara de sometimiento. 

19. Ibíd., 32.

20. Ibíd.

21. Ibíd., 12. 

Pero la mención de esa carta va a hacer aparecer algo más: hay un lapsus de escritura, ya que en dos párrafos del mismo texto se menciona la fecha en que fuera escrita, y las dos fechas son diferentes. Así, no se sabrá si el niño escribió la carta a Perón en 1950 o en 1953 o 54.

Como se recordará, 1950 fue el año en que el padre de Soriano le regaló al hijo, para su cumpleaños, el camioncito. A modo de hipótesis postulo entonces que el lapsus une el camioncito que defrauda a Soriano con el pedido al padre imaginario para compensar la insuficiencia.

Esa articulación solo es posible porque Soriano escribe estos breves relatos sobre su infancia. Relatos que, como dice el propio autor22, casi sin darse cuenta van centrándose en su relación con su padre.

El texto va a permitir a Soriano inventarse un padre, construir el proceso por el cual un desdoblamiento entre su padre y Perón simbolizó (para él) el desdoblamiento del padre real y el imaginario. Y de cómo tal duplicidad (que clínicamente se presenta entre aspectos de la función-padre y no necesariamente entre diferentes personas) le permitió un desprendimiento de la figura idealizada.

Es el texto el que, en su ir y venir, va tejiendo una pérdida y va construyendo, a partir de ella, una nueva subjetividad: el camioncito inventa como padre al padre de Soriano. Los relatos a partir de los recuerdos de aquellos años recuperan un camioncito despreciado que inventa para Soriano un padre diferente al de la omnipotencia, a la vez que hace surgir al propio Soriano como escritor.

Así, por un lado ese objeto simboliza y conmemora la castración que un padre es capaz de legar. Por otro lado, es el testimonio de la manera en que alguien puede valerse de los significantes recibidos para hacer surgir otros nuevos. De la obra con la que el artista se da un nuevo nombre a partir del que le fuera dado. Es la puerta que abre a su camino de cicatrizar en letras el desgarro y la ausencia que marcan al ser humano. Soriano escribe dos cartas. Una es la que envía al padre imaginario para lograr las camisetas y la pelota de tiento… pero mucho más para lograr su protección. Otra es la que nos escribe a nosotros, sus potenciales lectores, relatándonos la importancia del camioncito y del padre real en el duelo por el padre imaginario.

Transcribiré a continuación el párrafo que recorto por considerarlo su segunda carta. Ella se relaciona con un tiempo en que el padre de Soriano soñaba con una máquina de fotos, una Leica que por su costo le era casi inasequible. Sin embargo en cierta oportunidad, muchos años después de 1950, cuando Soriano vivía en Buenos Aires, el padre va a visitarlo: 

22. Ibíd., 9. 

Cuando pasó a buscarme, traía la Leica envuelta en sedas y con un manual en tres idiomas. Fuimos a un bar y rebosante de orgullo me mostró su juguete. De verdad era precioso. Lentes suizos, disparador automático […]. A los dos o tres meses fui a visitarlo y lo encontré nervioso y esquivo: “¿Dónde está la Leica?”, le pregunté como al descuido y enseguida me di cuenta de que íbamos a pasar un rato en silencio. Le di un paquete de cigarrillos y cuando se puso uno en los labios, murmuró: “Se la llevaron ayer, los degenerados… no alcancé a pagar la cuota”. Nos dimos un abrazo y nos pusimos a llorar. Mi padre por la Leica, y yo por el camión aquel…23 


Bibliografía 

Freud, Sigmund. “Correspondencia con Fliess”. En Obras completas, tomo ix. Madrid: Biblioteca Nueva, 1972.

Freud, Sigmund. “Los instintos y sus destinos”. En Obras completas, tomo vi. Madrid: Biblioteca Nueva, 1972.

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Referencias

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Soriano, Osvaldo. Cuentos de los años felices. Buenos Aire: Sudamericana, 1993.

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Couso, O. M. (2011). Un duelo ¿terminable o interminable?. Desde el Jardín de Freud, (11), 149–162. https://revistas.unal.edu.co/index.php/jardin/article/view/27233

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[1]
Couso, O.M. 2011. Un duelo ¿terminable o interminable?. Desde el Jardín de Freud. 11 (ene. 2011), 149–162.

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(1)
Couso, O. M. Un duelo ¿terminable o interminable?. Desde jard. Freud 2011, 149-162.

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COUSO, O. M. Un duelo ¿terminable o interminable?. Desde el Jardín de Freud, [S. l.], n. 11, p. 149–162, 2011. Disponível em: https://revistas.unal.edu.co/index.php/jardin/article/view/27233. Acesso em: 23 abr. 2024.

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Couso, Osvaldo M. 2011. «Un duelo ¿terminable o interminable?». Desde El Jardín De Freud, n.º 11 (enero):149-62. https://revistas.unal.edu.co/index.php/jardin/article/view/27233.

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Couso, O. M. (2011) «Un duelo ¿terminable o interminable?», Desde el Jardín de Freud, (11), pp. 149–162. Disponible en: https://revistas.unal.edu.co/index.php/jardin/article/view/27233 (Accedido: 23 abril 2024).

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O. M. Couso, «Un duelo ¿terminable o interminable?», Desde jard. Freud, n.º 11, pp. 149–162, ene. 2011.

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Couso, O. M. «Un duelo ¿terminable o interminable?». Desde el Jardín de Freud, n.º 11, enero de 2011, pp. 149-62, https://revistas.unal.edu.co/index.php/jardin/article/view/27233.

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Couso, Osvaldo M. «Un duelo ¿terminable o interminable?». Desde el Jardín de Freud, no. 11 (enero 1, 2011): 149–162. Accedido abril 23, 2024. https://revistas.unal.edu.co/index.php/jardin/article/view/27233.

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1.
Couso OM. Un duelo ¿terminable o interminable?. Desde jard. Freud [Internet]. 1 de enero de 2011 [citado 23 de abril de 2024];(11):149-62. Disponible en: https://revistas.unal.edu.co/index.php/jardin/article/view/27233

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