Las protestas del pobre ñero ilustrado: o teoría social, protestas en Colombia y antropología
The Protests of the Enlightened Ñero: Social Theory, Protests in Colombia, and Anthropology
Os protestos do pobre ñero ilustrado: ou teoria social, protestos na Colômbia e antropologia
DOI:
https://doi.org/10.15446/mag.v37n2.110657Palabras clave:
autoetnografía, clases populares, ñeros, oficios del cuidado, patriarcado, protestas en Colombia, teoría feminista, violencia estructural y policial. (es)autoethnography, popular classes, ñeros, care work, patriarchy, Colombian protests, feminist theory, structural and police violence. (en)
autoetnografia, classes populares, “ñeros”, ofícios de cuidado, patriarcado, protestos na Colômbia, teoria feminista, violência estrutural e policial. (pt)
A partir de la crítica feminista a las corrientes posmodernas que dudan de la capacidad de transformación de las y los pobres, este texto se interesa por los oficios del cuidado, el patriarcado y la violencia estructural, como conceptos, expresiones culturales y experiencias personales, que sumaron a la inconformidad social general —durante el gobierno de Iván Duque en Colombia (2018-2022)—, y que derivaron en el estallido social más importante en la historia reciente del país. El artículo navega entre el ensayo antropológico y el ejercicio etnográfico autorreferencial, más precisamente autoetnográfico, como método para exponer la violencia estructural contra comunidades empobrecidas, y la incapacidad de las corrientes posmodernas de participar, interpretar y sentir las motivaciones, acciones y alcances de las luchas y protestas sociales.
Drawing on feminist critiques of postmodern currents that doubt the poor’s transformative capacity, this paper explores the realms of care work, patriarchy, and structural violence as concepts, cultural expressions, and personal experiences that contributed to the broader social discontent during the government of Iván Duque in Colombia (2018-2022). These factors prompted the most significant social uprising in the country’s recent history. This article navigates between an anthropological essay and a self-referential ethnographic exercise, specifically autoethnography, to expose the structural violence against impoverished communities and the inability of postmodern currents to engage with, interpret, and empathize with the motivations, actions, and consequences of social struggles and protests.
Desde a crítica feminista às correntes pós-modernas que duvidam da capacidade de transformação das e dos pobres, este texto aborda nos ofícios de cuidado, patriarcado e violência estrutural, como conceitos, expressões culturais e experiências pessoais, que se somaram ao descontentamento social geral —durante o governo de Iván Duque na Colômbia (2018 -2022)—, e que levou ao protesto social mais importante da história recente do país. O artigo navega entre o ensaio antropológico e o exercício etnográfico autorreferencial, mais precisamente autoetnográfico, como método para expor a violência estrutural contra comunidades empobrecidas, e a incapacidade das correntes pós-modernas de participar, interpretar e sentir as motivações, ações e alcance das lutas e protestos sociais.
Recibido: 18 de julio de 2022; Aceptado: 21 de abril de 2023
RESUMEN
A partir de la crítica feminista a las corrientes posmodernas que dudan de la capacidad de transformación de las y los pobres, este texto se interesa por los oficios del cuidado, el patriarcado y la violencia estructural, como conceptos, expresiones culturales y experiencias personales, que sumaron a la inconformidad social general -durante el gobierno de Iván Duque en Colombia (2018-2022)-, y que derivaron en el estallido social más importante en la historia reciente del país. El artículo navega entre el ensayo antropológico y el ejercicio etnográfico autorreferencial, más precisamente autoetnográfico, como método para exponer la violencia estructural contra comunidades empobrecidas, y la incapacidad de las corrientes posmodernas de participar, interpretar y sentir las motivaciones, acciones y alcances de las luchas y protestas sociales.
Palabras clave:
autoetnografía, clases populares, ñeros, oficios del cuidado, patriarcado, protestas en Colombia, teoría feminista, violencia estructural y policial.ABSTRACT
Drawing on feminist critiques of postmodern currents that doubt the poor’s transformative capacity, this paper explores the realms of care work, patriarchy, and structural violence as concepts, cultural expressions, and personal experiences that contributed to the broader social discontent during the government of Iván Duque in Colombia (2018-2022). These factors prompted the most significant social uprising in the country’s recent history. This article navigates between an anthropological essay and a self-referential ethnographic exercise, specifically autoethnography, to expose the structural violence against impoverished communities and the inability of postmodern currents to engage with, interpret, and empathize with the motivations, actions, and consequences of social struggles and protests.
Keywords:
autoethnography, popular classes, ñeros, care work, patriarchy, Colombian protests, feminist theory, structural and police violence.RESUMO
Desde a crítica feminista às correntes pós-modernas que duvidam da capacidade de transformação das e dos pobres, este texto aborda nos ofícios de cuidado, patriarcado e violência estrutural, como conceitos, expressões culturais e experiências pessoais, que se somaram ao descontentamento social geral -durante o governo de Iván Duque na Colômbia (2018 -2022)-, e que levou ao protesto social mais importante da história recente do país. O artigo navega entre o ensaio antropológico e o exercício etnográfico autorreferencial, mais precisamente autoetnográfico, como método para expor a violência estrutural contra comunidades empobrecidas, e a incapacidade das correntes pós-modernas de participar, interpretar e sentir as motivações, ações e alcance das lutas e protestos sociais.
Palavras-chave:
autoetnografia, classes populares, “ñeros”, ofícios de cuidado, patriarcado, protestos na Colômbia, teoria feminista, violência estrutural e policial.INTRODUCCIÓN1
Estamos en una dictadura; no quiero tener miedo,
ni que mis hijos vivan cosas que yo viví.
Ya no soy lo que yo fui, quedará atrás lo que fue el país
Diario de campo 4: diario de campo de mayo y junio de 2021, Bogotá
Unos años después de graduarme, confronté mi existencia como “hombre hetero”, padre, zapatero, antropólogo, hermano, vecino, hijo, etc. -clásico ejemplo de crisis de los cuarenta, supongo-. Este proceso de autoaceptación, autotransformación y autoetnografía fue gratamente generado por el artículo “El efecto espejo…”, un texto de la más bonita crítica feminista que expone los resultados de una interesante investigación sobre el devenir del ejercicio, o no, de quienes se han graduado en antropología en Colombia. Esta investigación describe los “oficios del cuidado [como] categoría analítica sustentada por la crítica feminista desde la antropología, la sociología y la economía, para entender el trabajo invisible subvalorado o naturalizado realizado por mujeres” (Zambrano y Durán 2017, 92); bajo esta categoría analítica, se expresa un efecto espejo en la experiencia de vida familiar y profesional, así como en el acervo cultural social, principalmente de las antropólogas y unos muy pocos antropólogos de este país.
Dolorosamente encontré que esas representaciones sociales modeladas sobre el género y la familia, o sobre mi condición como padre soltero, han influido de manera negativa en mi desempeño como profesional e “incidido en las condiciones asimétricas de inserción, permanencia y ascenso laboral” (Zambrano y Durán 2017, 91): puro veneno para un o una antropóloga desempleada con hijos. Identifiqué ese ethos de la cultura burocrática patriarcal, sexista y supernociva, que ha logrado instaurarse en parte del gremio nacional, que es socializado desde la academia y que opera como un nepotismo machista.
Estas y otras dolorosas reflexiones sobre mi identidad fueron generadas por el proceso autoetnográfico -o, al contrario, la técnica autoetnográfica me permitió comprender la experiencia cultural, al sistematizar de manera analítica la experiencia personal (Ellis, Adams y Bochner 2015, 249)-; por lo tanto, este proceso me llevó a identificarme con lo que se entiende como la clase popular, ñeros, minorías, lumpen o “desperdicios humanos” -según he leído en autores que se identifican con los postulados posmodernos-.
La masa de humanos convertidos en superfluos por el triunfo del capitalismo global crece sin parar y, ahora, está a punto de superar la capacidad del planeta para gestionarlos; (...) seguimos lejos de ver con claridad y de capturar en su totalidad las enormes repercusiones de las masas crecientes de desperdicios humanos en el equilibrio político y social de la coexistencia planetaria humana. (Bauman 2008, 45-46)
Expresado de manera más general, (...) las minorías son el punto en que hacen crisis una serie de incertidumbres que median entre la vida diaria y su telón de fondo global, siempre en apresurado cambio. (...) Y este mecanismo de producción de minorías necesita sacar a la luz determinadas historias y ocultar otras. (Appadurai 2007, 63-64)
Debo mencionar que los pobres decidimos cambiar el destino político de este país -o, por lo menos, eso esperamos- a la par que como “hombre hetero” decidí cambiar mi identidad -no tuve opción-, por lo que hoy en día me identifico con quienes votaron por Francia Márquez; me identifico con las y los nadie; me identifico con la movilización y organización de las comunidades; me identifico con los mejores rasgos y con el calificativo de los ñeros y las ñeras que recibimos la mayoría de las personas de por aquí, un sector empobrecido muy al sur de Bogotá: ñero, antropólogo, zapatero, padre -a veces intento hacer de madre- de ella y de él; convivo con ella y con él. Me identifico con las y los que ya no “copiamos” del consumismo, del capitalismo, del autoritarismo occidental, del patriarcado, de modelos sociales y culturales impuestos y defendidos por las clases dominantes e ignorantes. Desde aquí, y sin aspirar a cambiar de barrio, estrato o clase social, me he sentido genuinamente antropólogo, como un ñero ilustrado.
Sin aspiraciones para cambiar el mundo y tomando acciones para transformar mi interior, hoy en día me identifico con esa minoría de colegas que han decidido apoyar o cuidar de algunos de sus seres queridos o de alguna minoría empobrecida e invisibilizada, de una comunidad que desarrolla sus propios procesos de fortalecimiento social para intentar vivir mejor o, por lo menos, en paz. Me identifico con una minoría de antropólogos y antropólogas sin empleo, que no reciben sueldo por su ejercicio, que no ejercen, que han recibido amenazas, que han dejado el hábito de escribir o que dejaron de soñar.
Con este antecedente, y buscando un presente mejor, real, decidí participar de nuevo en una marcha, con mis hijos: la marcha del 21 de noviembre de 2019. Ahora bien, el constante registro textual y visual de las marchas, su sistematización conforme con el sentido personal y profesional de las relaciones humanas, y el valor de la experiencia -como lo propone gran parte del feminismo- fueron claves en la consolidación del método, organización de la información y expresión del proceso autoetnográfico, que tiene, sin duda, un carácter muy experimental.
UN ÑERO PROTESTANDO CONTRA LA FLUIDA GLOBALIZACIÓN: O FEMINISMO Y CACEROLAZO
Para ese entonces, aunque contaba con el apoyo de mis hijes, llegué a unos estados de depresión inmensos que tal vez, por substratos machistas de mi personalidad, no acepté ni abordé de manera adecuada: el ego del “macho proveedor”, un “macho autosuficiente”, un “macho”, como “lo fui” en mi pregrado. Recuerdo que en tercer o cuarto semestre nos pusieron a leer a Zygmunt Bauman, pues él también abordó, a su manera y desde su posición social, ese fenómeno de los profesionales sin empleos “adecuados” en la sociedad globalizada:
Por ende, en lugar de fortalecernos o envalentonarnos, el conocimiento que adquirimos nos humilla, puesto que deja al descubierto nuestra extrema incapacidad para llevar a cabo la tarea. Es por ello que la sensación simultánea de incertidumbre e impaciencia es una condición absolutamente desagradable, irritante, vergonzosa, insultante y humillante. (Bauman 2011, 130)
Quizás contra eso quería protestar, contra esa corriente avasalladora e inevitable de la globalización; me encontraba -aún- convencido por una construcción discursiva fundamentada en el “inmarcesible” neoliberalismo y en la “tolerancia” o la naturalización de la dictadura del nepotismo patriarcal académico, empresarial, gubernamental, narcotraficante y zapatero. Salí a marchar contra la corriente de la modernidad líquida, contra un mundo de instituciones estatales debilitadas; un mundo de la desigualdad como destino que fluye, lo que lo hace pasivamente inevitable -fin de la ciencia, la historia, el arte y el humanismo-, descripción tortuosa del destino de la desigualdad mundial: la desigualdad de nosotros, extraños y extrañas, ñeros y ñeras, de los y las nadie. El destino frívolo para los habitantes del “no lugar”: estos destinos líquidos son fundamentales para que los sujetos nos “sumerjamos”
en esta sociedad de clases, en el sentido de totalidad en cuyo seno los individuos son incluidos a través de su pertenencia a una clase, con la expectativa de que cumplan con la función asignada a su clase en el interior y el beneficio del sistema social. (Bauman 2011, 11)
Ese 21 de noviembre de 2019, en el centro de Bogotá muchas personas, muchos pañuelos verdes, organizaciones, representaciones, artistas, trabajadoras y trabajadores, sindicatos, profesionales de todas las ramas, de la zapatería, hasta de la antropología, todas y todos marcharon, en “marcha” contra un Gobierno estatal que no nos beneficiaba. Fue muy chévere participar del inicio de la mayor movilización que se haya “registrado” en este país. Las arengas, como coros tan puntuales y retadores, son composiciones en versos de sarcasmo y burla hacia las personas que ostentan el poder estatal; coros como los de las tragedias griegas: “¡Uribe, paraco, el pueblo está berraco!”. “Resto” de -muchos- ñeros del barrio, “¡porque se garantice el derecho a la vida en los territorios ancestrales de las comunidades afrodescendientes y raizales del país!”, era uno de los reclamos de las comunidades afro. Parche LGTBIQ+, siempre ahí, “reparades”. “¡Uribe y Duque la misma mierda son, el uno es un paraco y el otro es un güevón!” (Diario de campo 1).
Los del Escuadrón Móvil Antidisturbios (Esmad) estaban calentando el “parche” desde medio día. La lluvia en algunos lugares no alejó a las y los marchantes: pero los tombos -policías- tenían otros planes -y órdenes, supongo-. En la Plaza de Bolívar, el Esmad lanzó gases lacrimógenos y bombas de aturdimiento. Yo supe que el tropel se iba a armar -me llené de miedo- y, por eso, regresamos a casa temprano. Escéptico, cansado y deprimido, regresé también, esa noche, a otro libro de este autor posmoderno; del escepticismo al pesimismo, no necesité sino un párrafo del texto Tiempos líquidos: vivir en una época de incertidumbre, donde Bauman plantea que
los verdaderos poderes que determinan las condiciones en las que todos actuamos en estos tiempos se mueven en el espacio global, mientras que nuestras instituciones de acción política siguen, en gran medida amarradas al suelo; son, como antes, locales. (Bauman 2008, 117)
Y me aferré, ese 21 de noviembre, de nuevo y como adicto, a ese discurso en el que muchas de nuestras acciones son minimizadas, en el que nuestras luchas no tienen sentido por pequeñas o por ser simplemente locales; fueron años convencido de que la modernidad líquida era el fenómeno social que condiciona la vida de nosotros, los empobrecidos.
Ahora bien, por aquí en la loma, ñeros y ñeras aprendemos a pararnos duro y desarrollar una mentalidad “refuerte” -tener algo de temperamento y carácter individual-. Mientras cocinaba esa noche, sin darme cuenta, y por un momento, dejé de identificarme con esos pensamientos tan limitantes y opresivos: me animé charlando y revisando las fotografías de la marcha mientras terminamos de preparar la cena con mis hijos. La experiencia de la marcha fue tan abierta, diversa, multicultural y enriquecedora, que no podía dejar de sonreír mientras me vencía el cansancio, recostado en el sillón. Creo que soñé marchando feliz, celebrando en una sociedad abierta y con equidad. Me despertó un “ligero” olor a quemado; superexaltado corrí a la cocina y, mientras enfriaba y abría la olla pitadora, de nuevo Bauman se hacía escuchar con su voz esquizoide y sus advertencias:
La sociedad abierta remite a una sociedad que se sabe incompleta: destino inexorable de las propias posibilidades. (...) La sociedad abierta evoca la experiencia aterradora de una población heterónoma, desventurada y vulnerable, abrumada por (y quizás supeditada) a fuerzas que no controla ni entiende del todo, una población aterrorizada por su misma indefensión y obsesionada con la eficacia de sus fronteras y la seguridad de la población que habita dentro de las mismas. (Bauman 2008, 16)
Acepté, de nuevo, esa noche del 21 noviembre, en esa cocina, que esa descripción de las sociedades posmodernas encajaba para nuestra sociedad. Decepcionado de mi labor como cocinero-antropólogo, y con la casa llena de humo, esa noche cenamos, insípidamente, arroz y huevos en tortilla. Pobre ñero ilustrado: mi destino y fatalidad a mis cuarenta y punta; parceres, parceras y parceros, advierto que estaba superdeprimido.
Esa “depre” se me empezó a quitar más o menos a las 9:30 o 10 de la noche de ese mismo 21 de noviembre; por nuestra casa, trípode de amor libre que expulsaba el humo por las ventanas, pasó un parche de jóvenes mayores que mis hijos, que tocaron instrumentos de percusión y alentaron hasta que la gente de los apartamentos y casas del barrio salieron a marchar, o hasta que desde las ventanas les apoyaron con las cacerolas. Mis hijos me motivaron a salir, a dejar de dormir y a seguir caminando; a mantenerme sólido en la lucha por un mejor vivir; a salir a mojarme bajo la lluvia y afrontar la fluidez, la inclemencia y arrogancia de aquellos poderes que buscan condicionarnos, programar nuestros actos y alienarnos de nuestra potencialidad -por medio de esquemas o dispositivos culturales repetidos-. Les respondí que había marchado lo suficiente en mi paso por la universidad; además, tenía que dejar preparado el chocolate del desayuno, a lo que me contestaron que aún no habíamos obtenido victorias. Tomamos algunos elementos de la cocina para participar del cacerolazo, y salimos a mojarnos, de nuevo. Eso sí, fue necesario, para participar, estar dispuesto a dañar estos elementos de la cocina: como acto premonitorio, como ritual de paso, como acto liberador, era necesario hacerlo esa noche.
Figura 1: Ruptura Militante
Conocimos a David, María, Sonia, Julián y Amarantha: ellos y ellas son jóvenes organizados/as, que trabajan en pro del arte, la cultura y la equidad de género, un colectivo con más de una década de trabajo reconocido en el barrio y en la localidad. Pero ellas y ellos estaban tan inmunes e ignorantes de ese sombrío destino de la posmodernidad, que me hicieron reconocer que, en el camino de la construcción de la “nación”, marcan la pauta “[l]os nuevos tipos de organización política celular (…) [que] están relacionados con el origen de la ira global contra las fuerzas de mercado” (Appadurai 2007, 27). Este tipo de organización celular, para Arjun Appadurai (2007), limita su campo de acción a lo local, en lo que termina siendo otra descripción del mundo globalizado posmoderno, que enmarca múltiples e incontables diferencias y minorías individuales y sociales, como una justificación de la apatía política de la sociedad.
Ahora bien, contrario a esta “inocente” predicción, este tipo de organización social, barrial, comunitaria y autogestionada se ha consolidado como una red de células que política y académicamente han sido subvaloradas, pero que han generado los recientes giros a la izquierda en los gobiernos de América Latina. Las redes sociales han sido fundamentales no solo para coordinar encuentros en los barrios o veredas, sino también para coordinar las organizaciones sociales de base a escala local, regional, nacional e internacional. Tal vez -espero que no sea por sustratos clasistas en la comunidad que se identifica con la corriente del posmodernismo en antropología-, este tipo de teoría ha subvalorado la capacidad y la potencialidad de ñeros y ñeras, personas empobrecidas, las mujeres, la comunidad LGTBIQ+, las y los nadie, indígenas, campesinos, comunidades afro, etc., para afectar el devenir de un país o de una autoridad; para afectar una reforma tributaria, la doctrina de la institución policial, la política en torno al aborto, la política por el derecho a adoptar en familias homoparentales, etc.
Esa es la posmodernidad antropológica: teoría de discurso e imaginación repetida que trata de mostrar cómo debe ser el mundo o el campo, y el lugar de los y las antropólogos/as en él: les falta “calle”, les falta “loma” -aceptación, no idealización de la experiencia de vida, para fundamentar ideas, mitos, etc.-. Precisamente descendiendo por una de las lomas de por acá, y en medio de esa marcha húmeda y nocturna -pero no fría-, hablé con algunas de las mujeres jóvenes de pañuelo verde; sus gritos de resistencia me hicieron dudar de mi debilidad, de mi invalidez, de la aceptación de mi destino signado por la teoría social posmoderna. Me avergoncé de la cena que se quemó y de ponerme a cocinar todos los días. Me cuestioné al escuchar las voces feministas que me permitían asumir mi particularidad sin sentirme extraño o diferente: pleno. En palabras de Carmen Gregorio:
La reflexividad planteada desde el feminismo considera al antropólogo y antropóloga en una dimensión política imbricada en las interacciones sociales en el trabajo de campo y obliga a llevar un proceso de autoconciencia en el que el género toma un lugar central. En un contexto cada vez más interconectado y desigual, el feminismo propone una crítica ontológica de nosotros mismos como sujetos generizados. (Gregorio 2006, 31)
Con el feminismo descubrí que como pobre ñero ilustrado no he sido más que sujeto de estructuras, instituciones y patrones culturales que han condicionado mi vida laboral, familiar, social, sexual, etc.; formas de sentir, pensar y actuar que no reconocí en mí. Y aunque he trabajado para dejar de identificarme con patrones machistas y patriarcales, debo trabajar, pedir perdón y transformarme aún más para dejar de considerarme como tal. Este texto podría titularse “La crisis del héroe: hacia una autoetnografía sobre la pérdida de la masculinidad hegemónica”, pero ese trabajo ya existe, y en él Alejandra Martínez me aclaró que el método autobiográfico implica
tomar como punto de partida el autoanálisis y reflexión en torno a mi propia experiencia. (...) esta modalidad me ha permitido capturar sentidos emergentes que no había identificado antes, y arribar a nuevas conclusiones así como a generar preguntas que no me había planteado. (Martínez 2019, 99)
Eran las doce y media o una de la madrugada, y ningún policía pasó a interrumpir a una bandada de 70 u 80 alborotadores que se hacían oír en el barrio y que coquetearon mientras hablaron de teoría social y feminismo: por “dármelas” -presumir- de rítmico, dañé la tapa de la olla en la que se prepara el arroz y mi hija desarmó el molinillo de batir el chocolate a punta de golpes y gritos dentro del coro. Eran jóvenes muy organizados, pues se ubicaban en los extremos de la marcha para controlar la situación: sabían lo que hacían.
En su lugar, al organizar movilizaciones masivas, los activistas -muchos de ellos procedentes de grupos subculturales- crean directamente nuevas instituciones democráticas para organizar “festivales de resistencia” que, en última instancia, conducen a enfrentamientos con el Estado. Este es solo un aspecto de un movimiento más general de reformulación que me parece inspirado, en parte, por el anarquismo y, en mayor medida por el feminismo; un movimiento que, en última instancia, tiene por objeto recrear los efectos de esos momentos insurreccionales de forma continua. (Graeber 2021,193)
No obstante, las posturas posmodernas -a diferencia de las propuestas posestructuralistas- parecieran esforzarse aún más para hacernos entender que el mundo es, con el pasar de estas décadas, cada vez más y más “posmoderno”: insisten en la imposibilidad de una racionalidad, de la objetividad, de la verdad, incluso dentro de la antropología, una forma de anular la aceptación real del espectro multicultural social contemporáneo que dicen promover. Con el cuestionamiento “del autor” sobrevino la suspicacia en verborrea que desvía el propósito genuino y no deja sino aceptar y reproducir las estructuras, instituciones y patrones culturales, sean de orden patriarcal, clasista, sexista, academicista u homófobo: como la carretera oscura en Amores perros; como las tragedias griegas; como Medea, como Crónica de una muerte anunciada.
Algunos teóricos que se identifican como posmodernos han ocultado las grandes victorias de las comunidades de base en diferentes latitudes del mundo, para que se consoliden los derechos humanos y sociales de manera igualitaria: este posmodernismo, cuya movilización, activismo o militancia radica en la pseudosublimación del ejercicio intelectual, asume con el pasar de los años no solo una mente superinflada, sino también el rol del padre patriarcal que obliga a su familia a mantener silencio con respecto al mundo que hay afuera, porque su descripción del mundo es tautológica y “universal”, sin “calle ni loma” -anulación de la validez de la experiencia, de lo empírico- y, con esto, pretende ser total.
Aunque sus orígenes se encuentran elaboraciones de algunos intelectuales de la izquierda radical post-68, la nueva teoría -que presumía de su irreverencia hacia las estructuras de poder y la racionalidad occidental- resultó completamente funcional al reinado del capital. Las ideas postmodernas que se impusieron en las universidades en los años 80 y 90 postulan el fin de la historia, el fin de las ideologías y el fin de los sujetos del cambio social, naturalización máxima del individualismo y la revolución personal a través del consumo. (Martínez y Burgueño 2019, 21)
En fin, y para no desviarnos ni caminar más, regresamos entre la una y las dos de la madrugada del 22 de noviembre, con mi hija y mi hijo, a la casa trípode de amor libre, contentos, como familia; contentos por la experiencia y las personas que conocimos, personas excepcionales. Ese 21 de noviembre celebramos y aceptamos el amor libre, aquí en el barrio, en la comunidad, en acción local, en militancia. Gran parte de los protestantes estaban estudiando o lo habían hecho: música, pedagogía, artes. La mayoría de este grupo de jóvenes eran mujeres y comunidad LGTBIQ+, y así fueron conformados muchos de los grupos marchantes organizados del país. Como plantea Sandra Borda:
Estos jóvenes y sus luchas son y deben ser una inspiración para el resto de nosotros. Han desarrollado la capacidad de concebirse colectivamente, han logrado, a tan temprana edad, identificar problemas del individualismo egoísta y los han superado. (Borda 2020, 36)
LOS OFICIOS DEL CUIDADO, LA OPRESIÓN Y LA VIOLENCIA: O “DILAN NO MURIÓ; A DILAN LO MATARON”
Había razones muy viejas y repetidas para marchar de nuevo -como destinos sobrios y repetidos-. Las intenciones del Gobierno de Iván Duque (2018-2022) estuvieron orientadas, inicialmente, a destruir los Acuerdos de Paz logrados por el Gobierno anterior; el retraso en la implementación de los acuerdos sobrevino en los asesinatos de líderes sociales; aumentaron exponencialmente las masacres como retaliación entre los múltiples grupos armados sustentados por el narcotráfico y, como si fuera poco, el Gobierno, a través del Ministerio de Defensa, decidió atentar contra la vida de niñas y niños cooptados por narcoguerrillas o narcoparamilitares del Caquetá: Guillermo Botero ordenó bombardear el campamento de un grupo ilegal en donde había al menos ocho menores de edad. Pero también había viejas razones para marchar de nuevo, pues, desde hace por lo menos 60 años, el Estado colombiano ha participado o, directamente, masacrado, de manera sistemática, a poblaciones vulnerables, empobrecidas. En mi barrio sabemos muy bien esto.
Figura 2: Historia en mármol, una calle del barrio
Vale aclarar que ñeras y ñeros, las y los nadies, no marchamos por consumir más, por el “derecho” al consumo, ni por la “libertad” de pertenecer a un sistema de circulación de mercancías violento, extractivista, mezquino y promotor de la desigualdad mundial; ya sabemos que los diferentes tipos de explotación nos han convertido en uno de los países más desiguales. Ya no “copiamos” por acá, por esta localidad, por mi barrio; ya no “copiamos” del fetichismo de la mercancía, que es lo que nos mantiene empobrecidos. Las y los nadie ya no “copiamos” del consumismo, de la esclavitud como trabajo, ni del patriarcado como orden familiar y estatal natural; por aquí el runrún y lo que empieza a ser un chisme es que estamos siendo esclavizados y empobrecidos para mantener un sistema económico capitalista y patriarcal financiado, por décadas, por la narcopolítica colombiana, y que de nuevo nos esclaviza en nuestras casas con la televisión, con redes sociales, con nuevos formatos de noticias, o videos de TikTok, Instagram, YouTube, o manipulando nuestra propia personalidad en Facebook o LinkedIn. También nos esclavizan con los oficios del cuidado.
Ahora bien, “en el capitalismo, todas esas tareas son necesarias para la reproducción de la fuerza de trabajo, convirtiéndose así en un sostén fundamental en la reproducción del capital” (Martínez y Burgueño 2019, 86); sin embargo, la teoría feminista ha demostrado, en el mismo texto de Martínez y Burgueño (2019) y en otros como el de Zambrano y Durán (2017), que las mujeres dedican entre dos y diez veces más tiempo a los oficios del cuidado. En realidad, somos muy pocos los hombres que podemos desempeñarnos con algo de eficacia en estos oficios, y aunque le imprimo todo el cariño posible a estas labores, ya no dejo de verlo como una labor impuesta, sustentada también en el consumo, en el mantenimiento de un orden patriarcal y sustento de la mano de obra en la sociedad capitalista. Las labores del mantenimiento de una casa o del cuidado de los hijos no son deshonrosas en sí mismas, ni mucho menos fáciles, mas es un trabajo del que toda la clase popular debería liberarse:
Un ejemplo de este cruce entre clase y género lo podemos ver en las tareas domésticas: la pertenencia de la clase implica que una ínfima minoría puede desentenderse por completo de realizar este trabajo en el capitalismo. (Martínez y Burgueño 2019, 102).
Por lo tanto, la cuestión de teorizar sobre el trabajo doméstico y su rol en la reproducción social sigue siendo una cuestión clave para abordar la opresión de las mujeres en la sociedad actual. (Martínez y Burgueño 2019, 106).
Y aunque no soy mujer, comparto con la mayoría de las colombianas -y habitantes del planeta- este y muchos otros tipos de opresión y explotación patriarcal-estatal. Al marchar en medio de esta colectiva feminista, con ellas, y algunos ellos, mi experiencia personal continuó el proceso de autoaceptación y transformación. En este punto quiero resaltar el alcance de la autoetnografía, pues su carácter reflexivo, según el trabajo de Carolyn Ellis, Tony E. Adams y Arthur Bochner (2015), permite entender sistemáticamente la manera en que un sujeto investigador es transmutado por su trabajo investigativo.
Las mujeres vienen marchando contra la opresión hace siglos, y sus victorias para que se promuevan y respeten los derechos civiles y de igualdad, alrededor del mundo, también han sido victorias para hombres y mujeres excluidas, violentadas; hombres y mujeres LGTBIQ+; hombres y mujeres empobrecidas y racializadas. La teoría feminista ha abordado la relación entre la explotación capitalista y la estructura patriarcal, y ha descubierto el lugar de la violencia estructural en estos sistemas de opresión y explotación: luego del 21 de noviembre, precisamente, la violencia estatal se iba a revelar con fuerza en Colombia.
Salí a marchar el 23 de noviembre de 2019, luego de trabajar en zapatería en el barrio Restrepo hasta las 2 o 3 de la tarde; cuando llegué al centro de Bogotá, a eso de las 4 p. m., el “parche” ya estaba muy caliente; incluso, algunas y algunos barristas -una militancia para apoyar un equipo de fútbol-, según mi sobrina que es barrista, ya se habían ido de allí. De regreso a la casa trípode, luego de caminar un buen rato, mecánicamente y con desilusión, al llegar al barrio, me “puse” a comprar algunas cosas; luego, limpié la nevera y, después, intenté lavar algunos trastes, pero el cansancio de un día de trabajo me obligó a sentarme un poco, hasta las seis y media de la tarde.
Luego de escuchar y ver por redes el asesinato de Dilan Cruz a manos de un agente del Esmad, que le disparó por la espalda e impactó su nuca con un proyectil de un arma letal, decidí salir de nuevo a protestar, a moverme contra la corriente, contra la violencia de un Estado patriarcal incapaz, impotente; otra vez salí a marchar en el barrio, a nivel local. Me encontré de nuevo, y por pura casualidad, a las, los y les parceres de la organización de base juvenil, con quienes marché dos noches atrás. Ellas, ellos y elles prefieren mantener el anonimato en este artículo, pues han sido objeto de amenazas e intimidaciones muy serias. Yo no hago parte de su organización y, aunque no puedo mantener el anonimato, prefiero definirme y me identifico como un pobre ñero ilustrado. Cuando nos saludamos, comenté lo que había sucedido con Dilan Cruz, y ya varios y varias lo sabían; supimos que venía lo peor para este muchacho. Empezamos a marchar desde una loma de por aquí, de las que están llenas de casas, una junto a la otra.
Para Dylan…
Mientras miraba el fútbol que televisaron, me imaginé cómo sería salir hoy con cacerolas, con mis gaitas, con mis hijos: la locha se fue cuando me enteré de lo que le hicieron a Dylan. Lo mostraron en CityTv, casi en vivo. Salí, escuché un tambor y me uní a compañeras que apenas conocí el 21. Soy egresado de universidad pública, pero nunca he estado de acuerdo con la violencia, porque no estoy libre de pecado, de manchas, de equivocaciones.
Empezamos siete, diez, quince, veintidós y un niño, su hermana, vecinas, vecinos. Desde el Rafael hasta el Uribe Uribe, ya éramos cien en las “casas cafés”, doscientos en el barrio Bachué, y adelantico ya éramos quinientos. Cuando llegamos al parque Jaime Garzón ya éramos mil quinientos protestantes. Hablamos, nos miramos a la cara, saludé a vecinos y amigos, reí; me encontré con mis hijos, fui “refeliz”. A pesar de lo que sucedió con Dylan. (Diario de campo 1)
Marchamos con les compañeres de esta organización de base contra la agresión policial; reclamamos respeto por los y las marchantes y no solo de la policía agresora, que en este país ha basado su modo de operar en la política del enemigo interno (Appadurai 2007; Bauman 2011), como sucede en los Estados “posmodernos”. Sin embargo, siento que algunos autores posmodernos, que describen la “condición” en la que estamos o debemos estar los marginados del mundo, paradójicamente refuerzan el miedo que las personas con un poco más de recursos que la mayoría de la población tienen desde su posición como autores o intelectuales de la primera línea global. A propósito, Bauman (2011) plantea que en nuestras sociedades modernas y líquidas “un extraño, a fin de cuentas, es extraño, un ser bizarro y enigmático cuyas intenciones o reacciones podrían ser completamente distintas de las que tienen las personas que vemos todos los días” (86). Se trata de una argumentación exagerada que no concuerda con la realidad de las marchas y de lo que han expresado muchas personas en torno a este movimiento.
Desde quienes impactaron artísticamente y resignificaron el monumento de Los Héroes en la calle 80 de Bogotá, hasta las “pequeñas” marchas en los barrios y localidades del país, se hizo evidente un sentimiento de solidaridad y respeto, que fue tan intenso entre las y los nadie que logró unificar diversos grupos barristas del fútbol y estudiantes de universidades públicas y privadas, incluso ñeros y gomelos en un fenómeno antropológicamente muy interesante. Debo confesar que me impactó el nivel de solidaridad y de empatía que me demostró ese grupo de líderes sociales de mi barrio; como pobre ñero ilustrado marché con ellas, ellos y elles ese día, el 23 de noviembre de 2019, el día en que le dispararon a Dilan. Estuvimos conectados mediante un grupo de WhatsApp, que hasta hoy en día permanece activo. En las marchas, la solidaridad, en cierto sentido, se acrecentó y se fortaleció desde antes de la pandemia: en las marchas de este barrio y de esta localidad, las organizaciones de base pudieron convocar, activando una red de células de organizaciones, 20 o 25.000 personas en esa semana de “marchas”, manifestaciones e indignación.
Durante esa semana, escribí un poco más y empecé a leer sobre feminismo; encontré una antropología más “emotiva”, que me permitía darme valor como profesional de antropología social, valor como autoetnógrafo: valor al heterónomo -o alias- de pobre ñero ilustrado. Encontré que,
como han analizado diferentes autoras, la antropología posmoderna rechaza o infravalora las contribuciones de perspectivas feministas, las nociones de otredad e identidad en el proceso de trabajo de campo, así como las propuestas de reflexividad y escritura etnográfica experimental. (Gregorio 2006, 23)
El feminismo me confrontó en mi rol como padre y como antropólogo, como actor social y cocinero en las ollas comunitarias. Al tiempo que marchaba para transformar un Gobierno, encontré en el espejo varios aspectos ocultos de mi personalidad, que definitivamente se anclaron a concepciones machistas y patriarcales de mi propio mundo.
Después del 23 de noviembre, se fue gestando una semana de indignación y de lucha, de rabia y de dignidad. Esa semana fue la semilla para transformar la historia de este país; fue la semilla que permitió que fluyera en mí una antropología más emotiva y capacitada para construir. El domingo 24 nos instalamos en un parque de la localidad, hicimos un mandala en honor a Dilan, en el que muchas personas de la vecindad pusieron velas que la iluminaron y la llenaron de vida, de presencia; con esta vela compensaron el silencio que nos han impuesto, como reacción culturalmente válida ante la barbarie. Las nuevas generaciones, los movimientos sociales étnicos, ambientalistas, feministas y populares nos han impulsado a desnaturalizar la violencia, el machismo y el consumismo como pilares de la cultura nacional. Todos los días de esa semana marchamos, y la mayoría de la localidad nos apoyó con su presencia en los “no lugares”.
A finales de ese año, pude participar como tallerista en una “novena alternativa” que buscaba promover valores comunitarios: talleres con los niños, trabajo comunitario y las llamadas “ollas” enriquecieron mi vida durante nueve días en diciembre. Ya en marzo de 2020, la ineptitud del Gobierno saliente comenzó a cobrar vidas por las ineficaces medidas de contención frente al covid-19. El país se detuvo, pero las masacres de líderes sociales no lo hicieron.
Figura 3: Dilan no murió…
Colombia se enfrentó a la pandemia y a las masacres de líderes sociales, y yo recurrí de nuevo a la zapatería. Como señala la ONG Temblores, la respuesta del presidente Duque frente al asesinato de líderes sociales fue de orden semiótico: “Muchas personas han dicho: ‘volvieron las masacres, volvieron las masacres’, primero hablemos del nombre preciso: ‘homicidios colectivos’” (Temblores 2022, 3). Las marchas se reactivaron, y en lo que se conoce como “la masacre del 9 de septiembre”, murieron al menos trece personas en Bogotá (Temblores 2022), mientras que Duque visitaba los CAI -o Centros de Agresión Inmediata-, como los conocemos los ñeros y las ñeras. Para los policías, en la noche fatídica del 9S, lo importante era luchar violentamente contra la “inseguridad” de aquellas “minorías” que protestaban, extrañas y peligrosas. La policía colombiana agredió a más de cien personas durante esa semana. En todo el país fueron más de treinta las personas asesinadas, mujeres y hombres que perdieron uno de sus ojos -por causa de municiones como la que asesinó a Dilan-, jóvenes arbitrariamente desaparecidos y mujeres agredidas sexualmente: es imposible no inferir la sistematicidad en estas acciones. Como ñeras y ñeros, conocemos la sistematicidad de las agresiones de los “tombos” -o policías-.
TRABAJO DE CAMPO SOBRE EL ABUSO POLICIAL
Bauman (2011) plantea que “[l]os pobres no forman una comunidad. En lugar de unirlos, la miseria los separa y los divide. Los pobres soportan individualmente sus penas, así como se los acusa individualmente por sus derrotas y miserias” (204); en contraste, Sandra Borda (2020) percibió cierto ambiente de solidaridad y unión que se generó durante las marchas y protestas en el Gobierno de Duque; en su texto, Marchar para avanzar, la autora revela el apoyo fundamental que recibió el Comité de Paro cuando se sumaron a las protestas y a las dinámicas del movimiento los estudiantes de universidades privadas y de otros sectores empresariales de la sociedad.
Hoy, 15 de julio de 2022, he tratado de liberarme de esa serie de condicionamientos y etiquetamientos que me hicieron o que me llevaron a identificarme como macho, resignado, superfluo, marginal, excluido, sobrante, e incluso “desperdicio humano”, según algunos autores posmodernos a los que he intentado leer bien. Así somos nosotres, las y los ñeros, tratamos de leer a las personas: también gran parte de los y las antropólogas espero que lo hagan. Leer las intenciones de la gente no requiere etiquetarla, sino sentirla; la teoría feminista colombiana también critica la excesiva diferenciación y caracterización de la suspicacia posmoderna sobre nosotros, las y los nadie. Al analizar el concepto de la “diferencia” en la antropología, Viveros y Zambrano (2011) han demostrado que ese falso afán del reconocimiento a las múltiples diferencias tiende a eclipsar la política de redistribución como objeto de luchas políticas.
Una excesiva necesidad de etiquetar, nombrar y, con este hecho intentar dominar a quienes hacemos parte del modelo de identidad nacional, colonialista, capitalista y machista se ha extendido a todos los ámbitos políticos económicos y culturales e, incluso, académicos de nuestra identidad: más específicamente eso pretende ser parte de nuestra identidad como “comunidad imaginada”, en todos los ámbitos o expresiones. Lo que quiero decir es que el feminismo permite una identificación de mi excepcionalidad como antropólogo y me permite reconocer la excepcionalidad de los demás seres humanos, sin caer en la diferenciación y etiquetamiento; el amor y los procesos sociales son clave para la transformación interna y social.
La policía nacional, en la actualidad condicionada por la “doctrina del enemigo interno” y adolorida por las expresiones de rechazo que generaron sus mismas acciones, se ha hecho más peligrosa para la sociedad civil que antes. Por esos días se ahondaron las diferencias y las etiquetas en la sociedad y los medios de comunicación. Durante las marchas, los CAI se convirtieron en centros de tortura inmediata, en hechos que quedaron grabados en video y fueron compartidos en redes sociales. Por el grupo de WhatsApp de la protesta, me llegaron los videos de un joven músico torturado en un CAI de Cali, y el de una chica retenida de manera arbitraria y violenta por cinco policías, llevada a una estación de policía, y que posteriormente se suicidó (Quesada 2021).
La institución policial colombiana, lejos de proteger el bienestar y la seguridad de ciudadanos y ciudadanas, los etiqueta y atenta contra sus derechos más fundamentales: se ha convertido en una guarida institucionalizada a la que van a parar, inicialmente como patrulleros, hombres y mujeres que en su mayoría se identifican fanáticamente con las estructuras y mitos patriarcales; que hacen prevalecer la violencia como argumento para el control; que valoran las personas y se dirigen a ellas de manera diferenciada según su clase social. No es arriesgado asegurar que la mayoría de policías busca realizarse por medio del consumo, de la adquisición desmedida de objetos, mercancías o experiencias, como se acostumbra ahora. Esta es una institución que emplea la violencia y la estigmatización de forma sistemática, contra la población que jura proteger: solamente un pobre ñero ilustrado podría experimentar en el campo -o “la calle”, o en los barrios, en las lomas y en los huecos de Bogotá- cómo la policía permanentemente emplea la fuerza y el terror contra aquellos y aquellas que amenacen el orden establecido.
El 14 de mayo de 2021, alrededor de las 9 de la noche, llegaba a mi casa luego hacer las compras para la cena y el almuerzo del siguiente día, y mientras caminaba con la madre de mis hijos noté un “matrimonio” -como nombramos a cada patrulla motorizada por aquí que vienen a imponer su poder y etiquetamiento-. Requisaban de manera abusiva e ilegal a dos mujeres jóvenes y a un chico:
¿Requisaron al muchacho, luego la muchacha, y luego… la niña? ¿Cómo mierdas? ¿Es mi hija? Corrimos con la mamá de mis hijos, empujaron la muchacha, no sé si le pegaron en la cara. El muchacho comenzó a grabar, ellos se acercaron a él, le querían quitar el celular. Llegamos, le di mi número celular y le dije que por favor me enviara el video… pensé en regresarme a la casa a recoger mi celular, pero vi a un “tombo” con las esposas en la mano, me pareció demasiado. Me dijeron que les quería poner un parte, por fumar, y un policía me mostró un pucho muy pequeño de marihuana. Los tombos quisieron parar el tropel que se les estaba armando y llamaron refuerzos, pues se les salió de las manos la situación.
Carolina, la mamá de mis hijos, me empujaba para el apartamento cuando vio que se acercaba otra patrulla para detenernos a todos. (…). El chico siguió grabando; nosotros tratamos de regresar a la casa (para recoger los celulares y grabar), pero no pudimos cuando vimos que subieron al chico a la patrulla, a punta de patadas; estábamos muy atemorizados porque ayer, una chica de 17 años, en Popayán, se suicidó después de que, al parecer, abusaron de ella en medio de una detención arbitraria. Con la mamá de mis hijos comenzamos a gritar, y la gente salió por las ventanas, salieron de sus apartamentos y grabaron algunas cosas. Compartí con un comité de derechos humanos de la localidad los videos que grabó una vecina. Según las averiguaciones, estas chicas y el chico fueron detenidos bajo la figura de Traslado por Protección del actual Código de Policía Nacional. (Diario de campo 4)
Después de este evento, recibí una serie de amenazas por medio de llamadas a mi teléfono celular: tuve que cambiar mi número telefónico y cerrar mi correo electrónico personal junto a dos o tres redes sociales que utilizaba; fueron ocho o nueve meses de llamadas anónimas y amenazas que nombraron a mis hijos entre 2021 y 2022, todo motivado por defender a dos muchachas y a un chico que eran objeto de abuso policial. No estaba tan asustado, pues fue, muy seguramente, un “tombo” aburrido de sí mismo, aunque en mi barrio se refrescan los murales de quienes han sido asesinados o desaparecidas por fuerzas paraestatales.
La sociedad nacional se escandalizó cuando circuló un video que mostraba a dos policías ejerciendo uso excesivo de su fuerza contra un abogado llamado Javier Ordóñez el 8 de septiembre de 2020; los policías lo torturaron, según investigaciones posteriores, dentro del CAI, y producto de estas lesiones el abogado perdió la vida al siguiente día (Pardo 2020). Este hecho, en el que fue primordial la grabación en video, motivó en gran parte las marchas del 9 de septiembre; sin embargo, si la sociedad nacional se indignara de esta manera con cada caso de abuso policial, cometidos en comunidades empobrecidas, en las comunidades de los y las nadie, no tendríamos una semana sin marchas en el país. Respeto profundamente el dolor de la familia Ordóñez; no obstante, ñeras y ñeros de por aquí sabemos que los abusos policiales suceden a diario, sin que los Gobiernos hagan lo suficiente para investigar o para prevenir este tipo de acciones. Las clases empobrecidas e invisibilizadas, las y los nadie, las y los ñeros no vemos a la policía como agente protector, sino como una institución de agentes que oprimen y agreden con mayor frecuencia a las personas de menores recursos.
Vivimos tiempos violentos y, para aquellas personas históricamente empobrecidas, la modernidad no se ha sentido líquida y nos invita, desde los movimientos sociales, desde las comunidades campesinas, desde organizaciones indígenas y feministas, a resistir todos estos atropellos y luchar contra ellos, construyendo con conciencia y respeto.
APÉNDICE: ESCRIBIR CON LAS MARCAS DE LAS ESPOSAS: O TRABAJO DE CAMPO, SIN QUERER QUERIENDO
Figura 4: Trabajo de campo, sin querer queriendo
Justamente el 15 de julio de 2022, me levanté temprano con el propósito de terminar el artículo, puliendo detalles de ortografía, normas de citación, y con el ánimo de acentuar una o dos reflexiones descritas en el texto -en realidad, había escrito poco-. Salí, casi en pijama, como se acostumbra en mi amado barrio, a comprar la masa para las arepas del desayuno, y en mi chaqueta encontré “la pata”: diez o quince milímetros de marihuana que me sonrieron en una mañana soleada. Tres o cuatro “ploncitos” después, sucedió lo que describo en mi diario de campo.
Eran como las ocho de la mañana; caminaba por la acera y me detuvo un “tombo”, por la espalda. De manera agresiva me sujetó, eran dos de ellos. Tiré mi porro al suelo, ni siquiera me requisaron bien y de una vez me esposaron; “¿y esto es necesario?”, “sí, porque usted está alterado”. Sentí inmediatamente que algo me podía ocurrir; las y los ñeros sabemos cuidarnos de los “tombos”; las y los antropólogos sabemos cuándo el poder trae algo entre manos: así lo sentí. Las marcas de sus esposas aún me duelen.
“Es que está fumando en vía pública… claro, llame refuerzos, huevón”. No tenían derecho a tomarme de las esposas como si fuera un delincuente a punto de ser prófugo. Cuando llegó el otro matrimonio, intentaron subirme a una moto; pensé, “debo tranquilizarme” y accedí a subirme en la moto para que no me halaran de las esposas. Pero me volví a poner “trucha”, “abeja”, pues escuché a uno de los refuerzos decir: “llevémoslo para allí y miramos”. Me querían cascar; los del sur, las y los nadie sabemos que significa todo esto. Si se les da la gana, me matan. Así es la calle, las y los ñeros lo sabemos.
De una, grité a los pocos transeúntes: “ayuda, no me dejen llevar”. Un niño, de unos ocho o nueve, estaba grabando y me hizo con su otra mano la seña del pulgar hacia arriba. Los policías se dieron cuenta y se molestaron tanto que me obligaron a sentarme en la acera. Ellos tenían mi cédula. Mientras se reunieron a hablar, aproveché y con las manos esposadas pude tomar mi celular y llamar a mi hija o a mi hijo. La llamé a ella: “Hija, estoy en el semáforo, llame a David, de la organización para que me ayude con el comité de Derechos Humanos (…)”, mientras se giraban para mirarme le dicté el número de placas y de chaleco. Se molestaron aún más, ya no podían contener la rabia esos cuatro hombres; debo reconocer que solo tres estaban muy agresivos; con esa rabia contenida, machista, violenta.
Se vieron obligados a llamar al carro patrulla para el traslado; llegaron mis hijos y empezaron a grabar. “Es un traslado por protección”, repetían los policías. Se vieron obligados a mediar: pero un tombo nunca olvida. “Los tombos son unos hijueputas vaya, vaya”, dice una canción de salsa choque (AndressDj, El Flaco & Su Ponche, 2019). Me llevaron al CAI, los centros de agresión inmediata; los lugares de terror y homicidio. En un calabozo me encerraron, sin soltarme las esposas. Sadismo, tortura y abuso. Y eso que estaban contenidos, pues en mi billetera vieron el escudo de la Universidad Nacional.
Llegaron mis hijos al CAI: “Si está calmado, le suelto las esposas; ¿está calmado o no? Por eso lo trajimos acá. Porque usted estaba mu alterado”. Mi hijo con voz gruesa lo escuché decir ante las críticas de los policías: “No, no, no, yo no copeo -sigo en mis asuntos, no me desvío- de nada”. Y a casa a escribir. (Diario de campo 6)
Recuerdo, de manera particular, una mujer policía que decía a sus compañeros dentro del CAI: “¡Llévenlo a la UPJ mi teniente, llévenlo!”. Ella no participó del operativo y estaba allí cuando me llevaron detenido de manera arbitraria; de hecho, ella abrió el calabozo para que me empujaran ahí adentro. Antes de salir de allí, ya estaban siete agentes de policía preguntando, sugiriendo y tratando de atemorizarnos: cuando salimos, la única mujer agente de policía se puso a lavar algunos tapetes en la parte de atrás de CAI, mientras parecía renegar de su suerte.
CONCLUSIONES
Algunos de los alcances y las victorias de los movimientos sociales, estudiantiles y obreros de Colombia no pueden ser leídos de manera adecuada con los aportes -que a veces parecen clasistas- de las mejores posturas teóricas posmodernas. Las protestas, las expresiones de inconformidad y las actitudes que celebran la identidad de las y los nadie de este país parecieran ser contrarias e intimidantes para un sector de la sociedad ultraconservador y fuertemente resguardado por las doctrinas, actitudes y opresión que ejercen contra las y los pobres, ñeras y ñeros, quienes nos consideramos minorías -que al parecer somos mayoría y cambiamos la historia de este país, al permitir el primer Gobierno de centro izquierda de Colombia-. La sutil, repetida y naturalizada fuerza del destino -principalmente de los y las nadie- en la postura posmoderna es completamente contradictoria, ontológicamente, a cualquier movimiento social. Las personas que hemos caminado, ñeras y ñeros, hemos aprendido de las feministas que no es prudente ni tan importante imaginar el destino, pues lo importante es despertar y marchar, hoy, aquí, ahora.
Ahora bien, aunque he disfrutado y aprendido hasta las lágrimas de las ideas de Marta Zambrano, Margarita Durán, Mara Viveros, Angela Davis, Gina Dent, Josefina Martínez y Cynthia Burgueño, o Paola Tabet, y aunque quiera conocer más de Franklin Gil, y empezar a entender que el feminismo es para todo el mundo, como lo sugiere Bell Hooks, no creo que pueda considerarme, aunque sí identificarme, como feminista. Puedo afirmar lo evidente, y lo que ya han planteado otras mujeres en estudios feministas. Esas descripciones postmodernas que ya cumplen algo más de cinco décadas parecieran incapaces de asimilar los cambios socioculturales que se han gestado en este mismo tiempo: el activismo ha sido fundamental, pero no lo suficientemente reconocido, para entender y asimilar las victorias de los movimientos -principalmente feministas-, para que se consoliden los derechos de las mujeres, comunidades LGTBIQ+, comunidades empobrecidas o racializadas, o las victorias del movimiento ambientalista que han limitado el uso de pesticidas y el uso indiscriminado de bolsas de plástico, y pronto una reducción radical en el uso de combustibles fósiles.
El abuso policial a lo largo y ancho del territorio es, cuando menos, evidente y necesario para mantener los órdenes establecidos; hace falta mucho más que una reforma al Código de Policía o capacitaciones en Derechos Humanos, para que pueda sentirse en las calles de los barrios y comunidades algo de tranquilidad cuando pasen las patrullas con su deseo de diferenciar, etiquetar, violentar y controlar a ñeras y ñeros, a las y los nadie.
Los oficios del cuidado se han redistribuido en la casa trípode; mi hija y mi hijo se han responsabilizado de algunas labores y hemos descartado otras. Negociamos algunas cosas para que yo volviera a hacer arepas. Ahora me queda tiempo para leer, e intento escribir como pobre ñero ilustrado; sin embargo, a veces creo que lo que sucedió es que extendí esa esclavitud de los oficios del cuidado a mi hija y a mi hijo, mientras que elles me motivaron a marchar.
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
Fuentes empíricas
Referencias
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Fuentes empíricas
Diario de campo 1: diario de campo, noviembre y diciembre de 2019, Bogotá
Diario de campo 4: diario de campo, mayo y junio de 2021, Bogotá.
Diario de campo 6: diario de campo, junio y julio de 2022, Bogotá.
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