Publicado

2018-01-01

Las políticas urbanas y la cohesión social

Urban policies and social cohesion

As políticas urbanas e coesão social

DOI:

https://doi.org/10.15446/bitacora.v28n1.67726

Palabras clave:

memoria colectiva, identidad colectiva, urbanismo, política pública (es)
collective memory, collective identity, urbanism, public policy. (en)
memoria colectiva, identidad coletiva, urbanismo, política pública. (pt)

Autores/as

  • Rosa Martha Santamaria Hernández Universidad Politécnica de Madrid

La cohesión social dibuja a una colectividad que se cuida a sí misma, evita conflictos y no genera grandes problemas. Esta cohesión se nutre, principalmente, de la identidad colec- tiva, la cual, a su vez, se sustenta mayormente en la memoria colectiva que surge de la interacción entre individuos. Las políticas urbanas tienen dentro de sus nes conseguir la cohesión social, no obstante, esto se queda en anhelos ya que lo que se lleva a cabo son prácticas privadas que buscan la rentabilidad económica de las acciones y que generan ciudades que, en lugar de favorecer las relaciones, las entorpecen. Para conseguir esa cohesión añorada es necesario que las políticas urbanas se pongan en marcha y tengan como objetivo la generación de la memoria colectiva. 

Social cohesion draws a community that cares for itself, avoids conflicts and generates no major problems. This cohesion is nourished mainly of the collective identity which in turn is based mainly of the collective memory, and this only arises from the interaction between individuals. Urban policies have as their goal to achieve social cohesion, however they remain in desires since what is carried out are private practices that seek the economic pro tability of the actions and that generate cities that, instead of favoring the relations, numb them. To achieve this longed for cohesion, it is necessary for urban policies to be set in motion and aim at generating collective memory. 

A coesão social dibuja a una colectividade que se cuida a sí misma, evita confiitos e não genera grandes problemas. Essa coesão é alimentada principalmente pela identidade coletiva, que por sua vez é amplamente baseada na memória coletiva, e isso só surge da interação entre indivíduos. As políticas urbanas visam alcançar a coesão social, no entanto, permanecem em desejos, uma vez que o que é realizado são práticas privadas que buscam a rentabilidade econômica das ações e que geram cidades que, ao invés de favorecer as relações, eles os impedem. Para alcançar essa coesão ansiosa, é necessário que as políticas urbanas sejam implementadas e visem gerar memória coletiva. 

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Las políticas urbanas
y la cohesión social1

Urban policies and social cohesion

As políticas urbanas e coesão social

Rosa Martha Santamaría-Hernández

Doctoranda en Sostenibilidad y Regeneración Urbana

Universidad Politécnica de Madrid

rmsanta2000@yahoo.es

Resumen

La cohesión social dibuja a una colectividad que se cuida a sí misma, evita conflictos y no genera grandes problemas. Esta cohesión se nutre, principalmente, de la identidad colectiva, la cual, a su vez, se sustenta mayormente en la memoria colectiva que surge de la interacción entre individuos. Las políticas urbanas tienen dentro de sus fines conseguir la cohesión social, no obstante, esto se queda en anhelos ya que lo que se lleva a cabo son prácticas privadas que buscan la rentabilidad económica de las acciones y que generan ciudades que, en lugar de favorecer las relaciones, las entorpecen. Para conseguir esa cohesión añorada es necesario que las políticas urbanas se pongan en marcha y tengan como objetivo la generación de la memoria colectiva.

Palabras clave: memoria colectiva, identidad colectiva, urbanismo, política pública.

Abstract

Social cohesion draws a community that cares for itself, avoids conflicts and generates no major problems. This cohesion is nourished mainly of the collective identity which in turn is based mainly of the collective memory, and this only arises from the interaction between individuals. Urban policies have as their goal to achieve social cohesion, however they remain in desires since what is carried out are private practices that seek the economic profitability of the actions and that generate cities that, instead of favoring the relations, numb them. To achieve this longed for cohesion, it is necessary for urban policies to be set in motion and aim at generating collective memory.



Keywords: collective memory, collective identity, urbanism, public policy.

Resumo

A coesão social dibuja a una colectividade que se cuida a sí misma, evita conflitos e não genera grandes problemas. Essa coesão é alimentada principalmente pela identidade coletiva, que por sua vez é amplamente baseada na memória coletiva, e isso só surge da interação entre indivíduos. As políticas urbanas visam alcançar a coesão social, no entanto, permanecem em desejos, uma vez que o que é realizado são práticas privadas que buscam a rentabilidade econômica das ações e que geram cidades que, ao invés de favorecer as relações, eles os impedem. Para alcançar essa coesão ansiosa, é necessário que as políticas urbanas sejam implementadas e visem gerar memória coletiva.


Palabras clave: memoria colectiva, identidad coletiva, urbanismo, política pública.

Rosa Martha Santamaría-Hernández

Licenciada en Arquitectura de la Universidad de Guanajuato (México), Magister en Planeamiento Urbano y Territorial con especialidad en Estudios Urbanos de la Universidad Politécnica de Madrid (España) y docente de la carrera de Arquitectura en la Universidad Autónoma de Querétaro (México).

Introducción

La cohesión social describe el nivel de intensidad que existe en los vínculos sociales que relacionan a los individuos con la estructura colectiva de la sociedad. Designa el grado de consenso de los miembros de un grupo social en torno a la pertenencia de un proyecto común (CEPAL, 2007). Su importancia radica en el desarrollo que esta supone para toda la sociedad, puesto que actúa como un aglutinante que crea relaciones entre individuos en la sociedad. También ejerce un control emocional al volver las relaciones más fuertes y consistentes, por lo que se emplea como un mecanismo de evaluación del grado de la interacción social al interior de una colectividad.

Esta cohesión social se conforma por la identidad de un grupo, la cual, se nutre de la memoria colectiva y esta, a su vez, sólo surge de las relaciones sociales. Por lo tanto, si se quiere llegar a la cohesión social se deben fomentar las relaciones. No obstante, las políticas urbanas o, mejor dicho, las prácticas urbanas generan ciudades que no solo no favorecen las relaciones, sino que las entorpecen.

Este artículo parte de la premisa de que vivimos en una sociedad poco cohesionada, fundamentalmente, por la pérdida de estructuras fuertes y de redes sociales, aspecto en el que influyen las ciudades que habitamos y las prácticas urbanas que les dan forma, por lo tanto, la memoria y las relaciones son los elementos indispensables para generar cohesión social.

La construcción de la cohesión social

La cohesión social se construye a partir de los siguientes elementos: la memoria, la identidad y la memoria colectiva.

La memoria

Según Halbwachs (2004a) los recuerdos históricos se pueden adquirir leyendo o conversando, pero eso no es la memoria. La memoria está constituida por lo que se ha visto, hecho, sentido o pensado en un momento dado, pues “no se basa en la historia aprendida sino en la historia vivida” (Halbwachs, 2004a: 60) y se diferencia de la historia porque comienza cuando termina la memoria. La memoria es algo vivo y es inútil fijarla, de hecho, “es menos una restitución fiel del pasado que una reconstrucción continuamente actualizada del mismo” (Candau, 2001: 9) que se va actualizando de acuerdo con las percepciones y las necesidades del presente, así como de la visión de futuro.

Un recuerdo, por muy íntimo que sea, se conserva en la medida que se ha reflexionado sobre ello, es decir, que se le ha vinculado con los pensamientos provenientes del medio social (Halbwachs, 2004b), se le ha ubicado en un sitio, se le ha dado un nombre, y ese sitio, ese nombre son los marcos sociales que permiten recordar los acontecimientos esenciales del pasado. Espacio, tiempo, lenguaje son algunos de los marcos, pero existen muchas otras nociones específicas de ciertos grupos sociales. Estos marcos son representaciones estables y dominantes.

La memoria individual sirve para no confundir el pasado propio con el del vecino o amigo, pero toda memoria es social. La sucesión de los recuerdos, incluso, los más personales, se explica siempre por los cambios que se producen en las relaciones con los distintos medios colectivos (Halbwachs, 2004a), es por eso que la memoria de los seres humanos depende de los grupos que lo rodean y de aquello que tiene mayor interés para estos.

La memoria es, además, la fuente primordial de la identidad, ya que por esta el individuo capta y comprende continuamente el mundo, lo estructura, lo ordena y le da sentido (Candau, 2001). “De cada época de nuestra vida, guardamos algunos recuerdos, sin cesar reproducidos, y a través de los cuales se perpetúa, como por efecto de una filiación continua, el sentimiento de nuestra identidad” (Halbwachs, 2004b: 111).

La identidad

Se puede decir que la identidad se constituye básicamente por tres elementos: un relato coherente, un sistema de creencias y una comunidad definidora.

Un relato coherente

Como la identidad se alimenta principalmente de la memoria, esta consiste en un proceso de reapropiación y negociación del pasado, es una actualización del mismo según las necesidades del presente y la proyección del futuro. La identidad supone saber cómo se ha llegado a ser lo que se es, lo que se hace y por qué se hace, preguntas que obtienen una respuesta mediante las actividades que se realizan, porque uno es aquello que hace. “El proyecto reflejo del yo, consiste en el mantenimiento de una crónica biográfica coherente, si bien continuamente revisada” (Giddens, 1995: 14).

Como ser que crece y deviene, el individuo sólo puede conocerse a través de la historia de sus maduraciones y regresiones, de sus victorias y derrotas. La comprensión que se tiene de sí mismo, es decir la identidad, necesariamente tiene una profundidad temporal e incorpora la narrativa (Taylor, 1996).

Un sistema de creencias

Mi identidad se define por el marco dentro del cual yo intento determinar lo que es bueno, valioso, lo que debo hacer, lo que apruebo o a lo que me opongo. Es el horizonte en el que puedo adoptar una postura (Taylor, 1996). Saber quién soy es saber dónde estoy, es estar orientado en el espacio moral donde existen las relaciones definidoras más importantes de la identidad.

Una comunidad definidora

“El yo jamás se describe sin referencia a quienes lo rodean” (Taylor, 1996: 51). El yo se define a partir del lugar de enunciación, es decir, desde el sitio desde el cual habla. No es posible ser un yo en solitario, por eso, una definición completa de la identidad incluye una referencia a una comunidad definidora. La identidad se ajusta en función de esta y, cuando la colectividad impone marcas sólidas, emergen memorias igualmente sólidas.

La memoria colectiva

La memoria colectiva es la memoria de un grupo, es la interacción de memorias parciales que se cruzan, se completan, se superponen y se jerarquizan. También se le llama tradición. Es una memoria que vive a través de todas las memorias únicas y, a la vez, solidarias, y es perceptible solamente mediante el funcionamiento de la operación de despiece de rememoración al interior del grupo. Es esencialmente una reconstrucción del pasado, pero, como el grupo no tiene memoria como facultad física o biológica, es una representación. De hecho, a menudo, los acontecimientos cuentan menos que las representaciones que los grupos crean.

El grupo no es sólo un conjunto de individuos, es un interés, un tipo de ideas, de preocupaciones generales. Existen tantas memorias colectivas como grupos y, como estos, cambian sin cesar, no dejan de transformarse. La tradición es una noción dinámica compatible, en principio, con el cambio, porque nunca es una mera repetición del pasado en el presente, sino un filtro, una redefinición y una reelaboración permanente del pasado en función de las necesidades y desafíos del presente (Giménez, 2009b).

La memoria colectiva se manifiesta en las redes de sociabilidad como la familia, los vecinos del barrio, los amigos de la escuela o los compañeros de trabajo, y en instituciones como la iglesia, el gobierno y el gremio. La memoria colectiva está viva en los individuos que la recuerdan como miembros del grupo y tiene un límite en el tiempo, por eso se pierde cuando el grupo deja de existir. Cuando los grupos que labraron unas ideas se extinguen, dejan espacio a otros con ideas diferentes que moldean la opinión según unos modelos nuevos.

La identidad colectiva

La identidad colectiva es una percepción grupal de un nosotros, es reconocerse como miembro de un grupo, pero también ser percibido y reconocido como tal por los otros miembros de ese grupo en función de atributos, valores, símbolos, orientaciones comunes y rasgos distintivos que permiten diferenciarse del resto. Es producir representaciones relacionadas con el origen, la historia y la naturaleza del grupo, a través de las cuales se legitiman, se distribuyen los roles y posiciones sociales, se crean valores y normas, así como los sistemas de representación que los fijan y traducen.

Para Melucci (citado en Giménez, 2009a), la identidad colectiva implica, en primer término, una definición común y compartida de las orientaciones de la acción del grupo en cuestión, es decir, los fines, los medios y el campo de acción. En segundo lugar, entraña vivir esa definición compartida no simplemente como una cuestión cognitiva, sino como valor, como un modelo cultural susceptible de adhesión colectiva, para lo cual se le incorpora un conjunto determinado de rituales, prácticas y artefactos culturales. Involucra, por último, construir una historia y una memoria que confieran cierta estabilidad a la autodefinición identitaria del grupo, por lo que la memoria colectiva es para las identidades colectivas lo que la memoria biográfica es para las identidades individuales.

Remitiéndose a los tres aspectos que forman la identidad individual, se puede decir que en la identidad colectiva el relato coherente viene dado por la memoria colectiva, por las celebraciones y los lugares que dan forma y sustento al relato. La comunidad definidora viene dada por el sentido de pertenencia a la misma, por las características compartidas, por los símbolos y por la organización. El sistema de creencias hace referencia a la moral del grupo, a las normas y valores del mismo.

Figura 1. Elementos que conforman la identidad

Fuente: elaboración propia.

La cohesión social no se refiere a un elemento en particular sino a la intensidad, al grado de interacción social, a la estructura de las redes sociales generadas y que atan a los individuos a la sociedad en conjunto, la cual viene determinada por los atributos comunes que se comparten, por el sentido de pertenencia desarrollado, por la memoria colectiva desarrollada, por las celebraciones compartidas, por los valores que se tienen y que se respetan, por la organización del grupo, entre otros.

Es decir, la cohesión social se nutre, principalmente, de la identidad colectiva de un grupo que, a su vez, se alimenta fundamentalmente de la memoria colectiva. Como se ha mencionado anteriormente, la memoria no se aprende en los libros, se crea y se vive, por lo tanto, sólo puede surgir de las relaciones, de la interacción con los nuestros y con los otros. Estas relaciones, en una sociedad eminentemente urbana, se dan en la ciudad.

Las prácticas urbanas en la deconstrucción de la cohesión social

La política pública es el gobierno en acción. Son las distintas acciones con las que el gobierno pretende solucionar las problemáticas detectadas.

La cohesión social es un elemento que se menciona en todos los documentos gubernamentales mexicanos, desde el Plan Nacional de Desarrollo (PND) 2013-2018 (Estados Unidos de México, 2013), que es el plan rector de las acciones del gobierno de turno, hasta los programas con los que se aterriza dicho Plan. Es un concepto que se busca conseguir a través de las políticas públicas puesto que evita el conflicto y la división, no obstante, muchas veces se queda en la teoría porque las acciones que se llevan a cabo distan mucho de lo planteado en el PND.

Los objetivos del PND y del Programa Nacional de Desarrollo Urbano son controlar la expansión desordenada de las manchas urbana, consolidar las ciudades, reducir el rezago de la vivienda, promover los sistemas de movilidad sustentables y eficientes, y en general, conseguir ciudades compactas, sostenibles e incluyentes, pero la realidad es otra. Son los entes municipales los que toman las decisiones directamente relacionadas con el desarrollo de las ciudades, pero normalmente privilegian los intereses de las empresas privadas, por lo que son estas las que determinan cómo y hacia dónde se va.

Los Planes Municipales de Desarrollo Urbano existen, pero pocas veces se les toma en cuenta y lo mismo para con los programas federales, los cuales se ejecutan a nivel municipal. Un ejemplo de ello es el programa Rescate de Espacios Públicos, que pretende rescatar espacios públicos con deterioro, abandono o inseguridad para el uso y disfrute de la comunidad, y para favorecer el tejido y la cohesión social (Secretaría de Desarrollo Agrario, Territorial y Urbano, 2014). Se trata de un programa que muchas veces se lleva a cabo en colonias periféricas, con pocos servicios, alejadas de los lugares de trabajo, con población de bajos recursos económicos que dedican la mayor parte de su tiempo a trabajar y que prácticamente llegan a dormir. El programa beneficia a la comunidad rescatando el entorno físico y proveyendo equipamiento (canchas, juegos infantiles, gimnasios al aire libre, entre otros) sin consultar con la comunidad. Por el contrario, son acciones aisladas que no buscan dar solución a las problemáticas de fondo que se viven en las colonias: la violencia, la inseguridad y la debilidad del tejido social, mientras que sí produce ganancias económicas para la empresa constructora.

Este tipo de operaciones aisladas, ya sean públicas o privadas, son las que se han impuesto en los últimos años y rigen el desarrollo de las ciudades, las cuales marcan las relaciones de las personas y de la vida social en su conjunto. Por lo tanto, más que de políticas urbanas y de urbanismo como función pública, se tendría que hablar de prácticas urbanas determinadas por el sector privado, cuyo objetivo es la rentabilidad del negocio. Prácticas urbanas que llevan a la pérdida de la centralidad, al abandono del espacio público y a la creación de ciudades que contrarían las relaciones en lugar de favorecerlas, perjudicando con esto la cohesión social.

De hecho, se vive en una sociedad en desintegración y se puede decir que este relajamiento del tejido social viene por dos vertientes: por un lado, está lo que le ocurre a la sociedad en su conjunto, y, por otro, lo que le ocurre al individuo en particular. Con respecto a la sociedad, Taylor (1996), Bauman (2001), Giddens (1995) y Sennet (1997) hablan de la atomización, que es la pérdida de estructuras-redes sociales, la secularización o la pérdida de los horizontes morales tradicionales y la liberalización producida por el modo de producción capitalista.

La familia, el barrio, el gremio ya no nos comprenden, las comunidades tradicionales se disuelven, se desestructuran y el individuo queda suelto. En la actualidad, la propia sociedad ha sacado al individuo de una vida rica en relaciones, de afiliaciones comunitarias, familiares, de nacimiento o de la polis (Taylor, 1996), para llevarlo hacia unas asociaciones móviles o efímeras.

En las ciudades actuales se presenta una desvinculación total entre las zonas de empleo y las de residencia, lo cual genera expansión de las manchas urbanas, desplazamientos constantes, tráfico, contaminación, gasto, pérdida de tiempo, tiempo que podría dedicarse a las relaciones familiares, de amistad, vecinales. En dichas ciudades hay una gran inversión en obras públicas como calles, avenidas, carreteras que beneficia a las constructoras y favorecen al transporte privado, y que, muchas veces, dividen la ciudad en lugar de mejorar la conectividad entre las colonias.

Muchas colonias se han convertido en colonias dormitorio donde no se desarrollan relaciones vecinales. Colonias alejadas de los centros laborales, educativos y recreativos, haciendo que el precio del suelo sea más bajo y la vivienda más barata y, por lo tanto, asequible en términos económicos para los compradores. Es allí donde los desarrolladores obtienen mayores ganancias.

La propia sociedad y el mercado fomentan una sociedad constituida por individuos libres, portadores de derechos individuales e intereses particulares, que lleva a la atomización de la sociedad y, con ella, a la pérdida de la memoria colectiva, lo cual es peligroso ya que esta es la principal fuente de la identidad.

En las ciudades, el mercado fomenta la separación. Las viviendas, sin importar su nivel socioeconómico, se cierran cada vez más, buscan estar con los de su mismo nivel y separarse de los otros por medio de muros. Ha aumentado la construcción de colonias cerradas, monofuncionales, sin espacio público y que se desconectan del tejido urbano. Colonias en las que las relaciones que puedan darse serán únicamente entre iguales, por lo tanto, los barrios van desapareciendo y, con ellos, las múltiples relaciones y tradiciones que se podían generar ahí.

Así mismo, se ha dado un abandono de la creencia en Dios y una decadencia de la práctica religiosa, la cual ha pasado a ser algo marginal, una práctica privada. También hay “un decadente interés por el bien común y por las imágenes de la sociedad buena” (Bauman, 2001: 117). La práctica religiosa controlaba y dirigía, de alguna manera, lo que se consideraba como bueno, pero, actualmente, no se tiene claridad sobre lo que es necesario hacer para que el mundo sea mejor. No se tiene fe en Dios, pero tampoco se cree que la sociedad pueda guiar hacia lo bueno.

Las políticas de Estado han llevado a la laicidad de los gobiernos, de la educación y de todo lo que tenga que ver con lo público, lo cual no tiene por qué estar mal, la moral religiosa no es la única que puede preservar a los grupos. El problema es que las ciudades en las que se vive actualmente propician la individualización y la separación, y llevan a que no existan grupos, siendo que en los grupos es donde se pueden generar valores, normas, morales. Con la pérdida de los horizontes tradicionalmente religiosos, los individuos se quedan sin horizontes morales.

Además de esto, en el mundo actual, la producción y el intercambio dejaron de estar inscritos en una forma de vida más amplia, mientras que el trabajo pasó a ser considerado como una simple mercancía. La mentalidad cortoplacista y flexible llena la vida laboral de incertidumbre, generando una gran preocupación por lo económico. Este mundo es el producto de la economía política de la incertidumbre, donde la precariedad es el elemento esencial del poder y la técnica principal de control social (Bourdieu, citado en Bauman, 2001), donde se generan “relaciones desiguales de poder que hacen mofa de la equidad política que presupone la genuina autonomía” (Taylor, 1996: 524).

La sociedad fomenta la vivienda en propiedad y actualmente se vive en ciudades donde las prácticas urbanas hacen que el espacio que se puede adquirir para vivir quede territorialmente lejos de todo, incluido el trabajo. Por otra parte, los individuos están profesional y laboralmente poco cualificados pues el nivel educativo es bajo, de ahí que sólo puedan acceder a empleos mal remunerados. Por lo tanto, dedican mucho tiempo al trabajo y a trasladarse, quedando con poco tiempo para realizar cualquier otra actividad, esto cuando se tiene la fortuna de tener un sueldo que alcance para vivir porque, de no ser así, ese poco tiempo libre se dedicará a una actividad productiva que genere ingresos extra.

Esa precariedad económica hace que surja la inseguridad, que no se tenga dominio sobre el presente y que el futuro sea incierto. Esta incertidumbre es una fuerza poderosa individualizadora porque lleva a pensar sólo en cómo sobrevivir día a día, quebrantando las relaciones sociales, la acción colectiva y el compromiso político.

Como se mencionó con anterioridad, se vive en una sociedad en desintegración y esto afecta directamente al individuo, a su identidad, la cual está condicionada por lo que sucede en la sociedad. Para comprender mejor el impacto en la identidad, se hace necesario explicitar los tres elementos que la integran:

  • Un relato coherente. Cuando la identidad era algo dado, se estaba predestinado. La situación social estaba definida desde el nacimiento, se era hijo de alguien y esto determinaba todas las relaciones, además del domicilio y el trabajo (Lerner, citado en Garrigós, 2003). Las relaciones familiares se debilitan cada vez más porque no hay tiempo para dedicarle a los seres queridos por estar trabajando para sobrevivir y consumir. En la actualidad, los individuos se relacionan en un mundo globalizado con gran diversidad de opciones para conformar su identidad, pero poca ayuda para elegir, porque no se tiene a ese amigo, vecino o familia que nos acompañaba en el crecimiento.
  • Una comunidad definidora. El desmoronamiento de las estructuras y de las redes sociales sólidas como la comunidad, la familia y el barrio expone a los individuos a la inseguridad de sus acciones. Antes, el ciclo de vida tenía fuertes connotaciones de renovación, pues cada generación redescubría y revivía, de alguna manera, los modos de vida de sus antecesores (Giddens, 1995). Para Lasch (citado en Giddens, 1995), hoy asistimos al desvanecimiento de la historia, a la pérdida de continuidad histórica en el sentido de sentirse parte de una serie de generaciones que se remontan hacia el pasado y se extienden hacia el futuro. El individuo actual se aleja de los grupos con los que comparte una historia porque no les da importancia, porque no le interesa relacionarse con los vecinos o con los familiares, y porque la ciudad hace más difíciles esas relaciones. Pero se necesita pertenecer a algo, por lo que se buscan grupos con los cuales identificarse y se termina integrando en aquellos con los que se comparte algún interés para apropiase de rasgos o modelos de comportamiento para evitar la angustia.
  • Un sistema de creencia. El desmoronamiento de las normas, los valores, los referentes deja muchos interrogantes morales que se plantean en la vida cotidiana sin respuesta. “La seguridad de tradiciones y costumbres no ha sido sustituida por la certidumbre del conocimiento racional” (Giddens, 1995: 11), ya que la ciencia se basa en la duda. “La tradición era en sí misma una fuente primordial de autoridad que no se localizaba en ninguna institución en particular, sino que impregnaba muchos aspectos de la vida social” (Giddens, 1995: 246), regía cómo se debían hacer o no las cosas, pero las autoridades tradicionales ya no son una alternativa a la duda. En la actualidad parece que no interesa hacer parte de una comunidad, por lo tanto, el individuo no tiene preocupaciones colectivas ni tampoco la manera de afrontarlas, por lo que no se pueden generar normas, ni puntos de referencia. Las respuestas se buscan en el interior, en las preocupaciones personales y en función únicamente del individuo.

Las ideologías nacionalistas, lo mismo que las revolucionarias, sostienen que el pueblo comparte un destino. La ciudad, sin embargo, ha falsificado esta afirmación. Durante el siglo XIX el desarrollo urbano empleó las tecnologías del movimiento, de la salud pública y del confort privado, así como los movimientos del mercado y la planificación de las calles, los parques y las plazas para oponerse a las reivindicaciones de las multitudes, y privilegiar las pretensiones de los individuos (Sennet, 1997).

La sociedad actual se está desintegrando, fundamentalmente, por la pérdida de estructuras fuertes. La sociedad no puede deshacerse sin que el individuo se desprenda de la vida social, sin que su personalidad tienda a ponerse por encima de la personalidad colectiva (Durkheim, 2011).

Lefebvre (1972) afirma que la relación del ser humano con el mundo, con la naturaleza y con su propia naturaleza jamás había alcanzado una miseria tan profunda como en este reino del lugar de habitación y de la racionalidad supuestamente urbanística, producto de un urbanismo vacío, sin sentido, en el que se ha pretendido reemplazar y suplantar la práctica urbana, en el que se ha separado el espacio de las relaciones sociales y de la sociedad. “La experiencia del mundo compartida descansa tanto en una comunidad de tiempo como de espacio” (Ricoeur, 2003: 171), pero las prácticas urbanas se han empeñado en que cada vez se comparta menos el espacio, en que las comunidades se separen, en que los espacios de convivencia desaparezcan, el espacio público se abandone o en que los espacios se compartan bajo ciertos términos, ya que estos son fundamentalmente privados. Y eso, indudablemente, influye en la sociedad, porque desparecen los sitios en donde puedan surgir las relaciones, los vínculos sociales, las redes de apoyo, la seguridad.

Esto lleva a un círculo vicioso en donde se tiene una sociedad de individuos en un entorno precario en sentido urbano y económico, y lleno de inseguridades, por lo que no pueden más que preocuparse por sí mismos y por el día a día. Individuos que no se relacionan y, por lo tanto, que no pueden crear estructuras, ni redes, que son incapaces de generar una memoria colectiva, creencias, valores, horizontes morales.

Conclusiones. La memoria colectiva en las políticas urbanas

La cohesión social dibuja un tejido social trabado, que se apoya para salir adelante, que genera y mantiene sus tradiciones, entre muchas otras bondades, pero, sobre todo sugiere un tejido social que no da problemas porque se auto-regula. Es por lo tanto un concepto muy atractivo para cualquier gobierno. Así mismo, es un concepto que debe buscar ser conseguido porque es lo políticamente correcto según las convenciones internacionales.

No obstante, la cohesión social, como objetivo, se queda en teoría y en los documentos que deberían dirigir las políticas urbanas, porque la realidad es que estas dejan paso a unas prácticas urbanas dirigidas, fundamentalmente, por el mercado y por los intereses económicos de quienes lo controlan. Por lo tanto, son prácticas que buscan la mayor rentabilidad sin importar las afectaciones que generen, pero que más que favorecer la cohesión social, tienen como fin la individualización de la sociedad. Una sociedad constituida por individuos difícilmente podrá hacer frente a nada, será una masa amorfa que siga los designios de quien marque la tendencia, sean estos gobiernos, empresas privadas o el mercado en su conjunto.

Para hacerle frente a las necesidades de la sociedad actual, sociedad que está en desintegración, se precisa de acciones que se enfoquen en lo físico y en favorecer el empleo y la economía, pero también en favorecer las relaciones. De ahí que sean necesarias prácticas urbanas direccionadas, contextualizadas y sin que su único interés sea la rentabilidad económica. Se requiere de un urbanismo como función pública, ejecutado por los gobiernos y en una misma línea a nivel federal, estatal y municipal, que delimite y controle el accionar de la práctica privada.

Se debe poner fin a esa sociedad de individuos en un entorno urbano y económicamente precario en el que, además, no se relacionan. Se debe retomar la idea del derecho a la ciudad, el cual no se refiere a volver a lo antiguo o tradicional, sino a la vida urbana, a la centralidad renovada, a los lugares de encuentro, de intercambio, a los ritmos de vida y empleos del tiempo que permiten el disfrute pleno de estos momentos y lugares (Lefebvre, 1969). Donde poco importa que el tejido urbano se extienda lejos del centro, con tal que lo urbano (lugar de encuentro, de intercambio, de significación), encuentre su base morfológica.

Para cesar la anomia, el urbanismo para la sociedad actual debe estar enfocado en favorecer lo urbano, las relaciones, de las cuales surgirán diálogos, pero también desencuentros, discusiones, organizaciones, normas, valores, vínculos, apoyos, redes, sentido de pertenencia, historias, narrativas, tradiciones, relatos coherentes, comunidades, identidades. Se necesitan políticas urbanas que tengan como finalidad generar o regenerar la memoria colectiva, que es la base para conseguir la cohesión social tan añorada y esto solo se podrá conseguir repensando la ciudad. Repensando cómo se pueden favorecer las relaciones, es decir, cómo se puede vincular el empleo y la residencia, cómo se pueden conseguir barrios multifuncionales y no colonias dormitorio, cómo se puede hacer una ciudad que se viva, que se disfrute, que mejore la calidad de vida, y no solo que se sobreviva y se padezca.

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1 Este documento proviene del marco teórico de la investigación para la tesis doctoral de la autora Los espacios de expresión en la memoria colectiva como base para la regeneración urbana, del programa Sostenibilidad y Regeneración Urbana de la Universidad Politécnica de Madrid.

Recibido: 31 de enero de 2017

Aprobado: 13 de septiembre de 2017

https://doi.org/10.15446/bitacora.v28n1.67726

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Dossier central

Recibido: 31 de enero de 2017; Aceptado: 13 de septiembre de 2017

Resumen

La cohesión social dibuja a una colectividad que se cuida a sí misma, evita conflictos y no genera grandes problemas. Esta cohesión se nutre, principalmente, de la identidad colectiva, la cual, a su vez, se sustenta mayormente en la memoria colectiva que surge de la interacción entre individuos. Las políticas urbanas tienen dentro de sus fines conseguir la cohesión social, no obstante, esto se queda en anhelos ya que lo que se lleva a cabo son prácticas privadas que buscan la rentabilidad económica de las acciones y que generan ciudades que, en lugar de favorecer las relaciones, las entorpecen. Para conseguir esa cohesión añorada es necesario que las políticas urbanas se pongan en marcha y tengan como objetivo la generación de la memoria colectiva.

Palabras clave

memoria colectiva, identidad colectiva, urbanismo, política pública.

Palabras clave

memoria colectiva, identidad coletiva, urbanismo, política pública.

Abstract

Social cohesion draws a community that cares for itself, avoids conflicts and generates no major problems. This cohesion is nourished mainly of the collective identity which in turn is based mainly of the collective memory, and this only arises from the interaction between individuals. Urban policies have as their goal to achieve social cohesion, however they remain in desires since what is carried out are private practices that seek the economic profitability of the actions and that generate cities that, instead of favoring the relations, numb them. To achieve this longed for cohesion, it is necessary for urban policies to be set in motion and aim at generating collective memory.

Keywords

collective memory, collective identity, urbanism, public policy.

Resumo

A coesão social dibuja a una colectividade que se cuida a sí misma, evita conflitos e não genera grandes problemas. Essa coesão é alimentada principalmente pela identidade coletiva, que por sua vez é amplamente baseada na memória coletiva, e isso só surge da interação entre indivíduos. As políticas urbanas visam alcançar a coesão social, no entanto, permanecem em desejos, uma vez que o que é realizado são práticas privadas que buscam a rentabilidade econômica das ações e que geram cidades que, ao invés de favorecer as relações, eles os impedem. Para alcançar essa coesão ansiosa, é necessário que as políticas urbanas sejam implementadas e visem gerar memória coletiva.

Introducción

La cohesión social describe el nivel de intensidad que existe en los vínculos sociales que relacionan a los individuos con la estructura colectiva de la sociedad. Designa el grado de consenso de los miembros de un grupo social en torno a la pertenencia de un proyecto común (CEPAL, 2007). Su importancia radica en el desarrollo que esta supone para toda la sociedad, puesto que actúa como un aglutinante que crea relaciones entre individuos en la sociedad. También ejerce un control emocional al volver las relaciones más fuertes y consistentes, por lo que se emplea como un mecanismo de evaluación del grado de la interacción social al interior de una colectividad.

Esta cohesión social se conforma por la identidad de un grupo, la cual, se nutre de la memoria colectiva y esta, a su vez, sólo surge de las relaciones sociales. Por lo tanto, si se quiere llegar a la cohesión social se deben fomentar las relaciones. No obstante, las políticas urbanas o, mejor dicho, las prácticas urbanas generan ciudades que no solo no favorecen las relaciones, sino que las entorpecen.

Este artículo parte de la premisa de que vivimos en una sociedad poco cohesionada, fundamentalmente, por la pérdida de estructuras fuertes y de redes sociales, aspecto en el que influyen las ciudades que habitamos y las prácticas urbanas que les dan forma, por lo tanto, la memoria y las relaciones son los elementos indispensables para generar cohesión social.

La construcción de la cohesión social

La cohesión social se construye a partir de los siguientes elementos: la memoria, la identidad y la memoria colectiva.

La memoria

Según Halbwachs (2004a) los recuerdos históricos se pueden adquirir leyendo o conversando, pero eso no es la memoria. La memoria está constituida por lo que se ha visto, hecho, sentido o pensado en un momento dado, pues “no se basa en la historia aprendida sino en la historia vivida” (Halbwachs, 2004a: 60) y se diferencia de la historia porque comienza cuando termina la memoria. La memoria es algo vivo y es inútil fijarla, de hecho, “es menos una restitución fiel del pasado que una reconstrucción continuamente actualizada del mismo” (Candau, 2001: 9) que se va actualizando de acuerdo con las percepciones y las necesidades del presente, así como de la visión de futuro.

Un recuerdo, por muy íntimo que sea, se conserva en la medida que se ha reflexionado sobre ello, es decir, que se le ha vinculado con los pensamientos provenientes del medio social (Halbwachs, 2004b), se le ha ubicado en un sitio, se le ha dado un nombre, y ese sitio, ese nombre son los marcos sociales que permiten recordar los acontecimientos esenciales del pasado. Espacio, tiempo, lenguaje son algunos de los marcos, pero existen muchas otras nociones específicas de ciertos grupos sociales. Estos marcos son representaciones estables y dominantes.

La memoria individual sirve para no confundir el pasado propio con el del vecino o amigo, pero toda memoria es social. La sucesión de los recuerdos, incluso, los más personales, se explica siempre por los cambios que se producen en las relaciones con los distintos medios colectivos (Halbwachs, 2004a), es por eso que la memoria de los seres humanos depende de los grupos que lo rodean y de aquello que tiene mayor interés para estos.

La memoria es, además, la fuente primordial de la identidad, ya que por esta el individuo capta y comprende continuamente el mundo, lo estructura, lo ordena y le da sentido (Candau, 2001). “De cada época de nuestra vida, guardamos algunos recuerdos, sin cesar reproducidos, y a través de los cuales se perpetúa, como por efecto de una filiación continua, el sentimiento de nuestra identidad” (Halbwachs, 2004b: 111).

La identidad

Se puede decir que la identidad se constituye básicamente por tres elementos: un relato coherente, un sistema de creencias y una comunidad definidora.

Un relato coherente

Como la identidad se alimenta principalmente de la memoria, esta consiste en un proceso de reapropiación y negociación del pasado, es una actualización del mismo según las necesidades del presente y la proyección del futuro. La identidad supone saber cómo se ha llegado a ser lo que se es, lo que se hace y por qué se hace, preguntas que obtienen una respuesta mediante las actividades que se realizan, porque uno es aquello que hace. “El proyecto reflejo del yo, consiste en el mantenimiento de una crónica biográfica coherente, si bien continuamente revisada” (Giddens, 1995: 14).

Como ser que crece y deviene, el individuo sólo puede conocerse a través de la historia de sus maduraciones y regresiones, de sus victorias y derrotas. La comprensión que se tiene de sí mismo, es decir la identidad, necesariamente tiene una profundidad temporal e incorpora la narrativa (Taylor, 1996).

Un sistema de creencias

Mi identidad se define por el marco dentro del cual yo intento determinar lo que es bueno, valioso, lo que debo hacer, lo que apruebo o a lo que me opongo. Es el horizonte en el que puedo adoptar una postura (Taylor, 1996). Saber quién soy es saber dónde estoy, es estar orientado en el espacio moral donde existen las relaciones definidoras más importantes de la identidad.

Una comunidad definidora

“El yo jamás se describe sin referencia a quienes lo rodean” (Taylor, 1996: 51). El yo se define a partir del lugar de enunciación, es decir, desde el sitio desde el cual habla. No es posible ser un yo en solitario, por eso, una definición completa de la identidad incluye una referencia a una comunidad definidora. La identidad se ajusta en función de esta y, cuando la colectividad impone marcas sólidas, emergen memorias igualmente sólidas.

La memoria colectiva

La memoria colectiva es la memoria de un grupo, es la interacción de memorias parciales que se cruzan, se completan, se superponen y se jerarquizan. También se le llama tradición. Es una memoria que vive a través de todas las memorias únicas y, a la vez, solidarias, y es perceptible solamente mediante el funcionamiento de la operación de despiece de rememoración al interior del grupo. Es esencialmente una reconstrucción del pasado, pero, como el grupo no tiene memoria como facultad física o biológica, es una representación. De hecho, a menudo, los acontecimientos cuentan menos que las representaciones que los grupos crean.

El grupo no es sólo un conjunto de individuos, es un interés, un tipo de ideas, de preocupaciones generales. Existen tantas memorias colectivas como grupos y, como estos, cambian sin cesar, no dejan de transformarse. La tradición es una noción dinámica compatible, en principio, con el cambio, porque nunca es una mera repetición del pasado en el presente, sino un filtro, una redefinición y una reelaboración permanente del pasado en función de las necesidades y desafíos del presente (Giménez, 2009b).

La memoria colectiva se manifiesta en las redes de sociabilidad como la familia, los vecinos del barrio, los amigos de la escuela o los compañeros de trabajo, y en instituciones como la iglesia, el gobierno y el gremio. La memoria colectiva está viva en los individuos que la recuerdan como miembros del grupo y tiene un límite en el tiempo, por eso se pierde cuando el grupo deja de existir. Cuando los grupos que labraron unas ideas se extinguen, dejan espacio a otros con ideas diferentes que moldean la opinión según unos modelos nuevos.

La identidad colectiva

La identidad colectiva es una percepción grupal de un nosotros, es reconocerse como miembro de un grupo, pero también ser percibido y reconocido como tal por los otros miembros de ese grupo en función de atributos, valores, símbolos, orientaciones comunes y rasgos distintivos que permiten diferenciarse del resto. Es producir representaciones relacionadas con el origen, la historia y la naturaleza del grupo, a través de las cuales se legitiman, se distribuyen los roles y posiciones sociales, se crean valores y normas, así como los sistemas de representación que los fijan y traducen.

Para Melucci (citado en Giménez, 2009a), la identidad colectiva implica, en primer término, una definición común y compartida de las orientaciones de la acción del grupo en cuestión, es decir, los fines, los medios y el campo de acción. En segundo lugar, entraña vivir esa definición compartida no simplemente como una cuestión cognitiva, sino como valor, como un modelo cultural susceptible de adhesión colectiva, para lo cual se le incorpora un conjunto determinado de rituales, prácticas y artefactos culturales. Involucra, por último, construir una historia y una memoria que confieran cierta estabilidad a la autodefinición identitaria del grupo, por lo que la memoria colectiva es para las identidades colectivas lo que la memoria biográfica es para las identidades individuales.

Remitiéndose a los tres aspectos que forman la identidad individual, se puede decir que en la identidad colectiva el relato coherente viene dado por la memoria colectiva, por las celebraciones y los lugares que dan forma y sustento al relato. La comunidad definidora viene dada por el sentido de pertenencia a la misma, por las características compartidas, por los símbolos y por la organización. El sistema de creencias hace referencia a la moral del grupo, a las normas y valores del mismo.

Figura 1. Elementos que conforman la identidad

Figura 1. Elementos que conforman la identidad

elaboración propia.

La cohesión social no se refiere a un elemento en particular sino a la intensidad, al grado de interacción social, a la estructura de las redes sociales generadas y que atan a los individuos a la sociedad en conjunto, la cual viene determinada por los atributos comunes que se comparten, por el sentido de pertenencia desarrollado, por la memoria colectiva desarrollada, por las celebraciones compartidas, por los valores que se tienen y que se respetan, por la organización del grupo, entre otros.

Es decir, la cohesión social se nutre, principalmente, de la identidad colectiva de un grupo que, a su vez, se alimenta fundamentalmente de la memoria colectiva. Como se ha mencionado anteriormente, la memoria no se aprende en los libros, se crea y se vive, por lo tanto, sólo puede surgir de las relaciones, de la interacción con los nuestros y con los otros. Estas relaciones, en una sociedad eminentemente urbana, se dan en la ciudad.

Las prácticas urbanas en la deconstrucción de la cohesión social

La política pública es el gobierno en acción. Son las distintas acciones con las que el gobierno pretende solucionar las problemáticas detectadas.

La cohesión social es un elemento que se menciona en todos los documentos gubernamentales mexicanos, desde el Plan Nacional de Desarrollo (PND) 2013-2018 (Estados Unidos de México, 2013), que es el plan rector de las acciones del gobierno de turno, hasta los programas con los que se aterriza dicho Plan. Es un concepto que se busca conseguir a través de las políticas públicas puesto que evita el conflicto y la división, no obstante, muchas veces se queda en la teoría porque las acciones que se llevan a cabo distan mucho de lo planteado en el PND.

Los objetivos del PND y del Programa Nacional de Desarrollo Urbano son controlar la expansión desordenada de las manchas urbana, consolidar las ciudades, reducir el rezago de la vivienda, promover los sistemas de movilidad sustentables y eficientes, y en general, conseguir ciudades compactas, sostenibles e incluyentes, pero la realidad es otra. Son los entes municipales los que toman las decisiones directamente relacionadas con el desarrollo de las ciudades, pero normalmente privilegian los intereses de las empresas privadas, por lo que son estas las que determinan cómo y hacia dónde se va.

Los Planes Municipales de Desarrollo Urbano existen, pero pocas veces se les toma en cuenta y lo mismo para con los programas federales, los cuales se ejecutan a nivel municipal. Un ejemplo de ello es el programa Rescate de Espacios Públicos, que pretende rescatar espacios públicos con deterioro, abandono o inseguridad para el uso y disfrute de la comunidad, y para favorecer el tejido y la cohesión social (Secretaría de Desarrollo Agrario, Territorial y Urbano, 2014). Se trata de un programa que muchas veces se lleva a cabo en colonias periféricas, con pocos servicios, alejadas de los lugares de trabajo, con población de bajos recursos económicos que dedican la mayor parte de su tiempo a trabajar y que prácticamente llegan a dormir. El programa beneficia a la comunidad rescatando el entorno físico y proveyendo equipamiento (canchas, juegos infantiles, gimnasios al aire libre, entre otros) sin consultar con la comunidad. Por el contrario, son acciones aisladas que no buscan dar solución a las problemáticas de fondo que se viven en las colonias: la violencia, la inseguridad y la debilidad del tejido social, mientras que sí produce ganancias económicas para la empresa constructora.

Este tipo de operaciones aisladas, ya sean públicas o privadas, son las que se han impuesto en los últimos años y rigen el desarrollo de las ciudades, las cuales marcan las relaciones de las personas y de la vida social en su conjunto. Por lo tanto, más que de políticas urbanas y de urbanismo como función pública, se tendría que hablar de prácticas urbanas determinadas por el sector privado, cuyo objetivo es la rentabilidad del negocio. Prácticas urbanas que llevan a la pérdida de la centralidad, al abandono del espacio público y a la creación de ciudades que contrarían las relaciones en lugar de favorecerlas, perjudicando con esto la cohesión social.

De hecho, se vive en una sociedad en desintegración y se puede decir que este relajamiento del tejido social viene por dos vertientes: por un lado, está lo que le ocurre a la sociedad en su conjunto, y, por otro, lo que le ocurre al individuo en particular. Con respecto a la sociedad, Taylor (1996), Bauman (2001), Giddens (1995) y Sennet (1997) hablan de la atomización, que es la pérdida de estructuras-redes sociales, la secularización o la pérdida de los horizontes morales tradicionales y la liberalización producida por el modo de producción capitalista.

La familia, el barrio, el gremio ya no nos comprenden, las comunidades tradicionales se disuelven, se desestructuran y el individuo queda suelto. En la actualidad, la propia sociedad ha sacado al individuo de una vida rica en relaciones, de afiliaciones comunitarias, familiares, de nacimiento o de la polis (Taylor, 1996), para llevarlo hacia unas asociaciones móviles o efímeras.

En las ciudades actuales se presenta una desvinculación total entre las zonas de empleo y las de residencia, lo cual genera expansión de las manchas urbanas, desplazamientos constantes, tráfico, contaminación, gasto, pérdida de tiempo, tiempo que podría dedicarse a las relaciones familiares, de amistad, vecinales. En dichas ciudades hay una gran inversión en obras públicas como calles, avenidas, carreteras que beneficia a las constructoras y favorecen al transporte privado, y que, muchas veces, dividen la ciudad en lugar de mejorar la conectividad entre las colonias.

Muchas colonias se han convertido en colonias dormitorio donde no se desarrollan relaciones vecinales. Colonias alejadas de los centros laborales, educativos y recreativos, haciendo que el precio del suelo sea más bajo y la vivienda más barata y, por lo tanto, asequible en términos económicos para los compradores. Es allí donde los desarrolladores obtienen mayores ganancias.

La propia sociedad y el mercado fomentan una sociedad constituida por individuos libres, portadores de derechos individuales e intereses particulares, que lleva a la atomización de la sociedad y, con ella, a la pérdida de la memoria colectiva, lo cual es peligroso ya que esta es la principal fuente de la identidad.

En las ciudades, el mercado fomenta la separación. Las viviendas, sin importar su nivel socioeconómico, se cierran cada vez más, buscan estar con los de su mismo nivel y separarse de los otros por medio de muros. Ha aumentado la construcción de colonias cerradas, monofuncionales, sin espacio público y que se desconectan del tejido urbano. Colonias en las que las relaciones que puedan darse serán únicamente entre iguales, por lo tanto, los barrios van desapareciendo y, con ellos, las múltiples relaciones y tradiciones que se podían generar ahí.

Así mismo, se ha dado un abandono de la creencia en Dios y una decadencia de la práctica religiosa, la cual ha pasado a ser algo marginal, una práctica privada. También hay “un decadente interés por el bien común y por las imágenes de la sociedad buena” (Bauman, 2001: 117). La práctica religiosa controlaba y dirigía, de alguna manera, lo que se consideraba como bueno, pero, actualmente, no se tiene claridad sobre lo que es necesario hacer para que el mundo sea mejor. No se tiene fe en Dios, pero tampoco se cree que la sociedad pueda guiar hacia lo bueno.

Las políticas de Estado han llevado a la laicidad de los gobiernos, de la educación y de todo lo que tenga que ver con lo público, lo cual no tiene por qué estar mal, la moral religiosa no es la única que puede preservar a los grupos. El problema es que las ciudades en las que se vive actualmente propician la individualización y la separación, y llevan a que no existan grupos, siendo que en los grupos es donde se pueden generar valores, normas, morales. Con la pérdida de los horizontes tradicionalmente religiosos, los individuos se quedan sin horizontes morales.

Además de esto, en el mundo actual, la producción y el intercambio dejaron de estar inscritos en una forma de vida más amplia, mientras que el trabajo pasó a ser considerado como una simple mercancía. La mentalidad cortoplacista y flexible llena la vida laboral de incertidumbre, generando una gran preocupación por lo económico. Este mundo es el producto de la economía política de la incertidumbre, donde la precariedad es el elemento esencial del poder y la técnica principal de control social (Bourdieu, citado en Bauman, 2001), donde se generan “relaciones desiguales de poder que hacen mofa de la equidad política que presupone la genuina autonomía” (Taylor, 1996: 524).

La sociedad fomenta la vivienda en propiedad y actualmente se vive en ciudades donde las prácticas urbanas hacen que el espacio que se puede adquirir para vivir quede territorialmente lejos de todo, incluido el trabajo. Por otra parte, los individuos están profesional y laboralmente poco cualificados pues el nivel educativo es bajo, de ahí que sólo puedan acceder a empleos mal remunerados. Por lo tanto, dedican mucho tiempo al trabajo y a trasladarse, quedando con poco tiempo para realizar cualquier otra actividad, esto cuando se tiene la fortuna de tener un sueldo que alcance para vivir porque, de no ser así, ese poco tiempo libre se dedicará a una actividad productiva que genere ingresos extra.

Esa precariedad económica hace que surja la inseguridad, que no se tenga dominio sobre el presente y que el futuro sea incierto. Esta incertidumbre es una fuerza poderosa individualizadora porque lleva a pensar sólo en cómo sobrevivir día a día, quebrantando las relaciones sociales, la acción colectiva y el compromiso político.

Como se mencionó con anterioridad, se vive en una sociedad en desintegración y esto afecta directamente al individuo, a su identidad, la cual está condicionada por lo que sucede en la sociedad. Para comprender mejor el impacto en la identidad, se hace necesario explicitar los tres elementos que la integran:

  • Un relato coherente. Cuando la identidad era algo dado, se estaba predestinado. La situación social estaba definida desde el nacimiento, se era hijo de alguien y esto determinaba todas las relaciones, además del domicilio y el trabajo (Lerner, citado en Garrigós, 2003). Las relaciones familiares se debilitan cada vez más porque no hay tiempo para dedicarle a los seres queridos por estar trabajando para sobrevivir y consumir. En la actualidad, los individuos se relacionan en un mundo globalizado con gran diversidad de opciones para conformar su identidad, pero poca ayuda para elegir, porque no se tiene a ese amigo, vecino o familia que nos acompañaba en el crecimiento.

  • Una comunidad definidora. El desmoronamiento de las estructuras y de las redes sociales sólidas como la comunidad, la familia y el barrio expone a los individuos a la inseguridad de sus acciones. Antes, el ciclo de vida tenía fuertes connotaciones de renovación, pues cada generación redescubría y revivía, de alguna manera, los modos de vida de sus antecesores (Giddens, 1995). Para Lasch (citado en Giddens, 1995), hoy asistimos al desvanecimiento de la historia, a la pérdida de continuidad histórica en el sentido de sentirse parte de una serie de generaciones que se remontan hacia el pasado y se extienden hacia el futuro. El individuo actual se aleja de los grupos con los que comparte una historia porque no les da importancia, porque no le interesa relacionarse con los vecinos o con los familiares, y porque la ciudad hace más difíciles esas relaciones. Pero se necesita pertenecer a algo, por lo que se buscan grupos con los cuales identificarse y se termina integrando en aquellos con los que se comparte algún interés para apropiase de rasgos o modelos de comportamiento para evitar la angustia.

  • Un sistema de creencia. El desmoronamiento de las normas, los valores, los referentes deja muchos interrogantes morales que se plantean en la vida cotidiana sin respuesta. “La seguridad de tradiciones y costumbres no ha sido sustituida por la certidumbre del conocimiento racional” (Giddens, 1995: 11), ya que la ciencia se basa en la duda. “La tradición era en sí misma una fuente primordial de autoridad que no se localizaba en ninguna institución en particular, sino que impregnaba muchos aspectos de la vida social” (Giddens, 1995: 246), regía cómo se debían hacer o no las cosas, pero las autoridades tradicionales ya no son una alternativa a la duda. En la actualidad parece que no interesa hacer parte de una comunidad, por lo tanto, el individuo no tiene preocupaciones colectivas ni tampoco la manera de afrontarlas, por lo que no se pueden generar normas, ni puntos de referencia. Las respuestas se buscan en el interior, en las preocupaciones personales y en función únicamente del individuo.

Las ideologías nacionalistas, lo mismo que las revolucionarias, sostienen que el pueblo comparte un destino. La ciudad, sin embargo, ha falsificado esta afirmación. Durante el siglo XIX el desarrollo urbano empleó las tecnologías del movimiento, de la salud pública y del confort privado, así como los movimientos del mercado y la planificación de las calles, los parques y las plazas para oponerse a las reivindicaciones de las multitudes, y privilegiar las pretensiones de los individuos (Sennet, 1997).

La sociedad actual se está desintegrando, fundamentalmente, por la pérdida de estructuras fuertes. La sociedad no puede deshacerse sin que el individuo se desprenda de la vida social, sin que su personalidad tienda a ponerse por encima de la personalidad colectiva (Durkheim, 2011).

Lefebvre (1972) afirma que la relación del ser humano con el mundo, con la naturaleza y con su propia naturaleza jamás había alcanzado una miseria tan profunda como en este reino del lugar de habitación y de la racionalidad supuestamente urbanística, producto de un urbanismo vacío, sin sentido, en el que se ha pretendido reemplazar y suplantar la práctica urbana, en el que se ha separado el espacio de las relaciones sociales y de la sociedad. “La experiencia del mundo compartida descansa tanto en una comunidad de tiempo como de espacio” (Ricoeur, 2003: 171), pero las prácticas urbanas se han empeñado en que cada vez se comparta menos el espacio, en que las comunidades se separen, en que los espacios de convivencia desaparezcan, el espacio público se abandone o en que los espacios se compartan bajo ciertos términos, ya que estos son fundamentalmente privados. Y eso, indudablemente, influye en la sociedad, porque desparecen los sitios en donde puedan surgir las relaciones, los vínculos sociales, las redes de apoyo, la seguridad.

Esto lleva a un círculo vicioso en donde se tiene una sociedad de individuos en un entorno precario en sentido urbano y económico, y lleno de inseguridades, por lo que no pueden más que preocuparse por sí mismos y por el día a día. Individuos que no se relacionan y, por lo tanto, que no pueden crear estructuras, ni redes, que son incapaces de generar una memoria colectiva, creencias, valores, horizontes morales.

Conclusiones. La memoria colectiva en las políticas urbanas

La cohesión social dibuja un tejido social trabado, que se apoya para salir adelante, que genera y mantiene sus tradiciones, entre muchas otras bondades, pero, sobre todo sugiere un tejido social que no da problemas porque se auto-regula. Es por lo tanto un concepto muy atractivo para cualquier gobierno. Así mismo, es un concepto que debe buscar ser conseguido porque es lo políticamente correcto según las convenciones internacionales.

No obstante, la cohesión social, como objetivo, se queda en teoría y en los documentos que deberían dirigir las políticas urbanas, porque la realidad es que estas dejan paso a unas prácticas urbanas dirigidas, fundamentalmente, por el mercado y por los intereses económicos de quienes lo controlan. Por lo tanto, son prácticas que buscan la mayor rentabilidad sin importar las afectaciones que generen, pero que más que favorecer la cohesión social, tienen como fin la individualización de la sociedad. Una sociedad constituida por individuos difícilmente podrá hacer frente a nada, será una masa amorfa que siga los designios de quien marque la tendencia, sean estos gobiernos, empresas privadas o el mercado en su conjunto.

Para hacerle frente a las necesidades de la sociedad actual, sociedad que está en desintegración, se precisa de acciones que se enfoquen en lo físico y en favorecer el empleo y la economía, pero también en favorecer las relaciones. De ahí que sean necesarias prácticas urbanas direccionadas, contextualizadas y sin que su único interés sea la rentabilidad económica. Se requiere de un urbanismo como función pública, ejecutado por los gobiernos y en una misma línea a nivel federal, estatal y municipal, que delimite y controle el accionar de la práctica privada.

Se debe poner fin a esa sociedad de individuos en un entorno urbano y económicamente precario en el que, además, no se relacionan. Se debe retomar la idea del derecho a la ciudad, el cual no se refiere a volver a lo antiguo o tradicional, sino a la vida urbana, a la centralidad renovada, a los lugares de encuentro, de intercambio, a los ritmos de vida y empleos del tiempo que permiten el disfrute pleno de estos momentos y lugares (Lefebvre, 1969). Donde poco importa que el tejido urbano se extienda lejos del centro, con tal que lo urbano (lugar de encuentro, de intercambio, de significación), encuentre su base morfológica.

Para cesar la anomia, el urbanismo para la sociedad actual debe estar enfocado en favorecer lo urbano, las relaciones, de las cuales surgirán diálogos, pero también desencuentros, discusiones, organizaciones, normas, valores, vínculos, apoyos, redes, sentido de pertenencia, historias, narrativas, tradiciones, relatos coherentes, comunidades, identidades. Se necesitan políticas urbanas que tengan como finalidad generar o regenerar la memoria colectiva, que es la base para conseguir la cohesión social tan añorada y esto solo se podrá conseguir repensando la ciudad. Repensando cómo se pueden favorecer las relaciones, es decir, cómo se puede vincular el empleo y la residencia, cómo se pueden conseguir barrios multifuncionales y no colonias dormitorio, cómo se puede hacer una ciudad que se viva, que se disfrute, que mejore la calidad de vida, y no solo que se sobreviva y se padezca.

Referencias

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Notas

Este documento proviene del marco teórico de la investigación para la tesis doctoral de la autora Los espacios de expresión en la memoria colectiva como base para la regeneración urbana, del programa Sostenibilidad y Regeneración Urbana de la Universidad Politécnica de Madrid.

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Cómo citar

APA

Santamaria Hernández, R. M. (2018). Las políticas urbanas y la cohesión social. Bitácora Urbano Territorial, 28(1), 151–157. https://doi.org/10.15446/bitacora.v28n1.67726

ACM

[1]
Santamaria Hernández, R.M. 2018. Las políticas urbanas y la cohesión social. Bitácora Urbano Territorial. 28, 1 (ene. 2018), 151–157. DOI:https://doi.org/10.15446/bitacora.v28n1.67726.

ACS

(1)
Santamaria Hernández, R. M. Las políticas urbanas y la cohesión social. Bitácora Urbano Territorial 2018, 28, 151-157.

ABNT

SANTAMARIA HERNÁNDEZ, R. M. Las políticas urbanas y la cohesión social. Bitácora Urbano Territorial, [S. l.], v. 28, n. 1, p. 151–157, 2018. DOI: 10.15446/bitacora.v28n1.67726. Disponível em: https://revistas.unal.edu.co/index.php/bitacora/article/view/67726. Acesso em: 24 abr. 2024.

Chicago

Santamaria Hernández, Rosa Martha. 2018. «Las políticas urbanas y la cohesión social». Bitácora Urbano Territorial 28 (1):151-57. https://doi.org/10.15446/bitacora.v28n1.67726.

Harvard

Santamaria Hernández, R. M. (2018) «Las políticas urbanas y la cohesión social», Bitácora Urbano Territorial, 28(1), pp. 151–157. doi: 10.15446/bitacora.v28n1.67726.

IEEE

[1]
R. M. Santamaria Hernández, «Las políticas urbanas y la cohesión social», Bitácora Urbano Territorial, vol. 28, n.º 1, pp. 151–157, ene. 2018.

MLA

Santamaria Hernández, R. M. «Las políticas urbanas y la cohesión social». Bitácora Urbano Territorial, vol. 28, n.º 1, enero de 2018, pp. 151-7, doi:10.15446/bitacora.v28n1.67726.

Turabian

Santamaria Hernández, Rosa Martha. «Las políticas urbanas y la cohesión social». Bitácora Urbano Territorial 28, no. 1 (enero 1, 2018): 151–157. Accedido abril 24, 2024. https://revistas.unal.edu.co/index.php/bitacora/article/view/67726.

Vancouver

1.
Santamaria Hernández RM. Las políticas urbanas y la cohesión social. Bitácora Urbano Territorial [Internet]. 1 de enero de 2018 [citado 24 de abril de 2024];28(1):151-7. Disponible en: https://revistas.unal.edu.co/index.php/bitacora/article/view/67726

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