Publicado

2017-09-01

La territorialidad en el proceso de la migración: Un acercamiento a la cartografía de proximidad

Territoriality in the migration process: an approach to proximity mapping

A territorialidade no processo da migração: uma abordagem para o mapeamento de proximidade

DOI:

https://doi.org/10.15446/bitacora.v27n3.66792

Palabras clave:

cartografía, progremigración, territorialidad, cartografía de proximidad, progreso, cultivo, Boyacá. (es)
migration, territoriality, proximity mapping, progress, crops, Boyacá. (en)
migração, territorialidade, mapeamento de proximidade, progresso, cultivo, Boyacá. (pt)

Autores/as

El tránsito de la vida rural a la urbana ha sido retratado de diversas maneras en la literatura especializada, enfatizando en los procesos de desarraigo que experimentan los migrantes por causa de la violencia, el despojo, el destierro, entre otros. El presente artículo busca hacer un aporte al tema, observando otras causas que motivan el proceso migratorio. Para ello, se analiza la historia de vida de una familia campesina oriunda del municipio de Aquitania (Boyacá) y su transcurrir del campo a la ciudad en un periodo de casi 40 años, centrando la atención en los cambios en las expresiones y percepciones de la territorialización a la luz de tres categorías: el cultivo, la idea de progreso y el entorno. 

The transition from rural to urban life has been portrayed in various ways in the specialized literature, emphasizing the processes of uprooting experienced by migrants due to violence, dispossession, exile, among others. This article seeks to contribute to the topic, noting other causes that motivate the migration process. To do so we analyze the life history of a peasant family from the municipality of Aquitaine (Boyacá) and its passage from the countryside to the city in a period of almost 40 years, focusing our attention on changes in the expressions and perceptions of the territorialization in the light of three categories: the crop, the idea of progress and the environment. 

A transição da vida rural para a vida urbana foi retratada de várias maneiras na literatura especializada, enfatizando os processos de desa- rraigamento experimentados pelos migrantes por causa da violência, desapropriação, exílio, entre outros. Este artigo procura contribuir com o tema, observando outras causas que motivam o processo de migração. Para fazer isso, analisamos o histórico de vida de uma família camponesa do município de Aquitania (Boyacá) e sua passagem do campo para a cidade em um período de quase 40 anos, focalizando a atenção nas mudanças nas expressões e percepções da territorialização à luz de três categorias: cultura, ideia de progresso e ambiente. 

Bit27_3_66792

La territorialidad en el proceso de la migración:

un acercamiento a la cartografía de proximidad

Territoriality in the migration process:

an approach to proximity mapping

A territorialidade no processo da migração:

uma abordagem para o mapeamento de proximidade

Andrés Preciado-Trujillo

Estudiante Maestría en Planeación para el Desarrollo

Universidad Santo Tomás, sede Tunja

edisonpreciado@usantotomas.edu.co

Resumen

El tránsito de la vida rural a la urbana ha sido retratado de diversas maneras en la literatura especializada, enfatizando en los procesos de desarraigo que experimentan los migrantes por causa de la violencia, el despojo, el destierro, entre otros. El presente artículo busca hacer un aporte al tema, observando otras causas que motivan el proceso migratorio. Para ello, se analiza la historia de vida de una familia campesina oriunda del municipio de Aquitania (Boyacá) y su transcurrir del campo a la ciudad en un periodo de casi 40 años, centrando la atención en los cambios en las expresiones y percepciones de la territorialización a la luz de tres categorías: el cultivo, la idea de progreso y el entorno.

Palabras clave: migración, territorialidad, cartografía de proximidad, progreso, cultivo, Boyacá.

Abstract

The transition from rural to urban life has been portrayed in various ways in the specialized literature, emphasizing the processes of uprooting experienced by migrants due to violence, dispossession, exile, among others. This article seeks to contribute to the topic, noting other causes that motivate the migration process. To do so we analyze the life history of a peasant family from the municipality of Aquitaine (Boyacá) and its passage from the countryside to the city in a period of almost 40 years, focusing our attention on changes in the expressions and perceptions of the territorialization in the light of three categories: the crop, the idea of progress and the environment.


Keywords: migration, territoriality, proximity mapping, progress, crops, Boyacá.

Resumo

A transição da vida rural para a vida urbana foi retratada de várias maneiras na literatura especializada, enfatizando os processos de desarraigamento experimentados pelos migrantes por causa da violência, desapropriação, exílio, entre outros. Este artigo procura contribuir com o tema, observando outras causas que motivam o processo de migração. Para fazer isso, analisamos o histórico de vida de uma família camponesa do município de Aquitania (Boyacá) e sua passagem do campo para a cidade em um período de quase 40 anos, focalizando a atenção nas mudanças nas expressões e percepções da territorialização à luz de três categorias: cultura, ideia de progresso e ambiente.

Palavras chave: migração, territorialidade, mapeamento de proximidade, progresso, cultivo, Boyacá.

Andrés Preciado-Trujillo

Economista y Especialista en Planeación y Gestión del Desarrollo Territorial de la Universidad Pedagógica y Tecnológica de Colombia y estudiante de la Maestría en Planeación para el Desarrollo. Docente de la Facultad de Administración de Empresas de la Universidad Santo Tomás (Tunja) y docente de posgrado de la Universidad Pedagógica y Tecnológica de Colombia (Tunja).

Introducción

La aproximación al establecimiento de elementos que permitan identificar formas y modos de asumir el territorio por parte de sus pobladores genera un sinnúmero de posibilidades que van desde la perspectiva cultural interna de la porción física y demográfica que se quiera estudiar, hasta las fuerzas económicas que los afecten –a la tierra y a la gente– en un determinado periodo de tiempo.

El ejercicio planteado consiste en decantar, a partir de un ejercicio teórico y práctico, la lectura del entorno próximo percibido y entendido por los personajes –en este caso mis padres – de una historia de migración alentada por la idea del progreso económico, objetivada en las transformaciones culturales, económicas, cotidianas, comportamentales, entre otras. Estas se ven reflejadas en la modelación de escenarios físicos diversos que van desde la ruralidad propia de la segunda década del siglo XX en el páramo boyacense, particularmente en el municipio de Aquitania, hasta la naciente “urbe” colindante con las tierras llanas del departamento de Casanare a inicios del siglo XXI.

Este camino estará guiado por dos autores: Nates (2007) y Molano (2009). De un lado, contrastaré los ejemplos de categorización tanto física como analítica que brinda Nates (2007) con algunos rasgos y elementos propios de la cultura boyacense, debido a la similitud entre las narraciones de los entrevistados y los relatos que la autora presenta acerca del proceso de territorialización de los paisas, los pueblos indígenas y campesinos yanaconas en el Macizo colombiano.

De otro lado, es pertinente comentar que, al asumir el presente ejercicio desde la perspectiva familiar –vivida desde el ámbito personal durante poco más de una década–, existieron dudas en la composición de este documento, dudas que fueron superadas, en parte, gracias a las orientaciones de Molano (2009) sobre la forma como se debe afrontar la investigación, asumiendo la subjetividad del investigador involucrado con sus interlocutores e imprimiendo dicha vivencia en el proceso de escritura.

Producto de esta intersección metodológica, el documento que aquí se presenta no se podría circunscribir en el género de las historias de vida propiamente dichas, pero tampoco en el de la investigación teórica basada en conceptos antropológicos y etnográficos definidos como lo hace Nates (2007). Sin embargo, a partir de la utilización de categorías de territorialización y expresiones de territorialidad se intentará definir la manera como un campesino boyacense “típico” plantea y ejecuta su idea de progreso, materializada en la trasformación de sus condiciones económicas y reflejadas en el desplazamiento desde su lugar de origen hacia territorios que desnaturalizan, en cierta medida, su visión del mundo y resignifican dichas categorías, narradas desde la informalidad teórica de los relatos de los entrevistados.

Categorías de análisis

La caracterización de un territorio y de las personas que lo habitan resulta más completa si se visibilizan las construcciones sociales y culturales que desarrollan entre sí, y al evidenciar los significados espirituales, geográficos y utilitarios asignados a los espacios físicos, al igual que las interacciones que se dan a partir de los cambios sociales “externos” al territorio que se está analizando. Así, en palabras de Nates (2007), para realizar una lectura que se aproxime a la descripción de la realidad de un territorio es necesario categorizar el entorno y a sus habitantes.

El mundo y el entorno como conceptos teóricos y de contexto constituyen la base de la objetivación de las categorías y clasificaciones, tanto como sistema, cuanto como partes autónomas. Sin embargo, esto tiene varios matices. Hablamos de mundo y de entorno en el sentido filosófico de situarse en un lugar social, cultural, político, histórico y religioso; pero también en un lugar físico (Nates, 2007: 45).

Aquitania se caracteriza por ser un municipio netamente agrícola, enfocado mayoritariamente en el cultivo de la cebolla larga o junca. A raíz de la existencia de este cultivo y el trabajo que se realiza en él, los campesinos –dueños y no dueños de la tierra– desempeñan diferentes labores que, de un lado, los sitúan en la escala social y, de otro, les ofrece oportunidades para avanzar en ella. Así, una de las categorías de análisis del presente estudio es el cultivo. Este, como actividad económica, determina una categoría de organización social que otorga una serie de atributos e, incluso, posibilidades de vida a los campesinos oriundos del municipio.

La categoría del cultivo permite, además, la presentación de una serie de costumbres que demuestran la territorialidad adoptada por los habitantes del municipio –en el entendido de que la territorialidad nos permite delimitar nuestra identidad en un contexto físico y cultural determinado–. El obrero raso, el contratista, el conductor, el dueño tienen diferentes formas de percibir el cultivo y a ellos mismos a través del cultivo en el entorno urbano o rural.

Molano (2009) utiliza La Violencia y la colonización como categorías de análisis para explicar los procesos de transformación del territorio y de sus gentes en los llanos orientales de Colombia, mientras que Nates (2007) desagrega el territorio entre “lo manso” y “lo bravo” como categorías espacio temporales, costumbristas y ordenadoras de la población. Por su parte, el presente trabajo utilizará la idea de progreso para explicar los motivos que llevan a los habitantes del municipio de Aquitania a buscar su ubicación en diferentes grupos sociales de acuerdo con la actividad que realizan en torno al monocultivo de la cebolla.

Estas dos categorías de análisis – el cultivo y la idea de progreso– tienen una relevancia capital en el momento de delimitar las personas en el tiempo y en el espacio. De un lado, la idea de progreso hace que los individuos proyecten su ciclo vital desde situaciones iniciales a posiciones esperadas para ellos o sus hijos y, de otra, el trabajo en el cultivo determina las posibilidades de cumplimiento de esas expectativas prefiguradas en los individuos.

Una tercera categoría de estudio es el entorno, ya sea rural o urbano, en el que habitan las personas. En este caso particular, dichos entornos resultarán determinantes sólo en términos de tiempo, es decir, se ubicará la ruralidad como una categoría de tiempos anteriores –mediados del siglo XX– y una manera de entender las otras dos categorías por parte de los campesinos. Del mismo modo, la urbanidad se entenderá como un contexto temporal “moderno” con diferentes posicionamientos frente a lo que significan las otras formas de relacionamiento de los habitantes con el espacio.

No se asumirán la ruralidad y la urbanidad como categorías espaciales clásicas porque en Aquitania no es posible ver segregaciones socioeconómicas marcadas y, durante el periodo estudiado, tampoco se presentaron procesos de gentrificación (Nates y Raymond, 2007, citados en Nates, 2007).

Resulta pertinente aclarar que en la actualidad –rompiendo la acepción temporal dada a las categorías antes descritas– es posible evidenciar que el ámbito de la ruralidad se ve menos modificado en las concepciones culturales precedentes, mientras que el ámbito urbano, permeado por otras dinámicas de mayor exposición a tendencias culturales externas, presenta pocos rasgos de los tiempos anteriores y, por el contrario, catapulta a sus habitantes hacia el abandono del territorio.

En este último sentido –el de la migración y abandono de los territorios tanto urbanos como rurales–, la idea de progreso, aunada a la idealización de otros escenarios u otros territorios, potencia la ruptura entre la concepción antigua de las categorías propuestas y sus productos, y las nuevas formas de percibir el territorio. Así como lo menciona Nates (2007), planteo que los fenómenos, prácticas, y relaciones de la territorialidad y la territorialización que tienen lugar en Aquitania desde mediados del siglo XX se inscriben en lugares de arcadias, es decir, en la idealización del lugar.

Las historias

Hortencia Trujillo y Gilberto Preciado están casados hace 34 años y ahora vive en la ciudad de Sogamoso (Boyacá) al cuidado de su hogar, “sus matas” –como les llama ella–, un grupo de pericos y canarios, un Renault 9 color blanco modelo 87 y un pequeño negocio de barrio. Ellos son campesinos originarios del municipio de Aquitania –llamado Pueblo Viejo en su infancia–, provenientes de dos veredas geográficamente lejanas, pero influidas por costumbres y visiones propias del campesinado de esta zona del país.

Llegaron a la ciudad en el año 2000 impulsados por la idea de dar mejores oportunidades a sus hijos, y luego de poco menos de una década terminaron de construir “su rancho” en un barrio de conocidos, dando inicio a un modo de vida que distaba bastante de la experiencia que habían tenido en “el pueblo”, como denominan al municipio de Aquitania.

Aunque este parezca un relato sencillo y replicado muchas veces en distintas latitudes del país, a través de él pretendo mostrar cómo la asimilación de unas ideas de avance social –relacionado con la mejora en las condiciones de vida– cambia las percepciones de las actividades, los comportamientos, y la manera de relacionarse con los espacios y los puntos de referencia. Esto es una evidencia de la forma en la cual una familia puede territorializar su realidad cambiante y cómo se identifica territorialmente en los lugares que habita.

Hortencia y Gilberto vienen de contextos similares: familias campesinas numerosas,1 dedicadas al trabajo de la tierra y al cuidado de los animales, católicas, con acceso limitado a la escolaridad y fundamentadas en la rigurosidad que se requiere para labrar la tierra.

La vida en las veredas de Suse –ella– y Toquilla –él– estaba regida por un modo específico de percibir la relación con el entorno. El trabajo de la tierra se desarrollaba en consonancia con el respeto por la naturaleza y las costumbres de los antepasados: aquellos que poseían pequeñas parcelas cultivaban trigo, cebada y papa una vez al año, así como algunas hortalizas para el consumo de la familia. En el casco urbano poco desarrollado –y alejado por vías de acceso precarias– existía una clase terrateniente que requería de mano de obra para hacer producir sus fincas, generando así un modo de subsistencia para quienes habitaban dichas veredas y hacían las veces de aparceros en terrenos no propios.

Las actividades de los aparceros consistían en el trabajo de la tierra ajena, abandonando los predios propios por varias razones: las tierras de los pequeños poseedores se encontraban en los páramos, eran poco productivas y la vida allí era más difícil, en especial para los niños, quienes colaboraban con el trabajo desde temprana edad.

La tierra era vista por los campesinos como fuente de subsistencia y se producía para el intercambio, por eso, no se sobreexplotaba, al contrario, se dejaba “descansar la tierra” y se respetaba esa tradición incluso a costa del bienestar de las familias, ya que en ocasiones la cosecha no era suficiente para alimentar durante un amplio periodo de tiempo a todos los miembros de la familia. De acuerdo con los entrevistados, por lo menos cada dos meses “subían” desde el llano algunos grupos de personas con enjalmas para intercambiar los productos de la tierra caliente con los de la fría. Esta actividad no se hacía en ningún mercado sino en las veredas.

Los campesinos tenían un contacto escaso con el casco urbano por las distancias amplias –con el paso del tiempo, las mejoras en la infraestructura y los medios de transporte ayudaron a reducir dichas distancias– y la baja importancia de la producción agraria con fines económicos. El único nexo existente por aquel entonces entre la vereda y “la urbe” era la cita mensual que se daban los campesinos en la iglesia.

Ahora bien, la necesidad empujó a que se dieran varios casos de migración desde las veredas hacia el centro del municipio. Las condiciones difíciles del campo para sostener a las familias numerosas propiciaron a que los hijos mayores buscaran empleos en casas de familia y fincas de veredas cercanas al casco urbano. Aquí hace su aparición el cultivo de la cebolla, cultivo que no es originario del municipio, pero que transformó la visión del territorio y las formas de apropiarse de él para su usufructo.

Hacia el año 1965 se empieza a sembrar de manera más generalizada la cebolla en cercanías al casco urbano. Al respecto, Gilberto aseguró lo siguiente:

no sabría decirle quién trajo la mata al pueblo, ni dónde se sembró la primera parcela, lo que sí le digo es que eso se volvió el negocio de los ricos y el trabajo de los pobres. Sobre todo en el hato viejo empezaron sembrando cada seis meses y después sacaban cortes cada tres.

La idea de progreso surgió en el municipio a partir del cultivo de la cebolla, la cual empezó a sembrarse para obtener una remuneración económica, de manera que el dinero dejó de ser un medio, para convertirse en un fin. En gran parte del municipio se reemplazaron los cultivos tradicionales y sólo las veredas alejadas como Suse, Hirva, Sisvaca y Toquilla conservaron las costumbres agrícolas y de manejo de la tierra que tenían hasta ese momento.

Como en la mayoría de los territorios en donde se pasa de una economía de carácter feudal a una monetizada, tiene lugar un proceso de eclosión de actividades económicas. En el caso particular del casco urbano de Aquitania, en un comienzo, surgieron dos condiciones adicionales a las ya conocidas del campesino y del terrateniente: algunos abrieron sus negocios de abarrotes y otros se dedicaron al transporte de carga hacia las plazas de las ciudades, actividad sin la cual el cultivo no tendría la relevancia que tuvo.

El municipio no contaba con una flota de carga grande para suplir la creciente cantidad de cultivos en su territorio, lo que se puede evidenciar en las palabras de Gilberto:

En Aquitania no había carros, no había sino cinco carros, se los voy a nombrar: era el carro de doña Tránsito Chaparro que era “el clavelito”. Un “60” que tenía el difunto Guillermo Parada. Un carro que tenía el compadre Luís Eduardo Vargas que era un “70” y Emerio Barrera tenía un “60”. Allí el finado Camilo Pedraza tenía un “60” también. Es que eso eran contados los carros. ¿Qué hacía la gente? Ellos salían al parque y anotaban en una libretica pa’ cuando tenía viaje de tal persona, porque no habían carros.

A partir de esta actividad realizada en un espacio específico del pueblo, se puede observar el modo en que las actividades económicas que giran en torno al cultivo de la cebolla se presentan como medios de territorialización tanto de dicho espacio –el parque–, como la nueva manera en que los campesinos mirarán las posibilidades de progreso a través de la apropiación –temporal o definitiva– de territorios destinados a la siembra del mismo cultivo.

Para 1975, aproximadamente, empujados por las necesidades de aportar económicamente al sustento de sus familias en las veredas, Hortencia y Gilberto se trasladan a las cercanías al casco urbano. Ella trabajaba en una casa de familia, mientras que él se rebuscaba el diario entre los “convides a echar azadón” o las “arrancadas de cebolla”.2 Pero las cosas cambiaron radicalmente con el nuevo uso que se le dio al dinero: la práctica de la mano prestada, los trueques de alimentos, la tradición de dejar descansar la tierra y las viejas costumbres se quedaron “allá arriba”, en la vereda. El pueblo era otra cosa, “todos querían tener un pedazo de tierra para sembrar así fueran diez matas”. “Todos querían progresar” y el mejor camino para progresar era sembrando cebolla, produciendo más rápido y aprovechando los precios que, por más de diez años, no bajaron.

Así, la idea de progreso atada al cultivo de cebolla moldea la forma de apropiación de la tierra en el municipio. Los terratenientes (sobre todo medianos) empezaron a ver que necesitaban invertir en sistemas de riego, abonos, fertilizantes, entre otros, para producir más en menos tiempo. Esta necesidad dio lugar a un nuevo modo de acceso a la tierra para los desposeídos: el empeño.

Aquellos obreros que tenían ahorros podían acceder a usufructuar la tierra de manera temporal a través del empeño del terreno, dando un pago único en dinero al dueño –que la necesitaba para invertir en otras parcelas– y, de esa manera, entrar en el negocio de la producción de cebolla para progresar. El obrero repartía sus días entre trabajar en “los diez” y cuidar la parcela tomada en empeño, un nuevo modo de producción que beneficiaba a quienes intervenían en el negocio.

En el desarrollo de este tipo de alianzas se produjeron otras que retomaban costumbres de las veredas y de tiempos pasados en la manera de producir cebolla, de progresar y de territorializar. Se dieron no pocos casos en los que, al terminar los empeños, muchos dueños de las tierras –alentados por los buenos modos de trabajar y “el juicio” de quienes habían tomado en empeño sus tierras– decidieron dejar “al partir” grandes extensiones de tierra en las que ambos serían participes de los frutos.

Esta nueva categoría de trabajo “al partir” consiste en que el dueño de la tierra dispone de sus terrenos, el trabajador dispone del trabajo que requiera el cultivo, y entre los dos asumen por partes iguales los gastos económicos en fertilizantes, fungicidas y otros cuidados que se requieran. Los beneficios de la venta al final de cada “corte” también se dividen en partes iguales. Si los terrenos contaban con lugares de habitación, el trabajador podía o no vivir allí.

Estos modos de producción generan nuevas categorías sociales como el contratista, el conductor de camión, el trabajador de medio tiempo en los terrenos ajenos y medio tiempo en el propio, entre otros. La diferenciación económica y social no es tan visible entre unos y otros, pues la dedicación no exclusiva a una labor los hace homogéneos entre los suyos, además, de un tiempo para acá, la rentabilidad del negocio ha disminuido y las inversiones en el campo dependen mucho del azar, “las malezas” del cultivo y “la suerte en abastos”.

Cabe aclarar que, a medida que creció el territorio cultivado con cebolla, aumentó la demandada de mano de obra, por tal motivo “los convides” ya no se hacían de casa en casa buscando manos prestadas. Ahora, la dinámica de la oferta y demanda de empleo se centralizó en el parque del pueblo, donde también se dio una especie de territorialidad marcada por las labores que cada uno desempeñaba. La mejor descripción de lo que allí sucede está dada por Gilberto:

En este pueblo pasa lo que no he visto en otros de Boyacá, a uno de obrero la gente lo conoce y le tiene confianza, le pagan por adelantado, le preguntan cuántas [ruedas de cebolla] quiere echar y lo esperan al otro día para que haga su trabajo. Se trabaja medio día y el otro medio usted se lo gasta buscando el trabajo del otro día mientras jode con los amigos y se toma sus cervezas. Lo que uno hacía era llegar al parque a eso de las dos de la tarde, se parqueaba en la esquina con los amigos y esperaba a ver cuál amigo tenía la contrata pa’l otro día y lo convidaba, recibía su plata y se tomaba unas con los amigos. Ahí uno se podía gastar todo el sueldo en cerveza y al otro día ir a trabajar de gratis. El contratista también buscaba al conductor de confianza o el que tuviera el camión para echar el viaje. Todo dependía de a cómo hubiera estado el precio en Bogotá y si los dueños se la jugaban por esperar un buen precio al otro día.

Esta cotidianidad hizo que muchos trabajadores vieran en “la tarea” –como se llama a este modo de trabajo– una forma de subsistencia estable que les permitió superar esos estados previos en que era mucho más complicado sobrevivir. El trabajo del campo generaba buena rentabilidad en términos de sobrevivencia, sin embargo, con el pasar del tiempo, dicha rentabilidad se vio menguada por la inestabilidad de los precios y la sobre oferta del producto.

Los hijos de los obreros aprendían a labrar el campo desde temprana edad, y a los 15 o 16 años se independizaban del trabajo al lado de sus padres para comenzar a ser parte del grupo de obreros que buscaban ser convidados en el parque del pueblo. Esto les permitía acceder a mayores ingresos y conformar sus propias familias.

La educación por aquel entonces era una actividad exclusiva para los hijos de los ricos, mientras que los demás se dedicaban al trabajo del campo y, en muchos casos, sólo alcanzaban el nivel de básica primaria.

Padres de tres hijos, Hortencia y Gilberto siempre creyeron que “la mejor herencia es la educación”. Él trabajó por casi quince años con don Jesús Bernal, terrateniente que le dejó “al partir” una finca en la vereda de Suse, de donde es originaria su mujer. Con ese trabajo y las perspectivas de la pareja, enviaron a su hijo mayor a estudiar idiomas a Tunja, hicieron “su rancho” en Sogamoso y, en el año 2000, ella y sus dos hijos menores se mudaron a la ciudad. Él, sin embargo, se quedó trabajando por otros seis años en el pueblo mientras sus hijos terminaban la universidad y se podía dar “por bien servido”.

Con el traslado a Sogamoso, se terminaron las mañanas a campo abierto, el trabajo con aire puro y con el lago al fondo, el café caliente al lado de la estufa de carbón y la persecución a las gallinas con la mirada para ver dónde estaban anidando, para luego conseguir esos huevos que en la ciudad “no saben a lo mismo”. Ya no piensan en progresar al estilo de antes. Su anhelo más sentido es poder viajar a Canadá nuevamente a visitar a sus nietos de 11 y 8 años, vivir tranquilos y al cuidado de uno que otro achaque de salud que llega con los años y gracias a “la vida de jóvenes y solteros” donde “abusaban de los buenos días que daba el señor”.

Conclusiones

Antes de hacer afirmaciones certeras que comprueben o desmientan los presupuestos hechos en el planteamiento del trabajo, espero haber logrado el objetivo de identificar dinámicas sociales que, en conjunto con actividades económicas, logran describir modos, formas y significados en que los pobladores territorializan su entorno y expresan su territorialidad con relación a lo que son y lo que anhelan ser.

Es notable ver cómo la vocación económica prima sobre los preceptos culturales de un pueblo y lo orienta hacia otro tipo de dinámicas que logran desvirtuar conceptos de bienestar relacionados con creencias y prácticas de vieja data, reduciendo, como consecuencia, los ámbitos de desenvolvimiento de los habitantes a entornos que no se relacionan con los espacios de crecimiento personal en tiempos de su infancia o adolescencia.

Es posible determinar las expresiones de territorialidad de una comunidad con base en la forma en que ocupa el territorio y desarrolla su cotidianidad con visión de futuro a partir de su relacionamiento con las actividades económicas del territorio. En el caso del municipio de Aquitania, la incursión de un cultivo con amplias posibilidades económicas desvirtuó, en gran medida, muchas de las costumbres de sus pobladores, sobre todo aquellas relacionadas con el cuidado del medio ambiente y el respeto por la tierra como dadora de alimentos.

Sin embargo, el proceso de desarrollo del municipio ha servido para reafirmar modos de producción que han desaparecido en otros lugares del país como el trabajo “al partir”, figura muy similar a la aparcería y que hoy en día aún es muy fuerte en este municipio. De la misma forma, la modalidad del “empeño” es una categoría de trabajo y de apropiación del territorio que todavía está vigente.

El parque municipal de Aquitania fue modificado hace algo más de diez años. Entre las razones para dicha modificación la administración municipal arguyó que era “muy mal visto” que en el parque central se dieran este tipo de dinámicas de oferta y demanda de empleo. La modificación física del lugar fragmentó esas redes de vinculación social alrededor del trabajo de la tierra y de los significados que tiene para la población.

En este sentido, resulta pertinente cuestionar ese tipo de decisiones de planeación del territorio y, sobre todo, tener en cuenta el papel que juegan las tradiciones a la hora de modificar los aspectos de territorialidad representados en la infraestructura. Es otras palabras, los lugares y sus formas están permeados por los significados que la gente les otorga, al desaparecerlos o modificarlos las personas deben resignificarlos, pero muchas veces las condiciones no lo permiten, por lo que estas tradiciones y significados tienden a desaparecer.

Bibliografía

MOLANO, A. (2009). “La gente no habla en conceptos, a menos que quiera esconderse”. Revista Anthropos: huellas del conocimiento, 230: 101-106.

NATES, B. (2007). La territorialización del conocimiento. Categorías y clasificaciones culturales como ejercicios antropológicos. Barcelona: Anthropos.


1 Tradicionalmente se pensaba que “entre más hijos, más manos para el trabajo, especialmente si son hombres”.

2 Las expresiones “convides a echar azadón” y “arrancadas de cebolla” corresponden a las formas en que se denominaba el trabajo en las parcelas, realizado por obreros durante jornadas diarias o semanales –dependiendo la extensión a trabajar–. El terrateniente que requerían de mano de obra temporal para sus cultivos los contrataba de manera personal.

Recibido: 1 de agosto 2017

Aprobado: 16 de agosto 2017

https://doi.org/10.15446/bitacora.v27n3.66792

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Desde el posgrado

Recibido: 1 de agosto de 2017; Aceptado: 16 de agosto de 2017

Resumen

El tránsito de la vida rural a la urbana ha sido retratado de diversas maneras en la literatura especializada, enfatizando en los procesos de desarraigo que experimentan los migrantes por causa de la violencia, el despojo, el destierro, entre otros. El presente artículo busca hacer un aporte al tema, observando otras causas que motivan el proceso migratorio. Para ello, se analiza la historia de vida de una familia campesina oriunda del municipio de Aquitania (Boyacá) y su transcurrir del campo a la ciudad en un periodo de casi 40 años, centrando la atención en los cambios en las expresiones y percepciones de la territorialización a la luz de tres categorías: el cultivo, la idea de progreso y el entorno.

Palabras clave

migración, territorialidad, cartografía de proximidad, progreso, cultivo, Boyacá.

Abstract

The transition from rural to urban life has been portrayed in various ways in the specialized literature, emphasizing the processes of uprooting experienced by migrants due to violence, dispossession, exile, among others. This article seeks to contribute to the topic, noting other causes that motivate the migration process. To do so we analyze the life history of a peasant family from the municipality of Aquitaine (Boyacá) and its passage from the countryside to the city in a period of almost 40 years, focusing our attention on changes in the expressions and perceptions of the territorialization in the light of three categories: the crop, the idea of progress and the environment.

Keywords

migration, territoriality, proximity mapping, progress, crops, Boyacá.

Resumo

A transição da vida rural para a vida urbana foi retratada de várias maneiras na literatura especializada, enfatizando os processos de desarraigamento experimentados pelos migrantes por causa da violência, desapropriação, exílio, entre outros. Este artigo procura contribuir com o tema, observando outras causas que motivam o processo de migração. Para fazer isso, analisamos o histórico de vida de uma família camponesa do município de Aquitania (Boyacá) e sua passagem do campo para a cidade em um período de quase 40 anos, focalizando a atenção nas mudanças nas expressões e percepções da territorialização à luz de três categorias: cultura, ideia de progresso e ambiente.

Palavras-chave

migração, territorialidade, mapeamento de proximidade, progresso, cultivo, Boyacá.

Introducción

La aproximación al establecimiento de elementos que permitan identificar formas y modos de asumir el territorio por parte de sus pobladores genera un sinnúmero de posibilidades que van desde la perspectiva cultural interna de la porción física y demográfica que se quiera estudiar, hasta las fuerzas económicas que los afecten –a la tierra y a la gente– en un determinado periodo de tiempo.

El ejercicio planteado consiste en decantar, a partir de un ejercicio teórico y práctico, la lectura del entorno próximo percibido y entendido por los personajes –en este caso mis padres – de una historia de migración alentada por la idea del progreso económico, objetivada en las transformaciones culturales, económicas, cotidianas, comportamentales, entre otras. Estas se ven reflejadas en la modelación de escenarios físicos diversos que van desde la ruralidad propia de la segunda década del siglo XX en el páramo boyacense, particularmente en el municipio de Aquitania, hasta la naciente “urbe” colindante con las tierras llanas del departamento de Casanare a inicios del siglo XXI.

Este camino estará guiado por dos autores: Nates (2007) y Molano (2009). De un lado, contrastaré los ejemplos de categorización tanto física como analítica que brinda Nates (2007) con algunos rasgos y elementos propios de la cultura boyacense, debido a la similitud entre las narraciones de los entrevistados y los relatos que la autora presenta acerca del proceso de territorialización de los paisas, los pueblos indígenas y campesinos yanaconas en el Macizo colombiano.

De otro lado, es pertinente comentar que, al asumir el presente ejercicio desde la perspectiva familiar –vivida desde el ámbito personal durante poco más de una década–, existieron dudas en la composición de este documento, dudas que fueron superadas, en parte, gracias a las orientaciones de Molano (2009) sobre la forma como se debe afrontar la investigación, asumiendo la subjetividad del investigador involucrado con sus interlocutores e imprimiendo dicha vivencia en el proceso de escritura.

Producto de esta intersección metodológica, el documento que aquí se presenta no se podría circunscribir en el género de las historias de vida propiamente dichas, pero tampoco en el de la investigación teórica basada en conceptos antropológicos y etnográficos definidos como lo hace Nates (2007). Sin embargo, a partir de la utilización de categorías de territorialización y expresiones de territorialidad se intentará definir la manera como un campesino boyacense “típico” plantea y ejecuta su idea de progreso, materializada en la trasformación de sus condiciones económicas y reflejadas en el desplazamiento desde su lugar de origen hacia territorios que desnaturalizan, en cierta medida, su visión del mundo y resignifican dichas categorías, narradas desde la informalidad teórica de los relatos de los entrevistados.

Categorías de análisis

La caracterización de un territorio y de las personas que lo habitan resulta más completa si se visibilizan las construcciones sociales y culturales que desarrollan entre sí, y al evidenciar los significados espirituales, geográficos y utilitarios asignados a los espacios físicos, al igual que las interacciones que se dan a partir de los cambios sociales “externos” al territorio que se está analizando. Así, en palabras de Nates (2007), para realizar una lectura que se aproxime a la descripción de la realidad de un territorio es necesario categorizar el entorno y a sus habitantes.

El mundo y el entorno como conceptos teóricos y de contexto constituyen la base de la objetivación de las categorías y clasificaciones, tanto como sistema, cuanto como partes autónomas. Sin embargo, esto tiene varios matices. Hablamos de mundo y de entorno en el sentido filosófico de situarse en un lugar social, cultural, político, histórico y religioso; pero también en un lugar físico (Nates, 2007: 45).

Aquitania se caracteriza por ser un municipio netamente agrícola, enfocado mayoritariamente en el cultivo de la cebolla larga o junca. A raíz de la existencia de este cultivo y el trabajo que se realiza en él, los campesinos –dueños y no dueños de la tierra– desempeñan diferentes labores que, de un lado, los sitúan en la escala social y, de otro, les ofrece oportunidades para avanzar en ella. Así, una de las categorías de análisis del presente estudio es el cultivo. Este, como actividad económica, determina una categoría de organización social que otorga una serie de atributos e, incluso, posibilidades de vida a los campesinos oriundos del municipio.

La categoría del cultivo permite, además, la presentación de una serie de costumbres que demuestran la territorialidad adoptada por los habitantes del municipio –en el entendido de que la territorialidad nos permite delimitar nuestra identidad en un contexto físico y cultural determinado–. El obrero raso, el contratista, el conductor, el dueño tienen diferentes formas de percibir el cultivo y a ellos mismos a través del cultivo en el entorno urbano o rural.

Molano (2009) utiliza La Violencia y la colonización como categorías de análisis para explicar los procesos de transformación del territorio y de sus gentes en los llanos orientales de Colombia, mientras que Nates (2007) desagrega el territorio entre “lo manso” y “lo bravo” como categorías espacio temporales, costumbristas y ordenadoras de la población. Por su parte, el presente trabajo utilizará la idea de progreso para explicar los motivos que llevan a los habitantes del municipio de Aquitania a buscar su ubicación en diferentes grupos sociales de acuerdo con la actividad que realizan en torno al monocultivo de la cebolla.

Estas dos categorías de análisis – el cultivo y la idea de progreso– tienen una relevancia capital en el momento de delimitar las personas en el tiempo y en el espacio. De un lado, la idea de progreso hace que los individuos proyecten su ciclo vital desde situaciones iniciales a posiciones esperadas para ellos o sus hijos y, de otra, el trabajo en el cultivo determina las posibilidades de cumplimiento de esas expectativas prefiguradas en los individuos.

Una tercera categoría de estudio es el entorno, ya sea rural o urbano, en el que habitan las personas. En este caso particular, dichos entornos resultarán determinantes sólo en términos de tiempo, es decir, se ubicará la ruralidad como una categoría de tiempos anteriores –mediados del siglo XX– y una manera de entender las otras dos categorías por parte de los campesinos. Del mismo modo, la urbanidad se entenderá como un contexto temporal “moderno” con diferentes posicionamientos frente a lo que significan las otras formas de relacionamiento de los habitantes con el espacio.

No se asumirán la ruralidad y la urbanidad como categorías espaciales clásicas porque en Aquitania no es posible ver segregaciones socioeconómicas marcadas y, durante el periodo estudiado, tampoco se presentaron procesos de gentrificación (Nates y Raymond, 2007, citados en Nates, 2007).

Resulta pertinente aclarar que en la actualidad –rompiendo la acepción temporal dada a las categorías antes descritas– es posible evidenciar que el ámbito de la ruralidad se ve menos modificado en las concepciones culturales precedentes, mientras que el ámbito urbano, permeado por otras dinámicas de mayor exposición a tendencias culturales externas, presenta pocos rasgos de los tiempos anteriores y, por el contrario, catapulta a sus habitantes hacia el abandono del territorio.

En este último sentido –el de la migración y abandono de los territorios tanto urbanos como rurales–, la idea de progreso, aunada a la idealización de otros escenarios u otros territorios, potencia la ruptura entre la concepción antigua de las categorías propuestas y sus productos, y las nuevas formas de percibir el territorio. Así como lo menciona Nates (2007), planteo que los fenómenos, prácticas, y relaciones de la territorialidad y la territorialización que tienen lugar en Aquitania desde mediados del siglo XX se inscriben en lugares de arcadias, es decir, en la idealización del lugar.

Las historias

Hortencia Trujillo y Gilberto Preciado están casados hace 34 años y ahora vive en la ciudad de Sogamoso (Boyacá) al cuidado de su hogar, “sus matas” –como les llama ella–, un grupo de pericos y canarios, un Renault 9 color blanco modelo 87 y un pequeño negocio de barrio. Ellos son campesinos originarios del municipio de Aquitania –llamado Pueblo Viejo en su infancia–, provenientes de dos veredas geográficamente lejanas, pero influidas por costumbres y visiones propias del campesinado de esta zona del país.

Llegaron a la ciudad en el año 2000 impulsados por la idea de dar mejores oportunidades a sus hijos, y luego de poco menos de una década terminaron de construir “su rancho” en un barrio de conocidos, dando inicio a un modo de vida que distaba bastante de la experiencia que habían tenido en “el pueblo”, como denominan al municipio de Aquitania.

Aunque este parezca un relato sencillo y replicado muchas veces en distintas latitudes del país, a través de él pretendo mostrar cómo la asimilación de unas ideas de avance social –relacionado con la mejora en las condiciones de vida– cambia las percepciones de las actividades, los comportamientos, y la manera de relacionarse con los espacios y los puntos de referencia. Esto es una evidencia de la forma en la cual una familia puede territorializar su realidad cambiante y cómo se identifica territorialmente en los lugares que habita.

Hortencia y Gilberto vienen de contextos similares: familias campesinas numerosas,1 dedicadas al trabajo de la tierra y al cuidado de los animales, católicas, con acceso limitado a la escolaridad y fundamentadas en la rigurosidad que se requiere para labrar la tierra.

La vida en las veredas de Suse –ella– y Toquilla –él– estaba regida por un modo específico de percibir la relación con el entorno. El trabajo de la tierra se desarrollaba en consonancia con el respeto por la naturaleza y las costumbres de los antepasados: aquellos que poseían pequeñas parcelas cultivaban trigo, cebada y papa una vez al año, así como algunas hortalizas para el consumo de la familia. En el casco urbano poco desarrollado –y alejado por vías de acceso precarias– existía una clase terrateniente que requería de mano de obra para hacer producir sus fincas, generando así un modo de subsistencia para quienes habitaban dichas veredas y hacían las veces de aparceros en terrenos no propios.

Las actividades de los aparceros consistían en el trabajo de la tierra ajena, abandonando los predios propios por varias razones: las tierras de los pequeños poseedores se encontraban en los páramos, eran poco productivas y la vida allí era más difícil, en especial para los niños, quienes colaboraban con el trabajo desde temprana edad.

La tierra era vista por los campesinos como fuente de subsistencia y se producía para el intercambio, por eso, no se sobreexplotaba, al contrario, se dejaba “descansar la tierra” y se respetaba esa tradición incluso a costa del bienestar de las familias, ya que en ocasiones la cosecha no era suficiente para alimentar durante un amplio periodo de tiempo a todos los miembros de la familia. De acuerdo con los entrevistados, por lo menos cada dos meses “subían” desde el llano algunos grupos de personas con enjalmas para intercambiar los productos de la tierra caliente con los de la fría. Esta actividad no se hacía en ningún mercado sino en las veredas.

Los campesinos tenían un contacto escaso con el casco urbano por las distancias amplias –con el paso del tiempo, las mejoras en la infraestructura y los medios de transporte ayudaron a reducir dichas distancias– y la baja importancia de la producción agraria con fines económicos. El único nexo existente por aquel entonces entre la vereda y “la urbe” era la cita mensual que se daban los campesinos en la iglesia.

Ahora bien, la necesidad empujó a que se dieran varios casos de migración desde las veredas hacia el centro del municipio. Las condiciones difíciles del campo para sostener a las familias numerosas propiciaron a que los hijos mayores buscaran empleos en casas de familia y fincas de veredas cercanas al casco urbano. Aquí hace su aparición el cultivo de la cebolla, cultivo que no es originario del municipio, pero que transformó la visión del territorio y las formas de apropiarse de él para su usufructo.

Hacia el año 1965 se empieza a sembrar de manera más generalizada la cebolla en cercanías al casco urbano. Al respecto, Gilberto aseguró lo siguiente:

no sabría decirle quién trajo la mata al pueblo, ni dónde se sembró la primera parcela, lo que sí le digo es que eso se volvió el negocio de los ricos y el trabajo de los pobres. Sobre todo en el hato viejo empezaron sembrando cada seis meses y después sacaban cortes cada tres.

La idea de progreso surgió en el municipio a partir del cultivo de la cebolla, la cual empezó a sembrarse para obtener una remuneración económica, de manera que el dinero dejó de ser un medio, para convertirse en un fin. En gran parte del municipio se reemplazaron los cultivos tradicionales y sólo las veredas alejadas como Suse, Hirva, Sisvaca y Toquilla conservaron las costumbres agrícolas y de manejo de la tierra que tenían hasta ese momento.

Como en la mayoría de los territorios en donde se pasa de una economía de carácter feudal a una monetizada, tiene lugar un proceso de eclosión de actividades económicas. En el caso particular del casco urbano de Aquitania, en un comienzo, surgieron dos condiciones adicionales a las ya conocidas del campesino y del terrateniente: algunos abrieron sus negocios de abarrotes y otros se dedicaron al transporte de carga hacia las plazas de las ciudades, actividad sin la cual el cultivo no tendría la relevancia que tuvo.

El municipio no contaba con una flota de carga grande para suplir la creciente cantidad de cultivos en su territorio, lo que se puede evidenciar en las palabras de Gilberto:

En Aquitania no había carros, no había sino cinco carros, se los voy a nombrar: era el carro de doña Tránsito Chaparro que era “el clavelito”. Un “60” que tenía el difunto Guillermo Parada. Un carro que tenía el compadre Luís Eduardo Vargas que era un “70” y Emerio Barrera tenía un “60”. Allí el finado Camilo Pedraza tenía un “60” también. Es que eso eran contados los carros. ¿Qué hacía la gente? Ellos salían al parque y anotaban en una libretica pa’ cuando tenía viaje de tal persona, porque no habían carros.

A partir de esta actividad realizada en un espacio específico del pueblo, se puede observar el modo en que las actividades económicas que giran en torno al cultivo de la cebolla se presentan como medios de territorialización tanto de dicho espacio –el parque–, como la nueva manera en que los campesinos mirarán las posibilidades de progreso a través de la apropiación –temporal o definitiva– de territorios destinados a la siembra del mismo cultivo.

Para 1975, aproximadamente, empujados por las necesidades de aportar económicamente al sustento de sus familias en las veredas, Hortencia y Gilberto se trasladan a las cercanías al casco urbano. Ella trabajaba en una casa de familia, mientras que él se rebuscaba el diario entre los “convides a echar azadón” o las “arrancadas de cebolla”.2 Pero las cosas cambiaron radicalmente con el nuevo uso que se le dio al dinero: la práctica de la mano prestada, los trueques de alimentos, la tradición de dejar descansar la tierra y las viejas costumbres se quedaron “allá arriba”, en la vereda. El pueblo era otra cosa, “todos querían tener un pedazo de tierra para sembrar así fueran diez matas”. “Todos querían progresar” y el mejor camino para progresar era sembrando cebolla, produciendo más rápido y aprovechando los precios que, por más de diez años, no bajaron.

Así, la idea de progreso atada al cultivo de cebolla moldea la forma de apropiación de la tierra en el municipio. Los terratenientes (sobre todo medianos) empezaron a ver que necesitaban invertir en sistemas de riego, abonos, fertilizantes, entre otros, para producir más en menos tiempo. Esta necesidad dio lugar a un nuevo modo de acceso a la tierra para los desposeídos: el empeño.

Aquellos obreros que tenían ahorros podían acceder a usufructuar la tierra de manera temporal a través del empeño del terreno, dando un pago único en dinero al dueño –que la necesitaba para invertir en otras parcelas– y, de esa manera, entrar en el negocio de la producción de cebolla para progresar. El obrero repartía sus días entre trabajar en “los diez” y cuidar la parcela tomada en empeño, un nuevo modo de producción que beneficiaba a quienes intervenían en el negocio.

En el desarrollo de este tipo de alianzas se produjeron otras que retomaban costumbres de las veredas y de tiempos pasados en la manera de producir cebolla, de progresar y de territorializar. Se dieron no pocos casos en los que, al terminar los empeños, muchos dueños de las tierras –alentados por los buenos modos de trabajar y “el juicio” de quienes habían tomado en empeño sus tierras– decidieron dejar “al partir” grandes extensiones de tierra en las que ambos serían participes de los frutos.

Esta nueva categoría de trabajo “al partir” consiste en que el dueño de la tierra dispone de sus terrenos, el trabajador dispone del trabajo que requiera el cultivo, y entre los dos asumen por partes iguales los gastos económicos en fertilizantes, fungicidas y otros cuidados que se requieran. Los beneficios de la venta al final de cada “corte” también se dividen en partes iguales. Si los terrenos contaban con lugares de habitación, el trabajador podía o no vivir allí.

Estos modos de producción generan nuevas categorías sociales como el contratista, el conductor de camión, el trabajador de medio tiempo en los terrenos ajenos y medio tiempo en el propio, entre otros. La diferenciación económica y social no es tan visible entre unos y otros, pues la dedicación no exclusiva a una labor los hace homogéneos entre los suyos, además, de un tiempo para acá, la rentabilidad del negocio ha disminuido y las inversiones en el campo dependen mucho del azar, “las malezas” del cultivo y “la suerte en abastos”.

Cabe aclarar que, a medida que creció el territorio cultivado con cebolla, aumentó la demandada de mano de obra, por tal motivo “los convides” ya no se hacían de casa en casa buscando manos prestadas. Ahora, la dinámica de la oferta y demanda de empleo se centralizó en el parque del pueblo, donde también se dio una especie de territorialidad marcada por las labores que cada uno desempeñaba. La mejor descripción de lo que allí sucede está dada por Gilberto:

En este pueblo pasa lo que no he visto en otros de Boyacá, a uno de obrero la gente lo conoce y le tiene confianza, le pagan por adelantado, le preguntan cuántas [ruedas de cebolla] quiere echar y lo esperan al otro día para que haga su trabajo. Se trabaja medio día y el otro medio usted se lo gasta buscando el trabajo del otro día mientras jode con los amigos y se toma sus cervezas. Lo que uno hacía era llegar al parque a eso de las dos de la tarde, se parqueaba en la esquina con los amigos y esperaba a ver cuál amigo tenía la contrata pa’l otro día y lo convidaba, recibía su plata y se tomaba unas con los amigos. Ahí uno se podía gastar todo el sueldo en cerveza y al otro día ir a trabajar de gratis. El contratista también buscaba al conductor de confianza o el que tuviera el camión para echar el viaje. Todo dependía de a cómo hubiera estado el precio en Bogotá y si los dueños se la jugaban por esperar un buen precio al otro día.

Esta cotidianidad hizo que muchos trabajadores vieran en “la tarea” –como se llama a este modo de trabajo– una forma de subsistencia estable que les permitió superar esos estados previos en que era mucho más complicado sobrevivir. El trabajo del campo generaba buena rentabilidad en términos de sobrevivencia, sin embargo, con el pasar del tiempo, dicha rentabilidad se vio menguada por la inestabilidad de los precios y la sobre oferta del producto.

Los hijos de los obreros aprendían a labrar el campo desde temprana edad, y a los 15 o 16 años se independizaban del trabajo al lado de sus padres para comenzar a ser parte del grupo de obreros que buscaban ser convidados en el parque del pueblo. Esto les permitía acceder a mayores ingresos y conformar sus propias familias.

La educación por aquel entonces era una actividad exclusiva para los hijos de los ricos, mientras que los demás se dedicaban al trabajo del campo y, en muchos casos, sólo alcanzaban el nivel de básica primaria.

Padres de tres hijos, Hortencia y Gilberto siempre creyeron que “la mejor herencia es la educación”. Él trabajó por casi quince años con don Jesús Bernal, terrateniente que le dejó “al partir” una finca en la vereda de Suse, de donde es originaria su mujer. Con ese trabajo y las perspectivas de la pareja, enviaron a su hijo mayor a estudiar idiomas a Tunja, hicieron “su rancho” en Sogamoso y, en el año 2000, ella y sus dos hijos menores se mudaron a la ciudad. Él, sin embargo, se quedó trabajando por otros seis años en el pueblo mientras sus hijos terminaban la universidad y se podía dar “por bien servido”.

Con el traslado a Sogamoso, se terminaron las mañanas a campo abierto, el trabajo con aire puro y con el lago al fondo, el café caliente al lado de la estufa de carbón y la persecución a las gallinas con la mirada para ver dónde estaban anidando, para luego conseguir esos huevos que en la ciudad “no saben a lo mismo”. Ya no piensan en progresar al estilo de antes. Su anhelo más sentido es poder viajar a Canadá nuevamente a visitar a sus nietos de 11 y 8 años, vivir tranquilos y al cuidado de uno que otro achaque de salud que llega con los años y gracias a “la vida de jóvenes y solteros” donde “abusaban de los buenos días que daba el señor”.

Conclusiones

Antes de hacer afirmaciones certeras que comprueben o desmientan los presupuestos hechos en el planteamiento del trabajo, espero haber logrado el objetivo de identificar dinámicas sociales que, en conjunto con actividades económicas, logran describir modos, formas y significados en que los pobladores territorializan su entorno y expresan su territorialidad con relación a lo que son y lo que anhelan ser.

Es notable ver cómo la vocación económica prima sobre los preceptos culturales de un pueblo y lo orienta hacia otro tipo de dinámicas que logran desvirtuar conceptos de bienestar relacionados con creencias y prácticas de vieja data, reduciendo, como consecuencia, los ámbitos de desenvolvimiento de los habitantes a entornos que no se relacionan con los espacios de crecimiento personal en tiempos de su infancia o adolescencia.

Es posible determinar las expresiones de territorialidad de una comunidad con base en la forma en que ocupa el territorio y desarrolla su cotidianidad con visión de futuro a partir de su relacionamiento con las actividades económicas del territorio. En el caso del municipio de Aquitania, la incursión de un cultivo con amplias posibilidades económicas desvirtuó, en gran medida, muchas de las costumbres de sus pobladores, sobre todo aquellas relacionadas con el cuidado del medio ambiente y el respeto por la tierra como dadora de alimentos.

Sin embargo, el proceso de desarrollo del municipio ha servido para reafirmar modos de producción que han desaparecido en otros lugares del país como el trabajo “al partir”, figura muy similar a la aparcería y que hoy en día aún es muy fuerte en este municipio. De la misma forma, la modalidad del “empeño” es una categoría de trabajo y de apropiación del territorio que todavía está vigente.

El parque municipal de Aquitania fue modificado hace algo más de diez años. Entre las razones para dicha modificación la administración municipal arguyó que era “muy mal visto” que en el parque central se dieran este tipo de dinámicas de oferta y demanda de empleo. La modificación física del lugar fragmentó esas redes de vinculación social alrededor del trabajo de la tierra y de los significados que tiene para la población.

En este sentido, resulta pertinente cuestionar ese tipo de decisiones de planeación del territorio y, sobre todo, tener en cuenta el papel que juegan las tradiciones a la hora de modificar los aspectos de territorialidad representados en la infraestructura. Es otras palabras, los lugares y sus formas están permeados por los significados que la gente les otorga, al desaparecerlos o modificarlos las personas deben resignificarlos, pero muchas veces las condiciones no lo permiten, por lo que estas tradiciones y significados tienden a desaparecer.

Referencias

MOLANO, A. (2009). “La gente no habla en conceptos, a menos que quiera esconderse”. Revista Anthropos: huellas del conocimiento, 230: 101-106.

NATES, B. (2007). La territorialización del conocimiento. Categorías y clasificaciones culturales como ejercicios antropológicos. Barcelona: Anthropos.

Notas

Tradicionalmente se pensaba que “entre más hijos, más manos para el trabajo, especialmente si son hombres”.
Las expresiones “convides a echar azadón” y “arrancadas de cebolla” corresponden a las formas en que se denominaba el trabajo en las parcelas, realizado por obreros durante jornadas diarias o semanales –dependiendo la extensión a trabajar–. El terrateniente que requerían de mano de obra temporal para sus cultivos los contrataba de manera personal.

Referencias

Molano, A. (2009), La gente no habla en conceptos, a menos que quiera esconderse, Revista Anthropos: Huellas del conocimiento, pp. 101-106.

Nantes, B. (2007), La territorialización del conocimiento, categorías y clasificaciones culturales como ejercicios antropológicos.

Cómo citar

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Preciado trujillo, E. A. (2017). La territorialidad en el proceso de la migración: Un acercamiento a la cartografía de proximidad. Bitácora Urbano Territorial, 27(3), 149–154. https://doi.org/10.15446/bitacora.v27n3.66792

ACM

[1]
Preciado trujillo, E.A. 2017. La territorialidad en el proceso de la migración: Un acercamiento a la cartografía de proximidad. Bitácora Urbano Territorial. 27, 3 (sep. 2017), 149–154. DOI:https://doi.org/10.15446/bitacora.v27n3.66792.

ACS

(1)
Preciado trujillo, E. A. La territorialidad en el proceso de la migración: Un acercamiento a la cartografía de proximidad. Bitácora Urbano Territorial 2017, 27, 149-154.

ABNT

PRECIADO TRUJILLO, E. A. La territorialidad en el proceso de la migración: Un acercamiento a la cartografía de proximidad. Bitácora Urbano Territorial, [S. l.], v. 27, n. 3, p. 149–154, 2017. DOI: 10.15446/bitacora.v27n3.66792. Disponível em: https://revistas.unal.edu.co/index.php/bitacora/article/view/66792. Acesso em: 24 abr. 2024.

Chicago

Preciado trujillo, Edison Andres. 2017. «La territorialidad en el proceso de la migración: Un acercamiento a la cartografía de proximidad». Bitácora Urbano Territorial 27 (3):149-54. https://doi.org/10.15446/bitacora.v27n3.66792.

Harvard

Preciado trujillo, E. A. (2017) «La territorialidad en el proceso de la migración: Un acercamiento a la cartografía de proximidad», Bitácora Urbano Territorial, 27(3), pp. 149–154. doi: 10.15446/bitacora.v27n3.66792.

IEEE

[1]
E. A. Preciado trujillo, «La territorialidad en el proceso de la migración: Un acercamiento a la cartografía de proximidad», Bitácora Urbano Territorial, vol. 27, n.º 3, pp. 149–154, sep. 2017.

MLA

Preciado trujillo, E. A. «La territorialidad en el proceso de la migración: Un acercamiento a la cartografía de proximidad». Bitácora Urbano Territorial, vol. 27, n.º 3, septiembre de 2017, pp. 149-54, doi:10.15446/bitacora.v27n3.66792.

Turabian

Preciado trujillo, Edison Andres. «La territorialidad en el proceso de la migración: Un acercamiento a la cartografía de proximidad». Bitácora Urbano Territorial 27, no. 3 (septiembre 1, 2017): 149–154. Accedido abril 24, 2024. https://revistas.unal.edu.co/index.php/bitacora/article/view/66792.

Vancouver

1.
Preciado trujillo EA. La territorialidad en el proceso de la migración: Un acercamiento a la cartografía de proximidad. Bitácora Urbano Territorial [Internet]. 1 de septiembre de 2017 [citado 24 de abril de 2024];27(3):149-54. Disponible en: https://revistas.unal.edu.co/index.php/bitacora/article/view/66792

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