Ciencia Política
2389-7481
Universidad Nacional de Colombia
Colombia
https://doi.org/10.15446/cp.v17n33.100346

Recibido: 24 de septiembre de 2021; Aceptado: 2 de junio de 2022

Historización del movimiento estudiantil colombiano: las seis generaciones de lucha desde 1900 hasta 2014

Historization of the Colombian Student Movement: Six Generations of Struggle from 1900 to 2014

S. Zárate, D. Caicedo,

Universidad Nacional de Colombia Bogotá Colombia https://orcid.org/0000-0002-4686-7326
Universidad Nacional de Colombia Bogotá Colombia https://orcid.org/0000-0001-8538-7424

Resumen

Esta investigación busca identificar ideales de lucha característicos de cada época del movimiento estudiantil en Colombia desde 1903 hasta 2014, llegando a la conclusión de que este movimiento puede ser dividido temporalmente en seis generaciones de lucha. Cada división tiene una pausa intergeneracional en la que el movimiento se ve fuertemente debilitado, pero a partir del cual siempre tiende a renacer con fuerza, generalmente gracias a líderes identificables que ven en él un modo de plataforma política o a partidos y grupos políticos que le visualizan como agitador social perfecto para catapultar su posición en las contiendas electorales. A cada generación se le ha asignado un nombre en referencia a las características particulares de quienes la componen o de las ideologías que les rigen y que difieren en algunos casos a la historización oficial.

Palabras clave: estudiantes, generaciones de lucha, historia, líderes estudiantiles, movimientos estudiantiles, movimiento social, universidades públicas.

Abstract

This research seeks to identify ideals of struggle characteristic of each era of the student movement in Colombia from 1903 to 2014, concluding that the student movement can be temporarily divided into six generations of struggle. Each one with an intergenerational pause where the movement is strongly weakened, but from which it always tends to be reborn with force, generally thanks to identifiable leaders who see in it a form of political platform or political parties and groups that see it as an agitator. perfect social platform to catapult your position in electoral contests. Each generation has been assigned a name in reference to the particular characteristics of those who compose it or the ideologies that govern them and that differ in some cases from the official historicization.

Palabras clave: generations of fight, history, public universities, student movements, social movement, student leaders, students.

Introducción

Para el entendimiento de los movimientos sociales que existen hoy en día en Colombia, para acercarnos más a la razón de ser de los actores que asisten a las jornadas de marchas, protestas y luchas actuales, y para ver con una caracterización particular la asistencia multitudinaria del actor principal de todo lo anteriormente mencionado, conocido masivamente como el movimiento estudiantil, es necesario comprender su historia. Con las bases de una historia de la organización estudiantil va a ser posible discernir los momentos de acción que lo activan y lo desactivan, organizar los eventos que impulsaron los cambios ideológicos y pragmáticos del movimiento estudiantil, y sugerir sus inclinaciones políticas y el uso que le dieron a estas mismas para sustentar un proyecto político dirigido por unos personajes en cuestión. En otras palabras, este artículo ayudará a establecer las influencias que ha tenido el movimiento estudiantil a lo largo de su historia y que lo han llevado a posicionarse a favor de ciertos ideales impuestos.

El estudiantado se muestra ante el mundo como un movimiento esporádico, sin fines políticos y con el único objetivo de apoyar las necesidades sociales que acomplejan a los países. Sin embargo, se busca problematizar este sentido de la organización, para ver al eternamente conflictivo estudiantado como una fuerza dispuesta para el uso político, ya sea para llevar mensajes en contra de un régimen desde unas bases partidarias, hasta el desenvolvimiento de unas lógicas de agitación social para poner en boca del común de la población temas importantes para el régimen de turno. Para hacer ese proceso es necesario preguntar: ¿qué influencias ha tenido el movimiento estudiantil a lo largo de su historia que lo han llevado a posicionarse a favor de ciertos ideales impuestos? Cuya respuesta se pretende hallar dividiendo el artículo en dos partes: la primera se dirige a mostrar unos apuntes preliminares, donde se detallan los grandes conceptos que se van a usar a lo largo del documento, subdivididos en el movimiento social y el movimiento estudiantil. En la segunda parte se entra de lleno en la historización estudiantil con el nombre de “Crónicas de la violencia”, titulando así a cada una de las seis generaciones catalogadas en el artículo; de ellas conoceremos a la Generación Centenario, la Generación “Nueva”, la Generación Rojinegro, la Generación “Séptima Papeleta”, la Generación Acéfala y la Generación MANE o Multitudinaria.

Apuntes preliminares

Movimiento social

Los movimientos sociales se encargan de procesos coyunturales en los cuales un grupo social actúa con base en oportunidades políticas dadas al momento. En palabras de Tarrow (1997):

El poder de los movimientos se pone de manifiesto cuando los ciudadanos corrientes unen sus fuerzas para enfrentarse a las élites, a las autoridades y a sus antagonistas sociales. Crear, coordinar y mantener esta interacción es la contribución específica de los movimientos sociales, que surgen cuando se dan las oportunidades políticas para la intervención de agentes sociales que normalmente carecen de ellas. (p. 17)

Al entenderse el movimiento social como una lucha, como un objeto coyuntural que aparece y desaparece sin preparación, se deja abierta la posibilidad a lo que usualmente se referiría como la acción conjunta, que proviene de los mismos ideales y prosigue a buscar los mismos objetivos. El problema en esa cuestión está en que los integrantes de esta colectividad son humanos y no números, es decir, cada uno, bajo sus particularidades, inquirirá en sus propias intenciones, pasando de largo, inclusive, hasta de la misma masa social que le acompaña.

De igual manera, al ser un solo sujeto el que actúa dentro de una masividad social, este debería quedar opacado, fruncido y luego alienado por esta, socavando el riesgo que los impulsos individualistas pueden conllevar. Pero hay un impedimento mayor que acaba con ese pensamiento de la colectivización de las acciones1, y es precisamente la unificación de esas individualidades. Lo cual refiere a los pequeños grupos (que no suelen ser ni una fracción del movimiento social), que por lo general se apropian de todo lo logrado y luego se glorifican por ello, implantando suavemente sus objetivos. Lastimosamente esta se invisibiliza de manera extendida:

El entendimiento más difundido sobre los movimientos sociales los considera como unificados actores empíricos, dando por sentado sus valores, intenciones y fines; así, la ideología de los líderes o los atributos que les pone el observador se convierten en la verdadera “realidad” del movimiento. (Melucci, 1991, p. 357)

Además de ello, la versatilidad que se tiene en el ideario público hace que “el movimiento social [se trate] como ‘[un] proceso de (re)constitución de una identidad colectiva, fuera del ámbito de la política institucional, por el cual se dota de sentido a la acción individual y colectiva’” (Revilla Blanco, 1996, p. 9). Esto refuerza la ilusión de la conjuntividad de las acciones del movimiento y descarta las verdaderas intenciones individualistas que llevan sus líderes.

Con un realce en lo que el nominativo movimiento social entrega, cabe aclarar las subdivisiones que este presenta al tener los aspectos de cantidad, adjetivos y pertenencias, como unos de los tantos que se usan para caracterizar la diversidad de movimientos, dejando en claro con esto que no existe un único movimiento social, sino que hay una amplia variedad de ellos.

Movimiento estudiantil

Así como definir un movimiento social no es una tarea fácil, tampoco lo es hacerlo con el movimiento estudiantil:

[De hecho,] el abordaje conceptual del movimiento estudiantil ha sido objeto de discusiones enconadas y eternas, tanto desde los ámbitos de la academia, como desde espacios no institucionales de producción teórica y finalmente desde los mismos ámbitos estudiantiles y las organizaciones políticas con intereses allí. (Yepes y Calle, 2014, pp. 225-226)

Y es que teorizar acerca de su concepto, más allá de cómo aquel movimiento atañe a los estudiantes, plantea la discusión acerca de la óptica desde la que se debería estudiar el fenómeno, como argumentan Yepes y Calle (2014). Por ello, este trabajo se limita a entenderlo como un tipo de movimiento social que encuentra su origen primario en el estudiantado, entendido como grupo social latente enlazado por su condición de seres pertenecientes a una entidad educativa, sea cual sea su nivel, y que, sin embargo, puede ser dividido, a consideración del artículo, en tres tipos: el movimiento estudiantil universitario—que será tema de este artículo—; el movimiento estudiantil secundario; y el movimiento estudiantil de los estudiantes técnicos y tecnológicos.

También, este movimiento está compuesto por dos subtipos de sujetos estudiantiles: por un lado, “por las masas de jóvenes, en su mayoría pertenecientes a las clases medias depauperadas, que participan esporádicamente” (Aranda, 2000, p. 243) y que, al estar en medio de un proceso de formación alejado de una inmersión total en el mundo laboral, aún poseen una postura reflexiva de las acciones del Gobierno. Y, por otro lado, “los grupos de activistas que continuamente están llevando a cabo acciones diversas que, de alguna manera, mantienen la actividad del movimiento” (Aranda, 2000, p. 243).

Ahora, con estos conceptos claros, en el siguiente apartado se empezará a realizar una historización del movimiento estudiantil, entendido como uno de los movimientos sociales más representativos y activos de los últimos años, particularmente en Colombia.

Crónicas de la violencia

Partiendo de la premisa de que los movimientos sociales no son estáticos en el tiempo, sino que son procesos cambiantes dependientes de la época en la que se desenvuelven, se podrá hablar de que el movimiento estudiantil es un proceso metamórfico que cumple con esta norma.

En tal medida, en esta investigación se busca identificar ideales de lucha característicos de cada época, lo que nos lleva a la conclusión de que el movimiento estudiantil puede ser dividido temporalmente en generaciones de lucha. Este término se define como un “conjunto de personas que, habiendo nacido en fechas próximas y recibido educación e influjos culturales y sociales semejantes, adoptan una actitud en cierto modo común en el ámbito del pensamiento o de la creación” (RAE, 2019, párr. 5), siendo su obra el reflejo de esa actitud adoptada y evidenciada en las luchas reivindicatorias, la forma en que las hacen y los ideales que las rigen.

Identificamos seis generaciones en este estudio desde el siglo XX hasta los primeros 20 años del siglo XXI; cada una con una pausa intergeneracional en la que el movimiento se ve fuertemente debilitado, pero a partir del cual siempre tiende a renacer con fuerza, generalmente gracias a líderes identificables que ven en él un modo de plataforma política; o a partidos y grupos políticos que le visualizan como agitador social perfecto para catapultar su posición en las contiendas electorales.

A cada generación le fue asignado un nombre en referencia a las características particulares de quienes la componen o de las ideologías que les rigen, de forma que no son nombres arbitrarios o que partan de una división temporal alineada a la historización oficial, sino que son producto de una ardua identificación e investigación procesual.

Generación Centenario (1903-1922)

Esta historización empieza en el año de 1903, cuando, en el marco de la promulgación de la Ley sobre Instrucción Pública, se le confiere a la iglesia la labor de enseñanza en las primarias, secundarias y universidades, además de delegar la inspección de la enseñanza al Poder Ejecutivo del país (Ley 39, 1903), que en esos momentos estaba en manos del Partido Conservador. Con esa decisión, un amplio grupo de estudiantes universitarios, principalmente de la Universidad Nacional de Colombia (UNAL), Sede Bogotá, encabezados por líderes afiliados al Partido Liberal, levantan su voz de protesta (Brubaker, 1986).

Este grupo de jóvenes conformarán la primera generación de las luchas estudiantiles del siglo XX, la cual será denominada Centenario. Esta tendrá como caras públicas a varios hombres de clase alta, entre los que resaltan: Luis Eduardo Nieto, Alfonso López Pumarejo, Eduardo Santos y Luis López De Mesa, todos ellos futuras grandes figuras del Partido Liberal, que impulsarán, con este movimiento, sus ideales liberalizadores2 (Soto et al., 2018).

La conformación de este grupo líder será algo fortuito, pues se dará a partir del primer Congreso Nacional de Estudiantes, organizado por algunos estudiantes de la UNAL en consideración de la celebración del centenario, y que tendrá lugar en el año de 1910 en Bogotá. En tal reunión será donde se plantea “un nuevo ideal de universidad que, desde las condiciones políticas de un país con ideología conservadora, se atreviera a trazar nuevos derroteros coincidentes con el movimiento estudiantil de Córdoba” (Soto et al., 2018, p. 226), a partir de lo cual formularon la

“reforma universitaria”, que se terminará convirtiendo en la bandera de lucha más importante de la época y de cuya difusión se encargan las ya mencionadas cabezas del movimiento.

Ahora bien, es importante resaltar que, en los líderes de esta generación, la gran mayoría ya no eran estudiantes en el tiempo en que entraron en escena; de hecho, hay que decir que todos ellos tenían ya sus líneas laborales definidas y la mayoría de sus estudios terminados, bien fuera en el país o en el extranjero.

En tal medida, Alfonso López Pumarejo había estudiado en distintas instituciones a lo largo de Europa y América, siendo solo un estudio de secundaria el que efectuaría en Colombia dentro del Liceo Mercantil, lugar en el que adquiere una fuerte amistad con Enrique Olaya Herrera. Eduardo Santos estudió en la Universidad del Rosario y en la UNAL, obteniendo el título de abogado de esta última, pero graduándose en el año de 1908. Su diferencia radica en que su apoyo proveniente de la universidad lo focalizó en sus extenuantes ideas políticas al hacerse dueño del periódico de El Tiempo en 1913 (Santos Molano, 2013). Luis Eduardo Nieto Caballero, otro de los líderes, fue el caso especial del extranjero, pues sus dos titulaciones las haría en el exterior, pero se aproximaría a Colombia para fundar el colegio El Gimnasio Moderno, y luego trabajará en esparcir sus pensamientos liberalizadores dentro de sus columnas en El Tiempo y El Espectador, gracias a lo cual se conocería con Eduardo Santos, dueño del primero, y se convertiría en el director del segundo tiempo después (Banrepcultultaral, 2020). Por último, tenemos a quien quizás fue el más importante del grupo, pues es quien les reunió en tor-no al congreso estudiantil: Luis López de Mesa, el que sería estudiante vinculado en la UNAL por parte del programa de Medicina, además de ser directamente el líder estudiantil del momento (Leal, 2013).

Con esta marcada tendencia a incentivar el libertarismo entre los estudiantes universitarios, van a crecer fulgores de todas las clases, desatando en sí lo que sería el inicio de un masivo movimiento social citadino que sería usado especialmente por el mismo liberalismo para llegar al poder. De hecho, en los posteriores años, la Generación Centenaria se centrará en apoyar protestas en contra del Gobierno Conservador y apoyar resistencias de los distintos grupos sociales, pero no será hasta 1922 cuando se focalizará el liberalismo en una convención en Ibagué, don-de se incluiría la candidatura de Olaya Herrera en todos los discursos de sus partidarios y que tomaría forma en 1930 cuando llega al poder. Eduardo Santos se catalogaría como su líder de candidatura, y expresaría su entusiasmo por esta con varios discursos elocuentes, tanto en el Congreso como en la universidad. Estos discursos tomarían forma en el Segundo Congreso Estudiantil en 1924, justo después de que nacería la Federación de Estudiantes en 1922, por obvias razones influenciada por el liberalismo.

En esta medida, el utilitarismo hacia el movimiento se hará cada vez más evidente y de mayor fuerza, viéndose reflejado en sus pensamientos bogotano-céntricos y discursos populistas que son desmentidos por su actuar, como nos recuerda Gerardo Molina (1974):

Los hombres del Centenario se dirigían por medio de la palabra escrita a las grandes aldeas que eran las ciudades colombianas en los primeros decenios de este siglo. La gente analfabeta de los campos, […] les interesaba muy poco, pues la suponía dominada por el cura, el alcalde y el cacique, instrumentos del régimen conservador o de los caudillos en trance de alzamiento armado. (Como se cita en Soto et al., p. 226)

Igualmente, Molina nos recuerda que, pese a que la razón de ser del grupo Centenario “fue haber preparado el país para el establecimiento de la República Burguesa”, se denota su superficialidad discursiva pues se echa de menos una perspectiva amplia del desarrollo nacional (Soto et al., 2018).

Así pues, esta primera generación dejará impreso un legado para quienes les seguirán: la “Generación Nueva”, como se les llamará a póstumo. Se considera, a términos de esta investigación, que el decaimiento de esta generación del movimiento y su fuerza como organismo independiente y diferenciado de otros movimientos y grupos inicia a partir de 1922 y se concluirá definitivamente en 1930 cuando Olaya Herrera llega al poder como presidente (1930-1934). Se puede afirmar que, a partir de la instauración de la meta de llevar a Herrera al poder, poco a poco se termina instrumentalizando y viendo al movimiento como una masa de votantes más, y no como un objeto de lucha o un motivo por el cual luchar de forma fehaciente.

Generación “Nueva” (1924-1950)

Esta generación nace alrededor de los años veinte a partir del Segundo Congreso Estudiantil en 1924, cuando, aunque no con fuerza suficiente para separarse, sí chocaron con el ideal de los líderes de la generación anterior; en este sentido, como lo venían vislumbrando desde 1922, decidieron mover al movimiento estudiantil un poco más lejos de dicha dirección liberalista, pues esta nueva tendrá una característica, aunque leve: tendencia hacia el comunismo y el fascismo, siendo estas dos ideologías las que más se movían en las academias europeas.

Su lucha seguirá siendo en un principio la abolición de la Ley 39 de 1903 y se irán sumando a ella la defensa de los derechos de los protestantes, a quienes solían proteger y apoyar como fuerza de contención ante la fuerza pública. Eso marcará lo que sería el real movimiento estudiantil de la mitad del siglo XX: una gran masa, poco organizada, que servirá de apoyo para los gestantes movimientos sociales del momento; siendo así, queda en un punto endeble la idea de la organización estudiantil como un real movimiento orgánico que surge de sí mismo, y lo deja completamente situado a la dependencia de movimientos ajenos, o de movilizaciones llamadas por su selecto grupo de “intelectuales” (para la época, liberales).

Esta generación tendrá también como característica una mayor cohesión entre los miembros de las diferentes instituciones de educación superior públicas de la época, empezando así a darle forma a lo que sería el movimiento. Este proceso será liderado por quienes se terminarán convirtiendo en grandes figuras públicas y políticas, como Germán Arciniegas, Jorge Eliécer Gaitán, Gabriel Turbay, Alberto Lleras Camargo y Juan Lozano y Lozano (“La generación de los nuevos”, 1994).

Los distintivos miembros de esta generación habían terminado de implantar sus ideales entre los estudiantes a lo largo de su estadía en las universidades. Además, con la ayuda de sus predecesores y sus respectivos periódicos, lograron difundir sus ideas a una mayor cantidad de población universitaria; siendo estas ayudadas con las distintas marchas realizadas por el joven estudiantado de la época, que salía a las calles a proteger los derechos de los trabajadores de las ciudades y de los nacientes sindicatos de las épocas (Soto et al., 2018). Así, un peligroso grupo de estudiantes, llenos de entusiasmo, expectativas y coraje, salía a las calles con más fuerza, cada vez que los llamaban.

En tal contexto, resalta el primer Congreso Estudiantil del año de 1922 en Ibagué, que se hizo con el fin de intentar organizar a los ideales estudiantiles del momento, enlazándolos con los de la generación anterior (quienes a la época ya eran adultos con una gran relevancia en la vida pública del país), que se caracterizaba por tener una vasta maquinaria, particularmente liberal, que constaba de centros de pensamiento y de medios de comunicación populares de la época. Para ello, se empieza a gestar la idea de aglutinar toda la fuerza que este movimiento podría tener, una meta sin duda grande, pero a la cual las nuevas “adquisiciones” del Partido Liberal serían de gran utilidad.

Las adquisiciones de las que se habla serían el joven prospecto Jorge Eliécer Gaitán, que a ese momento ya había dirigido una marcha en contra del Gobierno de Marco Fidel Suárez (presidente de 1918 a 1921) y había constituido el Centro Liberal Universitario (“Gaitán, un líder”, 2018); y el audaz líder Germán Arciniegas, quien es sus años de vinculación al estudiantado universitario resaltaría por ser su inédito liderazgo.

Este enlace generacional fue un éxito. Los discursos de tipo reformistas de Olaya Herrera, que eran apoyados con vehemencia por Eduardo Santos y que se basaban en gran parte en lo propuesto por Benjamín Herrera, sumados a la formulación de la creación de una asociación de estudiantes propuesta por Germán Arciniegas, consumarán una dulce unión que dará como resultado la creación, por un lado, de la Federación de Estudiantes Colombianos (FEC), que se encargará no de impulsar el movimiento estudiantil como tal, sino de salvaguardar a los manifestantes de los grupos gremiales de la época; y el surgir de la carrera de ascenso político de Olaya Herrera, que desembocará en 1929 en la formulación de su campaña presidencial, la primera de talante liberal que poseía una fuerza electoral real luego de décadas de mera hegemonía conservadora.

Ahora, el que la FEC no tomara partido de forma directa en las manifestaciones estudiantiles no significa que estas no existiesen; de hecho, hacia mediados y casi finales de la década del 20 se empezará a ver la consolidación de una fuerza mayor de estudiantes. Se comienza a arremeter en contra del gobierno conservador, y en vista de la violencia entre el estudiantado y la fuerza pública, se termina llevando al país a una crisis de orden público.

Entre las historias de época resalta la más curiosa de los años veinte, en la que se habla del primer mártir estudiantil, que es anunciado por periódicos (liberales) y es fuente de una fuerte crítica de la sociedad civil hacia el gobierno. Este evento tuvo origen en la que se suponía era una marcha organizada por los estudiantes como forma de expresión del repudio a la “Masacre de las bananeras”; esta se dio en total normalidad hasta llegar al centro de la capital, donde se hicieron llamados y reclamaciones en frente del Congreso de la República, en espera de una verdadera respuesta del presidente. Esa noche, cuando todos los estudiantes se disponían a volver a sus casas, una balacera envolvió la plaza Simón Bolívar, dejando un resultado de un único muerto y ningún herido. El difunto, Gonzalo Pérez Bravo, era un ipialeño conservador, hijo de dos buenos amigos del presidente Pedro Nel Ospina (Chaves Bustos, 2019).

Esta muerte conmocionó al país entero e implicó críticas por parte de periódicos, dudas por parte de la sociedad civil e indudablemente un trauma en el estudiantado, el cual ya había sufrido atropellos por parte del general Reyes unas décadas antes, y que tomará esto como un ataque directo a su accionar, aún pese a que, según se alegaba, todo había sido un accidente fortuito e, incluso, a que tal personaje no era miembro activo del movimiento estudiantil, sino que más bien se dirigía simplemente a su casa, que no quedaba a más de dos cuadras de la calle donde cayó muerto. Este trauma se encuentra aún más ilógico en aras de que ante tal situación, el presidente—que como ya se mencionó era íntimo amigo de los padres del joven—convocó un día de luto en todo el país, haciendo de las exequias todo un acto público, honrado y presenciado por toda la ciudad, llevando el féretro a hombros de los soldados (Chaves Bustos, 2019).

Los extraños sucesos en que murió el estudiante y la gran ceremonia que hizo el Gobierno dejó con serias dudas a los que presenciaron el acto, quedando completamente inhabilitados a afirmar si era en verdad un acto de terror hecho por el Estado, o una maraña del calibre más bajo para demeritar el gobierno conservador. Aunque nunca se supiera la verdad, pues la tecnología de la época era inútil para descubrir el suceso con total veracidad, el Partido Conservador decidió retirarse de las próximas elecciones, dado que sentía que la violencia sufrida en todo el país les impediría su avance en el proyecto de la nación.

Dicho acto político por parte del conservadurismo, sumado con la campaña de desprestigio conjunta que se maquinó desde el liberalismo hacia su sector opositor, propiciará que en 1930 suba Olaya Herrera al gobierno. Esta es una cuestión que habrá que analizarse, puesto que es de notable interés el hecho de que exlíderes del movimiento estudiantil fueran fuertes aliados de su campaña. Personajes como Eduardo Santos y Gaitán fueron nombres que resonaron mucho en ese periodo electoral, pues impulsaban al estudiantado liberal a contribuir en el derrocamiento del régimen conservador. Una meta que pretende ser alcanzada con la llegada de Herrera al poder.

Ahora, con el posicionamiento de Herrera en el Gobierno, se posibilitará la llegada al ente institucional de grandes personajes de la generación centenario y de la generación nueva, permitiendo entonces un aplacamiento del movimiento estudiantil que parecía haber muerto por completo al verse dejados de lado por el liberalismo.

Aunque, sin duda, esto no será por muchos años, pues en cuanto Gaitán empieza a desarrollar su carrera política enfocada a sus aspiraciones presidenciales, rememorará el potencial electoral de los estudiantes y “echará mano” de tal movimiento, considerando, al igual que sus antecesores, los inicios de la FEC; dicho de la misma boca de Arciniegas: estos eran simples seres en transición, pertenecientes a corporaciones, entendidas como universidades, que hacían las veces de taller u hogar de trabajadores, donde, siguiendo las líneas de una disciplina preestablecida, el obrero se iba puliendo en el oficio hasta llegar a ser maestro, para obtener de él una fuerte base social y tendiendo a dejar unas raíces ideológicas muy marcadas allí (Arciniegas, 1932, p. 261).

Esto evidencia que el movimiento estudiantil estaba falto de un liderazgo propio y de banderas fuertes, lo que, sumado al alza de violencia que sufría todo el país, le llevará a verse fuertemente opacado, pero no desaparecido. Sumado también a las pretensiones liberales de quedarse en el poder y a las intenciones conservadoras de demeritar el Gobierno Liberal por el alza de la violencia, esto dio como resultado algo parecido a la guerra civil, donde Colombia se dividía entre liberales y conservadores, ambos con un gusto exacerbado por la sangre del otro. La situación no podía mantenerse hasta que los reacios gobiernos liberales avanzaron en su camino necio de un “reforma social”, haciendo caso omiso de las serias críticas que les hacían sus opositores.

Pese a todo este panorama de inestabilidad, no será sino hasta un fatídico 9 de abril de 1948 que la caja de Pandora sería abierta sobre toda Colombia, pues el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán es propiciado durante un gobierno conservador, en situaciones extrañas que abren la puerta para varias teorías. Ese día, aunque era asesinado un antiguo miembro de la generación nueva y los estudiantes no se habían hecho notar masivamente desde hacía varios años atrás, empieza la campaña difamatoria contra el gobierno del presidente Ospina Pérez (1946-1950). Un conjunto de marchas, transmisiones radiales, tomas de edificios, quemas de banderas y violencia desenfrenada se hacían expresas como alzas de voz en pro de una reivindicaciones hacia el asesinado liberal y excompañero, quien, hasta el mismo año, llevaba haciendo una coalición del gobierno junto con el liberalismo, pero que después del brote de violencia suscitado ese día, tomaría las riendas del poder político colombiano, cerrando desde periódicos liberales hasta el mismo Congreso (Archila, 2011, pp. 76-77).

Así, se da la llegada al poder de Laureano Gómez (presidente de 1950 a 1951), un conservador radical, respetado y criticado tanto por liberales como por los mismos conservadores. Él situó el Estado colombiano y generó una máxima en el alza de violencia estatal, lo cual volcaría las acciones colectivas y estudiantiles hasta su nula expresión (figura f1).

Número de movimientos estudiantiles entre 1946 y 1953

Figura 1.: Número de movimientos estudiantiles entre 1946 y 1953

Fuente: elaboración propia a partir de Archila (2011).

Generación Rojinegro (1952-1978)

Dentro del quinquenio no electoral de Rojas Pinilla (1953-1957), hubo esfuerzos del Gobierno Nacional por mejorar las condiciones de asentamiento de los estudiantes foráneos, creando así los gigantescos bloques residenciales Antonio Nariño, ubicados cerca del recién terminado “Búho universitario”. Además, aumentó ciertos incentivos económicos de los cuales hacía parte la educación primaria y secundaria, e hizo de la UNAL un lugar más cercano a Santa Fe de Bogotá, creando la Avenida de El Dorado.

La presidencia de Rojas continuó con sus avances en el campo de lo social, pero todo con una traba: su promesa de reducir la violencia a cualquier costo. Esto llevó a firmar la paz con ciertos grupos guerrilleros liberales, y a perseguir, ejecutar y hasta bombardear a otros. Los liberales y algunos comunistas, al sentirse atacados desde sus bases subversivas por el General Rojas, anunciaron ante toda Colombia una jornada de marchas (Navarrete, 2014). Y será en ese escenario que los estudiantes volverán a ejercer un papel fundamental.

El estudiantado venía ya preparando y llevando a cabo una serie de protestas en contra del régimen de Rojas por la forma represiva en la que se empecinaba en terminar con grupos insurgentes y protestas sociales. Por estas razones, cuando son convocados a participar en estas jornadas de marcha, no dudan en asistir. Su labor era principalmente sumar multitud y defender a todos los liberales que salían en repudio. Sin embargo, esto trajo más problemas que ventajas al estudiantado, pues Roja Pinilla, que había presenciado la llegada y estadía de Ernesto “Che” Guevara en 1952 dentro de las instalaciones de la UNAL, y la gran cercanía de los estudiantes con los liberales, empezó a “tomar cartas en el asunto”.

El año de 1954, aunque convulso por las manifestaciones liberales en todo el país, había llevado una cierta calma bajo los estándares de esa época, pero todo llegó a su fin un 8 de julio, cuando los estudiantes salieron en una marcha conmemorativa desde la Ciudad Universitaria hasta la plaza Simón Bolívar. A su retorno, de forma—aunque prevista—inesperada se vieron inmersos en fuego cruzado entre unos policías (aún politizados) y un desmán provocado a las afueras de la ciudadela. Como resultado, un estudiante salió muerto, Uriel Gutiérrez. Este joven fue llevado de mano en mano hasta la plaza Santander (centro de la UNAL) con el fin de rendirle culto. Al día siguiente, los estudiantes salieron a protestar, no esperaron mención alguna del gobierno de Pinilla, y lo empezaron a criticar de dictatorial y represivo, todo esto acompañado de los altavoces metafóricos de los medios de comunicación; el más importante fue el periódico liberal El Espectador, que corrió la voz a todo el país. La situación pasó de grave a crítica pues fue entonces cuando indiscriminadamente los militares empezaron a disparar, dejando al menos 13 muertos solo en Bogotá y otros tantos en el resto del país (Rivera Ruiz, 2012).

Tales atrocidades harán que el movimiento estudiantil, debilitado por la fuerza del gobierno militar, se retire momentáneamente. Pero fue entonces en 1957 cuando son de nuevo convocados por los liberales (recién salidos de la negociación del Frente Nacional) y por los empresarios que se veían afectados por algunas dinámicas del presidente, ofreciéndoles una guía y la certeza de que al fin lograrían ganar y derrotar al “dictador” Rojas. Con eso en mente, los estudiantes entusiastas salen a las calles a pedir la renuncia de Rojas Pinilla3 (Melo, 2017).

El movimiento estudiantil, que lograría su victoria en esa batalla, a la vista de la llegada de un liberal a la casa presidencial, guardaría absoluto silencio, dejando esa presidencia con total maniobrabilidad en lo que la educación concierne. No hay presencia estudiantil en las calles por ningún motivo, pues, además de tener a los liberales en el poder, estos están en una serie de debates por el quehacer del movimiento. Las luchas eran infructíferas, pues la disociación estudiantil era grandísima para la época.

Sin embargo, esta pausa en la lucha estudiantil no será un sinónimo de su muerte, sino más bien de su metamorfosis hacia una nueva tendencia ideológica de lucha, a la que será empujado forzosamente tras la fijación del comunismo como objetivo militar (bajo la influencia del Plan Cóndor Americano) y la caza empedernida que emprende el Estado colombiano de todas las insurrecciones que tuvieran ese sesgo.

Es entonces cuando de nuevo los estudiantes, particularmente de las universidades públicas, convertidos en objetivos claros del gobierno por considerárseles focos comunistas, se reorganizan beneplácitamente tan-to en grupos insurgentes—bajo el influjo de eventos como la revolución cubana—como en grupos de protesta como la Alianza Nacional Popular (Anapo), que tenía una tendencia más partidista, dando así entrada a una nueva generación de luchas estudiantiles.

Terminado el quinquenio de Rojas Pinilla, el movimiento estudiantil sufriría un cambio de ideología gigantesco, alejándose de los principios liberales que desde un primer momento los llamaron a convocarse. Son las diversas maneras de focalización de estos nuevos pensamientos (todos comunistas, pero de distintas vertientes) las que generarían de allí en adelante las nuevas dinámicas organizativas del estudiantado, todos ellos vigentes hoy, y con su respectivo partido político al cual rendirle pleitesía.

Lo anterior, dicho como un breve resumen, nos dará pie para analizar esta nueva generación, que tiene su nacimiento con unos hechos históricos inolvidables para Colombia, y que se caracterizará por ser completamente combativa y por estar por primera vez apartada de los dos principales partidos políticos colombianos.

Entre las distintas insurrecciones nos encontramos con la más problemática de la historia de Colombia:

Un reducto de campesinos comunistas armados, acantonados en el departamento del Tolima, en un lugar remoto de la Cordillera Central. El líder era el veterano guerrillero Pedro Antonio Marín, alias Manuel Marulanda (también conocido como ‘Tirofijo’), quien había combatido al lado de los liberales durante la cruel guerra anterior llamada La Violencia. (Álvarez-Arévalo y Zambrano-Castro, 2018, pp. 77-78)

Este reducto comunista, conocido bajo el nombre de Marquetalia, estaba conformado por cerca de cincuenta excombatientes de La Violencia y sus familias, todos los cuales habían adoptado la decisión de “mantener sus armas y controlar el territorio, pues rechazaron las amnistías que el gobierno ofreció a los grupos armados que se desmovilizaran” (Álvarez-Arévalo y Zambrano-Castro, 2018, p. 79).

De tal forma, este poblado, junto con otras denominadas “repúblicas independientes”, quedarían dentro de los objetivos militares del Gobierno, altamente influenciado por Estados Unidos. Así, por medio del Ministerio de Defensa, abiertamente las declaró como insurgencias comunistas y se ligaron lazos de estas con el ilegal Partido Comunista.

Esto, más allá de ser simples acusaciones del sector estatal, era una realidad, pues, en efecto, estas repúblicas independientes, y particularmente la “república independiente de Marquetalia”,

[no] eran únicamente de familias que rechazaron una política de amnistía, sino que eran agentes del partido comunista, […] acorde al espíritu de la época, la Guerra Fría. Por este motivo, para 1964, el Gobierno colombiano temía que Marquetalia […] se convirtiera en la semilla de un movimiento comunista nacional. (Álvarez-Arévalo y Zambrano-Castro, 2018, pp. 77-79)

Esta situación se volvería intolerable para el Gobierno, que, presionado por Estados Unidos y su “Plan Cóndor”, decide atacar este foco comunista en mayo de 1964, enviando al Ejército colombiano a realizar un ataque a Marquetalia, con todo un operativo de inteligencia denominado “Operación Marquetalia”, cuyo fin máximo era restablecer el control sobre la región.

La operación consistió en adentrarse en los territorios y conformar una guerra hacia sus poblaciones, en búsqueda del “criminal” Manuel Marulanda alias “Tirofijo”, su aparente líder. Así pues, se incursionaron los planes de la operación y se dieron de baja, en una gran masacre nocturna, a la gran mayoría de campesinos pertenecientes a esos territorios, dejando irónicamente su objetivo mayor con vida (Vidas Silenciadas, 2004; Sánchez Meertens, 2004)

A partir de esto, con el resentimiento propio de tan atroz actuar gubernamental, Marulanda, en conjunto con el líder comunista Jacobo Arenas, fundarían una guerrilla llamada Bloque Sur, que terminará convirtiéndose en las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC-EP). Pero esta es una historia que no compete a este trabajo por ahora.

Todo este proceso tendrá un gran influjo dentro del movimiento estudiantil de la época, pues después de efectuadas las acciones hostiles en contra de estas conglomeraciones campesinas, el estudiantado, fuertemente influenciado por el ilícito Partido Comunista, y llamado directamente por un actor que tomará absoluta relevancia, desde este punto de la historia hacia adelante: las Juventudes Comunistas (JUCO), saldría en una masiva respuesta ante las terroristas acciones del gobierno colombiano en algo llamado “La marcha de los comuneros” en 1964.

Esta manifestación se originó en julio, cuando “un grupo de universitarios inició una marcha desde la provincia [de Bucaramanga] hacia Bogotá para alcanzar un conjunto de objetivos académicos y económicos vinculados al funcionamiento de la Universidad Industrial de Santander” (Acevedo-Tarazona, 2009, p. 159). No obstante, más allá de la importancia mediática que tuvo tal éxodo, no hubo reales repercusiones de este en la realidad social del estudiantado, tal como dice Acevedo-Tarazona (2009): “A lo sumo, llegó a ser una protesta exitosa contra el autoritarismo, que alcanzó un halo de solidaridad en las poblaciones por donde pasó” (p. 157), y quizás su único logro—o por lo menos el de más relevancia—fue la libertad de cátedra dentro de las universidades.

Este evento no fue más que la confirmación de la idea expuesta por Villazón de Armas en 1955 acerca de que si bien el país había venido

[...] leyendo y escuchando cosas, emanadas todas ellas de la Federación de Estudiantes Colombianos (FEC), [...] no [sabían] que esa reluciente institución no [era] más que una esperanza. Esperanza que [había] venido tratando de cristalizar un grupo de idealistas autonombrados, que, por insinuación de unos cuantos compañeros, caldeados por la presencia de la tragedia, se arrogaron de la noche a la mañana la vocería del estudiantado y se revistieron ellos mismos de autoridad, con miras de defender en forma inmediata a los compañeros y a organizarlos posteriormente. (Villazón de Armas, 1955, p. 75)

Esto, sin tener en cuenta el magnicidio que estaban cometiendo al hacer tal atrocidad, pues su fuerza en realidad era tan poca y dispersa en términos ideológicos que no serían capaces de llevar por el rumbo propuesto las luchas de los estudiantes y terminarían por alejarlos de la organización misma, causando su muerte súbita.

Una vez que se rompe este vínculo ya mencionado, se da una separación rotunda con las instituciones liberales, se produce el surgimiento de la que se denominará, para efectos de este trabajo, la “Generación Rojinegro”, que tendrá fuerte marca ideológica comunista y guerrerista.

Esta generación irá tomando fuerza y forma tras el boicot a la visita de Lleras, que “siendo candidato, había ido a dictar una conferencia en la Facultad de Derecho y fue recibido con rechifla y luego encerrado en el auditorio de esa facultad, ante lo cual el presidente Valencia mandó tropas a ‘rescatarlo’” (Anónimo, 1971, p. 35). Este evento, dirigido principalmente por los sectores más radicales del movimiento, como lo eran la FUN (organización transmutada de la empezada por los liberales de la Generación Nueva), la JUCO y el MOEC (luego formalizado como partido político MOIR en 1968), marcará la relación que tendrá el gobierno con el estudiantado, pues esto será una humillación que Lleras nunca perdonaría y, por tal razón, no dudaría en tener una política de represión hacia este movimiento social. Pero, en concordancia con el liderazgo de Lleras Restrepo dentro de las políticas del partido, este sobremedido ataque constante al estudiantado se volvería en una constante histórica.

Sus dos sucesores, Pastrana y Michelsen, verán las represalias de las acciones de Lleras Restrepo y del pacto del Frente Nacional, pues las acciones colectivas del movimiento estudiantil, y de varios otros más, se acrecentaron considerablemente, alcanzando niveles nunca antes vistos de ellas, disparando las estadísticas de ese tiempo, como se puede denotar en la figura 2.

Número de manifestaciones estudiantiles entre 1964 y 1974

Figura 2.: Número de manifestaciones estudiantiles entre 1964 y 1974

Fuente: Archila (2011).

Esto llevará a que el movimiento estudiantil empiece a representar un verdadero peligro para los gobernantes, al punto de que las medidas para contener el monstruoso activismo de este se denotaban desesperadas: cerrar universidades, enviar más fuerza pública, acorralar a los líderes del estudiantado; todo lo que se viera como una manera de contención, bien vista ante el público, se utilizó y también fracasó.

Así pues, para el año de 1970, cuando se preveían elecciones presidenciales, los ánimos sociales no eran ni medianamente pacíficos. Había, por supuesto, varios candidatos políticos, pero solo dos de verdadera relevancia: Misael Pastrana y Gustavo Rojas Pinilla, quien precisamente era, quizás, el más relevante de los dos para el momento, pues, además de ser un exmilitar de talante conservador-liberalizado, había sido tan solo un par de años antes el llamado “dictador” colombiano.

En esta medida, aunque sería de esperarse que el estudiantado no le ayudará a Rojas Pinilla, pues fueron ellos mismos quienes pidieron su salida de la presidencia (influidos por el nicho liberal de la FEC), esta generación tendría una particular distinción en cuanto a su tratamiento con la política. En este caso, aunque se estaba intentando crear un nicho político por parte de la JUCO dentro del estudiantado, este sería usado en las circunstancias del momento por los grupos católicos de las universidades privadas (principalmente la Javeriana). Rojas Pinilla, en los años anteriores a su participación electoral, había sido el bloque de enfrentamiento directo del Gobierno; en otras palabras, su partido político, la Anapo, se había convertido en el único partido de oposición real debido a que el Partido Conservador se había liberalizado desde el pacto del Frente Nacional.

Con el paso de los años, la política de la Anapo iría cambiando su electorado, único del conservatismo, a una mayor amplitud del espectro político. Ya para los finales de la década del sesenta, el discurso político pasaría a llamar la atención de liberales, “librepensadores”, socialistas y comunistas. Los proyectos prohumanistas que construía el partido, más el carisma del General, hicieron de su postulación la perfecta escapatoria para el desastroso Frente Nacional, el cual había resultado completamente liberalista (Ayala Diago, 1996, p. 289). Y, aunque la Generación Rojinegra estaba completamente relacionada por los pensamientos comunistas y el apoyo a las insurrecciones campesinas, ven una oportunidad (ayudada por los radicales de la Anapo) de influir en las elecciones a favor del General Rojas.

Las elecciones resultaron negativas y crearon un disgusto general entre la población, en especial entre los estudiantes, pues fue de amplio conocimiento nacional que hubo fraude dentro del conteo de los votos. Aunque se marchó y se luchó durante todo el año por la pérdida de las elecciones, no se lograría nada, aunque sí fue un sustento para lo que sería la tensa relación con el presidente de ahí a lo que acaba su periodo.

Es en 1971, con todas las llamas de los corazones universitarios en su máximo esplendor, y con un mundo convulsionado y actuando en pro de las ideas comunistas, que los estudiantes sacan la máxima fuerza para hacer un plantón frente al gobierno. Se hacen paros, marchas y reivindicaciones frente a todos los temas que en ese momento se están sufriendo. Gracias al aire revolucionario en la mayor masa de colombianos (llamados estudiantes), influenciados fuertemente por la JUCO y el MOIR, salen a las calles a causar estragos, todo con el mismo programa en mente: la abolición del CSU (Consejo Superior Universitario) y la legalización del derecho de crear organizaciones gremiales (un derecho tomado de los ideales comunistas, mal vistos por esa época) (Avendaño, 2018). Fue así como, en un marco de Estado de Sitio, el alcalde de Santiago de Cali, Carlos Holguín Sardi (futuro ministro de Comunicaciones de Misael Pastrana), dio orden de fuego libre, lo que desató el caos en toda la ciudad, dejando un saldo de 20 muertos. Esta gran movilización, que atrajo a estudiantes universitarios de universidades públicas y privadas, además de otros sindicatos colombianos, fue una demostración de la capacidad de congregación que los movimientos comunistas tenían en la época. Así, con una situación de orden público deplorable, el ministro de Educación del momento, Luis Carlos Galán, se sienta con los estudiantes y les da el llamado “cogobierno universitario” ("Movimientos estudiantiles", 2017).

Ahora, habrá que hablar para este punto del fallo de la medida del cogobierno, que fue propuesta por el Programa Mínimo y que consistía en “abolir los consejos superiores universitarios para sustituirlos por un organismo de gobierno compuesto por el rector (presidente sin voto), un representante del Ministerio de Educación Nacional, tres estudiantes y tres profesores como representantes de sus respectivos estamentos” (Acevedo-Tarazona y Malte, 2014). Y es que, pese a que fue aceptado en una primera instancia su duración, aunque potente, fue corta pues a la hora de implementarse fracasó.

Sin embargo, este proceso de lucha debe ser exaltado como uno de los logros más importantes del movimiento universitario colombiano a lo largo de toda su historia, ya que, si bien no consiguió su fin, volvió a poner de precedente que las universidades tenían la necesidad de ser construidas en conjunto con todos los entes estamentarios y no de forma unilateral por parte de las directivas. Así, la universidad y los movimientos que le son propios se configuran en un objeto de deseo político, reafirmando con ello nuestra tesis de que el movimiento estudiantil es, pues, un instrumento valioso para los sectores ideológico-políticos, sin los cuales este no tiene un norte o unos fines claros.

Ahora bien, en continuación de la línea histórica, habrá que decir que en el periodo que se da desde allí hasta los ochenta será de constante lucha entre la opinión pública, dirigida principalmente por los medios de comunicación proestatales, y el movimiento estudiantil. El origen de esta lucha será precisamente el tipo de enfrentamientos violentos producidos entre el sector estudiantil y la fuerza pública que ya dejaba un gran número de heridos de parte y parte, y que a la vista del país ya no eran legítimas.

Para entender esta premisa, habrá que ahondar un poco en lo que pasó a finales de los setenta, cuando el país se encontraba en medio del gobierno del autoritario presidente Turbay. Este hombre, ceñido al Plan Cóndor, impondrá al país el conocido Estatuto de Seguridad, que creará un ambiente profundo de represión donde las desapariciones, asesinatos, persecuciones y detenciones arbitrarias por parte del gobierno eran “el pan de cada día”, no solo para el movimiento estudiantil, sino para todos los sectores sociopoliticos.

La rebeldía ante tales medidas era apenas obvia, por lo que los tropeles4, que son la principal expresión de resistencia del movimiento estudiantil, se volvieron comunes (figura 3). Los estudiantes luchaban con un ideal claro: plantar cara al gobierno de Turbay. Ambos bandos luchando por un ideal claro: eliminarse unos a los otros con la meta máxima de un “mundo mejor”.

Número de manifestaciones estudiantiles entre 1975 y 1984

Figura 3.: Número de manifestaciones estudiantiles entre 1975 y 1984

Fuente: Archila (2011).

Era claro: la arremetida en contra de los estudiantes era tortuosa; y por parte de los estudiantes, las manifestaciones, aunque disminuían gracias a toda esa represión, tendrían una masividad inigualable en toda la historia. El problema vendría siendo que estas manifestaciones estudiantiles no tendrían cabeza fija, pues toda esa colectividad dejaría de existir, y pasaría a ser una multitud de manifestaciones, todas divididas, con distintas banderas de lucha y sin un objetivo común.

Las cosas no mejorarán mucho en los primeros años de los ochenta. Con el escalamiento de la violencia generalizada, causada principalmente por la presencia de nuevos actores como el narcotráfico y los carteles de tráfico de drogas en el país, se verá una campaña más fuerte de desprestigio del movimiento estudiantil. Las drogas y la guerra por este mercado dentro de las universidades empezaron a “pudrir” al movimiento desde adentro. Había una falta de liderazgo claro, no existía un apoyo amplio al movimiento desde otros sectores y después vino el que sería el fin del movimiento: la “masacre” del 16 de mayo de 1984 en la Universidad Nacional. Este evento, que tendrá lugar en medio del Estado de sitio declarado por Betancourt un par de días antes, será muy importante para la historia del movimiento estudiantil, marcando un antes y un después.

Ese día, en el marco de las protestas que se desarrollaban en la UNAL, se desencadenará un enfrentamiento entre fuerza pública y estudiantado, pero en esta ocasión habrá una diferencia respecto a los anteriores encuentros violentos: la policía desplegó todas sus fuerzas y se dio la orden de entrar a la universidad, con línea de fuego abierta. En ese momento, la universidad se convirtió en un centro de confusión y terror, nadie sabía qué estaba sucediendo en realidad, solo sabían que la Policía estaba en el campus y que la violencia estaba derivando en múltiples heridas a compañeros; con base en lo cual se creó el rumor de que en aquel día habían muerto varios compañeros, pero esto no fue comprobado ni de manera legal ni de alguna forma investigativa.

Ante tales actos, finalmente las directivas de la universidad, a través del Consejo Superior Universitario (CSU), deciden cerrar el campus, además de poner la renuncia del rector de la universidad. Es así como la misma universidad permanecerá cerrada por aproximadamente un año, hasta 1985. Una decisión que no fue bien recibida por el estudiantado, que seguía asistiendo a la universidad para continuar la lucha con el apoyo de grupos estudiantiles de otras universidades que también alzaron su voz de protesta; pero finalmente esta lucha sería inútil.

Cuando en 1985 la universidad reabre, muchos de los edificios habían cambiado y las dinámicas sociales también sufrieron grandes modificaciones, principalmente debido a las problemáticas sociales que se presentaban en el país, marcados por la violencia recrudecida ya no solo por parte del gobierno, sino también de los actores ilegales. La generación que irá de 1985 a 1990 será una de muerte casi súbita del movimiento. Los eventos de protesta no eran respaldados ni siquiera por sus propios integrantes.

Luego de la cruda violencia entre el Estado, las guerrillas y el narcotráfico, la población colombiana quedó con un recelo mayor a todo el tema en su relación; esto sin mencionar el inmenso desgaste que sufrió el estudiantado de las universidades públicas tras todas las injusticias por parte de los distintos gobiernos.

Además, movimientos pacifistas se estaban haciendo más a la boca de las personas, con un discurso de persecución estatal, como lo era la futura UP (los movimientos más cercanos a la paz de las guerrillas campesinas y urbanas), y el MOIR que venía en una línea de genocidio hacia ellos. Todo lo anterior le dio la posibilidad de entrada a estos agentes políticos pacifistas, los cuales buscarían un mayor protagonismo.

Generación “Séptima Papeleta” (1989-1992)

Ya para 1989, con los asesinatos de Gómez Hurtado (conservador) y otros líderes opositores, y el precedente del odio hacia los crímenes de los narcotraficantes, estallan movilizaciones en pro de la paz exigiendo la retirada de medidas extremistas y del Estado de Sitio aún vigente. Pero no fue sino hasta el “magnicidio” de Luis Carlos Galán que se iba a gestar un increíble acontecimiento.

Los estudiantes (dirigidos por unos partidarios de universidades privadas) harían una gran manifestación en pro de la paz, con las célebres camisas blancas y miles de acompañamientos por parte de toda clase de sectores sociales de Colombia. Así, y con la idea de hacer lucir el movimiento estudiantil, se aprovecha la organización del momento para gestar el proyecto de la “Séptima Papeleta”, donde en las urnas se agregaría una papeleta de más pidiendo por una constituyente (siendo este uno de los motivos para que la guerrilla urbana del M-19 se sentara en negociaciones y entregara sus armas). Este movimiento, al promulgar una constituyente fácilmente manipulable por el Partido Liberal, recibió la atención de todo el partido y sus respectivos periódicos (Lemaitre, 2010).

La valía de sus dirigentes estudiantiles (la gran mayoría de universidades privadas, además de tener ahora una ajetreada vida política5) dio disposición al gobierno de Gaviria para saltarse ciertos prerrequisitos para invocar a un evento tan importante como es la reestructuración de todo un Estado, al estar presionado por el movimiento de la Séptima Papeleta (nunca contabilizado por la Registraduría Nacional) y el apoyo de todos los periódicos liberales (Artagnan, 1991). Así, se instaura una asamblea constituyente, con una larga línea de discusiones acerca de lo que abarcará y quiénes serán los representantes.

Esta discusión es puesta en la mesa del estudiantado, el cual tiene la beligerancia de decidir sobre ser partícipe o ser un ente regulador de la constituyente; a lo cual se enfrentan sus facciones más grandes, el MOIR y la JUCO, los cuales deciden hacer ambas cosas, poniendo una larga lista de 300 personas para representar al estudiantado dentro de la asamblea; saliendo victorioso Fernando Carrillo Torres, implicados directamente de una lista puesta por el gobierno para escogencia y que consecutivamente, luego del proceso de reestructuración, sería escogido Ministro de Justicia.

Esta generación será una de las más efímeras, puesto que será creada con un fin puntual: la constituyente, a partir, en gran parte, de la politización y partidización de la mayoría de sus miembros y en particular de sus líderes. De tal forma, se considera que este corrientazo de fuerza del movimiento muere después de tres años de su origen en 1992, después de ser usado en las elecciones regionales de ese año por los partidos, tanto viejos como los recién nacidos a partir de la constitución.

De esta manera, se muestra de forma más directa el uso del movimiento estudiantil bajo preceptos liberales y con unas intenciones claras de unos nuevos agentes políticos, a los cuales les será característico su pensamiento pacifista, que no obtendrá nombre particular sino hasta mediados de la década siguiente.

Generación Acéfala (2005-2007)

Como tal, el movimiento estudiantil se vio reducido a su máxima expresión para los años noventa, pero todo bajo unas dinámicas muy peculiares. Los noventa mostraron las garras del Partido Liberal, se implementó la Constitución Política de 1991, se crearon nuevos programas y las nuevas leyes que estipulan el proseguir de la nación, todo en excusa de abrir el país para una globalización y una “sana” competencia en el marco de un mercado mundial. Estas políticas, dadas por el Consenso de Washington, dieron origen a leyes tales como la Ley General de Educación (Ley 115, 1994), que entregaba a las instituciones de educación la posibilidad de competir entre ellas, además de otorgar el llamado Plan de Participación, en el cual, según lo que un municipio le aportaba a la economía nacional, este era recompensado con un porcentaje para instituciones educativas. Esto, más la ley de IES (Ley 30, 1992), conformaría un juego de desfinanciación, estancamiento e inutilización del presupuesto para las universidades.

Con las paupérrimas políticas estatales en contra del buen funcionamiento de las universidades públicas, se esperaría una rápida y pronta respuesta por parte del estudiantado, el cual debería volver a hacer un gran movimiento social que llamara a otros sectores. Pero el resultado de todos esos años terminó en una “Generación Acéfala”, puesto que, con la creación desmedida de nuevos partidos políticos y con el asesinato consecutivo de miembros desmovilizados de cuerpos guerrilleros y de proyectos “alternativos” como la UP, además de las fuertes amenazas hacia los estudiantes de las universidades públicas por parte de grupos paramilitares, implicó que no hubiera ninguna organización efectiva del estudiantado. Aunque la JUCO y el MOIR trataron de dejar sus diferencias de lado y crearon la ACEU, esta a finales de los años noventa finalizaría con un total dominio por parte de la JUCO, mientras que el MOIR (ahora bajo el nombre de la OCE) se juntaba con otros sectores pacifistas del estudiantado y conformaban la CNEU.

Con ese despropósito de organizaciones y plataformas estudiantiles (todas bajo normativas de distintos partidos políticos), y con la llegada de un presidente que no toleraría una desorganización en el plano político general de la nación, llega el acto legislativo 01 de 2003, el cual restringe, a unos parámetros específicos, la creación de partidos políticos (Acto legislativo 01, 2003). De esta forma, se aniquilan partidos políticos menores (como el de la UP, al cual le es quitada su personería jurídica), forzándolos a integrarse en sí creando nuevos para las siguientes elecciones.

Lo anteriormente dicho se refleja en el año 2005, cuando los partidos (recién formalizados) de Polo Democrático Alternativo y el Partido Alianza Verde afianzan sus nichos electorales dentro del estudiantado y los docentes (OCE y Fecode, respectivamente); logrando adquirir una candidatura presidencial (fallida) de Carlos Gaviria y una fuerte oposición a los siguientes gobiernos gracias a su apoyo y utilización de estos dos movimientos. Es entonces cuando la OCE y la JUCO intentan volver a revivir sus relaciones, creando así la ENEE, un organismo que no sería usado sino hasta años después.

Al ver que el fuerte rasgo que distinguirá a estas nuevas organizaciones de la vieja JUCO será el pacifismo, enfocan su mirada al recién asesinato de un estudiante bajo las manos del Esmad. Este organismo de control de multitudes ya había cobrado la vida de varios estudiantes en años pasados, pero este, Óscar Leonardo Salas, iba a ser el primero que se tomaría como mártir de los asesinados por el Esmad. Esta categoría a la que lo elevan es debido al discurso que empiezan a implantar en los estudiantes, pues al ser partidos políticos ya formalizados, no podían apoyar a la violencia salida de los comunistas radicales que ahí yacen. Entonces empiezan con un juego dialéctico en el que no lo mencionan como un asesinato del Estado, sino que ponen en duda si su muerte fue debida a una recalzada del Esmad o a una papa bomba de los “violentos de la universidad” (Pacheco,, 2010). Así, con ese juego empieza a cambiar la mentalidad estudiantil, haciendo ver la violencia como un objeto del pasado que debe ser superado.

Es así como en 2007, con un desprovisto movimiento estudiantil que buscaba financiación del Estado, se empieza a movilizar bajo el nombre de la ENEE, pero siendo principalmente dirigido por Fecode. Estos son llamados a las calles, pero bajo nuevos preceptos, que son los de “sin violencia”. El panorama político les permitió ganar un aumento en la financiación, pero que pareció un “paño de agua tibia”, al ver que en los años sucesivos se iba a congelar el aumento de este presupuesto. Se ve con buenos ojos el nuevo movimiento estudiantil, lo vuelven a apoyar ciertos periódicos ya más alejados a las políticas del Estado (como son la Revista Semana y El Espectador); además, empiezan a salir los partidos políticos del Polo y el Verde con la cara en alto reclamando el buen funcionamiento y su profundo apoyo a esta nueva generación que se está gestando (Cristancho, 2016).

Generación MANE o Multitudinaria (2010-2014)

Entrando ahora en el periodo Santos 2010-2014, nos encontraremos de frente al movimiento estudiantil denominado MANE, que será el que permita un resurgimiento visible de las luchas estudiantiles organizadas y enfocadas. El proceso de la MANE surge precisamente como producto de una de las declaraciones más polémicas de Santos y su gabinete, y es la del deseo expreso de modificar la Ley 30, que, como se mencionó anteriormente, reglamenta la educación superior.

Este anuncio, pese a lo que se podría creer, no fue muy bien recibido por el estudiantado de las instituciones de educación superior (IES) públicas, debido principalmente al hecho de que las modificaciones propuestas desde el gobierno eran de un claro corte neoliberal. El principio primo que regía este proyecto de ley era el ánimo de lucro de las instituciones educativas superiores y, por supuesto, esto significaba que las de carácter público debían entrar en una dinámica de autofinanciación que permitiera al gobierno bajar la inversión que a ellas se destina:

Ello provocó el descontento entre diversos sectores, principalmente los rectores de universidades, quienes se constituyeron en los principales interlocutores del gobierno. El movimiento estudiantil empezó a articularse en un contexto de crisis y protestas de universidades en las regiones y emprendió un proceso organizativo, la MANE, que le permitió transitar hacia jornadas de protesta nacionales. (Rodríguez, 2012, p. 143)

En este marco, ya para el 2011 el movimiento estudiantil se encontraba de nuevo en un alto pico de furor. Las revueltas, los tropeles y las marchas pacíficas eran los elementos más importantes del movimiento, mientras que el Esmad y la Policía en general eran las armas de contención del gobierno.

Al tiempo, el sector pacifista trataba de dialogar con el gobierno a través de los partidos de oposición, como el Partido Verde y el Polo Democrático, y de los representantes estudiantiles que parecían liderar el movimiento. Boris Duarte, Jairo Rivera, Andrés Rincón y Paola Galindo serán esas caras públicas que tratarán de mediar con las entidades gubernativas para llegar a un acuerdo que fuera propicio para ambas partes. No obstante, estas negociaciones, que en principio parecen exitosas, terminan condenando al movimiento estudiantil al desprecio por parte del estudiantado.

Y es que, si bien con los diálogos diplomáticos se logró que se retirara el proyecto de ley propuesto por el gobierno, que era el primer fin del movimiento estudiantil, no se logró concertar una reforma a esta ley donde participaran todos los sectores estamentarios de la educación superior, que era, quizás, una de las cuestiones más críticas y necesarias al momento.

En otras palabras, todo quedó como al principio, con una ley que estaba condenando a la educación superior a la desfinanciación e inevitable privatización. El único logro del movimiento MANE fue mantener el statu quo financiero de las universidades, con la única diferencia de que, con el fin de evitar el hundimiento económico, el gobierno les cedió un salvavidas de aproximadamente 0,5 billones de pesos para el año siguiente.

Tras este garrafal sentimiento de derrota, al que organizaciones como la JUCO no temían invocar cada vez que les era de beneficio, como “metiendo el dedo en la llaga”, los intentos por convocar al estudiantado fueron lamentables y casi inútiles. El movimiento estudiantil se había suicidado y además quedó de nuevo acéfalo, debido a las divisiones internas que parecían haberse profundizado aún más.

Conclusiones

Así pues, esta historización mostraría las diversas facetas que ha tenido el estudiantado colombiano a lo largo de su historia. Lo más característico de él llegarían a ser sus afiliaciones políticas e ideológicas claras y transversales a todos sus procesos. Encaminadas por una serie de discusiones y de liderazgos, el movimiento mostrará su fuerza en las calles a favor de las ideas impugnadas por sus ideales políticos.

Aunque se hicieron los esbozos necesarios para enmarcar los tipos de actuaciones y de sesgos políticos, a su vez que los liderazgos tras los movimientos, esto queda solo en una enunciación propia de una primera historización. Ahora se abre la oportunidad para indagar frente a este tema la cercanía de los distintos movimientos y partidos políticos que fueron necesarios para que toda esta historia fuera creada.

Acknowledgements

Reconocimientos

Damos un reconocimiento al profesor Carlos Medina, quien inspiró este proyecto en el marco de sus dos seminarios de investigación. También reconocemos el trabajo de editores y revisores de la revista de Ciencia Política. Y, por supuesto, agradecemos a colegas, amigos y familia por su apoyo directo e indirecto en este artículo.

Stephania Grajales Zárate

Técnica en Derivados Lácteos, técnica agropecuaria y estudiante de pregrado en Ciencia Politica de la Universidad Nacional de Colombia. Investigadora adscrita al semillero de seguridad y defensa de la Universidad Nacional de Colombia 2020-2021. Estudiante auxiliar del curso de Paz territorial de la Universidad Nacional de Colombia en el semestre 2021-II. Estudiante auxiliar ad honorem del curso Métodos cuantitativos y cualitativos de la investigación de la Universidad Nacional de Colombia en el semestre 2021-II. Co-creadora y representante del "Proyecto de educación sexual y de género en Mosquera - Cundinamarca. Caso de la Institución Educativa La Paz" con reconocimientos por parte del Ciscso 2021 y del Clacso 2022. Iinvestigadora adscrita al Observatorio de Seguridad y Defensa de la Universidad Nacional de Colombia en el año 2022.

Daniel Felipe Caicedo

Estudiante de pregrado en Ciencia Política y Filosofía de la Universidad Nacional de Colombia, con estudios formales en la Justicia Especial para la Paz. Investigador adscrito al semillero de Seguridad y Defensa de la Universidad Nacional de Colombia (2020-2021). Divulgador adscrito al grupo de Divulgación Científica UN y Ciencia de la Universidad Nacional de Colombia (2019-2021). Investigador adscrito al Observatorio de Seguridad y Defensa de la Universidad Nacional de Colombia (2021).

Referencias

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Como se mencionó, la colectivización de las acciones hace referencia a la homogeneización de todas las acciones sociales. Esto quiere decir que la masividad social de las personas, al estar unidas bajo un nombre, o bajo una consigna que los empuja a dirigirse a las calles, actuarán de la misma manera, criticarán los mismos rasgos e, inclusive, propondrán los mismos cambios. Terminando con el fenecer de todo el pensar individual y unificando las maniobras colectivas.
Debido a que a lo largo de todo el texto se va a hacer crítica del pensamiento liberal, se va a tratar con dos palabras distintivas que harán de adjetivo. Las palabras serán: liberal, que lo conferimos en todo momento a alguien perteneciente o relativo al Partido Liberal Colombiano; y liberalizado, el cual se conformará por todos los pensamientos y las ideologías liberales, pero sin la necesidad de pertenecer al partido o estar afiliado a alguno que se le acerque.
El presidente Rojas Pinilla, a cuestas del Estado de Sitio decretado desde 1949, usó un decreto presidencial para crear un fondo universitario financiado por la nación y por los municipios, además de ser el sustento para el mejoramiento de la calidad docente (Decreto 3686, 1954). Sin mencionar la capacitación de la creación del SENA y las ayudas a los universitarios del momento.
Enfrentamiento violento entre fuerza pública y estudiantado. Usado en la jerga coloquial colombiana.
Entre los más destacables está Claudia López, la cual usó el argumento de su representación en la Séptima Papeleta para ganar puntos en su ascenso para senadora de la república y después alcaldesa de la capital del país. También se encuentra Fernando Carrillo Torres, que ha poseído el título de ministro de Justicia y de Interior de gobiernos liberales (Gaviria y Santos, respectivamente). Y, por otra parte, Fabio Villa Rodríguez, representante de la Alianza Democrática M-19 en el proceso de constituyente.