Agroecología urbana frente al cambio climático. Aporte al ordenamiento territorial agroecológico en las ciudades
Urban agroecology against climate change
Agroecologia urbana contra mudanças climáticas
El cambio climático hace tiempo paso de ser una opinión a un hecho. La crisis demanda acciones contundentes más allá de los actuales acuerdos gubernamentales, paliativos de la opinión pública que evaden las verdaderas causas de este fenómeno, por tanto, las ciudades deben modificar su pasividad al relegar las causas directas del cambio climático a factores externos. La producción agroindustrial, cuyo emplazamiento se encuentra en el sistema rural, ejemplifica perfectamente tal situación; es consecuencia de la masificación centralizada de un sistema de consumo urbano. Al respecto, se presenta desde el ordenamiento agroecológico, una propuesta para ordenar los territorios urbanos a partir de su tejido territorial, enfocada en la reconfiguración de las relaciones de poder en torno a los ciclos de abastecimiento agroalimentario y cómo estos desencadenan transformaciones culturales y ecosistémicas en la ciudad; permitiendo así, elaborar planes de acción escalables a nivel local, regional y global para hacer el frente necesario al cambio climático de forma colectiva.
In this way, a bet from agroecology is presented below to order urban territories from their territorial fabric, with itself as a city and with the field on which it depends. The agroecological order to be discussed will be focused on the reconfiguration of the relationships around the agri-food production chain and how they are triggered by cultural and ecosystem transformations within the city, allowing the development of scalable action plans, from the local, regional and global, to make from the social community the necessary front to climate change.
A mudança climática, há muito tempo, deixou de ser uma opinião para um fato. A atual crise civilizacional exige ações vigorosas além dos atuais acordos governamentais, paliativos da opinião pública, evitando as verdadeiras causas desse fenômeno. As cidades, como atual centro de decisão política e consumo de massa, precisam modificar suas ações passivas para relegar as causas diretas das mudanças climáticas no exterior. O caso da produção agroindustrial exemplifica perfeitamente essa situação, cuja localização é no sistema rural, é uma conseqüência da massificação centralizada de um sistema de consumo urbano. O desenho de propostas em torno desse problema deve reconfigurar as atuais relações de poder na tomada de decisões e as capacidades de encontro e interação das interculturalidades presentes nos sistemas urbano e rural, em oposição a um elemento base na configuração de sociedade humana como é comida.
Nesta ordem de idéias, é apresentada abaixo uma aposta da agroecologia para ordenar territórios urbanos com base em seu tecido territorial, como cidade e com a paisagem circundante da qual depende. A ordem agroecológica a ser discutida será focada na reconfiguração das relações de poder em torno dos ciclos de fornecimento de alimentos agroalimentares e, assim, desencadeiam transformações culturais e ecossistêmicas na cidade, permitindo a elaboração de planos de ação escaláveis, a partir do local, regional e global, para fazer da comunidade social a frente necessária à mudança climática.
Agroecología urbana frente al cambio
climático. Aporte al ordenamiento territorial agroecológico en las ciudades
Andrés Felipe Páez Barahona. Ingeniero ambiental de la Universidad
Distrital Francisco José de Caldas. Perteneciente al Semillero de Investigación
en Agroecología (HISHA) de la Universidad Distrital Francisco José de Caldas. orcid: https://orcid.org/0000-0003-3574-5849 Correo
electrónico: felipe.90.09@hotmail.com
Recibido: septiembre 10, 2019. Aprobado:
septiembre 14, 2020. Publicado: marzo 23, 2021
Resumen
El cambio climático hace tiempo paso de
ser una opinión a un hecho. La crisis demanda acciones contundentes más allá de
los actuales acuerdos gubernamentales, paliativos de la opinión pública que
evaden las verdaderas causas de este fenómeno, por tanto, las ciudades deben
modificar su pasividad al relegar las causas directas del cambio climático a
factores externos. La producción agroindustrial, cuyo emplazamiento se
encuentra en el sistema rural, ejemplifica perfectamente tal situación; es
consecuencia de la masificación centralizada de un sistema de consumo urbano.
Al respecto, se presenta desde el ordenamiento agroecológico, una propuesta
para ordenar los territorios urbanos a partir de su tejido territorial,
enfocada en la reconfiguración de las relaciones de poder en torno a los ciclos
de abastecimiento agroalimentario y cómo estos desencadenan transformaciones
culturales y ecosistémicas en la ciudad; permitiendo así, elaborar planes de
acción escalables a nivel local, regional y global para hacer el frente
necesario al cambio climático de forma colectiva.
Palabras clave: agroecosistemas urbanos, calentamiento
global, dimensión ambiental, estructura ecológica principal, plataforma
cultural.
Urban
agroecology in front of climate change. Contribution to agroecological land-use
planning in cities
Abstract
A time ago,
climate change stopped to be an opinion to become a fact. The crisis demands
strong actions beyond the current governmental agreements, palliatives of the
public opinion that evade the real causes of this phenomenon, therefore, cities
must change their passivity by relegating the direct causes of climate change
to external factors. Agro-industrial production, which is
located in the rural system, perfectly exemplifies this situation; it is
a consequence of the centralized massification of an urban consumption system.
In this regard, it is presented from the agroecological planning, a proposal to
organize urban territories based on their territorial weave, focused on the reconfiguration
of power relations around agri-food supply cycles and how these
trigger cultural and ecosystemic
transformations in the city, thus enabling the development of scalable action
plans at the local, regional and global level to collectively confront the
climate change.
Keywords: urban
agroecosystems, global warming, environmental dimension, main ecological
structure, cultural platform.
Agroecologia
urbana frente às mudanças climáticas. Contribuição para o planejamento
territorial agroecológico nas cidades
Resumo
Já faz muito
tempo que a mudança climática deixou de ser mera opinião e se tornou um fato.
Esta crise exige ações contundentes que vão além dos acordos governamentais
vigentes, que são apenas paliativos para a opinião pública e se esquivam das
verdadeiras causas desse fenômeno, portanto, as cidades devem modificar sua
passividade e parar de colocar a culpa dos efeitos diretos das mudanças
climáticas em fatores externos. A produção agroindustrial, localizada no
sistema rural, exemplifica perfeitamente essa situação, sendo uma consequência
da massificação centralizada de um sistema de consumo urbano. Nesse sentido, a
partir do ordenamento agroecológico, apresenta-se uma proposta de ordenamento
dos territórios urbanos a partir de seu tecido territorial, com foco na
reconfiguração das relações de poder no âmbito dos ciclos de abastecimento
agroalimentar e como eles desencadeiam transformações culturais e
ecossistêmicas na cidade, permitindo a elaboração de planos de ação escaláveis
nos níveis local, regional e global para enfrentar coletivamente as mudanças
climáticas.
Palavras-chave: agroecossistemas urbanos, aquecimento global, dimensão
ambiental, estrutura ecológica principal, plataforma cultural.
Introducción
Las actuales relaciones de poder social
y territorial, en franca y creciente desigualdad, han globalizado una
hegemónica visión de modernidad y desarrollo a través del dominio de la
naturaleza, lo cual ha propiciado sistemáticamente la separación como principio
máximo de subordinación. Su ascendencia histórica se ha consolidado desde el
domino del hombre sobre la mujer (sistema patriarcal), la jerarquía social
(sistema de clases) y el colonialismo cultural y ecosistémico (sistema
capitalista neoliberal). La colonización de la naturaleza ha roto los complejos
flujos energéticos en los ciclos biogeoquímicos del planeta por la imposición
de flujos del mercado, cuya especulación de crecimiento indefinido —soportado
en la sobreexplotación (ecológica y social) y contaminación desmedida— ha
desencadenado el cambio climático como crisis civilizatoria sin precedentes.
El calentamiento global es efecto y no
causa, síntoma de acciones que siguen su curso disfrazadas en solapados
discursos como el desarrollo sostenible. La acumulación de gases de efecto
invernadero (GEI) en la atmosfera es resultado, por un lado, de la manera como
se decide y se ocupa los territorios y, por otro lado, de la matriz energética
soporte de una sociedad estancada en el consumo como indicador de bienestar. La
destrucción de la diversidad cultural, debida a la superposición de una visión
monocultural, ha conllevado a una desterritorialización inminente, reflejada en
la atomización social y su capacidad colectiva de enfrentarse a los actuales
sistemas de poder decisorios.
Sin embargo, como característica propia
de supervivencia de la vida misma, la humanidad ha encontrado caminos de
resistencia abonados en movimientos sociales para enfrentar no al síntoma que
es el cambio climático, sino a la enfermedad llamada capitalismo (Riechmann, 2012). Las ciencias, los conocimientos y
constructos de saberes emergentes como la ecología política, la etnoecología, el ecofeminismo y la
agroecología en conjunción con saberes populares y ancestrales de pueblos
indígenas, campesinos, afros, barriales, etc. (Rosset, 2004; Leff, 2006; Sevilla, 2008; Escobar, 2012; Ulloa, 2014;
Acevedo y Jiménez, 2019), posibilitan un entendimiento de dichas relaciones de
poder y sus impactos en la interacción del sistema cultural y ecosistémico.
Superan la visión determinista del hombre y la naturaleza al replantear el
sistema político actual como la posibilidad de ser en la diferencia, en tanto
individuos como en sociedad, una posibilidad de devenir, de construcción de
deseos colectivos en torno a su habitabilidad, ordenanza y soberanía en un
territorio.
Se propone un ordenamiento territorial
como un rediseño espacial a partir de la dimensión ambiental entendida como la
interrelación, compleja, dinámica y constante entre ecosistemas y cultura
(Ángel, 2013). Esto conlleva al diseño de nuevas posibilidades de formas
básicas de existir y convivir, al enfrentar, a su vez, estrategias adaptativas
y de contención a la problemática que nos acontece por antonomasia como
especie. Es en este punto donde entra la agroecología como contribución a la
discusión, acción y transformación de los territorios, puesto que busca
consolidar alternativas tanto productivas como organizativas en las nuevas
formas relacionales que se requieren en estos tiempos de cambio. La
agroecología urbana interconectará el campo y la ciudad —algo que en un
principio estuvo relegado al sistema rural— a través de las diferentes
relaciones culturales y ecosistémicas presentes, lo cual derivará en acciones
locales y regionales bajo un contexto global.
La agroecología urbana se presenta como
una apuesta desde lo conceptual, como un elemento de discusión emergente para
políticas públicas asertivas e incluyentes, y desde lo práctico, en el
reordenamiento del territorio a partir de la interacción de los agroecosistemas
urbanos con los rurales a través del ciclo de producción agroalimentaria. La
actual relación campo-ciudad como ciclo abierto altamente entrópico, producto
de una visión atomista, deberá retornar a un ciclo cerrado de flujos culturales
y ecosistémicos, y reconfigurar espacialmente las medidas necesarias para
atender a los impactos actuales del modelo agroindustrial.
Este escrito es resultado y proyección
de una tesis de pregrado presentada en el 2019 por el autor y por Abraham
Rivera (2019) titulada “Ordenamiento ambiental agroecológico en la vereda
Fátima como aporte metodológico para la permanencia sustentable en el
territorio de las comunidades asentadas en áreas protegidas”, para optar por el
título de ingenieros ambientales en la Universidad Distrital Francisco José de
Caldas, tesis realizada con el acompañamiento del Semillero de Investigación en
Agroecología (HISHA) y la Asociación Campesina de la Vereda Fátima-Raíces de la
Montaña. A su vez, esta es una investigación preliminar para la tesis de
maestría del autor en Geopolítica de la Universidad de París VIII
Vincennes-Saint-Denis.
Generalidades del cambio climático
Cada año, cifras alarmantes se
abalanzan en récords que se rompen sin clemencia: julio de 2019 fue el mes más
caliente hasta el momento registrado; según la información recogida por la
Organización Mundial Meteorológica (WMO, 2019), los veinte años más cálidos de
los que se tiene registro están en los pasados veintidós años y de ellos, los
últimos cuatro han sido los más calientes; Groenlandia perdió 12 500 millones
de toneladas de hielo por derretimiento el 2 de agosto de 2019: la mayor
pérdida registrada en un solo día, y así continúa en un lamentable etcétera.
Aunque se detuviese la emisión de GEI,
la temperatura seguiría en aumento (Mauritsen y
Pincus, 2017), lo cual se ha llamado irreversibilidad del cambio climático. El
Panel Intergubernamental del Cambio Climático (IPCC, por sus siglas en inglés),
como consenso científico mundial sobre el cambio climático, ha condensado en
más de 6000 investigaciones un llamado urgente a los gobiernos de todo el mundo
para evitar un aumento de las temperaturas por encima de 1.5°C sobre el nivel
preindustrial para el 2030.
El Informe especial del IPCC sobre los
impactos del calentamiento global de 1.5°C (IPCC, 2018), proyecta las
consecuencias de superar la barrera de temperatura de 1.5°C hasta 2°C, y
destaca la reducción de corales casi en su totalidad; la afectación cerca del
13% de ecosistemas; la exposición de las islas pequeñas, las zonas costeras
someras y los deltas por el aumento progresivo del nivel de los océanos;
mayores riesgos para la salud humana, en particular en cuanto al calor, a las
concentraciones de ozono y la exposición a enfermedades de transmisión
vectorial tales como la malaria, el dengue y nuevos virus; mayores reducciones
en las cosechas de maíz, arroz, trigo y potencialmente de otros cereales, en
particular en el África subsahariana, sudeste de Asia y América del Sur y
Central.
El IPCC afirma que, para mantener los
niveles máximos de temperatura en el 1.5°C y evitar consecuencias catastróficas
e irreversibles, la reducción de las emisiones globales de co2 deberán ser en
un 45% para 2030, y llegar finalmente al 100% en el 2050. Colombia como país
firmante del acuerdo de París se comprometió a reducir
sus emisiones de GEI en un 20% para 2030.
En la praxis actual, no es posible
lograr estos objetivos, consecuencia de las endebles propuestas de acción
acordadas, ya que no ponen en discusión ni tela de juicio la paradoja de un
modelo de desarrollo mundial basado en el crecimiento económico infinito, el
cual se soporta en la sobreexplotación y devastación de un mundo finito. Los
cambios necesarios para evitar un colapso no son de tipo superficial
(tecnológicos) sino muy profundos (ético-políticos), lo que permitiría
encaminarnos hacia una cultura de la autocontención como respuesta inmediata a
unos tiempos de acción cada vez más cortos (Riechmann,
2012).
Los diagnósticos en las consecuencias
del cambio climático, como los objetivos necesarios por cumplirse están más que
soportados, la cuestión es de método. En 1972, en Estocolmo, se realizó la
Primera Conferencia de las Naciones Unidas sobre Medio Ambiente, también
conocida como Cumbre de la Tierra, la cual tenía como objetivo encaminar las
políticas gubernamentales de desarrollo en torno a la creciente crisis
ecológica. Esta nueva visión ambiental que habrá de perfeccionarse a lo largo
de los años confluye en dos ideas fundamentales.
La primera es establecer un medio
artificial en el que el hombre viva separado de su condición natural y deje su
relación con la naturaleza netamente utilitaria en el uso de sus recursos
naturales y servicios ecosistémicos, ejemplo conceptual de la visión campo-ciudad.
En Colombia se materializa dos años después de la Cumbre de Estocolmo en el
Código Nacional de Recursos Naturales de 1974, siendo esta la primera Ley
general o Marco promulgada en América Latina y el Caribe, en la cual 270
artículos de los 340 totales son empleados en la regulación de la propiedad,
uso e influencia ambiental de los recursos naturales renovables, lo que
denominaría Manuel Rodríguez Becerra (2004), como “legislación sectorial de
relevancia ambiental” (p. 5).
La segunda idea es mantener las
expectativas de crecimiento económico a través de lo que la comisión Bruntland
en 1987 conceptualizó como desarrollo sostenible, lo cual asume un capital
natural por conservar que sustente al aprovechamiento de los recursos naturales
bajo el modelo cultural globalizante de consumo; un sofisma de explotación
perpetua, la cual, mediante la intervención gubernamental y su estructura
administrativa, niega las condiciones ecológicas y termodinámicas que
establecen límites y condiciones a la apropiación y transformación capitalista
de la naturaleza (Leff, 2001).
Ordenamiento territorial en tiempos de
cambio climático
Las consiguientes cumbres de la tierra
a la comisión Bruntland, siguieron la orientación de la plataforma legislativa
y jurídica en los gobiernos, para que se alinearan bajo estas visiones del
desarrollo. En Colombia se consagra en la Ley 1454 de 2011 las normas orgánicas
sobre ordenamiento territorial y uno de sus principios es el desarrollo
sostenible. Un ordenamiento territorial que se base en el desarrollo
sostenible, parte de un supuesto equilibrio entre el sistema económico, social
y natural para la planificación espacial de los territorios. Al ser el
principio económico el del crecimiento continuo, se delega a la innovación
tecnológica la compensación que trae este modelo al sistema natural; esto ha
comprometido al ordenamiento como instrumento de planeación a meros consensos
tecnócratas que avalan la aplicación vertical de estas innovaciones, a quienes
como en el caso agropecuario, el campesinado, son vistos bajo este sistema como
unos agentes más dentro del mercado.
A continuación, se analizará cómo el
crecimiento poblacional urbano y su configuración espacial y de relaciones de
poder con el sistema rural ha sido determinante en el aumento progresivo de la
temperatura y la contaminación sobre el planeta. Enseguida, se introducirán
tres consecuencias directas de este fenómeno demográfico sobre las ciudades
(islas de calor, sistema cultural y ciclo agroalimentario), las cuales serán un
aporte fundamental en la apuesta del ordenamiento territorial urbano desde la
agroecología como elemento contingente del cambio climático.
Es necesario acotar que no se busca
generar una concepción negativa o pesimista acerca de la ciudad, todo lo
contrario, esta es una búsqueda de la reconfiguración espacial y
descentralización urbana a partir del análisis de sus problemáticas, hacia el
fortalecimiento del tejido tanto ecosistémico y cultural allí presente, como
una posibilidad de pensar, consolidar y constituir ciudades como derecho
fundamental de sus habitantes.
Un crecimiento urbano que está lejos de
detenerse
Las ciudades, a partir del siglo XIX y
el perfeccionamiento de su constitución desde mediados del siglo XX, han sido
ordenadas como núcleos poblacionales para el centro de acumulaciones de
capital, puntos centralizados de decisión territorial y, sobre todo, espacios
de consumo a gran escala (Lefebvre, 1978), que garantizan la demanda necesaria
para la sobreproducción de bienes y servicios en gran medida provenientes de
energías fósiles.
Reflejo de ello es el aumento de las
poblaciones urbanas en el mundo, así como los impactos asociados sobre el
cambio climático. En el periodo 1950-2000, la población se duplicó, el consumo
mundial de energía se multiplicó por cinco, lo cual posibilitó un aumento del PIB
mundial siete veces, y las emisiones de co2 en cinco veces (Riechmann,
2012). Según el censo del DANE de 2018, en Colombia la población en las
cabeceras municipales y centros poblados es cerca del 84.2%, lo que se traduce
en 40633552 personas viviendo en territorios considerados urbanos.
Las consecuencias del desmedido
crecimiento urbano, además de propiciar un aumento directo en las emisiones de GEI,
visibiliza la precariedad institucional en la toma de decisiones a través de
sus políticas públicas para enfrentar esta dinámica. Un desafío estatal
inminente está en frenar el negocio de grandes constructoras y el sistema
financiero de soporte como ordenadores del territorio, cuyas políticas públicas
son orientadas en la relación tripartita entre funcionarios públicos,
gobernantes y empresarios para sus propios beneficios, lo que aumenta la
conurbación y, a su vez, la entropía ecológico-cultural en los sistemas urbanos
y rurales.
Ordenando el desorden: una aproximación
inicial a la entropía urbana
La concepción de entropía desarrollada
dentro de la termodinámica en términos de calor y temperatura denota la
cantidad de energía térmica disponible para realizar un trabajo dentro de un
sistema. A mayor entropía, mayor desorden dentro del sistema y menor
disponibilidad de energía útil.
El supuesto ordenamiento territorial en
las ciudades, a costa del desorden (entropía positiva) en los sistemas conexos
(la ruralidad y el sistema ecológico en general), ha producido una entropía
dentro del mismo sistema o entropía urbana (Fariña y Ruiz, 2002)¸ la cual
ordena espacialmente la ciudad con sus flujos energéticos en beneficios
particulares del flujo de capital, y excluye, por un lado, las diferentes
relaciones culturales en las discusiones colectivas y pluriepistemológicas
hacia la consolidación de un territorio común y, por otro lado, los flujos
ecológicos en los ecosistémicas que soportan nuestra supervivencia como
especie.
Las islas de calor urbana, la actual
plataforma cultural urbana y el ciclo de producción agroalimentaria aportarán a
un análisis inicial sobre el estado actual de los flujos energéticos dentro de
las ciudades, cuya tendencia entrópica en aumento se materializa en el
creciente cambio climático y la desigualdad social (Riechmann,
2012).
Islas de calor urbana (ICU)
Las ICU son el fenómeno de las áreas
altamente urbanizadas, las cuales experimentan mayores incrementos de las
temperaturas en comparación a sus zonas colindantes periurbanas y rurales. Este
fenómeno consecuente del aumento poblacional de las ciudades es causada por el
uso de materiales impermeables y altamente reflectantes en la construcción, la
organización espacial para fomentar el uso de transportes desde grandes
distancias con altas emisiones de GEI, las emisiones de contaminantes
atmosféricos provenientes de los procesos industriales y el desmembramiento de
la estructura ecológica principal (EEP), capaz de soportar tanto la captura de
co2 , como la regulación del ciclo hídrico de la zona (Ángel, Ramírez y
Domínguez, 2010; Soto, 2019).
En Bogotá se evidencia la presencia de
una ICU que se ha intensificado y expandido desde 1967, y supera hoy en día en
3°C la temperatura media de la periferia (Ángel, Ramírez y Domínguez, 2010). En
la superficie de la zona urbana de Medellín, segunda ciudad del país en
extensión y población, se presenta un aumento de 4.81°C con respecto a las
coberturas del área que la rodea, concentrando este efecto de ICU, sobre todo
en los barrios de la zona central (Soto, 2019).
El aumento de temperatura en las
ciudades, además de propiciar condicionamientos biofísicos aptos para la
proliferación de enfermedades por transmisión vectorial, y el aumento de la
morbilidad respiratoria, propiciará la afectación a la salud humana por los
llamados golpes de calor. Durante el récord de la ola de calor en Europa en
2003 que afectó dieciséis países, la Organización Mundial de la Salud (OMS)
reportó cerca de 70000 muertes asociadas a los aumentos de temperatura
(Organización Panamericana de la Salud, 2019). El aumento de los elementos
refrigerantes y de confort térmico generan un mayor consumo energético y, a su
vez, incrementan el calor al exterior debido a su funcionamiento, de esta
manera acrecientan los efectos del cambio climático y de las ICU respectivamente
(Ángel, Ramírez y Domínguez, 2010).
Las ICU son claro ejemplo del aumento
de la entropía por parte de las ciudades, ya que alteran patrones microclimáticos con impactos ecosistémicos y culturales que
deberán ser considerados por la administración pública con mayor profundidad.
En el mismo sentido, el aumento de la temperatura (entropía positiva), además
de sus consecuencias directas debido a sus procesos metabólicos internos,
tendrá un impacto en la consecución de materias primas desde entornos cada vez
más lejanos para dicho metabolismo (Fariña y Ruiz, 2002), los cuales, en su
extracción, conducción, uso y desecho, dejarán una alta huella de carbono en su
paso, contribución directa al aumento de la temperatura planetaria.
Plataforma cultural
La capacidad del ser humano de habitar
cualquier lugar del planeta indica que su nicho ecológico pasó de ser un
espacio confinado de condicionamientos biofísicos determinados, a una
estrategia adaptativa soportada en las relaciones que construye como sociedad y
territorio. A esta plataforma de instrumentos de adaptación y transformación
del medio, fundamentada en el conjunto de herramientas, conocimientos y
comportamientos adquiridos, transmitidos de una generación a otra, el pensador colombiano
Augusto Ángel Maya (2013), eminente referente latinoamericano en estudios ambientales, definió como “plataforma cultural” (p. 72).
Cualquier curso de acción política en
una sociedad como el ordenamiento territorial deberá considerar los modelos de
naturaleza y cultura según el lugar, ya que es un elemento propio a la
identidad de una persona como la cultura misma (Escobar, 2012), es decir,
cultura y lugar como elementos esenciales en cualquier plan de ordenamiento
territorial. Se entiende la cultura en este planteamiento de entropía urbana
como flujo energético, al confluir una población bajo una identidad
territorial, cuyas acciones políticas decisorias, están subordinadas y en
franca resistencia a un sistema global y local de desiguales relaciones de
poder.
La imposición cultural es una
estrategia necesaria para el libre flujo del capital transnacional, el cual,
mediante su promesa de alcanzar la felicidad como fin supremo, fomenta el flujo
creciente de materias y energías con los impactos ambientales mencionados. De
esta manera, la cultura es convertida de plataforma de organización territorial
a mercancía, cuyo valor de cambio será incentivado a través de la pertenencia
individualizada en las actuales y masificadas sociedades de consumo (Lefebvre,
1978).
La disolución e imposibilidad del
tejido cultural urbano desterritorializa las
identidades individuales y colectivas dentro de la ciudad para la toma de
decisiones acordes con las necesidades del desarrollo individual, social y
territorial, y planifica según beneficios particulares sobre el bien común.
Aquello llamado cultura ciudadana por parte de la institucionalidad será el
elemento propagandístico gubernamental hacia patrones de conducta y obediencia,
a medidas tomadas e impuestas con el mayor peso de la verticalidad estatal.
Sistema de abastecimiento
agroalimentario urbano-rural: el ciclo de la biomasa
El espacio urbano ha crecido a costa de
la destrucción del espacio rural que le rodea. La pérdida de la capacidad
productiva circundante y el aumento de las necesidades de aprovisionamiento de
alimentos deben provenir de espacios cada vez más alejados de las ciudades. El
aumento de las necesidades concentradas facilita mecanismos del mercado para
profundizar la dependencia de los flujos de alimentos, energía y materiales,
bajo el sometimiento del sistema rural y ecológico a las ciudades.
La hegemonía de la agricultura
industrial produjo la sustitución definitiva de los ciclos cerrados de energía
y materiales por la utilización masiva de insumos externos procedentes de
energías no renovables, los cuales sustituyen los flujos naturales por los
flujos del mercado (Sevilla, 2008). El suelo como elemento vivo ha sido
altamente degradado por la dependencia de los cultivos por parte de los
agroquímicos, e imponen la cultura de la muerte (plaguicidas, herbicidas,
fungicidas, etc.) como fundamento productivo.
Los grandes emplazamientos
agroindustriales, acompañados de la larga cadena de comercialización impuesta a
los pequeños productores, centralizaron la distribución de los alimentos como
un elemento fundamental del mercado alimenticio. Tanto el transporte a las
centrales de abastos a nivel nacional, como el transporte de alimentos a nivel
internacional, apoyado en la llave del neoliberalismo globalizante, los
tratados de libre comercio constituyen el 8% sobre el total de emisiones de GEI
por parte del sector agropecuario (Ideam, 2016).
El hambre, al mejor estilo capitalista,
es usado como elemento decisorio en la sobreproducción de alimentos, y augura
un mundo cuyas proyecciones de desarrollo está en erradicar tal condena. Nada
más alejado de la realidad, cuando hay aproximadamente 2000 millones de
personas en desnutrición y cerca de 821.6 millones sufriendo hambre extrema
(fao, 2019). La pandemia no es el hambre, es el capitalismo quien produce
comida para 12000 millones de personas, desperdicia 1300 millones de ton/año
(alrededor de 1/3 de los alimentos producidos en el mundo) y propicia la
obesidad y sobrepeso en cerca de 2000 millones de adultos (fao, 2019).
De la comida que se desperdicia y de
los residuos orgánicos domésticos, culmina el ciclo de la biomasa
agroalimentaria en los rellenos sanitarios y botaderos de basura a cielo
abierto. La Política Nacional para la Gestión Integral de Residuos Sólidos, a
través del documento Conpes 3874, busca superar este
modelo lineal y sus altísimos impactos ambientales, sociales (salud pública,
tributarios, de gestión, etc.) como un modelo retardatario en la gestión de
residuos. El aporte de GEI por parte de los rellenos sanitarios y botaderos de
basura en Colombia es del 4% sobre el total del país (Ideam,
2016).
De acuerdo con cifras oficiales del
Ministerio de Ambiente, en el país se generan anualmente 11.6 millones de
ton/año de residuos sólidos, de las cuales cerca de la quinta parte son
producidas en Bogotá. De las 6300 ton/día generadas en la capital,
aproximadamente 4000 ton son provenientes de residuos sólidos orgánicos (RSO);
4000 ton que fueron suelo, agua, trabajo y alimento, defenestradas cada día
para contaminar ríos, suelos y comunidades a causa de una efímera planeación
territorial.
La agroecología como disipador de la
entropía urbana
La agroecología, como paradigma
ambiental en continua construcción, cuyos postulados pluriespistemológicos
están enmarcados en la construcción de sí mismo, como ciencia en contravía
directa al positivismo racionalista, como proceso social emancipador y como
conjunto de saberes técnicos y tecnológicos, producto del diálogo constructivo
de saberes, ha sido fuente de investigación y experiencias a lo largo de todo
el mundo, sobre todo, en el sistema rural, este último comprendido como lugar
de producción de alimentos por antonomasia. En gran parte, el entendimiento de
las ciudades como centros de consumo es relegado a geógrafos, sociólogos,
historiadores, antropólogos o arquitectos.
En los últimos años, ha incrementado el
número de investigaciones referentes sobre la agroecología y su relación
implícita en las ciudades, lo cual ha permitido el fortalecimiento en la
interconectividad de diferentes y diversos actores territoriales urbanos y
rurales, consolidando estrategias colectivas tales como: la comercialización
directa de productos, fomento y reconocimiento a la cultura campesina, diversas
experiencias de educación ambiental desde el diálogo abierto y crítico de
saberes, entre otras (Acevedo y Jiménez, 2019). Esto ha posibilitado abonar el
terreno en la formulación de propuestas de ordenamiento territorial
agroecológico, como vinculación y entendimiento espacial de los diferentes
flujos energéticos dentro del sistema campo-ciudad.
De la agricultura urbana a la
agroecología urbana
La agricultura urbana configura aún hoy
un reto conceptual, ya que una práctica agrícola en la ciudad responde a
contextos históricos y culturales propios de cada contexto (Mougeot,
1999). No se podría referir a la agricultura urbana como una simple práctica de
producción de alimentos para propiciar la seguridad alimentaria en las
ciudades, como concepción miope propia de instituciones estatales e
intergubernamentales; tampoco se podrá entender la agricultura urbana como mera
práctica ecológica en las ciudades, y dejar de lado la resistencia espacial y
cultural que, en palabras del activista brasileño Chico Mendes,
sería “La ecología sin lucha social es simplemente jardinería”.
Es necesario profundizar en el análisis
de la huerta urbana, particular y comunitaria como laboratorio creativo
ecosistémico y cultural, en donde individuos y colectivos del territorio
presente y de territorios conexos se encuentran en la siembra tanto de alimento
como de especies con función ecológica, para entablar discusiones sociales en
la construcción de su identidad y hacer territorial.
El tejido de los procesos de
agricultura urbana potenciará las dinámicas de apropiación y transformación
territorial, en la medida en que se encuentren y diversifiquen los flujos
energéticos propios de cada proceso. Las huertas de instituciones educativas,
como colegios y universidades, permiten profundizar la agricultura urbana y su
vinculación con la educación ambiental, integral y transformadora y el cambio
en los hábitos alimentarios. A su vez, la población joven permite alimentar el
diálogo y acción en los procesos de agricultura urbana barrial, enmarcado en el
encuentro de saberes intergeneracionales, muchos de estos con orígenes rurales
campesinos como elemento propio de una diversa organización social que se
construye en la convivencia cotidiana.
La agroecología urbana ha tenido un
crecimiento exponencial en la última década, se trata de un elemento de
discusión tanto en los círculos científicos como en los procesos populares
territoriales surgidos en la agricultura urbana, sin embargo, aún se carece de
elementos conceptuales base de la agroecología para su mayor comprensión. En
este contexto, a continuación se presentan algunas
aproximaciones iniciales a los conceptos de agroecosistema urbano y su
estructura agroecológica principal como posibles determinantes del ordenamiento
territorial dentro de las ciudades.
Agroecosistemas urbanos
Un agroecosistema como unidad
fundamental de estudio de la agroecología podrá ser definido como:
El conjunto
de relaciones e interacciones que suceden entre suelos, climas, plantas
cultivadas, organismos de distintos niveles tróficos, plantas adventicias y
grupos humanos en determinados espacios geográficos, cuando son enfocadas desde
el punto de vista de sus flujos energéticos y de información, de sus ciclos
materiales y de sus relaciones simbólicas, sociales, económicas, militares y
políticas, que se expresan en distintas formas tecnológicas de manejo dentro de
contextos culturales específicos. (León, 2010, citado en León, 2014, p. 42)
El profesor Tomas León Sicard (2014) aclara que los agroecosistemas no terminan en
los límites del campo de cultivo, de la finca o del sistema rural, debido al
difuso límite cultural mediado por intereses y relaciones de poder exógenos al
sistema rural productivo (p. 41). En este sentido, la apuesta conceptual hacia
la agroecología urbana, la cual permita orientar un ordenamiento territorial
agroecológico en la ciudad, deberá soportarse en el entendimiento de los
agroecosistemas urbanos como elementos conexos e interdependientes a los
agroecosistemas rurales, según las relaciones culturales y ecosistémicas del
circuito de producción agroalimentaria del sistema urbano-rural.
La clasificación taxonómica para los
agroecosistemas urbanos es totalmente nueva, con una única distinción por parte
de Páez y Rivera (2016), donde se propuso escalar el agroecosistema urbano
según el nivel de jerarquía propuesto por Hart (1985) y desarrollado por el
profesor Tomas León Sicard (2014), en agroecosistema
mayor a nivel de barrio y el agroecosistema menor a nivel de huerta urbana
(casera o vecinal) y donde la estructura ecológica principal de la ciudad sería
el soporte ecosistémico de los agroecosistemas urbanos.
A esta concepción inicial, se debe
vincular los diferentes flujos energéticos referentes en la producción y
consumo de alimentos, tanto de la producción en las huertas urbanas, como la
manera en que entran y se comercializan la producción de los sistemas rurales.
Los mercados populares, las tiendas de barrio, las plazas de mercado y las
grandes superficies emplean divergentes formas de apropiación cultural de los
alimentos, así como diferentes relaciones de poder en torno a la
comercialización de estos. Así mismo, la gestión de residuos orgánicos, marcan
un enfoque diferencial en primera medida atendiendo a las necesidades de acción
frente al cambio climático y, posteriormente, como la posibilidad de retornar
al campo, el suelo que se invierte en el consumo diario de alimentos.
De esta manera, se pone en discusión la
siguiente afirmación de agroecosistema urbano como el tejido dinámico dentro de
la ciudad, interactivo e interdependiente de las relaciones, culturales y
ecosistémicas, consigo mismo y con otros agroecosistemas tanto urbanos como
rurales. La producción, distribución, acceso a los alimentos y la gestión
adecuada de residuos orgánicos son elemento fundamental de este; asimismo, los
principales constituyentes de análisis son su estructura ecológica de soporte,
la plataforma intercultural como elemento decisorio, los ciclos energéticos, de
materia e información dentro del sistema urbano-rural y el empoderamiento,
ordenamiento y soberanía del territorio.
El carácter espacial de los
agroecosistemas urbanos bajo esta concepción deberá ser definido y apropiado
por los actores territoriales como elemento fundamental de resiliencia (Páez y
Rivera, 2016), los cuales garantizarán la capacidad de adaptación del sistema
territorial en cuestión, una medida complementaria a la mitigación y contención
del cambio climático. El núcleo central de un agroecosistema urbano podrá ser
un espacio de producción (huertas colectivas, caseras, institucionales, etc.),
de distribución (plazas de mercado, tiendas barriales, mercados populares,
etc.), de consumo (comedores comunitarios, bancos de alimentos; restaurantes,
residencias, etc.) o pedagógicos (centros educativos, centros culturales, casas
comunitarias, etc.). Los límites del agroecosistema por esta razón serán
dinámicos y constituidos en el mismo sentido que se construya una identidad
territorial a través de la agroecología urbana.
Ordenamiento territorial agroecológico:
la estructura agroecológica principal en sistemas urbanos
Con esta definición inicial de
agroecosistema urbano como unidad de análisis fundamental de la agroecología
urbana, se podrá entender desde su composición espacial también referido como
estructura agroecológica principal (EAP) (León, 2014), las relaciones
ecológico-culturales que influyen dentro del agroecosistema urbano para una
propuesta de ordenamiento agroecológico.
La EAP ha sido propuesta como un
instrumento para cartografiar agroecosistemas para su inclusión dentro del mapa
nacional de ecosistemas de Colombia a una escala de análisis 1:100.000 (León et
al., 2015; León et al., 2018, citados en Páez y Rivera, 2019). También ha sido
considerada una estructura disipativa de orden cultural que permite comprender
y evaluar el estado de los agroecosistemas, en especial en lo relativo a sus
flujos energéticos y niveles de resiliencia con el fin de planificar acciones
que logren llevarlos hacia estados de baja entropía (Páez y Rivera, 2019). La
figura 1. ejemplifica un desarrollo cartográfico para entender las diferentes
relaciones ecológicas y culturales en un agroecosistema que podrá servir de
base inicial para nuevos desarrollos de entendimiento espacial agroecológico
dentro de la ciudad.
Figura 1. Mapa de coberturas del agroecosistema
mayor de la vereda Fátima y sus interrelaciones culturales y ecosistémicas de
su área de influencia
Nota:
referencia cartográfica para la representación espacial de la EAP en la ciudad.
Fuente. Páez y Rivera, 2019, p. 194.
Este estudio fue consolidado a nivel
participativo con la comunidad de la vereda organizada en la Asociación
Campesina Raíces de la Montaña, lo cual puso en evidencia el estado actual de
la EAP de la vereda al contrastarlo con su área de influencia con la ciudad. De
este primer acercamiento al ordenamiento agroecológico, se exalta la labor de
sus pobladores en la restauración ecológica de este sector de la ciudad, además
del anclaje cultural campesino como guardianes históricos de los cerros de la
localidad de Santa Fe.
A continuación, se presentan los tres
componentes complementarios e interdependientes que confluyen en la apuesta
inicial hacia un ordenamiento ambiental agroecológico urbano, enmarcado en el
contexto actual de cambio climático. El carácter propositivo de este
ordenamiento deberá ser recogido, discutido y complementado por los actores
referenciados en este documento, tanto del sistema rural como urbano, para su
correcta concreción como propuesta decisoria.
Conectividad ecológica
Aunque las ciudades están continuamente
asociadas a aplanadoras de cemento, es necesario partir de que están inmersas
dentro de una EEP, la cual, aunque críticamente deteriorada y fragmentada, está
presente en todas las ciudades. Este determinante ambiental
del ordenamiento del territorio desarrollado por Thomas van der Hammen y German Andrade (2003), fue consagrado a nivel
nacional por el Decreto 3600 de 2007, expedido por el Ministerio de Ambiente
Vivienda y Desarrollo Territorial. De igual forma fue incluido dentro de POT de
Bogotá del 2000 y en la revisión de este en 2013.
Las huertas urbanas se tejen a una
conectividad ecológica con los elementos presentes en la EEP de la ciudad:
ecosistemas de humedal, quebradas, bosques urbanos, montañas, corredores de
árboles, parques urbanos, etc. La funcionalidad pedagógica de las huertas
propicia el intercambio de saberes ecosistémicos dentro de la ciudad, tejen
acciones locales para restaurar ecológicamente los entornos urbanos y, a su
vez, promueven la cultura de autocontención necesaria en tiempos apremiantes de
cambio climático.
En este componente se deberá abordar a
profundidad el cambio de coberturas del suelo y propiciar coberturas vegetales
que promuevan un ciclo hidrológico local y una disminución de temperaturas sobre
todo por los efectos causados por los fenómenos de ICU. Para ello se deberá
contar con herramientas de análisis espacial como la representación
cartográfica de los territorios, donde deberán confluir los conocimientos y
apropiaciones de las territorialidades presentes sobre el espacio en cuestión,
con elementos tecnológicos como fotografías aéreas y satelitales y los
softwares de análisis y procesamiento de imágenes.
Las azoteas de las casas, los jardines
y los patios podrán ser elementos de integración de la población a las
prácticas agroecológicas urbanas, e incentivarán la siembra de especies de uso
doméstico, integrándolos a centros de producción comunal a la vez que se
propician techos vivos y depositarios de la energía solar ingresada al sistema urbano.
Los techos verdes en grandes extensiones podrán ser importantes sumideros de
carbono, además de representar una disminución notoria al efecto de las ICU en
las ciudades.
A nivel social, se deberá fortalecer
las existentes y fomentar nuevas organizaciones sociales en una gran red de
apoyo en torno al empoderamiento territorial, la soberanía alimentaria y la
incidencia política agroalimentaria. Las prácticas agrícolas que se puedan
manifestar de esta red, tendrán como objetivo principal conectar el flujo de
saberes, materia y energía del agroecosistema; esto implica: siembra para la
restauración ecológica, alimento y refugio para fauna nativa y migrante,
adecuación paisajística para el disfrute de recreación pasiva con especies
nativas, sumideros de carbono, contaminantes y temperatura en puntos críticos
(zonas altamente urbanizadas, avenidas, plazas ampliamente asfaltadas, etc.),
siembra de alimentos y consolidación de aulas vivas como centros de
concertación, discusión y acción comunitaria.
A nivel territorial, se deberá
establecer como pilar fundamental la restauración ecológica de la EEP. El
análisis cuantitativo y cualitativo de esta definirá acciones para la
restauración que permitan crear y fortalecer la actual conectividad estructural
y funcional de los diferentes elementos ecológicos de la ciudad (quebradas,
humedales, bosques urbanos, ríos, parques, huertas, techos verdes, jardines,
escenarios deportivos, etc.). Las interrelaciones con la
plataforma cultural presente permite confluir las capacidades
territoriales de acción y permanencia de la restauración ecológica, la cual no
dependerá de una acción centralizada en la institucionalidad sino, por el
contrario, abrirá la posibilidad de integrar estas acciones a un diálogo y
compromiso a nivel ciudadano desde la horizontalidad en las decisiones
territoriales.
Soberanía alimentaria como principio
básico del ciclo agroalimentario
Contrario a la seguridad alimentaria
(concepto impositivo) como visión instrumentalizada de las instituciones para
promover el lobby capitalista agroindustrial, la soberanía alimentaria (acción
emancipadora) es una respuesta por parte de las comunidades en defensa de la
autonomía de decisión sobre las múltiples fases de la producción
agroalimentaria, desde el suelo y la semilla, hasta la ordenación territorial y
el cambio de los modelos productivos agroindustriales (Rosset, 2004).
A nivel urbano, las huertas urbanas
posibilitan una discusión colectiva en cuanto a las maneras de apropiación y
consumo de los alimentos en las ciudades. Allí se tejen transformaciones
culturales del valor de uso sobre el valor de cambio actual en los alimentos
vistos como herencia, cultura y energía y no como simple mercancía. Aquí se
tejerán y descentralizarán los diferentes centros de distribución preexistentes
como tiendas y plazas de mercado con nuevas expresiones de comercialización y
alimentación como mercados populares, bancos de alimentos, ollas populares y
plataformas virtuales.
Este elemento deberá consolidarse
mediante una política pública alimentaria acorde con las realidades de los
territorios, caso contrario al Plan Nacional de Seguridad Alimentaria y
Nutricional 2012-2019. A pesar de que en este plan la capacidad gubernamental
para asegurar la alimentación en la población más desfavorecida fue una
prioridad, su inconexión con políticas públicas de la producción de esos alimentos,
como la Resolución 464, política pública para la agricultura campesina familiar
y comunitaria o el cumplimiento del punto uno de los acuerdos de paz de La
Habana para la consolidación de una reforma rural integral, imposibilita un
soporte técnico congruente para garantizar los alimentos demandados, sobre todo
en la calidad nutricional que auguraba solventar la política de seguridad
alimentaria.
Adicional a esto, es imprescindible
atender un elemento devastador tanto para nuestra sociedad como para los ecosistemas
que la sustentan: el desperdicio de alimentos. El mal manejo, los largos
trayectos en el transporte, los criterios estéticos en la escogencia del
producto a la venta, la nula oportunidad de comercialización en zonas apartadas
de producción, el desperdicio en masa de restaurantes y centros de
abastecimiento, entre otras tantas, deberán ser un elemento vital en una
política pública agroalimentaria contundente, la cual reconecte el desmedido
desperdicio de alimentos con la realidad poblacional de un país con grandes
carencias alimentarias.
Gestión de residuos sólidos orgánicos (RSO)
La pérdida de suelos fértiles por
expansión urbana, en conjunción con los espacios altamente artificializados
(estructuras duras en cemento), ha encomiado la labor de los agricultores
urbanos en apropiar el ciclo de la biomasa con los RSO domésticos para la
elaboración de suelo (RUAF, 2010).
Las técnicas y tecnologías como pacas
digestoras, composteras y lombricultivos, los cuales
no requieren de un emplazamiento complejo dentro de la ciudad, han permitido
que los sistemas públicos de recolección elaboren mecanismos de gestión de
residuos autónomos, cuyos altos impactos ambientales fueron referenciados
anteriormente. La transformación cultural en los hábitos de la población en el
tratamiento de sus residuos como elementos vivos y no como basura será factor
fundamental, en el cierre del ciclo de la biomasa en la producción
agroalimentaria urbano-rural.
Esto deberá ser acompañado y
referenciado gubernamentalmente mediante políticas públicas incluyentes, así
como solucionar un problema sanitario, ambiental y tributario en la gestión y
aprovechamiento total de los RSO, como fertilizante reincorporado en la
producción agroecológica rural. A su vez, deberá propiciar el desarrollo tecnológico
para el aprovechamiento de la energía resultante (térmica y eléctrica) de la
descomposición anaeróbica de los residuos, como transición energética de
energías fósiles a energías renovables.
De esta manera, se propone una red de
plantas de tratamientos de residuos orgánicos bajo un modelo de alianza
público-comunitaria, multiescalar y conexas entre sí, las cuales puedan
optimizar la gestión y aprovechamiento de RSO y, al mismo tiempo, aprovechar y
garantizar energía eléctrica y térmica limpia tanto en la ciudad como en la
ruralidad.
Conclusiones
Las causas y efectos del cambio
climático son percibidos en las ciudades como externalidades, recusando su
acción inmediata en un consumo moderado, la reutilización de bolsas plásticas o
la preferencia de pitillos de papel. La imposición de un sistema de consumo,
como visión hegemónica de la modernidad hacia el bienestar, fomentada por las
proyecciones de desarrollo de las naciones a través de la cuantificación de su PIB,
fortalece la problemática al configurar un mundo bajo la proyección ilusoria de
crecimiento continuo, a la vez que fomenta la atomización de la sociedad como
elemento de dominación y subordinación hacia la inacción de una situación
normalizada.
Como respuesta ante esta situación, la
agroecología recoge elementos de discusión a partir de las diferentes formas de
construir conocimiento, tejiendo las diferentes expresiones propias de un
lenguaje intercultural y pluriespistemológico hacia
el ordenamiento espacial de los territorios, tanto en sus relaciones de poder y
decisión, como en su reconfiguración de los flujos energéticos, ecosistémicos y
culturales.
El ciclo de abastecimiento agroalimentario
permite encontrar el sistema rural y urbano en un mismo tejido, al ser la
cultura del alimento la configuración de complejas relaciones que van desde la
soberanía alimentaria, la autonomía en los territorios y la resignificación de
saberes ancestrales, hasta la resignificación de la ciudad como centro masivo
de consumo bajo la visión actual de desarrollo y modernidad. Los conceptos aquí
presentados: agroecología urbana, agroecosistemas urbanos y estructura
agroecológica principal de las ciudades, además de requerir una discusión y
evolución conceptual, son la apuesta práctica para que las comunidades
organizadas y las que aún no lo son, permitan proyectar acciones a corto plazo
en un mundo que requiere sumar los esfuerzos hacia una causa común.
El uso de herramientas espaciales
permitirá aportar al entendimiento territorial, sumado al análisis del estado
actual del sistema agroecológico urbano-rural y la proyección colectiva de
este. El uso de software de código libre, así como el acceso libre de imágenes
satelitales por parte de la ciudadanía en general, fomentará un intercambio
activo de conocimientos sobre los territorios al establecer un análisis de la EAP
del agroecosistema bajo cada contexto territorial específico, aspecto clave en
la planificación participativa.
De la misma manera, es fundamental
aportar a los debates institucionales en la consolidación de políticas,
programas y proyectos encaminados a su deber ser como elemento estatal, hacia
la evolución continua de una sociedad más justa, libre e igualitaria, además,
de las medidas que como gobierno debería reaccionar ante las inminentes
consecuencias del cambio climático. La formulación de políticas públicas habrá
de concebirse bajo un mismo sistema de decisión territorial, en el que el Estado
cumpla su función de mediador y propicie los escenarios de discusión,
orientando decisiones impartidas de quienes soportan las problemáticas a
solucionar.
La centralidad de la ciudad es claro
reflejo del desbalance geopolítico en la toma de decisiones causado por un
sistema político engarzado en el ejercicio de poder estatal, por lo que un
reordenamiento territorial que confluya las decisiones territoriales en
dinámicos ciclos intersistémicos, por encima de la
tecnócrata racionalidad estática, permitirá nuevas ciudadanías en relación con
sus capacidades de participación política más allá de la democracia
representativa.
Boaventura de Sousa Santos (2010) hace un
persistente llamado muy valioso a la búsqueda de las soluciones en estos
tiempos de cambio: “tenemos problemas modernos para los que no hay soluciones
modernas” (p. 35). Es necesario una reinvención continua de las capacidades
sociales para recoger los conocimientos hasta acá adquiridos en la construcción
de utopías y permitirnos de esta manera caminar en vías de la vida misma, la
cual resiste constantemente a su extinción gracias a su continua evolución.
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