Ciencia Política
2389-7481
Universidad Nacional de Colombia
Colombia
https://doi.org/10.15446/cp.v17n33.100803

Recibido: 25 de noviembre de 2021; Aceptado: 10 de abril de 2022

A cincuenta años del movimiento estudiantil de 1971: notas para redescubrir que no siempre “las cosas son iguales a las cosas”

Fifty Years after the 1971 Student Movement: Notes to Rediscover that “Things Are Not Always the Same As Things”

H. Correa,

Resumen

Este ensayo alude de modo descriptivo a las complejas dimensiones de movimiento social, y de época, del movimiento de 1971, y a las rupturas (denotadas como “soluciones de continuidad”) vividas entre unos y otros movimientos a partir de los cambios que se fueron presentando casi por décadas en la sociedad colombiana. El análisis hace énfasis en el factor de reflexividad crítica que acompañó esas luchas, expresado en la profusión de ediciones de libros y revistas que compilaron ensayos sobre los debates de la época en torno a los horizontes de sentido de la transformación social propios del movimiento estudiantil de los años 60 y 70 del siglo pasado (el tipo de revolución y sus etapas, propuesto por las tendencias políticas del momento; los repertorios de acción colectiva; y las dimensiones culturales y sociales de la política).

Palabras clave: 1971, Colombia, cultura política, editoriales, movimiento estudiantil.

Abstract

This essay describes the historic moment and complex dimensions of the 1971 social movement, its ruptures (denoted as “continuity solutions”) experienced between all social movements related to the developing changes in Colombian society for decades. The analysis emphasizes over the critical reflexivity that got along with these struggles and manifested as an abundance of editions of books, magazines and collected essays on the debates of the moment, specially about the horizons of meaning in the social transformation inherent to the 60s and 70s student movement of the twentieth century: the kind of revolution and its stages proposed by the political trends of the moment, the repertoires of collective action and the cultural and social dimensions of politics.

Palabras clave: 1971, Colombia, political culture, editorial, publishing houses, student movement.

Conmemorar medio siglo después un proceso y unos eventos sociales que hoy tienden a recordarse como universitarios, a pesar de haber sido profundamente sociales, políticos y culturales, tanto por la condición de sus sujetos (el movimiento estudiantil y el estudiantado mismo, entre muchos otros sujetos sociales relacionados con ellos), como por sus repertorios de acción, sus debates y sus alcances en la vida política del país, supone revisar al mismo tiempo las preguntas desde donde se los interpela, y los imaginarios que se siguen reproduciendo respecto de los sectores sociales y sus interrelaciones en la base del sistema capitalista que, por entonces, se consolidaba de forma acelerada en Colombia. Y, por supuesto, implica de algún modo reconocer las soluciones de continuidad de dichos procesos desde aquellos años, y nuestro propio lugar dentro de ellas, empezando por nuestras formas de desear y soñar un futuro alternativo a dicho sistema, que no solo permanece, sino que ha extremado sus formas de dominación y explotación social.

Los años 70 del siglo pasado se abrieron con inmensas movilizaciones de estudiantes universitarios, y un poco después, de los de secundaria y escuelas técnicas, dentro de un cuadro de luchas de maestros, campesinos y trabajadores de industria y del Estado, que venían desde la década anterior. Pero las luchas de lo que se perfiló como el movimiento estudiantil dentro de ese cuadro fueron masivas, prolongadas durante varios años, complejas en sus expresiones sociales y políticas, y profundas en el sentido de que evidenciaron y proyectaron cambios estructurales en la sociedad colombiana que se venían dando desde los años 50, a partir del proceso acelerado de urbanización del país.

Entre 1959 y 1971 la población estudiantil universitaria colombiana pasó de contarse por decenas a centenas de miles. El aparato escolar se amplió tanto en educación pública como privada, en un proceso que—si se mira la condición de modernidad postergada propia de los últimos cien años de historia nacional hasta ese momento—podría caracterizarse como de modernidad desbordada, durante solo una o dos décadas, si se cuentan como antecedentes de ese movimiento estudiantil los movimientos contraculturales y las luchas sociales de los años 60, conectados por lazos familiares, regionales, rurales y urbanos dentro de la juventud que de forma masiva ingresó a los centros universitarios de las capitales departamentales y, por supuesto, de Bogotá, como un torrente social que desbordó la hasta entonces fragmentada realidad social y territorial del país.

Como modernidad postergada se propone aquí el aplazamiento, en ocasiones a sangre y fuego, de las grandes dimensiones de la modernidad (separación de la iglesia y el Estado, educación laica, derechos laborales plenos, derechos de la mujer, etc., incluyendo el voto de las mujeres que solo empezó en el plebiscito de 1957), sintetizado como “un sincretismo entre modernidad y pre-modernidad” (Jaramillo, 1998). Aquí utilizo la expresión modernidad desbordada para denotar la generalización de lógicas modernas en la mayor parte de esos planos de la vida social y personal durante los años 60 y 70.

Los quiebres en el dominio de la iglesia dentro de la educación y la familia, y del mismo Estado; la crisis de la familia patriarcal y católica; la apertura de los imaginarios mundiales de la política y la cultura con el avance de la posguerra y los primeros movimientos musicales del rock y contraculturales del hipismo y de las luchas antirracistas y contra la guerra de Vietnam; la renovación del pensamiento crítico en los espacios internacionales, propios de las luchas de los años 60, hasta entonces confinados a pequeños círculos intelectuales; y las crisis de las hegemonías mundiales de los Estados Unidos y de la Unión Soviética en el panorama político del campo capitalista y socialista, respectivamente; todos estos fenómenos permitieron la creación de espacios de expresión y de búsquedas juveniles que generaron nuevas perspectivas de vida y de imaginación política y cultural, y definieron el carácter de ese movimiento y de sus alcances sobre el panorama nacional.

Sobre la quiebra de la hegemonía norteamericana, es mucha la literatura existente; pero sobre la de la hegemonía soviética resulta escasa y hoy, de algún modo, olvidada. Sobre la quiebra del estalinismo, una pieza fundamental en la historia del movimiento estudiantil de los años 70 en el país, aún inédita, es la “Historia de la Tendencia Socialista” como conjunto de organizaciones no comunistas, ni maoístas ni foquistas, que se designaban de ese modo; algunos de cuyos grupos más adelante dieron lugar al efímero campo formal del trotskismo en el país. Dicho documento fue reproducido en mimeo en enero de 1972 (archivo personal), y escrito en la Universidad Nacional de Colombia por los miembros del grupo El Socialista, Héctor Moncayo, Lisandro Navia, Mario Luna y José Víctor Guerra, quienes lideraron la fundación al año siguiente de las Ligas Socialistas, que se deslindó de todos esos campos reivindicando la abierta lucha de clases y la apertura de la dualidad de poderes como camino de la revolución en el país, dentro de la tradición de la socialdemocracia europea no leninista (Rosa Luxemburgo, Isaac Deutscher, el joven Trostky, y el mismo Lenin de las Tesis de abril, Karl Korch, Anton Pannekoek, el consejismo obrero italiano, el anarquismo colectivista europeo). A dicha fundación concurrió quien escribe estas notas, procedente de la Universidad Externado de Colombia.

Los años 70 se abrieron con jóvenes del país entero volcados en sus universidades. Las provincias se perfilaron como colonias dentro de las residencias estudiantiles en Bogotá, Medellín, Cali, Bucaramanga, Barranquilla, Cartagena, Ibagué, Pereira, Manizales, Tunja y Popayán, y si se analizara en detalle la composición demográfica de las matrículas en las carreras profesionales, podrían apreciarse algunos de los problemas regionales vigentes, ligados a las expectativas de sus estudiantes respecto de sus proyectos de vida y de transformación de sus comarcas, y las incidencias significativas de estos en la vida del país durante las décadas siguientes, como se puede ver en Cuatro décadas de compromiso académico en la construcción de nación (Archila et al, 2006), publicado por la Universidad Nacional, a pesar, como se verá, de la violencia selectiva que unos pocos años después los diezmó literalmente dentro del llamado genocidio de la Unión Patriótica (UP).

Esa diversidad de procedencias y expectativas muy rápidamente concurrió a los acentos de los alineamientos de los activistas estudiantiles dentro de las tendencias políticas que ya orbitaban o que se abrieron paso en el panorama nacional, dentro de un ambiente de politización plena que permeaba lo académico, lo social, lo familiar y lo cultural; aspecto que permeó incluso ciertas formas diversas de las modas estudiantiles, que permitían identificar claramente los alineamientos políticos: las botas pastusas de cuero y las cachuchas se volvieron signo de la corriente del Movimiento Obrero Independiente y Revolucionario (MOIR), como las bufandas y las pequeñas gafas redondas de los socialistas de Cali, las jícaras de los maoístas costeños, el cabello y las barbas crecidas de los foquistas y anarquistas, en una lista que, sin duda, habría que completar dentro de un análisis de dichas afinidades y su relación con los usos urbanos, agrarios y regionales de las economías populares y campesinas de sus comarcas, y, por supuesto, con la identificación adolescente con los héroes culturales de la historia revolucionaria, o del mundo de la música y de los movimientos contraculturales.

Dicho ambiente fue nutrido además de forma invertida por la respuesta del Estado a las expresiones juveniles y sus propuestas de cambio, generalmente cerrada dentro de la lógica de exclusión política del Frente Nacional, por entonces todavía vigente, y combinada con las del terrorismo de Estado propio de la política continental de la Guerra Fría, inspirada por los Estados Unidos y articulada como guerra contrainsurgente en la mayor parte del continente. En este contexto, el país fue pionero con los planes contrainsurgentes de finales del periodo de La Violencia de los años 50, tal como el Plan Laso de comienzos del gobierno de Guillermo León Valencia, analizados por investigadores—en su momento estudiantes—y profesores de la Universidad Nacional, tales como Gonzalo Sánchez y Ricardo Peñaranda (1986), Marco Palacios (2012) y Eduardo Pizarro (1989) (unos años después), entre otros.

Era tal la complejidad y la profundidad social de lo que se expresaba en el descontento estudiantil, que los debates políticos entre sus tendencias se construyeron desde las más amplias y hondas preguntas sobre el establecimiento político y económico, y desde las perspectivas de su transformación radical, las cuales determinaban las visiones en torno a la educación y al aparato escolar en sí mismo, y por supuesto al movimiento estudiantil como tal; hasta el punto en que su expresión pretendidamente más propia, según algunas de las tendencias políticas del momento, tuvo que abocarse a la forma de “programa mínimo”, respecto de pretendidas unidades de acción en la universidad, pero también de los “programas máximos” de transformación social y política propuestos por todas las tendencias políticas.

Este fue, de hecho, uno de los debates del momento: el lugar de dichos programas dentro del conjunto de las propuestas políticas en construcción, y su función reformista o revolucionaria, sobre lo cual algunos actores directos hicieron casi de forma inmediata algunas excelentes compilaciones, como: Crisis universitaria colombiana. Itinerario y documento (AA.VV., 1971), Desarrollo político del movimiento estudiantil (FEUV, 1973), Acerca del movimiento estudiantil (Cubides et al., 1971). En esta última, los editores (Víctor Cubides, Alfredo Molano, José Fernando Ocampo, José María Rojas, Alonso Tobón) incluyeron una nota, de la cual extraigo lo siguiente:

Quizá nunca antes en la historia de Colombia se había dado una lucha estudiantil de las proporciones de la lucha que desde principios de este año viene adelantándose en las universidades del país. Alrededor de ella se ha planteado con una intensidad inalcanzada antes, no solamente el carácter de la educación superior, sino también el carácter de la revolu ción colombiana. Podría decirse que el movimiento estudiantil de 1971 superó ampliamente el sentido reivindicativo de la lucha, para llevarla sin ambages al plano político. (Cubides et al., 1971).

Las fechas y el contenido de las tres publicaciones citadas revelan, por lo demás, la alta reflexividad, conceptualización y edición dentro del movimiento mismo, dentro del cual fueron decisivos periódicos, revistas e impresos de grupos como el Frente de Estudios Sociales (FES), Crítica Marxista, Gaceta Obrera, Polémica, Prensa Obrera, El Socialista, Cuadernos Marxistas, Tribuna Roja, Revolución Socialista y Voz Proletaria, por mencionar solo algunos.

Aquellas preguntas sobre nuestra realidad se agruparon en varios campos de debate: la caracterización social del país; el tipo de revolución que se derivaba de esta; las vías por donde transcurriría el camino de la revolución; las dimensiones de la teoría revolucionaria, dentro del principio aceptado por todos de que sin dicha teoría no podría haber práctica revolucionaria; las fuerzas o clases sociales que dirigirían o se sumarían a los procesos de transformación profunda que estaban en marcha, llamadas por los diferentes análisis a dirigir o a integrar las alianzas dentro de esos procesos revolucionarios; y las formas organizativas correspondientes (partidos, guerrillas, corrientes organizadas, frentes, etc.).

En los primeros dos campos de debate, la caracterización social del país se orientaba a definirlo como feudal, semifeudal o capitalista subdesarrollado, y a esclarecer el significado del subdesarrollo mismo como expresión de una forma histórica de capitalismo ya consolidado; y expresaba conceptualizaciones propias de los debates internacionales, pero también, en sus acentos locales, visiones asociadas a la diversa realidad regional de donde procedían los líderes de las organizaciones estudiantiles o políticas que se expresaban dentro del movimiento o en el campo político y cultural de las luchas sociales más amplias, y a los alineamientos internacionales de la izquierda mundial según sus centros de influencia y sus tradiciones políticas: Moscú, Pekín, La Habana, Francia, los Estados Unidos, Alemania o diversos países de América Latina, e incluso algunos de los procesos de descolonización africano o asiático.

A ese respecto, fueron varios los autores que esclarecieron el tema del subdesarrollo en el ámbito latinoamericano, leídos en copias mimeografiadas y en ediciones de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (Cepal) y de la Oveja Negra, o en la revista bogotana Ideología y Sociedad (Theotonio dos Santos, André Gunder Frank, Ruy Mauro Marini, María Concepción Tavares, entre otros); estudios que habían sido anticipados en nuestro medio por los análisis de Mario Arrubla, publicados primero por el periódico Estrategia en los tempranos años 60, y recogidos en su libro Estudios sobre el subdesarrollo colombiano de la editorial Oveja Negra (Arrubla, 1969), uno de los más editados en la historia del libro en el país.

Y en el caso de los alineamientos internacionales, fueron centros de influencia las publicaciones periódicas de la URSS, reproducidas en el país por la Editorial Colombia Nueva, y de China (Pekín Informa, los libros de Ediciones en Lenguas Extranjeras) y cubanas (Pensamiento Crítico, Bohemia, Casa de las Américas, etc.), revistas como Monthly Review (Paul Sweezy y Leo Huberman), Tiempos Modernos (Sartre y Simone de Beauvoir), y traducciones casi simultáneas a las ediciones europeas de auto-res claves como Althusser, Marcuse, Adorno, Gramsci, Rosa Luxemburgo, Franz Fanon, de editoriales como Siglo XX y Siglo XXI, Losada, Pasado y Presente, de Argentina, Ediciones Era y el Fondo de Cultura Económica de México, más las propias del país como Oveja Negra, Estrategia, Hombre Nuevo, Punta de Lanza, La Carreta, entre muchas otras.

De la caracterización social se derivaba el tipo de revolución que se apreciaba como proceso objetivo, es decir, algo visto como inevitable dentro de la dinámica histórica, lo cual era de por sí un tipo de conceptualización que combinaba una visión mecánica con una proyección mesiánica del desarrollo del capitalismo hacia su crisis y superación, algo propio de las teorías revolucionarias de comienzos del siglo XX. Se trataba de la revolución de nueva democracia, de la ampliación de la democracia existente o de la democracia popular; o de la revolución socialista como referente de las demás, vistas como “caricaturas de revolución”, según la frase de Ernesto Guevara en su mensaje a la Tricontinental, a finales de 1965, en el cual propuso: “Las burguesías autóctonas han perdido toda su capacidad de oposición al imperialismo—si alguna vez la tuvieron—y solo forman su furgón de cola. No hay más cambios que hacer: o revolución socialista o caricatura de revolución” (Guevara, 1966).

Desde aspectos como los anteriores se proponían la estrategia y los programas políticos correspondientes, según las vías y formas de lucha predominante que les correspondiera dentro de cada proyecto, vale decir, la vía armada (guerra de guerrillas tipo foco, o guerra prolongada), la electoral, la lucha masas o la insurrección, y sus más diversas combinaciones por parte de las organizaciones de partido, movimiento político o guerrillero, y sus alianzas y articulaciones con y de las organizaciones llamadas gremiales, como los sindicatos, las asociaciones campesinas, de maestros y estudiantiles, etc.

Un texto pionero en estos debates sobre las vías de la revolución es el de Diego Montaña Cuéllar, quien por lo demás fue director de la revista Documentos Políticos, del Partido Comunista. Escrito a mediados de los años 60, “La vía de la revolución en Colombia” es un acápite del documento Los problemas estratégicos y tácticos de la revolución en Colombia. Tesis de discusión sometida al Comité Ejecutivo del P.C. de Colombia, publicado el 15 de septiembre de 1967, incluido en el Apéndice de su libro Colombia, país formal y país real ((Montaña Cuéllar, 1973).

En cuanto a las fuerzas sociales, según la caracterización social que predominara, unos u otros proponían al campesinado como escenario de las principales luchas en pos de la democracia, y como base de la lucha armada; o a la clase obrera como eje de las luchas de masas e insurreccionales, o como base social sindical de apoyo al partido político que debía orientar el conjunto; y un poco más adelante, a las clases medias y los sectores llamados populares (urbanos), y sus expresiones dentro de propuestas de lucha electoral, insurreccional e incluso armada, en muchos casos combinadas (proyectos de guerrillas urbanas como el primer M-19, entre otras; movimientos cívicos y comunitarios).

Sobre esos elementos, que se correlacionaban con arduos debates sobre el proceso mundial de transformaciones del capitalismo y de sus tipos de dominación (imperialismo, social-imperialismo, neocolonialismo, sistema mundial capitalista, entre otros), se construyeron las teorías revolucionarias, y se proponían orientaciones a las acciones del movimiento estudiantil, cuyas discusiones se configuraron desde dos dimensiones principales: por un lado, el pensamiento crítico abierto e integral; y, por otro, las doctrinas, adaptadas o repetidas desde las políticas “oficiales” de las organizaciones políticas definidas como tales a partir de sus seguimientos o rupturas con la tradición de la izquierda mundial, centradas en las vertientes del marxismo (estalinista, maoísta, trotskista y de consejos obreros), o en las del anarquismo (el debate sobre las luchas alrededor de Mayo del 68, el situacionismo, el anarquismo colectivista, etc.).

En ese contexto problemático, se forjaron tendencias referidas—en el caso del pensamiento crítico—a la búsqueda de integración del sicoanálisis con el marxismo, la reflexión sobre la sociedad alienada propia de la recién descubierta escuela de Fráncfort y de los teóricos de la lógica del capital, el llamado movimiento pedagógico de reflexión sobre la educación y la escuela, la liberación femenina y la crítica de la familia, lo popular y sus definiciones, la relación entre cultura y política (Gramsci), entre otras; y un poco después, ya a finales de los años 70, la reflexión sobre el socialismo realmente existente, la crítica del leninismo como supuesta alfa y omega de la teoría revolucionaria, y la relación entre ecología y política.

La crítica del socialismo denominado como “realmente existente” fue relanzada por Rudolf Bahro en su libro Por un comunismo democrático. La alternativa. Contribución a la crítica del socialismo realmente existente (Bahro, 1979), donde retoma los debates de los años 50 en Europa librados por Isaac Deutscher, Sartre, Camus, Lefort, entre muchos otros, y, por supuesto, las críticas de los dirigentes del movimiento de Mayo del 68 como Daniel Cohn Bendit o Daniel Bensaid, entre muchos otros.

Por otra parte, dos trabajos pioneros de la crítica al leninismo fueron: uno, de las Ligas Socialistas, surgidas con base en el grupo llamado de “Los Independientes” de la Universidad Nacional, formado por estudiantes de universidades públicas y privadas de las principales ciudades del país, que publicaron en 1978 un libro bajo forma anónima que recogió sus principales textos políticos, titulado La revolución de nuestro tiempo [archivo personal]. Y otro el periódico Ruptura, editado en Cali, liderado por Estanislao Zuleta y Gustavo González, entre otras personas, expresión del movimiento político que agrupaba a los grupos de estudio y acción que orbitaban alrededor del Centro Sicoanalítico de Cali, cuya cuarta entrega se quedó entre el tintero, consagrada a dialogar y producir reflexión en torno a trabajos como los de François George, “Olvidar a Lenin”.

Sobre ecología y política, que fue también el tema que ocupó a Bahro a lo largo de su carrera, el trabajo pionero de André Gorz, Ecología y libertad (Gorz, 1981), fue traducido y editado en el país en 1981 por Jorge García y Pepe Zuleta (Ediciones Barbarroja, Cali). Más adelante, en 2001, llegó al país, del mismo autor, Ecología y política. Un texto para subvertir la relación de los individuos con el consumo, con la naturaleza, con la política, con su cuerpo (Gorz, 2001). Las ediciones del Viejo Topo empezaron a llegar a finales de la década de los años 70, importados, como el libro citado de Bahro, inicialmente por la distribuidora de libros de Mario Arrubla y Jorge Posada.

Las diversas articulaciones entre fuerzas sociales y tendencias de pensamiento dieron lugar a formas particulares de organización estudiantil y a énfasis de pensamiento, según predominara el espíritu doctrinario o abierto al pensamiento crítico, y condujeron a idealizaciones y sectarismos derivados del criterio vanguardista de los partidos leninistas en sus diferentes versiones, o de la guerrilla foquista, y del voluntarismo sobreimpuesto o subordinado a los programas políticos; pero también a corrientes lúdicas, artísticas y contestatarias dentro de las bases universitarias y en las expresiones callejeras.

La apertura crítica de toda esa problemática se hizo visible en los textos de Estanislao Zuleta, de amplia divulgación y conocimiento posterior: Idealización en la vida individual y colectiva (Zuleta, 1985), conferencia dictada en Medellín en 1982, cuyo texto fue incluido en el libro del mismo título (hay dos ediciones: Procultura, 1985, y Planeta editores, 2020); y El voluntarismo militar cristiano (Zuleta, 1971), conferencia dictada en Sasaima en febrero de 1971 (reproducido en mimeo, inédito, copia mecanográfica al carbón, archivo personal).

En cuanto a las expresiones lúdicas y artísticas, en la Universidad Externado de Colombia, por ejemplo, se citaban las asambleas estudiantiles con sketches del grupo de teatro, dirigido por Raúl Gómez Jattin, con la puesta en escena en la cafetería de poemas de César Vallejo como Masa:

Al fin de la batalla, / y muerto el combatiente, vino hacia él un hombre / y le dijo: «¡No mueras, te amo tanto!» / Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo. // Se le acercaron dos y repitiéronle: / «¡No nos dejes! ¡Valor! ¡Vuelve a la vida!» / Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo. // Acudieron a él veinte, cien, mil, quinientos mil, / clamando «¡Tanto amor y no poder nada contra la muerte!» / Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo. // Le rodearon millones de individuos, / con un ruego común: «¡Quédate hermano!» / Pero el cadáver ¡ay! siguió muriendo. // Entonces todos los hombres de la tierra / le rodearon; les vio el cadáver triste, emocionado; / incorporóse lentamente, / abrazó al primer hombre; echóse a andar...

Y fueron notables las expresiones del movimiento teatral de la Casa de la Cultura, hoy Grupo de La Candelaria, durante las marchas hacia la Plaza de Bolívar; o los grandes dazibaos o murales de la JUPA en las universidades públicas y privadas; y en la historia del arte en Colombia aún se registran las intervenciones de fotos de la guerra de Vietnam en los afiches de Nirma Zárate, o la instalación de Antonio Caro en el Museo de Arte Moderno, por entonces ubicado en el Planetario Distrital, colmado de recortes de tigres de tela y papel colgando del techo, con una gran consigna a lo largo del oblicuo salón: “El imperialismo es un tigre de papel” (Caro, 1972), para citar solo algunos ejemplos de lo anterior.

En nuestro caso, fue más que divertida la experiencia de coordinar la campaña electoral de Goyeneche en 1974, cuando convocábamos a mítines aledaños a las zonas de votación de la Calle 19, como una bur-la al proceso electoral, por entonces caracterizado con la consigna de Camilo Torres, “el que escruta elige”, y en nuestro caso como el eje de lo que afirmábamos en las Ligas Socialistas como perspectiva antielectoral (no abstencionista) de la lucha política. “Y habrá ríos de miel y leche, con Goyeneche”, coreábamos antes de las intervenciones del querido personaje, cuyas octavillas impresas repartíamos, referidas a pavimentar el río Magdalena, cubrir a la Bogotá de lluvia sempiterna con una marquesina, o construir un elevador para llegar a las universidades ubicadas en los Cerros Orientales, empezando por el Externado.

Los repertorios de acción abiertos y amplios, o cerrados, clandestinos, propios de las propuestas de las diversas tendencias y organizaciones políticas, fueron en todo caso permeados por múltiples expresiones contraculturales, culturales, editoriales, etc.; y por el énfasis en la acción directa dentro de las diversas “formas de lucha”, abiertas y clandestinas, masivas y conspirativas que se alternaron durante la década, que conformaron riquísimos repertorios de acción formales, no formales e informales más allá y más acá de las pedreas y bloqueos, y de la impresión en mimeógrafo y repartición de “materiales” impresos desde hojas volantes, documentos y transcripciones de grabaciones de conferencias y charlas, y libros de bolsillos en ediciones rústicas, los cuales fueron registrados en el trabajo de Juan Guillermo Gómez, unos años después, editado por Ricardo Alonso, estudiante de economía de la Universidad Nacional en los años 70, en su editorial Diente de León (Gómez, 2006).

En efecto, dentro del movimiento estudiantil se generalizaron discusiones en las aulas, en las facultades, en los espacios abiertos de cada centro universitario, grupos de estudio, foros después de las obras de teatro y cine-foros, tertulias semanales y diarias, peñas musicales, fiestas y rumbas, mítines y sítines, tomas de agitación del centro y de sectores de las ciudades como las zonas industriales, manifestaciones masivas o de pequeños grupos, pintas y pegas de afiches callejeros, ollas comunitarias y reuniones de discusión y de estudio en las carpas de las huelgas obreras y en las veredas campesinas donde muchos trabajaban de forma permanente o por periodos, campamentos universitarios, asambleas por cursos, facultades y generales de universidad, encuentros y asambleas estudiantiles distritales, regionales o nacionales, y reuniones de comités interuniversitarios de diverso tipo, sin contar ahora acciones individuales y de pequeños grupos para comprar colectivamente, prestar, “recuperar” o “expropiar” libros y publicaciones en librerías y puestos callejeros de todo tipo, y asistencia a los innumerables teatros de cine de los barrios y del centro donde se estrenaban películas aún hoy vigentes de clásicos como los autores italianos, franceses, norteamericanos, suecos, latinoamericanos, en un desbordamiento crítico, cultural y político, que se prolongó casi sin interrupción entre los años 1970 y 1976-77, sobre lo cual escribí de mi parte; lo que se constituye en una suerte de relato existencial que titulé como A tientas por un país iluminado y sombrío. 1974-1985, cuyos acápites “Vueltas y revueltas por los laberintos urbanos del movimiento estudiantil, y la creación las Ligas Socialistas como corriente política organizada de pensamiento” y “En busca de una efímera clase obrera dentro de la ciudad letrada” forman parte de un libro de memorias, de mi autoría (Correa, 2015).

Toda esa dinámica, por supuesto, oscilaba y se alternaba durante los flujos y reflujos de “la lucha de masas”, hasta que en la intensidad de la lucha social y política del país los ciclos de movilización estudiantil fueron decayendo, incluso en el contexto de repunte de los sectores sociales como tales que habían sido convocados por el movimiento estudiantil, que ya por entonces contaba con una nueva forma política hasta entonces ausente: la de los movimientos cívicos, expresión de los sectores populares urbanos en torno al derecho a la ciudad, a la vivienda y a los servicios públicos.

Después de un poco más de seis años, pasado el paro cívico nacional de 1977, en el cual uno de los sectores más grandes como protagonistas fueron los estudiantes de las escuelas técnicas INEM, se empezaron a perfilar los destinos del movimiento estudiantil en sí, y de las tendencias políticas que se habían levantado con la década, los cuales se revelaron plenamente a comienzos de los años 80, según, primero, en orden de causalidades, el tipo de respuestas del Estado al conjunto de las luchas, al movimiento estudiantil y al sector universitario como tal, y el alza paulatina del narcotráfico, que fue permeando algunos intentos de recomposición del movimiento estudiantil, y canalizando algunas de sus búsquedas de radicalización ante el cierre y la violencia del régimen político, también recogido en otro acápite de mi libro: Ante los oscuros designios del narcotráfico, la delincuencia y la violencia.

Desde 1971 se había iniciado la contraofensiva del régimen político dominante, denominado por entonces como “el sistema”, con la Contrarreforma agraria acordada en el Pacto de Chicoral, que definió la agresiva respuesta gremial y estatal a las movilizaciones campesinas que culminó con la formulación explícita de dejar atrás el tema de la reforma agraria como reparto de la tierra, para dar paso al llamado “desarrollo rural”, propia de los gobiernos de López Michelsen y de Turbay Ayala; y continuó con las reformas laborales impulsadas por el primero de ellos, y con las respuestas violentas a las movilizaciones obreras, estudiantiles y populares de los años 1976 y 1977, hasta dar paso a la represión y violencia sistemáticas del llamado Estatuto de Seguridad del gobierno del segundo, una especie de ensayo general de lo que se retomaría casi dos décadas después con los gobiernos de la seguridad democrática.

La cumbre de dicha reacción fue el llamado genocidio de la Unión Patriótica, cuyas dinámicas de amenazas, asesinatos, desapariciones, detenciones arbitrarias y torturas, entre tantas otras formas de violencia, además de implicar el asesinato de los militantes formales de dicho proyecto político, diezmaron una generación completa de estudiantes ya profesionales que se alineaban allí o en otras propuestas, y devastaron los espacios creados por los líderes y activistas, las organizaciones y las tendencias del movimiento estudiantil en las comarcas de origen de aquellos, una vez culminaron sus ciclos escolares y se reintegraron a sus comunidades, en unos hechos selectivos cuyo relato singular—hasta donde sabemos—está por esclarecerse dentro de las tareas de memoria histórica y, por supuesto, de verdad, justicia y reparación. La oleada de asesinatos de líderes sociales de hoy, y la arremetida contra los líderes de las primeras líneas de las luchas callejeras del presente, es mucho más que similar a aquella violencia selectiva y sistemática, y nos lleva a pensar que, por la repetitiva aplicación de tan macabra política, nos hemos convertido en un país que explícitamente asesina a sus jóvenes más preclaros y participativos, por designios de sus élites políticas, sociales, policivas y militares.

Detrás de esa tragedia, y a propósito del abandono definitivo de la búsqueda de reformas políticas por parte de dichas élites, justo en 1978, el estudiante de los años 60, Jesús Antonio Bejarano, sentenció en su trabajo publicado en el libro de Mario Arrubla titulado Colombia hoy (1978):

La eficacia de la dirección neoliberal de la política económica dependerá, en un futuro próximo, tanto de si en verdad la acumulación ha llegado a un grado de consolidación tal que pueda ya operar sin los estímulos directos de la acción estatal, como de los cambios en el sector externo, ante los cuales la burguesía deberá escoger entre mantener la estabilidad interna económica y política a costa de un menor dinamismo en la acumulación, o persistir en la inestabilidad interna inherente a los movimientos cíclicos del mercado mundial a costa de acentuar su capacidad represiva, pero que le permita aprovechar las coyunturas favorables del sector externo. (Bejarano, 1978, pp. 268-269).

Aserto tan profético como aquel que quince años antes había pronunciado el joven Gonzalo Arango, exponente del nadaísmo, esa expresión contracultural de comienzos de los años 60:

Yo pregunto sobre su tumba cavada en la montaña: ¿no habrá manera de que Colombia, en vez de matar a sus hijos, los haga dignos de vivir? Si Colombia no puede responder a esta pregunta, entonces profetizo una desgracia: Desquite resucitará, y la tierra se volverá a regar de sangre, dolor y lágrimas (Arango, 1993, p. 44).

Se abrió así un abismo entre las luchas abiertas, de masas, y las acciones propias de las organizaciones políticas, y se iniciaron procesos de descomposición temporal del movimiento estudiantil, dentro de tensiones de la escalada de la lucha guerrillera, en parte reforzada por las radicalizaciones de muchos de los activistas estudiantiles ante el terrorismo de Estado, y una cierta degradación de la política y de las formas culturales dentro del movimiento sindical y gremial popular, en una paradójica coyuntura de búsquedas y formalización de unidades coordinadoras de los movimientos guerrilleros, sindicales y cívicos, y la apertura relativa del espacio electoral con la descentralización y el surgimiento del Polo y las representaciones senatoriales; tema trabajado por el suscrito en el artículo “La izquierda y los movimientos populares, o la noria de la esperanza en Colombia”, incluido en el libro que compiló Gustavo Gallón Giraldo, Entre movimientos y caudillos (Gallón, 1989). Por lo demás, muy pocas organizaciones fundadas en los años 70 subsistieron como tales más allá de mediados de los años 80, aunque sus dirigencias y sus militantes sobrevivientes a la violencia del Estado, engrosaron las organizaciones del periodo siguiente, que se inició a finales de los años 80 con el surgimiento del Polo Democrático y los procesos de paz del gobierno de Barco, y en otro sentido, las guerrillas que protagonizaron el alza del conflicto armado como tal durante las tres décadas siguientes. Una mirada sobre el tema hizo Lisandro Duque (2018) en su reciente libro Las reglas del fuego (mirada que no compartimos por su atribución idealizadora del sujeto proletario investido de partido, y que repite de forma tan cáustica como infundada la versión sobre lo efímero de las expresiones políticas de las clases medias y los sectores “intelectuales”).

Mientras tanto, se preparaba el ingreso de las devastadoras políticas neoliberales del gobierno de César Gaviria, y el inicio de la globalización como fenómeno de inserción y, al mismo tiempo, de reorganizaciones territoriales nacionales. Se trataba, en realidad, de una nueva configuración del sistema capitalista mundial, que acompañó la progresiva crisis de la descentralización, y la generalización de la guerra sucia en el país como factores de concentración de capital y de la acumulación por despojo.

Un recomienzo cuya naturaleza específica fue, por decir lo menos, de grandes contrastes con el de veinte años antes: el del movimiento estudiantil de la Séptima Papeleta, que coadyuvó indirectamente los empeños del movimiento guerrillero en trance de firmar la paz durante el gobierno de Barco, cuyas formas y dinámicas tuvieron otros acentos distintos a los de los años 70, por supuesto con una gran incidencia respecto de la promulgación de la Constitución del 91, pero al mismo tiempo enfrentado de hecho al nuevo contexto de la descentralización, que entró muy pronto en crisis, al modelo de desarrollo reprimarizador y financiero de la economía exportadora, y a la llegada en pleno de la globalización, y por supuesto a la escalada de la guerra sucia en el país.

Como se sabe, se trató de un estadio más amplio de movilidad social, en nuevos contextos capitalistas, que incluyeron reformas privatizadoras al sistema educativo, flexibilizaciones y precarización de los mercados laborales y nuevas formas de explotación laboral y ambiental, la contrainsurgencia paramilitar y la profundización de la contrarreforma agraria, y la especialización del país como exportador rural, en un nuevo cuadro de fuerzas sociales en el cual los nuevos movimientos estudiantiles debieron afrontar acentos de lucha ciudadana y globalizada, dentro de lo que habría quizá que caracterizar como una modernidad transfigurada, dentro de un capitalismo profundamente transformado, cuya compleja naturaleza ha venido siendo analizada por Víctor Manuel Moncayo, exrector de la Universidad Nacional, quien era profesor allí durante los años 70, especialmente en varios de sus libros, y especialmente en el capítulo “La realidad del capitalismo hoy”, del libro Éxodo. Salir del capitalismo (Moncayo, 2018), y en diversos números de la revista Izquierda, dirigida por Jairo Estrada, disponible en la red.

Lo que interesa aquí es denotar las soluciones de continuidad o rupturas entre los años 70, los 80 y el periodo abierto desde los años 90, que apenas se ha empezado a cerrar con el Acuerdo de Paz del 2016, en medio de las actuales crisis de representación y de legitimidad del régimen político nacional. Y que se trata de campos culturales, sociales, políticos y económicos transformados dentro de una gran crisis civilizatoria y del régimen democrático en el mundo, y el lento crecimiento de nuevos imaginarios de lucha en torno a nuevos modos de producción más allá del capitalismo, cuyos horizontes de sentido son claros en el plano de nuevos modos de vida, pero menos en lo referido a la estructuración socioeconómica y política de ese tránsito histórico válidamente propuesto como socialismo, opacado ahora por otra solución de continuidad a nuestro modo de ver dramática, a causa de su prolongada vigencia: la de la crítica del socialismo realmente existente, que debería sin duda centrarse en la crítica del totalitarismo en todas sus formas, y especialmente del estalinista, combinada con la de las formas social-democráticas y populistas que han contribuido a la renovación de los ciclos del capitalismo como tal.

De algún modo, las grandes preguntas que se hizo el movimiento estudiantil en aquellos años se reactualizan en los nuevos contextos nacionales y mundiales, locales y globalizados. Y respecto de las posibles lecciones aprendidas o por aprender, solo atinamos a intuir que las respuestas incluirán experiencias no tanto sectoriales o gremiales, sino profundamente políticas respecto de esas grandes preguntas, y del actual carácter transformado del sector universitario, y por supuesto del movimiento estudiantil como categoría política y social, en tanto componentes de un capitalismo distinto en el cual algunas “constantes” desde hace medio siglo como la defensa de lo público, el carácter de la educación o la democracia, están siendo sometidas a revisiones profundas por los movimientos sociales y ciudadanos de hoy, y por el pensamiento crítico.

Y claro, todo ello nos conduce a una pequeña conclusión generacional: la necesidad de volver a ser, necesariamente, estudiantes, y más allá de ello, activistas estudiantiles, así ello signifique, no solo por razones obvias personales, otra cosa. Quizás así podremos descifrar y superar el aserto de aquel joven de los años 60, recientemente fallecido, cuando afirmó en su novela Sin remedio que, en el país, siempre, “las cosas son iguales a las cosas” (Caballero, 1984).

Acknowledgements

Reconocimientos

Ensayo escrito en el contexto del diálogo intergeneracional sobre los principales movimientos estudiantiles que ha habido en el país desde los años 70, convocado como jornadas alrededor de los cincuenta años del movimiento estudiantil de 1971, las cuales fueron grabadas y están disponibles en YouTube. La de la participación de su autor junto con Humberto Molina, Donka Atanassova, Carlos Medina Gallego, Inti Mejía Barrera y Sara Abril, coordinada por Miguel Ángel Herrera, es el Panel 1, Conversatorio: “UN, pensamiento y acción en el movimiento universitario 1971-2021”, disponible en https://www.youtube.com/watch?v=vam93x7Stzg.

Hernán Darío Correa

Sociólogo de la Universidad del Valle (Cali, Colombia). Estudios de Derecho en la Universidad Externado de Colombia (Bogotá, Colombia). Ensayista. Editor literario y de obras de ciencias sociales, y documentalista de televisión; docencia universitaria sobre interculturalidad, medio ambiente y desarrollo sostenible. Experiencia en evaluación de obras literarias, de ciencias sociales e historia, para diversas editoriales (Fescol, Cerec, El Peregrino Ediciones, Planeta, Seix Barral, Tusquets, Ariel, entre otras). Formulación y desarrollo de políticas sociales públicas, evaluación de proyectos y programas sociales, de soberanía y seguridad alimentaria, promoción y defensa de derechos humanos, sindicales, ambientales, y de los pueblos indígenas, de ordenamiento territorial, ambientales, de paz y de manejo de parques nacionales y áreas protegidas; patrimonio material e inmaterial, jurisdicción especial indígena, participación comunitaria, social y ambiental; gestión, acompañamiento y sistematización de experiencias de transformación de conflictos sociales y ambientales; investigaciones históricas, políticas, culturales y sociales aplicadas.

Referencias

  1. AA.VV. 1971. Crisis universitaria colombiana. Itinerario y documento. Medellín: El Tigre de Papel. 🠔
  2. Arango, G. (1993). Elegía a Desquite. En Obra negra (pp. 42-44). Bogotá: Plaza y Janés. 🠔
  3. Archila, M., Correa, F., Delgado, O. y Jaramillo, J. E. (Eds.). (2006). Cuatro décadas de compromiso académico en la construcción de nación. Bogotá: Universidad Nacional de Colombia, Facultad de Ciencias Humanas. 🠔
  4. Arrubla, M. (1969). Estudios sobre el subdesarrollo colombiano. Bogotá: La Oveja Negra. 🠔
  5. Bahro, R. (1979). Por un comunismo democrático. La alternativa. Contribución a la crítica del socialismo realmente existente. Barcelona: Materiales. 🠔
  6. Bejarano, J. A. (1978). Industrialización y política económica 1950-1976. En M. Arrubla y otros, Colombia hoy (pp. 268-269). Bogotá: Siglo XXI. 🠔
  7. Caballero, A. (1984). Sin remedio. Bogotá: La Oveja Negra. 🠔
  8. Caro, A. (1972). El imperialismo es un tigre de papel [Instalación]. En Nombres Nuevos. Museo de Arte Moderno de Bogotá. 🠔
  9. Correa, H. D. (2015). Como marcas en la brecha. Una historia de vida. Bogotá: El Peregrino. 🠔
  10. Cubides et al. (1971). Acerca del movimiento estudiantil. Medellín: Librería Aguirre. 🠔
  11. Duque, L. (2018). Las reglas del fuego. Bogotá: Del Sistema Editorial 🠔
  12. Estrada, J. (Dir.). (s. f.). Revista Izquierda. https://revistaizquierda.com/ 🠔
  13. Federación de Estudiantes de la Universidad del Valle (FEUV). (1973). Desarrollo político del movimiento estudiantil. Bogotá: FEUV. 🠔
  14. Gallón, G. (Comp.). (1989). Entre movimientos y caudillos -50 años de de bipartidismo, izquierda y alternativas populares en Colombia-. Bogotá: CINEP. 🠔
  15. Gómez, J. G. (2006). Colombia es una cosa impenetrable. Raíces de la intolerancia y otros ensayos sobre historia política y vida intelectual. Bogotá: Diente de León. 🠔
  16. Gorz, A. (1980). Ecología y libertad. Cali: Barbarroja. 🠔
  17. Gorz, A. (2011). Ecología y política. Un texto para subvertir la relación de los individuos con el consumo, con la naturaleza, con la política, con su cuerpo. Barcelona: El Viejo Topo. 🠔
  18. Guevara, E. (1966). Crear dos, tres… muchos Vietnams. Mensaje a los pueblos del mundo a través de la Tricontinental.Recuperado de https://www.marxists.org/uevara/uevara/04_67.htm 🠔
  19. Jaramillo, R. (1998). Colombia: la modernidad postergada (2.a ed.). Bogotá: Argumentos. 🠔
  20. Moncayo, V. M. (2018). Éxodo. Salir del capitalismo. Bogotá: Aurora. 🠔
  21. Montaña Cuéllar, D. (1967). Los problemas estratégicos y tácticos de la revolución en Colombia. Tesis de discusión sometida al Comité Ejecutivo del P.C. de Colombia. Colombia, país formal y país real. Bogotá: Editorial Latina. 🠔
  22. Palacios, M. (2012). Violencia Pública en Colombia 1958-2010. Bogotá: Fondo de Cultura Económica. 🠔
  23. Pizarro, E. (1989). Los orígenes del movimiento armado comunista en Colombia (19491966). Análisis Político, 7, 7-32. 🠔
  24. Sánchez, G. y Peñaranda, R. (1986). Pasado y presente de la violencia en Colombia. Bogotá: CEREC. 🠔
  25. Zuleta, E. (1971). El voluntarismo militar cristiano archivo personal. 🠔
  26. Zuleta, E. (Ed.) (1974). Ruptura. Cali. 🠔
  27. Zuleta, E. (1985). Idealización en la vida individual y colectiva. Bogotá: Procultura. 🠔
  28. Zuleta, E. (2020). Idealización en la vida individual y colectiva. Bogotá: Planeta. 🠔