Recibido: 26 de julio de 2023; Aceptado: 11 de noviembre de 2023
Los desafíos, aún pendientes, de la sociedad de envejecimiento*
The Challenges, Still Pending, From The Ageing Society
Os desafios, ainda pendentes, do envelhecimento da sociedade
Resumen
En este texto se intentan debatir algunos de los desafíos que tiene por delante la llamada sociedad de envejecimiento, enfatizando dos ejes de análisis. Uno refiere a que no basta solo con indicar tendencias demográficas, sociales, poblacionales u otras para garantizar la aceptación en el imaginario social de la sociedad de envejecimiento. Lo cuantitativo es condición necesaria y no suficiente para aceptar estos desafíos aún pendientes de la sociedad de envejecimiento. Este punto está realzado desde otro eje de análisis, el que tiene que ver con la “resurrección” del edadismo a partir de los acontecimientos sanitarios y políticos en torno al coronavirus, que colocó nuevamente a los adultos mayores en roles estereotipados de decrepitud y ruina. Todo lo anterior indica que se ha de proyectar un arduo trabajo de intervención social, gubernamental y estatal para ir creando los basamentos mínimos de la sociedad de envejecimiento.
Palabras clave
sociedad de envejecimiento, gerontología, edadismo, Covid-19.Abstract
This paper attempts to discuss some of the challenges ahead for the so-called ageing society, emphasising two axes of analysis. One refers to the fact that it is not enough just to indicate demographic, social, population or other trends to guarantee acceptance in the social imaginary of the ageing society. The quantitative aspect is a necessary but not sufficient condition for accepting the challenges still pending in the ageing society. This point is highlighted by another axis of analysis, which has to do with the “resurrection” of ageism since the health and political events surrounding the coronavirus, which once again placed older adults in stereotypical roles of decrepitude and ruin. All of the above indicates that a hard work of social, governmental and state intervention has to be projected in order to create the minimum foundations of the ageing society.
Keywords
aging society, gerontology, ageism, Covid-19.Introducción
Cuando se piensa en “sociedad de envejecimiento”, la frase se asocia generalmente a los adultos mayores, sin poder extrapolar el concepto a toda una serie de cambios que advendrán en torno a lo societario y a la forma en cómo se irán perfilando los vínculos, la familia, lo urbano, los procesos de trabajo, entre otros muchos procesos, a corto y mediano plazo.
Para seguir complicando esta situación, se sigue ubicando a los adultos mayores en lugares estereotipados de decrepitud y vulnerabilidad. Pero, las nuevas generaciones de adultos mayores pueden ser efectivamente ubicadas como parte de un movimiento de cambio que reivindica derechos de ciudadanía y exige a la red política y cultural y más estructuralmente, al imaginario social, que revise profundamente la imagen que se mantiene sobre ellos.
Sin embargo, esta actitud de cambio de los adultos mayores no se corresponde a una progresiva concientización de lo societario en torno a que estamos entrando invariable e irreversiblemente a un nuevo tipo de sociedad, donde además de muchos adultos mayores, habrá muchos, muchísimos centenarios y donde habrá pocos, poquísimos niños. Y donde, además, habrá figuras y roles de familia que tenderán a desaparecer, como la de “hermano”, “primo”, “tío”, “sobrino”, entre otros. Tanto como habrá un fortalecimiento de vínculos intergeneracionales entre abuelos y nietos, entre bisabuelos y bisnietos y hasta tatarabuelos y tataranietos. Es decir, nuevas realidades. Realidades inéditas, complejas, súbitas (Widmer, 2006).
Es decir, una sociedad insospechada, impensable, incognoscible, de la cual poco o nada se debate, de la cual poco o nada se ocupan los gobiernos. De esta manera, no hay ni conciencia, ni preparación, ni gestación de las medidas y políticas necesarias para que lo societario entre en consonancia con la sociedad de envejecimiento. En este punto, estamos ante una sociedad que tiene el peligro así de perder la oportunidad de ser alteridad radical en la historia de la Humanidad, para convertirse en mutación tanática de la Humanidad.
Los datos cuantitativos: la sociedad de envejecimiento
Cada vez es más patente que se va configurando una nueva forma de sociedad a la que se denomina, desde la transición demográfica avanzada, sociedad de envejecimiento. Una de sus consecuencias, es que la población de adultos mayores se va incrementando mientras que la población de niños y jóvenes va decreciendo (Celade/Cepal, 2009; Cepal, 2019; OMS, 2017; Unfpa y Hel-page International, 2012).
De esta manera, para el año 2050 el 21.8 % de la población mundial será de adultos mayores (United Nations, 2008). De la actualidad al año 2050, la población de 60 años pasará de 667 a 2008 millones de personas, en porcentajes de 10.2 % a 21.8 % en el total de población en los países más desarrollados. En las regiones menos desarrolladas el incremento será del 63 a 79 %. Asimismo, para el año 2050, la población de 80 años pasará en los países más desarrollados de 87 a 395 millones de personas, en porcentajes de 1.3 % a 4.3 % en el total de población. En las regiones menos desarrolladas el porcentaje pasará del 48% al 69 % (United Nations, 2018, 2019).
Las últimas investigaciones señalan asimismo que el grupo de tercera edad que mayor crece es el de los centenarios. Se espera que hasta el año 2050 la población global de centenarios pasará de 324.000 a 4.1 millones de personas. En el caso de los países más desarrollados esto representa un 1.119 % de aumento y en los países menos desarrollados un 1.716 % de aumento de la población total de centenarios (Jopp et al, 2016; United Nations 2008, 2018).
Asimismo, para el año 2050 en las zonas más desarrolladas, la proporción de niños será de 15.4 % comparada con 32.6 % de adultos mayores. En las regiones menos desarrolladas, mientras que en el año 2005 la proporción de niños era de 31 % y de 8 % de adultos mayores, para el año 2050 la proporción de adultos mayores será de 20.2 % y de niños será de 20.3 % (Leeson, 2013).
Estos son los datos cuantitativos, pero como indicaremos a continuación, los mismos se van acompañando de cambios cualitativos que implican, por un lado, una “desobediencia” de los adultos mayores a sus roles tradicionales, cambios socio-demográficos y políticos y la emergencia de nuevas escenas sociales, con procesos que revelan cambios profundos y, probablemente, aún no cabalmente entendidos.
Los datos cuantitativos: la situación en Latinoamérica
De la actualidad al año 2050, la población de 60 años en Latinoamérica tendrá un incremento del 63% al 79% en el total de adultos mayores. Asimismo, para el año 2050, la población de 80 años pasará del 48% al 69% del total de adultos mayores (CEPAL, 2019).
Pero el porcentaje más impresionante es que en el mismo período la población de centenarios se incrementará substancialmente. En Latinoamérica, del año 2005 al 2050 se pasará de 97 personas a 1613 personas centenarias, lo que implica porcentualmente un 1716 por ciento de aumento de la población total. Por supuesto que en números netos, estamos hablando de cifras muy bajas, pero los porcentajes indican claramente una tendencia hacia una sociedad de centenarios (Leeson, 2009).
De esta manera, la población de adultos mayores latinoamericanos crece de forma irreversible en porcentajes portentosos. Entre los años 2000 y 2025, 57 millones de adultos mayores se incorporarán a los 41 millones adultos mayores que ya se contabilizan actualmente. Asimismo, entre 2025 y 2050 este incremento será de 86 millones de personas. Los países de mayor población de la región —Brasil y México, junto a Colombia, Argentina, Venezuela y Perú— concentrarán la mayor parte de este aumento, pero en los países más pequeños este aumento también será significativo, especialmente a partir de 2025 (Celade, 2019).
El envejecimiento de la población por tanto es acelerado. En el 2000, una de cada diez personas tenía entre sesenta y más años y en 2050, se espera que una de cada cinco personas tenga esa edad. También las personas de ochenta y más años que en 2000 eran el 11 % en 2050 alcanzará el 19 % (Villa y Rivadeneira, 1999; Villagómez-Ornelas, 2009).
Esta transición, implica además el cambio de correlación entre la población de niños y de adultos mayores. Mientras que en el año 2005 en Latinoamérica la proporción de niños era de 31 % y de 8 % de adultos mayores, para el año 2050 la proporción de adultos mayores será de 20.2 % y de niños será de 20.3 % (CONAPO, 2013; INEGI, 2011).
Hay que indicar, además, que en su enorme mayoría los adultos mayores latinoamericanos residen en áreas urbanas. Es posible afirmar que el 70 % de este grupo etario se concentra en las ciudades, y la tendencia es que este porcentaje suba cada vez más. Es por eso que se estima que para el año 2025 esta proporción habrá aumentado a más de 80 % (INEGI, 2011).
Los datos cualitativos: extrapolaciones a los datos de la sociedad de envejecimiento
Los datos presentados y las consecuencias que surgen de los mismos, hacen imposible que se pueda seguir hablando simplemente de una sociedad envejecida a nivel mundial. El concepto de sociedad envejecida —10% o 15 % de la población de 65 años y más— no da cuenta del incremento cuantitativo que se viene constatando a nivel del grupo etario de los adultos mayores, y menos aún, da cuenta de aspectos cualitativos que es necesario analizar (Klein, 2022; Neugarten y Neugarten, 1986).
Aparentemente nos iremos acercando a casi un 30 % de adultos mayores para los años 2050-2100. ¿Podemos con este porcentaje seguir hablando de sociedad de envejecimiento, o se trata en definitiva de otra cosa? Por otro lado, estamos hablando de “viejos” con una vejez cada vez más prolongada. Es la era de los octogenarios y de los centenarios. Edades que no estaban previstas (sino como extravagancias) en los procesos de envejecimiento. Ya no son pues envejecimiento: son procesos de muerte aplazados indefinidamente. No es un problema de vejez, sino que es una realidad de que la gente no se muere (Klein, 2015, 2013).
Simultáneamente la baja de natalidad es una constante irreversible. No hay tasa de reemplazo. La tasa de reemplazo poblacional es de 2.3 hijos por pareja. En este momento es de 1.8, 1.7, 1.3 hijos, según el país a considerar y tiende a decrecer (Leeson, 2009). O se espera al límite biológico para tener el primer y único hijo o nunca se lo tiene. De allí la necesidad de volver a plantear la necesidad de implementar una migración masiva, legal y organizada, al menos en Europa, para conseguir una fuerza de trabajo que será cada vez más escasa. De hecho, podríamos sugerir que la Gran Guerra del siglo XXII no será por el agua ni por los recursos, ni por territorios. Sino, por gente...Los países que logren atraer mayor número de migrantes son los que saldrán adelante (Minujin, 1993).
¿Es pues, el momento de la utopía de una humanidad de fronteras abiertas? ¿De libre circulación de personas? Por supuesto que sí. Pero, en el momento más inoportuno resurgen los odios, las xenofobias, el recelo contra el extranjero que hacen imposible la migración imprescindible. Es pues, una cultura tanática que debería horrorizar. La sociedad deja irresolubles problemas esenciales sin tomar conciencia de que los torna irresolubles, anonadada en el desconcierto, los miedos al “saqueo” paranoico y una generación de políticos sin audacia, sin capacidad de iniciativas radicales y tan consternados por su imagen viral políticamente correcta que pierden capacidad de liderazgo (Bauman, 2017; Laurell, 1992; Lewkowicz, 2004; Mosca, 1965).
Por otro lado, hay que destacar que la baja de natalidad no es solo que las mujeres aplacen la edad de concepción o que decidan no tener hijos. El punto esencial de la nula natalidad es que las parejas ya no quieren tener hijos, ni entienden cuál es el sentido de tener hijos. Se relaciona tal vez a que el sentido de trascendencia y descendencia se agota. De una u otra manera, ya no hay continuidad generacional. El clima cultural impone la idea de que la nueva generación ha de construirlo todo nuevamente. No hay precedentes ni futuro. Todo es presente. Todo es volver a comenzar. Insistimos: no es un problema biológico de problemas de la gestación ni de nuevos roles femeninos. Es una estructura de detención y parálisis generacional. Por eso, todos estos nuevos contextos no se explican solo por los procesos de transición demográfica. No hay relación de determinismo sino de correlación con nuevos procesos identitarios, nuevos procesos emocionales y nuevos procesos vinculares (Klein, 2013, 2016).
Pero, sorprendentemente, en vez de enfocar este asunto de forma compleja, se consensua que el punto urgente y fundamental de la sociedad de envejecimiento, se enfoca estrictamente en la necesidad “urgente” de postergar la edad jubilatoria. Pero surge el absurdo de que al persistir un edadismo por el cual no se le da trabajo a la gente a partir de los 60 años —si no es que antes—, en vez de generar continuidad en el trabajo, se generará desempleo y por ende, mayores solicitudes en las oficinas estatales de desempleo, con lo que el Estado en vez de ahorrar, no hará sino gastar más. Por otra parte, aunque se extienda la edad de jubilación a los 67 o 70 años, ¿qué se avanza si la gente vivirá hasta los 100, 120 o 150 años? Son pues parches que revelan la incapacidad, una vez más, de entender los desafíos reales de la sociedad de envejecimiento (Sader, 2008; Sader y Gentili, 1999).
Los gobiernos, eso sí, se enfocan en una agenda en torno a los adultos mayores donde en realidad no hay necesidad de su presencia. Por ejemplo, el enfoque políticamente correcto de que el tema de la vejez implica la promoción de sus derechos humanos, sin duda es extremadamente sensible y simpático, pero en realidad es algo que ya están haciendo los adultos mayores por sí mismos. La política de empoderamiento forma parte de su nueva agenda subjetiva. No necesitan ayuda alguna de gobierno alguno. Y, además, ese enfoque vuelve a minimizar y centralizar el tema de la sociedad de envejecimiento en el grupo etario de los adultos mayores, cuando se trata de una transformación social radical. Se toman a los adultos mayores como emergentes, cuando los procesos son más estructurales y decisivos y abarcan a toda la población (Baek et al, 2016; Barslund et al., 2019; Barros y Castro, 2002).
Los datos cualitativos: las profundas resistencias a la sociedad de envejecimiento
La sociedad de envejecimiento se podría enfocar a primera vista, por tres hechos: que la gente tardará indefinidamente en morir (que se podría plantear —aunque no es lo mismo— como que la gente prácticamente se volverá inmortal), que los hijos probablemente no nacerán y que por ende dejará de existir crecimiento poblacional —que es lo mismo que decir –si las cosas no cambian- que la Humanidad tiene fecha de extinción— (Klein, 2022)
Como ya hemos señalado, estos indicadores son los más manifiestos y epidérmicos, pero la sociedad de envejecimiento involucra más y otra cosa: un cambio inédito y sin precedentes en todos los órdenes de la sociedad. Pero, paradójicamente, hay un movimiento inverso: cuánto mayor es el grado de lo que cambiará —y está cambiando—, menor es el debate público al respecto y menor o nulo, es la acción de los gobiernos y los Estados (Maestre, 2000).
De esta manera, y de una forma que debe merecer nuestra atención, mientras la sociedad de envejecimiento avanza, más y más se invisibiliza en las agendas públicas, las políticas sociales y la cotidianeidad de las personas.
Proponemos de esta manera, la hipótesis de que en la medida en que se invisibiliza, la sociedad de envejecimiento se va tornando una sociedad mutacional incapaz e impotente de enfocar, concientizar y resolver sus problemas y encrucijadas, con lo que aquello que se debería enfocar como cambio anhelado se transformado en escena temida, con lo que lo societario se aglutina alrededor del terror del colapso inminente, es decir, la sensación de que el desconcierto nos puede gobernar o se puede expandir en cualquier momento y en cualquier lugar y de forma inevitable. Si en nuestra sociedad el gran terror es la sensación de peligro (al desempleo, a la contaminación, a la violencia, al virus), en la sociedad mutacional el centro gravitacional del terror va a ser el entre la parálisis y el marasmo de implementar medidas y leyes que hoy consideramos política y socialmente condenables e incorrectas (Durkheim, 1951, 1968).
Esta sociedad mutacional se afianzará más cuando menos se tomen las decisiones inéditas, audaces y creativas que se deben de tomar —urgentemente— ante la sociedad de envejecimiento. Eso es lo que estamos viendo: duda, vacilación, ambigüedad y negación. En el límite, entendemos que esta parálisis hará surgir una sociedad mutacional donde comenzará a gestarse la sensación del colapso como escena temida y terrorífica (Lyotard, 1987).
Efectivamente, la sociedad envejecida es aún una sociedad desconcertante. No hemos creado aún, en este sentido, ni siquiera el imaginario social mínimo que nos permita avizorar el sentido de lo que será plenamente la sociedad de envejecimiento. Ciertamente, los seres humanos no estamos preparados para estos cambios. Pero nada ayuda, el que las soluciones se encuentren solo y exclusivamente en este momento en el orden de la postergación: más años de trabajo, más edad de jubilación. Probablemente, son soluciones erróneas, pero quizás generan la sensación de que al menos algo se está haciendo (Lukes, 2001).
Es cierto: no hay fórmulas preconcebidas que “solucionen” los “problemas” de la sociedad de envejecimiento. En algunos, casos se deberá ser audaz, en otros atreverse a sugerir cosas que se salgan de lo políticamente correcto o en otros casos, sencillamente se negarán las soluciones, no se hará nada y lo impostergable se volverá a postergar (Sánchez, 2007).
La sociedad envejecida, por ende, pasará por situaciones de colapso, otros de violencia y otros de confusión, dependiendo de la conciencia que se adquiera o de la voluntad que se mantenga para enfrentar sus problemas.
Los datos cualitativos: el colapso de la gerontología pedagógica tradicional
La situación generada a partir de y a través de, el coronavirus ha profundizado los procesos descritos, pero, al mismo tiempo, ha demostrado que décadas de literatura, publicaciones y actividad académica en el campo de la gerontología, ha servido de poco o nada para preparar o concientizar a lo societario sobre lo que implica la sociedad de envejecimiento (Ayalon et al., 2021).
La imagen renovada de un viejo fortalecido, ágil y capaz de seguir teniendo elecciones vitales (caballo de batalla de la gerontología moderna) no ha servido de mucho. El nuevo estereotipo propuesto en términos de un adulto mayor vital y resiliente, no ha impedido la prevalencia de prejuicios, odios y recelos (Coibion et al., 2020; Cole, 1997).
Bastó la alarma del Covid-19 para que los viejos fueran confinados, aislados, removidos de sus derechos de ciudadanía y encerrados en hogares, casas de salud u otros, remedando experiencias de genocidio y de campos de concentración. Pero, no se percibe que la gerontología haga su autocrítica. En lo posible ha ignorado los efectos sociales perversos del coronavirus, y si no ha podido hacerlo, no ha reforzado sino su mensaje de que hay que seguir bregando por una nueva imagen de ancianidad. Nada más lejos de la realidad (Brooke y Jackson, 2020; Monahan et al., 2020).
Insistimos en que los hechos que se profundizaron y desencadenaron a partir del Covid- 19 indican que la sociedad no está preparada, ni cognitiva, ni intuitiva ni emocionalmente para la sociedad de envejecimiento. No quiere saber nada con la misma, rechaza su posibilidad, no entiende apenas sus consecuencias. Todo lo cual no hará sino profundizar los aspectos mutacionales de la misma (Golubev y Sidorenko, 2020).
Los datos cualitativos: un diagnóstico desafiante para la tercera edad latinoamericana
En un lugar diametralmente opuesto a su relevancia poblacional y demográfica, los datos que se manejan acerca de la situación social y cultural de los adultos mayores latinoamericanos parecen sugerir una despreocupación social con marcados tintes de violencia, desamparo y vulnerabilidad que no pueden dejar de llamar la atención (Abusleme y Caballero, 2014; CEPAL, 2000, 2019).
Por ejemplo, los niveles educativos de los adultos mayores son extremadamente deficitarios. Tanto es así que se estima que los adultos mayores que residen en áreas urbanas apenas han completado seis años de estudio, es decir, no más prácticamente que el ciclo primario —4.6 años en Colombia y Paraguay, alrededor de 3 años en Venezuela, República Dominicana, Brasil, Honduras y El Salvador—. Solo en Uruguay, Argentina, Chile y Panamá los promedios superan este umbral (Arango y Peláez, 2012).
A este “analfabetismo” estructural se unen índices alarmantes de pobreza. Más de la mitad de los países latinoamericanos mantienen a sus adultos mayores urbanos en una línea de pobreza del 30 %. Este porcentaje se agudiza en las áreas rurales. Se constata que al menos en 4 países este índice de pobreza urbana sube a 50 %. Pero además en Bolivia y Honduras este porcentaje sube increíblemente a 70 % (Barbosa et al., 2017).
Esta pobreza estructural se conjuga con que menos de la mitad de adultos mayores urbanos recibe cobertura de protección social. Esta situación de extrema vulnerabilidad se agudiza nuevamente en las áreas rurales. En pocos países —Argentina, Brasil, Cuba, Chile y Uruguay— la protección social alcanza a más del 50 % de los adultos mayores. En contraste, en Bolivia, Colombia, Ecuador, El Salvador, Honduras, Nicaragua, Paraguay, República Dominicana y Venezuela no alcanza ni al 25 % de la población de adultos mayores (Villagómez-Ornelas, 2009).
Sumidos en el analfabetismo crónico, la pobreza estructural y la vulnerabilidad de protección social estos adultos mayores urbanos se ven obligados a trabajar, en situaciones altamente precarias y desprotegidas. Sus salarios son más bajos que el promedio salarial, sin que reciban prestaciones sociales. De esta manera se estima que más del 30 % de los adultos mayores latinoamericanos está inserto en el mercado de trabajo, remitiendo una vez más a un ciclo de pobreza y discriminación que se muestra perverso y extremadamente hostil (Villa y Rivadeneira, 1999).
Al mismo tiempo, la especificidad de género es una característica importante del envejecimiento latinoamericano. La vida más prolongada de la mujer de la tercera edad la lleva a enfrentar mayores situaciones de viudez, soledad, desamparo u otros, sufriendo situaciones de inequidad social, salarial y laboral, con poco o ninguna incidencia en la participación económica. De allí que se destaca una relación estrecha entre altos niveles de pobreza y jefatura femenina del hogar. Para agravar la situación son mujeres que quedan aún más que los hombres excluidas de la seguridad social, manteniendo la dependencia hacia la figura masculina, sea de marido o de hijos (Barbot, 1999).
Todo lo anterior implica la imposibilidad para el adulto mayor latinoamericano de mantener la independencia de un hogar autónomo. La inestabilidad económica recurrente hace que pasen a depender de hijos, nietos u otros miembros de la familia dentro de los hogares muchas veces multigeneracionales. Pero el caso contrario también se verifica: familias que recurren a la pensión o jubilación del adulto mayor para su propia sobrevivencia. Por otro lado, se estima que en uno de cada cuatro hogares —urbanos— reside al menos una persona adulta mayor; por lo que es posible afirmar que en Latinoamérica la familia sigue siendo el principal dispositivo de resguardo del adulto mayor (CEPAL, 2019).
Cabe indicar que otro factor de vulnerabilidad es la fragilidad de las organizaciones sociales de los adultos mayores latinoamericanos. Es pobre o casi nula la constitución de redes nacionales de organizaciones, clubes deportivos y sociales u otros de adultos mayores lo que dificulta la lucha por sus derechos civiles y ciudadanos (Help-Age International, 2000). Sin embargo, en países como Chile, Uruguay y Argentina la realidad parece ser más auspiciosa (CEPAL, 2019).
Aunque no se pueden generalizar a toda Latinoamérica, los datos que arrojan los Resultados sobre personas adultas mayores de la Encuesta Nacional de Discriminación en México (INAPAM, 2010) revelan que el 27.9 % de las personas mayores de 60 años han sentido alguna vez que sus derechos no han sido respetados por su edad, 40.3 % describe como sus problemas principales los económicos, 37.3 % la enfermedad, el acceso a servicios de salud y medicamentos, y 25.9 % los laborales. A estos porcentajes habría que agregar la falta de política de viviendo, agotamiento de procesos de integración social y las miserables condiciones de retiro que no son garantizados por los sistemas actuales de previsión social (CEPAL, 2000). De esta manera la población de adultos mayores latinoamericanos sufre procesos de discriminación diversos (Viveros-Maradiaga, 2001).
Una sociedad que debería amparar sus integrantes más vulnerables, no hace sino desampararlos y condenarlos a procesos de exclusión y violencia social. De allí que no se pueda sino ubicar a los adultos mayores latinoamericanos como uno de los grupos más vulnerables de la región (Huenchan, 2009).
Conclusiones
Insistimos en que los hechos que se profundizaron y desencadenaron a partir del Covid- 19 indican que la sociedad no está preparada, ni cognitiva, ni intuitiva ni emocionalmente para la sociedad de envejecimiento. No quiere saber nada con la misma, rechaza su posibilidad, no entiende apenas sus consecuencias. Todo lo cual no hará sino profundizar los aspectos mutacionales de la misma (Klein, 2020).
Ya no es posible ignorar que los cambios poblacionales, los datos demográficos, la irreversible tendencia a la sobrevida y la implacable caída de los nacimientos, no son para la relevante mayoría, sino datos y predicciones que no se conectan con la sociedad de envejecimiento. Todo lo que augura, predice y señala a la sociedad de envejecimiento se escinde y disocia de la sociedad de envejecimiento. La gente no está preparada ni estará preparada para la misma, por más contundencia que tengan datos, censos y estadísticas.
El filósofo Taleb (2010) ha usado el término “cisne negro” para denominar de esa manera al suceso imprevisto y disruptivo que viene a desbaratar un paisaje supuestamente previsible. Eso es por el momento, la sociedad de envejecimiento: algo que ya existe y no sabemos ver a tiempo y le restamos importancia, sin considerarla en toda su potente dimensión. Explicar esta situación no es fácil y sin embargo es algo que no se pueda postergar. El recurso tradicional de la gerontología pedagógica se ha vuelto insostenible en tanto que el paradigma de vejez decrépita que se creía superado y erradicado ha retornado con más fuerza y legitimidad que nunca.
Muchas iniciativas gerontológicas destinadas a combatir la discriminación por motivos de edad, se basan en la aceptación de la opinión de que los estereotipos son el resultado de la ignorancia de los hechos y emplean estrategias para informar a las personas de las pruebas que refutan la suposición particular de la discriminación por motivos de edad. Es decir, que se supone que la sociedad y el imaginario social se manejan desde criterios racionales y desde el sentido común (Green, 1993).
Sin embargo, estimamos que estas estrategias no contribuyen mucho a cambiar las creencias, las actitudes y las prácticas porque ignoran los intereses, las cargas emocionales y los pactos invisibilizados que sostienen la incuestionable legitimidad del llamado sentido común. Sentido común, que en tanto construcción social y psicosocial tiende a ser reproducido compulsivamente en tanto calma, apacigua y permiten negar escenas de miedo, pánico o paranoia. El sentido común no habilita pensamiento sino que articula pactos inconscientes que permiten negar, rechazar, forcluir (Kaës, 1993).
Desde esta perspectiva, sugerimos que la explosión exponencial de edadismo producida a partir del coronavirus no indica la necesidad de mejores estudios, investigaciones y esfuerzos sostenidos de divulgación. Muy por el contrario: los mismos están y son más que abundantes. Habría entonces que elegir otra vía de reflexión que nos permita entender el fracaso del conocimiento, la ciencia y lo académico para erradicar prejuicios, clarificar odios y alentar la tolerancia y la empatía en la sociedad.
Entiéndase en este sentido que el edadismo nuevamente no puede ser de ninguna manera enfocado como un mal “extirpable” pedagógicamente, sino que por el contrario, opera estructuralmente como un emergente de la necesidad que la sociedad tiene de los viejos en términos de depositar en los mismos de miedos, ansiedades y paranoias (Pichon-Riviere, 1981).
De esta manera, la única forma de generar condiciones propicias para la sociedad de envejecimiento, en tanto es inminente e irreversible, implica trabajar sí con la sociedad en su conjunto, para ir preparando las mejores condiciones para su advenimiento. Es decir, no es necesariamente trabajar con adultos mayores, sino con los hijos, los nietos, los vecinos de estos adultos mayores. Trabajar con adultos, jóvenes, organismos no gubernamentales, profesionales, técnicos, hasta con el Estado y toda forma de organización civil y religiosa, para explicar y socializar qué es y que implica la sociedad de envejecimiento y especialmente una de sus versiones, la sociedad centenaria (Gallardo-Peralta et al., 2016; Avendaño-Amador, 2010).
La mejor lección de la situación generada desde el COVID-19 es que no basta con la tendencia demográfica ni la expectativa de sobrevida, ni el nuevo clima cultural e identitario para asegurar y que la gente acepte el hecho y las consecuencias, de la sociedad del envejecimiento. No se aceptará ni tácita ni implícitamente (Monahan et al., 2020).
Podemos colegir que la sociedad en que la sociedad se está transformando genera miedos, rechazos y negaciones. Probablemente es paradojal, pero la estructura social es también una estructura de paradojas. Debemos trabajar probablemente en dos direcciones. Una, es bajar la resistencia al cambio. La otra en ayudar a propiciar procesos de duelo por una sociedad que cambia y frente a la cual no hay proceso de retorno (Klein, 2013).
Sabemos que en la resistencia al cambio operan diferentes factores: intenso miedo, bloqueos, negación, ira, depresión y hasta momentos de parálisis, para ir llegando gradualmente a la aceptación de nuevos contextos sociales, culturales y de vida. Es un proceso que hay que sostener y que de ninguna manera se da natural o automáticamente (Anzieu y Martin, 1971; Dent y Galloway, 1999; Oreg, 2003). Dar por hecho lo que implícitamente muestra la tendencia demográfica, pero no la estructura cultural y social, puede, si no se trabajan estas resistencias al cambio, dar lugar a fantasías persecutorias, en el orden de lo invasivo y del desollamiento social y emocional sin posibilidad de transformación mediadora (Anzieu, 1990).
Pero, a su vez, el trabajo con las resistencias al cambio se debe acompañar de un proceso de duelo, capaz de resignificar la historia generacional y cultural (Freud, 1917). Se trata en definitiva de un duelo por determinado tipo de sociedad que ya no existe o que está dejando de existir, pero a la que se asocian, sin embargo, vivencias de resguardo y cuidado. Desde allí, las formas sociales que están adviniendo, transmiten sensación de fragilidad, catástrofe y experiencia límite.
De esta manera sugerimos, que el avance referente a la sociedad de envejecimiento, es al mismo tiempo, inseparable de la concientización que se vaya tomando del lugar de chivos expiatorios que los viejos tienen en la estructura social actual. Es decir, concientizar que operan menos como un grupo etario y más como un grupo estigmatizado en el que se deposita aquello que entra en la categoría de lo impensable, lo indecible, lo innombrable socialmente, en torno a lo amenazante del desvalimiento, el pánico, la ansiedad del conjunto social (Tisseron, 1997).
Referencias
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- 2. Anzieu, D. y Martin, J. (1971). La dinámica de los Grupos Pequeños. Kapelusz. 🠔
- 3. Anzieu, D. (1990). Las envolturas psíquicas. Amorrortu. 🠔
- 4. Arango, D. C. y Peláez, E. (2012). Envejecimiento poblacional en el siglo XXI: oportunidades, retos y preocupaciones. Salud Uninorte, 28(2), 335-348. 🠔
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