Agorafobia urbana y retribalización: paradojas del anhelo securitario en los lazos comunitarios intramuros. Etnografía urbana de un fraccionamiento cerrado en Zapopan, México
Urban Agoraphobia and Retribalization: Paradoxes of Security Yearning within Intramural Community Ties. Urban Ethnography of a Gated Community in Zapopan, Mexico
Agorafobia urbana e retribalizaçao: paradoxos do anseio securitário nos vínculos comunitários intramuros. Etnografia urbana de um conjunto fechado em Zapopan, México
DOI:
https://doi.org/10.15446/cep.v8n2.92031Palabras clave:
fraccionamientos habitacionales cerrados, miedos urbanos, inseguridad, sentido comunitario, etnografía urbana (es)gated communities, urban fears, insecurity, sense of community, urban ethnography (en)
condomínios habitacionais fechados, medos urbanos, insegurança, sentido comunitário, etnografia urbana (pt)
El fenómeno del cierre urbano constituye una faceta del desarrollo habitacional de afianzada popularidad en Latinoamérica, en México la crisis securitaria actual incide en la percepción de vulnerabilidad, lo que ha favorecido su implementación masiva. La relación entre el miedo y el encierro se analiza desde el concepto de agorafobia urbana, categoría analítica que incorpora cuatro aspectos fundamentales: global, de Estado, social e individual. Partiendo del concepto de seguridad como bien colectivo y commodity —entendido como bien asequible—, y mediante el uso de técnicas etnográficas urbanas (entrevistas, narrativa, mapas cognitivos) se busca comprobar la premisa de que el residente, al adquirir una vivienda en estos desarrollos cerrados, apuesta por la obtención de un blindaje imaginario al entorno inseguro de la ciudad abierta mediante su participación en un sentido de membresía y comunitario hipotéticamente más estrecho y participativo, donde la convivencia entre iguales y el control le brindan seguridad. El objetivo del artículo es develar y entender los miedos, expectativas, experiencia y elecciones residenciales desde la narrativa de los habitantes del caso de estudio; la trama de relación intracomunitaria es un instrumento defensivo emergente frente a entornos considerados adversos. Como resultado de esta investigación, se identificaron conflictos por la limitada capacidad en la toma de decisiones y por la administración condominal, lo que debilita el sentido de pertenencia, la identificación intravecinal y, además, se generan procesos de retribalización y blindaje frente a la desconfianza y el conflicto, lo que se aleja de la utopía armónica y segura del mundo intramuros.
The gating phenomenon constitutes a consolidated aspect of Latin American urban development, in Mexico the current security crisis contributes to the perception of vulnerability, favoring its massive implementation. The relationship between fear and confinement is here analyzed from the concept of urban agoraphobia, a category of analysis that embodies four fundamental aspects: global, State-related, social and individual. Under the concept of security as either collective good or commodity —understood as attainable product—, and through the use of urban- ethnographical techniques (interviews, narrative, cognitive mapping) we seek to test the premise that, when acquiring a household within these gated developments, the resident opts for the interceding of a virtual blindage against the insecure environment of the open city by integrating a hypothetically tighter, more participatory sense of community and membership, where control and the cohabitation among equals provide safety. The aim of the article is to unveil and understand the case study inhabitants’ fears, expectations, experiences and residential elections by means of their narratives; considering the intercommunitarian fabric as an emergent defensive instrument in the face of environments deemed adverse. As a result of the research, conflicts related to limited decision-making capacity and poor condominal administration were identified, issues that, far from the harmonic, safe utopia usually ascribed to intramural environments, weaken their sense of belonging and neighborly identification, while fostering retribalization and overprotection tendencies derived from mistrust and conflict among residents.
O fenômeno do condomínio fechado constitui uma faceta do desenvolvimento habitacional de grande popularidade na América Latina. No Mexico, a atual crise de segurança afeta a percepção de vulnerabilidade, o que tem favorecido sua expansão. A relação entre medo e autossegregação e analisada a partir do conceito de agorafobia urbana, uma categoria analítica que incorpora quatro aspectos fundamentais: global, Estado, social e individual. Partindo do conceito de segurança como um bem coletivo e uma mercadoria —entendida como um bem acessível—, e através do uso de técnicas etnográficas urbanas (entrevistas, narrativa, mapas cognitivos), pretende-se comprovar a premissa de que o morador, ao adquirir uma moradia em empreendimentos fechados, deseja obter uma blindagem imaginaria do entorno inseguro da cidade aberta por meio de sua integração comunitária, hipoteticamente mais próxima e participativa, onde a convivência entre iguais e o controle proporcionam mais segurança. O objetivo do artigo e revelar e compreender os medos, expectativas, experiencias e escolhas residenciais a partir da narrativa dos moradores do estudo de caso. A rede de relacionamento intracomunitário e um instrumento defensivo que emerge diante de ambientes considerados adversos. Como resultado desta pesquisa, foram identificados conflitos devido a limitada capacidade de tomada de decisões e a administração do condominial, o que fragiliza o sentimento de pertencimento, a identificação com a vizinhança e, além disso, são gerados processos de retribalizaçao e blindagem devido a desconfianças e conflitos, distanciando-se da utopia harmoniosa e segura do mundo intramuros.
Agorafobia urbana y retribalización:
paradojas del anhelo securitario en los lazos
comunitarios intramuros. Etnografía urbana de un fraccionamiento cerrado en
Zapopan, México
Alfredo Ortiz Alvis. Magister en Procesos y Expresión
Gráfica en la Proyectación Arquitectónica-Urbana del
Centro Universitario de Arte, Arquitectura y Diseño en la Universidad de
Guadalajara y doctor Estudios Urbanos Europeos de la Bauhaus Universitat Weimar. ORCID:
https://orcid.org/0000-0003-2699-9505 Correo electrónico: alfredo.ortiz.alvis@uni-weimar.de
Verónica Livier Díaz
Núñez. Magister Impactos Territoriales de la Globalización de la
Universidad Internacional de Andalucía y doctora en Ciudad, Territorio y Sustentabilidad
de la Universidad de Guadalajara. ORCID: https://orcid.org/0000-0002-4092-5572
Correo electrónico: veronica.diaz01@academicos.udg.mx
Resumen
El fenómeno del cierre urbano constituye una faceta del
desarrollo habitacional de afianzada popularidad en Latinoamérica, en México la
crisis securitaria actual incide en la percepción de
vulnerabilidad, lo que ha favorecido su implementación masiva. La relación
entre el miedo y el encierro se analiza desde el concepto de agorafobia urbana,
categoría analítica que incorpora cuatro aspectos fundamentales: global, de
Estado, social e individual. Partiendo del concepto de seguridad como bien colectivo
y commodity —entendido como bien asequible—,
y mediante el uso de técnicas etnográficas urbanas (entrevistas, narrativa,
mapas cognitivos) se busca comprobar la premisa de que el residente, al
adquirir una vivienda en estos desarrollos cerrados, apuesta por la obtención
de un blindaje imaginario al entorno inseguro de la ciudad abierta mediante su participación
en un sentido de membresía y comunitario hipotéticamente más estrecho y
participativo, donde la convivencia entre iguales y el control le brindan
seguridad. El objetivo del artículo es develar y entender los miedos,
expectativas, experiencia y elecciones residenciales desde la narrativa de los
habitantes del caso de estudio; la trama de relación intracomunitaria es un
instrumento defensivo emergente frente a entornos considerados adversos. Como
resultado de esta investigación, se identificaron conflictos por la limitada
capacidad en la toma de decisiones y por la administración condóminal,
lo que debilita el sentido de pertenencia, la identificación intravecinal y, además, se generan procesos de retribalización y blindaje frente a la desconfianza y el
conflicto, lo que se aleja de la utopía armónica y segura del mundo intramuros.
Palabras clave: fraccionamientos habitacionales cerrados, miedos urbanos, inseguridad,
sentido comunitario, etnografía urbana.
Urban
Agoraphobia and Retribalization: Paradoxes of Security Yearning within Intramural
Community Ties. Urban Ethnography of a Gated Community in Zapopan, Mexico
Abstract
The gating phenomenon constitutes a consolidated
aspect of Latin American urban development, in Mexico the current security
crisis contributes to the perception of vulnerability, favoring its massive implementation.
The relationship between fear and confinement is here analyzed from the concept
of urban agoraphobia, a category of analysis that embodies four fundamental
aspects: global, State-related, social and individual.
Under the concept of security as either collective good or commodity —understood
as attainable product—, and through the use of urban-ethnographical techniques
(interviews, narrative, cognitive mapping) we seek to test the premise that,
when acquiring a household within these gated developments, the resident opts
for the interceding of a virtual blind age against the insecure environment of
the open city by integrating a hypothetically tighter, more participatory sense
of community and membership, where control and the cohabitation among equals
provide safety. The aim of the article is to unveil and understand the case
study inhabitants’ fears, expectations, experiences
and residential elections by means of their narratives; considering the intercommunitarian fabric as an emergent defensive instrument
in the face of environments deemed adverse. As a result of the research,
conflicts related to limited decision-making capacity and poor condominal administration were identified, issues that, far
from the harmonic, safe utopia usually ascribed to intramural environments,
weaken their sense of belonging and neighborly identification, while fostering retribalization
and overprotection tendencies derived from mistrust and conflict among
residents.
Keywords: gated
communities, urban fears, insecurity, sense of community, urban ethnography.
Agorafobia
urbana e retribalização: paradoxos do anseio
securitário nos vínculos comunitários intramuros. Etnografia urbana de um
conjunto fechado em Zapopan, México
Resumo
O fenômeno do condomínio fechado
constitui uma faceta do desenvolvimento habitacional de grande popularidade na América
Latina. No México, a atual crise de segurança afeta a percepção de
vulnerabilidade, o que tem favorecido sua expansão. A relação entre medo e autossegregacao e analisada a partir do conceito de
agorafobia urbana, uma categoria analítica que incorpora quatro aspectos
fundamentais: global, Estado, social e individual. Partindo do conceito de segurança
como um bem coletivo e uma mercadoria-entendida como um bem acessível—, e através
do uso de técnicas etnográficas urbanas (entrevistas, narrativa, mapas
cognitivos), pretende-se comprovar a premissa de que o morador, ao adquirir uma
moradia em empreendimentos fechados, deseja obter uma blindagem imaginaria do
entorno inseguro da cidade aberta por meio de sua integração comunitária, hipoteticamente
mais próxima e participativa, onde a convivência entre iguais e o controle
proporcionam mais segurança. O objetivo do artigo e revelar e compreender os
medos, expectativas, experiências e escolhas residenciais a partir da narrativa
dos moradores do estudo de caso. A rede de relacionamento intracomunitario
e um instrumento defensivo que emerge diante de ambientes considerados
adversos. Como resultado desta pesquisa, foram identificados conflitos devido a
limitada capacidade de tomada de decisões e a administração do condominial, o
que fragiliza o sentimento de pertencimento, a identificação com a vizinhança
e, além disso, são gerados processos de retribalización
e blindagem devido a desconfianças e conflitos, distanciando-se da utopia harmoniosa
e segura do mundo intramuros.
Palavras-chave:
condomínios
habitacionais fechados, medos urbanos, insegurança, sentido comunitário, etnografia
urbana.
Introducción
“Hombres y mujeres buscan
grupos a los que puedan pertenecer, de forma cierta y para siempre, en un mundo
en lo que todo lo demás cambia y se desplaza, en el que nada más es seguro”
Hobsbawm, 1996, p. 40
El discurso generalizado
respecto a los fraccionamientos cerrados tiende a ser el de la polarización, erigiéndose
como fenómeno que engendra disyuntivas que trascienden al ámbito urbano e impregnan
diversas esferas de la vida pública y social. En el caso particular de la
crisis securitaria que permea la mayoría de las urbes
latinoamericanas, los fraccionamientos cerrados se materializan por el miedo y
la consecuente comodificación securitaria
de sus contextos, convirtiéndolos en objetos clave de estudio para abordar
dichas temáticas.
Si bien el fenómeno es
transversal a tendencias globales que contribuyen al debilitamiento del
encofrado nacional como ente proveedor e incentivan la proliferación de ensamblajes
parciales de fragmentación territorial con autoridad y derechos autónomos, referidos
por Sassen (Bagaeen y Uduku, 2015, pp. 18-19) como geografías de la globalización,
Latinoamérica esboza una tendencia regional de privatización del sector
habitacional que, además de predominante, contiene particularidades y matices
que requieren considerarse para su estudio. Borsdorf
e Hidalgo (2004, p. 27) propusieron su delimitación en cuatro factores
explicativos que son tomados como marco de referencia: a) procesos de globalización,
b) inseguridad y aumento del miedo al crimen, c) factores de tradición cultural
y d) procesos de auto exclusividad y autoexclusión. Además, se ha gestado un interés
en la investigación urbana, particularmente, en líneas de exploración ligadas
al surgimiento del fenómeno como resultado de la creciente relación entre miedo
y ciudad. Se destacan las teorías de Davis (1990), Amendola (2000), Soja
(2000), Lynch (1985), Ellin (2003), McKenzie (1994) y
Low (2004), quienes develaron la estrecha conexión entre fragmentación espacial
y miedo en la ciudad postmoderna partiendo de conceptos como agorafobia urbana,
retribalización, arquitectura del miedo, militarización
del espacio, priva topia, archipiélagos carcelarios, ciudad armada y mentalidad
fortaleza. Esta diversidad de categorías analíticas refleja la
tendencia de las últimas décadas hacia la sobreprotección del espacio urbano
justificada por el miedo, un escenario donde las consecuencias del surgimiento de
nuevos patrones de desarrollo rompen con el modelo de ciudad abierta.
Este panorama esboza el
espectro que nutre la investigación urbana en la actualidad, donde la búsqueda
por la comprensión del trasfondo y repercusiones que rodean al fenómeno del
cierre mantiene una afluencia continua de estudios y aunque el tema ha sido
ampliamente abordado, continúa evolucionando. Cada nueva línea de investigación
repercute en ámbitos diversos que abarcan aspectos securitario,
de sustentabilidad, medioambientales, legales, políticos o incluso de
movilidad; así, el fraccionamiento cerrado, además de segregar, cumple paradójicamente
con la función de amalgamar nuevas pautas de orden social, político y económico
en una suerte de catálisis, al tiempo que deconstruye sus aspectos más básicos.
Independientemente del lente con el que se estudie, estamos ante un tema
fragmentario, multidimensional, que exige planteamientos innovadores partiendo
del enfoque parcialmente relegado del habitante, de sus deseos y expectativas,
finalmente, el modelo se perpetúa en función de sus demandas.
Entre los factores de
orden individual que intervienen en el éxito del cierre es pertinente abordar
aquellos vinculados al miedo. Aunque la criminalidad rampante del contexto
nacional interviene como agente indiscutible se reconoce que, dada la
subjetividad y amplitud del concepto, es necesario trascender el discurso unidimensional
de la aversión a la ciudad abierta como consecuencia de un entorno adverso a
partir de la criminalidad, incorporando dos factores a la fórmula del miedo
derivado de la inseguridad: comunidad e imaginario; esto supone el
planteamiento de que la urgencia del sentido comunitario, cada vez más
atomizado y escaso en la ciudad abierta, lo que incide en la reciente
popularidad del fenómeno del cierre. A su vez, el contexto volátil de la ciudad
global ofrece una categoría analítica flexible para el abordaje de diversos
miedos que trascienden el riesgo a la integridad física planteado por la crisis
securitaria como vertiente inicial. Este trabajo se
construye con un enfoque metodológico etnográfico-urbano para mostrar este
trasfondo desde la perspectiva de quienes optaron por el auto encierro como forma
de vida, sus expectativas, miedos e inquietudes, develando la delgada línea
paralela a sus muros perimetrales, frontera entre utopía y distopia.
El laberinto securitario en México
En su obra cumbre, El laberinto de la
soledad, Paz (1981) retrato la pugna subyacente a la gestación identitaria
mexicana; según su tesis, el choque cultural derivado del proceso de colonización
y su efecto sobre las raíces indígenas de las que emergió constituyen la piedra
angular del conflicto contemporáneo. Esta soledad laberíntica resulta de un
proceso fallido de reconciliación, de la evasión de esta dualidad cultural
mediante el rechazo, donde la máscara, el disfraz y la auto negación son
inherentes a la realidad nacional (Paz, 1981, p. 81). Esta forma de lidiar con
conflictos y cambios sociales ha prevalecido por décadas; vehemencia y opresión
continúan siendo comunes denominadores de la “violencia contradictoria de
nuestras reacciones, los estallidos de nuestra intimidad y las bruscas
explosiones de nuestra historia”, “ruptura y negación de las formas
petrificadas que nos oprimen”; el ahínco para contrarrestar el conflicto no
encuentra formas de reconciliar nuestra libertad con el orden, la palabra con
el acto y ambos con la evidencia humana de nuestros semejantes (Paz, 1981, p.
194). La construcción identitaria mexicana transita por esta disputa interna,
que emerge de la violencia ante el fallido procurar de reconciliación, para con
nosotros mismos y el otro; un entramado social donde la degradación del lazo de
fraternidad y la ansiedad corroen la vida pública nacional como resultado de
patrones arraigados de polarización.
En esta encrucijada, la
crisis securitaria y su ola de violencia han
germinado plenamente, permeando el tejido social y la vida pública del país,
particularmente durante los últimos 14 anos.
Cuantitativamente, sus estragos se visualizan en un agregado de índices criminalísticos
sobre homicidio y crimen organizado pertenecientes a ONG, organismos
gubernamentales y prensa. La figura 1 refleja la escalada de violencia, lo que
se corresponde con el inicio de la estrategia denominada guerra contra el narcotráfico
implementada a finales de 2006, cuyos efectos devastadores se vieron acentuados
por una amplia cobertura mediática y la ausencia de políticas socioeconómicas
paralelas o precedentes. Más allá del rol preponderante de los medios de comunicación
masiva en el desencadenamiento del miedo colectivo y el lucro en la exacerbación
de imaginarios vinculados a condiciones derivativas —ligadas al sentimiento
indirecto de vulnerabilidad al peligro derivado de experiencias previas o de
terceros—, el miedo al crimen es una realidad tangible y ha pasado a determinar
en gran medida la vida urbana, alterando hábitos, actitudes y rutinas que
degradan la relación intraciudadana.
Figura 1. Comparativo de cifras sobre homicidio y crimen organizado
(1990-2017)
Fuente. Calderón et al. (2018, p. 14).
Los cimientos de esta
crisis securitaria pueden rastrearse hasta las políticas
de corte neoliberal implementadas en la década de 1980, mismas que mermaron las
capacidades regulatorias del Estado en cuanto procuración de justicia,
seguridad y políticas enfocadas al bienestar social, aunado a la subsecuente comodificación de diversas atribuciones. La creciente elitización en la provisión securitaria
es reflejo de esta desregulación, transitando de derecho básico a privilegio de
clase; según cifras del INEGI, este nicho creció 32 % en el periodo 2010-2015 (Sánchez,
2017) erigiendo a su paso bastiones urbanos que exacerban su privatización y
profundizan brechas socio-territoriales existentes. La guerra contra el narcotráfico
no es el único proceso involucrado en el incremento de estas prácticas, sin
embargo, puede considerarse como el catalizador del colapso de un entorno
socialmente quebrantado, anteponiendo el actuar coercitivo del Estado desde un
abordaje reactivo antes que proactivo o preventivo ante la crisis securitaria, por ende, se desencadena la búsqueda de
seguridad por medios propios.
Si bien el engranaje del
cierre concentra diversas variables de orden securitario,
en su raíz confluyen dos factores clave: la desigualdad y una fallida o
simulada provisión de seguridad. Como Méndez (2002) advierte, la desigual distribución
de la riqueza y el delito, desencadenantes del ambiente de inseguridad y miedo,
lo cual se deriva en un “urbanismo aplicado a la ciudad postmoderna que supone
intervenciones puntuales en la ciudad inmanejable, dirigidas a simular
ambientes seguros” (pp. 499-500). La complejidad de la actual crisis securitaria nacional requiere un análisis profundo, sin embargo,
los antecedentes y condiciones socio-políticas aquí
expuestos proveen indicios para inferir que, mientras la brecha entre clases sociales
antagónicas siga vigente, las tasas de criminalidad y practicas modificatorias seguirán
exacerbándose y con ello la popularidad de la auto segregación residencial como
medio de escape, para quienes puedan costearlo.
Agorafobia urbana, enfermedad
de clase
Compuesto por las voces
griegas ágora (άγορά): plaza pública o
espacio abierto y phobos (φοβία): pánico; el termino
agorafobia urbana extrapola la noción de un padecimiento reconocido en las
ciencias conductuales, otorgándole un enfoque que aborda las consecuencias
urbanas del encierro como forma de vida determinada por la incapacidad de
superar la aversión al espacio público y abierto de la ciudad. Según la Asociación
Americana de Psiquiatría, esta se caracteriza por desórdenes de ansiedad
desencadenados por el miedo o inquietud ante lugares o circunstancias donde se
percibe un entorno impredecible, peligroso o inseguro, esto deja entrever síntomas
que hallan sus correspondientes avatares urbanos: espacios abiertos como
plazas, aeropuertos o estacionamientos y situaciones de orden social donde se
percibe una falta de control precipitan así un subconjunto de trastornos, lo
que produce ataques de pánico (Aqeel et al., 2016, p. 227). A fin
de eludir esta impotencia, el aquejado adopta medidas extremas, obstaculizando
sus actividades al grado de no poder salir de casa.
En Espacio público, ciudad y
ciudadanía, Borja y Muxi (2003) inauguraron
el vínculo agorafobia-ciudad identificando un repertorio de intervenciones
derivadas de un modernismo y funcionalismo desmedidos que contravienen y degradan
el desarrollo apropiado del espacio público. Desde su perspectiva, la
contraparte urbana a la sintomatología agorafobica
existe en la “degradación o desaparición de los espacios públicos integradores
y protectores, a la vez que abiertos para todos”, que deberían otorgarnos
libertad, pero son temidos y no son “concebidos para dar seguridad sino para cumplir
con ciertas funciones como circular o estacionar”, espacios residuales
“ocupados por las supuestas ‘clases peligrosas’ de la sociedad” (Borja y Muxi, 2003, pp. 23, 25); una enfermedad de clase, a la cual presentan
inmunidad aquellos que viven la ciudad como oportunidad de supervivencia. Esta patología
urbana condiciona además interacciones y actividades vinculadas al exterior,
estableciendo la permanencia intramuros como coartada ante la victimización de
los males engendrados por el espacio público. En México,
por ejemplo, dos terceras partes de la población urbana dejan sus casas
temiendo ser víctimas de la criminalidad (figura 2).
Figura 2. Percepción del temor al
dejar el hogar
Fuente. Inegi/Icesi (2010, p. 78).
Este mal trasciende,
empero, la unidimensionalidad del crimen: más allá de
cualquier índice delincuencial —representación dimensional más obvia del miedo
urbano, los datos duros—, este repercute en el imaginario colectivo. El valor simbólico
del encierro puede determinar así la distancia que el ciudadano antepone
respecto a una serie de amenazas etéreas que se encuentran materialidad en el otro;
en aquel que es ajeno, social, económica o culturalmente, al perímetro de
confianza propio, resultando en procesos de estigmatización y exclusión. Desde
la psicología ambiental, Low (2004) sugiere que esta mentalidad fortaleza, maniquea
por naturaleza, parte del anhelo por recuperar la noción de un sentido comunitario del pequeño suburbio de antaño a través
del poder simbólico que subyace a su “habilidad para dotar de orden a la
experiencia social y personal” (p. 10) ausente en la ciudad abierta.
Dado que la construcción
social del miedo parte elementalmente de una dicotomía objetivo/ subjetiva, el
uso de imaginarios maléficos como categoría analítica resulta
fundamental, ya que abarcan experiencias directas e indirectas, propagándose
tanto por vivencias propias como por discursos cotidianos entre ciudadanos o el
influjo de los medios de comunicación masiva. Una consecuencia clara de esta faceta
imaginaria es la segregación basada en la proliferación de estereotipos,
antagonizando grupos sociales y profundizando las diferencias sociales
preexistentes en función de “elementos de la realidad, pero también de
componentes subjetivos ligados a representaciones e imaginarios, en ocasiones
infundados, de las personas sobre sus congéneres y su entorno físico” (Fuentes
y Rosado, 2008, p. 106).
Por su parte, la
agorafobia urbana, cada vez más patente en Latinoamérica, exacerba la proliferación
de imaginarios maléficos; ante ello, la terapia contemplada en medio de la degradación
del espacio público abierto, otrora seguro, es la “instalación en los flujos y
nuevos ghettos (residenciales,
comerciales, terciarios o de excelencia)”, donde las “infraestructuras de comunicación
no crean centralidades ni lugares fuertes, más bien segmentan y fracturan el
territorio y atomizan las relaciones sociales” (Borja en Jiménez, 2000, pp.
10-11). En términos habitacionales, esto se refleja en la efervescencia de
patrones segregacionales representados por archipiélagos
carcelarios, una de seis posmetrópolis descritas
por Soja (2000), conjuntos de ciudades fortaleza sustentados en la premisa del control
mediante vigilancia continua, reglamentación y elementos de delimitación física,
principios originados en la teoría del control social y disciplinario de
Foucault (1975, pp. 80-81).
Partiendo de la definición
de agorafobia, su extrapolación urbana y la intervención de imaginarios maléficos
como catalizadores de miedos objetivos y subjetivos, emergen cuatro rasgos de
compatibilidad respecto a conductas reproducidas por individuos y grupos
sociales en la urbe contemporánea, estas pueden perfilarse como categorías analíticas
para el abordaje del autoconfinamiento habitacional contemporáneo:
a) percepción
generalizada de inseguridad respecto al entorno, b) conceptualización del
espacio abierto como detonador/contenedor de inseguridad, c) adopción de
medidas extremas para evitar afrontar el miedo contenido en ellos y d) indefensión
y consecuente evasión de ciertas áreas urbanas y sus moradores.
Miedos compartidos
La relación intrínseca
entre búsqueda de seguridad y creación de asentamientos se atestigua en múltiples
contextos y, aunque históricamente diversos factores han incentivado su
desarrollo, el anhelo de seguridad es un factor decisivo. Paralelamente, Damasio (1999, p. 35) sostiene que el miedo es un elemento
embebido en la psique, una de seis emociones primarias e inherentes a la
conducta humana junto a la felicidad, tristeza, ira, sorpresa y disgusto. De
ambas premisas se infiere la plétora de artefactos empleados por la
arquitectura defensiva respecto a la condición humana; el miedo sustenta nuestro
afán de protección y la conformación de asentamientos, mismos que hemos habitado
por siglos en compañía de elementos delimitantes de diversa índole y
envergadura.
Existen además
delimitantes simbólicos, en este respecto, una exclusión social paralela es representada
por elementos de distinción de clase, membresía, estatus y trivialización. La amalgama
de estos componentes de exclusión física y simbólica se constata
particularmente en el icónico caso de las ciudadelas medievales, donde murallas
y elementos defensivos secundarios contribuyeron a salvaguardar tanto la
integridad física como el orden social y eclesiástico de marcos legales e ideológicos
excluyentes. Otras civilizaciones exacerbaron también patrones de exclusión;
incluso la polis ateniense, arquetipo democrático de igualdad, otredad y
dialogo, restringió sus espacios a aquellos reconocidos como ciudadanos
(Valenzuela y Cabrales, 2002, p. 34); asimismo, asentamientos amurallados en
Mesopotamia, que datan del año 221 A.C., así como muros y fosas de carácter
defensivo halladas en pueblos prehispánicos como Tzintzuntzan (Perlstein, 1977, p. 48), elementos que son indicios de un
confinamiento extendido temporal y geográficamente. El papel preponderante de
la búsqueda de seguridad derivada del miedo como parte del engranaje
civilizatorio es evidente, no obstante, más allá del anhelo natural de
protección deben definirse las particularidades que dan forma a este supuesto
en el contexto contemporáneo, distinguiendo las variaciones que conllevan a su aparición
y su correspondencia respecto a patrones de urbanización emergentes. Respecto a
esto, se identificaron patrones defensivos renovados en respuesta a riesgos de
naturaleza u origen difusa y dispersa, diferenciándose de aquellos que les
precedieron en estadios previos.
La materialización actual
del mal carece fundamentalmente de una delimitación territorial o amenaza específica,
provocando la búsqueda de medidas de seguridad genéricas, desesperadas, que
derivan en simulaciones del sentido securitario: el
muro, otrora blindaje ante embestidas armadas, funge como vestigio vulnerable al
miedo líquido, infiltrando las hendiduras que la sociedad del riesgo deja a su
paso en la urbe posmoderna (Bauman citado por Gane, 2004, p. 20). Lo inasible
de este miedo contribuye a exacerbar el efecto placebo-protector en la ciudadanía
derivado de esta simulación y el recelo engendrado por la imprecisión de la amenaza
socava los de por si endebles lazos sociales, transformando al otro en amenaza
potencial; así, la provisión de un entorno controlado, donde la simulación del
sentido comunitario y la solidaridad entre iguales resulten más propensos a
originarse, adquiere atractivo.
El concepto de riesgo
cobra así relevancia para entender las representaciones del miedo contemporáneo;
aunque en su forma genérica resulta de utilidad como parámetro de
vulnerabilidad, adquiere valor conceptual cuando se contempla en lo que Yates
(2003) denomina la sociedad del riesgo, a saber, aquellas amenazas que
comprometen la integridad del estrato social, permeando su estructura desde la
base hasta su cúspide. La mancuerna conceptual entre liquidez del miedo y
sociedad del riesgo suponen un cambio fundamental en términos de su propagación
contemporánea; aunque la clase acomodada anteponga mecanismos de adaptación y
defensa, no existe un escape definitorio, es “disperso, poco claro y flota
libre, sin vínculos, sin anclas, sin hogar ni causa nítidos; ronda sin ton ni
son”, además, “la amenaza que deberíamos temer puede ser entrevista en todas
partes, pero resulta imposible situarla en un lugar” (Bauman citado por Gane,
2004, p. 20).
La sociedad del riesgo
implica además el debilitamiento de la confianza pública en el aparato institucional,
traducido en un detrimento de la provisión de protección y orden público y su
consecuente comodificación. En nuestro contexto, este
fenómeno de privatización y elitización da cuenta de
entornos cerrados manufacturados para clases acomodadas y sectores medios,
excluyendo de este lujo al resto de la población, para quienes quedan medidas
individuales de seguridad, repertorios improvisados de artefactos disuasorios y
defensivos de cuestionable efectividad que recubren fachadas con arquitectura
del miedo. De acuerdo con cifras del Inegi (2010, p.
81), más de 90 % de hogares en las metrópolis mexicanas contribuyen a exacerbar
un paisaje urbano donde alarmas, enrejados, concertinas, cables de alta tensión
o el filo de botellas rotas coronando muros perimetrales emergen como elementos
cotidianos.
Finalmente, en esta
atmosfera de amenazas ubicuas, paranoia securitaria y
distinciones socioculturales, el discernimiento que infiere la retribalización respecto de quienes y que lugares los
engendran supone, dada la subjetividad del miedo, el empoderamiento de los
antes referidos imaginarios maléficos. Allí, el rol de los medios de comunicación
masiva es fundamental, reduciendo nuestra visión del mundo, que transita de
globalizado a regionalista o tradicionalista, lo cual repercute en la
incidencia de patrones de distinción intraresidencial;
en este contexto, la reciente aparición en EE.UU. de
proyectos restringidos a familias jóvenes, con distinciones étnicas y raciales
o por ingreso no resulta sorpresiva (Ellin, 2003, p.
48). Más que apaciguar la incertidumbre de aquellos que se sustraen del caos
urbano, la atomización que supone la retribalización
limita significativamente la flexibilidad del sentido comunitario intramuros,
incrementando el riesgo de enajenación, no solo respecto del otro sino entre presumiblemente
iguales.
Ciudades cerradas
Una de las expresiones más
claras del alza en la comodificación securitaria actual corresponde al cierre urbano, la connotación
proteccionista del coto, nombre coloquial del fenómeno en México (su raíz etimológica
proviene del latín cautus: defendido o protegido);
no es de extrañar entonces que su vocación y lenguaje defensivos correspondan
con una faceta del desarrollo urbano que parece condicionada, a partir de la instauración
de modelos cautos, a perpetuar dichas directrices.
El establecimiento de
modelos habitacionales propagadores de blindaje y simulación en territorio
nacional se dio transcurridos unos años de su aparición en EE.UU.
En el contexto de la posguerra, el sprawl, el automóvil como medio
de transporte emergente y la consecuente predilección por el suburbio fungieron
como incentivos, particularmente, en urbes californianas. En Guadalajara, su emulación
se manifestó en la adopción prematura del country club suburbano en 1967
(Cabrales, 2006, p. 4), estas expresiones del fenómeno inauguraron localmente
el paradigma del gated community
y aunque eventualmente el country club dejaría de ser el formato
predilecto, hasta la fecha subsiste en el proceso de reproducción del cierre y
de sus correspondientes adaptaciones a diversos contextos, entre ellos los latinoamericanos.
La disposición de
elementos segregacionales circundantes al desarrollo
habitacional como medio de distanciamiento para lidiar con disparidades socioeconómicas
en tanto paliativo del miedo a la inseguridad puede ser visto como un proceso
de instauración regional relativamente reciente, particularmente, como medida estandarizada
de seguridad adoptada por sectores crecientes de la población. Algunas formas
tempranas de exclusión socioespacial en México se remontan a modelos arraigados
que hacen uso del muro como elemento delimitante respecto al exterior e incluso
en su partido interior (haciendas, casas de patio central o vecindades), sin
embargo, el salto conceptual respecto a instancias renovadas es significativo en
términos del enfoque primario del cual surgen, transitando de proveedores de
privacidad a instrumentos de adquisición de estatus o meramente securitarios. Así, es imperante distinguir las
particularidades que diferencian al cierre urbano en su dimensión regional,
especialmente su actual expansión hacia estratos socioeconómicos crecientemente
diversos, estas nuevas conceptualizaciones del fenómeno sugieren un cambio de
paradigma, su rol transcendió como proveedores de prestigio para las elites
mediante representaciones del sueño suburbano —ocio, reminiscencias de vida
campestre, cercanía a áreas verdes— para expandir su objetivo socioeconómico y
exaltar amenidades securitarias.
Esta directriz del
desarrollo habitacional proviene primariamente del contexto norteamericano y
puede emplearse para establecer bases de una tipología focalizada en las
particularidades de nuestro contexto. Basados en extensos estudios de caso, Blakely y Snyder (1998, p. 6)
propusieron una tipologia (figura 3) afianzada como
referente del fenómeno basados en tres categorías primarias de acuerdo con su
enfoque: estilo de vida, prestigio y seguridad. Acorde a un escalamiento
funcional, la evolución del cierre indica una proporcionalidad entre el alcance
socioeconómico, la forma y el estadio en el que aparecen en función de la incorporación
de la variable securitaria como factor esencial. En
primera instancia, los desarrollos que privilegian el estilo de vida,
materializados por country-clubs suburbanos, surgen en función de la reputación
concedida a la clase acomodada a través del protagonismo de sus amenidades de
ocio, mayormente campos de golf. Por otro lado, aquellos que apuestan al prestigio
se valen de su localización, plusvalía y valor arquitectónico; finalmente, las
zonas securitario responden a prioridades
completamente distintas, anteponiendo la seguridad como principal atractivo
ante entornos de criminalidad, relegando la provisión de estatus o prestigio.
Figura 3. Tipología del cierre
respecto a su enfoque
Fuente. Elaboración propia con
base en información de Blakely & Snyder (1998).
La paradoja planteada por
el cierre habitacional en Latinoamérica puede expresarse en términos del
aforismo formulado por Cabrales (2002, p. 13) quien la describe como región de “países
abiertos y ciudades cerradas”. Si bien el autor se refiere a su apertura
respecto a políticas de desregulación económica más que a su nivel de
receptividad social, el planteamiento arroja luz sobre el oxímoron que implica
el establecimiento de barreras físicas en una región caracterizada por
interacciones sociales tradicionalmente más estrechas que las anglosajonas. Desde
la proxémica, Hall (1963, p. 1003) sugiere que la manera en la cual los
individuos de un grupo social determinado lidian con su microespacio es
determinante para entender no solo sus procesos de comunicación cultural, sino también
la conceptualización de su entorno construido; basado en esta premisa, Shuter (1976, p. 46) comprobó mediante análisis proxémico-táctiles
que la interacción social e interpersonal en Latinoamérica evidencia mayor
proximidad y una cultura de contacto abierto contrapuesta a la de EE.UU. Aun así,
la reproducción de un desarrollo habitacional basado en patrones de conducta agorafobicos parece haber encontrado suelo fértil en la región,
cimentada sobre una multiplicidad de factores que giran en torno a
implicaciones intrínsecas al proceso globalizador, tamizados de acuerdo con el
contexto y circunstancias socioeconómicas y políticas de cada país.
Considerando que esta conjunción
de factores, aunada a la importación de tipologías, ha influenciado el
desarrollo del cierre en el contexto local del Área Metropolitana de
Guadalajara (AMG), se propone la siguiente caracterización evolutiva:
a) Country-Clubs suburbanos (1967-1985): dirigidos a estratos socioeconómicos
altos, con extensiones que van desde 120 hasta 746 hectáreas y establecidos
como alternativas a la vida caótica de la ciudad, principalmente residencias
secundarias de fin de semana o vacacionales.
b) Cotos intraurbanos (1986-1999): destinados a la clase
alta y algunos sectores de clase media, comprenden extensiones que oscilan entre
15 y 124 hectáreas, cumplen la función de residencia principal de uso diario, utilizando
las escasas reservas urbanas con buena conexión vial a la ciudad y cercanía con
la naturaleza sin recurrir a la lejanía suburbana.
c) Diversificación del
cierre urbano (2000-2020): de extensión altamente variable, con
desarrollos que van desde 3 hasta 300 hectáreas. El alcance de su mercado
trasciende clases altas y medias, adaptándose incluso al sector de vivienda de interés
social, su localización no obedece directrices claras.
Esta caracterización
revela patrones de desarrollo que se empalman territorialmente con la aparición
de las características ya mencionadas (figura 4), así, emergen tres
directrices: a) Desarrollo exógeno: el cierre residencial
circunda claramente el anillo periférico mediante desarrollos de considerable
magnitud, b) Desarrollo endógeno: en el que las
urbanizaciones cerradas buscan reincorporarse a la mancha urbana, acaparando áreas
verdes disponibles dentro del anillo periférico y c) Desarrollo entrópico: deja de existir una
directriz específica, ocupando desde áreas centrales de la ciudad hasta
territorios francamente suburbanos, reflejo del proceso de diversificación socioeconómica
del fenómeno ocurrido a últimas décadas.
Figura 4. Patrones territoriales
del cierre urbano en el AMG
Fuente. Elaboración propia.
Independientemente de su caracterización, queda claro que
estamos frente a una faceta del desarrollo urbano que llego para quedarse; la instauración
definitiva del cierre, reflejada tanto territorialmente como en el imaginario social,
se hace patente en el análisis que revelan su éxito: un registro de los
desarrollos habitacionales más publicitados del AMG, en el 2014 se evidencio
que el 90 % fueron erigidos en modalidad cerrada (Núñez y Ortiz, 2014, p. 29).
A su vez, Pfannenstein et al., (2018, p. 1099) estimo
que hasta un 20 % del territorio se encuentra ocupado por 2973 instancias
cerradas. Como señalo Cabrales (2001), es fundamental no perder de vista estas
urbanizaciones, pues ayudan a develar nuevas formas de acceso a la vivienda, a
la vez que “permiten entender nuevas lógicas de estructuración territorial, de
desdoblamiento residencial, ofreciendo la posibilidad de leer pautas culturales
de la sociedad contemporánea” (Cabrales y Canosa, 2001, p. 240).
Un abordaje
urbano-etnográfico del confinamiento
En el desarrollo entrópico identificado para el ultimo
estadio del cierre habitacional en el AMG, la directriz poniente puede delinearse
como eje rector que persiste en cada etapa, desde su instauración en los años
sesenta, a partir de un patrón arraigado de segregación donde el oriente
concentra buena parte de la vivienda popular y el poniente la residencial. A su
vez, destaca al norponiente un incremento particular en la oferta de cotos ramificados alrededor del
corredor representado por avenida Tesistan en Zapopan
(figura 5), uno de nueve municipios que conforman el AMG, el de mayor envergadura
y el que más casos concentra; así, la selección de un caso de estudio sobre dicho
eje sugiere un análisis representativo del fenómeno. En los casi 1500 cotos inventariados en Zapopan
(Pfannenstein et al., 2018, p. 1100), resalta
el caso paradigmático de Capital Norte (CN), un clúster conectado a avenida Tesistan que aglomera once diferentes cotos (figura 5), ocupando 691 hectáreas
en la autoproclamada “primer comunidad modelo” del AMG (del Castillo, 2017),
objetivo que acorde a su propia publicidad se plantea lograr mediante la cercanía
a la naturaleza, planeamientos sustentables, conectividad, servicios
intracomunitarios y provisión de seguridad como sinónimo de libertad.
Figura 5. Desarrollo norponiente
del cierre en Zapopan
Fuente. Elaboración propia.
Sendas residencial (sr)
representa, con 450 lotes y 25 hectáreas, el coto más consolidado dentro de
CN; estructuralmente, se apega a las pautas típicas del desarrollo de gama
media-alta: densidad promedio de 120 m2/lote, traza orgánica, cul-de-sacs, glorietas, amenidades,
casa club, alberca, zona comercial, town-houses de baja
densidad y departamentos, así como una normativa interna que determina desde la
cantidad y tipo de mascotas hasta códigos arquitectónicos o el tipo de lenguaje
permitido en áreas comunes. sr ofrece además la posibilidad de analizar dinámicas
intracomunitarias gestadas tanto al interior como respecto al resto de cotos
que conforman el clúster CN, así como del poblado de San Miguel, ultimo bastión de la ciudad abierta colindante al
desarrollo, de mayor arraigo y que aloja alrededor de 100 lotes; esta interacción
del caso de estudio con el contexto inmediato ofrece el potencial de evaluar las
conductas de residentes respecto al miedo, la inseguridad y el sentido
comunitario desde un umbral que brinda diversidad para el contraste conceptual.
Dado que el estudio de
las perspectivas del habitante, sus miedos y concepción del sentido comunitario
son elementos fundamentalmente subjetivos, las aproximaciones metodológicas cualitativas
encaminadas a develar la percepción e imaginario urbano del residente resultan esenciales.
El uso de la etnografía como herramienta analítica es ideal para el estudio de
esta dualidad conceptual, potenciando el escrutinio de interacciones sociales,
comportamiento y percepciones que ocurren al interior de grupos, organizaciones
y comunidades (Reeves et al., 2008, p. 512). Esto se complementa
con la incorporación de narrativas que dan cuenta del imaginario colectivo;
como Morín (1999 citado por Narváez, 2011) sostiene, la importancia de estos
relatos es inconmensurable y revela mundos “relativamente independientes, donde
se fermentan necesidades, sueños, deseos, imágenes, fantasmas”, mismos que “se
infiltran en nuestra visión o concepción del mundo exterior” (Morín citado por Narváez,
2011, p. 17).
El uso de la etnografía
como base del planteamiento metodológico propuesto busca crear una descripción
exhaustiva partiendo del análisis de un grupo social, del cumulo de conductas y
sucesos que le determinan, obteniendo mayor nitidez respecto al microcosmos que
constituyen los significados que el sujeto de estudio atribuye a su propia
realidad para estructurar su cotidianidad. Epistemológicamente, esta surge como
contraparte al dogma contemporáneo del estudio de la realidad como evento cuantificable,
del antagonismo de la dicotomía cuantitativo-cualitativa; disensión entre
racionalismo y naturalismo. Desde la década de los sesenta, el naturalismo ha
tenido un resurgimiento en las humanidades como respuesta ante la “excesiva
confianza en los datos medibles y cuantificables”, creando una alternativa sólida
para “otorgar estatura de datos científicos a aquellos relacionados con las
sensaciones, las emociones, lo inmaterial, intangible y difícilmente cuantificable”
(Narváez, 2011, p. 18).
A partir de esto, se
propone un marco metodológico conceptual con base en tres categorías analíticas:
caracterización del miedo e inseguridades urbanas, valoración del sentido
comunitario y narrativas/perspectivas del residente. La medición de estas parte
de una base etnográfica que se complementa con el uso de dos instrumentos auxiliares:
el índice de sentido comunitario (sci-2) de Mcmillan
y Chavis (2008) para la evaluación de parámetros intracomunitarios y el análisis
conceptual estructural (ACE) de Paramo y Roa (2015, pp. 141-142) para develar,
mediante la clasificación múltiple de ítems, estructuras conceptuales en torno
al miedo (figura 6).
Figura 6. Marco metodológico
conceptual
Fuente. Elaboración propia
Esta triangulación metodológica
supone una aproximación hibrida cuyo elemento rector es la narrativa del
habitante; para ello se plantearon 18 entrevistas a profundidad, 12 a
residentes de sr y 6 a habitantes de desarrollos abiertos del contexto
inmediato para contraste e interpretación de resultados. Estas se constituyen a
manera de dialogo semiestructurado a partir del SCI-2 y ACE como incentivos
para la introducción de temáticas centrales a la investigación: sentido
comunitario, elección residencial y miedos urbanos. La demarcación de
instrumentos metodológicos se dispuso conforme la siguiente secuencia,
procurando mantener flexibilidad y fluidez en su aplicación para no subordinar
la narrativa del habitante:
a) Evaluación del sentido
comunitario por sci-2 de Mcmillan y Chavis (2008).
b) Sondeo de preferencias
residenciales y de percepción sobre inseguridad.
c) ACE de miedos urbanos
basado en el diseño de clasificación múltiple de ítems de Paramo y Roa (2015).
d) Elaboración de mapas
cognitivos como parámetros socioespaciales del concepto comunitario/securitario.
Esta secuencia se enmarca en una estructura metodológica
determinada por tres herramientas cuyos planteamientos concretos fueron
retomados de sus respectivos autores, adhiriéndose a la entrevista como eje
rector; si bien su desarrollo a fondo ameritaría la elaboración de un artículo
por sí solo, este ha sido sintetizado con fines ilustrativos en un mapa conceptual
(figura 7). Como se puede observar, el andamiaje metodológico que representan
estas herramientas se circunscribe como elemento periférico, abonando al análisis
transversal de la narrativa etnográfica desarrollada en la siguiente sección
del artículo. Así, observamos que para el sci-2 se emplearon preguntas
evaluadas en escala Likert correspondientes a aspectos que van desde grado de
influencia hasta la conexión emocional del entrevistado; mientras que para el ACE
se generaron 27 tarjetas con situaciones temidas a partir de un sondeo previo a
la entrevista, cuya tipificación abarca desde miedos tangibles hasta locacionales; por último, se empleó el mapeo cognitivo, en el
que cada entrevistado grafico un croquis de su comunidad y alrededores de
acuerdo con su percepción.
Figura 7. Andamiaje metodológico
Fuente. Elaboración propia.
“Se necesita vivirlo, para poder saber”: narrativas del
encierro
Se pudieron identificar
tres discursos relevantes tras la aplicación metodológica: el miedo al otro, la
delgada línea del lazo comunitario y retribalización.
Un análisis transversal, condensando estas narrativas con la cartografía
perceptiva de mapas mentales, la evaluación del sci-2 y constructos
imaginario-espaciales obtenidos por el ACE develo variaciones respecto a la estructuración
del sentido comunitario en función de núcleos internos, contextuales y de otredad,
además de elecciones residenciales y conceptualizaciones en torno a miedo e
inseguridad. Aunque el hilo narrativo fue el miedo, mayormente emanado de la
inseguridad, se constataron particularidades en su materialización y conceptualización.
Partiendo de su estructuración conceptual, la instancia abierta desplego
amenazas más dispersas, donde miedos etéreos como epidemias u oscuridad ocupan lugares
preponderantes, a diferencia de peligros más tangibles como robo o extorsión; por
otro lado, la narrativa de residentes en su contraparte cerrada se supedito al
riesgo latente engendrado por la presencia de entes externos a la comunidad.
Esto se reflejó en
estructuraciones conceptuales del miedo de territorialidad más definida donde
parques, mercados y lugares ligados a clases populares como el centro de la
ciudad —áreas de acceso libre— se percibieron conminatorios según su cercanía esquemático-cromática
(figura 8), según Borja, la agorafobia urbana es un fenómeno de clase y se constató
el miedo exógeno percibido en la reticencia a la aplicación de entrevistas, sin
embargo, el entusiasmo participativo en el caso abierto contrasto con el recelo
de condóminos.
Figura 8. Estructuración conceptual
del miedo (ACE). Contraste cerrado (izquierda)/abierto (derecha)
Fuente. Elaboración propia.
Por otra parte, la conceptualización
de la otredad intramuros parece definirse por una delgada línea que delimita el
círculo de confianza según el grado de familiaridad; este umbral maniqueo entre
bien y mal restringe su alcance a escalas tan reducidas como un cul-de-sac
o el radio de vecindad contigua. La estrechez del umbral
comunitario respecto al conjunto de vecinos, donde la atomización y fragilidad del
lazo intracomunitario en conjunto con casos aislados de delincuencia al interior
del coto repercuten en un imaginario maléfico
que permea —propiedad liquida del miedo— y cataliza la desconfianza intramuros
y entre los propios residentes. Acorde al retrato etnográfico obtenido, el antídoto
securitario al caos urbano ofrecido por el auto
confinamiento habitacional parece endeble, así, no resulta sorpresiva la adopción
de medidas individuales de protección encima de las propias del coto.
Esta fragilidad
comunitaria da pie al segundo eje discursivo; probablemente la mayor paradoja que
encierra el coto sea la forma en que su sentido
comunitario resulta, antes que gestado, implantado. A diferencia del lazo
espontaneo generado en el entorno abierto, tanto la narrativa del residente
como los resultados del SCI sugieren una estructura comunitaria intramuros tan rígida
como sus propios lineamientos internos, definida en función del límite entre
seguridad y restricción, lo cual se empalmo a lo largo de las narrativas,
revelando un conflicto perenne entre condóminos. La amalgama reivindicativa
entre confianza, unión, familiaridad, protección y sentido de pertenencia,
atributos convencionalmente adscritos al cierre, representan coartadas para la autoreclusión de grupos socioeconómicamente delineados en función
del estatus antes que la búsqueda conjunta de metas comunes, así, al sentido
comunitario se antepone uno de membresía implícito al reglamento interno establecido
por la inmobiliaria y con serias implicaciones constrictivas. Más alarmante aun
es la emulación de dinámicas comunitarias incentivada desde el sector
inmobiliario a manera de commodity, proceso paralelo a la comodificación securitaria del
modelo donde la comercialización de un sentido comunitario simulado funge como
ancla de certidumbre.
La imagen inescrutable de
murallas, accesos controlados y parafernalia securitaria
del coto representa un factor determinante para exacerbar
su popularidad. Un halo de certidumbre vinculado con tranquilidad y armonía
rodea su imaginario, esto se corrobora en testimonios de residentes para los
que la ciudad abierta “dejo de ser lugar para las parejas jóvenes con niños” o
aquellos que renunciaron a ella ante la inoperante seguridad pública. Un
inquietante número de condóminos reconoció, empero, el espejismo implícito en
ello; paradójicamente, la deficiente provisión de seguridad se hizo patente de
manera reiterada en sus relatos: “ahora ya estoy aquí, viviendo igual con
miedo; es lo mismo, solo que con una envoltura más bonita”, admite una
residente; su vecina coincide, argumentando mediante una analogía lo que implico
para ella la elección del coto: “es como ir a una tienda y ver un vestido, imaginarte como
a la modelo que lo trae puesto y decir ‘!si, eso quiero!’, pero ya puesto
piensas ‘bueno, siempre no’, se necesita vivirlo, para poder saber”.
Tanto lo recurrente de
estas narrativas como los resultados del instrumento metodológico esbozan un
sentido comunitario intramuros limitado, distante a lineamientos establecidos
por índices como el SCI; de hecho, al contrastar sus resultados con los del caso
abierto, se corroboro su fragilidad en los cuatro referentes comunitarios
sugeridos: influencia, membresía, refuerzo de necesidades y conexión emocional,
los dos últimos son significativamente inferiores; esta deficiencia de vinculación
intravecinal se traduce en contacto infrecuente e
interacciones más escasas. En la narrativa intramuros se constataron además
niveles preocupantes de conflicto concernientes a la administración condominal,
derivando en una incapacidad percibida respecto a la toma y poder de decisión,
lo cual mina la adherencia de miembros a la voluntad colectiva.
La consecuencia más
evidente de esta carencia se observó en el debilitamiento de la membresía; su
impacto sobre el sentido de pertenencia parece socavar la identificación intravecinal, comprometiendo la percepción de seguridad y
certidumbre que idealmente constituiría la red vecinal. La aplicación del
instrumento metodológico revelo esta polarización interna y aunque ambos casos
de estudio desplegaron indicios de conflicto intravecinal,
la alusión a pugnas que desencadenan procesos de retribalización
domino la narrativa intramuros. El desapego colectivo subyacente a estas narrativas
revelo un imaginario excluyente que ha incitado al surgimiento de facciones o
tribus, distinguiendo entre condóminos activamente involucrados, indiferentes,
rechazados, inconformes y disidentes; subyace a este conflicto la propia redefinición
del concepto comunitario, la predominancia del rol clientelar, adquisidor de productos
inmobiliarios exclusivos y sus amenidades sobre la de miembro de una comunidad.
Como consumidores, las inquietudes o agendas personales se priorizan sobre el
bien colectivo, en una dinámica en la que el equilibrio entre conformidad y
uniformidad, fundamento del referente comunitario respecto al nivel de
influencia entre miembros, es relegado.
El mapeo cognitivo
constato estas carencias, la percepción espacial expresada gráficamente por condóminos
develo el rol protagónico de sus bordes, que definen claramente su espacio comunitario
respecto al contexto y sus habitantes mediante una noción imaginaria
restringida.
Contrario al jerarquía
grafica dado a agentes delimitantes como muros y accesos controlados, el corto
alcance grafico respecto a sus inmediaciones y la ausencia de referentes a
interacciones sociales, percepción, y experiencias ligadas al otro, son
evidencia de ello (figura 9). Esta dicotomía se expresa en mapeos contextuales que,
pese a su contigüidad, difieren enteramente entre ellos; la ausencia de
elementos gráficos referenciales que trasciendan al muro retrata una abstracción
respecto al exterior contrastante con aquellos de su contraparte abierta donde el
encierro parece inhibir la cartografía cognitiva revelando un marco contextual
referencialmente semivacío, acotado a representaciones de clústeres demarcados
por bordes perimetrales y elementos de control, acompañados de textos que
refuerzan estos límites, determinando un solo espacio: el propio.
Figura 9. Mapas cognitivos
contrastados. Superior: vecindario abierto e inferior: SR
Fuente. Elaboración propia a
partir de dibujos recolectados en entrevistas.
Aunada a esta descontextualización,
la designación constante de elementos en términos de su apropiación —mi casa, mi comunidad, mi colonia, mi familia, mi mundo— supone una conceptualización
que antepone el espacio propio al entorno en el que se inscribe. En contraste,
los procesos cognitivos espaciales obtenidos del vecindario abierto despliegan
diversos puntos de referencia en sus mapas, situando su casa o colonia respecto
al contexto mediante referencias a sus inmediaciones, áreas urbanas como el
centro, hitos o vialidades, además refieren escasamente a la vivienda propia,
favoreciendo mapas de mayor escala y complejidad urbana, lo que infiere una visión
contextual/ colectiva antepuesta a la individual.
Conclusiones
Afianzado en políticas
que han eludido por décadas el trasfondo social y económico que subyace a la
actual crisis securitaria nacional, el desarrollo urbano
en México ha adoptado y estandarizado al cierre urbano como paliativo al
rampante avance de la inseguridad y violencia agudizado desde 2006, exacerbando
territorialmente la de por si profunda brecha socioeconómica mediante la reproducción
masiva de patrones de exclusión y segregación. El coto condensa en sus bordes
perimetrales la polarización que deriva de estos procesos, erigiéndose como
catalizador de una percepción generalizada de la ciudad abierta como epitome de
la incertidumbre.
Independientemente de los
agentes específicos a los que ha respondido el cierre desde su importación en
el AMG a finales los sesenta y a lo largo de las etapas evolutivas discutidas en
este artículo, la promesa tranquilizadora de un anhelado sentimiento de
resguardo a la integridad ya sea jerárquica o física, funge como constante.
Este afán ha transitado por la conservación o enaltecimiento de privilegios vinculados
a la exclusividad y al ocio, la coexistencia regulada entre residentes a partir
de normativas internas que marcan una frontera respecto al caos urbano, la cercanía
con el escaso remanente de áreas verdes como prerrogativa de clase y la estandarización
del blindaje mediante arquitectura del miedo, hasta enaltecer recientemente el
lazo intracomunitario como paliativo securitario ante
amenazas a la integridad física, a la vez que placebo frente a la imprevisibilidad
global que pone en entredicho la integridad identitaria-social.
A lo largo de este artículo
se han discutido las adaptaciones retomadas por el cierre urbano para ajustarse
a las premisas antes mencionadas, observando patrones flexibles de intensificación/alternancia
según las circunstancias y el mercado inmobiliario lo demandan. Esta correlación
entre densidad del tejido social —debilitado por la polarización socioeconómica
y la volatilidad de representaciones identitarias— y popularidad del fenómeno
puede expresarse para el estadio actual en una triangulación conceptual basada en
la urgencia del sentido comunitario como elemento base ante el incremento de la
inseguridad y su consecuente materialización de miedos; desde esta perspectiva,
la evaluación del sentido comunitario intramuros y la estructuración conceptual
de miedos proyectados espacialmente por el residente constituyeron las bases
para un instrumento metodológico que se planteó la incorporación de elementos
mayormente cualitativos en torno a la etnografía urbana.
De acuerdo con los parámetros
evaluados, se puede inferir, además del rol catalizador, el uso de la simulación
como elemento inherente al coto; mas allá de su parafernalia
defensiva, la vida intramuros aparece vulnerable en el imaginario de condóminos,
y la neutralización del imaginario maléfico, materializada por la inseguridad y
encarnada por el otro, prevalece entrampada en su interior. El antídoto securitario, piedra angular de su éxito, se desvanece ante
la narrativa de residentes que recurren al blindaje individual a la vez que
exacerban procesos de retribalización al interior del
coto, derivando en niveles inquietantes de desconfianza y cohesión intravecinal. Esto último se corresponde con los bajos índices
de sentido comunitario documentados, en especial los relativos a membresía y
valores compartidos, elementos paradójicamente enaltecidos por las
inmobiliarias como parte del paquete todo-incluido de beneficios. El sentido
comunitario prefabricado intramuros, accesorio al aparato defensivo de medidas
tangibles de seguridad, pareciera convertirse en un peligro por sí mismo,
corriendo el riesgo contraproducente de entrampar inseguridades y miedos; en
ese sentido el coto actúa como subterfugio, estratagema
usado para el escape y la evasión a través de la simulación de un ambiente
seguro y armónico entre iguales.
Aunque la búsqueda de
seguridad derivada del miedo ha sido siempre un fuerte incentivo para la creación
de asentamientos, las implicaciones urbanas al adoptar un enfoque que lucra con
el miedo como paradigma de desarrollo está redefiniendo conceptualmente
aspectos clave de la vida social, económica y cultural de las ciudades en México
y Latinoamérica. Más allá del confinamiento habitacional, los cotos encierran paradojas, en ese
sentido es importante observar por encima de sus muros y discernir la retórica
del encierro de sus propios residentes, resultados contraproducentes como los aquí
documentados podrían estar redefiniendo nuestro concepto de comunidad en tanto elemento
esencial de la vida urbana y del futuro de nuestras sociedades.
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1. Emma R. Morales. (2024). Planned Socio-Spatial Fragmentation: The Normalisation of Gated Communities in Two Mexican Metropolises. Urban Planning, 9 https://doi.org/10.17645/up.6879.
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