Variaciones actuales de los duelos en Freud

María Elena Elmiger.Universidad Nacional de Tucumán, Argentina Fundación Psicoanalítica Sigmund Freud, Buenos Aires, Argentina. e-mail: malenaelmiger@gmail.com 


Variaciones actuales de los duelos en Freud
Resumen

El trabajo hace un seguimiento del duelo en la teoría de Freud pensando sus textos sobre duelo desde una lectura lacaniana. Después de señalar las diferencias y semejanzas que Freud plantea entre duelo y melancolía se separa de lo propuesto por él como "trabajo" del duelo para pensar su subjetivación. Siguiendo luego los planteamientos lacanianos concibe la subjetivación como el anudamiento de las esferas: pública, privada e íntima.

Palabras clave: duelo, trabajo, subjetivación, anudamiento, público, privado, íntimo. 


Variations actuels des deuils chez Freud
Résumé

Le travail traque la théorie freudienne du deuil, à partir d'une lecture lacanienne. Un écart est pris de l'idée freudienne du deuil en tant que travail, pour réfléchir autour de sa subjectivation, conçue comme le nouage du publique, du privé et de l'intime.

Mots-clés: deuil, travail, subjectivation, nouage, publique, privé, intime. 


Current variations of Freud's conception of mourning
Abstract

The article traces the conception of mourning in Freud's theory, from a Lacanian perspective. After pointing out the similarities and differences that Freud establishes between mourning and melancholy, it takes distance from Freud's idea of mourning as "work", in order to reflect on its subjectivization, which, following Lacan, may be conceived as the knotting of the public, private, and intimate spheres.

Keywords: mourning, work, subjectivization, knotting, public, private, intimate. 


Introducción 

Conviene destacar que Freud aborda su concepción del duelo desde distintos ángulos y desarrolla por momentos algunas argumentaciones paradojales. Partiremos de su trilogía sobre el duelo, escrita en 1915: "Duelo y melancolía" 1, "De guerra y muerte. Temas de actualidad"2 y "La transitoriedad"3. Comenzaba la Primera Guerra Mundial y por primera vez en la historia de Occidente los rituales sobre la muerte —a la que Ariès le dedica una interesantísima investigación— decrecían.

La muerte y el duelo, que hasta allí habían convocado acentuadamente al ámbito de lo público —este legislaba lo privado y conservaba la intimidad— comenzaban a transitarse en soledad. Hasta entonces, las legislaciones públicas y privadas permitían la separación, el desamarre de los lazos del sujeto con su muerto, pues el deudo podía apelar a tales legislaciones y creencias y, sujetándose a ellas, podía confrontar al desasimiento libidinal del objeto de amor perdido. Pero las guerras mundiales rompieron con toda legislación. El Otro desaparecía como garante de la ley y los sujetos en duelo quedaban sin el sostén simbólico que hasta allí se convocaba.

El duelo pasaba de la esfera de lo público a la soledad de la intimidad, sin rituales públicos o privados que delimitaran la angustia o el vacío de la muerte. Las muertes provocadas en este caso por la guerra, intensificadas por los avances científicos y tecnológicos con efectos en la sofisticación de armas, comenzaron a ser cada vez más anónimas y masivas.

Hasta entonces el duelo en sí convocaba a lo público, a lo privado y a lo íntimo, es decir que toda la sociedad se conmovía ante cada pérdida: doblaban campanas, acompañaban lloronas, los velatorios y los cementerios diferenciaban justos de pecadores, blancos de negros, judíos de cristianos, ricos de pobres, tiempos para el duelo, colores de vestimentas; se sabía y se hablaba de cada muerte, de cada muerto y de cada deudo. Sin embargo, con la guerra todo esto se fue volviendo superfluo.

Fueron tan multitudinarias las muertes, tal la devastación de ciudades y países, tantas las desapariciones, tal la crueldad, la perversión de la guerra, las pestes desatadas por las muertes que perdió valor todo sistema lingüístico y social que demarcara la muerte, al muerto. 

1. Sigmund Freud, "Duelo y melancolía" (1917 [1915]), en Obras completas, vol. xiv (Buenos Aires: Amorrortu, 1989).

2. Sigmund Freud, "De guerra y muerte: Temas de actualidad" (1915), en Obras completas, vol. xiv (Buenos Aires: Amorrortu, 1989).

3. Sigmund Freud, "La transitoriedad" (1915 [1916]), en Obras completas, vol. xiv (Buenos Aires: Amorrortu, 1989). 

Seguramente a este panorama del duelo y la muerte se enfrentó Freud en su consultorio desde 1914. Se confrontó a duelos vividos en soledad, muchas veces sin rituales y hasta sin cadáveres. Sujetos arrasados por la angustia llevaron al consultorio de Freud las psicosis alucinatorias, los reproches obsesivos o la crueldad de la autopunición, que le permitieron esbozar la ferocidad del superyó. Pero en definitiva Freud era testigo del pasaje de lo que él llamó "duelo normal", acompañado —hasta allí— por el Otro social, a ese duelo que él llamó "patológico": duelo pesaroso, obsesivo, melancólico —siempre en soledad— sin el recurso de rituales que signifiquen la muerte o al muerto, en cuanto el Otro como Sistema había devenido anómico4.

Seguramente el psicoanálisis intentaba armar algo allí. ¿Cómo poder significar la pérdida con esa devaluación de lo público?, ¿cómo contabilizarla? Quizá por eso planteó el duelo psíquico, una operación a realizarse en la intimidad del deudo, o en todo caso, el padecimiento que —a veces— podría transmudar en duelo —vía la transferencia—, ligar lo público y lo privado, y hacerse escuchar por el psicoanalista Freud.

En "La transitoriedad" es el mismo Freud —en duelo— quien, dirigiendo amargos reproches a la guerra, dice: 

    La guerra robó al mundo todas sus bellezas. No solo aniquiló el primor de los paisajes que recorrió y las obras de arte que rozó en su camino, sino que también quebró nuestro orgullo por los progresos logrados en la cultura, nuestro respeto ante tantos pensadores y artistas, las esperanzas que habíamos puesto en una superación definitiva de las diferencias que separan a pueblos y razas entre sí. La guerra enlodó nuestra excelsa ecuanimidad científica, mostró en cruda desnudez nuestra vida pulsional, desencadenó los espíritus malignos que moran en nosotros y que suponíamos domeñados definitivamente por nuestros impulsos más nobles, gracias a una educación multisecular.5 

En "De guerra y muerte", Freud lamenta el "cambio de actitud espiritual ante la muerte"6 y el desprecio hacia la vida humana resultado de diversas dinámicas, entre ellas el avance de las ciencias duras y la tecnología que inventan armamentos hasta ahora impensables, y la postura de las ciencias sociales (la antropología o la psicología) al servicio de la guerra, la exclusión y la justificación de la muerte.

El mundo, antes amplio, culto, sede de intercambios científicos, culturales, éticos, legales, se ha transformado en un lugar amenazador, inseguro, anómico: 

    La guerra, en la que no queríamos creer, estalló y trajo consigo una terrible decepción. No es tan solo más sangrienta y más mortífera que ninguna de las pasadas, a causa del perfeccionamiento de las armas de ataque y defensa, sino también tan cruel, tan enconada y tan sin cuartel, por lo menos, como cualquiera de ellas. Infringe todas las limitaciones a las que los pueblos se obligaron en tiempos de paz —el llamado Derecho Internacional— y no reconoce ni los privilegios del herido y del médico, ni la diferencia entre los núcleos combatientes y pacíficos de la población, ni la propiedad privada. Derriba, con ciega cólera, cuanto le sale al paso, como si después de ella no hubiera ya de existir futuro alguno ni paz entre los hombres. Desgarra todos los lazos de solidaridad entre los pueblos combatientes y amenaza dejar tras de sí un encono que hará imposible, durante mucho tiempo, su reanudación.7 

4. Tomo el concepto de anomía de la sociología. En Durkheim, la anomia es un estado de sociedad en el que los valores tradicionales han dejado de tener autoridad, mientras que los nuevos ideales, objetivos y normas todavía carecen de fuerza. Émile Durkheim, El suicidio (Madrid: Akal, 2003).

5. Freud, "La transitoriedad", 311.

6. Freud, "De guerra y muerte: Temas de actualidad", 227. 

Duelo, melancolía y otros duelos en la trilogía freudiana de 1915

Consideramos que ante el acontecimiento de la muerte de un ser querido, Freud plantea por lo menos dos posiciones subjetivas claramente delimitadas: duelo (como respuesta de la neurosis) y melancolía (como "neurosis narcisísticas" o psicosis). Sin embargo, menciona también al trabajo del duelo y la renuencia a dicho trabajo.

Para la época en que Freud escribe estos textos aún no había conceptualizado su segunda tópica (yo, ello y superyó), por lo tanto las coordenadas teóricas que le permitieron pensar los duelos y la melancolía fueron aún las de su primera tópica (Cc.- Prcc.-Icc.). Para entonces conceptualizaba también la "Introducción al narcisismo"8, "Pulsiones y destinos de pulsión"9, "Lo inconsciente"10 y "Complemento metapsicológico a la doctrina de los sueños"11, herramientas con las que contaría. Por lo tanto, lejos de hacer del trabajo de duelo un concepto simple, llano, sin ambigüedades ni dobleces, Freud requiere del esbozo de nociones que aún está conceptualizando, y en el intento de desbrozarlas, enuncia tanto duelo normal, como duelo pesaroso, duelo obsesivo y duelo patológico.

Por las similitudes fenomenológicas entre duelo y melancolía —y sus bordes: renuencia, duelo pesaroso, obsesivo y patológico— nos detendremos en las diferencias que consideramos fundamentales entre el duelo y la melancolía, para, luego, volver sobre las paradojas de los duelos. 

7. Ibíd., 280.

8. Sigmund Freud, "Introducción al narcisismo" (1914), en Obras completas, vol. xiv (Buenos Aires: Amorrortu, 1989).

9. Sigmund Freud, "Pulsiones y destinos de pulsión" (1915), en Obras completas, vol. xiv (Buenos Aires: Amorrortu, 1989).

10. Sigmund Freud, "Lo inconsciente" (1915), en Obras completas, vol. xiv (Buenos Aires: Amorrortu, 1989).

11. Sigmund Freud, "Complemento metapsicológico a la doctrina de los sueños" (1917 [1915]), en Obras completas, vol. xiv (Buenos: Aires: Amorrortu, 1989). 

Primera diferencia

En el duelo lo perdido es un objeto de amor. Para Freud, este participa del campo de la elección de objeto.

En la melancolía la pérdida es en la vida pulsional, habla de "hemorragia libidinal". Podríamos decir: vaciamiento libidinal. En esto Freud sigue a Abraham: el objeto de la melancolía está en el campo de la constitución de la estructura psíquica, forma parte del autoerotismo. 

Segunda diferencia

En el duelo "el mundo" se ha hecho pobre y vacío.

En la melancolía, en cambio, enigmáticamente el yo es quien se ha vuelto pobre y vacío. 

Tercera diferencia


La inhibición en el duelo se manifiesta porque al doliente no le interesa nada, salvo lo relacionado con su ser querido muerto.
En la melancolía, la —extraña— inhibición se acompaña de autorreproches, autodenigraciones y delirante expectativa de castigo.
En la melancolía —psicótica—, Freud ubica los siguientes elementos:
— Delirio de insignificancia, al que llama predominantemente moral, insomnio, repulsa del alimento y desfallecimiento de la pulsión que aferra a la vida.
— Autocrítica extrema.
— A pesar de la autocrítica y el autorreproche no hay falta reconocida, no hay pudor o vergüenza. El impudor melancólico saltea toda inhibición en la obscena exhibición de su autodenigración y de sus quejas.

Cuarta diferencia

La identificación planteada por Freud en la melancolía es la identificación primaria, canibalística. Esta abona la representación de cosa, la represión primaria, que más tarde (desde 1920) relacionará con pulsión de muerte, ello y superyó como heredero del ello. Dice: 

    En otro lugar hemos consignado que la identificación es la etapa previa de la elección de objeto y es el primer modo, ambivalente en su expresión, como el yo distingue a un objeto. Querría incorporárselo, en verdad, por la vía de la devoración, de acuerdo con la fase oral o canibalística del desarrollo libidinal. A esa trabazón reconduce Abraham, con pleno derecho, la repulsa de los alimentos que se presenta en la forma grave del estado melancólico.12 

12. Freud, "Duelo y melancolía", 247.

13. Ibíd., 246. 

Nuevamente Freud relaciona melancolía con lo primario: lo pulsional. Los destinos de la pulsión que Freud plantea en la melancolía son la conversión en lo contrario y vuelta sobre sí mismo. No traza ni el retorno de lo reprimido ni la enigmática sublimación. Por eso puede decir: "Sus quejas son realmente querellas"13. Las quejas del melancólico deberían ser querellas contra alguien próximo y atroz a quien no se juzga.

El melancólico dirige contra sí (vuelta sobre sí mismo) los reproches que habría de hacerle al otro. Todavía, como dijimos, Freud no ha conceptualizado el superyó, por lo tanto afirma que la conciencia moral es "una instancia […] que puede enfermarse ella sola"14. Aquí anuda conciencia moral a pulsión; esto coagula al melancólico en la monotonía gozosa de la queja.

En cambio, Freud plantea otro tipo de identificación con el objeto para el duelo, el que abona las neurosis de transferencia y conforma los síntomas. Esto implica ya lo reprimido y el retorno de lo reprimido como destino de la pulsión. Freud habla aquí claramente de neurosis, de identificación histérica y de la pérdida de un objeto de amor; va esbozando que el duelo es una salida en la neurosis a la pérdida del objeto de amor.

Freud diferencia claramente la identificación como resultado del duelo, que ubica como identificación histérica. De esta identificación sostenida en la falta misma dice que "puede expresar la comunidad con el objeto de amor" de la identificación primaria en la melancolía que, como antes dijéramos, refiere a la pulsión y al superyó como heredero del ello. En todo caso, más allá de las identificaciones, Freud habla de una imposibilidad de soportar la falta del Otro en la melancolía. La culpa (en la versión de autorreproches, de hiperculpabilidad) recae sobre el melancólico. 

Similitudes y diferencias

En esta relación Freud establece una clara similitud entre duelo y melancolía, salvo en las autodenigraciones y la delirante expectativa de castigo.En la melancolía hay, como en el duelo, dolor, falta absoluta de interés por las cosas del mundo, pérdida de la capacidad de amar, inhibición… pero se diferencia del duelo en la inexistencia de autodenigraciones y la delirante expectativa de castigo.

Resumamos las diferencias estructurales entre duelo y melancolía: 

Los duelos y sus paradojas

Nos serviremos de las diferencias freudianas (neurosis-psicosis: duelo-melancolía) para pensar cómo en los duelos inevitablemente se juega el paso por lo pulsional en cuanto, dicho freudianamente, en la retirada de la libido del objeto de amor perdido habrá de quedar la pulsión al desnudo; o en cuanto ante el fracaso de la represión no es posible la operación de la sustitución de la pulsión por el síntoma. Pensaremos desde allí los paradojales caminos de los duelos. Este es el sentido que Freud le da a la enigmática frase la sombra del objeto, de la que dice, cae sobre el yo en la melancolía (hemorragia libidinal, el objeto se vacía de libido, pierde todo disfraz que lo haría amable y deja al objeto desnudo). En esta relectura de Freud ubicaremos a la melancolía en los paradojales duelos. Así, dice Freud de aquella: 

    La sombra del objeto cayó sobre el yo, quien, en lo sucesivo, pudo ser juzgado por una instancia particular como un objeto, como el objeto abandonado. De esa manera, la pérdida del objeto hubo de mudarse en una pérdida del yo, y el conflicto entre el yo y la persona amada, en una bipartición entre el yo crítico y el yo alterado por identificación.15 

O bien, según vamos reconstruyendo: la cobertura fálica —aquello que lo hace amable, deseable— se pierde. En la melancolía se produce un vaciamiento de libido, el superyó aplasta al sujeto, desubjetivizándolo. En los duelos, si bien hay más recursos simbólicos a los que apelar, el sujeto se confronta con la brutal inexistencia del Otro y la fragilidad de la cobertura fálica, por lo que también todo duelo lo confronta con la posibilidad del aplastamiento subjetivo. 

Tal vez por eso Freud, que aún no contaba con su segunda tópica, habla ambiguamente del duelo en "Duelo y melancolía" para incluir, inmediatamente, el duelo pesaroso, el duelo obsesivo y el duelo patológico. Nos remitiremos a ellos pues consideramos que, si leemos con cautela al maestro —en la trilogía propuesta— concluiremos que jamás pensó que los duelos pudieran finalizar solo con el simple reemplazo del objeto amoroso, ni que los duelos fueran lineales, y el muerto pudiera ser fácilmente suplantado. En ellos planteó la pulsión y la instancia crítica —el aún no conceptualizado superyó—. Por esta razón en dichos textos intentaremos trabajar los duelos que logran subjetivizarse y los desubjetivados, en los que muchas veces es poco perceptible la diferencia con la psicosis; aquellos duelos que la guerra instaló; aquellos que Freud encontró en su clínica.

15. Ibíd., 246. 

Veremos, de este modo, si lo planteado en esa trilogía como trabajo de duelo será equiparado por nosotros al concepto de subjetivación. O, en todo caso, veremos qué contribución hace la categoría de subjetivación a esta relectura de Freud. 

Recorreremos estos textos con el fin de relacionarlos luego con otros pasajes freudianos y así lograr alguna aproximación al tema.

Tomamos el concepto subjetivación de Lacan, quien plantea que "para que algo se signifique es necesario que sea traducible en el lugar del Otro"16. Es decir, pasar lo real, la catástrofe, a veces el horror, por los sistemas de la lengua que incluye sus equivalentes: sistema jurídico, sistema político, sistemas lingüísticos y hasta los diversos sistemas semiológicos. Para ser traducidos, anudados a las prácticas privadas y a las intimidades del inconsciente. Lo que retornará de otra manera al deudo, vía el lazo social, las identificaciones, los síntomas, el amor o el acto. Esto le permitirá perder el objeto y conservarlo de otra manera.

En alemán, lengua en la que Freud escribe sus obras, "Duelo y melancolía" se traduce como Trauer und Melancholie. En trauer ('duelo') y sus derivados resuena lo público: Trau er flor: 'crespón'; trau er marsch: 'marcha fúnebre'; trau´ung: 'boda', 'velaciones'. Estos son los elementos significantes que la cultura propone para señalar el duelo. En estas derivaciones también resuena lo privado: trau´ern: 'entristecerse'; trau´rig: 'triste', 'mustio'; traurigkeit: 'tristeza', 'duelo'; y lo íntimo: trau´lich: 'íntimo', 'dulce'. Pero también traum es 'sueño', 'ensueño'; trau´men: 'soñar'; trau´mer: 'soñador', 'visionario', 'iluso'; trau´merei: 'fantasía', 'ilusión', 'ensueño'. De allí también derivan las palabras tragedia (trau er spiel), cuya acepción atañe tanto a lo público como a lo íntimo, y traurigkeit, en la que keit indica 'separación' o 'riña' ('reñir', 'cuña', 'riña', 'ningún', 'nunca').

"Duelo y melancolía" inicia con la siguiente frase: "Tras servirnos del sueño como paradigma normal de las perturbaciones anímicas narcisistas, intentaremos ahora echar luz sobre la naturaleza de la melancolía comparándola con un afecto normal: el duelo"17 (recordemos, hasta la Primera Guerra Mundial, no solo tocaba el ámbito de lo íntimo, sino lo social, lo público, lo ritualizado).

Ya hemos planteado, en esa bipartición estructural entre duelo y melancolía, la diferencia de la condición de objeto que se pierde: mientras en el duelo se trata de la añoranza de algo perdido, la melancolía pierde toda libido y conserva la vida pulsional. La crueldad del melancólico contra sí mismo muestra que el superyó, como heredero del Ello, arrasa al yo desubjetivándolo. Hay dos tipos de objetos: objeto de amor (sustituto de la pulsión) en uno de los casos y objeto pulsional —autoerótico, sin cobertura sustitutiva— en otro. Duelo en relación con lo declarable y lo contable —el amor—. Melancolía en relación con lo silencioso, lo mudo, lo imposible de contabilizar, el exceso; en definitiva, con lo no-perdido: la pulsión. 

16. Jacques Lacan, El seminario. Libro 8. La transferencia (1960) (Buenos Aires: Paidós, 2003), 279.

17. Freud, "Duelo y melancolía", 241. 

Freud formula aquí lo que viene ocurriendo en su clínica. Cuando dice que el duelo es una reacción frente a la pérdida de una persona amada o frente a una "abstracción que haga sus veces como la patria, la libertad, el ideal, etc."18, está dando cuenta de los destrozos que la guerra haría en sus pacientes y en su propia vida, época en que el escenario donde se situaba el dolor había cambiado. ¿Cómo significar la muerte si el Otro social no viene a sancionarla? ¿Cómo contabilizar los muertos cuando también se pierde la patria, los ideales, las leyes que posibilitan tal contabilización fálica?

A partir de esto vamos a plantear que Freud, en su divisoria de aguas duelomelancolía dedica enigmáticamente casi todo el texto a la melancolía y hace una escasa referencia al duelo, que él califica como normal.

Para trabajar los duelos y sus paradojas, es decir, lo que atañe tanto a la posibilidad de que estos puedan subjetivarse o queden desubjetivados, seguiremos a Freud en la trilogía propuesta. Dice acerca de los duelos: 

    Ahora bien, ¿en qué consiste el trabajo que el duelo opera? Creo que no es exagerado en absoluto imaginarlo del siguiente modo: El examen de realidad ha mostrado que el objeto amado ya no existe más, y de él emana ahora la exhortación de quitar toda libido de sus enlaces con ese objeto.19 

El acatamiento al mandato de la realidad se lleva a cabo parte por parte, pieza por pieza, con gran gasto de tiempo y de energía de investidura, en un doloroso proceso que le permite al objeto amado vivir en el entramado de la realidad psíquica. "Cada uno de los recuerdos y cada una de las expectativas en que la libido se anudaba al objeto son clausurados, sobreinvestidos y en ellos se consuma el desasimiento de la libido"20. El encuentro con la muerte produce un choque con lo traumático. Y es el trauma —desgarrón de lo simbólico-imaginario— el que va a dictaminar "el exhorto de la realidad" que habrá de acatarse. El significante exhorto es tajante. Se rompe la malla simbólico-imaginaria del mundo y el encuentro con lo real es inapelable. Sin embargo, junto al categórico exhorto surge la renuencia a obedecerlo. 

¿Cuál es la respuesta ante el acontecimiento de la muerte de un ser querido? Dijimos antes que Freud plantea por lo menos dos posiciones subjetivas: mientras que en el duelo se trata de la añoranza por algo perdido, en la melancolía se privilegia la pérdida de libido (hemorragia de libido que atañe a la vida pulsional), lo que produce un desgarrón del aparato psíquico y del narcisismo: la melancolía lleva al sujeto a abandonarse, a la dimisión deseante, y hasta a irse con el muerto. Lo que prima no es el reconocimiento ni la añoranza de lo perdido, pues para añorar es preciso contabilizar. Recurrir a la significación fálica. 

18. Ibíd.

19. Ibíd., 242.

20. Ibíd., 243. 

Freud usa el término "añoranza", justamente para referirse a la nostalgia por un objeto de amor perdido, es decir un objeto ya investido libidinalmente y por lo tanto sustituto de la pulsión. El objeto pulsional —perdido— investido libidinalmente, suplantado en el objeto de amor. Es este último el que se pierde en el duelo: un objeto capaz de añorarse, puede saberse que se ha perdido, el aparato psíquico lo registra, se sufre el desgarro narcisista, y el objeto puede entrar en la serie sustitutiva, simbólica, en tanto en el amor —según Lacan— se da lo que no se tiene. O sea, la falta.

Edipo y Castración se anudan en la neurosis, por lo que es posible otorgar significación a lo que falta aun en la incertidumbre, es decir, hablar del muerto, recordarlo, idealizarlo; continuar un lazo —diferente— con quien ya no existe. Pero queda un resto incontable, incurable, inconsolable. La añoranza del objeto amoroso perdido refiere, entonces, al deseo inconsciente, al recuerdo, a la novela familiar, a todo lo que el doliente contabiliza, minuciosamente, parte por parte, en relación con el ser querido muerto.

Los rituales vienen allí a señalar, a significar a partir de las costumbres, los relatos, los mitos, etc. El logos es convocado allí para sombrear, significar, el agujero creado en la existencia. He aquí la función subjetivante del duelo.

La hemorragia de libido, que deja al desnudo la vida pulsional es para Freud otra cosa: significa que la afectación, la afección, se manifiesta en el cuerpo. Sugieren más afecciones somáticas que psicógenas. Hay hemorragia narcisística, arrasamiento del deseo. Las autodenigraciones hablan del superyó que produce el hundimiento subjetivo, la objetalización. No hay inscripción de la falta simbólica —ni del Otro ni del sujeto— sino la culpa en lo real vuelve sobre sí, lo que habla de las querellas que no pueden hacerse al Otro y que caen en el sujeto, aplastándolo.

Pero Freud sugiere una tercera posición subjetiva ante el hecho de la muerte, el duelo pesaroso. Este contiene idéntico talante dolido que la melancolía, menos uno: la delirante perturbación del sentimiento de sí del que sí participa la melancolía.

En el "duelo pesaroso", o lo que Freud llama "duelo patológico", también ocurre —en una semejanza con la melancolía— que el sujeto no se siente en duelo sino enfermo. Muchas veces no es posible hacer la sombra, el sombreado de lo público y lo privado. Entonces, cuando las coordenadas simbólico-imaginarias anudadas a lo real no pueden sostener el decir y la escucha, el sujeto puede objetalizarse, arrasarse, perderse, por el peso de la pulsión vuelta sobre sí o de la falta transformada en culpa (real).Momentos donde es difícil el diagnóstico neurosis-psicosis, y que Freud nos fue acercando cuando nos insinuó las paradojas de los duelos y que llamamos duelos desubjetivados.

Voy a referir a Primo Levi para ejemplificar esta objetalización del sujeto, cosa que los alemanes lograron producir en los campos de concentración al eliminar toda "sombra de objeto" o, mejor dicho, todo "sombreado" o disfraz del objeto pulsional: los sujetos eran despojados de sus costumbres, de sus rituales, de sus vestimentas, de sus cabellos, y —aun— de la posibilidad de comer o beber como seres humanos. 

Dejaban en absoluta soledad al humano, tratándolo como puro objeto, como pura cosa, como cobayos de laboratorio. 

    Esto es un infierno. Hoy, en nuestro tiempo, el infierno debe ser así, una sala grande y vacía y nosotros cansados teniendo que estar en pie y hay un grifo que gotea y el agua no se puede beber, y esperamos algo realmente terrible y no sucede nada y sigue sin suceder nada. ¿Cómo vamos a pensar? No se puede pensar ya. Es como estar ya muertos. Algunos se sientan en el suelo. El tiempo transcurre gota a gota.21 [...]

    Cuando suena esta música sabemos que nuestros compañeros, afuera en la niebla, salen en formación, como autómatas; tienen las almas muertas y la música los empuja, como el viento a las hojas secas, y es un sustituto de su voluntad. La voluntad ya no existe: cada latido se convierte en un paso, en una contracción refleja de los músculos deshechos. Los alemanes lo han conseguido. Son diez mil y son solo una máquina gris: están determinados exactamente; no piensan y no quieren: andan.22 

yendo para donde la vida los lleve, tomados por algún duelo sin significar, estos sujetos llegan sin preguntas. La diferencia clínica entre neurosis y psicosis tarda en poder hacerse. Si Primo Levi logra sobrevivir es justamente porque desde el principio no se dejó destruir por el nazismo. Sabía que luego de jugar con ellos "como un gato con un ovillo de lana", iban a ser irremediablemente ejecutados. Primo nunca dejó de juzgar la crueldad nazi y eso le permitió no dejarse morir en los lager.

Este ejemplo extremo nos viene bien para pensar el sujeto en posición de objeto, desubjetivado, algo muy factible en los duelos, pues la muerte de un ser querido siempre produce una estocada en el fantasma y confronta al sujeto con lo real.

A esta altura, precisamos servirnos de la contribución de Lacan para esa lectura: Lo graficaremos a partir del Grafo del Deseo, planteado por este autor en el Seminario 6. El deseo y su interpretación, de 1958-1959 23. 

21. Primo Levi, Si esto es un hombre (Barcelona: Muchnik, 1998), 23.

22. Ibíd., 54.

23. Jacques Lacan, Seminario 6. El deseo y su interpretación (1958-1959). Versión de la escuela freudiana de Buenos Aires. Inédito. 

La referencia a Primo Levi nos permite pensar la caída desubjetivizante del ser humano, similar a la melancolía. Tal vez por eso —a pesar de diferenciar duelo de melancolía— Freud se desliza por los bordes de esa delimitación y plantea que muchas veces los duelos se aproximan a la melancolía. No puede hacerse la sombra, lo que sombrea, disfraza el objeto, entonces, todo lo que es contabilización, sanción, traducción, tampoco. El Otro Simbólico, en el que se sostiene el fantasma ha desfallecido. Lo que postulamos como subjetivación —seguimos a Lacan, en El seminario. Libro 8. La transferencia (1960)25— y que usamos para entender el duelo se define de la siguiente manera: para subjetivar un duelo es preciso que lo que se pierde pueda ser traducible en formas discursivas, subjetivas y colectivas, para lo cual planteamos la articulación de lo público, de lo privado y de lo íntimo. 

24. Sobre el Grafo del Deseo establecido por Lacan, en la figura 1 se sitúa el evento de la muerte, indicando con líneas rojas la estocada producida por la desaparición del semejante; la posibilidad de subjetivación en el duelo al permitirse contabilizar o reconocer lo perdido, corresponde a la línea azul. En la figura 2 aparece cercenada la posibilidad de subjetivación. [Nota de la editora]

25. Lacan, El seminario. Libro 8. La transferencia. 

Pasar lo real —el campo de lo traumático— a la reinscripción de la falta en cuanto simbólica, es lo que admitirá que el sujeto vuelva a encadenarse (abrocharse o ligarse) en la cadena significante y pueda representarse en ella y en el lazo social. A/ ŽS/◊a El sujeto, amarrado a los sistemas legales (el otro simbólico, A/ en Lacan), sostiene el montaje subjetivo del mundo en relación con lo real. Ese montaje, que Lacan llama fantasma, trastabilla y el sujeto queda con "ese" real, con ese objeto a casi al desnudo. La "sombra" del objeto, el disfraz, la vestimenta, el rombo (losange) de la fórmula S/◊a le da su articulación con el A/ , Otro simbólico que anuda lo imaginario y encubre lo real. Esto es posible gracias al anudamiento de lo público, de lo privado y de lo íntimo, que marcan las coordenadas en las que el sujeto puede ampararse para contabilizar sus deudas y las del muerto (reinstalar la falta simbólica).

Sin ese sombreado, el sujeto queda inerme. La culpa queda de su lado. "Sus quejas son querellas", dice Freud. Pero querellas que no pueden hacerse, no hay a quién reprochar ni alguien que pueda reprochar. El sujeto prefiere ofrecerse como objeto a querellar, juzgar, descompletar al Otro. Esto es frecuente en los duelos por cuanto la fórmula S/◊a tambalea. El A/ que la sostiene ha mostrado su insuficiencia, su inexistencia. Es así que el sujeto, para no encontrarse con dicha inexistencia, sostiene un Otro consistente, cargando las culpas sobre sí. La "identificación" con el objeto es esto: cargar la culpa sobre sí, antes de soportar su ausencia, su inexistencia, o su goce. Sin embargo, hay algunos, como Primo Levi, que pudieron juzgar la crueldad nazi aun en esa extrema indefensión. 

Un fragmento clínico

Vamos ahora a la clínica, hoy: Andrea es una joven mujer que consulta por estados de vértigo. Los médicos —luego de varios tratamientos— han descartado causas orgánicas. Su vida profesional es exitosa, pero cada éxito culmina en días de reposo por el vértigo. Después de varios encuentros relata que su padre murió luego de una vida dedicada con fervor a su profesión (la misma que ella eligió), de la que cosechó mucho reconocimiento de la gente con la que trabajaba, pero ningún éxito económico. Cuando este al fin llegó, vino de la mano con la muerte. En las primeras entrevistas Andrea dice haber transitado muy dolorosamente ese duelo. Inmediatamente agrega: "Pero lo que a mí me pasa no puede tener que ver con aquello".

Se queja de no poder disfrutar. Una vez exclama, angustiada: "¿Usted sabe lo que es la culpa por sobrevivir? ¡Mi padre no pudo encontrar lo que tanto buscaba, pero todos lo querían, aún hoy, la gente lleva su foto, lo visita en el cementerio, en el aniversario de su muerte, todos lloran como niños! ¡No puedo con este peso!" Digo: "¡Qué suerte! ¡Tiene con quién llorar!". Me mira sorprendida. Continúo: "Tal vez a usted le va tan bien en su profesión por eso mismo. No siempre se está tan acompañada en el dolor. Tiene bastante que agradecer a su padre". 

Resituarla como deudo de ese padre que había causado el deseo de esa gente que aún lo llora produjo la pacificación de Andrea. Ya sin estar enferma, pudo comenzar a hablar de su padre más tranquilamente.

Esta viñeta muestra cómo el duelo acompañado por lo público colabora con la pacificación del deudo, la localización de la falta, de la causa que encuentra significación en el tejido social. Un duelo pesaroso —desubjetivizado— puede devenir en duelo-dolor —subjetivizarse— sin tanto padecimiento. 

El exhorto de la realidad

Es la catástrofe de la muerte la que dictamina el exhorto de la realidad. Freud no cuenta con las coordenadas lacanianas (r. s. i.) para pensar el hecho. Haciendo uso de ellas, sin embargo, podríamos afirmar que el dictamen de la realidad lo da el pasaje por el agujero en lo real (la operación de la Privación, en Lacan) que produce la muerte de alguien querido. Esto es fundamental en los duelos. La muerte destruye, demuele el edificio de la vida cotidiana que compartíamos con el ser querido. Todo lo habitual se ha perdido, el sostén de esos hábitos: la escena fantasmática que soporta el mundo del sujeto ha recibido una estocada.

A/ ŽS/◊a El mundo simbólico del sujeto vacila. La escena se va de gira, dirá Lacan en El seminario. Libro 10. La angustia (1963)26, y el sujeto queda allí, próximo a la pulsión —dicho de acuerdo con Freud— o a lo real, dicho con Lacan. Borges nos acompaña con sus letras para entender esa ausencia: 

Habré de levantar la vasta vida
que aún ahora es tu espejo:
cada mañana habré de reconstruirla.
Desde que te alejaste,
cuántos lugares se han tornado vanos
y sin sentido, iguales
a luces en el día.
Tardes que fueron nicho de tu imagen,
músicas en que siempre me aguardabas,
palabras de aquel tiempo,
yo tendré que quebrarlas con mis manos.
¿En qué hondonada esconderé mi alma
para que no vea tu ausencia
que como un sol terrible, sin ocaso,
brilla definitiva y despiadada?
Tu ausencia me rodea
como la cuerda a la garganta,
el mar al que se hunde.27

26. Jacques Lacan, El seminario. Libro 10. La angustia (1962-1963) (Buenos Aires: Paidós, 2006). 

Borges nos regala este ejemplo: cuando un amor muere, por un tiempo la vida sigue siendo el espejo de ese amor, pues la separación no puede realizarse sin más… Así como para Freud, para Borges el mundo se vuelve pobre y vacío: "Desde que te alejaste,/ cuántos lugares se han tornado vanos y sin sentido,/ iguales a luces en el día". Por la "renuencia", por el rechazo a aceptar la ausencia, pregunta y hasta suplica "¿En qué hondonada esconderé mi alma/ para que no vea tu ausencia que como un sol terrible, sin ocaso,/ brilla definitiva y despiadada?". La crueldad del desamparo y de la angustia, la tentación a caer como objeto, aquí también están, casi brutalmente, presentes: "Tu ausencia me rodea/ como la cuerda a la garganta,/ el mar al que se hunde". Sus ojos se cerraron y el mundo simbólico-imaginario sigue andando: parafraseamos a Gardel y Le Pera. El agujero cruel de la realidad —de lo real— ordena, dictamina, exhorta a que el mundo del deudo se detenga porque fue quebrado, fragmentado, agujereado por la muerte.

Freud dice que a este dictamen se le opone una comprensible renuencia, pues el hombre no abandona de buen grado una posición libidinal ni aun cuando un sustituto se asoma. A esta renuencia, que podemos llamar rechazo a aceptar la muerte, algunos psicoanalistas, entre ellos Adriana Bauab Dreizzen en su libro Los tiempos del duelo28, llaman renegación.

Freud dirá, en "Duelo y melancolía": "Esta renuencia puede alcanzar tal intensidad que produzca un extrañamiento de la realidad y una retención del objeto por la vía de la psicosis alucinatoria del deseo"29. El acatamiento de la realidad no puede realizarse inmediatamente, se hace pieza por pieza, conlleva inversión de tiempo y de energía de investidura, el objeto continúa teniendo vida psíquica. Freud se pregunta: ¿por qué el acatamiento a la realidad resulta tan extraordinariamente doloroso? El autor hace referencia a la economía pulsional, y para ello es preciso un pasaje por el objeto pulsional.

Si bien Freud refiere estrictamente la melancolía a las neurosis narcisísticas (psicosis) y, por lo tanto a lo primario, a lo pulsional, el duelo también remite, desde este texto, a la pulsión en tanto el desasimiento de la libido del objeto de amor implica en sí un pasaje por el objeto de la pulsión, lo que lo hace un trabajo tan doloroso. La sombra del investimento libidinal del objeto cae sobre el yo —el sombreado se pierde, y el sujeto cae bajo el peso superyoico, lo que hace el duelo pesaroso— y tienta al sujeto a seguir la suerte del objeto perdido. 

27. Jorge Luis Borges, "Ausencia" (1923), en Obra poética, vol. i (Buenos Aires: Emecé, 1997), 46.

28. Adriana Bauab Dreizzen, Los tiempos del duelo (Buenos Aires: Homo Sapiens, 2001).

29. Freud, "Duelo y melancolía", 242. 

Freud no plantea el duelo como un trabajo sin ambages. La comparación con la melancolía le permite desplegar la idea de la ambivalencia de sentimientos, que es estructural de la subjetividad. Esto le da la posibilidad al duelo de desubjetivizarse y lo compele a exteriorizarse en forma de autorreproches, es decir, que el sujeto se siente culpable de la muerte del ser querido por haberla deseado (¿quién no desea, aunque fuera en sueños, la muerte de un ser querido?). Dirá que el duelo obsesivo refiere no solo a la ambivalencia, sino también a la culpa que cae sobre sí por parte del deudo.

En lo que llama duelo obsesivo Freud continúa bosquejando al superyó en referencia a la pulsión. Dice: "El conflicto de ambivalencia opera por sí solo"30. El sadismo y el odio hacia el objeto de amor perdido han vuelto sobre la propia persona, como en la melancolía, dada la fragilidad del sujeto en duelo, mientras este dure. Alicia Hartmann dirá: 

    [...] la transformación en lo contrario escribe la gramática de la pulsión y define la modalidad de las primeras relaciones del niño con sus otros significativos y consigo mismo, como forma autoerótica objetal. Esa pura gramática, escrita como vuelta contra sí mismo de la actividad pulsional, no solamente atañe a las metas de la pulsión, sino que determina una posición del sujeto, que Freud ubica en relación con el otro al cual se invoca, produciendo luego un mecanismo de vuelta hacia la propia persona.31 

Hartmann, siguiendo a Freud, ubica la conversión en lo contrario y vuelta sobre sí mismo desde la gramática pulsional. En esta línea, leemos las siguientes afirmaciones de Freud: 

    En ambas afecciones suelen lograr los enfermos, por el rodeo de la autopunición, desquitarse de los objetos originarios y martirizar a sus amores por intermedio de su condición de enfermos, tras haberse entregado a la enfermedad a fin de no tener que mostrarles su hostilidad directamente. Y por cierto, la persona que provocó la perturbación afectiva del enfermo y a la cual apunta su ponerse enfermo se hallará por lo común en su ambiente más inmediato.32 

Comenzamos a situar las pistas de lo que concebimos en este trabajo como desubjetivación en los duelos: en este caso —como vimos en la viñeta clínica— la duelante no se siente en duelo, sino enferma. Este hecho también nos aporta elementos para pensar los suicidios, en relación con la ambivalencia y la vuelta sobre sí misma de la pulsión. Allí, nos enseña que todo neurótico que registre propósitos de suicidio, vuelve sobre sí el anhelo de matar a otro. El pasaje en los duelos por la ambivalencia y la pulsión de muerte confrontan a los sujetos con la tentación al suicidio. 

30. Ibíd., 248.

31. Alicia Hartmann, En busca del niño en la estructura (Buenos Aires: Letra Viva, 2009), 26.

32. Freud, "Duelo y melancolía", 249. 

Duelo y sus bordes

En el duelo siempre se transita por las proximidades de la angustia —por los bordes de lo real—. Y por la tentación de "compartir el destino" del objeto perdido amado se bordea la tentación de morir con el ser querido muerto, lo que significa que cada duelo confrontará al deudo con la tendencia a la desubjetivación, a la objetalización y a la muerte, sea esta por enfermedad, accidente, suicidio u homicidio. Es por eso que se propone la recurrencia del Otro social —lo público, en la versión de rituales— como necesaria para propiciar la subjetivación, la significación, para nombrar y contabilizar la muerte; entonces el duelo podrá representarse, enumerarse, la libido pueda retirarse poco a poco, en cada vuelta, enmascararse tras las representaciones de palabras, los recuerdos, las formaciones del inconsciente o el reenmarcamiento del fantasma. Los duelos no son procesos instantáneos y sin restos. Por el contrario, se realizan con gran gasto de energía de carga. El sujeto en duelo habla meticulosamente de "su muerto", desmonta pieza por pieza cada recuerdo, desgaja las memorias, y poco a poco va creando las investiduras con las que cubre y enmascara la ausencia, el vacío del objeto amado. En ese minucioso recorrido se sujeta y se de-sujeta del ser querido devenido muerto. Durante ese meticuloso desmontaje el deudo contabiliza las faltas de uno y otro. Ubica también las faltas en el muerto y en la estructura, constata y soporta la inconsistencia del Otro. Sin embargo, quedará allí un agujero incontorneable.

Sostenemos que, por el anudamiento de lo público, lo privado y lo íntimo, el deudo puede recuperar su lugar. Lo público permite la escritura de un tiempo y un espacio en lo privado de las subjetividades que permitiría el "asujetamiento" y "desujetamiento" del deudo con el muerto.

Según Ariès33, dada la extrema vulnerabilidad en que queda el deudo, los rituales demarcaban en cada religión y en cada cultura de Occidente qué hacer y qué no hacer en los tiempos de duelos. Pero la anomia que se instala a partir de la Primera Guerra Mundial, sobre la que se construye el totalitarismo del capitalismo neoliberal —y cuya única ley es la del mercado— rechaza, forcluye lo que la cultura propone como ritos o costumbres para los duelos. Sin embargo, la subjetividad a veces se resiste a desalojar totalmente los ritos; quedan fragmentos de ellos o surgen otros nuevos, de tal manera que el deudo no queda solo con su dolor, rechazado él también. Un ejemplo en Latinoamérica fue el "invento" de las Madres de Plaza de Mayo. Sin cuerpos, sin tumbas, inventaron un "ritual": las rondas por la plaza, con las que se logró la reinstalación de la justicia y la perspectiva de un rumbo diferente en Argentina. 

33. Philippe Ariès, El hombre ante la muerte (Buenos Aires: Taurus, 1999). 

Consideraciones finales

Hemos hablado de los siguientes asuntos: 

  1. Exhorto de la realidad. Más allá de que Freud postule que el deudo debe acatar el mandato de la realidad (del criterio de realidad), esto solo se produce luego del encuentro con el trauma, dicho freudianamente (o el agujero en lo Real, dicho siguiendo a Lacan). El exhorto no es un pedido ni una demanda cualquiera. Precisa atravesar el encuentro inapelable con la ruptura de la cobertura simbólico-imaginaria del mundo, con la brutal inconsistencia del Otro. Lo hasta ahora familiar deviene extraño. No solo el cuerpo querido devino cadáver, sino todo lo construido del lazo con él, todo lo familiar se torna desconocido. El sujeto en duelo es atravesado primero por la angustia, luego de un trabajo, dice Freud, aparece el acatamiento a la realidad. Así la incitación de la Realidad —que no es otra cosa que uno de los Nombresdel- Padre— permite la reinstalación de la operación de la castración sobre la privación.
  2. Nombre-del-Padre-Castración-Realidad: comienza el trabajo de bordear el trauma. De allí que para Lacan el duelo sea una "solución al desorden creado por la insuficiencia de elementos significantes para hacer frente al agujero creado en la existencia"34. Por esto planteamos cuán necesaria es la intervención de lo público. Los rituales son algunos de los engranajes que el Otro Social puede echar a andar para circunscribir el agujero. 

Pasaje por el objeto de la pulsión

Si bien el objeto del duelo es solidario con el objeto de amor, el objeto de la melancolía es solidario con el autoerotismo. Freud nos enseña que los duelos son muy dolorosos por la ausencia de economía pulsional que en ellos se presenta. Dice con esto que no hay duelo sin pasaje por la pulsión, sea por la pérdida libidinal que se produce con la muerte, sea por el encuentro con el trauma. Sara Glasman dice que "el trabajo del duelo es, justamente, mantener a distancia lo real, imponer un retraso a la angustia mediante una interpretación errónea, o inventar una espera"35. Hacer un borde a la angustia y realizar una interpretación significante que no será nunca definitiva. 

34. Jacques Lacan, "Clase del 22 de marzo de 1959", en Seminario 6. El deseo y su interpretación.

35. Sara Glasman, "Hamlet: tiempo y acto", Conjetural 12 (abril, 1987): 88. 

Renuencia

Lo que postula Freud como trabajo en los duelos no es fácil. En él se produce lo que él llama la renuencia al duelo; allí ubica la enigmática psicosis alucinatoria del deseo o Amentia de Meynert: 

    El delirio alucinatorio de la amentia es una fantasía de deseo claramente reconocible, que a menudo se ordena por entero como un cabal sueño diurno. De un modo generalizante podría hablarse de una psicosis alucinatoria de deseo, atribuyéndola al sueño y a la amentia por igual. Acontecen también sueños que no constan sino de fantasías de deseo no desfiguradas, muy ricas en contenido.36 

Freud toma esta idea de la psiquiatría, donde se diferencian estos delirios de los delirios psicóticos. Dice que la psicosis alucinatoria de deseo (en relación con los sueños) consuma dos operaciones que pueden no coincidir: trae a la conciencia deseos ocultos o reprimidos y los figura, con creencia plena, como cumplidos. Freud postula esta psicosis alucinatoria del deseo en el rechazo a reconocer la muerte de alguien querido, como respuesta frecuente de la subjetividad ante lo traumático de la muerte, y, a veces, como efecto de la imposibilidad de la subjetivación de los duelos. Por eso planteamos que el inevitable pasaje por lo traumático (que Lacan llama agujero en lo real) convoca a lo imaginario que encubre tenuemente lo real, por la vulnerabilidad de lo simbólico, y aproxima en ocasiones, fenoménicamente, el duelo a una apariencia de locura. Alucinaciones, pasajes al acto, acting-out, a veces son respuestas inmediatas a las pérdidas; la desubjetivación —producida por la fragilidad del deudo— es una tentación presente. Otras respuestas, el síntoma, las formaciones del inconsciente o el acto pueden aparecer para mantener la subjetividad del deudo. Pero no es difícil que a la muerte de un ser querido le suceda el duelo pesaroso, el duelo obsesivo, o el duelo patológico (dicho freudianamente), así como también, lo que llamamos duelos impedidos.

El pasaje por lo traumático —a través del superyó— produce la ruptura y el fracaso de las formaciones del inconsciente que crean una barrera a la satisfacción pulsional: hablamos de las frecuentes desubjetivaciones en los duelos. En estos casos el sujeto no se siente en duelo. Enfermedades, accidentes, suicidios encubiertos o descubiertos o violencias son los resultantes de la imposibilidad de subjetivar los duelos. 

36. Freud, "Complemento metapsicológico a la doctrina de los sueños", 228. 

Bibliografía

Ariès, Philippe. El hombre ante la muerte. Buenos Aires: Taurus, 1999.

Bauab Dreizzen, Adriana. Los tiempos del duelo. Buenos Aires: Homo Sapiens, 2001.

 

Borges, Jorge Luis. "Ausencia" (1923). En Obra poética, vol. i. Buenos Aires: Emecé, 1997. Durkheim, Émile. El suicidio. Madrid: Akal, 2003.

Freud, Sigmund. "Complemento metapsicológico a la doctrina de los sueños" (1917 [1915]). En Obras completas, vol. xiv. Buenos Aires: Amorrortu, 1989.

Freud, Sigmund. "De guerra y muerte. Temas de actualidad" (1915). En Obras completas, vol. xiv. Buenos Aires: Amorrortu, 1989.

Freud, Sigmund. "Duelo y melancolía" (1917 [1915]). En Obras completas, vol. xiv. Buenos Aires: Amorrortu, 1989.

Freud, Sigmund. "Lo inconsciente" (1915). En Obras completas, vol. xiv. Buenos Aires: Amorrortu, 1989.

Freud, Sigmund. "Introducción al narcisismo" (1914). En Obras completas, vol. xiv. Buenos Aires: Amorrortu, 1989.

Freud, Sigmund. "Pulsiones y destinos de pulsión" (1915). En Obras completas, vol. xiv. Buenos Aires: Amorrortu, 1989.

Freud, Sigmund. "La transitoriedad" (1915 [1916]). En Obras completas, vol. xiv. Buenos Aires: Amorrortu, 1989.

Glasman, Sara. "Hamlet: tiempo y acto". Conjetural 12 (abril de 1987): 88. Hartmann, Alicia. En busca del niño en la estructura. Buenos Aires: Letra Viva, 2009.

Lacan, Jacques. Seminario 6. El deseo y su interpretación (1958-1959). Versión de la Escuela Freudiana de Buenos Aires. Inédito.

Lacan, Jacques. El seminario. Libro 8. La transferencia (1960). Buenos Aires: Paidós, 2003. lacan, Jacques. El seminario. Libro 10. La angustia (1962-1963). Buenos Aires: Paidós, 2006.

lacan, Jacques. "Subversión del sujeto y dialéctica del deseo en el inconsciente freudiano" (1960). En Escritos II . México: Siglo xxi, 1985.

Levi, Primo. Si esto es un hombre. Barcelona: Muchnik, 1998.