Recibido: 10 de marzo de 2022; Aceptado: 23 de enero de 2023
Lugares violentados. Modificaciones a los usos y significados de espacios cotidianos en contextos de violencia*
Violated places. Assembling everyday spatial strategies and meanings in violent contexts
Lugares violentados. Modificações dos usos e significados de espaços cotidianos em contextos de violência
Resumen
Este artículo explora cómo los lugares se modifican después de un acontecimiento violento y de qué manera estas modificaciones permean la vida cotidiana en contextos donde se convive con distintas formas de violencia. A partir de 39 entrevistas, realizadas entre 2015 y 2019 a periodistas, activistas e integrantes de la sociedad civil que reaccionaron de distintas maneras ante de la masacre de Villas de Salvárcar en Ciudad Juárez, México, en 2010, propongo la categoría de lugar violentado para analizar las estrategias y significados que se desmontan al vivir en contextos de violencia. El lugar violentado es aquel en donde suceden los hechos, y al mismo tiempo es una representación donde las personas que no fueron afectadas por el hecho pueden situarse. Analizo la casa como lugar violentado desde tres dimensiones que permiten ver los cambios de usos y significados después de un acontecimiento violento: 1) la construcción de los límites del afuera y los otros antes de la masacre y cómo esto contribuye a la sensación de riesgo; 2) la casa como escena del crimen que permite la empatía de otras personas; 3) la casa como recuerdo del dolor, de la vulnerabilidad y el reflejo de una realidad compartida por una ciudad. Argumento que estas modificaciones a los usos y significados de los lugares permiten captar una dimensión más de la vida en contextos de violencia, donde los mecanismos de supervivencia no alcanzan y requieren redefinirse constantemente. El estudio de los lugares violentados propone una manera novedosa para situar un hecho violento en el tiempo y el espacio. En particular para los estudios de violencia, la propuesta está en pensar cómo la violencia transforma el espacio. Este enfoque abre líneas de investigación más allá de la violencia urbana en América Latina para analizar cómo el riesgo, el peligro y los hechos impredecibles pueden traspasar fronteras físicas y simbólicas que impliquen la resignificación de los espacios y lugares.
Descriptores:
casa, México, seguridad, violencia.
Palabras clave:
acontecimiento, casa, Ciudad Juárez, espacio, lugar violentado, violencia.Abstract
This article explores how places are modified after a violent event and how these changes are experienced in the everyday life of places where different forms of violence coexist. Based on 39 in-depth interviews with journalists and activists who responded to the Villas de Salvárcar massacre in Ciudad Juárez, México in 2010, I propose the concept of ‘violated place’ to analyze strategies and meanings that are assembled for those living in violent contexts. A violated place is a site where violent events emerge and subsequently work as representations through which people can relate even if they did not directly experience the event. I analyze violated places through three dimensions of meaning-making after a violent event: 1) boundary-making through the notion of inside and the relation to others before the massacre and how this contributes to perceptions of risk; 2) the house as a crime scene that challenges notions of empathy; and 3) the house as a memory of vulnera- bility, grief, and as a collective memory in the city. I argue that changes in the use and meanings of places allow us to see other dimensions of living in violent contexts where strategies to survive are not enough and require frequent redefinition. Studying violated places allows for a novel way of locating violent events in time and space. This approach is relevant to the violence studies literature because it considers space as a distinctive part of broader violent dynamics and sheds light on specific transformation of spaces through violence and after violent events. This approach contributes to other ways of looking at urban violence in Latin America by focusing on risk, danger, and violent events as social phenomena with unclear material and symbolic boundaries.
Descriptors:
México, house, security, violence.
Keywords:
Ciudad Juárez, house, event, space, violated place, violence.Resumo
Este artigo explora como os lugares se transformam depois de um acontecimento violento e como essas transformações permeiam a vida cotidiana em contextos em que distintas formas de violência coexistem. A partir de 39 entrevistas realizadas entre 2015 e 2019 com sujeitos políticos que reagiram de distintas maneiras ao massacre de Villas de Salvárcar em Ciudad Juárez, México, em 2010, proponho a categoria de lugar violentado para analisar as estratégias e significados que se desmontam ao viver em contextos de violência. O lugar violentado é aquele no qual sucedem os fatos e, ao mesmo tempo, também é uma representação onde as pessoas que não foram afetadas pelo fato podem se situar. Analiso a casa como lugar violentado a partir de três dimensões que permitem ver as mudanças de usos e significados após um acontecimento violento: 1) a construção dos limites do fora e dos outros antes do massacre e como isso contribui para a sensação de risco; 2) a casa como cena do crime que permite a empatia de outras pessoas; 3) a casa como lembrança da dor, da vulnerabilidade e o reflexo de uma realidade compartilhada por uma cidade. Argumento que estas transformações dos usos e significados dos lugares permitem ver outra dimensão da vida em contextos de violência onde os mecanismos de sobrevivência não são suficientes e requerem redefinições constantes. O estudo dos lugares violentados propõe uma maneira nova para situar um fato violento no tempo e no espaço. Essa abordagem é útil para os estudos de violência porque permite pensar como a violência transforma o espaço em vez de olhar para o espaço como parte intrínseca de fatos violentos. Esse enfoque abre linhas de pesquisa para além da violência urbana na América Latina para pensar como risco, perigo e fatos imprevisíveis podem cruzar fronteiras físicas e simbólicas que implicam na ressignificação dos espaços e lugares.
Descritores:
lar, México, segurança, violência.
Palavras-chave:
Acontecimento, casa, Ciudad Juárez, espaço, lugar violentado, violência.Introducción
En mi casa están tendido mis hijos, estamos en el novenario. Yo quiero justicia para mis hijos y para los demás estudiantes…estaban en una fiesta para un muchachito de 18 años.
LUZ MARÍA DÁVILA
MADRE DE DOS JÓVENES ASESINADOS EN LA MASACRE DE VILLAS DE SALVÁRCAR
Al entender la violencia como un fenómeno social que es relacional y situacional, es importante identificar dónde, cuándo y en qué condiciones ocurre, pues los fenómenos violentos se sitúan en espacios y tiempos particulares. En estudios contemporáneos sobre violencia urbana en América Latina, el componente espacial tiende a abordarse como parte constitutiva de las dinámicas violentas. Dichos estudios buscan entender cómo ciertos patrones espaciales influyen en tipos específicos de violencia y, en algunos casos, lo que guía las investigaciones es un análisis sobre la relación causal del espacio como detonador de violencia. Por ejemplo, algunos estudios describen las condiciones materiales en que ocurren los actos violentos, como las características del espacio urbano, y en específico la disposición barrial (Arias y Montt, 2018; Moser, 2004; Ungar, 2007); las zonas periféricas de las ciudades y la ubicación con relación a otros centros de distribución de la violencia (Auyero, 2015; Auyero, Bourgois y Scheper-Hughes, 2015; Koonings y Kruijt, 2008; Rodgers, 2004). En las investigaciones en las cuales las formas de violencia que se analizan se presentan de forma extendida con patrones regulares y dinámicas identificables, como las dinámicas violentas asociadas al narcotráfico y al crimen organizado, se describe la condición espacial reducida a aspectos geográficos, económicos y políticos (Moncada, 2016; Müller, 2018; Rosen y Kassab, 2020). Si bien en estos estudios el espacio se entiende como constitutivo de la violencia, la modificación de los espacios y lugares después de hechos violentos se investiga poco.
Este artículo explora cómo los acontecimientos violentos modifican las percepciones y significados sobre los lugares violentados y sobre su representación, y de qué manera estas modificaciones permean la vida cotidiana en contextos donde se convive con distintas formas de violencia. Para las personas que viven en estos contextos, los lugares significan y se usan de acuerdo con la sensación de vulnerabilidad, riesgo y seguridad que estos representan. Cuando los acontecimientos violentos irrumpen en lugares donde se sienten protegidos, la sensación de vulnerabilidad alcanza otro nivel de exposición y los límites entre lo seguro y lo inseguro, entre el adentro y el afuera, se redefinen. Argumento que estas modificaciones de usos y significados de los lugares violentados permiten ver una dimensión más de la vida en contextos de violencia, en los cuales, los mecanismos de supervivencia no son suficientes y requieren redefinirse constantemente.
A partir de una aproximación sociológica a los acontecimientos, entendidos como procesos sociales complejos que se desarrollan en el tiempo, que se van materializando a través de distintas formas discursivas (Wagner-Pacifici, 2017) y que provocan transformaciones en las estructuras sociales (Sewell, 1996), analizo el caso de la masacre de Villas de Salvárcar como un acontecimiento violento y emblemático en el periodo de implementación de la estrategia de seguridad contra el crimen organizado impulsada por Felipe Calderón (2006-2012). Los acontecimientos, al ser impredecibles, irrumpen en la vida cotidiana y en el proceso de ordenar y nombrar lo que está sucediendo, de manera que los sujetos políticos dan forma y movilizan el devenir del acontecimiento. Al ser fenómenos sociales únicos e irrepetibles (Sahlins, 1991), cada acontecimiento inaugura formas de actuar y de relacionarse con el terreno de donde emerge. En este artículo se analizan las formas de actuar y de relacionarse con la casa y con la representación de esta a partir del acontecimiento de la masacre de Villas de Salvárcar.
El 30 de enero de 2010 un comando armado abrió fuego durante una fiesta de cumpleaños que se celebraba en una casa en un fraccionamiento de interés social al suroriente de Ciudad Juárez, Chihuahua. Este hecho, en el que 15 personas fueron asesinadas -10 de ellas estudiantes-, detonó una serie de reacciones que lo convirtieron en un acontecimiento coyuntural a nivel nacional. En este artículo, analizo cómo el hecho de que la masacre haya ocurrido dentro de una casa desmontó la idea de esta como lugar de refugio -pues así era vista comúnmente en este primer periodo de incremento de violencia asociado a los enfrentamientos entre bandas del crimen organizado y las fuerzas de seguridad-, de modo que pasó a ser un lugar más de exposición y vulnerabilidad. Esta percepción fue compartida por más personas (además de las víctimas directas e indirectas) que se identificaron con alguna característica del hecho: ser estudiantes, monitorear a hijos e hijas para estar al tanto de dónde pasan el tiempo, hacer festejos en las casas porque estar en lugares públicos significaba exponerse o vivir en estos fraccionamientos. Dicho acontecimiento desgarra también la idea de que la violencia ocurre afuera, mientras que adentro se está a salvo, e invita a pensar la casa como una nueva frontera de seguridad (Atkinson y Blandy, 2016).
La información que sostiene este artículo fue obtenida entre 2015 y 2019 como parte de un proyecto más amplio centrado en el caso de la masacre de Villas de Salvárcar y su desarrollo como acontecimiento violento durante la primera parte de la implementación de la estrategia de seguridad para combatir el crimen organizado en México (2006-2012). Me baso específicamente en 39 entrevistas a 41 personas1, quienes respondieron de distintas maneras ante la masacre. De estas 41 personas: 11 son actores locales que formaron parte de movilizaciones en la ciudad; 8 eran parte del gobierno federal cuando se operó la estrategia gubernamental Todos Somos Juárez, iniciada 10 días después de la masacre; 14 integrantes de organizaciones locales de la sociedad civil; 5 integrantes de organizaciones nacionales de la sociedad civil que fueron a trabajar a Juárez después de la masacre; 3 periodistas que cubrieron la masacre. Realicé observación participante en cada uno de los viajes que realicé a la ciudad durante ese periodo, lo que me permitió recopilar notas de campo durante más de 50 conversaciones informales con personas con quienes conviví en Ciudad Juárez en distintos contextos.
Ahora bien, con este artículo busco contribuir a la literatura sobre violencia, miedo y espacio con enfoque en América Latina, desde una perspectiva que permita comprender de una forma novedosa la relación entre los fenómenos violentos y la transformación del espacio, dando luz sobre la particularidad, complejidad y contingencia más que sobre los patrones y enfoques predictivos que tienen algunos estudios comparativos sobre la violencia. El artículo está dividido en cuatro secciones, en la primera reviso las aportaciones de la literatura sobre violencia urbana en América Latina que toman en cuenta la dimensión espacial, así como las referencias teóricas y conceptuales necesarias para el análisis de los lugares violentados. En la segunda sección, describo el contexto de Ciudad Juárez, en particular su composición urbana para entender el espacio en donde sitúan las distintas formas de violencia y el acontecimiento. En tercer lugar, analizo la casa como lugar violentado desde tres dimensiones que permiten ver los cambios de usos y significados tras un acontecimiento violento: 1) la construcción de los límites entre el afuera y los otros antes de la masacre y cómo esto contribuye a la sensación de riesgo; 2) la casa como escena del crimen que permite la empatía de otras personas; 3) la casa como recuerdo del dolor, de la vulnerabilidad y el reflejo de una realidad compartida por una ciudad. Finalmente, realizo algunas notas a manera de conclusión, enfatizando el potencial de la experiencia violenta para modificar el significado de los lugares, incluso de aquellos más íntimos, como la casa.
Espacio, violencia y lugar violentado
El aumento y diversificación de fenómenos violentos en América Latina han sido objeto de investigación en los últimos 20 años. Mientras que la agenda de investigación de la violencia en la región hasta la primera década del 2000 estaba centrada en los estudios sobre el aumento de inseguridad en contextos de cambio político (Davis, 2006; Moser, 2004; Pearce, 2010), los estudios de la última década se enfocan en: 1) los nuevos tipos de violencia; 2) las respuestas del Estado a dichas violencias; y 3) las respuestas públicas a la violencia (Vilalta, 2020)2. En estos estudios, las referencias a los espacios son principalmente para situar los fenómenos violentos. En otras palabras, buscan entender cómo ciertos patrones espaciales, como el hacinamiento o la segregación, ayudan a explicar la violencia (Springer y Le Billon, 2016).
Desde el urbanismo y la geografía humana también hay varios aportes relevantes para estudiar la relación entre espacio y violencia. En particular, destacan las investigaciones que exploran cómo la planeación urbana, el ordenamiento territorial y la distribución de servicios son la base de la violencia urbana y de qué forma las respuestas parten de esta lógica espacial (Davis, 2006, 2014, 2016; Moser y McIlwaine 2006). Los enfoques desde la geografía analizan la configuración de la violencia a través del espacio (Springer, 2011; Springer y Le Billon 2016)3. La tendencia de este enfoque busca explicar la violencia situada en contextos particulares y ubicar los patrones espaciales que sirven al análisis. Sin embargo, pocos estudios se preocupan por explorar cómo la violencia modifica los espacios.
Dentro de la sociología y la geografía urbana, ha habido un creciente interés por el reconocimiento del impacto del miedo y, en particular, del miedo al crimen, en la formación de espacios generadores de seguridad (Low, 1997, 2001; Müller, 2020; Sparks, Girling y Loader, 2001). Tal es el caso del estudio de urbanizaciones o fraccionamientos cerrados como detonadores para la discusión sobre segregación y desigualdad, ya que el acceso a la seguridad solo es posible en ciertas condiciones sociales y económicas (Borsdorf, Hidalgo, y Sánchez, 2007; Caldeira, 2001; Coy, 2006; Lara, 2011; Vesselinov, Cazessus y Falk, 2007). En esta línea de investigación, se halla también el estudio de la casa como un lugar de protección, al mismo tiempo que es un espacio que debe ser protegido frente a las amenazas externas (Atkinson y Blandy, 2016; Müller, 2020). Los significados de este lugar son continuamente impugnados, ya que representa distintos tipos de amenazas para quienes los habitan (Gutiérrez Rivera, 2020). Dichos estudios se centran en el impacto del miedo sobre el espacio urbano; sin embargo, lo hacen en un contexto en el que la casa efectivamente puede imaginarse como un refugio. No se explora el caso en el que la casa está situada en contextos donde los indicadores de inseguridad representan solo una parte del espectro de la violencia.
Este artículo explora de qué manera la violencia, en particular un acontecimiento violento, transforma los espacios, la percepción de estos y cómo se modifican los usos que se le dan en la vida cotidiana4. Estas preguntas permiten explicar cómo estos espacios configuran nuestro propio entendimiento de la violencia (Tyner, 2012). En contextos en los que la violencia es extendida y se manifiesta de distintas maneras, tanto los espacios como los lugares se ven modificados5. Las relaciones que los producen y reproducen cambian, al igual que las prácticas que los sostienen, las interpretaciones y los significados generados por los actores sociales.
Los lugares son puntos únicos y específicos en el universo que se construyen a partir de prácticas, objetos, representaciones (Gieryn, 2000) y sus interpretaciones (Massey, 2005)6. Por esta razón, los lugares no representan lo mismo en épocas distintas. Más aún, no todos los lugares son para todas las personas. Cuando un acontecimiento violento irrumpe en un lugar particular, cambia el significado y la interpretación de este. Cuando una casa se vuelve un lugar violentado, la idea de refugio, protección y vulnerabilidad se ve alterada7.
En este orden de ideas, a través de la categoría de lugar violentado, exploro los cambios de usos y significados de la casa después de un acontecimiento violento. El lugar violentado es aquel en donde suceden los hechos, pero es también una representación en la cual las personas que no fueron afectadas por el hecho pueden situarse. Por ejemplo, la casa donde ocurrió la masacre de Villas de Salvárcar es el lugar violentado, pero también lo es la casa como representación de lugar seguro y de refugio en este contexto. No solo quienes habitaban esa casa se sienten vulnerables, sino quienes viven en la casa de al lado, en el mismo fraccionamiento o en uno con similares características, en la misma zona de la ciudad o en alguna distante que se le parezca. La proyección va de lo micro, que es la casa, hasta quienes comparten el significado de la casa en otro punto de la ciudad8. El análisis a través de estas dimensiones permite ver que las prácticas de protección desarrolladas en este periodo se desmontan. La masacre irrumpe la idea de seguridad y deja una sensación de vulnerabilidad en las formas de reducir el riesgo. Este cambio en la percepción de los lugares revela la complejidad de las modificaciones a la vida cotidiana después de un acontecimiento violento. Además, revela una dimensión más de los impactos de la violencia en la ciudad que se relaciona con su historia y desarrollo urbano.
Situar la violencia
La masacre de Villas de Salvárcar ocurrió a inicios de 2010, año que recuerdan en Ciudad Juárez por el pico de violencia, no solo debido al número de homicidios sino por el tipo de hechos violentos. Entre los hechos nombrados masacre en medios están los siguientes: en 2008, asesinaron a nueve personas en un Centro de Integración de Alcohol y Drogas (CIAD) número 18; en 2009 hubo dos masacres en centros de rehabilitación, la primera el 2 de septiembre en El Aliviane, donde asesinaron a 17 personas. y la segunda el 16 de septiembre en Anexo de Vida, con 10 personas asesinadas. Aunque estos hechos impactaron por el número de víctimas, los lugares donde ocurrieron y las víctimas no eran referencias cercanas a toda la población.
Los espacios que se sentían más alejados, no solo por la distancia entre un punto y otro sino por la distancia de sentido (Simmel, 2015), eran los que se identificaban como riesgosos. Además, no solo estaba el riesgo en lugares específicos, sino en el afuera como un espacio y tiempo donde se estaba expuesto, por ejemplo, la calle. Por el contrario, los lugares cerrados ocupados por más personas daban la sensación de seguridad; así, la directora de una organización de la sociedad civil que trabaja con jóvenes e infancia, reflexiona:
El pico más fuerte fue en el 2009, 2010. Yo salía de mi casa y decía “no sé si voy a volver”, de esa magnitud y fue la parte más álgida para los jóvenes. Es cuando nosotros teníamos en las comunidades, en los espacios, entre 80 y 150 jóvenes que iban. Y es que nuestros espacios se vuelven espacios seguros para ellos. Hay un testimonio muy interesante de unos de los muchachos que dice “prefiero estar aquí, aunque no me guste, porque la calle es muy insegura”. (Entrevista 1, 2015)
En virtud de esta reflexión, se reconoce que tanto el uso de la calle, ya sea como trayecto o como espacio público, era un riesgo. El “no saber si voy a volver” refleja la incertidumbre que vivían las personas incluso en trayectos cotidianos. Además, que los jóvenes ocuparan la calle era inseguro, sobre todo por el nivel de criminalización y estigmatización que han vivido históricamente en la ciudad, el cual se acentuó durante este periodo. Poco a poco, la población fue dejando de ocupar espacios públicos, a la par que los hechos violentos acaparaban más ubicaciones.
En 2010, los hechos violentos empezaron a ocurrir en lugares que de alguna u otra manera se frecuentaban en la vida cotidiana, como parques, hoteles, hospitales y escuelas. Esta reubicación de la violencia aumentó la sensación de riesgo, ya que no solo no era posible predecir los hechos, sino que tampoco se podía anticipar en dónde ocurrirían. La sensación de vulnerabilidad cambió cuando las características de las víctimas de hechos violentos dejaban de ser las estereotipadas: en concreto, por ejemplo, ser joven. Mientras que las autoridades construyeron y replicaban la narrativa de “se están matando entre ellos”, las personas que habitaban zonas en conflicto ubicaban que el riesgo era estar en el lugar equivocado. Se empezó a identificar que no era un conflicto entre ellos, sino que la población en general se sentía vulnerable. De igual forma, los espacios no eran solo los de afuera, los que podemos evitar, sino que cada vez eran más cotidianos y cercanos, como reflexiona un integrante de una organización de la sociedad civil que trabaja con jóvenes:
Al principio decíamos “se van a matar entre ellos, solo ellos se conocen” y después mataron a un académico, y decíamos “ah cabrón”; mataron a un niño, “ah cabrón”; después mataron a una mujer embarazada; después mataron a chavos en un parque y luego mataron a jóvenes que estaban conviviendo en una casa; luego, mataron a policías, mataron a gente caminando y pa, pa, pa, fuego cruzado y ¿resulta que el problema era porque llegaron en el momento menos indicado? (Entrevista 2, 2015)
La reflexión sobre los hechos violentos mencionados no solo muestra cómo poco a poco se fue desvaneciendo la narrativa del gobierno federal, sino también la narrativa de la población juarense de pensar que era “mala suerte” estar en el momento menos indicado. Cada hecho hacía que las características de las víctimas hicieran resonancia en más personas, aumentando la sensación de riesgo. “Una persona de la academia, un niño, chavos en un parque, jóvenes en una casa”, son expresiones que se refieren a características poco probables para estar involucradas en un hecho violento donde “se matan entre ellos”.
A la par que los hechos violentos se situaban en más espacios, aumentaban los lugares que debían evitarse. En consecuencia, eran cada vez menos los lugares donde se podían encontrar a salvo. Para ese momento, las personas en Ciudad Juárez habían desarrollado mecanismos de protección para lidiar con el miedo y la inseguridad, similares a los desarrollados en otras ciudades que sufrían de distintas dinámicas violentas asociadas al crimen organizado (Villarreal, 2021). Uno de esos mecanismos fue dejar de frecuentar restaurantes y bares; entonces las y los jóvenes se reunían en casas, asumiendo que acá, adentro, para nosotros, no había riesgo.
La casa como escena del crimen
La casa como espacio físico es una construcción que separa el adentro del afuera. En algunos casos, se añaden aditamentos como cerraduras extras, candados, bardas o rejas, que intentan hacer más amplia la distancia entre el interior y el exterior, en términos de sentido. Además, estos aditamentos tienen la función de aumentar la seguridad en el interior de este espacio. Así, la casa simboliza resguardo y protección para quienes la ocupan9. Esta no es un lugar cualquiera, sino un punto único que es representado e interpretado (Gieryn, 2000; Massey, 2005) como hogar, con una carga simbólica de pertenencia. La casa como refugio se construye a través de las relaciones que la sostienen y, sobre todo, a través de los significados atribuidos.
En contextos de violencia extendida, en particular en América Latina, los hogares se consideran santuarios, en el sentido de brindar protección y refugio del exterior para quienes los habitan (Feldman, 1991). Esta protección no está dada únicamente por la frontera física que la casa representa, sino por las relaciones que la convierten en un lugar, en particular, la presencia de la familia y en muchos casos de una figura femenina importante en el papel de cuidado y protección.
La masacre de Villas de Salvárcar representa la inmersión de la violencia en el lugar más íntimo; el hecho traspasó todas las fronteras físicas y simbólicas para colarse en el espacio que parecía ser de protección para las personas presentes. La casa dejó de ser un lugar seguro y se volvió un lugar violentado. Además, el haber atacado a jóvenes que estaban utilizando los mecanismos de protección que parecían mantenerles a salvo, como festejar en una casa, reflejó un nivel mayor de vulnerabilidad. Más aún, el papel de la familia como protección tampoco previno el riesgo, como reflexiona la madre de un joven asesinado en la masacre, quien hoy es directora de una organización de la sociedad civil que promueve el deporte para los jóvenes:
Las mamás de fútbol americano evitábamos que los muchachos de alguna manera anduvieran en los antros, apenas estaban cumpliendo los 18. Entonces hacíamos fiestas en casas de diferentes mamás, iban cumpliendo los 18 y se hacía: “hoy va a haber fiesta en casa de mamá tal o de mamá tal”. Ese día me habla la mamá de quien era el mejor amigo de mi gordo, y me dice “hubo un problema”. (Entrevista 3, 2019)
La presencia de la mamá, como figura protectora y vigilante, se hace evidente en esta cita. Las madres organizan, están al pendiente, se avisan. En esta lógica de cuidado, las casas parecían ser una trinchera donde sus hijos estarían a salvo y, más aún, el hecho de que los jóvenes no estuvieran en la calle configura una idea de inocencia -como la frase que dice Luz María Dávila, madre de dos jóvenes asesinados en la masacre: “no tenían tiempo para andar en la calle porque trabajaban y estudiaban”- . Alejarse de los antros era evitar lugares de riesgo, replegarse en el espacio doméstico era refugiarse en redes de protección. El problema se reporta como una anomalía: la masacre fue algo que no debió haber sucedido.
Recurrir a lugares íntimos para tener momentos de reunión no solo era un mecanismo de las personas jóvenes. Este hecho trastocó la idea de riesgo y exposición de distintas personas, modificando también la idea de seguridad y dejando a flote la sensación de vulnerabilidad. Ya no solo no había lugares seguros sino tampoco prácticas que garantizaran la seguridad, como reflexiona una periodista local que cubrió la masacre:
Para ese año ya se habían registrado otras masacres, no era la primera, no había sido la única, pero creo que tuvo que ver con el hecho de que había sido en una casa, en un fraccionamiento, porque para ese entonces los ciudadanos ya estaban totalmente replegados. Ya no ibas a bares, ya no salías, tu vida social se limitaba a ir a casas como una forma de protegerte porque se suponía que los puntos de riesgo eran los salones de baile, ese tipo de lugares. Entonces fue así como un shock porque fue la primera vez que entraban a una vivienda y… masacraban. (Entrevista 4, 2019)
Las referencias espaciales en la cita anterior indican claramente qué se consideraba lugar de exposición y peligro: bares, salones de baile. Entrar a una vivienda, dentro de un fraccionamiento, indica traspasar dos espacios delimitados por fronteras espaciales que dividen el adentro y el afuera (Small y Adler, 2019), lo protegido y lo expuesto: el fraccionamiento y la casa.
La referencia a la casa como lugar que se construye por relaciones, que se vive y se habita, es importante porque, como se mencionó, la casa donde se llevó a cabo la fiesta no era habitada. Sin embargo, al ser un referente de las casas habitadas y albergar encuentros, adquirió la categoría de ser un lugar que representaba seguridad y era parte de su referente espacial, como reflexiona la periodista local que cubrió la masacre:
Se suponía que el lugar más seguro, tu refugio es tu casa y en ese momento fue vulnerado. Porque si bien no era una vivienda habitada, fue un espacio que se les prestó a los jóvenes y que se suponía que estaban seguros porque su mamá estaba enfrente, su papá estaba a un lado y eso se suponía que le brindaba seguridad a la fiesta. (Entrevista 5, 2019)
Reconociendo que la casa no habitada podría ser también un riesgo, había otros mecanismos que tuvieron que haberles protegido. Esta referencia es importante porque el problema de las casas abandonadas en la ciudad estaba creciendo alarmantemente. Aunque una de las razones de abandono de casas era el tema de inseguridad en la ciudad, las casas abandonadas se vuelven al mismo tiempo un factor que aumenta la sensación de inseguridad para quienes se quedan (Contreras, 2021). Además, representa el riesgo de que sean ocupadas temporalmente por desconocidos e incluso por personas relacionadas con algún tipo de actividad ilegal. Por esta razón, el hecho de que tanto las familias como las y los vecinos supieran de la fiesta, era un factor importante de protección.
La masacre hizo que la idea de la casa como lugar seguro se desvaneciera, al igual que algunos mecanismos de protección. Replantearse estas prácticas de cuidado propio, como las usadas para cuidar a personas cercanas, implicó un nivel más de repliegue, como reflexiona una periodista local:
Yo pensaba: me puede pasar a mí, le puede pasar a mis hijos. La manera en que yo los estoy tratando de proteger ya no es segura, ya no es seguro dejarlo ir con sus primos, ya no es seguro dejarlo ir con sus amigos o a la casa de la abuela. Yo creo que todos nos sentimos de una forma muchísimo más vulnerables, muchísimo más en riesgo y que nuestros hijos estaban en un gran riesgo. Ya no era que te pueden matar porque andabas mal, porque ese era el discurso oficial: “se están matando entre ellos” y no importa, se matan entre ellos y los demás estamos a salvo porque pues somos gente de bien” ¿no? Yo no había visto una escena tan brutal, en cuanto a cómo quedó la escena del crimen, extremadamente violenta. (Entrevista 4, 2019)
Esta reflexión conecta dos sensaciones que potencian la vulnerabilidad: primero, ponerse en el lugar del otro con la frase “me pudo haber pasado a mí”, pasando de los otros a nosotros, y segundo, el nivel de violencia del hecho. A diferencia de otros hechos violentos que ocurrían en la ciudad en esos años, la masacre de Villas de Salvárcar era un acontecimiento constantemente caracterizado como violento: importaba el número de víctimas, cómo se dio el hecho, el tipo de armas, que haya sido un error, que hayan sido víctimas jóvenes en una fiesta de cumpleaños. Pero el grado de violencia ejercido en el hecho quedó plasmado en la casa.
La casa como recuerdo del dolor
Los rastros de los fenómenos violentos quedan plasmados en los lugares y estos se vuelven fundamentales para las experiencias biográficas (Ferguson y Gupta, 1997). No solo quedan las narraciones de las experiencias de quienes estaban ahí, sino que la violencia representada en esa masacre impregnó el espacio físico. Esta escena del crimen fue recordada durante mucho tiempo por su brutalidad. No solo fue cómo encontraron este lugar sino cómo permaneció.
La casa como recuerdo del dolor y vulnerabilidad permaneció 7 años. En conversaciones informales, distintas personas hablaban de que la casa había durado mucho tiempo con huellas muy claras del hecho: sangre, ropa, huellas de zapatos. Esto no se debió necesariamente al proceso de investigación del caso, a que el peritaje requiriera no mover nada de la escena del crimen, sino que ello pudo haber estado relacionado con que la casa se hallaba abandonada. Otra razón podría ser únicamente el impacto y el shock que representaría limpiar la casa. Es importante recordar que varias víctimas, directas e indirectas, eran vecinos. Para quienes no perdieron a ningún familiar o amigo cercano en la masacre y solo habitaban la zona, la casa funcionaba como recuerdo del riesgo. Pocas personas tuvieron la posibilidad de irse del fraccionamiento, lo cual fue una oferta del gobierno local, pero la decisión no era solo económica sino de arraigo a la casa familiar que había implicado un esfuerzo económico, además, poseer una propiedad también otorga un nivel de seguridad (Atkinson y Blandy, 2016). Este caso lo vivió Alonso Encina, quien perdió a su hijo en la masacre y vive en la casa frente a donde ocurrió el hecho.
Tras algunos intentos aislados por convertir ese lugar en un espacio de memoria recuperado por la comunidad, la casa permaneció así por 7 años hasta que fue dada en comodato por el Instituto del Fondo Nacional de la Vivienda para los Trabajadores (Infonavit) y derrumbada por la Comisión Estatal de Vivienda, Suelo e Infraestructura (Coesvi) por instrucciones del gobernador, para construir el Memorial 30 de Enero Villas de Salvárcar, entregado a las familias de las víctimas el 30 de enero de 2018. Aunque el memorial cumple el propósito de servir para ir a recordar a las víctimas, es también el símbolo de algo que se erigió en una casa que fue vulnerada, y con ella, la experiencia de seguridad para todas las personas de la ciudad.
En cuanto a espacios de memoria, destaca el Deportivo Villas de Salvárcar, construido por el gobierno federal en el marco de la estrategia Todos Somos Juárez. Este espacio cuenta con canchas deportivas y salas multiusos; además, hay una pequeña rotonda en la entrada, con el nombre de cada una de las víctimas. Aunque este espacio fue inaugurado en el primer aniversario de la masacre, no era el lugar a donde las familias de las víctimas iban a recordar el hecho ese primer año. Los espacios de memoria fueron diversos, desde las escuelas de las víctimas hasta canchas de fútbol. Hasta antes de la construcción del memorial, la casa no era necesariamente un recinto de memoria. El aura del hecho alejaba este tipo de conmemoraciones y se prefería buscar formas distintas para recordar a las víctimas. Es así como se hicieron marchas, protestas y actos simbólicos durante estos años en distintos puntos de la ciudad.
Hechos con similares características no dejaron de suceder. A finales de 2010, el 23 de octubre, en el fraccionamiento de interés social vecino llamado Horizontes del Sur, ocurrió otra masacre en una casa mientras se llevaba a cabo una fiesta. En este hecho, un grupo armado irrumpió en dos casas, asesinando a 14 personas de entre 16 y 25 años, y lesionando a otras 15 personas más. A diferencia de la masacre de Villas, este hecho no devino en acontecimiento por razones que requerirían más investigación10. Sin embargo, se destaca la similitud en cuanto al número de víctimas y en la operación, así como el hecho de que las reuniones en casa se volvían una nueva posibilidad de albergar hechos violentos. Además, el significado de la casa como lugar violentado y no como un refugio de la violencia de afuera, parecía ser una nueva interpretación factible en la ciudad.
Otro tipo de espacios como parques, plazas y lugares de encuentro dejaron de ser frecuentados en Ciudad Juárez en este periodo. También las casas dentro de los fraccionamientos de interés social, alejados del centro de la ciudad, se han ido abandonando con los años. Dejar estos lugares vacíos es otra huella de violencia de este periodo. Para 2016, el 26 % de las casas del fraccionamiento de Villas de Salvárcar estaban abandonadas. Estos vacíos se han ido llenando con miedo, incertidumbre y recuerdos de quienes son vecinos de la zona.
A manera de conclusión
En este artículo analicé la modificación del significado y representación de la casa, lugar que pasó de ser un refugio de la violencia que sucede afuera a ser un espacio que alberga el riesgo y que puede ser violentado, aumentando la sensación de vulnerabilidad y modificando el significado de seguridad. La casa y las redes de protección que la sostienen como lugar seguro se desvanecen cuando la masacre de Villas de Salvárcar revela la posibilidad de que un error de esa naturaleza ocurra en un lugar doméstico e íntimo. Este caso ejemplifica cómo los hechos violentos modifican todo a su paso, desde las personas involucradas hasta los lugares donde estos se sitúan. Las características de los hechos dejan huellas particulares, dependiendo de cómo suceden. El daño a las víctimas directas e indirectas es innegable. Pero hay un tipo de impacto de los hechos que se da a nivel simbólico y de interpretación, el cual puede observarse en las reflexiones en torno a las prácticas y percepciones después de un hecho violento.
A través de la categoría de lugar violentado, exploré los cambios de usos, significados e interpretaciones de la casa después de un acontecimiento violento. Este marco permite analizar cómo se resignifican las fronteras físicas y simbólicas de la seguridad, del estar dentro o fuera, expuesto o seguro, y saber que las víctimas potenciales no son solo otros sino nosotros. Esta categoría también ilustra cómo en contextos de violencia extendida hay estrategias que no alcanzan para dar seguridad ni para asegurar la vida. Finalmente, la perspectiva teórica propuesta permite entender los lugares como objetos dinámicos, que contienen significados y que, a su vez, son resignificados a través de las prácticas, elemento fundamental para analizar en contextos de violencia.
El estudio de los lugares violentados propone una manera novedosa para situar un hecho violento en el tiempo y el espacio. En particular, para los estudios de violencia, la propuesta está en pensar cómo la violencia transforma el espacio y no en la búsqueda de causalidad sobre cómo los espacios son detonantes de esta o cómo son parte intrínseca de los hechos violentos. Este enfoque abre líneas de investigación más allá de la violencia urbana en América Latina, para pensar cómo el riesgo, el peligro y los hechos impredecibles pueden traspasar fronteras físicas y simbólicas que impliquen la resignificación de los espacios y lugares. Un ejemplo de ello es el contexto de pandemia por covid-19, en el cual un espacio íntimo y seguro para la mayoría de las personas representa un riesgo para quienes son víctimas de violencia familiar.
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