Recibido: 16 de julio de 2018; Revision Received: 19 de septiembre de 2018; Aceptado: 17 de diciembre de 2018
Destruir para desarrollar: ciencia natural y desigualdad en el ordenamiento territorial patagónico1
Destruction in the Name of Development: Natural Science and Inequality in Patagonian Territorial Planning
Destruir para desenvolver: ciência natural e desigualdade no ordenamento territorial patagônico
Resumen
La desigual integración territorial en la Patagonia argentina es un problema ampliamente estudiado. En este artículo se analiza cómo se cruzan las retóricas nacionales y científicas en la comprensión y diseño del territorio patagónico, lo cual permite interpelar el saber técnico científico desde su significación política. Se busca ampliar el registro académico y profundizar la crítica sobre el discurso científico que fundamentó el modelo de desarrollo en la Patagonia argentina desde fines del siglo XIX hasta principios del siglo XX. Se discuten antecedentes historiográficos que vincularon el conocimiento con la lógica utilitarista, por medio de un análisis cruzado de escritos de naturalistas y figuras emblemáticas de la planificación de la apropiación y el desarrollo patagónico del período analizado. Se evidencia cómo la producción científica impactó fuertemente en el ordenamiento social y moral de un territorio que se incorporó de forma tardía y desigual a la organización del Estado. La retórica nacional, en la Patagonia, remite su progreso a una promesa futura, ubicando todo lo que existe, personas, plantas y animales, como obstáculo a esa promesa.
Ideas destacadas: artículo de reflexión que vincula la desigual integración territorial de la Patagonia a estudios científico-técnicos. Analiza investigaciones redactadas en el proceso de incorporación territorial y evidencia que lo que proponen para lograr el progreso potencial del territorio es modificar plantas, exterminar animales nativos y modificar habitantes al propiciar la inmigración.
Palabras clave:
ciencia, desarrollo, historiografía, injusticia espacial, justicia espacial, ordenamiento territorial, Patagonia..Abstract
The problem of unequal territorial integration in the Argentinean Patagonia has been widely studied. This article analyzes the interactions between national and scientific rhetorics in the understanding and design of the Patagonian territory, which allows for the interpellation of scientific technical knowledge from the perspective of its political significance. The paper seeks to broaden the academic register and further the critique of the scientific discourse that grounded the development model for the Argentinean Patagonia from the end of the 19th century to the beginning of the 20th. It discusses the historiographical background that linked knowledge to utilitarian logic, based on a cross-referenced analysis of writings by naturalists and emblematic figures of planning of the appropriation and Patagonian development during the analyzed period. It shows the strong impact of scientific production on the social and moral planning of a territory that was incorporated late and unequally into the organization of the State. In Patagonia, the national rhetoric describes its progress in terms of a future promise, defining everything that exists there, persons, plants, and animals, as obstacles to the fulfillment of that promise.
Highlights: Reflection article that links the unequal territorial integration in Patagonia to scientific-technical studies. It analyzes research articles written during the process of territorial incorporation and evinces that the proposals in order to achieve the potential progress of the territory is to modify plants, exterminate native animals, and modify the population by fostering immigration.
Keywords:
science, development, historiography, spatial injustice, spatial justice, territorial planning, Patagonia.Resumo
A desigual integração territorial na Patagônia argentina é um problema amplamente estudado. Neste artigo, analisa-se como as retóricas nacionais e científicas se fusionam na compreensão e no desenho do território patagónico, o que permite questionar o saber técnico-científico a partir de sua significação política. Procurase ampliar o registro acadêmico e aprofundar a crítica sobre o discurso científico que fundamentou o modelo de desenvolvimento na Patagônia argentina desde o final do século XIX até o início do XX. São discutidos antecedentes historiográficos que vincularam o conhecimento com a lógica utilitarista, por meio de uma análise cruzada de textos naturalistas e figuras emblemáticas do planejamento da apropriação e do desenvolvimento patagónico do período analisado. Evidencia-se como a produção científica impactou com força o ordenamento social e moral de um território que foi incorporado de forma tardia e desigual à organização do Estado. A retórica nacional, na Patagônia, remete seu progresso a uma promessa futura, localizando tudo o que existe, pessoas, plantas e animais, como obstáculo a essa promessa.
Ideias destacadas: artigo de reflexão em que se vincula a desigual integração territorial da Patagônia com estudos técnico-científicos. Analisa pesquisas realizadas no processo de incorporação territorial e evidencia que o que propõem para atingir o progresso potencial do território é modificar plantas, exterminar animais nativos e deslocar habitantes ao propiciar a imigração.
Palavras-chave:
ciência, desenvolvimento, historiografia, injustiça espacial, justiça espacial, ordenamento territorial, Patagônia.Introducción
Las marcas de lo nacional en territorios de integración tardía, como la Patagonia, incorporada a la formación estatal con posterioridad a su consolidación, se establecieron desde la conquista militar llevada adelante por el Estado (Navarro Floria 2004a), pero también desde el conocimiento científico que se desplegó en la región, propiciado tanto por el Estado como por las redes institucionales internacionales, articuladas a diferentes organizaciones estatales, académicas y económicas.
En este artículo, se indagará el sentido de lo nacional desde los modelos de desarrollo asociados al conocimiento científico natural elaborado en el marco de la expansión estatal, que tuvo como resultado la integración de la región patagónica a la República Argentina4. Un área donde parte del paisaje fue institucionalizado como representación de "argentinidad", a través de la figura de los Parques Nacionales, en un proceso parcialmente indagado por la historiografía regional (Fortunato 2005; Klubock 2014; Méndez 2010; Nouzeilles 1999; Scarzanella 2002; Wakild 2017).
En el presente artículo se busca explorar los estudios científicos sobre los cuales se apoyaron las políticas territoriales de desarrollo a fin de problematizar la dinámica de argentinización en este espacio. Con "argentinización" nos referimos al doble proceso de incorporación administrativa y de construcción simbólica que operó como modelo de prácticas y regímenes de experiencias. Adherimos a García Fanlo (2011, 3) que vincula el concepto a tres ejes: "una formación de saberes que se referían a ella, unos sistemas de poder que regulaban su práctica, y unas formas bajo las cuales los individuos podían y debían reconocerse como sujetos de esa argentinidad". El autor sostiene que la tradición que apela a la argentinidad a inicios del siglo XX fue inventada, no para reflejar a los argentinos, sino para marcar que nunca llegarían a ser lo que debían ser.
El caso que nos ocupa es especialmente relevante desde esta perspectiva, en la medida en que el paisaje5 se toma como marco de una argentinidad que, entonces, se instituye en referencia del deber-ser de la propia población. La interpretación que se hace del paisaje es fundamento de ordenamientos territoriales (Carreras Doallo 2010; Navarro Floria 2004a, 2007). De los ejes mencionados, el primero, los sistemas de poder, y el segundo, los análisis de las formas institucionales, han sido los más indagados en las investigaciones sobre la Patagonia. El sistema de saberes, por otra parte, ha sido escasamente observado desde esta perspectiva6. En el presente escrito se exploran los trabajos de los principales científicos naturales reconocidos por la academia argentina en los estudios patagónicos entre finales del siglo XIX y las primeras décadas del siglo XX, separados en dos momentos, el de exploración y conquista, con autores como: Ricardo Napp, Francisco P. Moreno, Estanislao Zeballos, Ramón Lista, Adolfo Doering, Pablo Lorentz y Guillermo Hudson, y un segundo momento de efectivo ordenamiento estatal con los siguientes autores: Edmundo Wernicke, Cristóbal M. Hicken, Fritz Reichert, y naturalistas extranjeros que recorren la Patagonia en diálogo con los académicos citados, como Max Tepp o John B. Hatcher, así como agentes técnicos de la conquista del espacio o figuras relevantes de la planificación del desarrollo como Bailey Willis o José María Sarobe, cuyas obras son puestas en diálogo con los estudios historiográficos que las han revisado (Navarro Floria 2004b, 2007; Podgorny, Penhos y Navarro Floria 2009). Esos autores, que constituyen en gran medida el corpus de escritos en ciencias naturales sobre Patagonia, han sido trabajados en menor grado frente a figuras monumentalizadas como las de Francisco P. Moreno o Florentino Ameghino, motivo por el cual se estudian aquí en orden a ampliar el archivo y matizar la historiografía patagónica.
Se verá cómo el sentido de lo vivo y del pasado, que se establece desde el método científico de la geografía, geología y botánica del periodo, deviene en argumento político a través del conocimiento de la región. Se apela a una metodología propia de la historia de las ideas que involucra el reconocimiento de luces y sombras, en el sentido de que no solo es relevante la revisión de lo investigado, sino también lo que queda fuera de la posibilidad de indagación (Bordo 1986).
Se ha diseñado este análisis desde una perspectiva que trata de articular los sentidos políticos, económicos y culturales proyectados en el paisaje y en las poblaciones, con el discurso científico natural. Esta línea toma como antecedente las problematizaciones específicas sobre los sentidos de naturaleza en la Patagonia (Núñez 2015a), puestos en diálogo con los discursos y las políticas de desarrollo regional (Bandieri 2005; Favaro 1999; Rey 2005). Estas revisiones toman también aspectos problematizados por estudios feministas de la ciencia (Haraway 1999, 2000). En cuanto a la Patagonia como territorio, ha sido descripta como espacio necesitado de ser dominado, lo cual ha habilitado una introducción permanente de metáforas de género en la legitimación de los discursos y prácticas de desarrollo (Núñez 2015b). Se recorren así discursos científicos que implican ordenamientos desiguales, no solo como parte de las marcas ideológicas del periodo, sino fundamentalmente como parte de lo entendido como saberes neutros, objetivos y trascendentes.
La Patagonia, el conocimiento científico y la argentinización en clave foránea
Los estudios sobre la producción de conocimiento patagónico reconocen una matriz utilitarista transversal (Navarro Floria 2004b). En articulación con ello, la mirada sobre el desarrollo en los años de que se ocupa este artículo presenta un clivaje. Argentina desde sus inicios se organiza en función de su producción agropecuaria (Halperín Donghi 1992). En 1876, Napp vincula la falta de desarrollo a dos factores, por una parte, la falta de mercado interno, por la otra, que en la colonia la exportación de cereales estaba prohibida. En este punto se liga a la mirada que entiende que el progreso se desarrolla de la mano de minifundos agrícolas, dirigidos a la exportación de cereales que Barsky, Posada y Barsky (1992) ubicaron en el pensamiento agrario de mediados de siglo XIX. Este modelo de minifundios se piensa para la Patagonia planificando la implementación de la Ley n.° 1501 de 1884, conocida como "Ley Argentina del Hogar" como base de la apropiación (Delrio 2002). Pero, paradójicamente, cuando se efectiviza el avance de la apropiación patagónica, se asume el latifundio como única unidad racional productiva de cara al comercio internacional, base a partir de la cual se entregan las tierras del sur (Coronato 2010; Sarobe 1935).
A ello se suma otra variable que es la valorización del paisaje. Bessera (2011) apela a la noción de argentinización en "clave foránea" para dar cuenta de un ordenamiento territorial que no remite a un modelo agrícola apoyado en migrantes, sino a un reconocimiento de la naturaleza nativa como homologable a paisajes europeos y, desde allí, representación de la argentinidad deseable. El concepto es iluminador respecto a lo que se busca explorar aquí. Las referencias a lo nacional, en una región de frontera donde este carácter se considera débil, no apelan a simbolismos clásicos como banderas o instituciones, sino que se reconocen en el propio paisaje.
La Patagonia es frontera en dos sentidos: (i) como frontera del desarrollo y la civilización y, (ii) como frontera estatal. Ambos refieren a territorialidades distintas, que se cruzan. Ahora bien, el apelativo al territorio como marco de nación no es exclusivo de la Patagonia. Quijada (2000) reconoce en el periodo independentista un anclaje de lo argentino en el territorio antes que en otras variables. En la integración patagónica, estas estrategias parecen fortalecerse.
Navarro Floria (2004b) recupera de los debates legislativos de fines del siglo XIX sobre Patagonia la idea de una Argentina latente impedida de desarrollarse en tanto, sobre esa tierra premarcada como argentina, se llevaban adelante procesos contrarios al establecimiento de lo nacional. Desde estos debates se puede pensar que, a fines del siglo XIX, la idea de desierto que Domingo F. Sarmiento había desarrollado en su emblemático texto Civilización y Barbarie (1845) se desplaza desde el interior rural de las provincias, hacia las fronteras a conquistar (Halperín Donghi 1992). El avance militar y científico a la Patagonia autodenominado "Campaña del Desierto" toma explícitamente la referencia al ambiente que Sarmiento homologaba a la barbarie, pero traslada su referencia a los territorios controlados por las poblaciones indígenas. El desierto es, para 1879, la denominación directa de lo desconocido y diferente, cuya única posibilidad de integración, como ha recorrido la historiografía regional, se establece en términos de dominio7.
La conquista y el conocimiento del espacio
La Patagonia, como territorio que se pretende anexar, aparece como una argentinidad latente. Sin embargo, su argentinización, como marca del saber, resulta previa a su conocimiento.
En el texto de Ricardo Napp8, La República Argentina (1876) para ser presentado en la exposición de Filadelfia, resume el conocimiento y las presunciones sobre el país. Esta obra, tenía como objetivo presentar la Argentina como espacio de riquezas e inversión al mundo, en un proceso incipiente de coordinación de intereses panamericanistas, en una suerte de imperialismo no formal (Zusman 2012).
Napp convoca a los investigadores más reconocidos del periodo, para dar cuenta del territorio del país. Ellos son centralmente naturalistas alemanes, vinculados a la Academia Nacional de Ciencias de Córdoba9, que en ese escrito dan a conocer sus primeras investigaciones y que resultan fundacionales para el establecimiento del conocimiento "legítimo" respecto de la naturaleza física y biológica del país.
La pertenencia nacional de la Patagonia es un argumento central del texto, no por la efectiva apropiación, que se explicita como no resuelta, sino porque los saberes y sentidos se inscriben en un relato donde la pertenencia nacional se presume autoevidente. Sobre todo, a partir de lo que se entiende como la herencia colonial del ordenamiento estatal.
En el libro de Napp se dibuja por primera vez la Patagonia como parte de la Argentina (Navarro Floria y Mc Caskill 2004), aun cuando en el mismo texto se reconoce el desconocimiento total sobre el territorio (Figura 1)10. Se describe una materialidad, que no se ha llegado a observar, como evidencia del desarrollo "natural".
En el capítulo XXIII, "Indios y Fronteras", redactado por Federico L. Melchert11, se delinean los espacios desde las poblaciones que los ocupan. En la sección titulada "Explicaciones sobre el mapa de la Pampa que acompaña este libro", se plantea un diálogo con este (Figura 2).
Esta representación sintetiza el reconocimiento de las expediciones militares, a las que considera limitadas para la toma de datos fidedignos, y de exploraciones solicitadas desde el Ministerio de Guerra entre 1871 y 1872. Se destacan especialmente los datos del coronel Mansilla y los aportados por un prisionero de los "ranquel-ches", de apellido Avendaño, cuyos manuscritos inéditos se toman como fuente de elaboración. Se citan también a otros viajeros y referentes, indicando la vaguedad y error de los datos otorgados. La mayor parte de la Pampa se considera poco conocida y la Patagonia, directamente, inexplorada.
La retórica utilitarista del discurso científico fue claramente indicada por Navarro Floria (2004b) al observar las obras de 1879 de Francisco P. Moreno12, Viaje a la Patagonia Austral, emprendido bajo los auspicios delgobierno nacional 1876-1877, y de Ramón Lista13, Viaje al país de los tehuelches: exploraciones en la Patagonia austral. En ambas se presume un modelo de desarrollo inspirado en la expansión capitalista del periodo, con la inserción argentina desde el modelo agroexportador en consolidación (Barsky, Posada y Barsky 1992, Halperín Donghi 1992). Ciencia y política se constituyen mutuamente en las obras, naturalizando jerarquías raciales en los ordenamientos poblacionales e introduciendo factores de nacionalidad en los orígenes mismos del poblamiento patagónico (Quijada 1998). Así, por ejemplo, Estanislao Zeballos14, en La conquista de quince mil leguas (1878, 255), estableció una clara distinción entre los "invasores" araucanos y los tehuelches "naturalmente preparados para la civilización", que "algún día serán la base de la población argentina de la Patagonia". Base en el sentido de ser la mano de obra de los emprendimientos agrícolas manejados por la racionalidad de los capitales extranjeros, un punto ya explicitado por Melchert.
En ese contexto, el debate antropológico sobre la antigüedad y pertenencia de los cráneos recuperados en Patagonia se instala como base de construcción de un origen mítico de la Nación (Navarro Floria, Salgado y Azar 2004), que entendía como autoevidente la superioridad racial y moral de los órdenes socioeconómicos europeos. Esto alimentaba el ideal del desarrollo agrícola con población migrante, pues lo argentino no se encontraba en la población vigente, sometida a las complejas influencias del mestizaje/impureza, sino en el pasado remoto.
Guillermo Hudson15 explicita esta idea en Días de ocio en la Patagonia (1893):
Durante esta investigación traté algunas veces de imaginarme algo referente a la vida espiritual y material de los habitantes desaparecidos hacía tanto tiempo. Los pieles rojas de hoy pueden [...] ser los descendientes directos de los que trabajaban piedras en Patagonia; pero, sin duda, están tan cambiados y han perdido a tal extremo sus características que sus progenitores no los reconocerían ni los aceptarían como sus parientes. Allí, como en la América del Norte, el contacto con una raza superior los ha rebajado [...]. Algo de su sangre salvaje continuará corriendo por las venas de lo que han tomado su lugar; pero como raza tendrán que desaparecer de la tierra. (Hudson 1997 [1893], 42)
El avance militar que finalmente se inicia en 1879 fue acompañado por una Comisión Científica, planteándose la conquista como resultado de las armas, pero, sobre todo, del conocimiento y de la racionalidad. Esta comisión estuvo conformada por el botánico Pablo Lorentz, el ayudante Gustavo Niederlein, el zoólogo y geólogo Adolfo Dõering y el preparador de zoología Federico Schulz16. El resultado fueron tres tomos, divididos temáticamente en Zoología, Botánica y Geología publicados entre 1881 y 1883 (Doering 1881, 1882; Lorentz y Niederlein 1881).
En la introducción a la descripción taxonómica de esas obras, Alfredo Ebelot17 liga guerra, conquista y desarrollo al señalar que:
Tendremos ocasión, al estudiar los valles del Rio Negro y del Neuquen, de mostrar, con la satisfacción que se es-perimenta en señalar un peligro ya conjurado, la deplorable situación en que hubiera colocado militarmente á los Argentinos, la presencia del indio en el inmenso territorio que ayer no más dominaba. (Ebelot 1881, VIII)
Agrega,
Era necesario conquistar real y eficazmente esas 15,000 leguas, limpiarlas de indios de un modo tan absoluto, tan incuestionable, que la mas asustadiza de las asustadizas cosas del mundo, el capital destinado á vivificar las empresas de ganadería y agricultura, tuviera él mismo que tributar homenaje á la evidencia, que no esperimentase recelo en lanzarse sobre las huellas del ejército espedicionario y sellar la toma de posesión por el hombre civilizado de tan dilatadas comarcas. (Ebelot 1881, XI)
La vinculación entre ciencia y política se explicita en los inicios de la presentación de las colecciones obtenidas donde, entre otros conceptos, se sostiene:
Finalizada nuestra obra, séanos permitido depositarla sobre el altar de la ciencia, como una humilde corona de siempre-vivas, que sirva de conmemorativo del transcendental acontecimiento con que ella se liga [la campaña militar]. Será un eslabón más de la cadena que vincula á los pueblos verdaderamente cultos, frente á ese altar sagrado de la verdad, á donde no llega el espíritu airado de las pasiones políticas y sobre el cual se desvanecen fatalmente todas las nubes que pueden empañar el brillante astro que guía á la humanidad á la realización de sus más grandes y nobles aspiraciones. (Doering 1881, 6)18
La argentinización del territorio
La integración territorial desigual de la Patagonia se consolida tras la conquista en un proceso que Navarro Floria (2004a) denominó colonialismo interno. Los estudios feministas de la ciencia (Bordo 1986; Merchant 1980), la perspectiva decolonial, así como los estudios subalternos, han reparado en críticas al modo de conocer los espacios coloniales como constitutivos de las relaciones desiguales (Lander 2000). La desigualdad que estructura el ordenamiento territorial en Patagonia tiene particularidades. Esta región es de interés científico para el mundo, y en la mirada extranjera se naturalizan las bases de la desigualdad.
La obra compilada por la Universidad de Princeton, Reports of the Princeton University Expeditions to Patagonia 1896-1899 (1903), editada por John B. Hatcher, da cuenta de una serie de expediciones que tienen como objetivo el obtener colecciones de fósiles vertebrados e invertebrados. Este texto permite ver cómo, en el proceso de exploración, se va delineando una determinada institucionalización del territorio que se va configurando como argentino, aún en la práctica de científicos extranjeros. Si bien es un discurso norteamericano, lo cual introduce elementos de colonialismo que exceden el armado de lo nacional, la profunda vinculación que reconocen los autores con instituciones argentinas, además del debate directo que mantienen con los colegas, permite ubicar esta mirada en la arena de los acuerdos académicos que, llamativamente, redundan en acuerdos sobre la responsabilidad científica frente al desafío del desarrollo en el espacio, como si fuese un asunto de la ciencia y no de la política. Aún en el texto norteamericano, las prácticas de jerarquización consolidadas en las estructuras estatales, se legitimaron desde los órdenes naturales e históricos que reconocen las investigaciones. La exploración norteamericana estableció como natural un determinado modelo de desarrollo, aun cuando el objeto que la motiva es la recopilación de colecciones de fósiles y la pregunta por la edad de la cordillera. Hatcher se detiene sobre el porqué de la profunda impresión estética y moral que provoca la Patagonia (reflexiones presentes en casi todos los naturalistas desde Darwin en adelante). El norteamericano discute la idea de Hudson (1893) de que la Patagonia animaliza a quienes se encuentran en ella:
[…] lleva la mente a un estadío de naturaleza salvaje, suspendiendo las facultades mentales superiores, representando el estado mental del salvaje. Piensa menos, razona menos guiado por el instinto, está en perfecta armonía con la naturaleza, y está cerca del estado mental del animal salvaje o su presa, transformándose el mismo en presa. (Hudson citado por Hatcher 1903, 206)
Discute esta visión mostrando que, para Darwin, que no estaba "ocioso" como Hudson o los residentes patagónicos, sino activo como científico, la Patagonia operó estimulando sus ideas. Esa naturaleza, que quita raciocinio en quienes la habitan, pero no en quienes buscan comprenderla, explica la inferioridad de quienes la habitan.
Como parte del rol científico, asume el lugar de agente del desarrollo. De este modo, introduce reflexiones acerca del mejor progreso del espacio. Se desplaza de los apartados descriptivos: "las planicies", "las montañas", "clima", etc., a otros netamente vinculados a lo que asume como posibilidades de desarrollo: "Industrias y recursos patagónicos", donde destaca "minería de oro" y "explotación maderera, el crecimiento de la lana, actividades pastoriles y otras actividades agrícolas", aun cuando el tema que dio base a las expediciones, como se mencionó antes, era establecer la edad geológica de la cordillera de los Andes.
En la misma línea de revisión exploratoria cabe citar el escrito Patagonia: resultado de las expediciones en 1910 a 1916, Tomo I y II (1917), editado por la Sociedad Científica Alemana -en adelante, SCA-, que compilaba una serie de viajes exploratorios de un grupo de científicos alemanes establecidos en la Argentina19. Las expediciones se realizaron con el objetivo de conocer la geografía, geología y riquezas de la región, y la SCA decidió prestigiar la publicación con su apoyo moral y material.
En el prefacio, firmado por la SCA, se destaca la correlación entre la gesta exploratoria y la que conllevó la publicación de la obra, resaltando los esfuerzos de la comunidad germana y su colaboración con la República Argentina, en un escenario donde la guerra dificultaba las relaciones.
En el prólogo, Cristóbal M. Hicken20, analiza a la Patagonia en el contexto de los grandes espacios geográficos desconocidos a nivel global. En 1917 la Patagonia sigue siendo adjetivada como "terra nova". Caracteriza el espacio como afectado por una "geografía oscura" donde lo económico práctico está por hacerse. Así, la ignorancia de datos convive con el destino natural del espacio, que llegaría a partir de la correcta y racional intervención de los agentes de política y conocimiento.
Al igual que los norteamericanos, estos científicos se adjudican el rol de agentes del desarrollo. Así, antes que en la ausencia de políticas, ubican en el desconocimiento las causas para que la Patagonia no "brille en la economía mundial con los destellos que la puedan dar sus bosques, sus ríos, sus campos y montañas" (Hicken 1917, 4). La idea de Argentina latente se recupera, pero en una clave más ambiental. En el documento, el foco está puesto en la flora pasible de ser explotada y la fauna a la cual debe enfrentarse la actividad humana; los pumas a los que hay que dar "caza racional", los tucus que "arruinan campos y caminos", los guanacos que compiten con los pastizales de las ovejas. Desde esta perspectiva, la naturaleza local necesita de la intervención y control de científicos especialistas para alcanzar su potencialidad máxima. Hay un orden que debe destruirse, que trasciende lo que puede reconocer el simple ojo humano. Menciona, por ejemplo, que el esfuerzo por controlar a los pumas es menos complejo que el de las enfermedades del ganado. Así indica:
[...] para matar a los primeros basta la carabina, para destruir a los segundos se requiere el microscopio, los cultivos, los sueros, que no se compran en el almacén de la esquina ni en el boliche de la pampa, sino que salen gratuitos y generosos del laboratorio al cual lleguen en remesas interminables los dones del campo enviados por exploradores infatigables; donde es sus toscas estanterías se acumulen hasta hacerlas cimbrar por el peso, las piedras y las plantas, las flores y las frutas, los insectos y las larvas, los productos todos de la región que se quiere conocer y en cuyos archivos se vean libretas garabateadas con guarismos indicadores de alturas, sondajes, velocidades, lluvias, vientos y donde se consigne desde la marcha de las nubes y el brillo del sol, hasta el parpadear de las estrellas y la menor trepidación del suelo. Pero todo esto solo lo puede hacer un hombre de ciencia. (Hicken 1917, 10-11)
Hicken evidencia el carácter de gesta de la exploración científica y la vinculación directa de la misma con un proyecto de Nación que implica la triada modernidad, ciencia y capital (Quijano 2014). Para los germano-argentinos, lo natural patagónico es objeto de conocimiento y control que se resuelve matando y desmantelando. Conocimiento y destrucción devienen en sinónimos. Lo local se presenta como la base sobre la cual se construirá la Nación, luego de los necesarios desplazamientos de flora, fauna y población. Trepanación y penetración forman parte de las metáforas sobre la destructiva intervención que presupone el método científico que se proyecta en la región.
En la introducción a la obra, realizada por Fritz Reichert21 (1917), se detallan los aportes de las exploraciones anteriores al conocimiento de la geografía patagónica. Cabe destacar aquí la incorporación de la ilusión de la Patagonia como espacio vacío. Esta retórica presenta a los científicos desafiando el desierto de saber, inscribiéndolos en la referencia heroica que opera como velada superioridad moral, que jerarquiza su actividad respecto de otras.
La primera parte del libro refiere a la exploración de la cordillera norpatagónica y está ordenada en capítulos descriptivos, cada uno con el nombre de una referencia física: "el paso Vuriloche", "macizo Tronador", "el cerro Puntiagudo", etc. Esto cambia en el último capítulo titulado: "La Patagonia occidental y su importancia para la economía nacional chilena". Este no es un punto menor pues inscriben en el territorio un carácter binacional, ausente en las observaciones precedentes.
En el texto de Napp (1876), por ejemplo, se vislumbraba el horizonte de significados provenientes de la disputa de límites con Chile que marcarían las décadas siguientes. Estos aspectos se repiten en las obras de Moreno (1879) y Lista (1879). Hasta ese momento las dinámicas de poblamiento fueron consideradas parte de las tensiones, en un argumento que se repite en las fuentes documentales elaboradas por la Comisión de Límites, creada con el objetivo de conformar acuerdos sobre criterios y referencias con el país trasandino. Las imágenes que se toman de la cordillera en ese contexto repiten una leyenda: "La cuestión de límites. Caminos chilenos que la han motivado". Este conflicto se dirimió políticamente en 190222. Sin embargo, podemos pensar que hay un desplazamiento en el sentido de frontera de los escritos científicos. En el periodo de conquista, la frontera, como límite civilizatorio, era una referencia marcadamente más fuerte que la frontera nacional. En este segundo periodo, lo nacional, incluso como espacio de integración, se erige en referencia territorial. Esto lleva al punto de incrementar la mirada científica en el territorio cordillerano, que se va construyendo como límite e imagen de la Nación.
En la significación proyectada en lo que se va conformando como áreas protegidas desde el Estado a partir de 1903, se va sintetizando la densa contradicción y violencia del proceso de territorialización analizado. Estas áreas, por un lado, son de especial interés y atractivo para los científicos, que de una forma u otra refieren a las mismas. Por otra parte, son espacios asentados en el complejo límite con Chile, de modo que lo nacional implica, además del ordenamiento interno, la diferenciación con esa particular exterioridad.
Los científicos agrupados en Patagonia, que abren al análisis la articulación económica con Chile, tuvieron un gran impacto en la principal publicación de la Sociedad Argentina de Estudios Geográficos -en adelante, GAEA-; los "Anales de GAEA". Estas publicaciones reunieron a los más importantes botánicos, geólogos y cartógrafos del país, entre otros especialistas. Sus escritos no solo refieren a los conocimientos disciplinares sino a las políticas asociadas a los mismos. En la compleja construcción de la territorialización de la zona andina, GAEA contiene los debates y la planificación del Parque Nacional del Sud, en 192223. Sus miembros son los que acompañan el diseño de la Ley de Parques Nacionales 12.103, sancionada en 1934, que da inicio al establecimiento de áreas naturales protegidas en toda la Argentina.
Como se decía en el primer apartado, Bessera (2011) tomaba la idea de argentinizar en clave foránea. De lo observado se encontró que la valoración foránea se establece desde una trama de valores que extrapolan a lo europeo o norteamericano la referencia al deber-ser argentino. Comienza aquí a construirse una doble marca, argentinizar, pero en distinción con lo trasandino. Donde lo político-económico se acercaba, lo estético-cultural se distanciaba.
Una de las obras que más impacta en el imaginario regional del desarrollo, es la de Bailey Willis24, El norte de la Patagonia (1914). Esta obra es diferente a las anteriores pues este texto resulta de un plan de desarrollo estatal a pedido del Ministro de Obras Públicas, Exequiel Ramos Mexía. Este, acompañado por un grupo de intelectuales denominados "reformistas liberales" (Ruffini 2008), entendía que el desarrollo del país se resolvería a través de un tren que conectaría Buenos Aires a los puertos del sur de Chile, por la región del Lago Nahuel Huapi. Esta región sureña sería el corazón de la industrialización argentina a partir de la energía hidroeléctrica producida por los ríos del lugar.
Willis elabora una descripción de la Patagonia como espacio lleno. Esto ubica al autor como particularmente sensible a la diversidad local y lo distancia del saber experto que enfrentaba al "desierto", pero, sin embargo, no lo aleja del espíritu de utilitarismo que se reconoce desde los primeros escritos, pues reitera la necesidad de remover lo que existe para el correcto desarrollo de la región. Así, en relación con los bosques nativos de la zona cordillerana, indica:
El problema de la conservación de la foresta andina abarca tres cuestiones, a saber: cómo impedir los incendios, cómo desmontar la vegetación natural con mayor ventaja y sin destruir su eficacia en la regulación de aguas, y cómo reemplazarla por especies de mayor valor. (Willis 1914, 11-12)
Reconoce que las industrias de la Patagonia son las ganaderas, la ovina en la estepa, el ganado vacuno en la cordillera, pero, sin embargo, llama la atención por la pérdida de las pasturas. Observa que con algunas excepciones, las prácticas de trashumancias se detienen siempre en los mismos lugares, lo que provoca la destrucción de las hierbas propicias para el engorde y facilita el avance de la vegetación de "yerbas nocivas [que] se multiplican por doquier" (Willis 1914, 21); esto ocurre, sobre todo, en las áreas de uso fiscales, donde reclama la intervención estatal, repitiendo la condena a la falta de racionalidad de los pobladores y asumiendo como problema la ignorancia de las poblaciones establecidas en esos lugares, y no la estructura productiva existente. Esta reflexión lo sitúa, como sus colegas, en las valoraciones sociales jerárquicas observadas en la producción de conocimiento en general, actualizando el ideal de lo externo como natural del territorio.
Willis buscó dar cuenta del potencial de la región para un desarrollo industrial, pero su mirada debió enfrentar las tensiones internas de los planes de desarrollo estatal, que finalmente trabaron el proyecto que buscaba llevar adelante. Sin embargo, para el tema de que se ocupa este artículo, permite complejizar la exterioridad que se toma como modelo del deber-ser en esta construcción de argentinidad.
Tomando la obra de Willis como punto de partida para pensar la argentinización del territorio, José María Sarobe25 edita en 1935 el texto La Patagonia y sus problemas26. El texto repite la mirada de Willis. Presume que la posibilidad de argentinización se da desde el desarrollo económico industrial, que entiende limitado por el tipo de tenencia de la tierra, y con una solución clara a partir de articular comercialmente el sur argentino con el chileno y promover el aprovechamiento hidráulico de los ríos, a los que poéticamente denomina "hulla blanca".
El racismo está presente, pero en clave paternalista, reclamando el "cuidado" de los pobladores nativos y el proyecto de fomentar una inmigración danesa, por considerarla el tipo de "raza" adecuada al clima. Otro llamativo cambio que propone se aplica a la fauna, ya que sugiere la incorporación de camellos al paisaje patagónico, como una forma de promover el nomadismo productivo que liga a la producción ovina. Sarobe percibe la contradicción en los abusos del sistema capitalista, pero no como parte de la estructura organizativa en sí, pues sostiene una mirada que continúa descansando su confianza en los parámetros modernos del desarrollo.
La última obra significativa, ausente en los análisis sobre el desarrollo de la zona, es el escrito del botánico Max Tepp, originalmente elaborada en alemán y traducida por Edmundo Wernicke27, titulada Árboles y arbustos de la Cordillera Patagónica (1936).
Este escrito se inscribe en la línea de las obras de la SCA, que en este caso explícitamente apelan al fortalecimiento del sentir nacional como objetivo. Así se indica:
Lástima que el lento crecimiento de los árboles indígenas los coloca en una posición inferior a los importados. Todo progreso general es cruel para el individuo. [...] Por buenaventura contamos con la existencia y proyectos de parques nacionales para salvación de flora y fauna. Así manifesté al autor que a mi juicio de antiguo poblador, sus artículos poseían el innegable mérito de dejar memoria justiciera de estas arboledas amenazadas a su vez. El me propuso que yo amoldara su trabajo al ambiente nacional. Por considerarlo un deber con nuestra arboleda indígena, acepté gustoso tan patriótico ofrecimiento. (Wernicke 1936, 6-7)
Esta reflexión reúne muchos de los elementos paradójicos mencionados en las páginas previas. Primero, el asumir que hay una jerarquía arbórea relacionada con la velocidad de crecimiento, explicita un marco economista de referencia, que se fortalece en la consideración de que la única posibilidad de crecimiento es a partir de la destrucción de lo nativo. Los bosques a los ojos de Wernicke, como los pueblos originarios a los ojos de Hudson y Moreno, están condenados a desaparecer por la propia dinámica del desarrollo natural. El segundo elemento es la presunción de ignorancia del pueblo argentino, que no es capaz de observar el valor, aunque más no fuera estético, de la flora nativa. Un aspecto que los expertos tienen la sensibilidad de reconocer cruzando el nivel emotivo con la valoración científica inicial que reconoce en la obra. Así, es un deber patriótico traducir una mirada alemana sobre la flora autóctona, por la incapacidad local de generar este afecto. El modo de construir lo afectivo se resolvió incorporando una característica valorada por la cultura alemana, como parte de las propiedades de las plantas que se presentan. Así se menciona, por ejemplo, a "Ciprés-el triunfador", "Alerce-el majestuoso", "Araucaria-la longeva", etc. Cada mención a la flora es seguida por la denominación científica de la planta y una breve descripción. En ella se explica el adjetivo que, como se observa en los títulos, humaniza las especies con dos sentidos diferentes, uno relacionado a un estereotipo de persona y la correspondiente explicación de porqué provoca simpatía; otro por su utilidad misma. Sin embargo, solo se apela en la descripción a esos valores "universales", omitiendo en el relato la larga tradición oral de los pueblos originarios que tienen sus propias mitologías para afianzar la empatía con el entorno. Tepp desconoce esto, Wernicke tampoco lo introduce a pesar de su formación lingüística y pertenecer a una revista que publicaba trabajos antropológicos sobre las poblaciones patagónicas. El conocimiento es foráneo y, en este sentido, lo patriótico y lo nacional se apoyan en las jerarquías que presuponen la desigualdad en las vinculaciones28. Así, la valoración de las especies nativas de los andes sureños se homologa a la valoración de la estética de las poblaciones. El texto nos permite pensar que existe una porosidad entre la distinción humanidad y flora que permite el deslizamiento de una hacia otra, a partir de justificar la jerarquía social en un destino marcado por el paisaje. La humanidad local deviene invisible, y la nativa, al ser homologable a las plantas, se torna incompleta e irracional.
La humanidad patagónica tiene un carácter de animalidad y salvajismo que la diferencia de la europea, o, como indica Quijada (1998), del ideal de sociedad que sustentó los argumentos de formación de los Estados americanos. Esta humanidad animalizada no es la rescatada en la obra de Tepp. La Patagonia, y su población, no se observa en estos términos, el imaginario del desierto atraviesa esta consideración, aún en textos tan tardíos como el citado, de 1936.
Diferentes investigaciones han dado cuenta de la permanencia de este imaginario en las publicaciones de instituciones nacionales, como la Dirección de Parques Nacionales (Núñez 2013; Vejsbjerg, Núñez y Matossian 2014), e incluso de su incidencia en la organización territorial posterior (Núñez y López 2015). Ahora bien, la Patagonia no es la única región presentada en estos términos. Los viajeros científicos que llegan al sur están afectados por sus propias experiencias, que involucran campañas de reconocimiento de la zona norte -en Puna y Chaco-. Las fronteras de los Territorios Nacionales se fueron configurando a partir de un relato donde habitantes humanos, flora, fauna, clima y hasta características geológicas y físicas se mezclaron como argumento de la propia dependencia. Esto redundó en prácticas políticas de desarrollo y apropiación territorial que, como se mencionó, atravesó el accionar de las instituciones estatales que intervinieron en la configuración socioeconómica del espacio y que otorgaron una estructura de desigualdad fuertemente arraigada en esta larga duración de discur-sividad científica.
Reflexiones finales
Decíamos al inicio que el objetivo del artículo era indagar el sentido de lo nacional en el proceso de incorporación del territorio patagónico. Con relación a ello, podemos concluir que la Nación, en este espacio de integración tardía, refiere a anclajes de futuro y promesa, que entonces ubican lo existente, en el sitio de la traba.
La Nación se redacta e imagina desde la ciencia. La noción de "deseo territorial", explorada por Lois (2006), ubica esta construcción en la elaboración cartográfica. A lo largo de estas páginas se redescubre la proyección del deseo, presentado como destino natural, en la caracterización y descripción física, botánica, zoológica y antropológica de la zona.
Así, por ejemplo, en el reconocimiento de los cráneos se jugó un debate asociado a la idea de un argentino antiguo, y se habilitó desde la mirada descripta un cierto sentido del pasado situado en una remota ancestralidad, que permitió saltear al complejo periodo colonial como constitutivo de su estructura. Así, en el ejercicio de desapego del orden español, manifestado en la obra de Sarmiento y Napp, lo "argentino" se reinventa desde los márgenes incorporados en fechas tan avanzadas como el inicio del siglo XX, esto es, los territorios de integración tardía.
La materialidad y el devenir se presentan, desde las diferentes disciplinas, con sesgos de nacionalidad que remiten a un paisaje autoevidente en su pertenencia política, y a prácticas naturales aún ausentes. El territorio se organiza con base en un cierto modelo de desarrollo que, aunque posiciona lo patagónico claramente en una relación de desigualdad, no se discute. El capitalismo y la estructura agraria se presuponen a tal punto que, en la obra inaugural de la presentación del territorio, la de Napp de 1876, se postula este destino como deducción del conocimiento del periodo, aun asumiendo que el territorio era desconocido. Lo argentino, como espíritu, se ancla en el modelo agroexportador, por entonces (fin del siglo XIX) en plena expansión y ello se traslada a la argumentación científica.
La mirada de las obras que siguen continúa sobre estos supuestos; Moreno, Lista e incluso el grupo norteamericano dirigido por Hatcher repiten la perspectiva utilitarista desde la cual comprender el territorio, en el sentido de reducir la comprensión del terreno, en sus múltiples dimensiones, a lo extraíble en función de la estructura comercial delineada desde otras regiones.
Lo patriótico es asumir la organización territorial teniendo como norte un beneficio externo, y en este proceso la colonialidad se va incorporando como propia del paisaje, pues la única posible vinculación es asimétrica. Así, hay una argentinidad ancestral, que toca a poblaciones en los orígenes de los tiempos, pero deja fuera a las poblaciones originarias del periodo de conquista e incorporación territorial, ubicadas en el sitio de naturaleza, de desigualdad, cuyo destino ineludible era la desaparición.
La noción de destrucción cobra aquí su sentido más amplio. No es posible el desarrollo sin el desmantelamiento de un orden que no solo es social, sino que también es biológico. Es más, la clara destrucción racial expuesta en los discursos científicos del proceso de exploración y conquista avanza a la destrucción de animales y plantas como condición necesaria del desarrollo, una vez que el orden social se dio por resuelto. Lo paradójico es que la conservación también se afinca en esta lógica, donde la destrucción es posible porque se apoya en una mirada que es la única que sabe valorar lo que debe valorarse como naturaleza monumental.
A principios del siglo XX, lo argentino en los márgenes se resolvía con migración europea. Lo nativo -humano, planta, animal- tuvo un hálito estatal, en el sentido de estar ubicado en el espacio de pertenencia al país, pero se inscribió como opuesto respecto del orden a establecer. El sentido de lo vivo y del pasado se encuentra permeado de valoraciones emotivas e ideológicas, vinculadas a un determinado modelo de Nación, que no solo se inscribe en el plano simbólico, sino que, en estas fronteras, se establece desde la geografía, geología y botánica del periodo. La ciencia natural deviene en argumento político desde el mismo proceso de toma de datos.
La incorporación de la Patagonia repite esquemas de los espacios coloniales, quedando establecida como territorio subalterno dentro del Estado, que paradójicamente supone un formato federal en su ordenamiento. Las formas de conocer la Patagonia, y el relato científico asociado que se va estableciendo, reiteran un sitio de incorrección en lo existente que justifica el dominio, y que entonces remiten a reflexiones en términos de colonia-lidad del saber y feminización del espacio. La Patagonia necesita ser dominada, y los científicos son los héroes de la avanzada de ese dominio. El relato científico apela a una retórica heroica que remite al proceso de conquista. De la originaria, de "terra nova", pero también de lo femenino. La construcción de lo argentino se va resolviendo con el esfuerzo de estos hombres de acción y no de las poblaciones.
La naturaleza emerge como una fuerza y un desafío al que no solo se debe enfrentar con armas, sino, como indicaba Hicken, con prácticas de laboratorio. No es obvio para estos autores cómo sus propios prejuicios y supuestos van mixturando el relato, que se plantea como síntesis de observaciones neutras. En esta dinámica, la población queda subordinada a esa fuerza de carácter indómito que necesita de la mirada tutelar.
Es desde aquí que la pregunta por la incorporación de los territorios de integración tardía adquiere un carácter continental. Pues los espacios sobrecargados de intereses estatales, en la medida en que se presentan como territorios en disputa entre naciones, e inscriptos como naturaleza hostil, sea como desierto, sea como selva, necesitan de una mirada que dé cuenta de su particularidad dentro del proceso de conformación u organización de los Estados latinoamericanos. La Patagonia, aún no termina de disciplinarse, pues su promesa de desarrollo está, aún hoy, en el futuro.
Podemos pensar que este territorio es lugar y proceso, en el sentido de ser hecho y ficción en términos de Haraway. Las observaciones científicas alimentan este relato de incompletitud e incertidumbre, pues la muestran como una región que pertenece a un Estado, que es imagen de lo nacional, pero que no termina de tener una definición fija.
Volviendo a la pregunta inicial por la argentinidad desigual que se va proyectando, podemos encontrar que lo nacional se va estableciendo desde el modo de inscribir la Patagonia. Así lo patagónico aparece cada vez más natural cuanto más se aproxima a la frontera, tanto en el sentido de frontera interna como en el de frontera internacional. Las características del territorio y población apelan a metáforas cada vez menos humanas en cuanto se inscribe el terreno como recurso extraíble o Parque Nacional, vacío o intocado.
Sin embargo, no es una exterioridad, sino parte de un orden territorial constituyente del todo. En el relato del Estado, la Patagonia se instala en el límite entre el adentro y el afuera, pero se presenta como región necesaria. No es un afuera ni un adentro, es un margen con la doble acepción de la interioridad y la exterioridad, como marca de un orden social disciplinante, que toma como referencia un paisaje que deviene en autoridad externa, que aún atraviesa prácticas y discursos.
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