Publicado

2023-09-21

Entre aguas: relato reflexivo y musical sobre el paro nacional y la lucha por cambiar los sentidos del narco estado paramilitar entre el país y Ayapel

Between Waters: a Reflexive and Musical Account of the National Strike and the Struggle to Transform the Narco Paramilitary State in Colombia and Ayapel

Entre águas: história reflexiva e musical sobre a paralisação nacional e a luta para mudar os sentidos do narco estado paramilitar entre o país e Ayapel

DOI:

https://doi.org/10.15446/mag.v37n2.110661

Palabras clave:

Ayapel, cantautoras/es colombianas/os, etnografía sonora, Estado, estallido social, hegemonía, sentido común, historia reciente, música de protesta, narcoestado paramilitar. (es)
Ayapel, Colombian singer-songwriters, sound ethnography, the State, social upheaval, hegemony, common sense, recent history, protest music, narcoparamilitary state. (en)
Ayapel, compositoras/es colombianos, etnografia sonora, Estado, protesto social, hegemonia, senso comum, história recente, música de protesto, narcoestado paramilitar (pt)

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Autores/as

  • María del Mar Narváez Corporación Universitaria Minuto de Dios

Este artículo narra y recrea el paisaje sonoro del estallido social de 2021 en Colombia, particularmente en Ayapel, departamento de Córdoba. A partir de mis experiencias previas y durante el Paro Nacional, y a la luz de las nociones de Estado, hegemonía y sentido común de Gramsci, analizo cómo el paramilitarismo y el narcotráfico han contaminado la cultura política nacional y han normalizado en la vida cotidiana el paraestado y el narcoestado. Para ello, me detengo en algunas de sus expresiones durante el estallido social contemplando la historia reciente del país y la región. A su vez, introduzco las canciones que sonaron durante el estallido social para rememorar este movimiento transformador a través de la escucha de las emociones, significados y expectativas de las y los manifestantes mediante las voces de artistas y cantautores contemporáneos en el país.

This article narrates and re-creates the soundscape of Colombian social upheaval in 2021, specifically in Ayapel, Córdoba. Drawing from my prior experiences and observations during the National Strike of 2021, and Gramsci’s notions of the State, hegemony, and common sense, I analyze how paramilitarism and drug trafficking have infiltrated the national political culture and normalized the paramilitarystate and narco-state in everyday life. I examine some of the expressions of the narco-paramilitary State during the social upheaval, considering Colombia´s and Ayapel´s recent histories. At the same time, I introduce the songs that resonated during the social upheaval and evoked the transformative movement. I delve as well into the emotions, meanings, and expectations of the demonstrators through the voices of contemporary Colombian artists and singer-songwriters.

Este artigo narra e recria a paisagem sonora do protesto social de 2021 na Colômbia, particularmente em Ayapel, departamento de Córdoba. Com base em minhas experiências anteriores e durante a Paralisação Nacional, e à luz das noções de Estado, hegemonia e senso comum de Gramsci, analiso como o paramilitarismo e o narcotráfico contaminaram a cultura política nacional e normalizaram o para-estado na vida cotidiana e o narco-estado. Para isso, detenho-me em algumas das suas expressões durante o protesto social, contemplando a história recente do país e da região. Por sua vez, apresento as músicas tocadas durante o protesto social para comemorar esse movimento transformador por meio da escuta das emoções, significados e expectativas dos manifestantes por meio das vozes de artistas e compositores contemporâneos do país.

Recibido: 25 de septiembre de 2022; Aceptado: 14 de abril de 2023

RESUMEN

Este artículo narra y recrea el paisaje sonoro del estallido social de 2021 en Colombia, particularmente en Ayapel, departamento de Córdoba. A partir de mis experiencias previas y durante el Paro Nacional, y a la luz de las nociones de Estado, hegemonía y sentido común de Gramsci, analizo cómo el paramilitarismo y el narcotráfico han contaminado la cultura política nacional y han normalizado en la vida cotidiana el paraestado y el narcoestado. Para ello, me detengo en algunas de sus expresiones durante el estallido social contemplando la historia reciente del país y la región. A su vez, introduzco las canciones que sonaron durante el estallido social para rememorar este movimiento transformador a través de la escucha de las emociones, significados y expectativas de las y los manifestantes mediante las voces de artistas y cantautores contemporáneos en el país.

Palabras clave:

Ayapel, cantautoras/es colombianas/os, etnografía sonora, estallido social, hegemonía, historia reciente, música de protesta, narcoestado paramilitar, sentido común.

ABSTRACT

This article narrates and re-creates the soundscape of Colombian social upheaval in 2021, specifically in Ayapel, Córdoba. Drawing from my prior experiences and observations during the National Strike of 2021, and Gramsci’s notions of the State, hegemony, and common sense, I analyze how paramilitarism and drug trafficking have infiltrated the national political culture and normalized the paramilitary-state and narco-state in everyday life. I examine some of the expressions of the narco-paramilitary State during the social upheaval, considering Colombia´s and Ayapel´s recent histories. At the same time, I introduce the songs that resonated during the social upheaval and evoked the transformative movement. I delve as well into the emotions, meanings, and expectations of the demonstrators through the voices of contemporary Colombian artists and singer-songwriters.

Keywords:

Ayapel, common sense, Colombian singer-songwriters, hegemony, narcoparamilitary state, recent history, social upheaval, sound ethnography, the State, protest music.

RESUMO

Este artigo narra e recria a paisagem sonora do protesto social de 2021 na Colômbia, particularmente em Ayapel, departamento de Córdoba. Com base em minhas experiências anteriores e durante a Paralisação Nacional, e à luz das noções de Estado, hegemonia e senso comum de Gramsci, analiso como o paramilitarismo e o narcotráfico contaminaram a cultura política nacional e normalizaram o para-estado na vida cotidiana e o narco-estado. Para isso, detenho-me em algumas das suas expressões durante o protesto social, contemplando a história recente do país e da região. Por sua vez, apresento as músicas tocadas durante o protesto social para comemorar esse movimento transformador por meio da escuta das emoções, significados e expectativas dos manifestantes por meio das vozes de artistas e compositores contemporâneos do país.

Palavras-chave:

Ayapel, compositoras/es colombianos, etnografia sonora, Estado, hegemonia, história recente, música de protesto, narco-estado paramilitar, protesto social, senso comum.

EL PRIMER ESTALLIDO

La primera parte del estallido social fue el 21 de noviembre (#21N) de 2019. Nunca vi tanta prevención por una “marcha”: el Gobierno de Iván Duque ordenó restringir todas las fronteras, se autorizaron toques de queda en todo el territorio y se acuartelaron las fuerzas militares (BBC Mundo 2019). El Paro Nacional fue un jueves y salieron a las calles los niños al norte más norte de La Guajira, las mujeres del sur, del sur de Nariño, y las ciudades se volvieron ríos humanos.

Yo vivía en Bogotá en 2019 y fui con varios amigos a la marcha; nos vimos a la altura de la Universidad Javeriana. Me emocionaba estar en el Paro Nacional, pues siempre tuve voluntad para asistir a protestas. Mis años de universidad en Bogotá, de 2011 a 2016, coincidieron con el Proceso de Paz entre el Gobierno nacional y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC). Estuve en casi todas las marchas de esos años; quizá falté a alguna por ocupaciones o desinformación, pero estuve en el paro campesino, camionero, de maestros y de la salud, así como en marchas indígenas, LGBT, animalistas, antitaurinas, feministas y, por supuesto, las marchas estudiantiles, incluso aquellas que eran por la paz y en contra de aquél NO, que todavía nos duele, donde la arenga era “el que no salte no quiere la paz”.

Pero las arengas que escuché ese 21 de noviembre eran diferentes a las de otras marchas. Con fuerza y ganas gritábamos en las calles: “¡Que lo vengan a ver, que lo vengan a ver, esto no es un Gobierno son los paracos en el poder!”, y “¡A parar para avanzar, viva el Paro Nacional; a parar para avanzar, viva el Paro Nacional!”. En la noche, cuando volví a casa, el ruido de cacerolas me alertó; busqué en redes y supe que era una forma de protestar, desde las casas, en los balcones. Esa noche lloré de felicidad. Y con el ánimo conmovido, escuché a unos muchachos con acento rolo, que sacaban el cuerpo por la ventana de una camioneta, y al son de las cacerolas de cocina gritaban: “Uribe, paraco, el pueblo está verraco”. Después entendí que escuchar esa arenga en pleno corazón del norte pudiente de Bogotá significaba una sacudida.

El 22 de noviembre fue la noche del “¡Se quieren meter a mi conjunto!”. El pánico se movió rápido con las redes sociales; tomé un taxi colectivo en el Parque de los Hippies y llegué al norte. Las autoridades de la ciudad habían decretado toque de queda por los disturbios. La red se inundó de denuncias de que los manifestantes del paro querían robar casas; el olor a los gases, los sonidos de explosión y las sirenas de los conjuntos generaron caos. Los vecinos, vestidos de camisetas blancas, salieron a proteger con palos de escoba la reja electrificada de tres metros, que divide una esquina de ese conjunto con la autopista norte. Caímos en la trampa; nos jugaron con las emociones; nos sembraron el miedo. Entendimos cómo lo han venido haciendo en todos los rincones del país.

Un día después, el 23 de noviembre, nos mataron a Dilan Cruz. Las manifestaciones siguieron todos los días. El 8 de diciembre se sumaron los famosos con un #CantoXColombia, y llenaron la ciudad de música, con la cordobesa Adriana Lucía, la de la canción No hay una vida que no nos duela 2021. En el Paro Nacional iba la minga indígena del Cauca cantando: Ahí iba yo, junto a esa tarima rodante. La música siguió, las cacerolas también, así que con mis compañeras de trabajo planeábamos las la- bores para después ir al Paro Nacional.

¡Guardia, guardia,

fuerza, fuerza,

por mi raza,

por mi tierra!.

EL PARO NACIONAL DE 2021

El 28 de abril de 2021, en plena pandemia del coronavirus, la sociedad estalló. La pandemia nos había dejado dos realidades: por una parte, una gran parte de la sociedad ponía banderines rojos en las casas donde no quedaba nada de comer (Herrero 2020) y, por otra, se incrementó la afición a las redes sociales y al celular para conectarse con el mundo. Con ese panorama nuevo, el Paro Nacional revivió.

A pesar de estar en plena crisis del coronavirus, la segunda parte del estallido movilizó un número mayor de personas, una diversidad de sectores en todas las ciudades del país que, desde las redes sociales y las calles, se fue a Paro Nacional movida por el cansancio generalizado que dio pie a uno de los acontecimientos colectivos más importantes en nuestra historia reciente. Las artes con el cuerpo y la música, así como el performance en las calles y las letras en forma de contenidos en las redes sociales, fueron la estrategia que usamos como sociedad para revolcar este estado. El monumento a la resistencia erigido en Cali da cuenta de esta sacudida artística (Las 2 Orillas 2021b).

Cuando se dio el estallido, yo estaba en Ayapel (Córdoba). La pandemia había provocado que muchas regresáramos a nuestros pueblos de nacimiento, así que observé el Paro Nacional desde el celular; seguí todas las noches los “en vivo” de Facebook en Bogotá, Medellín y Cali, y vi la creación de Puertos de Resistencia -espacios tomados por manifestantes como centros de encuentros para la alimentación mutua, la protección y preparación para los enfrentamientos con la fuerza pública, al tiempo que se consolidaban como escenarios en constante protesta-. Alrededor de tres meses duró el Paro Nacional. Se dieron a conocer las Primeras Líneas de manifestantes que se ubicaban adelante con escudos, guantes, gafas y cascos de protección cuando las fuerzas antidisturbios estatales llegaban a contrarrestar las manifestaciones.

En Ayapel el Paro Nacional también se sintió, ya que por la pandemia los estudiantes universitarios, la mayoría hijos e hijas de profesores y profesoras, que hemos tenido la posibilidad de ingreso a la universidad, estábamos en el pueblo. Cercanos al espíritu clásico de las protestas en el país, movidas por universitarios y sindicatos, los y las estudiantes generaron la primera iniciativa de Paro Nacional en Ayapel, una marcha el 5 de mayo, ocho días después del comienzo del estallido, impulsados por la violencia policial registrada en videos de las redes sociales. La marcha comenzó temprano con sol ardiente y cielo despejado. Se llenaron de jóvenes las calles, todos con tapabocas y cartulinas con mensajes. Yo llevé un cartón con una pregunta de Robinson Díaz que encontré en Twitter: “¿Qué se siente ser tibio en un país ardiendo?”. Mi mensaje era para quienes no estaban en la marcha. Vimos malas miradas, burlas y curiosidad por donde pasábamos.

Al día siguiente, el 6 de mayo (#6M), nos sumamos a la velatón por las muertes y personas desaparecidas que la respuesta policial contra las manifestaciones iba dejando en las ciudades. Esa noche se fue la luz. Algunos conspiranoicos pensamos que fue a propósito. También estaba a punto de venirse un aguacero. Los y las jóvenes estábamos ahí, con velas y letreros; prendimos en medio de la oscuridad la luz, y la energía eléctrica volvió. Con un número importante de gente que comenzaba a llegar, tomaron el micrófono y leyeron los nombres de aquellos compañeros asesinados y desaparecidos en el Paro Nacional. Fue una noche emotiva, lo sentíamos en el ambiente, y con mis amigos preguntábamos desde el público “¿dónde están?”. El 11 de mayo de 2021 nos mataron a Lucas Villa, y con su muerte se nos removió la indignación ante los jóvenes pacifistas asesinados por protestar.

Los profesores y profesoras del sindicato de maestros son los encargados de los asuntos de las “izquierdas” en el pueblo. Desde la creación de la Federación Colombiana de Trabajadores de la Educación (Fecode) en 1959, los maestros del país han venido desarrollando acciones de movilización; en los años 60, con la influencia de los movimientos de izquierda en el continente, se establecieron corrientes políticas que permitieron la vinculación de otros trabajadores, hasta la llegada de la Constitución Política de 1991, cuando la lucha sindical mantuvo su carácter de movimiento con formas de organización, protestas y vinculación en las acciones políticas electorales del país (Pinilla 2012). Siempre he considerado que los docentes del pueblo están en un punto medio estratégico, pues son la élite trabajadora, no sostienen sus economías del paramilitarismo, pero sí trabajan con el Estado y padecen sus opresiones, además de tener acceso a información y organización social legítimas.

Junto con los estudiantes, los y las docentes generaron la segunda actividad del Paro Nacional: un cacerolazo nocturno el 14 de mayo de 2021 cuando docentes y jóvenes nos citamos en el parque del barrio Lleras, en motos o carros, detrás de una camioneta con parlantes de música y mensajes alusivos a las movilizaciones, e hicimos un recorrido por el pueblo. Recuerdo mucho que, cuando pasábamos por la casa de mis abuelos, mi abuelo, con quien tuve álgidas discusiones por el Paro Nacional al mostrarle los videos de las redes, se paró de la silla y apagó las luces del frente de la casa como gesto de desaprobación.

Los docentes, muy fieles a sus formas de organizar eventos, convocaron la última actividad que hicimos en el marco del Paro Nacional: la “Gran Jornada Pedagógica por el Paro Nacional”, así la llamaron. Trajeron sillas al parque principal y refrigerios. Esperaban a la juventud de los eventos anteriores, pero no llegaron; algunos nos sentamos en las sillas blancas y escuchamos el discurso de un líder del sindicato de maestros del departamento de Córdoba haciendo el balance de las movilizaciones.

El ánimo de seguir las manifestaciones comenzó a decaer. Las actividades espontáneas de algunos liderazgos dejaron de convocar acciones. Los profesores, al no recibir respaldo, dejaron de organizar eventos. Para los siguientes meses del Paro Nacional, en Ayapel solo quedaban las conversas sobre el tema y algunos contenidos en las redes sociales de quienes insistíamos en sostener de alguna forma la protesta. Fue mucho lo que se hizo, aunque parezca poco frente a otros lugares. Pienso que estas acciones generaron pequeñas sacudidas en la vida privada de las gentes del pueblo. Cuántos estaban de acuerdo y no iban porque podrían ser vistos por aquellos para quienes trabajaban; cuántos comenzaron a preguntarse qué pasaba; cuántos dejaron de saludar porque no compartían la postura; cuántos se asustaron por quienes íbamos a las marchas.

Cada posibilidad de reflexión es un logro para mí. Ahora bien, la diversidad de personas que recibieron las ciudades con el Paro Nacional, en Ayapel, no se vio. Las familias de los barrios llamados “populares” o “periféricos” no salieron a marchar, tal vez porque hay largas distancias entre el centro y los barrios, y no todos tienen moto; también por el desacuerdo, porque el apoyo directo al Paro Nacional en el pueblo fue pequeño, aunque siento que esto tiene mucho que ver con el contexto del municipio.

El Paro Nacional en Ayapel

Figura 1: El Paro Nacional en Ayapel

Fuente: Paro Nacional. Ayapel, Córdoba, 5, 6 y 14 de mayo de 2021. Archivo personal.

AYAPEL, UN PUEBLO ENTRE LAS AGUAS

Al extremo oriente del departamento de Córdoba, antiguo centro del pueblo Pan Zenú, queda Ayapel, un pueblo metido entre las aguas de su ciénaga, alimentada por los ríos San Jorge y Cauca, que atrae aves y manatíes; es rica en especies de plantas y de una gran variedad de pescados que habitan sus aguas. Este paisaje se mezcla con la planitud sabanera y deja ver amaneceres entre las nieblas y atardeceres enlagunados en la paz que solo las aguas ofrecen. La ciénaga de Ayapel se conecta con la región momposina, donde los antiguos zenúes vivían de las subidas y bajadas del agua; hoy sus anfibias poblaciones viven de la pesca y el ganado. Cuatrocientos ochenta y siete años de historia cumplió Ayapel, cuya arquitectura en las casas del centro poblado da cuenta de ese pasado que hace del pueblo uno de los más emblemáticos de la región.

Entre las aguas se esconde un paraíso que, como muchos otros del país, no ha estado ajeno al asedio de la violencia. Llevamos años reconociendo que en Colombia vivimos en un conflicto armado de varias décadas que nos ha dejado heridas profundas en la sociedad. Ayapel está ubicado al sur del departamento de Córdoba y es enclave principal para lo que tan bellamente el informe de la Comisión de la Verdad (2022) nombra como la Media Luna Norte: los municipios, veredas y corregimientos del bajo Atrato; el Urabá antioqueño; el nudo del Paramillo; el Bajo Cauca y el sur de Córdoba, cuyo control armado ha sido del paramilitarismo. Desde el surgimiento de las Autodefensas de Córdoba y Urabá a finales de los noventa, el paramilitarismo nunca se ha ido de esta zona, justamente por la facilidad que otorgan las conexiones acuáticas.

Los primeros grupos paramilitares se llamaron Los Tangueros, conformado por terratenientes paisas, ganaderos y políticos de la región del alto y medio San Jorge, que desde la mitad de los años 70 se veían asediados por la presencia de la guerrilla del Ejército Popular de Liberación (EPL). Este grupo paramilitar perpetró la masacre de Mejor Esquina, en Buenavista (Córdoba), el 3 abril de 1988. Cuando el EPL se desmovilizó en 1990, entraron las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) que, por la creación de Autodefensas Campesinas de Córdoba y Urabá (ACCU) en 1994 y las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC) en 1997, se fueron relegando a las montañas del Nudo del Paramillo, las cadenas montañosas del sur de Córdoba que se divide en la serranía de Abibe, la de San Jerónimo y la de Ayapel, y donde nacen los ríos Sinú y San Jorge (Orozco 2019).

Me pasa como a La Muchacha en su canción La sentada (2022):

yo aquí sentada

y todo tan paraco,

tan sucio tan verraco,

tan por debajo’e la mesa.

Desde la entrada de mi pueblo, también de otros en esta zona, en las paredes se leen las letras AGC, como quien marca aquello que le pertenece. Siempre tuve la idea de que eran grupos distintos; los Gobiernos para no decir paramilitares utilizaban el término Bacrim o bandas criminales, separadas, desarticuladas, diferentes. Pero en esta zona han sido los mismos. Después del Acuerdo de Paz de Santa Fe de Ralito, Córdoba, en 2005, un grupo importante de paramilitares quedó en operación. Dos años después, el 8 de enero de 2008, tuvo lugar la primera asamblea de cabecillas paramilitares en Necoclí, Antioquia, en la finca Las Guacamayas, para conformar en 2009 las Autodefensas Gaitanistas de Colombia (AGC) (2022).

Las AGC operan en más de 200 municipios, pero influyen fuertemente en unos 142; para 2012, por ejemplo, en el Clan Úsuga, Juan de Dios Úsuga, alias Giovanni, y Dairo Antonio Úsuga, alias Otoniel, encabezaban el Estado Mayor de las AGC que contaba con alrededor de 2000 hombres en sus filas. Para 2010, el control paramilitar en esta zona ya estaba consolidado. Lo que sí ha ocurrido son las divisiones internas en la organización, cuyas consecuencias caen violentamente sobre la sociedad no armada. Por ejemplo, una de las más antiguas estructuras de las AGC, el bloque Virgilio Arenas Peralta, se independizó del mando central, lo cual generó el conflicto en la zona entre este bloque, que también se autodenomina Caparros o Caparrapos, y los gaitanistas (Comisión de la Verdad, 2022).

Los picos de violencia en 2011, 2014 y 2017 han estado asociados a disputas territoriales entre grupos; sin embargo, las AGC controlan el 45% de la salida de cocaína hacia el resto del mundo y decenas de minas de oro ilegal. Además de multar y extorsionar en ciudades y zonas urbanas, tienen alianza con políticos locales para proyectos productivos, amenazas y negocios de lavado de dinero. El poder de las AGC en esta región no sería posible sin la actuación y responsabilidad del Estado, su fuerza pública, funcionarios y la sociedad en general. Es de amplio reconocimiento esta situación, tanto que el Plan de Desarrollo vigente de la Alcaldía de Tierralta, Córdoba, reconoce la “hegemonía del paramilitarismo en el departamento de Córdoba” como un problema que nos afecta (Miranda 2019).

El control social extendido y consolidado se dejó ver en los paros armados de 2012, 2016 y 2022 (Contagio Radio 2022). Las muertes por asesinato son frecuentes en toda la región. Cada tanto matan a alguien; ya es tan natural que no genera mayor agitación. También desaparecen personas, lo que tampoco genera mayor preocupación, y vivimos en los pueblos con la sombra de la violencia todo el tiempo, así no la veamos de cerca, así la aceptemos con un “seguro se lo buscó”. Ya los paramilitares no entran y masacran treinta personas como en los 90; ahora realizan una selección de víctimas, lo que les ha permitido hacernos creer que algunas muertes simplemente son necesarias (Comisión de la Verdad 2022).

En Ayapel el paramilitarismo controla todo: el comercio, el entretenimiento, etc. Cada tanto montan un nuevo bar, un nuevo restaurante, lo edifican en cuestión de días con máquinas, productos y decorados. Los paramilitares prestan plata, hacen “cobro jurídico”, gracias al miedo que producen, y mueven la economía del alcohol y el resto de las drogas. Controlan las rutas del narcotráfico, la minería ilegal y la extorsiones en toda la región (Orozco 2019). Si hay problemas entre vecinos, ellos se encargan; si sucede algo que conmueve a la gente, los paracos investigan y matan a quien supuestamente lo hizo, para que la gente tenga tranquilidad, sin mencionar que son aliados de todas las fuerzas sociales y políticas que coexisten en el pueblo. La mayoría son paisas; desde que soy niña, han sido paisas: son los dueños del lugar y siempre actúan como tal, y no pasa nada en el pueblo sin que ellos se enteren.

En medio de estas aguas revueltas se dieron las jornadas del Paro Nacional en Ayapel, al pie del paramilitarismo, bajo su hegemonía, con sus autorizaciones. Por eso, siento que el Paro Nacional es el resultado del cansancio colectivo que sentimos de vivir bajo el control de este narcoestado paramilitar, porque sí: en Ayapel hemos sido capaces de resistirnos con cuatro jornadas de movilizaciones, en un pueblo que por su historia, contexto y ubicación es el mejor lugar para ver, a escala local, la influencia paramilitar; en una región que históricamente se ha considerado como corazón del paramilitarismo. Si ahí se pudo movilizar acciones del Paro Nacional, es porque la indignación es grande.

EL TEST DEL NARCOESTADO

Las movilizaciones en Ayapel se quedaron quietas en mayo, pero el Paro Nacional siguió en todo el país, así que, motivada por esta voluntad, decidí que mi protesta sería en las redes. El 6 al 14 de julio hice un poemario por el Paro Nacional, para lo cual seleccioné ocho poemas sobre el conflicto, el desplazamiento, los paramilitares, la memoria, la violencia; los leí en algunos escenarios en los que realizaba cortos comentarios sobre el tema. Recuerdo el poema sobre la masacre de Chengue, en Sucre, de la poeta Camila Charry; se llama justamente Chengue (2019):

en la radio anuncian

que se han tomado al

pueblo, que

hubo explosiones,

restos de carnes

que se estrellaron

contra otros cuerpos.

El poemario lo escucharon mis amigos, mis contactos cercanos, y tuvo buena acogida, así que seguí creando contenidos.

Dos años después del primer estallido, el 24 de noviembre de 2021 monté en mis redes sociales un video al que llamé “Test del narco estado”. En ese momento había llegado al libro Dirigentes y dirigidos: para leer los Cuadernos de la cárcel de Antonio Gramsci (Almeida 2010a). Sentía que había encontrado respuestas a algunas observaciones que había realizado en mi pueblo con el Paro Nacional. La influencia de los paramilitares era evidente, pero no era a la fuerza, ya que a los demás parecía agradarles que así fuera. Sentía que yo era la única que estaba molesta y no siempre lograba expresarlo. La definición de Gramsci sobre Estado, hegemonía y sentido común me llegó como respuesta.

Antes concebía el Estado exclusivamente como los gobernantes (dirigentes) y en la universidad nos dijeron que el Estado también somos nosotros/as, la sociedad (los/as dirigidos/as). Pero no lograba dimensionar nuestro papel como parte del Estado, la instancia más importante para fijar los términos o las condiciones para mantener una “relación particular entre dirigentes y dirigidos” (Almeida 2010b, 82). Los dirigentes son quienes ocupan las instancias del poder, tanto aquellas del Gobierno -como alcaldías y ministerios- como aquellas que no lo son -como el sindicato de ganaderos o los socios de un equipo de fútbol-. Toda organización hace parte del Estado. Los dirigidos estamos en el plano de lo que podríamos llamar sociedad civil, o sea, la mayoría, y tenemos la potestad de establecer y servir de canal para lograr el mantenimiento del Estado.

En el trabajo de Gramsci (citado por Almeida 2010a), la sociedad civil no solo es parte del Estado, sino que también sirve de intermediaria y ayuda a pegar la esfera económica y la gubernamental. Si un Estado es una relación particular entre dirigentes y dirigidos, ¿cuál es el Estado aquí? La relación particular son los sucesos cotidianos del día a día y la historia reciente; eso es el Estado: una relación que mantenemos y establecemos en la sociedad. Los dirigentes son la sociedad política, Gobierno, rama judicial, fuerzas armadas; los dirigidos somos la sociedad civil, la vida privada, el trabajo, el círculo de amigos, las redes sociales, la universidad, los vecinos. En las relaciones humanas cotidianas reside la forma como reproducimos y mantenemos las maneras de reforzar el “orden”, y ahí pactamos con la forma en que funciona este Estado y lo reproducimos cotidianamente. Somos el Estado porque también lo trabajamos (Almeida 2010b).

Pensé entonces que si el Estado es la relación que tenemos entre todos y todas, la respuesta a mi pregunta se resuelve en la cotidianidad de las premisas que vamos estableciendo como verdades. Así, pasé algunas semanas pensando diez puntos en forma de test que dieran cuenta del Estado en que vivimos. Mi enunciado inicial fue “vivimos en un narco estado cuando…”:

a) “Cuando esos que dicen ‘no a las drogas’ son los mismos que la venden”. Muchos creen que al marihuanero “pobre” deberían matarlo, pero viven de la plata que deja el negocio de la cocaína;

b) “Cuando te has repetido mil veces la novela de Pablo Escobar y crees que ya conoces la historia del país”. Nos cuentan nuestra propia historia desde sus verdades, sus intereses, y lo permitimos, vemos El patrón del mal y creemos saber qué pasó con el Palacio de Justicia, quiénes era Lara Bonilla y los hermanos Ochoa.

Dice Omar Rincón (2009) que las narconovelas hacen parte de los relatos en una Narco.lombia, donde estas historias intentan decirnos que cada colombiano tiene un narco en su corazón. Este es un relato nacional que nos recuerda que somos parte del narcotráfico:

Lo narco es una estética, pero una forma de pensar, pero una ética del triunfo rápido, pero un gusto excesivo, pero una cultura de ostentación. Una cultura del todo vale para salir de pobre, una afirmación pública de que para qué se es rico si no es para lucirlo y exhibirlo. (160)

Las narconovelas no son inocentes. Nos están dando un supuesto reflejo de nuestra sociedad y es curioso que, en plataformas de entretenimiento como Netflix, en el top 10 de producciones más vistas en Colombia siempre esté El patrón del Mal, Escobar, El capo, El cartel de los sapos o cualquier otra. ¡Nos encantan!

c) “Cuando conoces un paraco que te cae bien o tienes tu paraco de confianza, por si se te meten al conjunto o algo así”. Lanzo esta premisa por observaciones que he hecho y he sentido de las personas a mi alrededor en Ayapel. Conocer a un paraco de élite es un acontecimiento importante y se habla con orgullo; es una pleitesía tal al traqueto que permitimos su intervención en la vida privada “resolviendo los problemas”.

d) “Cuando mi respuesta a todos los problemas es: ojalá maten a ese HP. Plomo es lo que hay”. Tenemos la muerte tan en las entrañas que desearla, pagarla o ejecutarla es casi lo mismo. Terminamos pensando que un balazo en la cabeza es lo que merecen aquellos con quienes no estamos de acuerdo. Matar es tan cotidiano que pensamos que es normal.

e) “Cuando llevas 20 años pagando la seguridad social, seguridad democrática, seguridad bancaria, seguridad privada y miles de seguros, pero no estás segura en ninguna parte”. Recuerdo que puse a prueba esta premisa con mucha gente desconocida y me gustaba ver el gesto de “caer en cuenta” en sus rostros. Nos convencieron de que tenemos la seguridad en todas partes, de que ellos son la seguridad, pero pagamos mucho por ella: vive con miedo, pero vive seguro, ¿seguro de qué?

f) “Cuando la policía te multa o te vacuna hasta por ir a trabajar”. En un país donde la ilegalidad, el miedo y la muerte son la forma de sobrevivir, la “tomba” hace de las suyas: en los potreros por donde pasan los mototaxis a llevar encomiendas; en las avenidas de las ciudades cobrando sobornos a los conductores; en los puestos de trabajo informal de las avenidas. La policía nos soborna todos los días.

g) “Cuando solo voy a una fiesta si tienen el coctel diomedista, cerveza y perica”. Compramos lo que producen; lo que les da las armas; lo que les da el poder; lo que mata a balazos, Colombia está entre los cuatro países que más cocaína consumen (El Espectador 2019).

h) “Cuando RCN y Caracol te convencieron de que el país no lo cambia nadie, menos tú, y todavía crees que a esos medios no los controla la mafia”. Los medios manejan un discurso conformista, por ejemplo, durante el Paro Nacional comencé a escuchar comentarios como: “somos así”, “eso nadie lo puede cambiar”, y siento que es una resignación puesta por ellos. Nutren tantas imágenes de violencia a diario que, más que informar y denunciar, la reproducen.

i) “Cuando pienso que el país es pobre, pero yo no, porque tengo una camioneta blanca”. No propongo esto como una verdad, pero he notado ese lugar arrogante de algunas personas que creen que tener una camioneta ya las autoriza para ejercer la violencia clasista, como el caso de un hombre en Bogotá al que agentes de tránsito sancionaron y cuya respuesta fue decirles “pobres”, “vea en lo que ando malparida” (El Espectador 2022). ¿Será que los 300 millones que dijeron en redes que cuesta esa camioneta salieron de la coca? Se trata de un clasismo que se basa en “asumir que les tenemos envidia porque ellos y ellas sí tienen el dinero y el atrevimiento social para exponer su gusto ostentoso, exagerado y desproporcionado” (Rincón 2009, 147).

j) “Cuando [en] cada pueblo al que voy se rumora que hay una finca que le pertenece a Uribe, el gran colombiano, presidente eterno”. Mi intención aquí es decir que este narcoestado paramilitar nos concierne a todos los que vivimos así, que nos creímos ese cuento. Pero debo decir que me da mucha felicidad que una persona encarne esta hegemonía, Álvaro Uribe es un político con un amplio historial de procesos judiciales y un número grande de integrantes de la sociedad le tenemos desconfianza desde hace años (TeleSur 2020). Con su figura de capataz de una gran finca se ha convertido en el símbolo, el ícono, del relato de la Narco.lombia (Rincón 2009).

La música que utilicé de fondo para la pieza audiovisual es la melodía de una canción que suena mucho: un corrido sobre un hombre que se da “plomo con quien sea” y que a ningún “remalparido” le pide para sus gustos. La ranchera es un género musical que se escucha en casi todo el país; cuando es sobre el amor y los hombres que lloran, se le llama “música del despecho”, y cuando se trata de canciones que hablan de la experiencia del narcotráfico, se les llama “corridos prohibidos”, que no tienen mucho de “prohibidos”, por lo menos no en estos momentos, ya que suenan en todas partes y están influenciados por el corrido norteño mexicano que habla del hombre narco en sus hazañas llenas de balas, mujeres, alcohol y pasta de coca. “Son corridos prohibidos porque celebran y magnifican las actividades ilegales y la forma de vida de los narcotraficantes” (Rincón 2009, 159).

El video generó varias reacciones en las personas cercanas. Algunas ideas generaron confusión. Otras personas me respondían que Colombia es más que “plomo”. Algunas personas más sintieron que tenía sentido y varias me pidieron que tuviera “cuidado” con mis contenidos. Si esas son las premisas, lo que tenemos acá es un Estado narcoparamilitar. Ahora bien, tener una forma de Estado en funcionamiento es un trabajo para todos, tanto dirigentes como dirigidos; y si hablamos de un Estado tan violento como el narcoparamilitar, entonces los dirigentes deben hacer bastante para seguir en su lugar y los dirigidos, o colaboramos, callamos y ratificamos sus acciones, o nos colamos en todas esas verdades y las desmentimos. Nada es absoluto y todo es negociable.

Esta relación entre dirigentes y dirigidos pasa por el consentimiento. Gramsci (citado por Almeida 2010b) denominó esto hegemonía, la estrategia que tienen y ejercen los dirigentes para convencer y mantenerse en el poder, así como el poder de los dirigidos para dar el consentimiento y reproducir esas formas. Es decir, el Estado no utiliza la fuerza necesariamente para establecerse, ni nos obligan a narco paramilitarizarnos, sino que lo hace desde la hegemonía (Almeida 2010a). El test del narcoestado buscaba mostrar esa hegemonía. Hacemos parte del narcoestado, porque aceptamos sus premisas y prácticas, y las consideramos verdad. Yo lo veo en los discursos sobre el prestigio moral de un narco; en el uso de la fuerza contra los enemigos; en el sacrificio de los héroes de la patria; en las ganancias económicas al lavarle plata a los narcos, o en el sombrero paisa aguadeño considerado como símbolo de estatus de clase.

El Estado narcoparamilitar sostiene esta hegemonía por medio de lo que Gramsci (citado por Almeida 2010a) interpretó como el sentido común, la filosofía cotidiana de la gente, lo que todo el tiempo mencionamos: aquella conversación y aquellas acciones del día a día; los sentidos y significados que le damos a las experiencias que vivimos: “el sentido común es espontáneamente la filosofía de las multitudes”, decía Gramsci (citado por Almeida 2010, 112). En Colombia la filosofía o el sentido común de nuestra sociedad es “el vivo vive del bobo”, “marica, el último”, “usted no sabe quién soy yo”, “no se vaya a hacer pelar”, “plomo es lo que hay”, “por la plata baila el perro” y “el pobre es pobre, porque quiere”, pero odiamos el estereotipo de que solo conozcan a Colombia por la violencia o la cocaína. ¿Cómo hacemos? Si es que vivimos en este narcoestado paramilitar.

ESTO ES EL ESTADO NARCOPARAMILITAR

Antes de que el presidente de Colombia fuera Iván Duque, Edson Velandia había sacado el sencillo Iván y sus bang, bang, que en un espíritu visionario dice:

y el presidente de la única corte, narco.

Y el presidente del país, narco.

Y el presidente del congreso, el patrón de los narcos,

Iván a reinar los paras

lo que señala agudamente la manera en que el paramilitarismo ocupa las instancias del poder que viven a expensas del narcotráfico y configura una élite política y social −los dirigentes−, y de este modo sostiene la hegemonía que da pie al Estado narcoparamilitar que opera en el país, tanto a nivel nacional, como a escala local.

No es casual que haya sido la Reforma Tributaria convocada por el Gobierno de Iván Duque, que pretendía recaudar 23 billones de pesos imponiendo impuestos a servicios públicos esenciales y a los medios de transporte de uso cotidiano, mientras mantenía las exenciones a los sectores de lujo, a los hoteleros y las empresas, la que generaría afectaciones directas a la mayoría de la población trabajadora del país (Duzán 2021), sin contar el aumento del conflicto armado y del control paramilitar que se concentra cerca de los que tienen menos y nunca cerca de los que tienen mucho. La reforma despertó una conciencia de desigualdad de clases, como dice Gramsci (citado por Almeida 2010b): el Estado es la institución que legaliza, legitima y supervisa la dominación de una clase sobre otra. El Estado narcoparamilitar sabe cómo diferenciar los “pobres” de los “ricos”, “gente de bien” (Almeida 2010a).

Esteban Rojas (2021), en la canción de RIP cerdo, compuesta en el marco del Paro Nacional, expresa la profunda tensión entre las clases con ejemplos certeros que dejan entrever las diferencias que pasan por el acceso material a la vida misma:

Nuestros derechos, nuestra

patria, nuestros hijos por eso

marchamos.

El pobre te escucha y dice:

¡vamos!

El rico solo dice: “vándalos por

eso estamos como estamos.

[…]

La misma frase no se remplaza,

lo mismo de siempre el

oligarca critica desde su casa.

Qué le vas a hablar de hambre

al que no pasa.

Que nunca se les olvide no hay

estrato ni tasa en la misma raza.

La canción menciona constantemente el aumento de precios, la diferencias entre ricos y pobres, la corrupción del Estado, el desconocimiento de los gobernantes y, por supuesto, el funcionamiento del narcoestado paramilitar: “los refuerzos no son policías, son paracos”.

Escuché a varias personas decir que las acciones de los jóvenes en Puertos de Resistencia se debían a que “no tienen nada que perder”. Yo en cambio creo que tienen mucho que perder y muy rápido: las posibilidades, las opciones, la vida misma. Pesó más el cansancio hacia este Estado que el miedo. En el Paro Nacional nos dijimos “estamos tan cansados que, si nos toca morir, moriremos”, o como canta La Muchacha en No azara:

a mí no me azara su

pistola,

yo también tengo

hambre de matar,

pero a mí esos fierros

no me gustan,

yo saco las uñas pa’

pelear

canción que salió el 11 de mayo de 2021, en “Sesiones de Cuadra”, justo en Cali, corazón del estallido. De ahí salió tanta voluntad: de la molestia de ver la desigualdad.

En el Paro Nacional, el narcoestado paramilitar dejó ver todos sus tentáculos con transparencia. Vivimos la alianza paracos-policía en las protestas, como el caso de Andrés Escobar, un civil armado que apoyó a la policía para disparar contra los manifestantes en Cali, y que hoy está judicializado por varios delitos, entre los que se cuentan la “usurpación de funciones pública”, es decir, por paramilitar (El Espectador 2021). Así cantan Edson Velandia y Adriana Lizcano (2021):

había una vez un infiltra’o,

que lo tenían identifica’o,

todo el mundo lo conocía

le decían “El Infiltra’o”,

lo conocían los Misak,

lo conocían los Wayuú,

lo conocía todo el parche Lgbtiq.

El que no salte es el infiltra’o,

el que no salte es el infiltra’o.

Como el infiltrado Escobar, el Paro Nacional demostró esa cercanía entre narcos, paramilitares y organizaciones del Estado.

Hay personas que prefieren decir “dictadura”, pero, como hacemos parte de todo esto, pactamos y reproducimos la hegemonía, prefiero la palabra “Estado”. En lo que sí estoy de acuerdo es en que ha sido violento, sangriento y asesino; vivimos en medio de la muerte, y la aceptamos. El Paro Nacional también mostró eso: la facilidad con la que se mata y se oculta la muerte. Edson Velandia también lo predijo en Iván y sus bang bang (2018):

Iván a regalarle

el páramo a Minesa

y al que proteste

le van a mochar la

cabeza.

Según el informe de la organización Temblores (2021), hubo 5048 casos de violencia policial en el país en 2021 en el marco del Paro Nacional, 80 por violencia homicida, 47 por violencia sexual y 1991 por violencia física; el porcentaje más alto se dio en el Valle del Cauca (Temblores 2021).

Las desapariciones también alcanzaron altos números: 312 personas aún no han sido encontradas y no hay cifras oficiales del Estado, pero las desapariciones en el marco del Paro Nacional se dieron en todo el país, con mayor incidencia en el Valle del Cauca. Muchas personas que han sido encontradas se reportan como muertas (Cerosetenta Podcasts 2021). En este narcoestado paramilitar la ley es, como dice la Muchacha Isabel en La Sentada (2022):

como dicen los señores,

lo callamos, ¡o se calla!,

a las balas o los golpes,

así el niño esté mirando,

así usted esté comiendo,

pa’ que vaya pues

sabiendo,

cómo son las vainas en

las tierras de las altas

democracias.

Quiero pensar que, cuando la canción habla de las balas que tenemos que presenciar en este país, así haya un niño mirando, ustedes piensen en María del Pilar Hurtado Montaño, lideresa social que el 21 de junio de 2019 en Tierralta, Córdoba, fue asesinada delante de sus hijos. El video de uno de ellos dando gritos en su uniforme del colegio a las 6:40 de la mañana llegó a todas las redes, vimos el dolor por la pantalla del celular (Verdad Abierta 2020). El 14 de junio de 2021, en pleno Paro Nacional y en Cali, asesinaron en una discoteca al activista y cantante Junior Jein (DW 2021), cuyas protestas musicales eran creativas y cargadas de fuerza, en 2020 había colaborado en la canción ¿Quién los mató? con Hendrix B, Nidia Góngora y Alexis Play:

Y que no quede impune

como casi siempre hacen,

nada, la vida de los

negros no importa nada.

Lo primero que dicen es:

‘andaban en cosas raras’

No podemos olvidar que todos los días nos matan a quienes nos dan voz.

Sobre nosotras el narcoestado paramilitar es severo. Si algo comparten dirigentes, paramilitares y narcotraficantes es la masculinidad violenta que manda, que dirige, que mata; el más macho de los machos es una referencia constante en la música de paracos. Al respecto, Mara Viveros (2013) ha analizado la masculinidad paisa como referente de la nación a partir de los discursos de Álvaro Uribe. En su trabajo propone que, con la llegada del narcotráfico, la construcción de hombre nuevo-rico blanco, antioqueño, que aprecia lo grande, ostentoso y ruidoso de las cosas o las del sicario que con violencia, posiciona su lugar, se convirtieron en los referentes masculinos a seguir de esta sociedad (Viveros 2013).

Las proyecciones mediáticas del expresidente configuraron una hegemonía masculina blanca y paisa como identidad nacional, en la que la pujanza, el emprendimiento, el sentimiento nacional y religioso o la conservación de las tradiciones constituían la base de esa sociedad antioqueña convertida en un modelo a seguir. El narcotráfico, el derroche y la ostentación se sumaron a todas esas características, cuya figura representativa es Álvaro Uribe que, desde su aparición en la vida política, desde su forma de vestir, hasta sus palabras en los medios de comunicación, da cuenta de esa figura paternal de hombre blanco, paisa, trabajador, todopoderoso que llegó a salvar el país (Viveros 2013).

Somos hijos e hijas del narcotráfico. Ese es el relato nacional que debemos tener por vivir en este país, que debemos seguir el modelo que el narcoestado paramilitar invita, es decir:

de su forma de pensar (billete mata cabeza), de su forma de hacer (justicia es lo que yo pueda comprar), de su gusto y estética (el exceso y el grotesco), de su machismo (beber, tirar y matar), de sus mujeres producidas (diablas y grillas), de sus políticos (ignorantes que obedecen), de su presidente (montar a caballo antes que leer)”. (Rincón 2009)

Esta masculinidad violenta del narcoestado paramilitar, donde las mujeres somos otro “lujo” más en su ostensión de la riqueza ilegal y el poder político, nos ha puesto en lugares de vulnerabilidad.

Mientras caminaba para su casa, el 13 de mayo de 2021 en Popayán, Alison Meléndez, joven de 17 años, fue “capturada” por cuatro agentes del Escuadrón Móvil Antidisturbios (Esmad), quienes se la llevaron tomándola de cada extremidad, como si ella no caminara, como si no fuera una humana. Luego subió a Facebook un mensaje que denunciaba que en la Unidad de Reacción Inmediata (URI) abusaron sexualmente de ella, “le tocaron hasta el alma”, escribió, y posteriormente se suicidó (Las 2 Orillas 2021a). Tres días después, en Ayapel, ocurrió el feminicidio de María Cristina Pastrana Villegas, quien tenía 15 años y fue encontrada muerta frente a un motel. Su familia, vecinos y profesores, siguiendo el espíritu del Paro Nacional, salieron a protestar a las calles con globos y banderas blancas; fue poco el respaldo, pero salieron de un rincón de la calle Medellín, llegaron al parque, se quejaron, protestaron y manifestaron su molestia.

Le escuché a un policía que ellos solo hicieron el papeleo y que los paramilitares se encargarían. En un pueblo que tiene tanto control, en el que nada pasa sin que se enteren, que tiene hombres con radioteléfonos en las salidas, ¿cómo no van a saber qué pasó?; lo saben, pero o no les conviene o no les importa. El rumor de “esa gente ya está investigando” alegraba los oídos de quienes pactan y reproducen esta hegemonía, pero nunca supe qué pasó. No sé si su nombre hace parte de las cifras, pero el día que murió, lloré de la rabia. El Paro Nacional había despertado mis molestias y sentí que el narcoestado paramilitar, tan evidente en Ayapel, mueve la justicia a su conveniencia; se olvida de todos, de Dilan Cruz, Lucas Villa, María del Pilar Hurtado, Junior Jein, Alison Meléndez, María Cristina Pastrana Villegas. Si sus muertes no les remueven el corazón, debemos sacar ese paraco que tenemos dentro.

“NO ME PIDAN QUE ME QUEDE QUIETA, ESTO ES LUCHA”

Dice La Muchacha en La Sentada (2022): “nos embutieron la guerra, hasta el fondo de la tráquea”. Ese fondo no es otro que el corazón. Los hechos tristes que menciono aquí y los que no menciono también son nuestra responsabilidad por ser indiferentes; por olvidar rápido; por no quejarse; por guardar silencio; por dejar el miedo ser; por justificar estas acciones, y por promoverlas. Ese narcoestado paramilitar que no cuestionamos, que aceptamos, que hizo insensible la razón, también somos nosotros y nosotras. Pero también fuimos capaces de estallar; de cambiar los imaginarios; de reunirnos en Ayapel y otros pueblos a quejarnos; de usar el arte para denunciar. Pero esa lucha aún no acaba: la tarea del Paro Nacional es sacar el narcoestado paramilitar del poder, y eso comienza con una misma, porque la fuerza que tienen se la hemos dado.

La lucha es por cambiar el significado de esos sentidos comunes, para mover la balanza de la hegemonía, porque nada es absoluto. El Paro Nacional nos demostró eso: estamos cansados de este Estado; podemos darnos cuenta de cómo funciona y no queremos más de eso. Las arengas insultan al paraco en las marchas; las ollas comunitarias son para la alimentación mutua; los canales en YouTube brindan noticias alternativas; los disfraces de “gente de bien” en los desfiles, la música, la poesía, el grafiti en las calles, etc., todo esto significa que estamos cambiando, que podemos vivir de otra manera.

Espero que el recorrido personal y musical que propongo en este escrito les haya dejado una lista de canciones que son memoria de la resistencia, del Paro Nacional y de esta larga lucha. Si sienten desmotivada la voluntad, siempre la pueden rescatar con esta última canción del performance musical que realizaron en el metro de Medellín Lianna, La Muchacha y Briela Ojeda (2021):

no sé cómo ese llanto

los deja vivir,

con las manos llenas de

sangre se van a dormir.

Si aquí la gente para,

el estado dispara,

fue la orden del Para.

La última frase de la canción que quiero rescatar es el título de este apartado, porque para mí el Paro Nacional sigue vivo; entonces,

no me pidan que

me quede quieta;

esto es lucha.

Pared en Pasto

Figura 2: Pared en Pasto

Fuente: Una pared en Pasto, Nariño, Carnaval de Blancos y Negros 2022. Archivo personal.

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS

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Cómo citar

APA

Narváez, M. del M. (2023). Entre aguas: relato reflexivo y musical sobre el paro nacional y la lucha por cambiar los sentidos del narco estado paramilitar entre el país y Ayapel. Maguaré, 37(2). https://doi.org/10.15446/mag.v37n2.110661

ACM

[1]
Narváez, M. del M. 2023. Entre aguas: relato reflexivo y musical sobre el paro nacional y la lucha por cambiar los sentidos del narco estado paramilitar entre el país y Ayapel. Maguaré. 37, 2 (sep. 2023). DOI:https://doi.org/10.15446/mag.v37n2.110661.

ACS

(1)
Narváez, M. del M. Entre aguas: relato reflexivo y musical sobre el paro nacional y la lucha por cambiar los sentidos del narco estado paramilitar entre el país y Ayapel. Maguaré 2023, 37.

ABNT

NARVÁEZ, M. del M. Entre aguas: relato reflexivo y musical sobre el paro nacional y la lucha por cambiar los sentidos del narco estado paramilitar entre el país y Ayapel. Maguaré, [S. l.], v. 37, n. 2, 2023. DOI: 10.15446/mag.v37n2.110661. Disponível em: https://revistas.unal.edu.co/index.php/maguare/article/view/110661. Acesso em: 8 dic. 2024.

Chicago

Narváez, María del Mar. 2023. «Entre aguas: relato reflexivo y musical sobre el paro nacional y la lucha por cambiar los sentidos del narco estado paramilitar entre el país y Ayapel». Maguaré 37 (2). https://doi.org/10.15446/mag.v37n2.110661.

Harvard

Narváez, M. del M. (2023) «Entre aguas: relato reflexivo y musical sobre el paro nacional y la lucha por cambiar los sentidos del narco estado paramilitar entre el país y Ayapel», Maguaré, 37(2). doi: 10.15446/mag.v37n2.110661.

IEEE

[1]
M. del M. Narváez, «Entre aguas: relato reflexivo y musical sobre el paro nacional y la lucha por cambiar los sentidos del narco estado paramilitar entre el país y Ayapel», Maguaré, vol. 37, n.º 2, sep. 2023.

MLA

Narváez, M. del M. «Entre aguas: relato reflexivo y musical sobre el paro nacional y la lucha por cambiar los sentidos del narco estado paramilitar entre el país y Ayapel». Maguaré, vol. 37, n.º 2, septiembre de 2023, doi:10.15446/mag.v37n2.110661.

Turabian

Narváez, María del Mar. «Entre aguas: relato reflexivo y musical sobre el paro nacional y la lucha por cambiar los sentidos del narco estado paramilitar entre el país y Ayapel». Maguaré 37, no. 2 (septiembre 21, 2023). Accedido diciembre 8, 2024. https://revistas.unal.edu.co/index.php/maguare/article/view/110661.

Vancouver

1.
Narváez M del M. Entre aguas: relato reflexivo y musical sobre el paro nacional y la lucha por cambiar los sentidos del narco estado paramilitar entre el país y Ayapel. Maguaré [Internet]. 21 de septiembre de 2023 [citado 8 de diciembre de 2024];37(2). Disponible en: https://revistas.unal.edu.co/index.php/maguare/article/view/110661

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