La vivienda como
estrategia de modernización de las familias bogotanas en 1950. Una mirada desde
la perspectiva de género
Maritza Dianey
Morales Torres.
Trabajadora social de la Universidad Nacional de Colombia. Candidata a magíster
en Trabajo Social con énfasis en Familia y Redes Sociales de la misma
universidad. Bogotá, Colombia. Correo electrónico: mdmoralest@unal.edu.co;
http://orcid.org/0000-0002-9751-423X.
Natalia Chaves Sierra. Trabajadora social de la Universidad
Nacional de Colombia. Candidata a magíster en Trabajo Social con énfasis en
Familia y Redes Sociales de la misma universidad. Bogotá, Colombia. Correo
electrónico: nachavessi@unal.edu.co; http://orcid.org/0000-0002-7790-9234.
Resumen
El presente ensayo tiene como objetivo
analizar la transformación de la vivienda popular en Bogotá en la década de los
años cincuenta desde la perspectiva de género. Por lo anterior, se describe el
proceso de consolidación de los “barrios populares modernos” a cargo de los
programas del Instituto de Crédito Territorial, en el marco de una transición
traumática de la ciudad hacia la modernización y la urbanización, y de la
injerencia de los discursos higienista, urbanista y moral en el proceso de
adjudicación y construcción de la vivienda para empleados y obreros en la
ciudad. Posteriormente, se analizan los hallazgos a partir de la perspectiva de
género, y se concluye que las estrategias de las disposiciones de los espacios
de la casa y de la misma ciudad en la época determinan cómo debe ser su apropiación
por los hombres y las mujeres, lo cual se estructura en el orden patriarcal
regulador de la sociedad.
Palabras clave: familia, higiene, modernización,
moral, urbanización y vivienda social.
Housing as a modernization strategy for families from Bogotá in 1950. A
look from the gender perspective
Abstract
The
following essay aims to analyze the transformation of low-income housing in
Bogotá during the 1950’s from a gender perspective. Taking this into account,
the process of consolidation of the “modern working class
neighborhoods” under the programs of the Instituto de Crédito
Territorial, in the context of a traumatic transition of the city towards
modernization and urbanization, and the interference of hygienic, urbanistic
and moral speeches, in the process of housing allocation and construction for
employees and workers in the city. At a later stage, the findings are analyzed
from the gender perspective, and it is concluded that the strategies of the
disposition of spaces in the house and of the city at the time, determine how
they should be appropriated by men and women, which is structured in the
patriarchal regulatory order of society.
Keywords: family,
hygienic, modernization, moral, development, social housing
A moradia como estratégia de modernização das famílias de Bogotá em
1950. Um olhar a partir da perspectiva de gênero
Resumo
Este
ensaio tem como objetivo analisar a transformação da moradia popular em Bogotá
na década dos anos cinquenta a partir da perspectiva de gênero. Portanto, é
descrito o processo de consolidação dos “bairros populares modernos”
encarregados dos programas do Instituto de Crédito Territorial, no quadro de
uma transição traumática da cidade em direção à modernização e a urbanização, e
da interferência de os discursos higienistas, urbanísticos e morais no processo
de adjudicação e construção de habitações para empregados e trabalhadores da
cidade. Posteriormente, são analisadas as conclusões a partir da perspectiva de
gênero, e conclui-se que as estratégias das disposições dos espaços da casa e
da mesma cidade na época determinam como deve ser sua apropriação para os
homens e as mulheres, o qual esta
estruturada na ordem patriarcal que regula a sociedade.
Palavras-chave: família,
higiene, modernização, moral, urbanização e habitação social.
Introducción
¿Qué objetivo tuvo la vivienda social
como estrategia de modernización de las familias bogotanas en la década de 1950?
Esta pregunta se resolvió cuando se comprendió el proceso de consolidación de
los “barrios populares modernos” en Bogotá a cargo de los programas del ICT, y
el impacto que tuvieron los procesos de su adjudicación y construcción en los
grupos familiares de los adjudicatarios (obreros y empleados), en su estructura
social, jerárquica y de género.
En este trabajo se presentan los
hallazgos del análisis en cinco apartados: a) antecedentes; b) situación de la
vivienda en Bogotá a mediados del siglo XX; c) Instituto de Crédito
Territorial; d) la vivienda desde los discursos: higienista, urbanista, moral;
e) la vivienda popular de la década de 1950 y un análisis desde la perspectiva
de género.
Bogotá en la primera mitad del siglo XX
En la década de 1910, con “el
desarrollo del comercio, los objetos manufacturados y el surgimiento de la
clase obrera se hace necesaria la expansión de la ciudad, el crecimiento se dio
mayoritariamente en los barrios obreros” (Sánchez, 2010, p. 6) que se ubicaron
al sur de la capital; la expansión de la ciudad permitió disminuir la
sobrepoblación del centro, que para la época era un lugar insalubre con
problemas de higiene pública. En la década siguiente, la ciudad crece en una
estructura lineal. Hay dos sectores urbanos que fomentan este desarrollo; uno
es el centro de la ciudad, clásico casco urbano de Bogotá, y el otro es el
sector de Chapinero, donde las clases altas edifican todo tipo de casas con
estilos europeos (Sánchez, 2010, p. 8). Hacia el occidente inició el desarrollo
urbano por la calle 13, como consecuencia de los sectores industrial y
comercial que allí se estaban gestando, y la estación del ferrocarril.
En 1930, el país aumentó su desarrollo
industrial en medio de nacientes procesos de exportación, lo que repercute en
Bogotá generando la expansión de su territorio, lo que dio espacio a las nuevas
industrias y a los barrios obreros; producto de ello también se originó un
grave problema de ordenamiento urbano. Por esta razón, en 1931 se adoptó para
la ciudad “El plan de fomento para Bogotá”. Con este plan se buscó organizar la
ciudad, extender y reforzar el sistema de alcantarillado en la capital,
fortaleciendo los procesos de higiene y asistencia pública. En la
administración del presidente Enrique Olaya Herrera (1930-1934) se contacta al
urbanista Harland Bartholomew para diseñar el plan
urbanístico de Bogotá; posteriormente, en la administración de Alfonso López
Pumarejo (1934-1938), “promoverá un paquete de obras públicas que aportan
equipamientos urbanos de importancia para la ciudad” (Sánchez, 2010, p. 10).
El desarrollo urbano sustentado en una
planeación dio respuesta a las necesidades urbanas de la época; en
consecuencia,
el Concejo de Bogotá toma la decisión
de crear una oficina que se encargue del futuro desarrollo urbano de la ciudad,
dando origen al Departamento de Urbanismo entidad que nace en el Acuerdo 28 de
1933 y se anexa a la secretaría de obras públicas. Su director fue Karl
Brunner, urbanista reconocido en Europa (característica exigida para cubrir el
cargo de director). (Sánchez, 2010, p. 11)
El aporte de Brunner radicó en su
concepto de vivienda. “Su idea era realizar barrios enteros lo que
conllevaba una organización de una hilera de edificaciones dedicadas para el
hogar, el diseño de la vía y la implementación de las zonas verdes” (Sánchez,
2010, p. 14). Divide la capital en cuatro sectores: norte, sur, oriente y
occidente, donde se propuso llevar a cabo “planes de arborización, localización
de urbanizaciones para obreros, localización de equipamiento urbano y la
ampliación de algunas vías”. (Saldarriaga, 2006, como se citó en Sánchez, 2010,
p. 14).
Durante el gobierno de Eduardo Santos
(1938-1942) en Bogotá se impulsa una campaña modernizadora. “Por motivo del
onomástico de la ciudad se realiza un plan de obras de grandes proporciones y
muy necesarias para la ciudad, este plan es bautizado con el nombre de Plan de
Centenario” (Sánchez, 2010, p. 11). En la década de 1940 hay un cambio en los
proyectos de expandir la ciudad, y se impulsa la construcción de vías que
mejoren y faciliten el desplazamiento de sus habitantes.
Transformación de Bogotá en la segunda
mitad del siglo XX
Los cambios en la capital en la década
de los años cincuenta están marcados por los sucesos del 9 de abril de 1948. El
asesinato del líder Jorge Eliécer Gaitán dio paso a un sinnúmero de actos
desmedidos; la incontenible ira popular se convirtió en una máquina demoledora
que recayó sobre las casonas y los edificios de Bogotá (Cardeño,
2007, p. 49). La destrucción del centro de la ciudad como resultado de El
Bogotazo abrió la posibilidad de hacer una reconstrucción donde se manifestaría
toda una nueva ideología urbana, situación que demarca el ocaso del aspecto
colonial urbano con más trescientos años de antigüedad. La Sociedad Colombiana
de Arquitectos (SCA) materializó una nueva forma de organización para la
ciudad, que en primera instancia critica fuertemente el proyecto de ciudad
mantenido hasta entonces, “declarando la urgente remodelación del centro a
favor de su conexión vial con la periferia” (Cardeño,
2007, p. 50). Para la época la ciudad tenía:
Problemas de movilidad, aumento de la
demanda de vivienda, creciente déficit de alojamientos, el incremento del
hacinamiento, la partición de casas unifamiliares, el alquiler de piezas y la
generalización del inquilinato en barrios como San Victorino, La Perseverancia,
Las Cruces, Santa Bárbara, Egipto, Las Nieves, San Diego; suscitando, un
aumento continuo de los precios de los alquileres, terrenos, lotes, casas y
locales, etc. (Cardeño, 2007, p. 50)
La idea de ciudad funcional de Le
Corbusier
En 1948, se creó la oficina del Plan
Regulador de Bogotá. Para encargarse de su dirección, el alcalde Fernando
Mazuera Villegas contrató al urbanista de gran prestigio Charles Édouard Jeanneret Gris, más conocido como Le Corbusier. Su
estrategia de ordenamiento urbano la ejecutó con base en cuatro aspectos
fundamentales: habitación, esparcimiento, transporte y trabajo,
reconociendo que estas son las funciones vitales. Sus observaciones y críticas
las plasmó en su texto de urbanismo llamado La Carta de Atenas.
En el aspecto habitación, Le
Corbusier señaló que construir industria junto a los barrios generaba
desequilibrio, incomodidad y falta de higiene, por el polvo y los desechos que
se producían. En cuanto al esparcimiento, indica que en la época las
áreas libres —lugar idóneo donde los jóvenes ocupan su tiempo y realizan sus
actividades— son escasas. Respecto del transporte, Le Corbusier
manifestó: “los medios de transporte están en una condición crítica al saturar
a los obreros en todos los medios que usan para desplazarse como lo son los buses,
los tranvías, el metro y el tren subterráneo” (Sánchez, 2010, p. 21). Y en lo
referido al aspecto del trabajo, él afirma que hay que potenciar el
desarrollo industrial mejorando sus condiciones. En esa dirección, Le Corbusier
recomienda que la distancia entre el lugar de trabajo y la vivienda se
reduzca al mínimo, y para ello sugiere cambiar el diseño de ciudad concéntrica
a ciudad lineal (Sánchez, 2010, p. 21).
Situación de la vivienda en Bogotá a
mediados del siglo XX
La necesidad del país de emprender el
camino de la modernización, sumado a las luchas internas de carácter político y
social en los años 1950, trajeron como consecuencia el crecimiento acelerado de
las ciudades, y, por ende, un déficit en la vivienda. En el ejemplar 1 de la
revista Proa de 1946, se publicó un artículo del director del Instituto de
Crédito Territorial (ICT), José Vicente Garcés Navas, con el título “La crisis
de las habitaciones en Colombia”, en el que describió la situación de la vivienda
así:
a)
Afluencia
de las gentes del campo, que buscan las comodidades y la seguridad de las
ciudades; b) formación de nuevas familias; c) utilización por empresas
industriales y comerciales de casas de familia para dedicarlas a negocios; d)
inmigración de extranjeros que pagan un mejor alquiler y desalojan las familias
nativas, las que se hacinan con sus parientes o amigos; e) escasa construcción
de viviendas por motivo a [sic] las dificultades de la guerra, carencia de
materiales, elevación de los transportes y mano de obra. La necesidad de
viviendas urbanas en esa época se eleva a quinientas mil, entre nuevos
alojamientos y sustitución de casas antihigiénicas, teniendo en cuenta los
datos del censo de habitaciones urbanas, de 1938. (Mondragón, 2005, p. 54)
El Instituto de Crédito Territorial
En la década de 1950, Bogotá estaba
bajo el influjo de dos fuerzas: la expansión industrial y la expansión
demográfica. Las fábricas se disputan lugares estratégicos para el desarrollo
de sus procesos industriales, y los obreros, aquellos sectores vecinos a las
instalaciones industriales. De ahí emergen los “complejos problemas de nuevos
barrios, de vías de accesos para los mismos y de mayores y muy costosas redes
de servicios públicos” (Mondragón, 2005, p. 53). Como solución, el Instituto de
Crédito Territorial (ICT) se instituye como el organismo cuyas acciones
estarían enfocadas en contrarrestar el problema de vivienda de los obreros y
sus familias.
El ICT se creó en 1939 por medio del
Decreto Ley 200. Impulsado por el ministro de Hacienda, Carlos Lleras Restrepo,
“nació como una institución de crédito para fomentar la construcción de
viviendas higiénicas para la población rural de Colombia” (Inurbe,
1995, p. 19). En 1942, el Decreto 1579 determinó la creación de la “Sección de
Vivienda Urbana” en el ICT. En Bogotá esta institución acentuó el modelo de
tipología de la urbanización de vivienda unifamiliar, el barrio Muzú (1949-1973, 1216 unidades) y el barrio Quiroga
(1951-1962, 4014 unidades). Todos los proyectos del ICT se caracterizaron
porque se ordenaron a través de un planteamiento urbano general, cercanos a
vías de comunicación arteriales, con propuesta de áreas libres, viviendas
que no sobrepasaban los dos pisos, con patios posteriores; se previó también la
incorporación de equipamientos colectivos como una escuela y la delimitación de
áreas libres para el desarrollo de diversas actividades. Hacia finales de la
década aparece el Centro Urbano Antonio Nariño (Cuan), ejemplo significativo de
vivienda multifamiliar en altura.
Discursos y modernización de la
vivienda bogotana de los años cincuenta
El proceso de modernización de la
ciudad se vio permeado por tres discursos: higienista, urbanista y moral, los
cuales se erigieron en mandato para la sociedad de la época, señalando a la
población cómo debían convivir y organizarse.
Discurso higienista
Desde décadas anteriores a 1950 se
vislumbra la higiene como una política determinante en el país; se consolida
“como dispositivo de poder, como mecanismo de control y gestión social”
(Noguera, 1998, p. 188). La higiene en la primera mitad del siglo XX se enfoca
en desarrollar adecuados espacios urbanos, principalmente en los barrios
obreros. El propósito era transformar la vivienda del obrero, que desde
una perspectiva clasista se vislumbra como un espacio indeseado. Médicos e
ingenieros coincidían en pensar que “las viviendas populares con su
desaseo, su promiscuidad, su oscuridad, su estrechez, constituyeron aquellos
individuos perezosos, débiles, atrapados en el vicio del alcohol, en fin, ineptos
para el trabajo, para vivir y habitar la nueva ciudad” (Noguera, 1998, p. 191).
Se promulgó que una vivienda higiénica podría incidir en la conciencia
del obrero, reproduciendo a su vez un espacio psicológico y social moralizado.
Discurso urbanista
En la década de los años 1950 se
reconoció el urbanismo y la arquitectura como instrumentos mesiánicos, capaces
de dar solución a los problemas de la ciudad; se identificaron como ordenadores
sociales, ya que se comprendía que toda modificación física provocaría
automáticamente una modificación en las fuerzas estructurales de la ciudad. La
década mencionada es un período que resulta intenso en materia constructiva, ya
que “su física se expresó fundamentalmente en dos dimensiones: el movimiento en
una dimensión horizontal, grandes vías –autopistas– y por la constitución de
nuevos barrios; y el cambio en una dimensión vertical, aparición de grandes
torres” (Guzmán, 2011, p. 169).
Para hacer de Bogotá una ciudad moderna
se necesitó de orden social. Como prerrequisito se identificó que si hay vivienda digna, hay ciudad sana. La
revista Proa, publicación que circulaba en la época, dio cuenta de estas
apreciaciones ya que señaló que “hombres mal alojados son causa del trastorno
social” (Proa, 7 de mayo de 1947).
Para afrontar el déficit de vivienda,
la solución fue la vivienda masiva, que se concentraría fundamentalmente en dos
tipos de propuesta: por un lado, una horizontal con agrupaciones de viviendas
individuales de baja altura, y por otro, una propuesta de tipo vertical con
torres de alta densidad y mayor capacidad habitacional, de modo que pudieran
localizarse cercanas al centro de la ciudad. Esta apuesta llevó a modificar la
técnica constructiva, que exigía incorporar los conceptos y los métodos de la
producción industrializada: estandarización y producción en serie.
Discurso moral
El discurso moral estipulaba la forma
de actuar y pensar de los ciudadanos en el marco del discurso religioso
cristiano, a través del Catecismo del padre Gaspar Astete y del Manual de urbanidad
de Carreño, legitimados por las élites políticas y el sistema educativo,
con el objetivo de tener una sociedad moderna. “La familia y la escuela se
convirtieron en los espacios que moldean a los individuos, estructurando la
manera de controlar la cotidianidad: cómo comer, vestir, hablar, caminar,
vivir, convivir con los demás y organizar su hogar” (Afanador y Báez, 2015, p.
62). El matrimonio virtuoso es un requisito fundamental en la adjudicación de
la vivienda, según el Reglamento para la adjudicación de viviendas urbanas en
los barrios populares modernos, construidas con dinero prestado por el ICT; por
eso dicho Reglamento señala que el adjudicatario debe ser jefe de familia,
preferencialmente con hijos, o que tenga a su cargo dos o más personas que
dependan exclusivamente del peticionario para su subsistencia y vivan con él, y
que observe buena conducta social.
Se idealiza la vivienda como espacio
alegre y cómodo, que retiene al trabajador fatigado, lo que lo acerca a su
esposa y a sus hijos quienes no tendrán mal ejemplo. En este discurso la mujer
tenía como deber el aseo de su morada, la inversión del dinero, el cuidado y la
educación de los hijos. Si, por el contrario, ella comunica “su espíritu de
desorden al interior de la casa [...] las costumbres de la madre de familia se
transmiten directamente a los hijos [...] sus malos ejemplos dejarán en ellos
resabios inextinguibles” (Carreño, 1985, p. 27).
Conclusiones
Al analizar los procesos de
urbanización –en específico, los programas de vivienda popular desde la
perspectiva de género–, se identifica el establecimiento de una estructura que
se erige en el orden patriarcal regulador de la sociedad, cuyo hilo conductor
es la autoridad de Dios, continuada en manos de los gobernantes y seguida por la
función normativa adscrita al padre. Desde esta estructura, la vivienda se
construye para la familia. Esta se instaura como unidad primordial de la
sociedad, ya que en este ámbito el hombre comienza a vivir con otros; en
consecuencia, las familias son fábricas productoras de personalidades humanas.
Lo mencionado se hace evidente en los requisitos de adjudicación de vivienda
estipulados por ICT, en los que se ordena que se hará entrega a familias cuyo
hombre y mujer estén unidos por el rito católico.
Primordialmente, se esperó que la
vivienda popular fuera habitada por la familia nuclear, que se fundamenta en el
rol instrumental del padre, quien es encargado de la proveeduría, y a cargo de
las mujeres, la base emocional de la familia y de las relaciones de solidaridad.
Esta forma de organización familiar es ideal para cumplir con las necesidades
económicas de la industrialización del país, que requiere de un hombre
vinculado a la empresa y de una mujer que le sirva de apoyo emocional y se
encargue de la educación y el cuidado de las nuevas generaciones. En este
análisis se identifica una intrínseca relación entre género, familia y
vivienda, ya que, al sacralizar un tipo de familia, la nuclear, heterosexual,
monogámica, al vislumbrarla como célula de la sociedad, productora de nuevas
personalidades humanas, requiere un lugar adecuado, diseñado con espacios para
el desarrollo integral de sus miembros. Partiendo de este pensamiento familista, se negó la oportunidad de tener vivienda a
diferentes organizaciones familiares (como mujeres solteras de las cuales
dependen otras personas que no necesariamente son sus hijos).
Las casas para obreros y empleados
debían intensificar los afectos de familia; aún más, debían construir la
familia. Las estrategias de las disposiciones de los espacios de la casa y de
la misma ciudad determinan cómo debe ser su apropiación por los hombres, las
mujeres, los niños y las niñas. Se asocia la vivienda
al tema de la intimidad; la casa se piensa para el transcurrir diario y privado
de la familia nuclear de obreros y empleados; en consecuencia, se llena de
nuevos valores, discursos y rituales que protegen esta intimidad desde
perspectivas variadas: la personal, la de la pareja (relacionada con la
sexualidad) y la familiar.
Ello lleva a que el cuarto de los
padres se independice y sea el más grande de la casa, y que los cuartos de los
hijos se diferencien por género. El contacto con el exterior urbano se da a
través de las puertas y ventanas; en el interior queda
el mundo familiar que se accede con expresa invitación, y esto se establece
como la manera moderna de habitar: “las relaciones, ya sean afectivas o de
poder, entre integrantes de la sociedad, se evidencian en la construcción
física de la casa y de la ciudad” (Noguera, 1998, p. 196).
La vivienda social es la que termina
por dar forma a la ciudad moderna. Se estandariza un “tipo” ideal de vivienda
para la familia moderna, que debe ser nuclear, se acepta socialmente la idea de
privatización, y la creencia de que la arquitectura debe responder a las
necesidades básicas propugnadas por los Congresos Internacionales de
Arquitectura Moderna (CIAM), fundados en 1928 y disueltos en 1959, laboratorio
de ideas del movimiento moderno en arquitectura. Vivir en apartamentos
implicaba una actitud moderna; las nuevas propuestas habitacionales cumplieron
su papel ideológico como ejemplos de organización, de higiene, de moralidad y
de pacto social. “Al convertirse en propietario de viviendas higiénicas y
confortables, el obrero se incorporaba al ritmo de la moderna vida social”
(Guzmán, 2011, p. 169).
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