Presentación
PRESENTACIÓN
Quisiera explorar algunas paradojas del capitalismo y de este número de Maguaré.
El capitalismo se oculta al conocimiento. Lo hace mediante su aspiración al cambio constante, mediante su embeleso en un espiral diabólico de ganancia sin control, mediante su afán de desvanecimiento y finitud. Esa negación, ese ocultamiento, esa existencia fantasmagórica, hace parte de su espíritu. El capitalismo se presenta como el marco de inteligibilidad, no como un marco que pueda ser entendido. Por eso, diríase con prontitud, se niega a la etnografía clásica que, toca decirlo más rápido, nació en su seno; no se deja estudiar de una forma que es la estrategia clásica de conocimiento en antropología.
Los escritos de este número de Maguaré se enfrentan a una misma situación: el capital siempre desafía los límites. También podría decirse que este ovillo de reflexividad le hace honor a la paradoja que es el capitalismo: la etnografía de este es una nueva vuelta de tuerca del capitalismo sobre el mundo académico; como el amor, como el conocimiento, como la búsqueda del artista o como el mercado, el capitalismo siempre quiere estar más allá. Esa aspiración tiene una dimensión profundamente irracional: es la locura del conquistador, la del genio creador, la del corredor de bolsa: es la búsqueda de los límites del espacio conocido, del conocimiento y de la ganancia.
Lo raro, pero normal, es que el capitalismo se presenta también como el culmen de la racionalidad. No en vano el usurero, el avaro, el banquero, el mercado, el lucro, son lugares comunes de crítica al capitalismo y esos lugares son otros tantos cúlmenes de racionalidad. En el capitalismo nadie gasta, todos invierten. El control de la vida, la planeación, la factura de proyectos, la necesidad de demostrar que domesticamos al tiempo o la capacidad para conseguir ganancia en situaciones de crisis, son diversas manifestaciones de ese intento por lo racional que hace parte del capitalismo.
En fin, desafiar los límites, locamente, con la razón como arma.
De todo ello, queda siempre la sensación de haberse ahorrado algo que no era necesario. La certeza de que está muy bien dar poco y recibir mucho se desequilibra en momentos de honestidad. La usura, al cabo, carcome.
Algo que hicieron dos textos fundadores de la antropología fue una crítica que nos señalaba, por contraste, algunas de esas cosas que nos ahorramos. ¿Por qué el Ensayo sobre los dones... se detuvo tan largamente en un fenómeno tan irracional como el potlatch? ¿Por qué a Malinowski, el de Los argonautas..., le interesaba tanto demostrar que el homo economicus era una categoría no universal y que el Kula era otra forma posible de vida económica? ¿Por qué requirieron tanto espacio para hacer lo que hicieron? Yo quisiera creer que esos dos textos son, entre otras cosas, crítica del capitalismo. Así se pueden leer.
El campo académico no es ajeno a ciertos principios de esta lógica. El capitalismo plantea problemas que también están en la etnografía posible de este y en la existencia de una revista que quisiera cuestionar todo lo anterior. ¿Cuántas líneas necesita una etnografía? ¿Cuántas páginas un artículo? ¿Cuántas una revista? Estos no han sido asuntos que nos preocupen o que sean críticos a la hora de decidir lo que es pertinente. Quisiéramos dar las primicias de una cosecha valiosa en sí misma y no por comparación con lo que se está diciendo en los centros metropolitanos del conocimiento. Quisiéramos tener espacio y tiempo, pero las relaciones de producción que nos hacen posibles señalan rumbos más productivos. A estos costos, todo parece indicar que less is more, en todo sentido.
Pero, para ser sincero, en cualquier idioma, menos es menos.
LUIS ALBERTO SUÁREZ GUAVA
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