https://doi.org/10.15446/lthc.v16n2.47221
Reseñas
Ruedas de la Serna, Jorge. La formación de la literatura nacional
(1805-1850).
Tomo ii: Los cimientos del sistema. Presentación de Óscar Rivera Rodas. México: unam, 2013. 153 págs.
José Pascual Buxó
En la "Introducción" al tomo I de esta trascendental investigación,
declaraba el autor que no es suficiente la posición nacionalista
asumida por los miembros de una o más generaciones para que,
con solo eso, pueda quedar configurada una literatura propiamente
nacional. De hecho, asegura Ruedas de la Serna, la literatura de
una nación empieza a formarse "cuando surge el público, cuando
las obras comienzan a circular, independientemente de los temas
tratados". De suerte que, incluso cuando sus miembros imitaron directamente
los modelos de Grecia y Roma —como fue el caso de la
Arcadia mexicana—, incorporaron "la civilización clásica a la cultura
local" y, con ello, contribuyeron indudablemente "a la formación
de la literatura como institución social". Contrariamente a los postulados de carácter eminentemente
político e ideológico sostenidos por los críticos modernos que se
ocuparon precedentemente de la emancipación de la literatura mexicana
respecto de la española peninsular (Pedro Henríquez Ureña y
José Luis Martínez, particularmente), para quienes ese proceso de
nacionalización literaria solo empieza a vislumbrarse a partir del
logro de la independencia política, Ruedas de la Serna reivindica la
importante contribución hecha —desde fines del siglo XVIII— por
los árcades mexicanos; toda vez que la amplia difusión de sus actividades
literarias, a través de la prensa diaria, hizo posible la conformación
de una verdadera institución social, apartada de todo influjo
autoritario. Para el autor, es precisamente ese carácter democrático,
comunitario y, si se quiere, popular, el que propició la verdadera
emancipación de las letras patrias, aún antes de que se iniciara la
revolución de independencia. No ya la única, pero sí la mayor novedad del estudio emprendido
por Ruedas de la Serna en el campo de la historiografía y la crítica
de la literatura mexicana, es la introducción del concepto de sistema
literario que, yendo más allá de las consideraciones puramente ideológicas,
cala en la raíz del fenómeno literario, al entenderlo en toda
su complejidad artística, histórica y social. Así, de conformidad con
la noción de sistema literario planteada por el eminente crítico brasileño
Antonio Candido, Ruedas de la Serna distingue tres etapas sucesivas
de la historia literaria de nuestra nación: la primera, llamada
de las manifestaciones literarias, va del siglo XVI a la primera mitad
del XVIII; la segunda, de configuración del sistema literario, se extiende
de la mitad del siglo XVIII a la mitad del XIX, y la última, que es
la del sistema literario consolidado, se manifiesta desde la segunda
mitad del XIX y permanece hasta nuestros días. Un sistema literario, según lo concibe el profesor Candido y lo
refrenda Ruedas de la Serna, está necesariamente conformado por a)
un grupo de autores y b) un grupo de lectores identificados con los La producción literaria del periodo colonial, por el hecho de
haberse visto tenazmente sujeta a los poderes monárquicos y eclesiásticos,
no fue capaz de alcanzar, en opinión de Ruedas de la Serna,
una verdadera "comunicación colectiva entre creadores y público" o,
dicho diversamente, en los tiempos del virreinato los escritores no
tenían aún la clara conciencia de que "aquí, en su propia tierra está
el público capaz de entender el sentido inmanente de su obra". Y, en
efecto, la producción literaria de la Colonia no solo se vio estrechamente
vinculada con las modas y los modelos de la metrópoli, sino
que su público cortesano era también una cabal réplica del peninsular.
Recuérdese cómo, con su acostumbrada perspicacia, don Alfonso
Reyes pudo definir a esa pequeña sociedad de raíz hispana, agrupada
en torno de la corte, los colegios y las iglesias, como actor y público
de sí misma. Los indios, mestizos, negros y castas solo participaban
como reticente o asombrada comparsa en los frecuentísimos festejos
y rituales político-religiosos de la clase dominadora. Solo al lograrse plenamente la independencia política, asienta
Ruedas de la Serna, "pudo surgir, desembarazado de la teocracia
dominante", un nuevo sistema literario, que se convertiría en "una
institución social autónoma y libre". Pero entretanto esto sucedía,
especialmente en las postrimerías de la etapa ilustrada, los poetas
de la Arcadia mexicana pudieron sentar las primeras bases del que
llegaría a ser —en no mucho tiempo— el sistema literario propiamente
mexicano. Precisamente en el tomo II de esta obra, que ahora
comentamos, el autor rastrea y define los primeros cimientos que
subyacen en la inminente Formación de la literatura nacional. Si bien contamos, recuerda Ruedas de la Serna, con valiosas historias
literarias y documentados ensayos que se ocupan de los autores
más destacados de los diferentes periodos de nuestras letras patrias,
y a pesar de que se hallen también en curso importantes trabajos
de rescate de las obras de tales autores, para echar más luz sobre los
complejos y no siempre nítidos orígenes de la literatura nacional es
preciso atender a autores hasta hoy poco comprendidos o incluso
menospreciados. Esto debido a que en ellos pueden distinguirse con
claridad ciertos rasgos que ponen de relieve el "carácter democrático"
—esto es, propiamente cívico y comunitario— de aquellos modestos
autores que bien podrían ser considerados, según lo entiende Ruedas
de la Serna, como genuinos precursores de un sistema literario propio
de la nueva nación independiente. Para comenzar, fija su atención el autor en una miscelánea poética
publicada en 1804, a resultas de la convocatoria lanzada un año
antes por el connotado autor de la Biblioteca hispanoamericana septentrional,
el canónigo José Mariano Beristáin de Souza, a las "Musas
mexicanas" para que concurrieran a celebrar la colocación de la
estatua ecuestre de Carlos IV —obra insigne de Manuel Tolsá, hoy
nuevamente necesitada de reparación y respeto—. Piensa Ruedas de
la Serna que, si bien abundaron en aquella justa literaria los versos
mostrencos y las rendidas genuflexiones al malhadado monarca español,
hay en el intento mismo de su convocatoria un "acentuado
carácter democrático"; toda vez que el editor dio cabida a todos los
materiales enviados a concurso, como para insinuar que fuese el
publico quien juzgara en definitiva su valor o calidad. El hecho de
que el convocante no fuese una instancia oficial, sino "una persona
amante de las bellas letras y de las nobles artes", a quien Ruedas de
la Serna da el calificativo de "simple ciudadano", pone de manifiesto
que el destinatario de la obra no era —como en la etapa virreinal—
una autoridad establecida, sino todo el público mexicano, y ello es
interpretado por el autor como un claro indicio de que ya se hallaba
"en proceso el surgimiento de la literatura como institución civil, en
otras palabras, como una voz colectiva". Podrían ejemplificarse estos indicios del cambio de función social
que van adquiriendo las actividades literarias a partir de algunos
autores cuyas composiciones fueron incorporadas al volumen
mencionado. Uno de ellos es el teólogo Manuel Gómez Marín, cuya
inscripción latina mereció el primer lugar en esa sección del certamen,
pero cuya condición sacerdotal no impidió que circulara
entonces con su nombre una notable composición satírica intitulada
"El currutaco por alambique", pieza dirigida a censurar con acritud
y regocijada agudeza a una ridícula figura que había hecho entonces
su aparición en las sociedades española y novohispana: los jóvenes
que imitaban las modas francesas en su comportamiento impúdico y
extravagante indumentaria. A propósito de esta pieza burlesca, anota
Ruedas de la Serna que se trata de una "obvia caricaturización de
los franceses, entonces muy mal quistos por la invasión napoleónica
de la Península", y cuyo propósito no era otro que el de "contribuir al
exterminio de una moda, que, sobre ridícula, es escandalosa, ofensiva
de la modestia e indigna de la humanidad", según lo resumía un
lector contemporáneo. Quizá es aún mayor novedad respecto de la libre circulación en
la Nueva España al finalizar el siglo XVIII de tales sarcasmos críticos
(que muy pronto serían retomados por el Pensador Mexicano), el
hecho de que en el certamen de las Musas mexicanas hayan tomado
parte varias poetisas que, en el contexto de la exaltación del monarca
español, defendieron su dignidad femenina y exhibieron sus capacidades
intelectuales frente al menosprecio de que solían ser objeto por
parte de los varones. Ese fue el caso, entre otros, de María Dolores
López que —quizá haciéndose eco de las famosas redondillas de Sor
Juana Inés de la Cruz contra los "hombres necios"— se preguntaba:
"Si la benigna influencia / de las Hermanas nueve / Favorece a los
hombres / ¿por qué no a las mujeres? / Y si hay en almas sexos, / a sus
influjos tengo más derecho". El hecho es, señala Ruedas de la Serna,
que "ya en ese momento existe un grupo de productores […] locales,
y consecuentemente de receptores/receptoras también locales" por
más que "el motivo de estas poesías sea celebrar al monarca español". El detenido y perspicaz análisis de estos y otros muchos testimonios
de poesía escrita por mujeres permite al autor concluir que ya
a fines del siglo XVIII y principios del XIX va surgiendo en la Nueva
España "una literatura originada en la sociedad civil, y ese fue, podría
decirse, el primer vagido de la poesía nacional, con todas las
virtudes, carencias, grandeza y todos los menoscabos que la han
caracterizado. Se puede decir también que está en proceso el surgimiento
de la literatura como institución civil, en otras palabras,
como una voz colectiva". Aún más clara y evidente se muestra la vocación socializante de los
literatos novohispanos a raíz de la aparición, en octubre de 1805, del
Diario de México, toda vez que sus editores —Jacobo de Villaurrutia y
Carlos María de Bustamante— lo ponían al servicio de los "numerosos
hombres de talento de la Nueva España", a quienes se invitaba abiertamente
a colaborar en sus páginas. Esta "feliz apertura —comenta
Ruedas de la Serna— ofreció una oportunidad inédita a los hombres
de letras que se habían formado bajo la nueva perspectiva arcádica,
convocándolos a agremiarse para fundar una literatura propia, con
destinatarios e interlocutores en su propia tierra". Y son justamente los
numerosos escritos de los árcades mexicanos —"sepultados durante
dos siglos en las páginas del Diario"— los que han reclamado insistentemente
una lectura atenta y desprejuiciada por parte de Ruedas de la
Serna. De ahí que el último capítulo de este libro haya sido dedicado al
"mayoral" de los árcades mexicanos, Manuel Martínez de Navarrete,
y a José Manuel Sartorio, a cuya obra poética —generalmente incomprendida—
concede el autor la mayor significación en "el proceso
formativo de nuestra literatura" nacional, no tanto por su bucolismo
ingenuo y sentimental, sino por el hecho de "crear un lenguaje propio
dentro de los cánones estéticos de la época, [así] como un modo de
reivindicar literaria y humanamente su propia tierra". Todos los interesados en el estudio de las letras patrias debemos
saludar con gratitud las significativas y novedosas aportaciones hechas
por Jorge Ruedas de la Serna a la mejor y más atinada comprensión
de nuestra heredad cultural. 1 Cf. Jorge Ruedas de la Serna, Arcadia. Tradición y mudanza (México: UNAM, 2006).
Universidad Nacional Autónoma de México – México, D. F.
autores por medio de una lengua común; esta última —cabe señalar—
se manifiesta a través de conjuntos sucesivos de obras literarias
que transmiten ciertas convenciones ideológicas y valores simbólicos,
susceptibles de representar los deseos y aspiraciones de una sociedad
o, al menos, de una parte significativa de ella. A partir de tales
premisas, Ruedas de la Serna observa que en la Nueva España de la
edad barroca se constituyó un sistema literario que bien podemos
llamar virreinal, caracterizado por su irrecusable dependencia de la
autoridad colonial y sujeto a los modelos de la literatura española
peninsular; de hecho, no hubo entonces ningún tipo de asociaciones
literarias "creadas por iniciativa de la sociedad civil", por cuanto que
la primera de ellas —la Arcadia mexicana— surgió ya al finalizar el
siglo XVIII; a ella le ha dedicado el autor otros reveladores estudios.1