https://doi.org/10.15446/achsc.v43n2.59076
Indias blancas tierra adentro. El cautiverio femenino en la Frontera de la Araucanía, siglos XVIII y XIX*
Inland White Indians. Female Captivity in the Araucanía Frontier, 18th and 19th centuries
Índias brancas terra adentro. O cativeiro feminino na Fronteira da Araucanía, séculos XVIII e XIX
YÉSSICA GONZÁLEZ**
Universidad de la Frontera
Temuco, Chile
* Este trabajo forma parte del proyecto de Iniciación fondecyt N.° 11130713, Sujetos y cuerpos como objeto de mediación y negociación. Cautivos(as) en la Frontera de la Araucanía en los siglos XVIII y XIX, cuya investigadora responsable es la autora de este artículo. La autora agradece el apoyo proporcionado al desarrollo de esta investigación.
** yessica.gonzalez@ufrontera.cl
Artículo de investigación
Recepción: 11 de enero del 2016. Aprobación: 13 de febrero del 2016.
Cómo citar este artículo
Yéssica González, "Indias blancas tierra adentro. El cautiverio femenino en la Frontera de la Araucanía, siglos XVIII y XIX", Anuario Colombiano de Historia Social y de la Cultura 43.2 (2016): 185-214.
Resumen
En este artículo se analiza la tensión experimentada por los grupos en contacto en la Frontera de la Araucanía en Chile en los periodos colonial y tardocolonial, a partir del estudio acerca del cautiverio, en especial el femenino. Se trata de un estudio cualitativo, basado en la relectura de fuentes primarias y de archivo, que toma los lineamientos teóricos y metodológicos de la historia fronteriza y de género. Se caracteriza el cautiverio como una práctica transversal a los grupos en contacto, en donde el cuerpo e imagen de la cautiva, como símbolo de derrota, fue crisol de la mezcla de sangres, cultura e identidades y objeto de instrumentalización política según sus intereses y las transformaciones de los siglos abarcados.
Palabras clave: (Autor) cautiverio femenino, poder, mestizaje; (Thesaurus) Frontera, conflicto étnico, colonialismo.
Abstract
This article analyses the tension experienced by the contact groups in the Araucanía frontier in Chile in the colonial and post-colonial periods from the perspective of the study on captivity, especially of women. It is a qualitative study, based on the re-reading of primary sources and archives, using the theoretical and methodological guidelines of frontier and gender history. Captivity is characterized as a transversal practice on the contact groups, where the body and image of the captive, as a symbol of defeat, was the crucible of the mixing of blood, culture and identities and the object of political instrumentalization according to its interests and the transformation of the centuries covered.
Keywords: (Author) feminine captivity, power, mestization; (Thesaurus) frontier, ethnic conflict, colonialism.
Resumo
Neste artigo, analisa-se a tensão experimentada pelos grupos em contato na Fronteira da Araucanía, no Chile, nos períodos colonial e colonial tardio, a partir do estudo sobre o cativeiro, em especial o feminino. Trata-se de um estudo qualitativo, baseado na releitura de fontes primárias e de arquivo, que toma os lineamentos teóricos e metodológicos da história fronteiriça e de gênero. Caracteriza-se o cativeiro como uma prática transversal aos grupos em contato, em que o corpo e a imagem da cativa, como símbolo de derrota, foram o centro da mistura de sangues, culturas e identidades, e objeto de instrumentalização política segundo seus interesses e transformações dos séculos abrangidos.
Palavras-chave: (Autor) cativeiro feminino, poder, mestiçagem; (Thesaurus) fronteira, conflito étnico, colonialismo.
De señoras viudas y doncellas bien se yo
que el número crecido es y que es justa razón
servirnos del las como ellos de las nuestras
se han servido: podremos engendrar hijos
en ellas ya que las nuestras dellos han
parido, que, pues que así las suertes se han
mudadto, juguemos con ellos al trocado.
DIEGO ARIAS DE SAAVEDRA1
Introducción
Bajo el título de "Indias blancas tierra adentro", se estudia el cautiverio como expresión de la violencia, tensiones y conflictos de los grupos en contacto con la Frontera de la Araucanía en Chile durante el periodo colonial y tardo colonial.2
Este trabajo busca analizar la violencia ejercida sobre los cuerpos como símbolo de la derrota de los vencidos y expresión de complejos procesos de aculturación y mestizaje, haciendo énfasis en la visión y representación del cuerpo femenino; el estudio de las relaciones de poder; y el valor atribuido al cautiverio y los cautivos según las condiciones y variaciones del contexto fronterizo y los intereses de los grupos involucrados.3
El reconocimiento de dinámicas relacionales y visiones diferentes, además de admitir la mudanza en la valoración de la cautividad de un grupo a otro, también permite comprender los matices de la discursividad unilateral y maniquea de las fuentes según la procedencia étnica de las cautivas y su grado de asimilación, acomodo o resistencia a los usos y costumbres de los grupos de captura.
Aunque las prácticas de secuestro fueron transversales a grupos hispanos e indígenas, en esta oportunidad centramos nuestra preocupación en la situación de las cautivas blancas de la Araucanía. Situación reforzada por el predominio de fuentes hispano criollas y la ausencia de testimonios indígenas sobre el fenómeno aquí analizado. Nuestro análisis se apoya en los lineamientos teóricos y metodológicos de los estudios de frontera, la historia del cuerpo y el enfoque de género. Las apreciaciones de este texto se basan en la revisión de fuentes primarias, crónicas y documentos oficiales (militares y eclesiásticos) contenidos en el Archivo General de Indias y los archivos Nacional de Santiago, el Archivo Franciscano y el Archivo Regional de la Araucanía de Temuco. Estos aportes nos permiten avanzar en una relectura de los discursos coloniales para vislumbrar los efectos del cautiverio en las formas de vida fronteriza, las relaciones entre grupos y su proyección en la larga duración.
Cautiverio, discurso colonial y memoria
En situaciones de conflicto o de guerra la costumbre de capturar a miembros de los grupos opositores fue empleada como un mecanismo de defensa, ataque y resistencia.4 En el primer caso, los cautivos facilitaron el allanamiento de los grupos a la búsqueda de acercamientos para conseguir su liberación. En el segundo, fueron botín y despojo humano en el marco de operaciones de violencia que buscaban desarticular al enemigo. Finalmente, en el tercero, los cautivos fueron un medio de resistencia a la dominación expresada en la apropiación de cuerpos con diferentes fines. Esto explica el carácter selectivo de los secuestros, según el momento y grupo que incurrió en dicha práctica, aunque en general las capturas iban dirigidas a las poblaciones simbólica y materialmente más vulnerables. Esta práctica estuvo vinculada al objetivo de infligir daño, más allá de lo material, a la capacidad moral y psicológica de resistencia de los enemigos, pues cada acto de arrebato cuestionaba la capacidad de protección de los más desprotegidos de una comunidad.5
En los espacios americano, en general, y chileno, en particular, la materialización de la derrota a través del secuestro y uso de los cuerpos es un tema que emerge con fuerza en la documentación colonial y poscolonial.6 Con ella, se hace referencia a la legitimación de las modalidades de trato dadas al "enemigo reducido", las que desde su explotación funcional hasta su sacrificio ritual,7 constituyeron un claro proceso de subjetivación.8
Como práctica necesaria para suplir necesidades económicas (mano de obra) e incluso biológicas (captura de "piezas" con fines sexuales y reproductivos), como estrategia de medicación o negociación política (intercambio, rescate y canje de cautivos) o medida de exterminio del oponente, en la Araucanía, como en otros espacios americanos, la toma de "cautivos(as)" fue empleada tanto por la sociedad hispana como por la indígena,9 en el marco de los procesos de conquista y dominación de los espacios y sus poblaciones.10
Dentro del ámbito fronterizo, la denominación "cautivos(as)" fue empleada de modo casi exclusivo para definir el rapto y posterior permanencia de poblaciones blancas entre comunidades indígenas, diferenciándose de otras condiciones y estatus jurídico, como el de prisioneros de guerra o esclavos.11 Por su parte, la denominación de "saca de piezas" fue empleada para describir la captura de indígenas por los españoles.12 En ambos casos esta práctica fue acompañada del desarraigo, aunque en el caso indígena y tras la legalización de su esclavitud (1608) se ligó a la condición de esclavos de servicio.13 Además de evidenciar la crueldad objetiva de la guerra y la violencia, estas acciones simbolizaron la desvalorización étnica y la negatividad política atribuida a las sociedades indígenas americanas en una forma de estigmatización,14 que consagró abusos como el desarraigo y la deportación forzada.15
Como fenómeno sociocultural, el cautiverio formó parte de la dinámica de las relaciones interétnicas de la zona centro sur de Chile (mapuches, pehuenches y huilliches, principalmente),16 a partir de las cuales se observan incesantes intercambios de sujetos y elementos culturales. Estos dotaron a la frontera de un particular dinamismo ligado a las formas de contacto (formales e informales, lícitas e ilícitas) y a los intereses de los actores presentes en dicho espacio.17 Aunque tuvo efectos diferenciados entre sujetos "blancos" e indígenas, el cautiverio fue una práctica común en la Araucanía,18 marcada entonces por la inestabilidad, la mutua desconfianza y la ruptura de los espacios de diálogo y negociación entre grupos.19Es por este motivo que el trabajo centra su preocupación en el estudio del fenómeno en los siglos coloniales, tomando en cuenta su proyección hasta entrado el siglo XIX.20
Finalmente aquí se sostiene que la memoria sobre el cautiverio colonial ha operado como un mecanismo selectivo de saberes y poder plasmado en las fuentes21 en un hecho de claras repercusiones políticas que impide avanzar en una lectura profunda de sus efectos,22 tanto para el caso de los cautivos blancos en tierras indígenas como para los cautivos indígenas en tierras de cristianos. Tales formas narrativas han operado como un poderoso sistema de adquisición y transmisión de conocimientos que permitió a la sociedad hispana interpretar hechos sin analizar su grado de responsabilidad en ellos.23 De allí que el estudio del cautiverio, además de constituir un desafío historiográfico, representa un ejercicio político absolutamente intencionado.24
Cautiverio colonial, la relectura de un concepto
Entre las sociedades coloniales americanas el secuestro de poblaciones afectó de modo transversal a hombres y mujeres de distintos sectores sociales, grupos étnicos y edades. Esta práctica, como fenómeno sociocultural, llevó a un estado de "desorden" del dominio pretendido en los márgenes del imperio iberoamericano al situar a los grupos indígenas en una posición de poder que obligó a los hispanos a redefinir sus estrategias de negociación o mediación hacia aquellos que pretendían someter.
Quienes sufrieron esta vivencia experimentaron una serie de transformaciones. Sus principales efectos fueron la transferencia de patrones culturales propios, la asimilación de otros ajenos y el mestizaje.25 La constatación de los efectos menos deseados de la cautividad, así como la idea de la aculturación (parcial o total), convirtió a los cautivos en figuras ambiguas cuya sobrevivencia implicaba, de algún modo, la duda continua respecto de la mixtura de sus identidades y del grado de fidelidad hacia los hábitos y costumbres de sus sociedades de origen: "el continuo roce con los bárbaros no podía, en efecto menos que contagiarla, transformarla al fin [...] íbase convirtiendo lentamente y sin saberlo en una especie de india, medio salvaje también".26 Bajo este prisma, los cautivos fueron asumidos como sujetos sospechosos y una potencial amenaza al equilibrio pretendido por el régimen de dominación colonial, en tanto que sus experiencias constituyeron una prueba de posibilidades distintas de ordenamiento social y mediación cultural entre grupos.27
La condición limítrofe atribuida a las personas en cautiverio (en los márgenes de dos grupos de hábitos y creencias culturales diferentes) explica el tránsito continuo e indeterminado del que fueron objeto. Era un camino hacia un nuevo estatus donde lo más evidente era la fusión, pero aún quedaba por determinar los alcances.28 Las historias y relatos de cautividad reclaman el derecho a la memoria de aquellos sujetos anónimos que, opacados por la historia e invisivilizados en el relato de lo colonial,29 hoy posibilitan nuevas conceptualizaciones respecto de la forma como América, en general, y Chile, en particular, han sido imaginados e inventados. Estas narraciones evidencian las conjunciones y el cruce de fronteras dentro del modo de vida fronterizo,30 lo que señala el derrotero de nuestra identidad mestiza derivada de la fusión entre lo hispano y lo indígena.
Los vaivenes de la vida fronteriza y los ciclos de captura
La frecuencia del secuestro de poblaciones y el grado de mayor o menor violencia ejercido sobre los cautivos (blancos o indígenas), permite entender los vaivenes de las políticas oficiales y los contactos fronterizos,31 así como los cambios de valor y status atribuidos a estos mismos en sus sociedades de origen y de captura.32
En el caso de la Araucanía, la incorporación forzada de poblaciones blancas entre grupos indígenas admite la identificación de al menos tres etapas.
La primera etapa, en el siglo XVII, abarcó las secuelas más importantes derivadas de los alzamientos indígenas de 1598 y 1655, respectivamente.
El primero de estos episodios implicó la destrucción de la totalidad de las ciudades y fortines de la avanzada hispana situados al sur del río Biobío, la dispersión, captura y muerte de poblaciones blancas e indígenas y la contracción del modelo de conquista.33 En tanto, la pérdida de estabilidad, en 1655,34 se asocia al quiebre de los acuerdos del parlamento de Quillín del año 1641,35 que provocó el recrudecimiento de la violencia fronteriza y el aumento de capturas, tal como se lee en la siguiente descripción de los hechos:
Aprecióse lo que se perdió en este alzamiento en seis millones de hacienda, además de la pérdida de todas las fortalezas del Reino, y la ciudad de San Bartolomé de Gamboa (que es Chillán) doce leguas de la Concepción hacia la cordillera, recorriendose todo lo que ocupaba dilatada jurisdicción de cuatrocientas setenta estancias o haciendas de campo ... murieron aquel invierno novecientas personas por lo desacomodado del sitio, quedando cautivos más de tres mil, violadas muchas doncellas, y violentamente muertas muchas niñas de pecho, así por alimentar el indio su crueldad como por aliviar la presa de las madres en la fuga.36
Luego de este episodio la estabilidad fronteriza modificó las condiciones del contexto e hizo de la violencia y el cautiverio prácticas intermitentes, ligadas a la mayor o menor frecuencia de los contactos y el éxito o fracaso de los ensayos políticos. Para entonces, pese a la transversalidad del fenómeno, la documentación remite en mayor medida a la descripción del secuestro de poblaciones hispanas en un escenario caracterizado por la contumacia de los grupos rebelados y la escasa referencia a declaraciones de personas en cautiverio.37
El número de cautivos en esta etapa fue de 196, de los cuales 178 fueron capturados entre 1598 y 1604.38 La desagregación de datos por género constata la captura selectiva de mujeres y niñas (62%), hecho asociado a la importancia de estas para los indígenas, su mayor exposición y menor capacidad de resistencia frente a los actos de fuerza.39 En cuanto a las operaciones de rescate, el padre G. Guarda menciona en su artículo "Los cautivos en la guerra de Arauco" que entre 1599 y 1646 fueron gestionadas 320 redenciones, lo que pone en evidencia la diferencia entre la magnitud del fenómeno y su registro.40 Un factor importante al respecto fue la circulación de los cautivos entre indígenas, pues estos eran dispuestos de forma dispersa conforme se producía su secuestro, como parte de las acciones orientadas a evitar fugas y represalias de los grupos afectados. Tal costumbre, además de facilitar su intercambio como botín de guerra,41 favoreció la negociación política entre indígenas o entre estos y los hispanos,42 como se deduce del siguiente párrafo:
Este día se detuvieron los caciques con nosotros ....y dieron noticia de indios de su tierra que aún estaban cautivos para trocarlos por españoles cautivos de que dimos memoria... y Solo Utablame pidió cinco y ofreció buscar por ellas cinco españolas y prometí dar las pagas que costasen y más sus mujeres de balde, entre las Señoras va nombrada La Sra. Doña Aldorica, mujer de Don Alonso de Córdova y un hijo suyo, y D. María de Chirinos y la hermana de Pedro Molina y no es poco haberse ya rescatado desde que llegué siete españoles que son el hijo de Marcos Hernández, doña Gerónima Megia, El alférez don Alonso de Quesada, el Sargento Torres, doña Isabel Basurto, Doña María de Jorquera y su hija.43
La importancia política conferida al tema se deduce también de su mención en parlamentos, juntas y asambleas del periodo, donde las expresiones de buena fe, ligadas a la intención de liberar o trocar cautivos hispanos por otros indígenas, fueron frecuentes:
Hicieron luego capitulaciones, y la principal de parte de los indios que [...] estarán obligados a salir siempre que fuesen apercibidos con armas y caballos, a cualquiera facción que se ofrezca al servicio de S.M y le entregarán a rescate todos los cautivos españoles y españolas que tuvieren en sus pueblos [...] y de hecho entregaron luego veintidós cautivos españoles que había en la rivera de la Imperial.44
Durante esta fase la apropiación de los sujetos y sus cuerpos buscó revertir los efectos negativos de la guerra, para luego hacer del secuestro un tema de interés político y económico abordado en las instancias de aproximación entre grupos.45 Estos cambios también afectaron la visión, valor y representación de las mujeres en condicion de cautividad. Si en un primer momento estas fueron objeto de revancha y afrenta infringida por los vencedores a los vencidos, en el nuevo escenario serían una excusa para la proximidad, una pieza de negociación política, una garantía de buena voluntad frente a los acuerdos pactados, y una pieza de intercambio económico entre grupos en proceso de cambio.
Un segundo ciclo de cautiverio se reconoce en el siglo XVIII. Durante este periodo las menciones a cautivos aparecen asociadas a la captura de poblaciones indígenas, al secuestro intraétnico, las ventas a la usanza y a los avances de la denominada diplomacia fronteriza, expresada en la revitalización de los parlamentos como instancia de negociación de paz. El cautiverio, como resultado, se enmarcó dentro del conjunto de transformaciones de los grupos en cuanto a los patrones y áreas de captura y el valor que se les atribuyó.
La transformación en la visión de los cautivos como "objetos de revancha bélica" (siglo XVII) a "sujetos de negociación política" (siglo XVIII) y aún como objetos de intercambio económico y mano de obra, condicionó la reactivación de contactos, estimuló la dependencia entre poblaciones hispano-indígenas y alivió la presión sobre los márgenes y estancias fronterizas. Las condiciones de mayor estabilidad, alcanzadas con posterioridad al alzamiento de 1723, sumadas al desarrollo del comercio hicieron del cautiverio de poblaciones "blancas" un negocio poco estratégico.46 En últimas, era un ruido innecesario si se consideran los posibles beneficios derivados de la negociación de sus rescates, las alianzas de colaboración contra enemigos internos o su uso como mano de obra.47 En contraste, se observa un traslado de la violencia hacia el interior de los grupos indígenas, que entonces competían por liderazgos, el control de pasos cordilleranos, el comercio de ganado y la venta y rescate de cautivos.48
En la segunda mitad del siglo XVIII, la proliferación de operaciones de pillaje entre parcialidades alimentó el comercio ligado al intercambio y venta de cautivos indígenas (chinitas y gueñes)49 desarrollado por pehuenches y huilliches50 en los fuertes fronterizos. 51 Para entonces la conectividad de los espacios de la Araucanía y las Pampas era evidente.52 Estos circuitos de tránsito favorecieron el establecimiento de clientelas entre quienes el obsequio e intercambio de piezas (indígenas), así como el canje y rescate de cautivos (hispanos) constituyeron un importante eslabón del engranaje político, los circuitos económicos y las transformaciones socioculturales observables en la zona.53
La tercera y última fase reconoce las transformaciones del cautiverio como resultado de la Guerra de Independencia (1810-1818) y la transición del Estado colonial al republicano.54 En este periodo, la importancia concedida al cautiverio y rescate de cautivos blancos aparece vinculada a la incorporación definitiva de espacios y poblaciones, así como a la construcción de una identidad nacional basada en la idea de la homogeneidad cultural. Estos eran objetivos incompatibles con la idea del mestizaje biológico e identitario que suponía la existencia de cautivos en los márgenes de la Araucanía. Esta evaluación incidió en la definición de un nuevo trato político entre Estado y grupos indígenas. Y aunque en un primer momento los mecanismos en torno al cautiverio fueron los mismos que en la colonia (parlamentos, juntas, evangelización y misiones), en el mediano y largo plazo la empresa tendría una sola directriz: la ocupación definitiva de la Frontera y la total asimilación indígena, con la consecuente inclusión de poblaciones cautivas y mestizas presentes en ellas.
En cualquiera de estas fases se reconoce la mediatización de los discursos, su instrumentalización y la ausencia de testimonios directos de los propios cautivos. En cualquier caso, y con énfasis en la situación del cautiverio femenino, la visión de los cautivos y su valoración estuvo asociada a la evaluación de los efectos derivados de su permanencia entre indígenas.
Cautivas fronterizas. Las buenas, las malas, las aindiadas
A diferencia de lo ocurrido en otros espacios americanos,55 el escaso número de fuentes disponibles en Chile para el estudio y análisis del cautiverio femenino explican el acento etnográfico de su estudio. Los ejemplos más notables son el épico relato autobiográfico del "cautiverio feliz" de Francisco Pineda y Bascuñán56 y la leyenda trágica de Elisa Bravo, cautiva del siglo XIX.57
Aunque con desenlaces opuestos, en ambos casos el acento estuvo en la descripción de las condiciones del cautiverio y la prisión entre indígenas, obviando la mención a los cambios físicos, emocionales e identitarios experimentados por estos tras su cautividad. En el primer caso, Pichi Álvaro (según su versión de los hechos) fue liberado y mantuvo intacta su "civilidad" pese al contacto, las presiones y tentaciones de que fuera objeto en su cautiverio. En el segundo, Elisa Bravo, la cautiva del Joven Daniel,58 pese a sus virtudes y resistencias, no pudo evitar el desenlace trágico de su destino, transformándose ella y su cuerpo en medios de fusión de sangre, mezcla y cultura en una frontera cuyo relato respecto de la cautividad transgrede los límites de la realidad.59 Su historia, o imaginada historia (pues este caso nos llega a través de informaciones de terceros, nunca de la propia cautiva)60 fue emulada bajo la visión de la cautiva que brama entre sus captores por ser liberada, perdiéndose inexpugnablemente en la Frontera.61
En los relatos de historias trágicas sobre el cautiverio femenino la sociedad colonial, primero, y la republicana, después, encontraron tempranamente su "chivo expiatorio", con lo que se reforzó la premisa de la diferencia e intolerancia a lo indígena,62 de este modo justificaron su intervención sobre el mundo fronterizo y desconocieron las consecuencias del cautiverio y el mestizaje. El cuerpo de las cautivas, como expresión y reflejo de las tensiones del cuerpo de la sociedad colonial en su relación con lo indígena, dio sentido a una forma de relato que, bajo la denuncia del secuestro y la colonización de los vientres de mujeres blancas, ocultó buena parte de la historia que hablaba del arrebato y abuso de mujeres indígenas a manos hispanas en los siglos coloniales y aún en el siglo XIX.63
Lo interesante de los discursos sobre "cautivas o indias blancas" en la Frontera, es que evidencian la construcción de una relación tejida a partir de la apropiación del cuerpo de las cautivas y de su uso en función de diversos fines. Entre estos últimos, aquellos de naturaleza sexual fueron entendidos como parte de la utilización pragmática del cautiverio dentro del mundo fronterizo, para luego evolucionar en formas más complejas de trato cuyos efectos se dejarían sentir en la redefinición de los rasgos identitarios de cautivos y cautivadores. En este contexto, la cautiva fue transformada en un vehículo de integración que movilizó usos y costumbres, e intereses materiales y objetivos políticos dentro de un universo simbólico y cultural que no era el propio.
Desde el punto de vista hispano-criollo, el cautiverio femenino representó lo inadmisible en una relación que se presumía de resistencia y rechazo hacia lo indígena, y estuvo amparado en una noción de ordenamiento social rígido, jerárquico y fuertemente arraigado en la idea de exclusividad de lo masculino. Bajo este prisma, las experiencias de cautiverio de mujeres blancas resultaban de la mayor gravedad. Debido a lo mismo la cautiva fue imaginada e idealizada como sujeto doliente y sufriente, víctima del atropello de su dignidad, cuyo destino trágico sería sellado, tarde o temprano, con la procreación de una descendencia mestiza, fruto indeseado de una incorporación forzada.64 Tales imaginarios dejaron poco o nulo espacio para la aceptación de experiencias de asimilación o acomodación de las cautivas a la usanza indígena. Así se explica que los imaginarios sobre la cautividad femenina fluctuaran entre las alusiones a su capacidad de inmolación, en lo que equivalía a la exaltación máxima de la imagen de la "buena cautiva" (aquella cautiva heroica y al mismo tiempo trágica), y la imagen escandalosa de aquella "mala cautiva" que terminó por adaptarse a su realidad. Contrario a los imaginarios, según las circunstancias y el tiempo de cautividad, quienes sobrevivieron a la captura fueron expuestas a diversos grados de asimilación.
Fuese por efectos de su temprana asimilación (pues en las redadas se privilegiaba la captura de niños y niñas), por la evaluación de condiciones ventajosas alcanzadas en el cautiverio (algunos cautivos y cautivas alcanzaron gran estima e incluso prestigio entre sus captores), como parte de una estrategia de sobrevivencia (el sometimiento a los indígenas garantizaban un mejor trato que la resistencia), o por la evaluación de las circunstancias de retorno a su sociedad de origen (el retorno expuso a los cautivos a un doble proceso de exclusión y discriminación, agravada en el caso de las cautivas); lo cierto es que en este, y en otros espacios de la América colonial, las personas cautivas experimentaron diversos grados de "aindiamiento"65.
De acuerdo a J. Obregón, en los procesos de asimilación de los cautivos no rescatados, el género, edad y oficios fueron factores decisivos.66 Así, mientras los niños eran rápidamente educados y socializados al modo indígena, lo que garantizaba su completa integración, en el caso de las cautivas su sometimiento sexual y la maternidad actuaban como factores de amarre o anclaje emotivo difíciles de obviar o romper, lo que consolidaba su "indianización".
¿Eres cautiva?/ Si soy
¿Mucho ha?/ De muy chica
¿Cómo sabes hablar?/ Porque he tratado con otras cautivas que me enseñaron como hablan allá.
¿Y no haz visto por las Salinas, donde vivían algunos españoles?/ Si hay muchos, y a dos hermanos también, que todos los años venían a pasear a mi casa.
¿Y no quisiste ir con ellos a pasear a los cristianos?/ No quise irme, porque quiero mucho a mis hijos.
¿Cuántos tienes?/Dos, pero no son hijos de este marido, sino de otro que murió.67
Asimismo, el desempeño de funciones y la adquisición de saberes vinculados a oficios de alta estima en las comunidades llegaron a proporcionarles estatus y acceso a cuotas de poder inimaginables dentro del rígido esquema social hispano. Este pudo ser el caso de la mujer del alférez Antonio Jiménez, mencionada por A. Gálvez, y a quien se identifica como "una mujer española [...] hecha curandera".68
La mujer de Jiménez, como otras españolas que siendo cautivas por imposición o por opción terminaron "aindiándose", formó parte del universo de "malas cautivas" que transgrediendo el modelo encontraron "lo feo bonito".69 Estas mujeres dieron forma a los imaginarios sobre hombres y mujeres invertidos, cuya naturaleza fue advertida como peligrosa y aún peor que la de los "salvajes" dentro de la confusión que provocaba el cruce de fronteras y la mezcla. Fueron precisamente "las malas", "las acomodadas", por excelencia las indias blancas la tierra adentro, "las corrompidas", "las aindiadas".
La sola idea de indias blancas acomodadas a su suerte perturba, tensiona, genera bandos y relativiza el modelo de socialización colonial. Sus experiencias de vida, sus comodidades y su descendencia mestiza representaron el revés de la trama de la conquista y la materialización del discurso del fracaso hispano. Sus prácticas, apariencia, lenguaje, gestos, así como sus afectos expresados en el empeño por permanecer junto a compañeros e hijos, de-construye y de-coloniza los imaginarios idealizados sobre cautivos resistentes, al tiempo que humaniza la imagen del indio salvaje.
Las historias de cautivas "aindiadas" dibujan el revés de la trama de la vida fronteriza consignada en las fuentes, esto obliga a quien escribe y lee a visibilizar un mundo distinto y complejo que dibujó los márgenes de nuestra identidad en un ir y venir de intercambios, a la sombra de la vida en la Frontera.
De dos mil animales caballar pasaban los que tomaron, porción de vacas, muchas indias cautivas, y entre ellas cinco españolas, que traía consigo Llanquitur, de las que eran una la Petronila Pérez, que encontramos en Puelce [...] esta hizo fuga del campo de los pehuenches, y se volvió a los Guilliches.70
La cautiva Petronila Pérez constituye una prueba de los alcances de la asimilación, una constatación observable en otros casos de cautividad femenina. La elección de Petronila, por incomprensible que resultara para los hispanos, resultaba lógica, pero sobre todo práctica, pues para todos los efectos lo indígena al momento de su liberación constituía ya su espacio y sociedad de referencia.71 Esta última consideración es la que induce a pensar en cautivos en dominio de cierta capacidad de agencia, pese al aparente estado de sometimiento del que pudieron ser objeto durante su cautividad. Ni buenas ni malas, las mujeres cautivas de la Frontera escribieron las líneas de su historia en función de los avatares vividos y frente a ellos, como cualquier otro sujeto con capacidad de acción, pusieron en juego diversos mecanismos de acomodo y resistencia con diferentes grados de éxito en su empeño.
De modo general, el relato colonial ha omitido esta forma de lectura al hacer de las historias de "buenas y malas" cautivas, un elemento discursivo funcional. Así, mientras las "buenas" cautivas movilizaron la agencia colonial en pro del rescate; las otras, las "malas" (como Pretronila, la mujer de Jiménez y otras anónimas), fueron consideradas un eslabón perdido en la Frontera.
Frente a la metamorfosis experimentada por estas mujeres, otros relatos cobraron más fuerza como expresión de resistencia y triunfo de la civilización sobre la barbarie. En las "buenas" cautivas, por ejemplo, los años de cautiverio no importaron, pues en ellas el deseo de retorno era inspirador y redentor. Probablemente de allí venía el empeño de las retornadas por demostrar fidelidad a lo hispano y su incorruptibilidad, pese a las evidencias marcadas sobre sus cuerpos y los recuerdos acuñados en sus memorias. En una publicación recientemente editada, hemos aludido al tema a través del análisis del expediente de rescate de una cautiva española, liberada por los franciscanos de las misiones de Frontera en Chile en el siglo XVIII. Un punto central en dicho relato alude al discurso sobre la fidelidad cristiana como parte de un proceso de blanqueamiento en el que se debe insistir, pese a que ni su lengua, ni apariencia, ni su avanzado estado de gravidez al momento del rescate pudieron ocultar lo inevitable: su sometimiento, así como la colonización de su cuerpo y de su vientre con la semilla de una estirpe mestiza. En este caso, como en otros, las alegorías sobre sacrificios, violencias y resistencias buscaron aminorar los efectos de la censura. Un proceso en el que la participación de los misioneros tampoco fue neutral.72 En estos casos, el juego de argumentaciones eran más funcionales que reales, pues a todas luces resulta cuando menos dudoso considerar que tras su cautiverio, veinte años más tarde y sin contacto aparente con otros cautivos o cristianos, hubiese pasado por las tolderías indígenas a manos de diferentes amos, manteniendo intacta su fe, costumbres y lengua, tal como declaraba en su protocolo de interrogación.
La sospecha sobre el punto de recuperación y el grado de "indianización" de los cautivos retornados siempre fue un problema, especialmente cuando se busca insistir en la conveniencia de sus rescates a partir de la presencia de diversos agentes funcionales a dicha tarea dentro de los espacios de frontera. De allí el uso de estrategias de encubrimiento o "blanqueamiento" de las experiencias en cautividad. Pese a los vacíos y a la parcialidad documental, todas estas historias tienen un denominador común: forman parte de las alegorías discursivas sobre la cautividad femenina. Alegorías en donde "las buenas" fueron idealizadas y sus historias de resistencia, sus fugas e incluso sus muertes, inmortalizadas como partes del relato victorioso y de una memoria ligada al sacrificio.73 Así fue el caso de Doña Leonor de la Corte, quien "por salvar a sus hijos quedó ella en poder de los enemigos";74 y el de doña Juana Cortés de Rueda, quien "por no consentir y defender su honra",75 fue asesinada por su cautivador. Frente a estas, la abominación provocada por aquellas cautivas "aindiadas" fue aún mayor.
Los relatos de sacrificios y martirios de unas, así como las fugas hacia las tolderías indígenas de las otras en busca de hijos y amores, dan cuenta de los complejos matices del cautiverio femenino y de la transformación de las denominadas "indias blancas de la Frontera".
A modo de síntesis
La elaboración del discurso colonial respecto del cautiverio en general y del cautiverio femenino en particular, da cuenta de una lógica eminentemente hegemónica que analizó la experiencia de las cautivas bajo el prisma de imágenes, estereotipos y temores de la sociedad hispana y criolla en la larga duración. Esta cuestión terminó por invisibilizar la otra figura y condición de las personas cautivas al interior de la Frontera, tergiversando los alcances y dimensiones del fenómeno, en una realidad compartida por otros espacios y sociedades de frontera a nivel americano.
La ausencia de un contrarrelato de experiencias de cautividad indígena, así como la mediación y uso instrumental de referencias y testimonios de cautivos en general, han contribuido a limitar la comprensión de la compleja gama de variables e intereses particulares ligados a él. Los resultados más obvios derivados de dicha situación remiten a un reduccionismo interpretativo respecto de las relaciones y formas de vida de frontera, los procesos de incorporación y efectos de la cautividad y asimilación de cautivas entre comunidades indígenas, sin dejar de mencionar la aún más restringida visión respecto del tráfico y circulación de cautivos indígenas en los mismos espacios.
En consecuencia, si nuestro conocimiento respecto de las cautivas y su rol dentro del juego de poderes y negociaciones político-militares fronterizas resulta más bien periférico, las dudas respecto de los procesos de captura, los alcances de la violencia física y simbólica empleada sobre ellas constituye una frontera aún más difusa.
Algunos procesos de rescate (tan escasos y unilaterales como las propias referencias al estado de cautividad) permtien constatar la proyección del fenómeno en el tiempo, las mudanzas de trato y status de las cautivas, la visión de sus cuerpos y el valor atribuido a los mismos en escenarios de negociación; todos procesos ligados a la movilidad, la dispersión y, por cierto, a la indianización de las cautivas. Moneda de cambio o pieza de intercambio, la cautiva y su cuerpo, así como los esterotipos generados en torno a ella, forman parte de los rasgos de una historia aún no descifrada por completo dentro de la narrativa del discurso colonial.
La experiencia no resulta diametralmente diferente a la hora de considerar las características y alcances del proceso de incorporación y asimilación de los cautivos dentro del conjunto de prácticas simbólico-rituales de la sociedad mapuche. Al respecto, creemos que de modo temprano los cautivos de la Frontera pasaron de ser trofeos de guerra a ser sujetos de mediación. Durante este proceso, la figura de la cautiva, así como la colonización de su cuerpo, incidió profundamente en la definición identitaria de la sociedad chilena a través del mestizaje, como parte de un fenómeno que caracterizó al espacio fronterizo de la Araucanía en la larga duración.
Notas
1 Diego Arias de Saavedra, Purén indómito [1862] (Santiago de Chile: Editorial La Noria, 1984) 397.OBRAS CITADAS
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