Anuario Colombiano de Historia Social y de la Cultura
0120-2456
Universidad Nacional de Colombia, Facultad de Ciencias Humanas, Departamento de Historia.
https://doi.org/10.15446/achsc.v47n1.83142

Editorial silencioso

Silent Editorial

Editorial silencioso

M. TORRES, a

Director-editor. Anuario Colombiano de Historia Social y de la Cultura Anuario Colombiano de Historia Social y de la Cultura

Post scriptum

Ante la insistente censura que vivió la prensa a finales del siglo XIX, en uno de los periódicos más populares, afamado por su sátira y el poder de sus caricaturas, se publicó una plancha sin contenido, es decir, una hoja en blanco como signo de protesta (El Barbero [Bogotá] abr. 24, 1892). La imagen en blanco, sin embargo, tenía algo que decir. Su título, "Un penitente", problematizaba el hecho de los reiterados cierres y multas que padecía el gremio de impresores, publicistas e ideólogos políticos de oposición. A través de la metáfora visual de la "ausencia de voz" se representaba la cínica consecuencia de aquel artículo transitorio κ de la Constitución de 1886 y, más adelante, del decreto 635 de 1886 y del decreto 151 de 1888, que hacían de la censura una práctica avalada por el derecho. Hoy en día, aunque estamos lejos de ser censurados y distantes de ser penitentes, en este post scriptum del editorial silencioso quisiera apropiarme y retomar esta forma simbólica de inconformidad para plantear una crítica al poder de la indexación como una forma de constricción a la hora de generar conocimiento histórico en nuestra sociedad. Entonces, más allá de la provocación, la hoja en blanco tiene su razón de ser porque de otra manera lo que pretendo señalar tal vez hubiese pasado inadvertido.

Las revistas en Colombia son evaluadas hoy en día por el número de citaciones, en periodos recientes y relativamente cortos, por parte de Col-ciencias, institución que a su vez emplea bases de datos extranjeras para realizar dicha evaluación. Lo anterior no solo confunde el llamado "impacto" con calidad, sino que tiene nefastas consecuencias sobre la innovación de la investigación en Colombia. Ante esta situación, se debe señalar lo siguiente. Las revistas con frecuencia se ven en la necesidad de fomentar temas, trabajos e incluso idiomas que no necesariamente van de la mano con las agendas de investigación de sus lugares de enunciación. Para capotear el poder de la indexación y contrarrestar los efectos de no ser "bien" evaluados, las revistas son cada vez más propensas, por ejemplo, a publicar en inglés. Lo anterior, en principio, no es negativo. Lo es, sin embargo, cuando se convierte en una camisa de fuerza que olvida a sus lectores nacionales y de América Latina. Ser internacional debe ser el resultado de un diálogo, del intercambio y las colaboraciones equitativas, y no consecuencia de una estrategia citacional. De las 289 revistas de historia clasificadas como Q1 a nivel mundial por Scimago Journal Ranking, 257 se publican en inglés y tan solo 13 en español.

Más allá del idioma, lo preocupante es que esta situación empuje a las revistas nacionales a publicar únicamente contenidos que prometan altas tasas de citación. Bajo las presiones institucionales, y en una carrera miope por el ranking, se olvida rápidamente que esto conlleva a editar números de temas ya ampliamente tratados, con comunidades académicas establecidas, e incluso abordando temas convencionales (mainstream). La publicación en revistas indizadas queda sujeta así a un pragmatismo citacional y no siempre a un criterio de calidad. Peor aún es, sin embargo, cuando por esta miopía se dejan de publicar investigaciones originales, innovadoras, locales, microrregionales, incluso a contracorriente. Al no pertenecer a grandes comunidades de citación, estas terminan siendo rechazadas, pues no prometen mayores ganancias en términos de Q, H, SNIP y la casi infinita constelación de indicadores a los que se ha reducido y simplificando el conocimiento.

Lo anterior constituye uno de los posibles efectos de estas nuevas formas de evaluación. Analizado de forma crítica, este hecho implica preguntarse cómo es que las agendas de investigación no solo pasan por el filtro de la financiación sino también por uno de citación. Hacerle el juego a esta lógica tiene un efecto negativo en la construcción de conocimiento sobre el país, sus regiones y sus minorías. El potencial de innovación indudablemente se ve afectado. Las investigadoras e investigadores ya consolidados pueden hacer más fácilmente caso omiso de esta forma de direccionar el contenido y de influenciar la mediación de las investigaciones. En cambio, en los relevos generacionales, quienes se encuentran en diferentes formas de dependencia académica (presión para publicar, búsqueda de becas y empleo), terminan más presionados a atender dichas lógicas. Así, la novedad, los temas diferentes y los campos menos convencionales, en vez de ser aliciente y motivación para la creatividad y la investigación, terminan convertidos en obstáculos para quienes los abordan.

Como resultado de todo esto, algunas revistas de historia del país, editadas por prestigiosas universidades privadas, incluso han reducido la publicación de temas colombianos, hasta el punto de convertirlos en excepcionales. Me pregunto, entonces, si nosotros no rescatamos nuestra memoria y no reconstruimos nuestro -en parte- trágico pasado, ¿quién lo hará? Me cuestiono: ¿por qué las reflexiones históricas no le dan más protagonismo a nuevas formas de hacer historia? Y, de manera autocrítica, insisto: ¿cuántas efemérides y años significativos más vamos a celebrar lo políticamente correcto? Hace tiempo las agendas celebratorias, ampliamente financiadas, y el poder del ranking vienen actuando sobre nuestras formas y contenidos de investigación. Y eso, más que una virtud, es el reflejo de una nueva forma de constreñir la construcción de conocimiento. Es posible que este fenómeno no sea parte de una estrategia consciente, pero es el precio, el efecto secundario, que estamos pagando por las evaluaciones de revistas bajo el manto y la retórica de la calidad, cuando lo que se está haciendo es instrumentalizar tales conceptos para reducir las revistas reconocidas en el país y por esa vía generar ahorros fiscales limitando el alcance del decreto 1279 del 2002 en las universidades públicas.

A pesar de esta situación, el Anuario Colombiano de Historia Social y de la Cultura sigue abriendo espacios para aquellos artículos que, en cumplimiento de los requisitos académicos, la calidad y en sintonía con el perfil de la revista, puedan ser publicados, independientemente del prospecto citacional. Es por eso que los lectores encontrarán temas que, si bien no son parte de las grandes corrientes, hacen bien al rescatar nuestro lugar de enunciación en la historiografía colombiana en diálogo con nuestros colegas de América Latina, Europa, el mundo anglosajón e incluso Asia y África. De esta manera, el lector descubrirá en este número diferentes temas de historia colombiana en conexión con otras latitudes. Hay cuestiones coloniales en torno a la noción de ciudad como eco ibérico. También lógicas locales con viajeros y baqueanos desde el prisma de un acercamiento desigual y transatlántico. Será posible, igualmente, aprender sobre negros y mulatos durante el levantamiento comunero a finales del siglo XVIII. Y, con relación a los siglos XIX y XX, el lector podrá leer sobre el cabildo de Popayán; la industria del ladrillo en la capital; las mujeres y la tecnificación del trabajo doméstico en Colombia bajo la influencia de Estados Unidos; las reivindicaciones históricas de grupos homosexuales en Bogotá como parte de la historia de Stonewall; y el aplazamiento de la reforma agraria en el marco del proceso de paz. En la sección de América Latina se encontrarán investigaciones sobre la trata de seres humanos entre China y Cuba, con algo de complicidad colombiana, a mediados del siglo XIX; sobre la migración de trabajadores chinos al Brasil a fínales del siglo XIX; una historia intelectual de las Antillas a la luz de la Primera Guerra Mundial; y, por último, un estudio de caso sobre el asesinato de curas en México.

Se trata, entonces, de un número rico en investigaciones que nos enseñan sobre el estatus urbano, la historia de la desigualdad cultural, la esclavitud y la rebelión, el menoscabo en función del género y la sexualidad, la trata de seres humanos, el crimen, la segregación de grupos sociales y las desesperanzas de la paz. Si estas formas de análisis histórico no son pertinentes para una sociedad democrática, independientemente de su impacto, el problema es de los entes evaluadores y no de la forma de generar nuevo conocimiento.

Es claro que la práctica de la indización no mide el valor educacional, ni el compromiso ético de la investigación en las ciencias humanas. Ignora, más bien, la calidad y la novedad, y bajo el manto del poder de lo cuantitativo genera curvas, estadísticas y nociones de "impacto" que no dicen mucho, pero que son útiles para la tecnocracia del Estado, para el negocio de las bases de datos sin acceso abierto, para descalificar el trabajo de las revistas y justificar recortes salariales a los profesores de universidades públicas. Cierro con una paradoja, nuestra revista a la fecha está indexada a nivel internacional con Q2, pero para Colciencias esto no fue suficiente y terminamos en categoría c.