Ciencia Política
2389-7481
Universidad Nacional de Colombia
Colombia
https://doi.org/10.15446/cp.v18n35.105142

Recibido: 6 de octubre de 2022; Aceptado: 7 de julio de 2023

Género y espacialidad: aproximaciones conceptuales, temáticas y desafíos para las ciencias sociales

Gender and spatiality: conceptual approaches, themes and challenges for the social sciences

S. Elizarrarás, https://orcid.org/0000-0002-8818-6836

El Colegio de México, Ciudad de MéxicoMéxico

Resumen

El presente texto busca perfilar las trayectorias conceptuales y de investigación que han marcado la exploración de lo que hoy podemos llamar la imbricación “espacialidad y género”. Esto con el fin de comprender cómo se desarrollaron en paralelo y se entretejieron las discusiones académicas en torno al espacio como producción social, así como la configuración del campo de los estudios de las mujeres y de género. El texto pone especial atención en la inter y multidisciplina de estas vetas de estudio, subrayando la relevancia cobrada en los últimos años por la historia como parte de este diálogo disciplinar, en especial en Latinoamérica y en concreto en México. De esta suerte, el texto concluye que el análisis de la imbricación espacialidad y género visibiliza y cuestiona la normalización de la aparente oposición público-privado, así como el ejercicio de ciertas violencias en el espacio público, y de la reproducción en este de prácticas heteronormadas. También subraya la manera como en los últimos años, las investigaciones muestran la agencia de las mujeres para ocupar y transitar el espacio urbano.

Palabras clave: ciudades, ciencias sociales, estudios de género, espacio urbano.

Abstract

This text seeks to outline the conceptual and research trajectories that have marked the exploration of what we can now call the imbrication of "spatiality and gender". This in order to understand how academic discussions about space as a social production were developed in parallel and intertwined, as well as the configuration of the field of women's and gender studies. The text pays special attention to the inter and multidisciplinary nature of these veins of study, underlining the relevance that history has gained in recent years as part of this disciplinary dialogue, especially in Latin America and specifically in Mexico. In this way, the text concludes that the analysis of the imbrication of spatiality and gender makes visible and questions the normalization of the apparent public-private opposition, as well as the exercise of certain violence in the public space, and the reproduction of heteronormative practices in it. It also underscores the way in which in recent years research has shown the agency of women to occupy and transit the urban space.

Palabras clave: Cities, Social Sciences, Gender Studies, Urban Space.

Introducción

Hace algunos años, la antropóloga Ángela Giglia (2012) escribía que “el espacio nos ordena además de dejarse ordenar” (p. 21). En esa sola frase nos ofrecía indicios de la manera dinámica cómo hoy las ciencias sociales conciben la espacialidad y su relevancia en las maneras como nos relacionamos socialmente y en cómo reproducimos o resistimos las normativas y tipificaciones sociales que atraviesan nuestro estar en el mundo. Esta mirada implica pensar la espacialidad, no como una mera dimensión cartesiana donde se despliegan los sucesos, procesos y aconteceres sociales, sino como un elemento producido socialmente y que, lejos de ser neutro, contribuye a acentuar diferencias y desigualdades en las dinámicas sociales, políticas, económicas y culturales cotidianas.

Este modo de pensar lo espacial fue ganando terreno desde la década de los setenta, cuando desde diferentes disciplinas y enfoques aparecieron textos que enfatizaron el carácter social y experiencial de lo espacial y lo urbano. Como muestras basta mencionar el ahora clásico La producción del espacio, del filósofo francés Henry Lefebvre (2013), originalmente publicado en 1974; La cuestión urbana, de Manuel Castells (1974) o el texto Space and Place. The perspective of Experience, del geógrafo chino-estadounidense Yi-Fu Tuan (1977), que aún hoy son ampliamente citados en trabajos de diversas disciplinas que incluyen lo espacial como uno de los ejes de análisis.

Al inicio, las preguntas sobre el papel que jugaba lo espacial en las percepciones, experiencias y desigualdades estuvieron articuladas con las diferencias de clase social, un terreno fructífero de investigación y reflexión en las ciencias sociales sobre la articulación entre diferentes fases del capitalismo y la producción del espacio urbano (Harvey, 1998), sus dinámicas de diferenciación y estigmatización social (Bourdieu, 1999; Wacquant, 2007), y las dinámicas de exclusión y segregación observadas en las últimas décadas, en especial con lo que hoy en día suele llamarse ‘ciudades globales’ (Sassen, 2011). En Latinoamérica y en concreto en México, los análisis de este corte han sido desarrollados por autores como Emilio Duhau y Ángela Giglia (2008), Cristina Bayón (2012) y Gabriel Kessler (2012), entre otros.

Conforme ganó terreno la reflexión sobre lo espacial y su articulación con las dinámicas sociales, también se sumaron las reflexiones sobre el género. La imbricación entre género y espacialidad, como materia de análisis, fue configurándose de forma gradual, de la mano con el desarrollo conceptual del género como categoría analítica, precedida por el auge de los “estudios de la mujer”, surgidos desde finales de la década de los sesenta (Scott, 2008).

En los últimos años, el género se ha convertido en un tema fundamental en las indagaciones académicas vinculadas con lo espacial, debido, en gran medida, a la visibilidad que algunas problemáticas han ganado en el debate público y en los activismos feministas. Una de esas problemáticas ha sido la violencia sexual en el espacio público, extendida y normalizada durante mucho tiempo, que ha favorecido restricciones de movilidad en mujeres de diferentes condiciones sociales, y el desarrollo de estrategias, individuales y colectivas para su denuncia y enfrentamiento.

Este escrito tiene como propósito revisar cómo la categoría género fue incorporándose a las preguntas y problematizaciones en torno a la espacialidad como componente activo de la dinámica social. En ese sentido, también aborda cómo ha incidido o delimitado temas de investigación en diferentes ciencias sociales, incluyendo la geografía, los estudios urbanos, la antropología y, de modo más reciente, la historia.

El texto está organizado en dos apartados y una sección de apuntes finales. El primero hace un recorrido por la manera como las exploraciones sobre la espacialidad fueron integrando preguntas sobre las prácticas y experiencias espaciales particulares y diferenciadas de las mujeres, y cómo algunos análisis fueron incorporando una mirada relacional a partir de la categoría conceptual “género”. En ese mismo apartado se observan los intercambios y diálogos entre la academia anglosajona y las preguntas y temas que desde Iberoamérica dieron cabida a explorar la imbricación género-espacialidad. El segundo apartado hace una reseña breve de los principales tópicos desde los que actualmente se aborda dicha imbricación, en especial en la academia mexicana. Los apuntes finales ofrecen algunas reflexiones sobre la visibilidad cobrada por algunos de esos tópicos y la importancia de mantener un diálogo interdisciplinar en su abordaje.

Espacio y género: miradas múltiples a las posibilidades de una imbricación

Los inicios de la década de los setenta atestiguaron transformaciones y revoluciones conceptuales en los campos de la geografía y la sociología urbana que ampliaron las preguntas sobre cómo el espacio urbano estaba atravesado por las diferencias sociales. En ese sentido, en el campo de la geografía anglosajona, dominada al menos hasta la década de los cincuenta por una noción de espacio absoluto y un enfoque cuantitativo (García Ballesteros, 1986), dio cabida a las nuevas aproximaciones de la geografía crítica o radical, que concibe el espacio como producción social, entretejida, a su vez, a las transformaciones del capitalismo (Sabaté, 1984). El trabajo del filósofo francés Henri Lefebvre es emblemático de esta veta. En su ya clásico La producción del espacio (2013), publicado originalmente en 1974, confronta a quienes conciben el espacio como superficie cartesiana o como una entidad dada, natural o absoluta. Frente a esto plantea que el espacio es producido socialmente, mediante tres elementos: la práctica espacial (que involucra los procesos de producción y reproducción), las representaciones del espacio (o el espacio planificado por especialistas, ingenieros sociales y autoridades) y los espacios de representaciones o el espacio vivido y simbólicamente significado por sus habitantes (p. 97).

El auge de la llamada geografía del bienestar de corte neopositivista contribuyó también a dirigir la atención a los aspectos sociales articulados a lo espacial (García Ballesteros, 1986). Finalmente, la sociología también ofreció planteamientos interesantes para pensar lo urbano. Desde esta disciplina, Manuel Castells propuso una mirada crítica a la ecología urbana planteada por la Escuela de Chicago, que suponía cierto determinismo espacial. Influido por el trabajo de Lefebvre, Castells (1974) subrayaba la importancia de pensar el espacio no como una entidad fija o cristalizada, sino como producto de una yuxtaposición históricamente situada de “elementos del sistema económico, del sistema político y del sistema ideológico, así como por sus combinaciones y las prácticas sociales que derivan de ello” (p. 154).

En esos mismos años surge la exploración académica sobre las posibles particularidades de la experiencia espacial de las mujeres. Como lo han señalado autoras como Ana Sabaté (1984), Linda McDowell (1999), Susana Veleda y Diana Lan (2007), Paula Soto (2018) y Mónica Colombara (2019), la influencia de las movilizaciones sociales y la producción teórico conceptual del llamado “feminismo de la segunda ola” favoreció la aparición de investigaciones, asociaciones y programas académicos centrados en las mujeres como sujetos de análisis. Entre estos podemos mencionar el Women and Geography Study Group, en Reino Unido (Sabaté, Rodríguez y Díaz, 1995; McDowell, 1999), el Women’s Studies Comittee of the University of Oxford (McDowell, 1983), el Seminario de estudios de la Mujer en España (García Ballesteros, 1986), el Programa Interdisciplinario de Estudios sobre la Mujer en México (Cardaci, 2004) y los Encuentros Nacionales de Mujeres en Argentina (Colombara, 2019). Así mismo, tanto en la academia anglosajona como en la latinoamericana surgieron publicaciones especializadas sobre las mujeres y el género, en las que los trabajos centrados en lo espacial fueron cobrando lugar (Veleda y Lan, 2007).

En ese último renglón, de modo gradual surgieron investigaciones cuya premisa era que existía una diferencia sustancial en la experiencia y las prácticas espaciales de mujeres y hombres. Esto llevaba consigo un viraje al común de los análisis de la época, que solían presentar

[…] el espacio como producto de una sociedad sin diferenciación entre hombres y mujeres, y aunque los comportamientos testimonien que hay diferenciación, serán los del hombre los que constituyan la norma y de acuerdo con los que se explique los funcionamientos espaciales. (García Ballesteros, 1986, p. 22)

Sin embargo, muchas de esas investigaciones aún daban por hecho que había una división clara entre los espacios masculinos y femeninos, resultando en la oposición público-privado. De esta suerte, estos estudios solían centrar su atención en la descripción, más que en la explicación de las prácticas espaciales en la casa como espacio privado por excelencia, así como en los espacios próximos a ella, cuando se trataba de mujeres (McDowell, 1983).

Desde una veta de reflexión geográfica distinta, el trabajo de Yi-Fu Tuan (1977) contribuiría a la reflexión de geógrafas y urbanistas que buscaban analizar la experiencia particular de las mujeres en el espacio urbano. Tuan desarrolló un enfoque que prestaba especial atención a la mediación del cuerpo y las emociones como elementos fundamentales de la experiencia espacial y sería una influencia importante en los trabajos que explorarían las experiencias emocionales articuladas a diferentes lugares. Entre estas, el miedo y la manera como este incide en la percepción del espacio urbano de modo diferenciado por género (Valentine, 1989, 1992). Este enfoque ha tenido impacto hasta años recientes, en investigaciones que plantean que el miedo conduce a estrategias diferenciadas de movilidad, y a la configuración de lo que en los últimos se ha denominado como “geografías emocionales atravesadas por el género” (Soto, 2022).

Hacia el final de la década de los setenta y a lo largo de los años ochenta aparecieron textos clave que darían forma al concepto de género, con sus tensiones y sus matices, pero que tenían como centro el interés por explorar las maneras en que socialmente se perfilaba y dotaba de significado a la diferencia sexual (Rubin, 1996; Scott, 2008; De Lauretis, 1986, 1989)1. Asimismo, cobrarían visibilidad los trabajos de autoras feministas que ponían el foco de la discusión en la relevancia de pensar la heterogeneidad de experiencias femeninas, las ambivalencias y tensiones en las mismas, así como las posiciones sociales diferenciadas en función de la clase o la etnicidad que impedían hablar de “la mujer” como una categoría unívoca y ahistórica. Entre estos trabajos pueden mencionarse, a modo de muestra, los de bell hooks (1997) o el de Elizabeth Wilson (1991). El trabajo de esta última tuvo particular relevancia para pensar la complejidad de la imbricación entre el espacio con sus diferentes escalas y las experiencias y percepciones de las mujeres. Como ha señalado Paula Soto (2018), Wilson destacó los múltiples sentidos y contradicciones que puede tener el espacio urbano para las mujeres, quienes pueden experimentarlos como restricción “y al mismo tiempo como un espacio potencialmente liberador” (Soto, 2018, p. 16).

Este cúmulo de enfoques dejarían una impronta importante en autoras que articularon la reflexión sobre la espacialidad con el género como categoría relacional, atravesada por diferencias económicas, políticas y sociales. Destacan particularmente los trabajos de las geógrafas inglesas Doreen Massey (1994) y Linda MacDowell (1983, 1999). Massey sostenía que espacio y género tenían una relación bidireccional, es decir: 1) el género era una de las relaciones mediante las que se producía el espacio y los significados de los lugares, y 2) el espacio contribuía a reproducir y mantener lo que socialmente era considerado apropiado como masculino o femenino. En ese mismo tenor, Linda McDowell (1999) planteó que el espacio no era una dimensión fija, sino más bien conflictiva y fluida, con límites y significados variables; en ese sentido consideraba que

[…] los espacios surgen de las relaciones de poder; las relaciones de poder establecen las normas; y las normas definen los límites que son tanto sociales como espaciales, porque determinan quién pertenece a un lugar y quién queda excluido, así como la situación o emplazamiento de una determinada experiencia. (p. 15)

Ambas autoras enfatizan la importancia de pensar las variaciones en el espacio de modo articulado con la variabilidad de las relaciones y los significados del género. En ese sentido, McDowell (1999) advierte que las múltiples formas del género son “tantas y tan opuestas como las versiones hegemónicas de la feminidad y la masculinidad. Tienen su especifidad geográfica e histórica, y varían en un amplio abanico de escalas espaciales” (p. 41). Los trabajos de Massey y McDowell contribuyeron al menos en dos sentidos al análisis del género y su articulación espacial. El primero consistió en pensar de modo relacional la espacialidad de la casa o el hogar, de manera que las relaciones de género articuladas a este lugar contribuían a las experiencias distintas del mismo entre mujeres y hombres, así como a las asimetrías en términos de movilidad, toma de decisiones e imaginarios de unos y otras. El segundo sentido radicó en llevar el análisis más allá del espacio privado, pues ambas autoras buscaron explorar cómo las relaciones de género configuran otros lugares, como los espacios laborales y los públicos. Sus investigaciones y propuestas conceptuales aún continúan siendo piezas clave para el análisis de la imbricación género y espacialidad.

En diálogo con estas reflexiones, autores como David Bell y Gill Valentine (1995) y Phil Hubbard (2000, 2012) sumaron al análisis la manera como la sexualidad, sus premisas heteronormativas y las prácticas que se desviaban de estas configuraban sus propias geografías. De esta manera, estos autores configuran una suerte de cartografía de prácticas como el comercio sexual o los lugares de sociabilidad gay y lésbica. Esos mapeos no solo atienden la localización de estos lugares y prácticas, sino la manera como estos son significados, representados, vigilados y controlados. Una advertencia sobre esta veta de análisis, elaborada por el propio Hubbard (2000), es que la heterosexualidad está tan normalizada, incluso en términos espaciales, que las investigaciones académicas sobre la espacialidad suelen pasarla por alto y prestar mayor atención a los sujetos y lugares no heteronormados. En sus palabras,

[…] la ubicuidad de la heterosexualidad hace que se tome por sentada su naturalidad, lo que dificulta que los investigadores aborden lugares cotidianos como las escuelas, iglesias, supermercados, parques, playas y demás como escenarios de heteronormalidad, heterosexualizando los cuerpos de mujeres y hombres en el proceso. (p. 206)2

Finalmente, también debe mencionarse que algunos autores han abordado la imbricación entre espacialidad y género desde una perspectiva y metodología histórica. En ese sentido, estos textos buscan explorar los procesos históricos (sociales y culturales) que contribuyeron a dotar de significado a ciertos lugares y prácticas espaciales, y la manera como el género atravesó esos procesos. En este ángulo de análisis también puede observarse una transición entre los estudios centrados en las mujeres a aquellos con un enfoque relacional mediante la categoría género. En el primer grupo se encuentra el libro de Susan Mackenzie (1989, citado por McDowell, 1999), Visible Histories: Women and environments in a post-war british city, considerado un clásico. En el segundo se encuentran trabajos como los de Sharon E. Wood (2005), que exploró las prácticas y usos diferenciados de los espacios urbanos en términos de género en Davenport, Iowa, en la segunda mitad del siglo XIX, o el trabajo de Elizabeth Fraterrigo (2008) sobre la manera como los imaginarios acerca de los espacios domésticos y paisajes urbanos contribuyeron a formular nuevas prácticas de consumo que perfilarían nuevas identidades masculinas. A su vez, algunos textos inscritos en la historia urbana han incorporado la categoría género en sus análisis (Sandoval-Strausz, 2007). En conjunto, estos trabajos, al analizar en diferentes periodos los significados y prácticas espaciales imbricados con el género, así como sus transformaciones, y el peso que individual, colectiva e institucionalmente pueden tener en la instrumentación de prácticas y normativas, permiten ver de modo más nítido la imbricación entre espacialidad y género.

Los desarrollos conceptuales y analíticos referidos hasta este punto, provenientes con predominio de las academias anglosajona y francesa, tuvieron eco entre académicas e investigadoras latinoamericanas desde la década de los ochenta. Sin embargo, el interés inicial por explorar la imbricación entre mujeres y espacialidad, así como las preguntas hechas en esas investigaciones partieron de problemáticas y dinámicas específicas de la región, como los lugares y las culturas de trabajo, evidenciados en los trabajos pioneros de la geógrafa Rosa Rossini sobre la cultura de la caña de azúcar en Sao Paulo (citada por Veleda y Lan, 2007), o los déficits de vivienda y servicios, así como las movilizaciones urbano-populares vinculadas a ello (Massolo, 1983). Sería hasta la década de los noventa cuando se incorporó de modo más sólido el análisis de género como categoría relacional. Si bien es difícil pasar revista a todas las investigaciones que se inscriben en esos dos momentos, pueden señalarse al menos dos trayectorias que en la academia mexicana ilustran esos tránsitos conceptuales.

La primera es la de Alejandra Massolo, que desde los estudios urbanos fue pionera en abordar la activa participación de las mujeres en los Movimientos Urbanos Populares (1983). Al tomar como marco la sociología urbana de Castells, así como el llamado a reflexionar sobre el trabajo reproductivo, impulsado por feministas como Selma James, Mariarosa Dalla Costa y el Movimiento por el Salario para el Trabajo Doméstico, Massolo enfocaría su atención en la agencia de las mujeres de sectores populares en el renglón de la gestión de la vivienda. En 1992, Massolo sería compiladora de uno de los primeros libros en México sobre la relación mujeres y ciudad, en cuya introducción alertaba sobre la escasez de estudios sobre el tema, al señalar que de más de cuatro mil libros y artículos de estudios urbanos sobre la Ciudad de México, apenas alrededor de treinta indagaban sobre las mujeres en particular (p. 10). En 2004 era evidente que la categoría género había sido incorporada a su pensamiento, como lo indica la introducción a un volumen colectivo (Massolo, 2004), en el que señalaba:

La perspectiva de género sobre la ciudad significa mucho más que tomar en cuenta a las mujeres, reconocer su existencia […] significa detectar y analizar las diferencias (no biológicas, sino sociales y culturales) entre hombres y mujeres, así como las relaciones de poder entre los géneros, diferencias que se traducen en distintas formas de desigualdad y subordinación de las mujeres, (p. 11-12)

En la última década, la trayectoria de investigación que deja ver la complejidad de problemáticas y preguntas que desde Latinoamérica caben en la imbricación de género y espacialidad es la de la antropóloga Paula Soto. Sus investigaciones se han enmarcado en uno de los principales problemas que enfrenta la región latinoamericana, en especial en sus áreas urbanas: la creciente visibilidad de las violencias. En ese renglón, Soto (2012) ha abordado la acentuada percepción de riesgo e inseguridad experimentada por las mujeres en espacios públicos, aun cuando las cifras sobre hechos violentos muestren que el lugar más inseguro para las mujeres es su propio hogar. Asimismo, Soto ha dirigido su atención al análisis espacial de la corporalidad y las emociones (Soto y Aguilar, 2013), sobre todo el miedo (Soto, 2022), y ha hecho uno de los mejores balances de los últimos años sobre las investigaciones que pueden articularse en lo que ella llama “geografías del género” (2018).

El reducido espacio de este texto impide ahondar en las valiosas trayectorias de investigación desarrolladas en otros países de Latinoamérica como Argentina y Brasil (Veleda y Lan, 2007; Colombara, 2019). Y aunque son cada vez más las autoras enfocadas en problematizar la imbricación género y espacialidad, ese incremento no se ha traducido en una necesaria apertura de cursos y otros espacios de docencia enfocados en este ámbito, como han documentado las geógrafas Susana Veleda y Diana Lan (2007) para el caso argentino. No obstante, en el siguiente apartado trataremos de perfilar las principales vetas de investigación y algunos de sus conflictos o desafíos conceptuales actuales.

Aproximaciones temáticas y sus desafíos

En 1999 se llevaron a cabo, en Buenos Aires, Argentina, las “Primeras Jornadas Latinoamericanas de Género y Geografía”, organizadas por Mónica Colombara en la Universidad de Lomas de Zamora (Moreno, 2018). Este sería un hito importante, en tanto el primer evento en la región enfocado en explorar la imbricación espacialidad y género, así como el inicio del entretejido de redes académicas que muy gradualmente se irían expandiendo. En México, sería hasta 2015 cuando tuvo lugar el primer Congreso Internacional sobre Género y Espacio, organizado por varias instancias de la Universidad Nacional Autónoma de México (Buquet, 2017), que ha tenido hasta hoy cuatro ediciones. Puede advertirse que entre 1999 y 2015, las reflexiones sobre el género y la espacialidad han cobrado mayor visibilidad y relevancia en la academia, además de haber sumado miradas inter y multidisciplinarias, con participaciones desde la geografía, los estudios urbanos, la arquitectura, la antropología, la sociología y la historia. Tanto las publicaciones emanadas del Congreso de 2015 (Cozzi y Velázquez, 2017), como los balances sobre el tema realizados por Paula Soto (2016, 2017 y 2018, entre otros) y los números temáticos especializados publicados recientemente (Zamorano y Capron, 2022) ilustran la creciente producción académica al respecto y perfilan cuáles son las principales problemáticas que desde Latinoamérica, y en concreto en México, son consideradas relevantes en la actualidad. Este apartado pretende revisar de modo sintético esas vertientes temáticas, así como los desafíos conceptuales que enfrentan.

La primera de estas líneas tiene que ver con los abordajes actuales sobre los significados y prácticas que definen a los espacios privados, en especial la diferenciación entre espacio privado y espacio doméstico; esta última categoría es la que permite visibilizar las relaciones y prácticas asimétricas de género que prevalecen en este (Brito, 2017). Sin embargo, todavía resulta común que algunos trabajos tengan como premisa la división espacial público-privada como equivalente transparente de lo masculino-femenino. De esta suerte encontramos textos que ratifican, sin explicar ni cuestionar esa división espacial, que “la casa y la comunidad-el hábitat constituyen el ámbito femenino referido a la reproducción social, a lo privado. Por otro lado, el lugar del trabajo productivo como masculino pertenece a la esfera de lo público” (Esquivel y Huarte, 2017, p. 193).

Si bien es cierto que una parte sustancial del trabajo doméstico al interior de los hogares es realizado por mujeres, afirmar que lo privado es un espacio femenino corre el riesgo de invisibilizar la heterogeneidad de prácticas y relaciones que se dan en diferentes espacios, así como la complejidad que deriva de la intersección del género con otros elementos como la clase social o la etnicidad. Como sugiere Brito (2017), esto forma parte de una “ficción doméstica” que “hace invisibles tanto la participación y aportaciones de las mujeres en el trabajo pagado como la gran relevancia del trabajo doméstico, de crianza y cuidados” (p. 74). En conjunto, aún es necesario subrayar la relevancia de abordar la definición de lugares y espacios de modo relacional, pero también situada históricamente.

Una segunda veta de gran relevancia está enfocada en abordar las violencias y sus articulaciones espaciales. Este tema, que desde la década de los ochenta estuvo en la agenda de investigación (Sabaté, 1984), ha tenido transformaciones importantes a lo largo de los años. Por una parte, algunas investigaciones recientes desde el urbanismo se han centrado tanto al análisis y la documentación de las violencias experimentadas por las mujeres en diferentes espacios, en particular en el espacio público, con miras a contar con elementos para la implementación de políticas públicas encaminadas a su erradicación (Segovia, 2017; Falú, 2011 y 2009). Por otra parte, desde la antropología urbana, varios trabajos (Soto, 2012, y los trabajos incluidos en el número temático de Caprón y Zamorano, 2022) han concentrado el análisis en la percepción del riesgo y el sentimiento de inseguridad experimentado de modo más acentuado por las mujeres en el espacio público. Como ya años atrás señalaba Valentine (1989, 1992), estos trabajos muestran que en varias ciudades mexicanas hay una inconsistencia en la exacerbada percepción de peligro por parte de las mujeres ante los hombres desconocidos en el espacio público, temor en particular a la violencia sexual. Si bien estos trabajos muestran que las mujeres restringen su movilidad o su presencia en el espacio público, lo cual también ha sido explorado por Alicia Lindón (2006, 2015), también revelan la agencia de las mujeres de diferentes sectores sociales para mantener sus presencias en el espacio urbano, pese al miedo. En ese sentido, uno de los desafíos más relevantes en esta veta de investigación ha sido visibilizar y subvertir la normalización de diferentes violencias, que contribuye a depositar la responsabilidad de que estas sucedan en las víctimas. Pero también han subrayado la importancia de las estrategias individuales y colectivas desarrolladas por las mujeres para hacerle frente a dichas violencias (García e Icazuriaga, 2022; Soto, 2022; Dunckel, 2016).

Otra línea de investigación que ha cobrado notoria visibilidad y un creciente abordaje interdisciplinario entre la antropología, los estudios urbanos y la geografía, además de haberse incorporado en la agenda de políticas públicas con enfoque de género es la concerniente a la movilidad. Muestra de esa relevancia es la publicación por parte del Banco Interamericano de Desarrollo (Granada et al., 2018) de un volumen centrado en las medidas instrumentadas por el gobierno de la Ciudad de México en ese renglón. En gran medida, este tema está articulado al llamado “derecho a la ciudad”, y la falta de acceso al mismo constituye una de las desigualdades cotidianas más palpables de las urbes actuales. En el ámbito académico, a nivel regional destaca el trabajo de Paola Jirón (2010 y Jirón y Gómez, 2018), y en México también va cosechando un número creciente de textos (Umaña, 2022; García e Icazuriaga, 2022). En estos destaca la necesaria mirada interseccional, en especial entre género, edad y clase social, lo cual se traduce en acceso diferenciado a medios de transporte, en la localización del lugar que se habita con la correspondiente variación de las distancias a recorrer, e incluso el enfrentamiento con estigmas territoriales y narrativas del miedo en torno al punto de partida o de llegada.

En los últimos años también ha habido atención importante a la configuración de cartografías de género y sexualidad, desarrolladas con predominio por la antropología y la historia. En esta veta, los trabajos más abundantes son los concernientes a la espacialización de prácticas no heteronormadas y la configuración de homosociabilidades. En este rubro pueden mencionarse los trabajos de Víctor Macías González (2004, 2015), Nathaly Rodríguez (2018), Rodrigo Laguarda (2010, 2011), José Ignacio Lanzagorta (2018) y Orozco y Miranda (2017), que resultan de gran interés para pensar los procesos históricos por medio de los cuales se construye social y espacialmente la alteridad de sujetos que no se adhieren a la norma heterosexual, además de visibilizar la agencia de estos sujetos para desarrollar estrategias que les permiten sortear, eludir o enfrentar la vigilancia social e institucional. De modo reciente, esta veta de análisis ha abordado también el desarrollo de sociabilidades trans, sumando además el entretejido entre espacios urbanos y digitales (Gutiérrez, 2022).

Por último, otros estudios han puesto su atención en la manera como los significados atribuidos a ciertos lugares urbanos se entretejen con la formación de identidades y prácticas heteronormadas, y por ende con la reproducción (pero también la transformación histórica) de las normativas de género atravesadas por la clase social y los imaginarios en torno al lugar que se habita. Entre estos trabajos pueden mencionarse los de Henry Moncrieff (2014, 2021), Moncrieff y Omar García (2018), así como los trabajos históricos de Sara Luna (2022a y 2022b). Estas investigaciones, además de problematizar la imbricación heterosexualidad y espacialidad, en lugar de darla por sentado, comparten el propósito de subrayar la relevancia que las narrativas espaciales tienen sobre algunos lugares en la formación de identidades y representaciones masculinas, así como en la normalización de ciertos tipos de violencia.

Apuntes finales

Como sucedió con diversas ciencias sociales, la impronta feminista de la década de los setenta, así como la construcción de la categoría género en la década siguiente tuvo efectos importantes en la reflexión académica en torno a la espacialidad. De hecho, llama la atención que el desarrollo de los estudios sobre las mujeres y después los de género sucediera de modo relativamente simultáneo al surgimiento y expansión de las propuestas conceptuales del espacio como producción social.

En el entretejido de esos dos procesos se estableció el marco en que se desarrollaron las reflexiones e investigaciones que indagaban sobre la imbricación entre la espacialidad y el género, revisadas en este texto. Tanto en las preguntas como en los temas de investigación puede apreciarse la transición de las investigaciones centradas en la categoría “mujer”, para después pensar la heterogeneidad de experiencias de las mujeres en plural y, al final, las miradas más relacionales sobre las desigualdades ancladas al género y la diversidad sexual.

Si bien gran parte de estos planteamientos conceptuales se desarrollaron en las geografías anglosajona y francesa, sus presencias en la producción académica de las ciencias sociales en el contexto latinoamericano han supuesto mucho más que un simple proceso de traducción o traslado de categorías y problemas de una región a otra. Para empezar, vale la pena subrayar que en Latinoamérica, las primeras investigaciones sobre la espacialidad y el género no solo provinieron de la geografía, sino también de los estudios urbanos, la antropología y la sociología. En segundo lugar, dicha atención partió de las preguntas detonadas por problemáticas particulares de la región, como lo ilustran los trabajos de Alejandra Massolo con sus investigaciones sobre la agencia femenina en los Movimientos Urbano Populares de la década de los ochenta, o los de Rosa Rossini, en Brasil, sobre las trabajadoras de la caña de azúcar. En años recientes, la atención se ha concentrado en la espacialización de las violencias. Sobre este tópico, que constituye sin lugar a duda una de las problemáticas de género que aquejan cotidianamente a los habitantes de esta región, supone aún varios desafíos; uno de ellos es subvertir su normalización.

Un tercer punto a destacar, a partir de la revisión aquí realizada, es que a lo largo de las poco más de cuatro décadas aquí incluidas, los trabajos enfocados en el género y la espacialidad han mantenido un intercambio conceptual y metodológico que han favorecido el trabajo interdisciplinar, mucho antes de que este se volviera una práctica o, al menos, una aspiración relativamente común en las ciencias sociales. Si bien, como se ha señalado en un primer momento, ese diálogo privilegió el intercambio entre geografía, sociología urbana y antropología, en los últimos años se ha sumado de modo consistente la historia. El resultado ha sido la posibilidad de pensar la multiplicidad de prácticas y experiencias espaciales y de género desde diferentes ángulos e insertas en procesos de distinta duración. Si bien, desde la década de los ochenta algunos trabajos ya planteaban una mirada histórica sobre la espacialidad (Mackenzie, 1984, citada en McDowell, 1999), ha sido en las últimas dos décadas cuando la historicidad de los significados, prácticas y sociabilidades espaciales se ha multiplicado. Considero que la integración de la historia al diálogo interdisciplinar sobre el género y el espacio supone una manera de enfrentar uno de sus desafíos más relevantes: la resistencia a tomar como tema de estudio aquellas divisiones y prácticas espaciales que se dan por sentadas o que están normalizadas.

Entre esas normalizaciones que siguen permeando algunos trabajos académicos, una es la equivalencia casi transparente de las oposiciones público-privado y masculino-femenino. Otra normalización común es dar por sentada y no problematizar la heterosexualidad y las masculinidades en su articulación con lo espacial. Pensar de modo crítico cómo se da ese entretejido, así como los procesos mediante los cuales lugares y prácticas espaciales contribuyen a la reproducción de la heteronormatividad, permitiría quizás identificar con mayor claridad las narrativas, representaciones y prácticas que hacen prevalecer la desigualdad en el uso de los espacios o tolerar el ejercicio de violencias cotidianas.

También debe reconocerse la relevancia de que gran parte de la producción académica reciente que aborda la imbricación género y espacio centre su atención en las mujeres. Esto es relevante, en tanto contribuye a afianzarlas como sujetos de investigación urbana con agencia, lo que antes de 1990 no era común (Massolo, 1992). También resultan de gran valía las investigaciones que abordan a sujetos, colectivos y espacios no heteronormados, lo que ha contribuido a su visibilidad e inclusión, así como a ofrecer pistas sobre la relevancia de la significación espacial en la constitución identitaria. Sin embargo, uno de los pendientes más evidentes es el análisis de la propia heteronorma y su espacialidad. En ese sentido, vale la pena seguir el llamado de Phil Hubbard (2000), que advierte sobre los peligros de dar por sentada la heterosexualidad como norma espacial, en lugar de desentrañar los procesos que consiguen mantenerla y reproducirla como tal.

Finalmente, debe señalarse que, pese a la multiplicación de temáticas e investigaciones, hasta hace pocos años el abordaje de la imbricación espacialidad y género mantenía un lugar marginal en la academia. Sin embargo, la marea de movilizaciones y activismos feministas ha conseguido poner en el debate público el cuestionamiento de prácticas espaciales normalizadas que conducen al ejercicio de violencias diversas; el acoso callejero es quizás uno de los ejemplos más notorios. Esto ha incidido en una mayor atención académica encaminada a instrumentar medidas y políticas públicas, y también en una creciente visibilidad mediática. Asimismo, abre la posibilidad a las ciencias sociales para incidir en uno de los temas que más afecta la cotidianidad de los habitantes de una ciudad, en especial a sus habitantes mujeres.

No cabe duda de que aún queda mucho por investigar sobre los modos en que espacio y género se articulan e inciden entre sí. Es decir, todavía falta analizar de manera crítica los procesos sociales de producción espacial y la forma como estos intervienen en la configuración de normas, significados y prácticas de género, y a su vez, inciden en la producción de la espacialidad. Para esto resultará fundamental mantener el diálogo interdisciplinar, así como un enfoque que visibilice la especificidad histórica de la producción espacial, aspectos que sin duda caracterizan los enfoques sobre la espacialidad y el género de los últimos años.

Sara Minerva Luna Elizarrarás

Doctora en Historia, de la Universidad Nacional Autónoma de México. Sus investigaciones se enmarcan en la historia de género, desde la cual analiza a las juventudes urbanas, sus prácticas y representaciones espaciales, procesos de profesionalización femenina, narrativas sobre la familia y la sexualidad entre las clases medias en la Ciudad de México a mediados del siglo XX. Es profesora investigadora en el Centro de Estudios de Género de El Colegio de México, donde desarrolla el proyecto de investigación Pandillas juveniles y violencia sexual: género, juventudes y estigmas territoriales en la Ciudad de México (1954-1970).

En las primeras formulaciones del concepto de género era común que se planteara que correspondía a la construcción social y cultural que tenía como sustrato la diferencia sexual biológica. Sin embargo, formulaciones de esta categoría hechas en la década de los noventa y posteriores subrayan que lo que entendemos por diferencia sexual no es una realidad dada y objetiva, sino que está configurado por el conocimiento que se tiene sobre esa diferencia, mismo que está mediado socialmente. Por ejemplo, las de Scott (2008), Butler (2007) y Fausto-Sterling (2006).
Traducción propia.

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