Paisaje, lugar y territorio:
conceptualizaciones para recuperar el genius-loci
Juan José García García. Geógrafo e historiador de la
Universidad Complutense de Madrid, magíster en Patrimonio Cultural y Natural de
la Universidad Internacional de Andalucía. Consultoría privada. ORCID:
0000-0002- 6605-455X. Correo electrónico: master.jjgarcia@gmail.com
Recibido: agosto 29, 2019. Aprobado:
noviembre 26, 2019. Publicado: diciembre 20, 2019.
Resumen
Ante las fuerzas homogeneizadoras
actuales que afectan a todos los ámbitos de la vida, incluyendo la arquitectura
y el urbanismo se hace necesario recuperar el “espíritu de lugar” (genius-loci). La base para ello es el
territorio, el espacio concreto y humanizado, pero con este no es suficiente,
razón por la cual hay que dotarle de unas dinámicas y de unos valores e
imágenes sociales y culturales, es decir, generar paisaje y lugar. El paisaje
debe conllevar la carga cultural, histórica, ecológica y subjetiva; y el lugar,
los significados como seña de identidad, para que sea a la vez signo y símbolo.
La evolución conceptual y epistemológica de ambos conceptos presentan una serie
de identidades que les hace posible ser asimilables. La obra arquitectónica y
el hecho urbano deben caracterizarse por diferentes dimensiones, sin las cuales
carecerían de genius-loci; estas serían
la necesidad, subjetividad, escalabilidad, empatía, abstracción y resiliencia,
fundamentos que cualquier arquitecto o urbanista debe tener como preceptos a la
hora de emprender la intervención del territorio.
Palabras clave: entorno, lugar, identidad,
arquitectura, conceptualización.
Landscape,
place, and territory: conceptualizations to recover genius-loci
Abstract
In light of current homogenizing forces which impact all areas of
life, including architecture and urbanism, it is necessary to recover place
spirit (genius-loci). The base for that purpose is territory, the
specific and humanized space, but it is not enough with it, a reason why some
dynamics and some principles and social and cultural images ought to be given,
it means, to create landscape and place. Landscape must involve cultural,
historical, ecological, and subjective charge; and place, meanings as
distinguishing mark, to be sign and symbol at time. The conceptual and
epistemological evolution of both concepts present a range of identities that
make possible of being assimilable. The architectural work and urban fact must
define for different dimensions, without which would lack of genius-loci;
these would be the necessity, subjectivity, scalability, empathy, abstraction,
and resilience, rationales which any architect or urbanist must have as
precepts in undertaking the territory intervention.
Key words: environment,
place, identity, architecture, conceptualization.
Paisagem, lugar
e território: conceituações para recuperar os genius-loci
Resumo
Dadas às forças
de homogeneização atuais que afetam todas as áreas da vida, incluindo as da
arquitetura e do planejamento urbano, é necessário recuperar o espírito de
lugar (genius-loci). A base para isso é
o território, o espaço concreto e humanizado, mas com isso não basta, por isso
é necessário dotá-lo de umas dinâmicas, de valores e imagens sociais e
culturais, ou seja, gerar paisagem e lugar. A paisagem deve implicar a carga
cultural, histórica, ecológica e subjetiva; e o lugar, os significados como um
sinal de identificação, para que seja ao mesmo tempo sinal e símbolo. A
evolução conceitual e epistemológica de ambos os conceitos apresenta uma série
de identidades que possibilitam serem assimiláveis. A obra arquitetônica e o
fato urbano devem-se caracterizar por diferentes dimensões, sem as quais não
teriam genius-loci; estas seriam a
necessidade, subjetividade, redimensionamento, empatia, abstração e
resiliência, fundamentos que qualquer arquiteto ou urbanista deve ter como
preceitos ao empreender a intervenção do território.
Palavras-chave: meio ambiente,
lugar, identidade, arquitetura, conceptualização.
Vivimos en el mundo de la
globalización, la intercomunicación y la homogeneización social, económica,
cultural y política. Esta última se expande por todo el planeta con estilos,
hábitos y posverdades que se basan en el dinero y el poder. Ocurre lo mismo con
el espacio geográfico, el territorio, el paisaje, el lugar y la obra urbana y
arquitectónica. El mundo de hoy ha visto cómo más de la mitad de la población
vive en ciudades, hecho que se acentúa en América Latina y en Colombia (ONU,
2018). Las ciudades crecen, cuanto no se desarrollan, se expanden como una
mancha de aceite por el territorio circundante, fagocitando recursos de todo
tipo. En este mundo de la ciudad sin límites es donde el hecho homogeneizador
aparece más recurrente, tanto en la ciudad “formal” como en la “informal”; es
imposible diferenciar barrios y extrarradios de Bogotá, Cartagena, México o
incluso ciudades de otros continentes.
Es necesario reconducir la obra
arquitectónica y el hacer ciudad hacia unas concepciones más sostenibles, no
solo económicas, sino sociales, humanas, históricas y culturales; recuperar y
mantener el sentido de lugar (genius-loci)
recobrar o proyectar paisajes de acuerdo con él, puesto que vivir en entornos
paisajísticamente dignos es un derecho referente de vida en una sociedad. A la
hora de abordar los tres conceptos paisaje, lugar y territorio,
estos pueden parecer similares, pero no son iguales. Los tres sufren unas
“distorsiones” y una falta de relación entre su significante y su significado.
Sin embargo, cuentan con un punto de encuentro: la obra arquitectónica y el
hecho urbano, que se convierten en los objetos donde confluyen los tres
conceptos.
El origen de todo es el espacio
geográfico, Newton (citado en Maderuelo, 2008) habla
de este como del contenedor universal, una abstracción matemática y física.
Sobre dicho espacio ilimitado y universal, el ser humano ha dejado implícita su
huella; nos encontramos así en el ámbito del territorio, primer concepto. Este
espacio geográfico humanizado es un mosaico de elementos y espacios articulados
física y funcionalmente a diferentes escalas, corresponde a una base concreta y
material del espacio. Sin embargo, si tuviéramos en consideración estas
definiciones de territorio no tendrían cabida ni el paisaje ni el lugar. Más
aún, se llegaría a lo que no es ni arquitectura ni urbanismo, a generar
espacios indiferenciados, vacíos de contenidos, símbolos y significados, serían
lo que Mar Augé denomina no-lugares (Augé, 1996).
Pero el territorio entendido como un
marco de intervención del ser humano puede conseguir su territorialidad
por medio de la territorialización. Estos dos conceptos de Monnet (2013)
son significativos para lograr alcanzar los conceptos de paisaje y lugar
en el desarrollo de la obra arquitectónica y de la ciudad. Por territorialización
se entienden las acciones y estrategias encaminadas a manifestar
paisajísticamente el territorio; dotarle de una fisonomía singular, unas
dinámicas y unos valores e imágenes sociales y culturales, es decir, darle
territorialidad (citado en Nates Cruz, 2013). Este sería el momento clave por
parte del arquitecto y el urbanista si quieren intervenir y construir espacio
dotado de significados y calidad paisajística, en definitiva, de “espíritu de
lugar” (Norberg-Schultz, 1979).
El concepto de paisaje es bastante
antiguo, aunque ni ha existido siempre ni existe en todas las culturas.
Igualmente, como disciplina científica o como factor de ordenación territorial
o de diseño arquitectónico, de obras o de conjuntos que hoy en día consideramos
paisaje, no fueron concebidos así en su momento.
La ciencia del paisaje como tal, en el
ámbito territorial, surge a fines del siglo XVIII por medio de aproximaciones
esteticistas relacionadas con viajes a lugares de paisajes pintorescos y
plasmados en obras literarias, crónicas viajeras y en pinturas. Es ampliamente
extendida la opinión de que A. V. Humboldt fue el primero en definir el paisaje
de manera espacial como “configuraciones concretas de la superficie terrestre”
(Gómez Mendoza, 2008, p.11).
En conjunto, el paisaje siempre va a
estar asociado a un territorio y a un espacio. Puyol Antolín (1986) indica que
este es “la parte visible del espacio terrestre”. En relación con esta definición,
ciertas escuelas y estudios se orientan por un paisaje entendido como si fuera
un territorio o un espacio abstracto físico-formal. La escuela alemana,
heredera de la ciencia humboldtiana, da diferentes
definiciones de su landschaft. Ratzel (1923) y Sauer
(1925) unen el paisaje a la antropología social e indican que hay que enfocar
el estudio del territorio que tiene como eje central la comprensión y
explicaciones de los pensamientos, los deseos, los intereses y las necesidades
de las personas; en una palabra, del significado que ellas otorgan al
territorio. Esta apropiación simbólica del territorio transforma el medio
físico en paisaje cultural. Un paisaje es, por definición, una elaboración
social de un determinado territorio (Álvarez-Muñarriz,
2011).
De la rama más naturalista del paisaje
y de la ecología deriva el concepto de ecología urbana, al trasponer las
leyes generales de la naturaleza al hecho urbano y a la obra arquitectónica. El
paisaje se resuelve con una estructura de relaciones y una concepción numérica,
donde los indicadores matemáticos son una parte fundamental de la metodología.
Para Passarge (citado en Capel, 1981), el paisaje
tiene cuatro fuerzas modeladoras, estas son el área o espacio, el hombre, la
cultura y la historia. De modo que esa otra parte de la ciencia paisajística
que se define como cultural aborda el concepto más allá de las leyes naturales.
El paisaje se comienza a desligar del territorio, pero sin olvidar que se
implanta en él, e incluye la historia, es decir, el devenir, la dinámica, así
como el proceso cultural. Una vez distanciado del territorio, lo mismo ocurre
con la sinonimia de paisaje con la ecología y el medio natural.
Al mismo tiempo, el paisaje recupera su
componente diacrónico e histórico. En relación con la historia —donde ya Ortega
y Gasset (1988) dice que “la historia de un pueblo es inseparable de su
paisaje” (p. 47)—, la escuela italiana es la que tiene una base histórica más
acentuada en relación con este término; así, esta escuela se basa en que “en la
identidad paisajística del territorio se deben enraizar los proyectos
territoriales y arquitectónicos puesto que la historia fundamenta la memoria de
cada lugar y la diversidad cultural del territorio” (citado en Mata Olmo,
2008).
A partir de lo ecológico y territorial
y con la recuperación de la cinética del componente histórico, se sientan las
bases del concepto y de la disciplina del paisaje. Sin embargo, no se debe
olvidar que el territorio es lo que da sustento físico al paisaje y no es el
fondo escénico que quieren ver y que está en los orígenes conceptuales. Así,
Bertrand (2010) deja entrever que la materialidad del paisaje no desaparece
bajo representaciones socioculturales e idealizadas.
Siguiendo con esta idea, la Escuela
Francesa de Burdeos de Paisaje (CEPAGE) habla de este como una estructura
material y un objeto cultural que, al plasmarse sobre un espacio, es paisaje
territorializado (Briffaud, 2004). En su
declaratoria, esta escuela asume los posicionamientos históricos, ecológicos y
territoriales. Por su parte, el Convenio Europeo del Paisaje (Consejo de
Europa, 2001) lo define como “cualquier parte del territorio, tal y como lo
percibe la población, cuyo carácter es el resultado de la combinación de
elementos naturales y humanos” (art. 1). En esta definición se avanza en dos
términos: la percepción, con su componente subjetivo, y el carácter, componente
abstracto, visible e inmaterial a la vez. Esto lleva a poder relacionar huella
con carácter, derivada la primera del concepto homónimo de Besse
(2000) como “carácter, señal o huella impresa” (p. 104).
Esta última concepción o característica
del paisaje lleva a no poder asociarlo con el territorio, pero sí con un
proceso cultural, por lo que queda supeditada la noción territorio a la de
paisaje. Maderuelo (2010) habla de elaboración
intelectual, así, indica:
El paisaje
[…] se trata de una elaboración intelectual que realizamos a través de ciertos
fenómenos de la cultura […] es una convención que, como tal, varía de una
cultura a otra y, de una época a otra […] en cuanto producto intelectual, el
paisaje es algo que se elabora a través de lo que se ve al contemplar un
territorio, un país, palabra de la que se deriva país-aje que, en un principio
significaba lo que se ve de un país. (p.575)
Cadiou y Luginbuhr
(1995) entienden el paisaje como “un modelo cognitivo que permite leer un
espacio” (p. 19). George Bertrand (2010) recoge este concepto territorial
y de elaboración intelectual y le atribuye al paisaje el carácter de
“ser concreto en su manifestación territorial y difuso en sus referencias
simbólicas” y añade que es “signo en el territorio y símbolo en la mirada” (p.
8).
El paisaje es signo y símbolo, según
Bertrand (2001); lugar como signo y símbolo, según Muntañola.
Es difícil encontrar mayor paralelismo e identidad entre los conceptos paisaje
y lugar. Sobre el territorio definido, delimitado e intervenido, se
implanta la sociedad, la cultura, la historia y el ser humano por medio de sus
signos y sus significados. Mientras que Bertrand establece la parte material
del paisaje como “signo en el territorio”, para Muntañola
el lugar es un signo o forma de equilibrio entre lo conceptual y lo figurativo,
así como el símbolo en la mirada se convierte en símbolo o significado de un
orden sociofísico. Muntañola
(2001) integra ambos términos para establecer la definición de lugar indica que
“es un síntoma de ideas que relaciona el habitar y el hablar” (p. 47). Este
concepto comienza a existir cuando se le da sentido a un espacio
indiferenciado. El lugar es:
[…] la
construcción humana elaborada a partir del sustrato físico original a través de
un largo y continuo proceso histórico de transformación y evolución
diferenciada […] Está cargado de significados culturales y simbólicos que,
dentro de su marco de vida habitual, son percibidos por la propia población
como expresión de la memoria colectiva e interiorizados, sentidos y valorados
como seña de identidad. (Decreto 206 de 2006)
Maderuelo (2008) simplifica esto definiéndolo
como un territorio al que pertenecemos, culturalmente afectivo. Ambas
definiciones identifican lugar y paisaje, siendo este último el lugar donde se
desarrollan sentimientos, cultura y memoria.
¿Cuál es entonces, a la vista de estas
definiciones, la diferencia de escala en que comúnmente se establece la
diferencia entre lugar y paisaje o lugar y territorio? Para aclarar esta pregunta,
Maderuelo (2008) añade que “la expresión de la
cultura se hace por medio de la arquitectura (objeto singular) y por las tramas
complejas que estructuran el territorio”, con lo cual la diferenciación
conceptual no existe entre lugar y paisaje y tampoco en relación con el ámbito
o acotación del entorno o del territorio.
Este acotamiento territorial sería el
que delimita el espacio de intervención para generar paisaje y lugar. Y esa
arquitectura de lugar, al igual que el urbanismo de lugar, se desarrolla por
medio de su afectividad al espacio existencial, no al espacio funcional
y abstracto, vacío de identidad. La obra arquitectónica se entiende como espacio
existencial, concepto definido por Norberg-Schultz
(1979) como “el espacio en el que el ser humano tiende a identificarse con el
espacio que habita” (p. 5) y lo relaciona con el término de genius-loci
o “espíritu de lugar”, que se “captura” por medio de la arquitectura y esta se
plasma a su vez a través de elementos físicos y visuales —forma, textura, color,
etc.—, pero también con elementos emocionales.
La arquitectura y la obra urbana son,
entonces, respuestas a condiciones contextuales, ambientales e históricas, con
lo cual se definen los elementos del lugar: una arquitectura, la experiencia,
la percepción, los materiales, la naturaleza o entorno físico, la memoria
histórica y vernácula y la carga cultural (Arce Valdivia, 2011). Así, el lugar
se define por los valores simbólicos, históricos y ambientales que le infiere
el arquitecto inspirado por la sociedad y valorándolo por medio de la obra
arquitectónica.
El lugar será la respuesta a esas
condiciones, por lo que se genera esa identidad de lugar, ese genius-loci. Y abarcará desde la obra
arquitectónica hasta el conjunto urbano o territorial. Gordon Cullen (1961) fue
el primero en definir el concepto de paisaje urbano o townscape, donde también se expresa el sentido de
lugar al llenar de contenido una ciudad.
Como se puede observar, paisaje y
lugar son dos conceptos intercambiables, sinónimos, cuando se expresan
los elementos de orden general —naturales, humanos, simbólicos— que los
componen de manera tangible e intangible, lo que nos adentra de lleno en el
campo fenomenológico del paisaje. Rueda, Castro y Bani (2015) definen el lugar
como “un mundo de experiencias, un recurso fenomenológico” (p. 45) y retoman a Malpas (2000), para quien el lugar “es un mundo dado en
relación con la actividad, un mundo que es aprehendido desde el punto de vista
subjetivo” (p. 24), ya que a través de los elementos del lenguaje
arquitectónico se transmite un significado.
Esta idea de lugar, asemejada a la de
paisaje, tiene sus fuentes en el rechazo a la arquitectura del movimiento
moderno tras la Segunda Guerra Mundial. En esta disciplina y en el conjunto de
las ciencias sociales se elaboran teorías sociales esenciales para analizar
directamente la realidad desde una posición antipositivista, con base en los
principios de la escuela de Frankfurt de los años veinte y treinta del pasado
siglo — con autores como Horkheimer, Adorno, Marcuse, Benjamín, entre otros—.
Adorno (citado por Capel, 1981) proclamó que “el ideal epistemológico de la
elegante explicación matemática, unánime y máximamente sencilla fracasa allí
donde el objeto mismo, la sociedad, no es unánime ni sencilla” (p. 413). Con el
movimiento moderno, la ciencia unitaria positivista relacionada con el ámbito
de la arquitectura y el urbanismo se ve entonces como un impedimento y en clara
confrontación con la idea de lugar —paisaje—. Léfebvre
(1974) también argumenta que el positivismo científico físico-sensorial, el que
genera un espacio abstracto y formal, es un obstáculo para producir el
verdadero espacio. Si el espacio que genera el lugar es igual en cualquier
parte del planeta, ¿dónde queda el sentido de lugar? J. R. Morales (2009) habla
del espacio arquitectónico como algo inseparable de su sitio o lugar, pues es
necesario satisfacer emociones con la arquitectura.
El rechazo de las teorías universales
también aparece en el existencialismo de Sartre y Heidegger y en la
Fenomenología de Husserl y Norberg-Schulz (1979),
para quien estas corrientes expresan que “cada lugar posee su propio carácter o
atmósfera que le proveerá de identidad” (p. 25), también este autor habla sobre
el espacio heredado del lugar, de clara referencia histórica y, sobre todo, de
la subjetividad. Así, Norberg-Schulz hablará del “espacio
existencial [como] un conjunto de esquemas que el ser humano almacena y
relaciona en la memoria en las diferentes etapas de su desarrollo y que
influyen en la percepción del entorno” (p. 27). La clave de un lugar será la
identidad junto a la relación con su contexto y su historia, pues como expresa Gallardo Frías (2013), “la característica del lugar la
otorgan los seres humanos” (p. 163).
Un ejemplo de la atmósfera o el
carácter de cada lugar es el edificio Baraglia
(figura 1), que es una muestra de la residencia burguesa de mediados del siglo XX
(específicamente entre 1940 y 1949) y a su vez se integra con el moderno
edificio Plaza 39 de la Carrera 7 de Bogotá (Colombia). Allí se produce la
unión de dos edificios con sentido de lugar, sin que pierdan su significado
antiguo o actual.
Figura 1. Edificio Baraglia-Plaza
39 de Bogotá, Colombia
Fuente. Elaboración propia, 2019.
En conclusión, si se habla sobre paisaje
y lugar identificados semánticamente, será necesario postularlos
mediante paradigmas humanistas y fenomenológicos. El territorio será el
“sustrato”, definido como espacio geográfico humanizado, donde el ser humano
construye paisaje y lugar. Y ambos no son conceptos diferentes a
distintas escalas, sino que se equiparan y se imbrican en el contexto, junto
con la historia y con el ser humano que los habitan y les dan sentido. En todos
estos casos, será necesario buscar ese “espíritu de lugar” para generar los
lugares, no los “no-lugares”.
Para una propuesta válida sobre el
“espíritu de lugar” y que tenga un valor general, hay que atender a diferentes
aspectos: la escala y su adecuación; los determinantes en su contexto y en la
escala; la multidisciplinariedad, holística y subjetiva, que recoja la
percepción. Hay algunas dimensiones que deben tenerse en cuenta para cualquier
aproximación en la práctica al genius-loci,
tanto de lugar como de paisaje a través de una arquitectura o de una intervención
urbana; estas podrían definirse de la siguiente forma:
• Es necesario. Tanto por la pérdida de
tramas construidas —deterioro de conjuntos— como por el derecho a vivir en
entornos paisajísticamente dignos. Nohl (2001)
establece una serie de hechos que actualmente concurren en el paisaje en
general y con el urbano en particular, se trata de la pérdida de variedad, de
naturalidad, de estructuración, de identidades locales y regionales y de
calidad escénica. Las consecuencias de estos hechos son el empobrecimiento
formal, la evolución hacia el “grano grueso” paisajístico, la desestabilización
del campo cognitivo por falta de anclajes de identidad, las disfunciones
urbanas y paisajísticas y la aparición de elementos de escala global sin
conexión con lo local.
• Es subjetivo. Se busca la
subjetividad tanto de parte del arquitecto como del lugar y del territorio
donde se va a intervenir. Ortega y Gasset (2004) habló del yo como “yo soy yo y
mi circunstancia; y si no la salvo a ella no me salvo yo” (p. 757). Esas
circunstancias son las que hay que conocer para poder ser capaz de llevar a
cabo el proyecto. El paisaje y el lugar son elaboraciones intelectuales, razón
por la cual habrá que conocer la cultura, la historia y el medio natural y su
relación con el ser humano de donde se va a intervenir. Según Maderuelo (2008), “la arquitectura, para ser consecuente
con la cultura asociada a lugares, debe estar inmersa en las realidades,
emociones y mitos que conforman el imaginario colectivo de una sociedad” (p.
14).
• Es escalable. Por medio del paisaje y
el lugar se puede llegar a diferentes escalas territoriales, siempre y cuando
el método que se aplique tenga entre sus propiedades la escalaridad,
entendida esta como la capacidad de un discurso para adecuarse a diferentes
escalas de análisis. Así, Zoido (citado en Riesco,
Gómez y Álvarez, 2008) expone que “el estudio del paisaje puede referirse a
cualquier ámbito del territorio, sea cuales fueren sus dimensiones y
contenidos” (p. 231).
• Tiene empatía. El arquitecto y el
urbanista deben conocer donde van a intervenir y
proyectar sus componentes sociales, culturales, ambientales, históricos,
económicos, de ocupación y usos del suelo que conforman el paisaje y las
peculiaridades del lugar. Moneo (1992) habla del “murmullo del lugar”, pues
cada proyecto requiere, según él, de una teoría propia porque cada arquitectura
pertenece a su lugar y cada edificio adquiere una posición única, un
emplazamiento, la relación con el habitante, con la ciudad y con el lugar. Sin
embargo, cualquier edificio está abierto a la parte sentimental y propia del
arquitecto, ya que ese se entiende como obra de arte y plasma sus vivencias y
sus experiencias en el lugar. Este es el einfühlung
(Díaz-Nara Lacoste, 2015), la parte propia de cada arquitecto.
• Es abstracto. El “espíritu de lugar”
parte de una interpretación subjetiva y de un constructo mental que deriva de
una cultura y una sociedad, pero también de una interpretación del arquitecto o
urbanista que generará diseños o planeamientos que se refieran a ese lugar
—léase memoria e imaginario colectivo e individual—, que van más allá de lo
figurativo.
• Es resiliente. El hecho real es el de
los procesos territoriales que inciden sobre el paisaje: la urbanización, es
decir, la implantación de la red urbana, de las infraestructuras. La gestión es
necesaria para integrar o minimizar los cambios que se producen, y esta puede ir
desde la salvaguarda hasta la proyección y creación de nuevos lugares. La
salvaguarda lleva implícito el conocimiento, la preservación y potenciación de
los paisajes y lugares. Así mismo, el permanente cambio que existe en todas las
dimensiones de la vida debe influir en la conceptualización, el diseño y la
creación de ese sentido de lugar porque, al igual que la historia, es dinámico.
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