Procesos de arruinamiento: hacia una arqueoetnografía del Instituto Lingüístico de Verano en Puerto Lleras, Meta
Processes of Ruination: Toward an Archeoethnography of the Summer Institute of Linguistics in Puerto Lleras, Meta
Processos de ruína: rumo a uma arqueoetnografia do instituto de linguística de verão de puerto lleras, Meta (Colombia)
DOI:
https://doi.org/10.15446/mag.v37n2.110651Palabras clave:
etnografía arqueológica, Hacienda Lomalinda, Instituto Lingüístico de Verano, pasado reciente, procesos de arruinamiento, ruinas. (es)Archaeological ethnography, Hacienda Lomalinda, Summer Institute of Linguistics, recent past, processes of ruination, ruins. (en)
etnografia arqueológica, Hacienda Lomalinda, Instituto Linguístico de Verano, passado recente, processos de ruína, ruínas. (pt)
En este artículo enmarco el proceso protagonizado en Puerto Lleras (Meta) por el Instituto Lingüístico de Verano (ilv) como proyecto moderno/colonial que generó un cambio cultural en las comunidades indígenas que participaron en él. Mi objetivo es describir, desde las ruinas presentes en la Hacienda Lomalinda, principal base de actuación del ilv, el proceso de arruinamiento cultural asociado a un proyecto evangelizador que buscaba la traducción del Nuevo Testamento a lenguas indígenas durante la segunda mitad del siglo xx. Realizo esta descripción desde una etnografía arqueológica con énfasis en las ruinas del pasado reciente en el marco de una arqueología del pasado contemporáneo. Así, la reflexión y la descripción parten desde las ruinas para encontrar los procesos en que estas se inscribieron y los sentidos que generan en el presente.
In this article, I approach the processes led by the Summer Institute of Linguistics (SIL) in Puerto Lleras (Meta) as a modern/colonial project that that brought about cultural change in the indigenous communities it was involved in. My objective is to describe the cultural ruination process associated with a SIL evangelizing project that aimed to translate the New Testament into indigenous languages during the second half of the 20th century, through examining the ruins found at Hacienda Lomalinda, SIL’s main operational base. I approach these descriptions from the archaeological ethnography framework, scrutinizing the ruins of the recent past from the context of contemporary archaeology. Thus, my reflections and descriptions stemming from the ruins uncover the processes in which they were embedded and the meanings they evoke in the present.
Neste artigo se delimita o processo realizado em Puerto Lleras (MetaColombia) pelo Instituto Lingüístico de Verano (ilv) como um projeto moderno/colonial que gerou uma mudança cultural nas comunidades indígenas que dele participaram. O objetivo é descrever, a partir das ruínas presentes na Hacienda Lomalinda, principal base de atuação da ilv, o processo de ruína cultural associado a um projeto evangelizador que buscava a tradução do Novo Testamento para as línguas indígenas durante a segunda metade do século xx. Esta descrição se realiza a partir de uma etnografia arqueológica com ênfase nas ruínas do passado recente no quadro de uma arqueologia do passado contemporâneo. Assim, a reflexão e a descrição se originam das ruínas para encontrar os processos em que foram inscritas e os significados que geram no presente.
Recibido: 2 de octubre de 2022; Aceptado: 19 de mayo de 2023
RESUMEN
En este artículo enmarco el proceso protagonizado en Puerto Lleras (Meta) por el Instituto Lingüístico de Verano (ILV) como proyecto moderno/colonial que generó un cambio cultural en las comunidades indígenas que participaron en él. Mi objetivo es describir, desde las ruinas presentes en la Hacienda Lomalinda, principal base de actuación del ILV, el proceso de arruinamiento cultural asociado a un proyecto evangelizador que buscaba la traducción del Nuevo Testamento a lenguas indígenas durante la segunda mitad del siglo XX. Realizo esta descripción desde una etnografía arqueológica con énfasis en las ruinas del pasado reciente en el marco de una arqueología del pasado contemporáneo. Así, la reflexión y la descripción parten desde las ruinas para encontrar los procesos en que estas se inscribieron y los sentidos que generan en el presente.
Palabras clave:
etnografía arqueológica, Hacienda Lomalinda, Instituto Lingüístico de Verano, pasado reciente, procesos de arruinamiento, ruinas.ABSTRACT
In this article, I approach the processes led by the Summer Institute of Linguistics (SIL) in Puerto Lleras (Meta) as a modern/colonial project that that brought about cultural change in the indigenous communities it was involved in. My objective is to describe the cultural ruination process associated with a SIL evangelizing project that aimed to translate the New Testament into indigenous languages during the second half of the 20th century, through examining the ruins found at Hacienda Lomalinda, SIL’s main operational base. I approach these descriptions from the archaeological ethnography framework, scrutinizing the ruins of the recent past from the context of contemporary archaeology. Thus, my reflections and descriptions stemming from the ruins uncover the processes in which they were embedded and the meanings they evoke in the present.
Keywords:
Archaeological ethnography, Hacienda Lomalinda, Summer Institute of Linguistics, recent past, processes of ruination, ruins.RESUMO
Neste artigo se delimita o processo realizado em Puerto Lleras (Meta, Colombia) pelo Instituto Lingüístico de Verano (ILV) como um projeto moderno/colonial que gerou uma mudança cultural nas comunidades indígenas que dele participaram. O objetivo é descrever, a partir das ruínas presentes na Hacienda Lomalinda, principal base de atuação da ILV, o processo de ruína cultural associado a um projeto evangelizador que buscava a tradução do Novo Testamento para as línguas indígenas durante a segunda metade do século XX. Esta descrição se realiza a partir de uma etnografia arqueológica com ênfase nas ruínas do passado recente no quadro de uma arqueologia do passado contemporâneo. Assim, a reflexão e a descrição se originam das ruínas para encontrar os processos em que foram inscritas e os significados que geram no presente.
Palavras-chave:
etnografia arqueológica, Hacienda Lomalinda, Instituto Linguístico de Verano, passado recente, processos de ruína, ruínas.INTRODUCCIÓN1
En el municipio de Puerto Lleras (Meta) está ubicada la Hacienda Lomalinda. Este lugar fue la base de operaciones del Instituto Lingüístico de Verano (ILV) en Colombia desde su instalación en el país en 1962 hasta su salida en 1996. El ILV era una institución misionera protestante que se presentaba al público como una institución de estudios lingüísticos (Stoll 1985). En este contexto, el entonces Ministerio de Gobierno le entregó al ILV un terreno de 100 hectáreas en el municipio de Puerto Lleras, en donde levantaron estructuras de vivienda para los lingüistas/misioneros del Instituto; además, acondicionaron caminos, construyeron una pista de aterrizaje e infraestructura para labores administrativas y labores misionales, como una iglesia y un centro de estudios. Todas estas construcciones, adecuaciones y transformaciones del paisaje fueron conformando un pequeño poblado en el cual se llevaba a cabo uno de los procesos más grandes de cambio cultural del siglo XX, relacionado con procesos de evangelización de las comunidades indígenas del país.
En la actualidad, más de dos décadas después de su salida de Colombia, algunas de esas construcciones siguen en pie y están habitadas por pobladores locales. Otras tantas, al parecer la mayoría, se encuentran en ruinas. Estas ruinas denotan el paso del tiempo y su articulación con procesos de deterioro físico, social y cultural. De ahí que, en términos arqueológicos, en estas ruinas resalte, como señaló Gnecco (2019) “su liminaridad [en tanto] son de una materialidad indudable pero su valor está en otra parte, en lo que evocan, en lo que dicen haber sido” (21). Tanto las estructuras arruinadas como las que siguen en pie, que funcionan como viviendas, evocan la presencia de un proyecto moderno/colonial. Estos proyectos, que han operado como bisagras del proceso civilizatorio con las comunidades indígenas en relación con las distintas formas de colonialidad (Mignolo 2002), son agentes de procesos de cambio cultural, en tanto están orientados a la transformación de los horizontes sociales, políticos, económicos y simbólicos de aquel o aquellos espacios, pueblos o comunidades sobre los cuales se despliega. Todo ello genera lo que la antropóloga Ann Stoller (2008) denominó procesos de arruinamiento.
Los procesos de arruinamiento no son estrictamente materiales a la manera de una ciudad que se convierte en ruinas con el paso del tiempo, como ha señalado Stoller (2008), sino que son también procesos culturales que engloban múltiples transformaciones en el espacio social donde se desarrollan; por lo general, como sostiene la autora, estos procesos están insertos en proyectos imperiales o coloniales, y son, a su vez, “un proyecto político que devasta a ciertos pueblos y lugares, las relaciones, y las cosas” (196). No obstante, ella advierte que su labor es tan constructiva como destructiva, dado que rehacen los horizontes socioculturales en los que actúan. De ahí que sea posible enmarcar el proyecto del ILV como moderno/colonial en todo su sentido de transformación y de imposición, y así se localiza tanto ese proceso como el de arruinamiento vinculado a él, dentro de la historia moderno/colonial (Mignolo 2002).
Los procesos moderno/coloniales tienen ineludiblemente una huella material. Siempre encontraremos una. “Nada desaparece de la historia sin dejar huella”, señalaba el filósofo italiano Roberto Esposito (2019, 9). La huella nos constituye, como señalaba Haber (2011). La arqueología va tras las huellas de lo que sucedió en un tiempo/espacio específico. En mi caso de interés, esas huellas materiales son aquellas estructuras arruinadas, que aún siguen en pie, y las transformaciones del paisaje acaecidas durante la segunda mitad del siglo XX en el espacio de la Hacienda Lomalinda.
Considerar que ruinas y paisaje son objetos de investigación tanto de la antropología como de la arqueología contemporánea (Gnecco 2019; Gordillo 2014; González-Ruibal 2019; Stoller 2008) me permite prever que brindará una mejor comprensión del proceso de transformación sociocultural del espacio en el tiempo y de los sentidos de lugar emergentes. Esto quiere decir que el diálogo entre la antropología y la arqueología alrededor de las ruinas y el paisaje puede iluminar aspectos del pasado reciente, vinculados con el impacto de proyectos evangelizadores en el devenir de los pueblos indígenas en Colombia.
Así, he abordado esta investigación desde una perspectiva antropológica y arqueológica -en la línea de la arqueología del pasado reciente (Buchli y Lucas 2001)-, que se enfoca en el proceso social, cultural y material de la Hacienda Lomalinda durante la segunda mitad del siglo XX, haciendo énfasis en la relación entre cosas, las relaciones sociales en que se producen y sus niveles de significación. Esto último lo enmarco en el concepto de materialidades, ya que este implica “las amplias connotaciones interpretativas alrededor y más allá del objeto, sobre el inestable terreno de las interrelaciones entre socialidad, temporalidad, espacialidad y materialidad” (Meskell 2005, 2). La cultura material y de las materialidades han sido temas con una larga trayectoria en la antropología y la arqueología (Miller 2005; Tilley 1991; 1992; Woodward 2007). Los aspectos materiales de la cultura han sido abordados desde distintas perspectivas teóricas; algunas veces, han sido problemas en sí (los objetos como centro de atención), y otras, en relación con grupos socioculturales específicos (interrelación entre objetos y personas).
En este texto, presento una parte de esta investigación. Para ello he organizado el artículo en cuatro secciones: una sección metodológica, con los presupuestos generales que guían este trabajo de investigación; después, una reconstrucción histórica general del ILV y las implicaciones de su proyecto en su relacionamiento con las comunidades indígenas y algunos pormenores en el marco de su contexto social; a continuación, presento algunas consideraciones sobre una arqueoetnografía en Lomalinda, con base en las evidencias materiales que dan pie a la reflexión sobre los problemas del pasado reciente y la posibilidad de abordarlos desde las ruinas y el paisaje como objetos arqueológicos y antropológicos; finalizo con unas conclusiones que dejan abierto el interés por continuar indagando en los procesos de cambio social y cultural en medio de proyectos moderno/coloniales como lo han sido aquellos de evangelización.
METODOLOGÍA
Para llevar a cabo esta incursión en la materialidad y temporalidad de la Hacienda Lomalinda, he integrado una mirada arqueológica y etnográfica. Esta integración -que podría llamarse, de acuerdo con Hamilakis y Anagnostopoulos (2009), una etnografía arqueológica- se instala en el contexto arqueológico como un “espacio para múltiples conversaciones, compromisos, intervenciones y críticas, centradas en la materialidad y temporalidad” (Hamilakis y Anagnostopoulos 2009, 67), que minimiza la dicotomía pasado/presente. La etnografía arqueológica precisa de prácticas multisituadas (Marcus 2011) en cuanto a la búsqueda y recolección de información, observación participante y entrevistas formales y no formales (Hamilakis y Anagnostopoulos 2009).
En este sentido, para este trabajo he recogido información a partir de, al menos, diez visitas al municipio de Puerto Lleras y a la Hacienda Lomalinda, durante los tres últimos años. A lo largo de estas visitas, he hecho un trabajo etnográfico que ha incluido conversaciones con los habitantes de Lomalinda, tanto antiguos trabajadores del ILV que al día de hoy viven allí, como con otras personas que habitan el lugar. En especial, quiero mencionar los diálogos con Faber de los Ríos, quien es no solo un antiguo trabajador del ILV en el departamento de aviación, sino también un historiador local que tiene como proyecto conservar, además de la memoria del paso de los misioneros por Lomalinda, la diversidad ambiental de ese territorio. Muchas de las reflexiones en el marco de este proyecto se las debo a los espacios de diálogo con Faber, y a las caminatas que hemos hecho por Lomalinda. Asimismo, he conversado con otras personas en el municipio de Granada, el casco urbano de Puerto Lleras y la ciudad de Villavicencio (departamento del Meta). Algunas de estas conversaciones fueron grabadas y en otras el registro estuvo limitado a notas escritas (Diario de campo 1). Con ellas logré construir versiones de la memoria oral acerca de momentos específicos de la ocupación del ILV en el lugar, las cuales alimentan este texto.
Sumado a esto, hice varios recorridos de reconocimiento por el territorio en los que realicé un registro fotográfico de las estructuras en ruinas y de las casas que aún están en pie. Con esto generé los insumos para levantar una cartografía del lugar (mapas georreferenciados, registro de memoria oral e indagación historiográfica sobre la ubicación de las estructuras) y una clasificación tipológica de las estructuras. También consulté documentos académicos (artículos en revistas académicas) e institucionales (producidos por el ILV y el Ministerio de Gobierno).
En este punto, mi estrategia ha sido la de investigar los restos de aquello que ha cambiado y lo que todavía subsiste (Olivier 2008) como constitutivo del presente histórico. De acuerdo con lo anterior, en esta investigación distingo dos focos complementarios de trabajo comprendidos en las estrategias investigativas de la arqueología del pasado reciente o contemporáneo (Buchli y Lucas 2001; González-Ruibal 2008; Harrison 2011): uno, orientado hacia la comunidad y vinculado con la investigación etnográfica e histórica; otro, vinculado al proceso de consolidación y transformación material y espacial de la Hacienda Lomalinda durante el periodo estudiado.
EL INSTITUTO LINGÜÍSTICO DE VERANO Y LA HACIENDA LOMALINDA
David Stoll (1985) narra que los primeros vínculos entre Colombia y el ILV se empezaron a gestar en 1951, cuando William Camerom Tonwnsed, fundador y director del ILV/WBT (Wicliffe Bible Traslators, “Traductores Wicliff de la Biblia”), conoció en Chicago al expresidente colombiano Alberto Lleras Camargo, por entonces secretario general de la Organización de Estados Americanos. En 1959, en la segunda presidencia de Alberto Lleras Camargo, Tonwsend entró en contacto con el antropólogo Gregorio Hernández de Alba, quien desde 1958 era el encargado de la división de Asuntos Indígenas adscrita al Ministerio de Gobierno. El contexto social y político reinante en Colombia durante los años previos al encuentro entre el Gobierno de Lleras Camargo, Townsend y Hernández de Alba no favoreció los intereses del ILV en cabeza de Townsend de ingresar al país tal y como ya lo había hecho en otros países: a Perú, en 1945; a Ecuador y Guatemala, en 1952; y a México, en 1956. El escenario de gobiernos conservadores en los que la Iglesia detentaba un poder superlativo y la intensificación de la violencia bipartidista sirvieron como una especie de barrera que retardó el ingreso del ILV al país.
No obstante, y a pesar de las condiciones sociales y políticas del país, a partir de la década de 1930 estaba iniciando un movimiento que sería clave para el ingreso del ILV a Colombia a finales de 1950: el movimiento indigenista. Drumond (2004) ha señalado que la institucionalización del movimiento indigenista en América Latina durante las décadas de 1930-1950 fue un factor favorecedor de la entrada del Instituto al continente. Esto se debió a que hubo una confluencia entre los intereses del movimiento indigenista y el ILV en cuanto al mejoramiento social de las comunidades indígenas y de su incorporación a la vida nacional (“civilizada”). Este interés involucraba el despliegue de diversas acciones desde diferentes campos de conocimiento para intervenir la realidad de las comunidades indígenas, a manera de estrategias de investigación. Por su parte, el Gobierno liberal de Alberto Lleras Camargo había iniciado en 1958 una serie de reformas progresistas que incluyeron los planteamientos liberales sobre el “problema indígena” y la necesidad de convertir a los indígenas en ciudadanos no solo haciendo de ellos sujetos desterritorializados, sino también con su incorporación a las relaciones de la economía de mercado. Para esto era necesario, al menos en los territorios de misiones, mermar el poder que la Iglesia tenía sobre las comunidades y dar paso a procesos e instituciones modernizadoras.
En este contexto, los acercamientos del ILV fueron tomando forma sobre la base de que el Instituto era una institución científica que prestaría un servicio que en ese momento las instituciones nacionales no estaban en capacidad de brindar. Por lo tanto, el Gobierno aceptó la labor del ILV, tanto por el trabajo lingüístico que desempeñaría con las comunidades indígenas como por el soporte al desarrollo de algunos sectores de la antropología del país. En este marco social y político, el ILV y el Estado colombiano firmaron un convenio el 5 de mayo de 1962, que facultaba al ILV a desarrollar programas de investigación lingüística con grupos indígenas del territorio colombiano.
La intención científica consignada en el convenio ocultaba la “identidad dual” del ILV (Stoll 1985), que consistía en presentarse como institución científica y esconder su labor misionera y pretensión de convertir a los indígenas al cristianismo. En el Instituto, esa identidad dual estaba sustentada sobre una división del trabajo: el ILV se presentaba como una institución instructora y operativa ante gobiernos del tercer mundo, y la TWB ejercía como sostén ideológico y se encargaba de gestionar recursos en los Estados Unidos. Antes de fundar el ILV, William Cameron Townsend fue vendedor de biblias y en su trasegar por Guatemala, se encontró con la limitación de llevar la palabra del Nuevo Testamento a las comunidades indígenas de ese país. Stoll (1985) señala que Townsend se vio abrumado por cientos de tribus sin Biblia. Ante esto, organizó un campamento de verano en 1934 para capacitar a los misioneros en lingüística descriptiva y así poder traducir el Nuevo Testamento a las lenguas indígenas. Este campamento se llamó Wycliffe en honor a John Wycliffe, primer traductor de la biblia al inglés. Como fruto de este campamento de verano, en 1936 Townsend y otros misioneros fundaron el ILV. Ante el desconcierto de muchos fieles norteamericanos sobre la institución creada y una posible desviación de sus objetivos evangélicos, Townsend fundó en 1942 los Traductores Wycliffe de la Biblia (Stoll 1985).
Así, para el ILV la mejor manera de presentarse ante los gobiernos era bajo la imagen de académicos/lingüistas, expertos que podrían aportar al conocimiento de las lenguas indígenas y contribuir al desarrollo de los estudios lingüísticos en cada uno de los países donde hacían presencia. Así, la instalación del ILV en el país fue posible gracias a un conjunto de acciones que involucraron tanto a las instituciones del Estado colombiano como de la academia nacional, particularmente de la antropología y del sector liberal del movimiento indigenista.
A pesar de la trascendencia de este proceso, tanto para la disciplina antropológica como para las comunidades indígenas del país, la historia del ILV en Colombia y los aspectos vinculados con su asentamiento material han recibido poca atención. Más allá de los debates suscitados durante la década de 1970, cuando los ojos de la opinión pública, sectores de la academia colombiana y de las recientes organizaciones indígenas se enfocaron en la situación del ILV en el país (Carrasco et ál. 1976; Hart 1976; Matallana 1976; Santos 1976), no se ha generado una lectura que permita comprender tanto las complejidades como las consecuencias sociales, económicas, culturales y políticas de la presencia de este Instituto a nivel nacional, y menos a nivel local-regional.
La Hacienda Lomalinda fue la principal base en Colombia del ILV. Su establecimiento en este sitio tuvo lugar entre 1962 e inicios de 1996. El ILV y el Estado colombiano firmaron el 5 de mayo de 1962 el convenio que facultó a los primeros a desarrollar trabajos con grupos indígenas del territorio colombiano con los siguientes objetivos:
a) El estudio profundo de cada lengua, con el análisis adecuado de su sistema fonético y morfológico, y una recopilación comprensiva y útil de su vocabulario; b) un estudio comparativo de las lenguas aborígenes entre sí y la relación con los demás idiomas, del mundo para su correspondiente catalogación; c) La grabación de cintas en cada idioma o dialecto, de las cuales se facilitará copia a la División de Asuntos Indígenas; d) La recopilación de toda clase de datos antropológicos culturales y la confección de documentos fotográficos sobre aspectos raciales, vestido y vivienda, enseres, mobiliario, instrumentos, industrias y diversos aspectos de la vida indígena, cuyas finalidades sean fundamentalmente de orden práctico para la mejor comprensión de cada cultural, y la deducción de las campañas necesarias para el mejoramiento global y la incorporación de cada grupo estudiado, a más altos y útiles niveles de vida. (Ministerio de Gobierno 1962, 1-2)
Además de estos objetivos, el convenio contenía compromisos entre el Estado colombiano y el ILV. Para del ILV, destacan los siguientes: servicio de intérpretes; organización de cursos de capacitación lingüística; elaboración de cartillas bilingües; traducción de textos a lenguas indígenas necesarios para el ILV y la Dirección de Asuntos Indígenas (DAI) y, en especial, el “Fomento del mejoramiento social, económico, cívico, moral y sanitario de los indígenas” (Ministerio de Gobierno 1962, 2). Asimismo, el convenio estableció la colaboración del ILV con la DAI y el IIC para la presentación de exposiciones de objetos y conferencias de filología.
De acuerdo con lo consignado en el convenio (Ministerio de Gobierno 1962), para llevar a cabo sus labores, el ILV podía operar “aviones en las regiones de difícil acceso [y] radios transmisores y receptores para mantener contacto con sus lingüistas en el campo, con sus aviones y con su oficina en Bogotá” (Ministerio de Gobierno 1962, 2-3). Tales acciones o servicios estarían disponibles para el Gobierno nacional y, en algunos casos, para las comunidades. Igualmente, el convenio señala que ILV respetaría las prerrogativas de la Iglesia Católica de acuerdo con los términos del Convenio de Misiones vigente para esa época. Por su parte, el Estado colombiano asumió compromisos como adecuar para el Instituto una oficina en Bogotá; realizar las gestiones para la migración de sus miembros; dotar al ILV con los terrenos necesarios para sus labores en los lugares acordados; gestionar permisos para adquirir o importar radioemisores, radiorreceptores, aviones y demás transportes para sus investigadores; permitir el uso de aeródromos sin costo alguno, y mediar con las Misiones Católicas para que el ILV pudiera adelantar sus investigaciones.
Una vez asentado en Lomalinda, el Instituto inició el despliegue y movilización de recursos para la construcción de la infraestructura y de la tecnología con que complementarían las labores lingüísticas/evangelizadoras. Lomalinda fue la base de operaciones y residencia para los misioneros del ILV; hay registros de al menos 162 estructuras levantadas en el lugar. Además, este espacio servía como centro de estudio/adoctrinamiento religioso para indígenas de diferentes grupos étnicos que eran trasladados para adelantar la traducción del Nuevo Testamento a las lenguas nativas.
Durante los periodos de “estudio” de las lenguas, a las residencias llegaban entre 60 y 80 indígenas (Faber de los Ríos, comunicación personal, 6 de abril de 2022). A su vez, durante ese periodo, ellos eran incorporados a una nueva gramática cultural que implicaba no solo el conocimiento y estudio del Nuevo Testamento, sino también una nueva disciplina corporal que incluía tanto horarios para despertar, dormir, comer, asistir al trabajo lingüístico o jugar, como la adquisición de nuevos hábitos como el uso de vestimenta, zapatos y formas de interacción interpersonal. Estos aspectos se pueden enmarcar dentro del descubrimiento del cuerpo como objeto y blanco de poder, como superficie moldeable, como cuerpo dócil y manipulable (Foucault 2003, 140-142). Al respecto, Foucault (2003) señaló que “a estos métodos que permiten el control minucioso de las operaciones del cuerpo, que garantizan la sujeción constante de sus fuerzas y les imponen una relación de docilidad-utilidad, es a lo que se puede llamar las ‘disciplinas’” (142). En un sentido similar, estas prácticas se relacionan con aquellas técnicas del cuerpo que Marcel Mauss (1967) señaló como claves en su Manual de etnografía: “El conjunto de los hábitos del cuerpo constituye también una técnica que se enseña y cuya evolución no termina” (45). Estos son, por lo tanto, hábitos del cuerpo que se producen a partir de la propia cultura y su interrelación con su entorno como en el proceso de una interacción desigual entre dos culturas diferentes.
Estas acciones tuvieron lugar en un contexto histórico en el cual los procesos de evangelización se compaginaban con los procesos de normalización y modernización de las comunidades indígenas en el país. Así, la Hacienda Lomalinda ha sido un lugar con múltiples historias que se revelan en la materialidad que ha configurado un lugar en donde se condensan las expresiones de los procesos de arruinamiento en los territorios colombianos, así como la generación de “sentidos alternativos de la historia” (Stoller 2008).
El lugar había sido un baldío hasta 1957 cuando el Ministerio de Agricultura lo adjudicó al general del ejército Armando Urrego Bernal. Fue él quien donó los terrenos de Lomalinda al Ministerio de Gobierno, mediante la escritura pública 731 del 11 de marzo de 1965. En este proceso, el Ministerio de Gobierno entregó el lugar bajo la figura de comodato, y el ILV se instaló ahí desde 1962 hasta 1996.
Con la entrega del lugar y la salida del ILV de la región, inició el proceso de arruinamiento físico de muchas de las edificaciones. Ese proceso comenzó con el desmantelamiento sistemático de los edificios relacionados con la administración y la misión del ILV, como la escuela, los departamentos de aviación y automotores, y la imprenta; además, los materiales extraídos sirvieron de insumos a edificaciones que se levantaron en el casco urbano del municipio de Puerto Lleras. La presencia de personas que lograron instalarse en algunas de las casas existentes interrumpió el proceso de arruinamiento físico de diversas estructuras; su presencia logró detener la destrucción y hacer de esas edificaciones el espacio vital para su futuro.
De acuerdo con la memoria oral de los habitantes de Lomalinda y del casco urbano de Puerto Lleras, durante los años posteriores a 1996 la región vivió una intensificación del conflicto armado entre la guerrilla de las FARC, grupos paramilitares y el ejército colombiano, así como constantes enfrentamientos de estos actores armados con la población civil en el medio (véase las diferentes publicaciones de la prensa colombiana sobre las tomas guerrilleras al municipio de Puerto Lleras en los años de 1998 y 1999, y la mención a los diversos enfrentamientos entre la guerrilla de las FARC y grupos paramilitares entre el 2000 y 2002). Cada uno de estos actores armados tuvo asentamientos esporádicos en el territorio de Lomalinda que configuraron y condicionaron tanto las rutinas cotidianas de las personas, con restricción de movilidad en horarios específicos y amenazas de desplazamiento, como la propia relación con el lugar al determinar las edificaciones a las que la gente podía acceder. Esta fue una reconfiguración del proceso disciplinario (Foucault 2003) empezado desde la época del ILV, ahora con el papel protagónico de otros actores.
En este texto planteo que la Hacienda Lomalinda ha sido un espacio en el que se han desplegado varios procedimientos de disciplinamiento, no solo entendidos como procesos orientados al control corporal de las personas que han residido o han pasado por ese espacio, sino también a su docilidad. Estos procesos han sido consumados por el ILV, los grupos armados legales e ilegales, las instituciones estatales y, ahora, también por las prácticas de los agentes ambientalistas que han empezado a actuar en la zona. Esta situación nos muestra este espacio en constante conflicto y como un lugar, siguiendo a Gordillo (2015, 27-28), en donde las ruinas “no son objetos reificados unívocamente sino procesos socioespaciales dinámicos que pueden convertirse en sitios de impugnación del significado del pasado y sobre los cuales los actores sociales proyectan variados y a menudo contradictorios imaginarios y memorias” (27-28).
Como parte de este proceso, y con una intensificación de su arruinamiento físico, en el 2004 el lugar pasó a ser posesión del municipio de Puerto Lleras. Esta situación no resolvió las disputas sobre el lugar, en tanto que, dentro de sus pretensiones, el municipio intentaría recuperarlo desalojando a las personas que lo habían “invadido” pocos años atrás. En el marco de este proceso, en 2012 la Corte Suprema de Justicia falló una tutela a favor de las personas asentadas en Lomalinda, reconociendo su derecho a permanecer en sus lugares de vivienda, dados su calidad de víctimas del conflicto y el tiempo de ocupación.
De acuerdo con la sucesión de hechos mencionados, quienes ocuparon Lomalinda configuraron el espacio de diversas maneras durante cortos o largos periodos. Tal configuración comenzó con la llegada de los misioneros y, desde lo que podría llamarse una adecuación al modo de vida -una suerte de traslado de las condiciones del hogar para no sentir el cambio y desarraigo del lugar de origen-, continuó como un lugar inequívoco de cambio cultural (permeado por una violencia epistémica y simbólica) para los indígenas que allí fueron reunidos. Para los grupos guerrilleros que actuaban en la región, Lomalinda representaba un bastión de y para los paramilitares, un espacio de resguardo. Luego, personas desplazadas lo configuraron como un espacio de albergue y presunto alivio; ahora, finalmente se entiende como un espacio revitalizado en la lógica del ambientalismo y del turismo.
HACIA UNA ARQUEOETNOGRAFÍA: LAS RUINAS DEL ILV
En la actualidad, Lomalinda es conocido como un destino ecoturístico en el municipio de Puerto Lleras. Su famoso lago, al cual se le atribuye una forma similar al mapa del territorio de Colombia, es su atractivo más importante y visible. Lomalinda fue declarado Parque Natural Regional en el 2011 por la Corporación para el Desarrollo Sostenible del Área Especial La Macarena (Cormacarena), gracias a su sistema de humedales, su gran valor paisajístico y su diversidad de flora y fauna, así como por su valor histórico y cultural (Cormacarena 2016). La proyección ecoturística de Lomalinda ha hecho que se adelanten diferentes campañas para atraer visitantes a los predios del parque. En el marco de una de esas actividades, tuve la oportunidad de visitar Lomalinda por primera vez. En la vía que de Villavicencio conduce hacia San José del Guaviare, hay un desvío a 3 km del casco urbano del municipio de Puerto Lleras que conduce hacia el parque. La vía es una carretera destapada fácilmente transitable en épocas de verano. Desde el desvío en la Ruta Nacional hasta el sector del lago hay aproximadamente 4 km. La vía se bifurca en diversos puntos que conforman diversos ramales, algunos de los cuales se vuelven a conectar con el camino al lago, mientras que otros conducen a otras veredas de Puerto Lleras. A lado y lado del camino hay casas y casas-fincas de habitantes del sector. A medio camino aparecen las primeras estructuras derruidas. Cuando hice por primera vez este recorrido en el 2019, un amigo que me acompañaba y que ya conocía el lugar me señaló esas estructuras derruidas, muros de ladrillos que aún se mantenía en pie sobre una colina, y mencionó que esas estructuras hacían parte de las construcciones que dejaron “los gringos”, es decir, los misioneros del ILV.
Desde entonces, he visitado Lomalinda en diferentes oportunidades. A pie, en bicicleta, moto y carro. Cada recorrido deja una experiencia particular que hace palpable lo que el encuentro con una situación de investigación parece decirnos, como señala Haber (2011): que conocer es algo que nos acontece en el cuerpo cuando nos relacionamos con las cosas. Estar en medio de un paisaje que se ha construido de formas diferentes a lo largo de los últimos 70 años nos ubica en el marco de las relaciones con las cosas, los lugares y los múltiples sentidos que ellas movilizan. El paisaje y las ruinas en Lomalinda movilizan múltiples sentidos e historias.
El paisaje, entendido como una coproducción entre lo natural y lo cultural, entrelaza pasado y presente de manera tal que compromete tanto a los sujetos que le han dado forma como a quienes se detienen a tratar de captar sus sentidos (Criado 1991; Tilley 1994). Thomas (2001) concibe el paisaje como “una red de sitios relacionados, que han sido gradualmente revelados mediante las interacciones y actividades habituales con las personas, a través de la afinidad y la proximidad que éstas han desarrollado con ciertos emplazamientos y a través de acontecimientos importantes” (173). Apoyado en Gosden y Heads (1994), el mismo autor señala que el paisaje representa un sistema de referencia, en el que cada acción humana que se realiza es inteligible en el contexto de otros actos pasados y futuros. Las transformaciones del espacio en Lomalinda, entendido como aquel componente natural que da soporte a la construcción social del paisaje, son las acciones que hacen inteligible la manera en que se ha configurado este lugar en el pasado reciente. Las ruinas, además de otras huellas dejadas por el ILV, permiten acercarnos a esas configuraciones.
Estas ruinas, al igual que el paisaje del que hacen parte, y de acuerdo con Gnecco (2019), “conectan pasado con presente: son la presencia de lo que fue, el contacto del cuerpo con la historia” (21). En el contexto de este proyecto moderno/colonial, la ruina expresa la ambigüedad del espíritu del progreso moderno. Aquel espíritu arrasa con todo a su paso, como mencionaba Benjamín en sus Tesis, al hablarnos a su vez de la ausencia y la presencia, al consolidar una alteridad que asecha el cuerpo social. La ruina es entonces esa relación, ese contacto entre lo que esta fuera y dentro de la historia; y esta manera de ver la ruina resalta una concepción spinoziana del cuerpo como vehículo de la experiencia y origen del conocimiento, como instrumento de conexión y medio de sociabilidad (Esposito 2019). El cuerpo, en este sentido, es la conexión entre los seres humanos y las cosas (las ruinas), y es la oportunidad o el vínculo a través del cual es posible acercarlas al proceso histórico que ha constituido nuestras subjetividades.
Las ruinas y las diferentes edificaciones en pie en la Hacienda Lomalinda son las huellas de un proyecto que buscó afirmar la identidad sobre la diferencia, lo mismo sobre lo otro, la civilización sobre la barbarie; son, a su manera, la expresión de un rito de paso en el proceso de cambiar el horizonte cultural de al menos treinta comunidades indígenas durante los 34 años que duró el periodo de operaciones del ILV. En la Hacienda Lomalinda, de acuerdo con información del ILV, hicieron presencia personas pertenecientes a, por lo menos, 30 grupos indígenas. Para principios de 1970 contaba con actividades con los siguientes grupos: “Siona, Guahibo, Yucuna, Tucano, Desano, Cubeo, Guanano, Tunebo, Camsá, Guajiro, Muninamé, Paez, Guambiano, Cogui, Cuiba, Barasano, guayabero, Piapoco, Barano -norte-, Catío, Macú, Huitoto, Carapaná, Arhuaco, Malayo, Cuaiquer, Inga, Tatuyo, Coreguaje, Tuyuca, Macuna, Piratapuyo, Jupda y Chami” (ILV 1972, 2); para 1997, se menciona la participación en 48 grupos (ILV 1972; 1997). Pero esas ruinas también son muestra de la oportunidad de ofrecer un nuevo horizonte de vida a quienes hoy tienen como su territorio el espacio donde estas ruinas “habitan”. Seguir esas huellas del pasado reciente es una tarea arqueológica en todos sus sentidos.
La organización espacial de Lomalinda, en tiempos del ILV, se dividía en tres lomas: la loma 1, que fue el lugar donde se inició el asentamiento del ILV y donde se ubicaban las oficinas centrales, el centro de estudios, las residencias para visitantes y viviendas como la del director; la loma 2 tenía un uso particularmente residencial (aunque las viviendas estuvieron distribuidas en las tres lomas), donde también estaba la imprenta y, en el extremo sur, el cementerio del ILV; en la loma 3 se ubicaban los edificios de electricidad, aviación y talleres, y compartía con la loma 2 la pista de aterrizaje (comunicación personal, Faber de los Ríos, 6 abril de 2022). El asentamiento del ILV tardó un periodo de catorce años aproximadamente para consolidarse. Inició con el establecimiento de las primeras estructuras en la loma 1 y continuó con su ampliación a la loma 2 y 3, respectivamente.
Las construcciones que conformaron la base de operaciones del ILV fueron erigidas a partir de distintos materiales: madera, cemento, ladrillo, fibrocemento (comúnmente conocido por su nombre comercial: “Eternit”), metal y vidrio. Los materiales de construcción también nos hablan de la cronología del asentamiento, debido a que los misioneros construyeron las primeras casas en madera y, después, empezaron a construir con ladrillos. No obstante, esto no implica un reemplazo completo de un material sobre otro. Para comprender la clase de estructuras que se encuentran actualmente en Lomalinda, así como su estado, diseñé una clasificación a partir de cuatro categorías: i) estructuras en pie y funcionales, ii) estructuras reconstruidas, iii) estructuras en ruinas y iv) adecuaciones del terreno.
Las estructuras en pie y funcionales hacen referencia a las estructuras de vivienda ocupadas de manera relativamente continua; digo “relativamente” en el sentido de que, una vez los misioneros del ILV abandonaron Lomalinda, las estructuras quedaron deshabitadas durante varios años, hasta que nuevos pobladores llegaron al lugar y las ocuparon. Estas estructuras tienen la particularidad de conservarse casi que en su estado original de construcción. Los nuevos propietarios han realizado intervenciones para arreglar daños menores, pero no han afectado ni modificado mucho su diseño y estructura. Entre estas edificaciones, hay casas de ladrillo y de madera.
Figura 1: Vivienda de misioneros del ILV y que se conserva hasta la actualidad
Figura 2: Vivienda de misioneros del ILV y que se conserva hasta la actualidad
Las estructuras reconstruidas son aquellas que, como su nombre lo señala, han sido reconstruidas y ahora son viviendas. Los procesos de arruinamiento no ocurren solo por el paso del tiempo, sino que también obedecen a procesos sociales específicos (mencionados en la sección anterior). En este caso, integrantes de la comunidad de Puerto Lleras desmantelaron en mayor o menor medida estas edificaciones durante el periodo que pasó entre el abandono de los misioneros del ILV y el momento en que Lomalinda volvería a ser nuevamente ocupada, es decir, aproximadamente entre 1996 y el 2002. Durante este periodo, registré noticias sobre la ocupación temporal de estas estructuras por actores armados, al mismo tiempo que algunas viviendas de la loma 2, las que mejor se conservan, empezaban a ser apropiadas. Durante este lapso, muchas de las edificaciones fueron afectadas tanto por la extracción de componentes estructurales, situación que afectó su condición e hizo que techos y muros se fueran al piso, así como por el abandono proyectado en el tiempo.
En varias edificaciones este proceso de arruinamiento pudo ser detenido. Las personas que hacia 2002 se asentaron en ellas recompusieron paredes, techos y puertas con materiales de construcción que denotan estilos diferentes, así como diferencias en los materiales con que fueron originalmente construidas: adecuación con ladrillo farol y hojas de zinc en lugar del ladrillo y del Eternit. Estas imágenes, de las ruinas y de las reconstrucciones de varias edificaciones, muestran la labor tanto destructiva como constructiva de los procesos de arruinamiento (Stoller 2008) de este proyecto moderno/colonial en los Llanos Orientales de Colombia.
Figura 3: Vivienda del ILV restaurada por sus actuales propietarios
Figura 4: Vivienda del ILV restaurada por sus actuales propietarios
Las estructuras en ruinas son aquellas tanto de carácter habitacional (vivienda) como administrativo que no fueron reapropiadas por personas, y en las cuales el proceso de arruinamiento material no ha sido detenido. Me llama la atención que ninguna de las edificaciones destinadas a labores administrativas y operativas del ILV, a excepción de una parte del centro de estudios, haya sido reapropiada. Las bodegas, el economato, la escuela, la capilla, el centro de aviación, el taller y las oficinas centrales están en diferentes grados de arruinamiento.
Figura 5: Edificaciones del departamento de automotores y electricidad del ILV
Figura 6: Edificaciones del departamento de aviación y hangar del ILV
El Centro de Estudios Lingüísticos de los misioneros del ILV, lugar donde se adelantaba el proceso de traducción del Nuevo Testamento con los indígenas de las diferentes comunidades que eran trasladados a Lomalinda, se compone de cuatro espacios divididos en salones de diferentes tamaños. La comunidad indígena Forero-Dasae ha recuperado dos salones de la parte central del Centro como capilla.
Figura 7: Las ruinas del Centro de estudios lingüísticos del ILV
Finalmente, las adecuaciones del terreno son aquellas intervenciones que no elevaron una estructura sobre la superficie, pero que sí requirieron de una transformación del espacio para su establecimiento. Aquí incluyo las adecuaciones para la construcción de canchas de voleibol, fútbol americano y tenis, así como la pista de aterrizaje, acondicionamientos que al día de hoy han sido readaptadas para su uso, como las canchas, o cubiertas por la vegetación.
HUELLAS DENTRO DE LAS HUELLAS
Dentro de algunas edificaciones existen otras huellas que también hablan del proceso del ILV en Lomalinda. Me enfocaré ahora en dos de ellas. En una de las casas reconstruidas se encuentran huellas, casi que a modo de arte rupestre: las palmas de las manos de unos niños, a juzgar por el tamaño, impresas sobre el cemento, y la figura de un pez tallado/delineado y decorado con rocas pequeñas sobre un escalón.
Figura 8: Manos de niños sobre el cemento en una de las casas del ILV
Figura 9: Pez tallado y adornado sobre un andén al interior de una de las casas del ILV
Las dos figuras fueron elaboradas alrededor de la década de 1970. Su temporalidad viene a nosotros gracias a los relatos de quienes vivieron el proceso de quienes se convirtieron en pescadores de hombres. Quienes elaboraron esos motivos -rupestres, si queremos- jugaban y representaban el papel que desempeñarían como misioneros: realizaban una proyección a través de una manifestación artística de las labores que cumplirían una vez fueran adultos.
“Arrojar la red y atrapar los peces”: metáfora potente para señalar la labor del ILV, que consistía en difundir el Nuevo Testamento mediante su traducción a las lenguas de comunidades indígenas que lo desconocían; llevar la palabra de Dios camuflada en el ánimo científico de los estudios lingüísticos, todo un proceso de materializar la palabra en aquellas lenguas en que Él no se había revelado aún. La materialidad no solo está contenida en las cosas: acá podemos ver cómo la palabra contiene y genera procesos completamente estructurados y materializados. La palabra del Nuevo Testamento llevó a construir un poblado de origen y estilo extranjero en los Llanos Orientales colombianos; también materializó cierto tipo de relaciones de dependencia entre quienes sostenían la palabra y quienes la recibían. Recordemos que en esta tradición es el verbo el que se hace carne.
El pez, grabado y decorado con pequeñas piedras a manera de escamas, es testimonio arqueológico e histórico de la intencionalidad de un proceso de arruinamiento, que atestigua la presencia de quienes seguían una misión divina. Recordemos parte del título del libro de Stoll (1985) dedicado al ILV: Pescadores de hombres…, parte que hace alusión a Mateo 4, 18-20 del Nuevo Testamento:
Andando Jesús junto al mar de Galilea, vio a dos hermanos, Simón, llamado Pedro, y Andrés su hermano, que echaban la red en el mar; porque eran pescadores. Y les dijo: “Venid en pos de mí, y os haré pescadores de hombres”. Ellos entonces, dejando al instante las redes, le siguieron.
El pez, igual o incluso más que las casas y las edificaciones, denota la labor del ILV en este lugar, una muy bien definida entre sus miembros, pero, en su momento, muy ambigua para aquellos que miraban desde afuera. Me refiero tanto a la opinión pública como a la comunidad académica y los movimientos sociales. Esta ambigüedad se expresaba en la dualidad del ILV: institución científica/empresa evangelizadora. En este proceso, la Biblia -específicamente el Nuevo Testamento, para este caso-, desprendida de su valor simbólico para la comunidad de creyentes, puede considerarse como un objeto arqueológico determinante en las relaciones de intercambio simbólico entre la sociedad de tradición judeocristiana y las sociedades amerindias. La falta de biblias que llegó a notar el fundador del ILV en las comunidades indígenas y su intención de llevarlas a cada una de las lenguas de esas comunidades amplió el registro material, y esto permite comprender el modelamiento de los procesos de cambio social asociados a un ethos moderno/colonial y religioso. Pensemos acá en la descripción de la Ética protestante y el espíritu del capitalismo, de Weber (2011), y en la idea del capitalismo como religión, de Benjamin (2014), para enlazar esa ética del trabajo de las religiones protestantes a través del culto culpabilizante del sujeto que no ha interiorizado el trabajo como hábito de expiación.
En la ecuación de esta arqueología del pasado reciente aparecen Dios, la religión, la modernidad y el capitalismo, dispositivos de transformación de las políticas corporales y materiales de las realidades de los colectivos humanos intervenidos. Al día de hoy, y aun en falta de profundizar más en este aspecto, las personas que estuvieron relacionadas con el proceso de evangelización del ILV, indígenas y población mestiza (podría incluir también a antropólogos) asumen ese proyecto de maneras diferentes. Hay quienes lo ven como un cambio positivo y hay quienes lo ven como parte de aquellos procesos que tanto han afectado a las comunidades indígenas de Colombia y el mundo. Tal diferencia en la apreciación de este proceso hace parte de la creación de nuevos horizontes de vida a partir de la implementación de los procesos de arruinamiento. No vale la pena juzgar estos nuevos horizontes como mejores o peores; más bien, deben ser entendidos en su especificidad, en tanto han conformado lo que la gente siente en la actualidad. Hoy las construcciones del ILV en Lomalinda, algunas en ruinas y otras arruinadas por la agencia humana y del tiempo humanizado, conviven con las esperanzas y proyecciones de un futuro que redima la incertidumbre y el sufrimiento de quienes habitan ese lugar.
La Biblia como objeto convive con esas ruinas, con el paisaje y con la esperanza de los habitantes. Tanto la Biblia -el Nuevo Testamento- como las ruinas -aquellas que he recorrido en compañía de don Faber tratando de aprender e incorporar el sentido que representan- hacen parte de ese marco de relación en que me encuentro como arqueólogo y como sujeto arqueológico. En mis recorridos por Lomalinda y en conversaciones con sus habitantes, me he preguntado y les he preguntado por el sentido de las ruinas y de los objetos en nuestras vidas (Diario de campo 1). De alguna manera esas ruinas han formado parte de sus luchas territoriales y culturales. Al conversarlo y pensarlo, viene a mi mente un fragmento de Roberto Esposito (2019) que señala lo siguiente:
Es como si las cosas, cuando están en contacto con el cuerpo, adquirieran ellas mismas un corazón que las reconduce al centro de nuestra vida. Cuando las salvamos de su destino serial y las reintroducimos en su escenario simbólico, nos damos cuenta que son parte de nosotros no menos de lo que nosotros somos parte de ellas. (16)
En este mismo sentido, entiendo que procesos del pasado reciente como el del ILV y la evangelización de las comunidades indígenas hacen parte de nuestra historia y nos constituyen tanto en nuestra subjetividad como antropólogos (Páramo 2018) y ciudadanos. Por lo tanto, debe ser parte de nuestra labor reconocer las huellas y la complejidad de los cambios culturales ocurridos en procesos como este, además de su incidencia en la manera en que imaginamos en el porvenir las relaciones interculturales en nuestros contextos de interacción.
CONCLUSIONES
La interpretación de este proceso histórico desde una perspectiva de la arqueología del pasado reciente y su interés por realizar un proceso arqueoetnográfico, basado en las conversaciones con los habitantes de Lomalinda (Diario de campo 1) y en revisiones bibliográficas (Buchli y Lucas 2001; Hart 1976; Instituto Lingüístico de Verano 1972; 1997; Santos 1976; Stoll 1985), me han permitido entender que, a partir de la llegada del ILV, la Hacienda se fue configurando de diversas maneras para aquellos que la ocuparon, ya fuese por cortos o largos periodos.
Este acercamiento a Lomalinda permite ahondar en las respuestas locales que renuevan los sentidos de lugar y los articulan en nuevos proyectos de existencia, en tanto que, “como las cosas son materializadas, depende del lenguaje de las concepciones, de la experiencia y de las relaciones de poder que convergen en una experiencia particular” (Thomas 1999, 19). Estos aspectos señalados por Thomas los vemos confluyendo en el espacio de Lomalinda, cuando el general José Joaquín Matallana, a mediados de la década de 1970, señalaba que allí se construyó “una base de operaciones del Instituto en Colombia, que es efectivamente una auténtica población de los Estados Unidos enclavada en jurisdicción de PUERTO LLERAS en donde marca un agudo contraste con el resto de esa región del sur del META” (Matallana 1976, 33).
De acuerdo con esto, es evidente que, con base en su horizonte cultural, los misioneros del ILV materializaron el lugar y las concepciones funcionales que tenían; hay toda una tipología tanto de los espacios de habitación como de la configuración espacial en que habita la diferencia cultural. Este proceso sucedió en medio de una posición privilegiada que les permitía a los miembros del Instituto realizar sus actividades sin mayores preocupaciones, al disponer de recursos que estaban fuera de alcance de muchas instituciones colombianas. Existía, a su vez, una marcada diferenciación organizativa, de disciplina laboral y corporal con que debía adelantarse cada una de las actividades. La dinámica de Lomalinda se basaba en la eficiencia y eficacia de cada labor desarrollada, principios que en general eran aplicables a todo ambiente laboral, pero que para esos momentos eran desatendidos por los contextos laborales locales.
En diálogos adelantados con antiguos trabajadores del ILV en Lomalinda, fue explícito para mí el proceder estricto y disciplinado en cada una de las acciones desarrolladas por los funcionarios norteamericanos en todas las dependencias administrativas: desde las tareas de aviación, radiocomunicación, mantenimiento de equipos, aprovisionamiento de alimentos, hasta las labores de estudio y traducción de la Biblia. Tales formas de proceder estaban ligadas a una “ética del trabajo”; las ponían en práctica no solo quienes se encargaban de los oficios mecánicos y manuales en el ILV, sino también los misioneros/lingüistas dedicados al trabajo intelectual y espiritual.
Esto hace parte del proceso de disciplinamiento corporal al que se sujetaban todos los actores que actuaban en el espacio de Lomalinda con sus respectivas diferencias en cuanto a los horarios y los espacios. Este aspecto es de vital importancia en el caso de los indígenas visitantes, ya que difería de la organización del espacio y de las actividades en sus comunidades de origen. En este caso, puedo interpretar que la incorporación de una filosofía del valor del trabajo a través de la racionalización de las prácticas económicas y la racionalización del uso del tiempo hacen parte del “proceso de disciplinamiento del cuerpo” (Pedraza 1999), que acompaña la racionalización del tiempo de la persona y las diferentes normas de conducta; por ejemplo, para el caso de los indígenas visitantes, el cumplimiento de normas de vestido. Dentro de las actividades en las que los misioneros integraban a los indígenas también estaban cursos de modistería, en los cuales enseñaban a crear y reparar prendas de vestir: una forma de enseñar a ocultar la desnudez del cuerpo indígena.
Así, las casas y los edificios de evidente estilo extranjero y la presencia de diversos elementos mobiliarios marcaban una alteración del sentido del lugar y las dinámicas económicas y sociales de los habitantes del municipio de Puerto Lleras (Meta). A ello se suma todo un conjunto de prácticas y un choque cultural para los indígenas que eran trasladados a esas instalaciones para la traducción del Nuevo Testamento a sus idiomas, capacitaciones en materia agrícola y técnica, atención de enfermedades, entre otras.
Estas dinámicas generaron un espacio social con una marcada tendencia hacia el cambio cultural. Estos contextos permiten comprender cómo la materialidad configurada en un espacio particular logra modelar/moldear el cuerpo y su subjetividad conectándolo con prácticas y narrativas que hacen parte del proceso de modernización, o de aquel “ideal civilizatorio” descrito por Cristina Rojas (2001), que incluye a la población colombiana y, en especial, a la población indígena.
A mediados del siglo XX, persistían los proyectos orientados a la “reducción” de las comunidades indígenas a la vida nacional. En este contexto, instituciones como la Sección de Resguardos Indígenas y, después, la División de Asuntos Indígenas procuraban crear una política oficial nueva que preparara la ejecución inmediata de programas de mejoramiento, de tecnificación, de incorporación del indio a una vida colombiana mejor que la empírica, miserable e inquieta vida que en general tienen los indios (Hernández de Alba 1959). Este objetivo es de particular interés en el entrecruzamiento de los intereses de la política indigenista colombiana de esa época con los intereses del ILV, en particular porque este objetivo implicaba el despliegue de diversas acciones desde diferentes campos de conocimiento para intervenir y transformar la realidad de las comunidades indígenas desde distintas instituciones estatales.
Finalmente, estas reflexiones arqueográficas no tratan, como señala Millan (2015), “de ir al pasado por el mero hecho de hacerlo, sino porque con ello tratamos de comprender lo que todavía sigue actuando en el presente” (63), un presente que no es posible comprender sin determinar las formas en que la materialidad fue creada bajo un orden de cosas particular, como el establecimiento y consolidación del ILV en la Hacienda Lomalinda y en Puerto Lleras, y cómo ha sido reintegrada bajo otro orden, tiempo después, con el proceso de apropiación del espacio por parte de población desplazada y otros comuneros de Puerto Lleras, en abierta pugna con instituciones locales y regionales.
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
Entrevistas
Diarios de campo
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Entrevistas
Entrevista 1: Entrevista realizada a Faber de los Ríos. Municipio de Puerto Lleras, Lomalinda, 6 de abril de 2022.
Diarios de campo
Diario de campo 1. 2019-2022, Lomalinda, Granada y Puerto Lleras, notas.
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