Gino Germani y la historia de la sociología en Argentina. Entrevista al sociólogo Alejandro Blanco

Gino Germani and the History of Sociology in Argentina. Interview with Sociologist Alejandro Blanco *

Jaime eduardo jaramillo jiménez.Profesor titular de la Universidad Nacional de Colombia, doctor en Ciencias de la Comunicación y Sociología de la Universidad Complutense de Madrid; actualmente es profesor de la Universidad Central en Bogotá.

Diego osorio Cáceres,Universidad Nacional de Colombia, Bogotá. Estudiante de la Maestría en Sociología de la Universidad Nacional de Colombia.

Artículo de reflexión. Recibido: agosto 26 del 2011. Aceptado: agosto 31 del 2011.

* Entrevista realizada en el marco del Seminario Internacional en memoria a los treinta años de la muerte de Talcott Parsons (1902-1979), organizado por el Departamento de Sociología de la Universidad Nacional de Colombia, entre el 12 y el 14 de noviembre del 2009.


Resumen

En la entrevista realizada a Alejandro Blanco, quien ha venido trabajando en una sociología y una historia de la sociología en América Latina, y particularmente en Argentina, se exploran, en un primer momento, algunas sincronías en el proceso de institucionalización de la sociología, en Argentina y Colombia, así como en otros países de la región. Posteriormente, la entrevista se enfoca en el papel y la figura de Gino Germani en la fundación de la Carrera de Sociología en la Universidad de Buenos Aires, ubicándolo en las discusiones y trayectoria del campo intelectual de su época. Por último, el entrevistado alude a los años sesenta en la sociología argentina, explorando el papel de algunas revistas e instituciones, nacionales e internacionales, en sus procesos de inicial consolidación y legitimación.

Palabras Clave: historia de la sociología en América Latina, sociología de la sociología en América Latina, Argentina, Colombia.


Abstract

The interview with Alejandro Blanco, who has been working on both a sociology and a history of sociology in Latin America and particularly in Argentina, explores some synchronicities in the process of institutionalization of sociology in Argentina and Colombia, as well as in other countries in the region. The interview then focuses on the role of Gino Germani in the foundation of the Sociology Program at the Universidad de Buenos Aires, locating him in the discussions and lines of work of the intellectual field of his time. Finally, Blanco refers to the 1960s in Argentine sociology, and explores the role of certain national and international journals in its initial process of consolidation and legitimization.

Keywords: history of sociology in Latin America, sociology of sociology in Latin America, Argentina, Colombia.


Introducción

Alejandro Blanco estudió Sociología en la Universidad de Buenos Aires y obtuvo un máster en Sociología de la Cultura y Análisis Cultural, en la Universidad Nacional de General San Martín y el doctorado en Historia en la Universidad de Buenos Aires. Actualmente es profesor e integrante del Programa de Historia Intelectual de la Universidad Nacional de Quilmes, e investigador del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet) de Argentina.

Este joven sociólogo argentino ha realizado detallados estudios sobre la recepción, en Argentina y en América Latina, de autores representativos de la tradición sociológica internacional, como Max Weber y Karl Manheim. Su libro Razón y modernidad: Gino Germani y la sociología en la Argentina (2006), constituye un reconocido aporte a la historia intelectual del siglo XX en su país, en donde toma como punto de referencia la figura de Gino Germani, quien es considerado un autor “clásico” de la sociología latinoamericana. Ha publicado textos en libros colectivos como el Diccionario de Ciencias Sociales y Políticas (Torcuato Di Tella, comp.), Términos críticos de sociología de la cultura (Carlos Altamirano comp.) e Intelectuales y expertos. Hacia una sociología histórica de la producción de conocimiento sobre la sociedad en la Argentina (F. Neiburg y Mariano Plotkin comps.). Ha colaborado en revistas académicas como Prismas, Revista de Historia Intelectual, Desarrollo Económico, Estudios Sociológicos (México), Revista de Ciencias Sociais (Rio de Janeiro) y Sociologias (Porto Alegre).

Recientemente Alejandro Blanco recibió un importante reconocimiento a su labor académica, el Premio Houssay Investigador de la Nación Argentina, en ciencias sociales, concedido por el Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación Productiva de Argentina. En la motivación de este premio, se afirma: “Destacamos de su trayectoria que comenzó en un área casi de vacancia: una “sociología de la sociología” y en pocos años ha logrado no sólo llevar el tema a un importante nivel sino que ha permitido a la Sociología conocer sus orígenes, a su creador Gino Germani, así como la generación de las instituciones en el nivel de América Latina. Sus trabajos son de excelencia y de una alta originalidad.”

diego osorio: Profesor Blanco, quisiéramos empezar preguntándole por qué le surge su interés por estudiar la historia de la sociología en Argentina, y la trayectoria de Gino Germani, en particular.

alejandro blanco: En principio diría que ese interés surgió tiempo después de graduarme, pues me formé en pregrado en sociología ignorando prácticamente la tradición argentina y, sobre todo, la obra de Germani. Y como suele ocurrir en estos casos, mi interés por la historia de la sociología, como por la figura de Germani, fue el resultado de factores cruzados y del todo contingentes. Por un lado, mientras cursaba mis estudios de maestría en Sociología de la Cultura me invitaron a formar parte de un programa de investigación en historia intelectual integrado por un grupo de académicos muy prestigiosos, que se había formado por esos años en la Universidad Nacional de Quilmes. Mi ingreso a dicho programa fue de enorme importancia no solamente desde el punto de vista de mi formación, sino respecto de la orientación de mi trabajo posterior. En ese entorno intelectual aprendí a construir los problemas desde un punto de vista historiográfico y fui descubriendo y asimilando progresivamente los desafíos teóricos y metodológicos que supone encarar el estudio de la vida intelectual. En cualquier caso, los miembros de ese programa y, especialmente uno de ellos, Carlos Altamirano, que luego se convertiría en director de mi investigación, estaban interesados en la figura de Germani. A esos factores contingentes se sumaron luego razones de orden cognitivo. En principio, lo que se había escrito sobre el tema no me resultaba satisfactorio, e intuí que había aspectos tanto de la trayectoria intelectual de Germani, como de su obra, que no habían sido suficientemente advertidos. Así, por ejemplo, mientras leía el clásico ensayo de Germani sobre el peronismo, La integración de las masas a la vida política y el totalitarismo, (1956), me sorprendí al encontrar allí una referencia a los estudios sobre la personalidad autoritaria de Max Horkheimer y Theodor Adorno. Mi sorpresa aumentó cuando pude comprobar que esa alusión era algo más que una referencia puramente ritual o una “cita de autoridad”, como puede ser el caso. Era, en realidad, el indicio de un diálogo que Germani había mantenido con esta tradición intelectual desde los años 40 en adelante y que se prolongaría hasta el final de su carrera intelectual.

Esta última comprobación resultaba extremadamente importante, no solamente porque contradecía aquella imagen tradicional que veía en Germani a un sociólogo funcionalista, sino porque abría un interrogante sobre un aspecto de la historia de la sociología en la Argentina que no había sido suficientemente explorado, el de su “identidad cognitiva”. Es decir, el de las tradiciones intelectuales y disciplinarias que habían contribuido a la formación de esa disciplina en la Argentina. Es por esta razón que un capítulo central de mi investigación estuvo consagrado a examinar la trayectoria de Germani como editor y traductor, una faceta de su trayectoria, igualmente, descuidada por la literatura. Y procuré demostrar que esa actividad editorial, que Germani desarrolló en la Argentina entre los años 40 y mediados de los años 60, tuvo un papel decisivo en la formación de esa nueva cultura sociológica, de ese nuevo estilo de trabajo intelectual que se constituyó como alternativo a la sociología por entonces vigente, de carácter amateur y cultivada mayormente por abogados. Mi desafío era, entonces, examinar con instrumentos analíticos renovados la trayectoria intelectual de Germani y, al mismo tiempo, reconstruir la historia de la disciplina.

d.
o.: Profundizando en este último aspecto que menciona ¿Con qué debates en la historiografía se encontró para realizar este trabajo?
a.
b.: Diría que fueron dos los debates en los que mi investigación intervino. El primero era un debate más interno, local, es decir, una discusión con la literatura que se había ocupado de Germani en la Argentina. ¿Qué era lo que aquí se decía? Que había sido un sociólogo empirista y funcionalista, una fórmula que si bien era rentable en términos polémicos, ofrecía, desde un punto de vista historiográfico, una imagen muy pobre y caricaturizada de una trayectoria intelectual compleja y multidimensional. El otro debate conectaba con una discusión ya más internacional, propia del campo de la historiografía disciplinaria, y que concernía a los modos de escribir una historia de la sociología, así como de la teoría sociológica. En efecto, hacia mediados de los años 70 surgió, tanto en Europa como en los Estados Unidos, una historiografía más sensible a la dimensión histórica de la teoría sociológica, así como a los rasgos cambiantes de la ciencia social, que venía a cuestionar una visión tradicional muy dominada todavía por los “libros de texto”, que se limitaban, la mayor parte de las veces, a unos pocos datos biográficos de los autores y a una glosa de sus principales teorías y argumentos. Por cierto, una historia intelectual no puede prescindir de la lectura de los textos, pero tampoco limitarse a esto. El problema de una historia intelectual, tal como yo la entiendo, es averiguar qué hizo posible que se escribieran esos textos, y el texto en sí mismo no contiene la respuesta a ese interrogante. Por el contrario, es necesario reconstruir el debate intelectual en que esa obra está inscrita, trazar la trayectoria social de su autor, así como sus proyectos y apuestas intelectuales, e identificar las tensiones, conflictos y luchas que caracterizan en un momento determinado a un campo intelectual, en fin, las relaciones de fuerza de sus unidades componentes. En tal sentido, si bien no descuidé la lectura de los textos de Germani, procuré mediatizar esa lectura a partir de una comprensión de la configuración del campo intelectual en la Argentina, así como de la colocación del propio Germani en la historia de ese campo.

jaime eduardo jaramillo: En relación con lo que ha expresado, deseo preguntarle sobre la situación de Gino Germani en el campo intelectual argentino. En ese sentido, y como usted señala, se le consideraba desde corrientes europeizantes como positivista. De otra parte, asistimos a su ruptura con el peronismo y a las críticas que recibió desde las Fuerzas Armadas y, de otra parte, de la Iglesia católica.

a.
b.: Germani tiene una colocación muy complicada en Argentina. En principio, hay que tener en cuenta que era inmigrante italiano y por esta razón, a diferencia de otros intelectuales argentinos, se hallaba destituido de capital social. Su padre había sido sastre de profesión y militante socialista; su madre, descendiente de campesinos católicos. Germani se estableció en la Argentina en 1934, luego de cumplir una condena de confinamiento por sus actividades antifascistas. Pero a diferencia de otros emigrados italianos, dueños ya de una cierta reputación intelectual, Germani no era conocido ni estaba integrado a algún movimiento intelectual visible. Todo su capital intelectual era un diploma de economista que había obtenido en la Universidad de Roma. Una vez en la Argentina, se graduó en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, pero en lugar de seguir el camino tradicionalmente prescrito para los estudiantes de esas disciplinas, inició su carrera de sociólogo como asistente de investigación en el Instituto de Sociología de la Universidad de Buenos Aires, que había sido creado en 1940. Más aún, ya dentro de la sociología, toma un camino, el de la sociología empírica y científica, que venía a desafiar toda una larga tradición más libresca y doctrinaria de enseñanza de la sociología en las universidades argentinas. Y es un camino para nada fácil de transitar en el contexto de una cultura como la argentina, todavía dominada por una tradición intelectual muy resistente a tomar a la sociedad como objeto de una observación empírica y sistemática. De ahí que su proyecto académico y su estilo de trabajo fueran muy resistidos, no solamente por quienes entonces formaban parte de esa fracción más tradicional de la sociología, conocida con el nombre de “sociología de cátedra”, sino también por el resto del establishment intelectual, formado por literatos, ensayistas y practicantes de las distintas disciplinas humanísticas. De manera que Germani tuvo muchas dificultades para sostener su empresa intelectual, y esto último explica, al menos en parte, su enorme inversión en el tejido de una serie de alianzas con diferentes organismos e instituciones de enseñanza, investigación y financiamiento, tanto regionales como internacionales, con el objetivo de contrapesar esa debilidad interna. Algo que no ocurre, por ejemplo, con Florestan Fernandes en Brasil, una figura en muchos aspectos análoga a la de Germani. Pero a diferencia de este último, Florestan no tiene necesidad de construir alianzas externas para sostener y legitimar su proyecto de institucionalización de la sociología en San Pablo, en buena medida porque su empresa intelectual contó, y durante un buen tiempo, con un fuerte apoyo institucional de parte de las autoridades de la Universidad de San Pablo.
j.
e. j.: Pensando en el contexto internacional uno puede advertir ciertas sincronías históricas en América Latina, que es interesante profundizar. Las primeras facultades de Sociología en la Universidad Central de Venezuela, en la Universidad Nacional de Colombia en Bogotá, en la Universidad San Marcos del Perú, en la Universidad de Chile y en la UBA, en Argentina, surgen todas en los años 50 y en ellas la sociología norteamericana es su principal referente. En Venezuela, una figura fundacional fue George W. Hill, quien era un sociólogo rural norteamericano.

Eduardo Hamuy, fundador de la primera Facultad de Sociología en Chile, había realizado estudios en los EE. UU. Orlando Fals, en Colombia, también había hecho estudios universitarios, hasta su doctorado, en universidades norteamericanas. ¿Cómo aprecia usted estos procesos?

a. b.: Exploré esa sincronía, a la que usted hace referencia, en trabajos paralelos y posteriores a mi investigación más amplia, contenida en Razón y modernidad. Gino Germani y la historia de la sociología en la Argentina (2006) y que fueron publicados en Brasil y en México (Blanco, 2005, 2007, 2009 y 2010). En ellos examiné precisamente ese proceso de expansión institucional de la sociología por toda América Latina durante los años 50, del mismo modo que la correlativa emergencia y afirmación de esa nueva clase de productores intelectuales que, de ahí en adelante, se conocerían con el nombre de científicos sociales.

El proceso fue, de una parte, el resultado de la conjunción de una serie de iniciativas domésticas de esos nuevos productores culturales, que buscaban renovar radicalmente la cultura de las ciencias sociales y, de otra, resultado de una presión externa por parte de una serie de organismos regionales e internacionales (la Unión Panamericana, la Unesco, el International Social Science Council, y de agencias filantrópicas como las fundaciones Ford y Rockefeller), dispuestos a apoyar una modernización de la educación superior en general y de la ciencia social en particular.

Me detengo un momento en el primer aspecto. Ya a comienzos de los años 40 aparecen distintos reclamos relativos a la necesidad de una urgente reorganización intelectual e institucional de la disciplina. Hacia mediados de los años 50 esos reclamos adoptaron la forma de un movimiento más amplio y sistemático. José Medina Echavarría, Florestan Fernandes y Gino Germani fueron, quizá, sus figuras más expresivas pero no las únicas. El brasileño Luiz de Aguiar Costa Pinto, el chileno Eduardo Hamuy, el colombiano Fals Borda y el mexicano Pablo González Casanova, entre otros, fueron parte de ese movimiento. La trayectoria de la mayoría de ellos está asociada a la creación, en unos casos, o al impulso, en otros, de las principales instituciones de las ciencias sociales en América Latina. Algunos de ellos fueron verdaderos institutions builders, que a fuerza de talento y perseverancia, edificaron algunas de las instituciones culturales que fueron decisivas para la implantación y legitimación de las ciencias sociales en América Latina: editoriales y publicaciones especializadas, escuelas de sociología y centros regionales de enseñanza e investigación.

En cuanto a la sociología norteamericana, a la que usted hacía referencia, diría que ese movimiento mismo que acabo de describir fue parte de esa suerte de cambio ecológico, para usar la fórmula de Edward Shils, que afectó decisivamente la tradición de la sociología. Como todos sabemos, las tradiciones clásicas de la disciplina se formaron hacia la primera Guerra Mundial y en aquellos países que en ese momento ocupaban el centro de la vida intelectual (Alemania, Francia e Inglaterra). En la segunda posguerra, sin embargo, y por distintas razones, la sociología norteamericana pasó a ocupar el centro de la escena y la sociología europea se tornó periférica. Y esa referencia a la tradición norteamericana va a ser importante para casi todos esos nuevos lideratos intelectuales latinoamericanos, que veían con simpatía y estaban al corriente de toda, o casi toda, la literatura relativa a la social research norteamericana. Por ejemplo, ya a mediados de los años 30, y antes de emigrar a México, Medina Echavarría había solicitado y obtenido una beca para estudiar sociología en los Estados Unidos y nada menos que en las universidades de Chicago y Columbia, las dos metrópolis de la ciencia social norteamericana, por entonces en ascenso. En el caso de Germani, sus primeros escritos revelan que tenía un conocimiento de primera mano, inusual entre sus contemporáneos, de la sociología norteamericana y es sabido que poco antes de emprender la creación de la Carrera y del Departamento de Sociología en la UBA se pasó tres meses visitando universidades y centros de investigación del exterior, en su mayoría norteamericanos, examinando alternativas organizativas de la disciplina. Pero también está el caso de Eduardo Hamuy, que a fines de los años 40, quien, disconforme con el carácter enciclopédico de la enseñanza de la sociología en Chile, decidió continuar su formación en la Universidad de Columbia, por entonces uno de los centros académicos más expresivos del desarrollo de las modernas metodologías y técnicas de la investigación social. El mismo Costa Pinto, que había conocido por esos años al sociólogo norteamericano Donald Pierson, que por entonces enseñaba en la Escuela Libre de Sociología y Política de la ciudad de San Pablo, debió resignar sus intenciones de doctorarse en la Universidad de Chicago porque la embajada de los Estados Unidos se rehusó a otorgarle la visa. Por último, en fin, el caso por usted referido de Fals Borda, que también pasó un tiempo en los Estados Unidos. Todo ello indica, entonces, el papel central que tuvo la tradición sociológica norteamericana en la reorientación de la sociología latinoamericana. Sin embargo, es un aspecto de la cuestión que todavía no conocemos lo suficiente.

j.
e. j.: Con respecto a las relaciones, tan decisivas en nuestro subcontinente, entre sociología y política, desearía una reflexión suya sobre lo que implicó en Argentina el período 1955-1966 (después de la caída del peronismo y antes de la dictadura militar de Onganía). (Aquí puede haber un cierto paralelismo con la década de los años sesenta en Colombia, que constituyen los primeros años del Frente Nacional). Uno lee el libro de Oscar Terán: Nuestros años sesenta, o los escritos de Claudio Suasnábar, y ambos coinciden en la importancia central de este lapso en la institucionalización, legitimación y proyección sociocultural de las ciencias sociales en su país.
a.
b.: Efectivamente, el período que va de 1955 a 1966 es de intensa modernización universitaria en Argentina, lo que supone, no solamente la renovación de algunas disciplinas existentes, como la historia, por ejemplo, sino la emergencia de nuevas disciplinas que irían a modificar sustantivamente las formas y las rutinas del trabajo intelectual. Esa modernización tuvo su epicentro en las facultades de Ciencias Exactas y de Humanidades, especialmente, de la Universidad de Buenos Aires, acaso por tratarse de facultades que carecían prácticamente de objetivos profesionales y en las que, en cambio, la investigación ocupaba un lugar central. A este respecto, una de las primeras medidas de las administraciones universitarias fue la creación de departamentos, en torno de los cuales se organizarían las tareas de docencia e investigación. Así, fueron creados los departamentos de Historia, Ciencias Antropológicas, Ciencias de la Educación, Filosofía, Geografía, Psicología y Sociología, dentro de los que se crearían, a su vez, las primeras carreras de Psicología, Antropología, Educación y Sociología.

El proyecto modernizador en la universidad argentina contempló asimismo el impulso a la investigación a través de la expansión de la dedicación exclusiva de sus docentes. Para tener una idea aproximada, en 1957 había en toda la Universidad de Buenos Aires 10 profesores full time, cinco años más tarde la cifra ascendía a 600, al tiempo que se sucedía la creación de las carreras mencionadas anteriormente, el fortalecimiento de bibliotecas y laboratorios y la creación de una editorial universitaria, Eudeba, una de las empresas editoriales de mayor éxito cultural y comercial de la época y que sería gravitante en la formación de un nuevo público lector. A su vez, y como parte de todo ese proceso, se crea el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet) que promovió y fortaleció la investigación, al ofrecer tanto la posibilidad de una carrera en la investigación, como a través de la ejecución de distintos programas de becas de formación del personal docente.

Ahora bien, ¿por qué fue justo en ese momento y no en otro que las ciencias sociales lograron implantarse con éxito y no solamente en Argentina, como usted bien señala? Hay varias razones y de distinto orden para que ello ocurriera precisamente en esos años. En principio, razones de orden internacional a las que ya me referí, es decir, toda una serie de iniciativas de distintos organismos internacionales tendientes a implantar las ciencias sociales en la región.

En el plano interno, se dio la concurrencia de factores de tipo político, cultural, institucional e intelectual. En primer lugar, la existencia de un clima cultural favorable que, desde fuera y desde dentro del campo intelectual, se mostrará receptivo a las iniciativas destinadas a una modernización de las instituciones universitarias, y especialmente al desarrollo de las ciencias sociales. Si vamos al caso de la sociología, que obviamente es el mejor conozco, una razón igualmente importante de su implantación relativamente exitosa fue la ejecución, por parte de Germani, de una eficaz estrategia de legitimación de la disciplina en el sistema universitario y en la esfera pública. En este punto hay que tener en cuenta, en principio, que el plan de modernización de la sociología emprendido por Germani tenía un enorme grado de afinidad intelectual con la dirección más general del proyecto de modernización académica emprendido por las autoridades universitarias (jerarquización de la tarea de investigación, contratación de profesores extranjeros, dedicación exclusiva de los profesores, departamentalización, etc.).

Pero además, en el contexto de los años “desarrollistas”, en los que la universidad y, en especial, la investigación científica, comenzaron a ser considerados por los elencos políticos y la opinión pública en general como un factor estratégico en el desarrollo nacional, Germani supo articular una eficaz estrategia de legitimación al conectar la reorientación de la disciplina con los problemas considerados entonces relevantes, tales como la naturaleza y el significado del peronismo en la vida política nacional y las cuestiones más generales referidas al desarrollo económico y la modernización. De tal modo que, y un poco a la manera en que Durkheim lo había hecho en la Francia de la III República, Germani logró identificar la existencia misma de la “sociología científica” con una “causa” nacional y con las preocupaciones políticas del momento. Y esto último también explica la enorme popularidad que alcanzó la disciplina durante esos años.

j.
e. j.: Un poco después, sobre todo desde la segunda parte de la década de los años sesenta, se sucede un proceso de radicalización política en las universidades públicas latinoamericanas y también, hasta cierto punto, en las privadas, incluso de orientación religiosa, que supuso un distanciamiento y, en muchos casos, una brusca ruptura con la tradición sociológica norteamericana. Este cambio de paradigma, por así decirlo, sigue siendo objeto de distintas y, a veces, opuestas evaluaciones retrospectivas ¿Cómo aprecia usted este fenómeno?
a.
b.: Ciertamente, esa radicalización política generalizada a la que usted hace referencia implicó un distanciamiento, o mejor dicho, un duro cuestionamiento a la sociología norteamericana y, por transición, a buena parte de la sociología latinoamericana identificada con ella. A partir de entonces, como es sabido, las orientaciones marxistas y radicales comenzaron a ganar predicamento en las nuevas generaciones de científicos sociales y a desplazar más o menos en todas partes la orientación más decididamente reformista de la sociología científica y de la teoría de la modernización y del desarrollo, invocada por esta última.

El desafío provino ante todo de la teoría de la dependencia en sus diversas expresiones, que se erigió a partir de entonces en la candidata más aclamada para explicar la decepción de las expectativas que había sabido despertar la sociología del desarrollo y la modernización.

Pero, igualmente, y con respecto al fenómeno de la radicalización política al que usted refiere en su pregunta, diría que el énfasis asignado a dicho fenómeno en la mayoría de las reconstrucciones de la vida intelectual del período termina muchas veces ofreciendo una visión algo distorsionada de la comunidad intelectual, de su tamaño, su morfología, de las agendas de discusión, de las transformaciones de los campos disciplinarios, etc. Si pensamos en el caso específico de las ciencias sociales, no hay que olvidar que esos años de radicalización política y de cuestionamiento a la “sociología científica”, son también los años en los que aparecen en la Argentina dos publicaciones muy expresivas de las inquietudes intelectuales de esta última. Me refiero a las revistas Desarrollo Económico y Revista Latinoamericana de Sociología, editadas por dos centros privados muy dinámicos, el Instituto de Desarrollo Económico y Social (IDES) y el Instituto Di Tella, que, hacia mediados de los años 60, en el contexto de la intervención militar de la universidad pública durante la dictadura del general Onganía, se convirtieron en un refugio para la prosecución del trabajo de enseñanza y de investigación en ciencias sociales. Dado que la experiencia del Di Tella es posiblemente más conocida, me gustaría detenerme un momento en el IDES —una institución, por lo demás, cuyo examen es una asignatura todavía pendiente en la Argentina—. Para que tengamos una idea aproximada, pensemos que el IDES, fundado en 1961, ya contaba hacia fines de los años 60 con más de 600 socios. ¿Quiénes participan de esa empresa intelectual? Sus miembros son economistas, sociólogos e historiadores, cuya edad promedio oscila entre los 30 y los 50 años, es decir, ubicados o bien en el comienzo de sus carreras intelectuales, o bien en el período de madurez. Asimismo, se trata de una institución articulada nacional e internacionalmente, con vínculos fluidos con algunos aparatos de la administración pública, como el Consejo Federal de Inversiones (CFI), el Consejo Nacional de Desarrollo (Conade) y el Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA), y con estrechas relaciones con otras instituciones del campo cultural, como el Instituto Di Tella, así como con una serie de organismos regionales e internacionales de enseñanza e investigación, como Cepal, Ilpes, Flacso, entre otras. De modo que el IDES es ya una institución con una clara identidad disciplinaria, con practicantes seguros de sus credenciales e identidad profesional, y fundada en una serie de criterios y normas compartidas relativas al desarrollo del trabajo intelectual; es, en fin, un claro ejemplo de ese vasto proceso de división y especialización del trabajo intelectual promovido por la modernización universitaria y la implantación de las nuevas ciencias sociales. Pensemos que, además de la revista, que publicó fundamentalmente trabajos de investigación, el IDES organizó durante todos estos años, de manera regular y sistemática, distintas actividades de intercambio académico (seminarios y jornadas), creó una serie de centros de investigación, una Escuela de Altos Estudios con departamentos de Filosofía, Economía, Historia y Sociología que dictaban cursos cuatrimestrales y participó activamente en la organización del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (Clacso). Más aún, en Desarrollo Económico aparecieron durante esos años algunos de los artículos que poco después serían incluidos en dos libros expresivos de esa nueva sociedad intelectual entre sociólogos, economistas e historiadores, Argentina, sociedad de masas (compilado por Gino Germani, Jorge Graciarena y Tulio Halperin Donghi) y Los fragmentos del poder (cuyos compiladores fueron Tulio Halperin Donghi y Torcuato Di Tella).

Ellos marcarían un momento importante de renovación intelectual en el campo de las tres disciplinas: el de una historia que se tornaba historia social, el de una sociología que se volvía al pasado y lo escrutaba también con los instrumentos que le proporcionaba una disciplina como la economía, la que asimismo se tornaba sensible a la dimensión histórica de los procesos económicos. De modo que la imagen que nos devuelve esta breve inspección de una institución como el IDES no es la de una ciencia social acorralada, sino la de una comunidad intelectual de enseñanza y de investigación muy vital y dinámica, en proceso de expansión y diferenciación, reunida en torno de una agenda común de discusión relativa a la planificación y al desarrollo económico y con una producción intelectual que revela la existencia de una clara y articulada visión acerca de los problemas sociales y políticos fundamentales de la Argentina moderna. En tal sentido, el IDES aprovechó y supo dar continuidad a una capacidad ya instalada, la de esos economistas, sociólogos e historiadores provistos de una sólida formación intelectual y científica, en algunos casos realizada en el exterior, familiarizados con la bibliografía de punta de sus respectivos campos disciplinarios, afinados con la teoría y la metodología de investigación, entrenados en métodos cuantitativos e interesados en estudios comparativos e interdisciplinarios. Y al hacerlo, prolongó una cultura académica y científica que se venía gestando en el contexto de la modernización universitaria. De modo que un cuadro más ajustado de la vida intelectual de los años 60 debería incluir, necesariamente, el examen de esas experiencias intelectuales alternativas a ese clima generalizado de radicalización política.

Bibliografía

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