Recibido: 31 de julio de 2018; Aceptado: 11 de diciembre de 2018
Entre la Ciencia Política convencional y la(s) Politología(s) alternativa(s): hitos históricos y debates actuales
Between Political Sciences and Alternative Politologies: Historical Landmarks and Current Debates
Resumen
Este artículo estudia la institucionalización de la ciencia política, en tanto ciencia social, durante el siglo XX. Atendiendo a dicho proceso, problematiza la falaz dicotomía que se ha construido entre una supuesta y vindicada Filosofía política y una autoproclamada Ciencia Política (Political Science). Esta división es fundamental para comprender la crisis del campo disciplinar que se abre a partir del debate propuesto por Sartori en el 2004 en torno a dos interrogantes: “¿hacia dónde va la Ciencia Política?” y “¿qué tipo de ciencia puede y debe ser la Ciencia Política?”. A partir de estos elementos se presenta, en la parte final de este escrito, la caracterización de lo que se denomina la catástrofe disciplinar y se propone un escenario para revertir, subvertir, proponer vías alternativas para la reconstrucción del pensamiento, conocimiento y teoría políticos, con la aspiración de una Politología renovada.
Palabras clave:
Ciencia Política, crisis, epistemología, filosofía, politología.Abstract
This paper studies the institutionalization of political sciences as a social science through the 20th century. Such process of institutionalization strives the false distinction between an allegedly vindicated political philosophy and a self-proclaimed Political Science. This division is remarkable in order to understand the crisis in this field, which opens a debate proposed by Sartori in 2004, following these questions: Where is the Political Science heading at? And which type of science can and should be the Political Science? From this point we try to suggest, in the end of this article, some remarks on what is called a disciplinary catastrophe and propose a scenario to rebuild the knowledge and political theory towards a renewed Politology.
Keywords:
Crisis, Epistemology, Philosophy, Political Science, Politology.1. Presentación
Entrado el siglo XXI, la Ciencia política contemporánea se debate en una crisis global de referentes. Sin embargo, los derroteros teóricos, metodológicos e intelectuales que habrían legitimado -sin mayores disensos ni contratiempos- la pretendida consolidación científica de esta disciplina durante la segunda mitad del siglo XX, en el marco de las ciencias sociales en particular y -por qué no decirlo también- dentro del conocimiento científico en general, merecen un análisis especial con el fin de revelar las cuestiones centrales que implica este trance.
Tres balances evaluativos sobre esta crisis ayudan a ilustrar el malestar presente en la Ciencia política recientemente. El primero de ellos, apunta hacia uno de los íconos intelectuales del discurso clásico convencional y dominante en la disciplina: el cientista italiano Giovanni Sartori.
En 2004, Sartori desataba gran parte de esta polémica a través de dos interrogantes clave: “¿Hacia dónde va la Ciencia política?” y “¿Qué tipo de ciencia puede y debe ser la Ciencia política?”. Sartori (2004) sentenciaba taxativamente:
En conjunto, me parece que la ciencia política dominante ha adoptado un modelo inapropiado de ciencia (extraído de las ciencias duras, exactas) y ha fracasado en establecer su propia identidad (como ciencia blanda) por no determinar su metodología propia. Por cierto, mis estantes están inundados de libros cuyos títulos son “Metodología de las ciencias sociales”, pero esas obras simplemente tratan sobre técnicas de investigación y procesamiento estadístico. No tienen casi nada que ver con el “método de logos”, con el método del pensamiento. Por lo que tenemos una ciencia deprimente que carece de método lógico y, de hecho, ignora la lógica pura y simple […] Debo concluir. ¿Hacia dónde va la ciencia política? Según el argumento que he presentado aquí, la ciencia política estadounidense (la “ciencia normal”, pues a los académicos inteligentes siempre los ha salvado su inteligencia) no va a ningún lado. Es un gigante que sigue creciendo y tiene los pies de barro […] La alternativa, o cuando menos, la alternativa con la que estoy de acuerdo, es resistir a la cuantificación de la disciplina. En pocas palabras, pensar antes de contar; y, también, usar la lógica al pensar. (Sartori, 2004, p. 351, énfasis añadido)
Una década y media antes, Easton -reconocido casi unánimemente como el “padre de la ciencia política”-, analizando el “desarrollo” de la ciencia política global hacia el final del siglo XX, anotaba:
Aunque esta expansión [de la ciencia política] ha llevado hacia la profundización y la diversidad también ha promovido la fragmentación, la sobrecarga de comunicación, la multiplicidad de aproximaciones, escuelas en conflicto, y, uno sospecha, una considerable superposición y duplicación. Los cientistas políticos como un todo ya no tienen más certeza acerca de sus ‘progresos’ como lo tenían antes. (Easton y Gunnell, 1991, p. 1)
Más allá iba Boston (1991) quien en la misma compilación ratificaba:
La disciplina está fragmentada en sus concepciones metodológicas, aun cuando probablemente es justo decir que la indagación científica todavía representa la corriente principal. Sin embargo, no es así como tendríamos que verlo en un momento dado, en el sentido de la vieja modalidad de ciencia positivista. Ciertamente estamos incorporando una interpretación nueva y relajada sobre la naturaleza de la ciencia misma […] Además de perder el sentido de un propósito dinámico enfocado en perseguir la validez científica, la ciencia política parece haber perdido su centro... Hoy los estudiantes no tienen más la certeza sobre lo que trata la política. (Boston, 1991, p. 284)
En paralelo con la depresión de Sartori y los lamentos1 de Easton y sus seguidores, pero ahora desde una orilla ideológica antípoda, otro italiano, Negri (2007) profería sobre este mismo asunto: “La ciencia política está enferma, su actividad es servil y mísera, su propuesta innovadora es vil” (Negri, 2007, p. 117).
¿Cuáles son las implicaciones de todas estas observaciones -vale la pena no dejar de subrayarlo- entre ellas, las de Sartori e Easton, dos de los representantes insignes de la llamada ciencia política dominante?
Para ofrecer elementos de juicio que nos permitan aproximar esta pregunta, ofrecemos un breve recuento histórico que sintetice la constitución del campo “científico” de la política como disciplina al interior de las ciencias sociales durante los siglos XIX y XX.2 Este itinerario básico posibilitaría comprender mejor por qué los mea culpa de Sartori e Easton, así como el sombrío dictamen de Negri.
La reconstrucción histórica también nos lleva a reflexionar sobre cuáles son los desafíos teóricos, empíricos, metodológicos, epistémicos y prácticos actuales para el saber sobre la política y lo político hacia el futuro, en distintos espacios (sociales) y lugares (geográficos, como Colombia, América Latina y el Caribe, etc.) de cara al siglo XXI. En especial en un país como el nuestro donde desde la Universidad existe el firme propósito de contribuir al proceso de construcción de la paz.
Así las cosas, este artículo problematiza el derrotero epistemológico surtido por la ciencia política durante el siglo XX. Visibiliza la deformación de la que fue objeto la disciplina producto de la discusión metodológica entre ciencia e ideología que condujo al vaciamiento de la dimensión ideológica en nombre de una conjeturada objetividad. Así, propone resolver la catástrofe del estudio de lo político y la política a través de una politología renovada que sea capaz, entre otras cosas de: asumir la complejidad; conocer los objetos, reconociendo los sujetos e incorporar en su estudio los sistemas social históricos de referencia y los lugares sociopolíticos de pertenencia. Esta reflexión, atenta contra las diferentes versiones del individualismo metodológico, las falaces pretensiones del conocimiento neutral, entre otras varias imaginerías muy presentes en las convicciones de la tópica convencional.
El artículo se organiza entre siete apartados. Esta presentación inicial, seguida de El nacimiento de las ciencias sociales en la era contemporánea en el cual se presenta un breve recorrido sobre el desarrollo disciplinar de la Economía, la Sociología y la Ciencia Política. Un tercer apartado La situación singular y la condición específica de la política en tanto Ciencia social, en el cual se presenta el proceso de institucionalización de la Ciencia Política como saber “válido”. Posteriormente, un acápite Ciencia política y Filosofía política. La falaz dicotomía, en donde se problematiza la división entre una supuesta y vindicada filosofía política y una autoproclamada Ciencia Política Political Science. Un quinto apartado La Political Science: el mortanato de las ciencias sociales contemporáneas, a través del cual se exponen las controversias de las que fue objeto la versión dominante de la disciplina, de manera especial las referidas desde la filosofía política y los estudios políticos en clave comparada.
Un sexto apartado La Ciencia política en su versión dominante como catástrofe ¿La Politología como subversión?, en el cual se presentan algunos de los limitantes identificados en la disciplina y se proponen vías alternativas para la reconstrucción del pensamiento, conocimiento y teoría políticos, con la aspiración de una politología renovada. Y finalmente, A modo de cierre: La politología y la construcción de la paz, propone la politología como un horizonte de posibilidad para pensar unas ciencias sociales abiertas, dispuestas a contribuir en la transformación de realidades sociales complejas como las que se asisten en la actualidad.
2. El nacimiento de las Ciencias Sociales en la era contemporánea
El nacimiento de las denominadas “ciencias sociales contemporáneas” es uno de los hitos cruciales para entender de qué manera podríamos hablar de una distinción fundamental sobre el saber político y de la política: por un lado, la institucionalización de la Ciencia política (convencional y dominante) y por otro, la errante pero sostenida emergencia de la Politología3 (modalidad paralela y, en cierto sentido, subalterna en contraste con la primera).
Como lo han reconstruido -entre muchos otros- tanto Lukács (1959) y especialmente Wallerstein (1996) en el famoso Informe Gulbenkian para la Reestructuración de las Ciencias Sociales, el final del siglo decimonónico registró la disolución de la “ciencia fundamental para el conocimiento de la sociedad”: la Economía Política Clásica (EPC) (Lukács, 1959, p. 471).4
Las razones sobre este acontecimiento han sido siempre objeto de debates e interpretaciones de diferente signo. No obstante, apuntando hacia los perfiles epistémicos, es decir, las (pre)condiciones y posibilidades en la producción de saberes y de la reproducción de conocimientos que propicia ese suceso, la “crisis” de la EPC motiva el nacimiento de las Ciencias Sociales contemporáneas: la Economía y la Sociología primero, y más tarde, la Ciencia Política. Estos tres polos, a la postre, se consolidarían como las disciplinas sociales (“aplicadas”) durante el siglo XX.5
Entre las características más llamativas que podríamos subrayar desde la emergencia de este conjunto de ‘nuevas disciplinas’, destacamos tres cuestiones cruciales. En primer lugar, la pretendida reconstrucción del conocimiento societal tenía que avanzar haciendo tabula rasa y partiendo ex novo. Se emprendió entonces, en segundo lugar, la búsqueda de los fundamentos sólidos (estatutos) a nivel epistemológico de las nuevas disciplinas. Esto condujo hacia la adopción y relativa adaptación de la “doctrina del universalismo”, la cual Wallerstein (2007) -a través de Randall- ilustra de la siguiente manera:
Las dos ciencias rectoras del siglo XVIII, naturaleza y razón […] procedían de las ciencias naturales y, llevadas al hombre, condujeron a un ensayo para descubrir una física social. En todos sus aspectos las nuevas ciencias sociales se asemejaban a las ciencias físicas. El orden racional del mundo como se expresaba en el sistema natural de Newton, el método y los ideales científicos [se aplicaron a] la vasta ciencia de la naturaleza humana que abarcaba una ciencia racional del espíritu, la sociedad, de los negocios, del gobierno, de la ética y de las relaciones internacionales. (Randall, como se citó en Wallerstein, 2007, p. 35)
Una de las consecuencias distintivas de este hecho estuvo en instituir la lógica-racional como el parámetro sine qua non para validar la construcción epistemológica y la consolidación disciplinaria “científica”, cuestión que se vio reflejada especialmente en el marco de la Economía y la Sociología nacientes.
Hay que notar que aquí se trataba de un tipo de lógica (formal) y una modalidad de razón (instrumental), entre otras posibilidades alternativas, las que alimentaron en adelante la consolidación científica intradisciplinaria. Esta elección marcaría así la impronta genérica de las ciencias sociales en torno al positivismo (racional) y el empirismo (lógico), sin olvidar que -insistimos- ambos figuran como dos filosofías disponibles, entre muchas otras (Cerroni, 1992, pp. 24-25).
En tercer lugar, y en simultáneo, la singularidad del perfil en esta consolidación de las nuevas ciencias sociales -así lo han señalado Lukács y Wallerstein- derivó en la “estrecha especialización” de sus objetos de estudio y métodos de indagación. La tematización limitada y su autonomía exclusivista si bien trajeron consigo “resultados positivos” (González, 1988, pp. 22-23) en cuanto a la mayor precisión y rigor en la aproximación de los fenómenos, también suponían la incomunicación de saberes y especialistas. Fundamentalmente, se impuso la tendencia negativa hacia el abandono formal y real de los análisis de la totalidad de las relaciones sociales, precisamente, en contraste con los alcances y proyecciones de la anterior EPC, especialmente en sus versiones más avanzadas, críticas.
Este episodio, desde luego, no se entiende solamente por las razones propias del campo intelectual. Debe aproximarse a partir de las condiciones de producción y reproducción inmateriales y materiales de la economía-mundo de ese momento. Los impactos de la disolución y las redefiniciones disciplinarias estuvieron directamente relacionados con tres realidades del sistema capitalista, las cuales se tornaban en tendencias concretas que anticipaban el nuevo orden social para el siglo XX: de una parte, la Economía elevada a teoría científica asimilaría el mercado (capitalista) y la Sociología se estrenaría con el concepto de Sociedad, dejando atrás la noción de comunidad, como por ejemplo se puede registrar en Tönnies y luego en Weber; de otra parte, la Ciencia Política se encargaría -en principio- de aproximar científicamente al “Estado” (nación y capitalista).
Boron (2000), retomando a Lukács en Historia y conciencia de clase, propone una síntesis sobre las particularidades de este proceso, apuntando a sus alcances teóricos “la conformación de la economía, la política, la cultura y la sociedad como otras tantas esferas separadas y distintas de la vida social, cada una reclamando un saber propio y específico e independiente de los demás” (Boron, 2000, p. 196). Tal trayectoria evolucionó relativamente sin contratiempos para los casos de la Economía y la Sociología. Estas disciplinas forjaron apresuradamente comunidades epistémicas y consensos académicos relativamente estables, logrando las expresiones definitivas de sus saberes dominantes a nivel social-científico. Esto no sucedió con la Ciencia Política, donde el proceso se mostró errático y problemático.
3. La situación singular y la condición específica de la política en tanto ciencia social
Dentro de la nueva tópica de la construcción “científica” en el siglo XX, tratar con la cuestión del Estado implicaba -en este orden de asuntos por resolver- enfrentar varias dificultades.
Entre otros, el influjo aún vigente de la tradición de análisis anterior, la cual venía siendo respaldada por perspectivas eminentemente filosóficas e históricas -desde luego, mediadas por reflexiones jurídico-legalistas6-, las cuales contrastaban por oposición con las nuevas pretensiones epistémicas y con el perfil acogido por las ciencias sociales contemporáneas (Puello-Socarrás, 2010).7 Esto explica por qué la institucionalización de la Ciencia Política como saber “válido”, es decir, a través de un estatuto epistemológico sintonizado con aquellos estimados “científicos”, afiliados tanto a la Economía como la Sociología ahora dominantes, alcanza su certificación plena solo casi medio siglo después.
La “revolución dual” en la ciencia política (Easton, 1969), la introducción de la teoría (simple) de los sistemas y de los enfoques conductistas, sellaría la dirección de “una ciencia de la política formada según los presupuestos metodológicos de las ciencias naturales” (Easton, 1969, p. 26). Con ello, la impronta característica de la disciplina bajo los dictados de la Political Science: el tipo de Ciencia Política de cuño norteamericano alcanzaría su cenit en el período de posguerra y se mantendría, al menos, hasta el final del milenio.
La cuestión sobre el Estado (político), dentro de esta línea de constitución de las disciplinas sociales, provocaría aún más disoluciones (sub)disciplinares, precisamente al interior de la esfera (vida) política.
El influjo del estructural-funcionalismo (a la Parsons) se tornaría fundamental para entender varias transformaciones del campo. Especialmente, el abandono definitivo del “problemático” concepto de Estado, el cual fue sustituido por aquel more functional de sistema político. Se encargaría entonces a la Ciencia Política concentrarse, casi en exclusiva, en el fenómeno mucho más acotado del gobierno y las élites políticas (Puello-Socarrás, 2005, 2006b); a la teoría de la Administración pública, lo relativo a los “aparatos de Estado” bajo una hermenéutica marcadamente organizacional;8 y, a la recién estrenada “ciencia de las políticas (públicas)” (policy sciences),9 el estudio de los mecanismos propios del proceso político en su fase de “productos” y “resultados” (outputs y outcomes, en términos del enfoque emergente).
La dicotomía Política/Administración planteada originalmente por Wilson (1999), sería ratificada, más aún, actualizada y reforzada a la postre, por una distinción subsidiaria entre politics (el proceso político) y policies (las políticas públicas), mediada por la acción ejecutiva de la administración pública.
El proyecto disciplinar de la cuatríada D. Easton, R. Dahl, H. Simon y H. Lasswell, representa bastante bien la naturaleza de estas configuraciones inéditas, y en su conjunto, la orientación que tanto a nivel epistemológico como político acogerían las “ciencias políticas” en lo que restaría del siglo XX: a imagen y semejanza de las ciencias sociales contemporáneas dominantes, en ese momento, ya consolidadas.10
No debe extrañar entonces el notable influjo que en estas áreas y/o subdisciplinas lograron las ahora consideradas ciencias sociales de “núcleo sólido”: la psicología, la sociología y la economía convencionales (Almond, 1999). De paso, se imprimía un contraste bastante bien definido frente a las disciplinas sociales de “núcleo débil”, recalcando una caracterización que, desde luego, reproducía la falaz categorización, para ese momento bastante difundida, entre ciencias duras (ciencias de la naturaleza) y blandas (humanas y sociales).11
4. Ciencia política y Filosofía política. La falaz dicotomía
En este punto, una de las consecuencias fundamentales para el saber sobre la política se revela a raíz de la virtual -en todo caso, ficta- división entre una supuesta y vindicada filosofía política y una autoproclamada Ciencia Política Political Science. Esta taxonomía será fundamental dentro de la comprensión de las futuras recurrentes crisis y la catástrofe inherente del campo disciplinar, el cual se debate más recientemente entre dos expresiones: la anacrónica y obsoleta Political Science (pero aún dominante) y la emergente y errante politología (en diversos sentidos, subalterna).
Bobbio (1985) es uno de los pensadores que ha puesto de presente esta situación. La virtud de este análisis está en subrayar la inutilidad real de este discernimiento y, a la vez, presentar su valor didáctico y pedagógico, con el fin de superarlo definitivamente.
Hablando en retrospectiva, el estudio moderno, pero fundamentalmente el análisis contemporáneo de la política podría dividirse en dos vertientes cualitativamente diferentes: por un lado, la filosofía política y, por el otro, la Ciencia Política, más exactamente, Political Science. Ambos estilos -lejos de ser puros, plantea Bobbio (1985)- pueden distinguirse en algunas cuestiones básicas.
La filosofía política estaría orientada temáticamente interesada en buscar los principios normativos (“el deber ser”) en la construcción de los discursos políticos (Quesada, 1997, p. 13). En otros términos, mucho más sugestivos: indaga por la óptima república, el mejor Estado (o gobierno), y los fundamentos en la legitimidad del poder político. Pensadores clásicos como Hobbes, Maquiavelo, Moro pertenecerían a este ámbito y, por ello, serían ante todo reconocidos como precursores de la filosofía política dentro del pensamiento político contemporáneo. Mientras tanto, más allá de las temáticas, la Political Science se sustentaría en los criterios considerados “científicos” exaltando la cuestión del método como modalidad de la construcción de la teoría (política).12
Aunque la discusión es tan larga como compleja, llama la atención que el énfasis polémico, alrededor de las discusiones metodológicas para acceder al conocimiento científico en política, llevaría al vaciamiento de la dimensión ideológica en nombre de una conjeturada objetividad (digamos, “pesada”, en términos de Durand (1996)). Esta clasificación, entonces, no solo legitimaba la disociación tajante entre ciencia/ideología en este campo. También animaba la separación corriente entre sujeto/objeto y subjetividad/objetividad, planos propios de la matriz del pensamiento clásico moderno el cual, llevado a su esquema típico contemporáneo, sería la base verosímil para el re-conocimiento científico (Puello-Socarrás, 2017).
Este perfil epistémico conduciría igualmente hacia una confusión exacerbada de la cuestión de los valores y sus juicios, la llamada “avaluatibilidad” la cual se malinterpretó como tosca des/ultra politización del conocimiento, intercambiando equivocadamente imparcialidad con neutralidad en los ejercicios de producción científica. Estos debates predispuestos resultaron caros para una ciencia que inevitablemente estaría involucrada con la Política y lo político.
El panorama descrito terminó reforzando distintas imaginerías (Puello-Socarrás, 2017) las cuales, en un ambiente de defensa a limine del positivismo empirista, aún en las versiones que por ese momento estaban en trance de renovación mostraban ser, por el contrario, los síntomas ideológicos (por ejemplo, en Kelsen, 2006) e ideologizantes (en el caso de los círculos del “positivismo vulgar” y, como lo exalta el propio Easton, del “empirismo burdo”) de la constitución poco criteriosa de una pretendida ciencia política de núcleo sólido, incluso previo a su nacimiento.13
Proclamando al fin su empresa como exitosa (Gunnell, 1991, p. 17), la Political Science devendría entonces como una aproximación “científica” a la política. Esta ciencia “auténtica” del “conocimiento verdadero” -una episteme- gracias a su aspiración de superioridad ‘objetiva’, sin invalidar completamente a la doxa, el discurso “filosófico”,14 que finalmente se subsumiría.
La distinción entre ciencia y filosofía políticas popularizaría en varios medios universitarios y profesionales una diferenciación tácita entre ciencia política y politología atendiendo a sus respectivas improntas analíticas. La politología, opción más abarcadora (próxima a las reflexiones de la filosofía política), pero al mismo tiempo más “difusa” sería, en todo caso, lanzada hacia una especie de aproximación ética (incluso, estética) a la política, en contraste con la Political Science, el enfoque estrictamente científico.
Estas situaciones se harían mucho más evidentes de cara a los efectos prácticos del campo disciplinar y, en particular, frente a las consecuencias concretas de los poderes del saber en las construcciones de las realidades sociales, más puntualmente, en la política. La falacia de esta dicotomía se ha sostenido y sigue sustentándose menos por sus resultados al interior del campo que por sus apoyos -digámoslo así- extraacadémicos.
El proceso in extenso referido a la construcción de la Political Science debe explicarse, por lo tanto, desde el terreno político-ideológico, intentando articular permanentemente: por un lado, las implicaciones de las cuestiones epistemológicas y metodológicas (historia interna) y, por el otro, las condiciones sociopolíticas amplias (historia externa), no solo relativas a su institucionalización sino igualmente las consecuencias menos perceptibles a que ello ha dado lugar.
5. La Political Science: el mortinato de las ciencias sociales contemporáneas
Tal vez no se ha subrayado lo suficiente -o se ha querido ocultar- una tensión esencial clave de órdenes epistemológico y ontológico y, por lo tanto, de carácter histórico, frecuentemente desatendida dentro de la emergencia de la Ciencia Política dominante norteamericana: la Political Science nació muerta. Expliquémoslo mejor.
Después de (auto)proclamar finalmente su establecimiento como “ciencia auténtica” hacia finales de la década de los sesenta y consolidar así un estatus en el marco de las ciencias sociales contemporáneas, la versión dominante de la disciplina se vio enfrentada a varias controversias. En su abrumadora mayoría, las disputas apuntaban al corazón del recién inaugurado estatuto epistemológico, heredado del siglo XIX.
Durand (2003), expone esta coyuntura en estos términos:
En el interior del bastón científico más celosamente guardado -el de la física, el cual por su parte ha servido siempre de modelo desde Galileo para el ‘pensamiento verdadero’- una fisura se fue agrandando hasta modificar totalmente la serenidad desconfiada de la certeza científica. Bachelard describió esta revolución en un pequeño libro, El Nuevo espíritu científico, donde daba cuenta de que los grandes descubrimientos de los físicos de principios de siglo -Einstein, Bohr, Pauli, por citar los más conocidos- subvertían totalmente el consenso epistemológico de los siglos precedentes. La ciencia, muy lejos de perpetuar en una redundante paráfrasis el saber del siglo XIX, era por el contrario una suerte de oposición dialéctica. Había entonces que repudiar la famosa imagen cartesiana del ‘arbol del saber’, y reemplazarla por imágenes más polémicas de poda, incluso de derribamiento puro y simple. (Durand, 2003, p. 48, énfasis añadido)
Sin entrar en cada uno de los detalles de esta coyuntura, seguramente la obra de Kuhn (2004) ayudaría ilustrar alternativamente lo sustancial de este asunto.15 En medio de una época que convocaba no solo cambios sino, más allá, grandes transformaciones en las estructuras del conocimiento y el saber científicos (incluso en la misma definición de lo que se entendía por “ciencia” en general), las investigaciones de Kuhn -quizás, las de mayor resonancia en el mundo de habla inglesa al lado de Feyerabend y Lakatos- ponían en duda o al menos introdujeron un alto nivel de “desconfianza” a los credos científicos vigentes.
Ante todo, estos movimientos en su conjunto lograron relativizar la prefigurada omnipotencia de las virtudes, supuestos y presupuestos del estatuto epistemológico de las ciencias naturales modernas -especialmente, la matriz de pensamiento clásico newtoniano-cartesiano, a la cual nos referimos anteriormente- que había trascendido como el modelo por antonomasia e imagen dominante para las ciencias sociales contemporáneas en general, y la recién inaugurada Ciencia Política. Varios postulados ejercieron una influencia incuestionable dentro del ambiente disciplinar, echando por la borda los entusiastas oráculos anunciados tempranamente por la Political Science o, al menos, cuestionando el absolutismo de su legitimidad.16
Desde mediados de la década de los setenta se propicia entonces, de un lado, la apertura hacia una nueva -y larga- fase de “crisis de referentes”, estimulada -muchas veces también obstaculizada- por nuevas búsquedas que intentan materializar el ideal de una ciencia de la política. De otro lado, se registra en el ambiente disciplinar dominante una defensa de lo alcanzado hasta ese momento, a partir de la negación sistemática y la resistencia selectiva de acoger y tramitar las nuevas discusiones científicas (tanto a interior de las ciencias sociales como de las naturales). El objetivo parecía ser la preservación de su inactual y obsoleto perfil decimonónico. Por esta razón, parafraseando a Brecht, la crisis, ahora inminente, de la Political Science sobreviene cuando lo viejo que acababa de instalarse, de nacer, habría nacido muerto (epistemológicamente hablando). Los auspiciadores del convencionalismo dominante se resistieron a aceptar este dictamen. Y es así como, también lo recuerda Gramsci: mientras lo viejo desaparece y lo nuevo tarda en aparecer, “en ese claroscuro surgen los monstruos”.17
Esta metáfora resulta supremamente válida.18 En adelante, la Political Science, en vez de actualizarse epistemológicamente y avanzar disciplinariamente conforme los nuevos tiempos, terminará confinada a ser un “muerto viviente”, clausurada en la heteronomía de reflexiones, perspectivas y horizontes ajenos.
Dos episodios relacionados con lo anterior muestran poderosamente la recomposición interna posterior de la disciplina. Ambos, insistimos, se configuran como la reacción ante la pérdida de la legitimidad científica desde la versión dominante. El asunto merecería, desde luego, un examen amplio y riguroso (Boron, 2000). Por lo pronto, nos limitamos a enunciarlo a partir de dos trayectorias que permiten delinear este episodio, irregular pero ininterrumpido, de la disciplina hasta el final del siglo XX.
Por un lado, un primer momento destaca el resurgimiento de la filosofía política tanto en las variantes provenientes del denominado pensamiento crítico como desde las corrientes hegemónicas que se habían mantenido latentes durante el tiempo de este proceso. Más allá de los tonos ideológicos registrados, la subordinación declarada de la filosofía política y, con ello, de las alternativas politológicas sea cual fuere su signo, fue contestada. Precisamente, y de la mano de transformaciones desatadas en la economía-mundo capitalista en los planos de la producción material e inmaterial, a partir de la década de los setenta el ascenso progresivo del neoliberalismo a nivel global influyó notablemente en la reconversión de la Political Science.
La visión dominante adopta progresivamente y adapta selectivamente enfoques, teorías y esquemas interpretativos -conceptos y nociones- provenientes de las matrices epistémicas e ideológicas del pensamiento que respaldan este nuevo proyecto sociopolítico, económico y cultural.
Una de las expresiones realmente reveladoras de este hecho es el paulatino pero determinante influjo de la ciencia económica dominante sobre la ciencia política convencional. Esta situación, lo decíamos anteriormente, no resultaba novedosa. Pero en la forma en que se ha venido sosteniendo desde la década de los setenta, sí es inédita. La transferencia sistemática y acrítica, entre muchos ejemplos, de las teorías de la “elección racional” y del análisis económico en la ciencia política (particularmente, el neo-institucionalismo), el abuso en el uso de técnicas estadísticas y la enrarecida matematización del estudio de la política en detrimento de otras alternativas teóricas y prácticas -insistimos, solo trayendo a colación lugares comunes bastante bien conocidos-, no dejarían dudas al respecto.
Entre otras situaciones, el lanzamiento del premio Nobel en economics en la década de los setenta, único galardón de este tipo dedicado a las ciencias sociales, ha sido clave para legitimar automática e históricamente esta tendencia. Desde la econometría de Frisch -primer nobel en economía en la década de los setenta- hasta la discusión sobre la gobernanza de los bienes comunes propuesta por la politóloga hayekiana E. Ostrom más recientemente en el siglo XXI, pasando por el neo-institucionalismo económico de North y Coase en la década de los noventa, esta influencia, hoy por hoy, además de continuar vigente, se renueva, se reinventa y se refuerza bajo el imperio de la ciencia económica en el campo “científico” de la política.19
Por supuesto, no habría que limitar este efecto -como suele referirse comúnmente- solo apuntando hacia la influencia de la teoría económica neoclásica (y sus escuelas ortodoxas angloamericanas o heterodoxas continentales austriacas, alemanas e italianas, al menos). Hay que subrayar que el neoliberalismo se ha expresado, por ejemplo, en las ciencias sociales, como un pensamiento amplio y más allá de ese ámbito en singular.
Lejos de haber evolucionado como simple economicismo (Mirowski, 2013; Puello-Socarrás 2006a, 2013), como varios análisis han convenido denunciar equivocadamente, el neoliberalismo ha logrado colonizar la semántica, lógicas y epistémes de gran parte de las disciplinas sociales y humanas. En la diversidad de las ciencias políticas resulta un hecho indiscutible (Guerrero, 2004a, 2004b).
Ahora bien, por otro lado, la crisis potenció espectacularmente el interés -antes relativamente marginal- de los estudios políticos en clave comparada (Comparative Politics). Los resultados en este aspecto son disímiles. Epistemológicamente hablando, la política comparada se consolida -en principio- como una suerte de respuesta disciplinar ante las condiciones históricas concretas que la crisis epistémica supuso a nivel metodológico y analítico frente al enfoque convencional (Collier, 1994; Lijphart, 1971).
Este “renacer” precipitó ab origine una readecuación y, probablemente también, una recuperación estratégica cualitativamente reformulada de la pretendida fundación científica de la política, en el sentido en que ya había sido sugerida en el siglo XIX por Mosca (y W. Pareto, aunque fundamentalmente alrededor del estudio clásico de las élites políticas) (Puello-Socarrás, 2005). Esto paradójicamente había sido desestimado por la versión dominante de la ciencia política. Por ello, desde mediados de la década de los setenta, la Política comparada clásica se proyecta inauguralmente como una crítica, pero inmediatamente después una “re-visión” epistemológica que motiva la regeneración metodológica para el campo, ahora más comprensivo, de la Political Science.
A la postre, este movimiento se impondría paulatinamente, asegurando la posibilidad de trascender una Ciencia Política, sin llegar a interrumpir el proyecto iniciado ab origine por la Political Science.20
La evolución de la Comparative Politics ha evidenciado recientemente los límites de sus matrices originales de pensamiento -incluso, reformadas-, propiciando transitar progresiva y afortunadamente desde los análisis clásicos (del tipo Lipjhart, Sartori, etc., basado en la comparación simple de “variables”) hacia alternativas emergentes basadas en “mecanismos y procesos” (McAdam, D., Tarrow, S. y Tilly, 2005; Tilly, 2000). Este trance actualiza satisfactoriamente varios postulados del viejo análisis y el método comparativos, acorde con la nueva tópica científica (Puello-Socarrás, 2017).
6. La Ciencia Política en su versión dominante como catástrofe, ¿la Politología como subversión?
Después del anterior recuento, la historia de la ciencia política contemporánea no podría caracterizarse solamente como crisis recurrentes y permanentes sino, ante todo, como catástrofe.
Se trata, en suma, de un perfil disciplinar anacrónico, epistémicamente hablando que, además se ha resistido a la actualización de su obsolescencia intelectual. Sin embargo, por razones extra-académicas -podríamos añadir, anticientíficas- esta versión ha trascendido como una forma dominante. Aunque, también hay que subrayarlo, esta situación resulta cada vez menos determinante en el marco de reconstrucción de nuevos horizontes en la disciplina en singular y en las demás ciencias sociales en general.
Sin pretender que sea una lista comprensiva ni completa o exhaustiva, enunciamos sintéticamente algunas ideas que permitirían superar los limitantes antes identificados. No solo para advertirlos. Fundamentalmente para revertirlos, subvertirlos, proponer vías alternativas para la reconstrucción del pensamiento, conocimiento y teoría políticos, con la aspiración de una politología renovada.
6.1. Asumir la complejidad
El presupuesto que sustenta todas estas indicaciones reside en lo que varios autores denominan, simple y llanamente: la visión de Complejidad. ¿Qué significa este horizonte de la complejidad que propone y en la cual insiste, como anotábamos antes, la nueva tópica científica? Palabras más, palabras menos, no significa otra cosa que interpretar las realidades -incluyendo, aquellas que denominamos “políticas”-, manteniendo la disposición de conocimiento dialéctica y atendiendo a sus múltiples determinaciones. Dicho de otro modo: convocando un análisis que implique la síntesis de diferentes dimensiones que están articuladas a la totalidad (de las relaciones sociales).
Esto atentaría contra el aislamiento impuesto a los saberes tanto como al unilateralismo de la especialización errante de las disciplinas. Al mismo tiempo, no significa negar la especialización y sus ventajas: la precisión y la rigurosidad en la aproximación a los fenómenos, objetos de conocimiento, etc., tal y como anotaba antes González (1988). Sin embargo, este “aislamiento” resultará productivo, si y solo si, se encuentra articulado, de vuelta, desde el punto de vista de la totalidad, como prevenía Lukács (1969):
El aislamiento abstractivo de los elementos de un amplio campo de investigación o de complejos problemáticos sueltos o de conceptos dentro de un campo de estudio es, obviamente, inevitable. Pero lo decisivo es saber si ese aislamiento es sólo un medio para el conocimiento del todo, o sea, si se inserta en la correcta conexión total que presupone y exige, o si el conocimiento abstracto de las regiones parciales aisladas va a preservar su autonomía y convertirse en finalidad propia. (Lukács, 1969, p. 104)
Hay que advertir que explorar el horizonte de la complejidad para las ciencias sociales renovadas, incluyendo la politología, no solo implica una hipótesis formalista desde el punto de la interdependencia y comunicación recíproca entre los saberes en abstracto. Precisa explotar este horizonte asegurando su concreción en términos institucionales, al interior y al exterior de los complejos universitarios, centros de investigación, estructura de publicaciones, etc., para que sus posibilidades se materialicen efectivamente.
6.2. Conocer los objetos, reconociendo los sujetos
(Durand, 1996, p. 50)
La nueva tópica científica denuncia la imposibilidad de separar el sujeto del objeto -¡base del conocimiento objetivista clásico y paradójicamente denunciado como el obstáculo ideológico de la filosofía, un postulado que garantizaría el discurso científico “auténtico”!-. Si se separa el sujeto de su objeto, ninguno de los dos al final de cuentas existe, en la medida que ambos se constituyen recíprocamente (dialécticamente). Máxime cuando, sin reducir esta afirmación al absurdo, los “objetos” de conocimiento en las ciencias sociales son definitivamente relaciones entre “sujetos”.
Estas evidencias derivadas desde la teoría experimental de la física contemporánea (no de la clásica) ponen en duda las supuestas e irrenunciables virtudes de la organización de la realidad proyectadas desde la lógica formal y la razón instrumental (uni)causal que establecían parámetros exclusivos de validez dicotómica, sin llegar a explorar alternativas verosímiles (lógicas modales, racionalidades simbólicas, etc.). En terminología política, por ejemplo, entre muchas otras, fueron preparados como la dicotomía gobernantes/gobernados, excluyendo explorar con legitimidad una razón simbólica, axiológica en los marcos epistémicos, pero con mayor relevancia aún en las realidades sociopolíticas mismas.
Este tipo de pensamiento dicotómico, formalista e instrumentalista supone grandes obstáculos para dar cuenta de la complejidad inherente de las realidades políticas, especialmente en la actualidad contemporánea (Puello-Socarrás 2017). Esta indicación atentaría además contra el criterio de la “avaluatibilidad” del estilo disciplinar dominante. Incluso, bien interpretado, este suponía la indisposición de la dimensión ideológica (entendida en un sentido amplio, como visiones de mundo, perspectivas cognitivas, etc.) o simplemente la intrusión ideologizante dentro del ejercicio de construcción científica (Zeitgeist, “preferencias políticas o idiosincrasias personales” según Kelsen, 2006, p. 30).
Tanto el objetivismo como el subjetivismo son deformaciones cientificistas -aquí sí ideologizantes- que antes que llevarnos a conocer los fenómenos y re-conocerlos, los ocultan, los des-conocen.
En la práctica, a partir de la simplificación simplista positivista-empiricista en el tratamiento de estos temas por parte de la versión dominante convencional, se ha negado la dimensión no-lógica, es decir, simbólica inmanente al mundo social en general. Y, con ello, un substrato de la construcción sociopolítica del sentido, el cual evidentemente es constitutiva de la complejidad real en estos procesos -incluso, en sus contradicciones-, se ha invisibilizado.
Es preciso entonces recuperar para la politología renovada la dimensión ideológica, en sentido amplio, no solo temática sino epistémica y metodológicamente (Puello-Socarrás, 2010). Sin una auténtica revolución que subvierta y propicie la regeneración del conocimiento (especialmente, las relaciones objeto-sujeto) es imposible lograr también el re-conocimiento de situaciones y condiciones políticas que han sido tradicionalmente desautorizadas por supuestas inadecuaciones cientificistas bajo el estilo convencional.
6.3. Incorporar los sistemas social-históricos de referencia y los lugares sociopolíticos de pertenencia
Es, pues, pensable un “mundo exterior” a las relaciones y a las instituciones que funciona en sistemas de referencia diferentes, puesto que son históricamente “diferentes” de la especie humana organizada. Penetrar en la variante específica de cada tipo social significa, por lo mismo, alcanzar la inalterabilidad u objetividad históricamente producida. Esta objetividad es, por consiguiente, tanto relatividad cuanto inalterabilidad: su inalterabilidad naturalista se articula en el hecho de que la existencia individual debe reproducirse como existencia natural, pero puede hacerlo sólo dentro de un sistema de convivencia social (y de producción de los bienes materiales) que varía en la historia. Esta variación naturalista pone fin a la producción de una inalterabilidad (relativa) que se sustrae al determinismo de la naturaleza: la cultura.
(Cerroni, 1992, p. 41)
No se puede explotar debidamente el horizonte de la complejidad a menos que se tenga en cuenta lo social-histórico. Tanto en el sentido cronológico del tiempo, como de su duración (el sentido histórico).
La consolidación de un perfil supuestamente científico en la versión convencional de la ciencia política trajo consigo la negación virtual de lo histórico -una cuestión largamente identificada y criticada- pero también de las diferencias sociales y societales. En su conjunto, la visión dominante resultaba claramente antihistórica y antisocial/societal.
Solo recuperando, como plantea Cerroni (1992), los sistemas sociohistóricos de referencia será posible fundamentar la abstracción lícita pero también localizada, verosímil y articulada, como condiciones necesaria y suficiente en la construcción de teoría científica. No obstante, lo anterior aún resulta todavía insuficiente. Habría que identificar, complementariamente, subsistemas al interior de los sistemas de referencia social históricos. Los lugares de enunciación son claves en este objetivo. Y, ciertamente, son siempre locus sociales y también políticos.
Por ello, no solamente existe producción de sentido histórico sino también producción de sentido político y su reproducción (lucha de proyectos políticos históricos). Ambos no hay que registrarlos únicamente como meros criterios metodológicos. Son parámetros plenamente epistemológicos, es decir, útiles para la construcción y la producción de conocimientos. La actividad intelectual si bien, en principio, es “científica”, inevitablemente está articulada con otros campos, especialmente con el “político” en singular.
En otras palabras, la producción y la reproducción de los conocimientos implica luchas por el re-conocimiento. Los compromisos cognoscitivos son, al mismo tiempo políticos (en el sentido amplio) y, como lo explicábamos, este hecho no cuestiona su legitimidad científica. Al contrario. La capacidad para explotar debidamente los horizontes de complejidad implicaría formular, explicitar y disponer la construcción de saberes, en sus dimensiones abstracta-teórica y práctica, asociadas a los sujetos concretos de la sociedad. Es, en nuestras palabras, la perspectiva que Orlando Fals Borda (1989) ha invitado para la investigación-acción-participación.
Lo anterior, desde luego, atenta contra las diferentes versiones del individualismo metodológico (incluyendo propuestas que acuden a paradigmas de la complejidad, recientemente animados por el proyecto político de clase que significa el neoliberalismo), las falaces pretensiones del conocimiento neutral, entre otras varias imaginerías muy presentes en las convicciones de la tópica convencional.
7. A modo de cierre: la politología y la construcción de la paz
Atendiendo a los elementos expuestos es posible afirmar que la politología se constituye en un horizonte de posibilidad para pensar unas ciencias sociales abiertas, dispuestas a contribuir en la transformación de realidades sociales complejas como las que se asisten en la actualidad.
Esta indicación previene insistir en la constitución de una politología que privilegie simultáneamente las referencias latinoamericanas, locales y regionales en Colombia (sistema social histórico de referencia primordial), alimentadas por una impronta que reflexione la política “desde abajo” (subsistema/lugar socio político de pertenencia) que permita visibilizar y, desde allí, construir nuevos horizontes de visibilización del conocimiento como reivindicación científica.
El elitismo congénito mostrado por la ciencia política dominante no solo ha dispuesto la construcción de aparatos teóricos y, desde luego, conclusiones al respecto, centrando una visión elitista (de la política), clave para la construcción de las realidades sociopolíticas consideradas legítimas, visiones del mundo (Puello-Socarrás, 2010).
Es preciso anteponer una politología desde las masas, a la ciencia política establecida desde las élites, tal y como lo muestra el desarrollo disciplinar dominante en su constitución interna y a partir de sus efectos externos. El propósito de recrear la Politología y cualquier otra disciplina social humana, incluso, natural, será imposible a menos que se asuma, se tenga y se tome conciencia, tal como lo sugiere González (2011) que:
Un paso no dieron sin embargo que es necesario dar si no se quiere ser copartícipe de la negación más profunda y grave para las ciencias de la materia, de la vida y de la humanidad. Y para la humanidad. El paso que no se dio y que se necesita con la mayor seriedad consiste en incluir la categoría de capitalismo como un riguroso concepto científico, no sólo asociado a la ley del valor, sino a la ley de la producción y reproducción de la vida. (González, 2011, énfasis añadido)
Debido a la gran influencia que ha tenido la recepción de la ciencia política dominante convencional, en el contexto regional latinoamericano en general y especialmente en el medio universitario colombiano, estas indicaciones podrían ser una bitácora útil en el propósito de subvertir y actualizar la disciplina y el campo científico en el marco más amplio de las ciencias sociales contemporáneas:
La Ciencia Política norteamericana de los cincuenta y los sesenta, aquella que primero influenció la Ciencia Política en Colombia en su versión de la Universidad de los Andes, asumía que existía un mercado en el que se tendía hacia la constitución de diferentes soluciones a estas necesidades de carácter universal. (Fortou et al., 2013, p. 43)
Afortunadamente y como también se ha registrado históricamente, a partir de la institucionalización de alternativas de conocimiento político que han contestado críticamente los cánones convencionales, la perspectiva politológica no solo debe seguir consolidándose sino fortalecerse.21 Para el caso específico colombiano esto resulta de la mayor relevancia para aportar en el escenario de construcción de paz.
Como es de amplio conocimiento, por un poco más de medio siglo el conflicto social armado se constituyó en un eje para las dinámicas sociales en general y, en consecuencia, definió una estructura de valores, un tipo de institucionalidad y del poder político. De ahí que los procesos hoy en curso que pretenden la superación de sus expresiones más letales impliquen la apertura de un escenario de posibles transformaciones claves para el sistema político, al menos así lo ha señalado el Acuerdo Final (AA. VV., 2016) en el punto sobre Participación política: Apertura democrática para construir la paz.
La complejidad que caracteriza este escenario de construcción de paz interpela la multiplicidad de sujetos y actores de la sociedad. No se trata de un asunto de competencia exclusiva de las partes que negociaron. El momento del post-acuerdo requiere el compromiso y la creatividad de todas las fuerzas vivas para avanzar hacia un horizonte de transformación social y la educación es una de ellas.
Por tanto, la academia y en este caso que nos ocupa, la perspectiva politológica, debe contribuir a la construcción de un pensamiento transformador que reflexione sobre este giro histórico que abre un horizonte de posibilidades a la sociedad colombiana.
Acknowledgements
Reconocimientos
Este artículo es dedicado a la memoria de Edgar Novoa Torres (1962-2016) quien aportó de manera significativa al debate disciplinar en la Universidad Nacional de Colombia. El artículo se inscribe en una de las líneas de investigación del grupo THESEUS.
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