Publicado

2020-11-03

Racism in multicultural neighbourhoods in Chile: Housing precarity and coexistence in a migratory context

Racismo en barrios multiculturales en Chile: Precariedad habitacional y convivencia en contexto migratorio

Racisme dans les quartiers multiculturels au Chili: Précarité du logement et coexistence dans un contexte migratoire

Racismo em Bairros Multiculturais no Chile: Precariedade Habitacional e Coexistência em um Contexto Migratório

DOI:

https://doi.org/10.15446/bitacora.v31n1.88180

Palabras clave:

coexistence, migration, racism, housing, social conflict (en)
coexistência, migração, racismo, habitação, conflito social (pt)
coexistence, migration, racisme, logement, conflit social (fr)
convivencia, migración, racismo, vivienda, conflicto social (es)

Autores/as

Chile is one of the countries with major destination flows from Latin America. In such a context, new distinctions and racial formations have emerged, establishing different forms of social exclusion and racism that are performed in the everyday interaction and socio-cultural practices that take place in residential neighbourhoods. This research is based on one of the most multicultural boroughs in Santiago, Recoleta, historically located in a territory called ‘La Chimba.’ The aim is to examine the intercultural coexistence in increasingly multicultural neighbourhoods in the context of South-South migration, in order to discuss the emerging social conflict, understanding how housing policies and limited access to decent housing by migrants reproduce everyday racism. Drawing on a larger research project that consisted in a 17-month ethnography, 70 in-depth interviews and two focus groups with migrants and Chileans between 2015 and 2018, this article shows and discusses how public spaces are racialised through social practices and interactions, and how the making of ‘race’ in urban spaces have an impact on the way in which migrants inhabit and navigate urban spaces and negotiate their ‘right to the city’ in the everyday.

Chile es uno de los países con mayores flujos migratorios provenientes de América Latina y el Caribe. Este artículo explora la convivencia social en barrios residenciales en el contexto migratorio Sur-Sur, con el fin de examinar los múltiples factores que operan detrás del conflicto social emergente entre migrantes y chilenos. La creciente llegada de migrantes a Santiago ha reforzado el racismo y la racialización del espacio urbano a través de interacciones y prácticas sociales que tienen lugar en barrios residenciales. Basado en un proyecto de investigación más amplio, que consistió en una etnografía de 17 meses entre 2015 y 2018 en uno de los barrios más multiculturales de Santiago, este artículo contribuye a desentrañar los racismos contemporáneos y los procesos de racialización que emergen, considerando el rol que juegan las políticas habitacionales y el mercado de la vivienda en la convivencia intercultural y el conflicto social emergente. Sostengo que la precariedad habitacional en la que los(as) migrantes se ven forzados a vivir repercute en la reproducción del racismo y en la construcción de jerarquías raciales de pertenencia que desafían cotidianamente el “derecho a la ciudad” de los/as migrantes, especialmente afrodescendientes, y profundizan su exclusión.

Le Chili est l'un des pays où les flux migratoires en provenance d'Amérique latine et des Caraïbes sont les plus importants. L'objectif de cet article est d'explorer la coexistence sociale dans les quartiers résidentiels dans le contexte de la migration Sud-Sud, afin d'examiner les multiples facteurs qui opèrent derrière le conflit social émergent entre les migrants et les Chiliens. L'arrivée croissante de migrants à Santiago a renforcé le racisme et la racialisation de l'espace urbain à travers les interactions et les pratiques sociales qui ont lieu dans les quartiers résidentiels. Basé sur un projet de recherche plus large qui a consisté principalement en une ethnographie de 17 mois dans l'un des quartiers les plus multiculturels de Santiago, cet article contribue à démêler le racisme contemporain et les processus de racialisation émergents, en considérant le rôle que les politiques de logement et le marché du logement jouent dans la coexistence interculturelle et le conflit émergent. Je soutiens que la précarité des logements dans lesquels les migrants sont contraints de vivre a des répercussions sur la reproduction du racisme et sur la construction de hiérarchies raciales d'appartenance qui remettent quotidiennement en cause le "droit à la ville"; des migrants, aggravant leur exclusion.

O Chile é um dos países com os maiores fluxos migratórios da América Latina e do Caribe. O objetivo deste artigo é explorar a coexistência social em bairros residenciais no contexto da migração Sul-Sul, a fim de examinar os múltiplos fatores que operam por trás do conflito social emergente entre migrantes e chilenos. A crescente chegada de migrantes a Santiago reforçou o racismo e a racialização do espaço urbano através de interações e práticas sociais que ocorrem em bairros residenciais. Baseado em um projeto de pesquisa mais amplo que consistiu principalmente em uma etnografia de 17 meses entre 2015 e 2018 em um dos bairros mais multiculturais de Santiago, este artigo
contribui para desvendar o racismo contemporâneo e os processos de racialização emergentes, considerando o papel que as políticas habitacionais e o mercado de habitação desempenham na coexistência intercultural e no conflito emergente. Mantenho que a precariedade da moradia na qual os migrantes são forçados a viver tem repercussões na reprodução do racismo e na construção de hierarquias raciais de
pertencimento que diariamente desafiam o "direito à cidade" dos migrantes, especialmente os de ascendência africana, aprofundando sua exclusão.

12_88180_B31_1

Dossier Central

Racismo en barrios multiculturales en Chile:

Precariedad habitacional y convivencia en contexto migratorio[1]

Recibido: 10/06/2020

Aprobado: 23/07/2020

Cómo citar este artículo:

Bonhomme, M. (2021). “Racismo en barrios multiculturales en Chile: Precariedad habitacional y convivencia en contexto migratorio”.Bitácora Urbano Territorial, 31 (I):167-181. https://doi.org/10.15446/bitacora.v31n1.88180

Racism in multicultural neighbourhoods in Chile:

Fotografía: autoría propia

Housing precarity and coexistence in a migratory context

ISSN electrónico 2027-145X. ISSN impreso 0124-7913. Universidad Nacional de Colombia, Bogotá

Racismo em Bairros Multiculturais no Chile:

Precariedade Habitacional e Coexistência em um Contexto Migratório

(1) 2021: 167-181

[1] Investigación financiada por la Agencia Nacional de Investigación y Desarrollo (ANID)/Programa DOCTORADO BECAS-CHILE/2014 – 72150491 y patrocinada por el Centro COES Anid/Fondap/15130009.

Racisme dans les quartiers multiculturels au Chili:

Précarité du logement et coexistence dans un contexte migratoire

Macarena Bonhomme

Doctora en Sociología (Goldsmiths, University of London)

Universidad Diego Portales

macarena.bonhomme@mail.udp.cl

https://orcid.org/0000-0002-1779-2062

Autora

12_88180

Resumen

Chile es uno de los países con mayores flujos migratorios provenientes de América Latina y el Caribe. Este artículo explora la convivencia social en barrios residenciales en el contexto migratorio Sur-Sur, con el fin de examinar los múltiples factores que operan detrás del conflicto social emergente entre migrantes y chilenos. La creciente llegada de migrantes a Santiago ha reforzado el racismo y la racialización del espacio urbano a través de interacciones y prácticas sociales que tienen lugar en barrios residenciales. Basado en un proyecto de investigación más amplio, que consistió en una etnografía de 17 meses entre 2015 y 2018 en uno de los barrios más multiculturales de Santiago, este artículo contribuye a desentrañar los racismos contemporáneos y los procesos de racialización que emergen, considerando el rol que juegan las políticas habitacionales y el mercado de la vivienda en la convivencia intercultural y el conflicto social emergente. Sostengo que la precariedad habitacional en la que los(as) migrantes se ven forzados a vivir repercute en la reproducción del racismo y en la construcción de jerarquías raciales de pertenencia que desafían cotidianamente el “derecho a la ciudad” de los(as) migrantes, especialmente afrodescendientes, y profundizan su exclusión.

Autora

Macarena Bonhomme

Investigadora postdoctoral del Centro de Estudios de Conflicto y Cohesión Social (COES) e investigadora adjunta del Instituto de Investigación en Ciencias Sociales (ICSO) de la Universidad Diego Portales. Macarena es Doctora en Sociología de Goldsmiths, University of London, Máster en Cultura y Sociedad de London School of Economics and Political Science (LSE) y Socióloga de la Pontificia Universidad Católica de Chile. Ganadora del premio LASA/OXFAM Martin Diskin Dissertation Award 2020. Sus áreas de investigación son las migraciones, etnicidad, “raza” y racismo, procesos de racialización, y estudios urbanos y culturales.

Palabras clave: migración; racismo; vivienda; conflicto social; interacción cultural.

Abstract

Chile is one of the countries with major destination flows from Latin America and the Caribbean. The aim of this article is to explore social coexistence in residential neighbourhoods in the context of South-South migration, in order to examine the multiple factors at play behind the emerging social conflict between migrants and Chileans. The growing arrival of migrants to Santiago has reinforced racism and the racialization of the urban space through social interactions and practices that take place in residential neighbourhoods. Drawing on a larger research project that consisted in a 17-month ethnography between 2015 and 2018 in one of the most multicultural neighbourhoods of Santiago, this article contributes to unravel racism and the emerging processes of racialization, considering the role that the politics of housing and the housing market play in the intercultural coexistence and the emergent conflict. I argue that the precarious housing conditions in which migrants are forced to live have an impact on the reproduction of racism and the construction of racial hierarchies of belonging that challenge migrants’ “right to the city”, especially Afro-descendants, deepening their exclusion.

Keywords: migration; racism; housing; social conflict; cultural interaction.

Résumé

Le Chili est l’un des pays où les flux migratoires en provenance d’Amérique latine et des Caraïbes sont les plus importants. L’objectif de cet article est d’explorer la coexistence sociale dans les quartiers résidentiels dans le contexte de la migration Sud-Sud, afin d’examiner les multiples facteurs qui opèrent derrière le conflit social émergent entre les migrants et les Chiliens. L’arrivée croissante de migrants à Santiago a renforcé le racisme et la racialisation de l’espace urbain à travers les interactions et les pratiques sociales qui ont lieu dans les quartiers résidentiels. Basé sur un projet de recherche plus large qui a consisté principalement en une ethnographie de 17 mois entre 2015 et 2018 dans l’un des quartiers les plus multiculturels de Santiago, cet article contribue à démêler le racisme contemporain et les processus de racialisation émergents, en considérant le rôle que les politiques de logement et le marché du logement jouent dans la coexistence interculturelle et le conflit émergent. Je soutiens que la précarité des logements dans lesquels les migrants sont contraints de vivre a des répercussions sur la reproduction du racisme et sur la construction de hiérarchies raciales d’appartenance qui remettent quotidiennement en cause le “droit à la ville” des migrants, en particulier ceux d’origine africaine, aggravant leur exclusion.

Precariedad habitacional y convivencia en contexto migratorio

Palavras-chave: migração; racismo; habitação; conflito social; interação cultural.

Racismo en barrios multiculturales en Chile:

Mots-clés: migration; racisme; logement; conflit social; Interaction culturelle.

Resumo

O Chile é um dos países com os maiores fluxos migratórios da América Latina e do Caribe. O objetivo deste artigo é explorar a coexistência social em bairros residenciais no contexto da migração Sul-Sul, a fim de examinar os múltiplos fatores que operam por trás do conflito social emergente entre migrantes e chilenos. A crescente chegada de migrantes a Santiago reforçou o racismo e a racialização do espaço urbano através de interações e práticas sociais que ocorrem em bairros residenciais. Baseado em um projeto de pesquisa mais amplo que consistiu principalmente em uma etnografia de 17 meses entre 2015 e 2018 em um dos bairros mais multiculturais de Santiago, este artigo contribui para desvendar o racismo contemporâneo e os processos de racialização emergentes, considerando o papel que as políticas habitacionais e o mercado de habitação desempenham na coexistência intercultural e no conflito emergente. Mantenho que a precariedade da moradia na qual os migrantes são forçados a viver tem repercussões na reprodução do racismo e na construção de hierarquias raciais de pertencimento que diariamente desafiam o “direito à cidade” dos migrantes, especialmente os de ascendência africana, aprofundando sua exclusão.

Precariedad habitacional y

convivencia en contexto migratorio

enero - abril 2021

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En este artículo analizo el acceso de migrantes latinoamericanos y caribeños a la vivienda y su situación habitacional, enfocándome en el rol que cumple la precariedad habitacional en la reproducción de racismos cotidianos y en la creciente racialización del espacio urbano.

Introducción

En los últimos 18 años, el número de migrantes en Chile ha aumentado en un 809%, según las últimas estimaciones (1.492.522 migrantes) (INE, 2003; INE & DEM, 2020); un aumento sin precedentes de las personas migrantes residentes, que corresponde predominantemente a una migración Sur-Sur. El crecimiento de los flujos migratorios hacia Santiago ha reforzado el racismo a nivel local de manera inédita. Pese a que el racismo no es algo nuevo, se vuelve cada vez más necesario abordarlo con mayor profundidad desde las ciencias sociales, especialmente en lo que respecta a la relación entre “raza” y barrios residenciales, una temática aún poco explorada en la academia chilena. En este artículo analizo el acceso de migrantes latinoamericanos y caribeños a la vivienda y su situación habitacional, enfocándome en el rol que cumple la precariedad habitacional en la reproducción de racismos cotidianos y en la creciente racialización del espacio urbano.

Para comprender cómo opera el racismo (y la construcción cotidiana de la “raza”) se requiere un análisis más profundo respecto a la convivencia en barrios multiculturales. Sugiero que el estudio de la “raza” y el racismo debe considerar cómo la ciudad, los espacios públicos y los procesos locales de los barrios moldean y son moldeados por las formaciones raciales, marcando nuevos límites de exclusión e inclusión que desafían el “derecho a la ciudad” (Harvey, 2008) de migrantes de América Latina y el Caribe (ALC), especialmente Afro-Latinoamericanos y Afro-Caribeños. A partir de un trabajo de campo etnográfico en un barrio residencial, sostengo que la estructura de las relaciones sociales, el mercado de la vivienda y las políticas habitacionales y migratorias restrictivas han provocado conflictos sociales entre los residentes, que a su vez están motivados por un racismo histórico que se reactualiza en el Chile postcolonial. Las perspectivas de los residentes chilenos revelan cómo se observa la realidad a través de “lentes raciales”, sin comprender las complejidades de los procesos urbanos y locales que operan detrás de ellos; aportar a esa comprensión es el objetivo de este artículo. Por “lentes raciales” me refiero a cómo la ideología del racismo permea la forma en que las personas construyen su realidad social y cómo la perciben; es decir, a cómo los procesos de racialización y principalmente procesos de alteridad u “otredad” que emergen en contextos multiculturales –que implican la construcción de un “yo” superior en oposición a un “otro” inferior (Crang, 1998)–, configuran la percepción del mundo que las rodea y le otorga un significado particular a los procesos locales.

La vivienda es un factor clave para explorar la segregación urbana de los(as) migrantes, la importancia de la “raza” en las limitaciones cotidianas y la forma en que ésta se manifiesta en la vida urbana. La creciente racialización de los espacios urbanos ha determinado la manera en que los(as) migrantes acceden a la vivienda y habitan la ciudad. Esto ocurre dentro de los procesos históricos de segregación socioeconómica urbana en la capital de Chile. Santiago ha cambiado a lo largo de los años y también lo ha hecho el barrio al “otro lado del río”: La Chimba[1][2]. La Chimba ha sido históricamente uno de los barrios más multiculturales de la capital. Se sitúa en la comuna de Recoleta y es descrito como el primer lugar donde el multiculturalismo y la pobreza se conjugaron desde la época colonial, y donde se produjo la legitimación “natural” de las diferencias sociales y de la exclusión social (Márquez, 2013: 124). Recoleta es actualmente el cuarto de los doce municipios donde existe una mayor concentración de migrantes de ALC, e incluso duplica la proporción de la capital, que es del 7%, con un 15% de población compuesta por residentes migrantes (INE, 2018a). Tales características convierten a este barrio en un interesante escenario urbano para comprender la convivencia intercultural y el incipiente multiculturalismo.

Existe la creencia de que la coexistencia de diferentes culturas es la causa de conflictos sociales en un barrio. Cuando entrevisté a Agustín (Chile), un alto funcionario del Departamento de Extranjería y Migración, afirmó que el conflicto emergente en los barrios multiculturales no era causado por el racismo sino por la mera convivencia de personas “diferentes”. Este supuesto da lugar a proyectos de “integración”, “asimilación” o “aculturación”, que permitirían “solucionar” tal conflicto. Esos términos son inadecuados porque proceden de un marco de “inmigrante/receptor” que supone que los(as) migrantes necesitan cambiar sus propios patrones de comportamiento para ajustarse a los de la sociedad de acogida (Rex & Moore, 1967: 13). Tales supuestos relativos a la necesidad de que los migrantes se asimilen/aculturen al lugar y la comunidad en la que residen, son la base del discurso de residentes chilenos cuando se refieren a las prácticas de creación de lugar de los(as) migrantes en el barrio residencial. Sin embargo, las razones del surgimiento del conflicto social en el barrio, que podría considerarse simplemente como un producto de la diferencia cultural entre grupos sociales o solo una cuestión de relaciones “raciales”, ocultan procesos más complejos.

Mi objetivo en este artículo es desentrañar tales procesos, enfocándome en las formas de discriminación que devienen de estructuras económicas, sociales y políticas. Sobre todo, sostengo que la causa de las tensiones raciales o lo que podría llamarse como “conflicto racial” (en tanto se utilizan lógicas racistas en los discursos de residentes), en muchos de los barrios multiculturales es el resultado de múltiples factores complejos que están íntimamente interrelacionados y son permeados por un racismo estructural. Es decir, el conflicto emergente deviene de la compleja interrelación entre procesos históricos, políticos, sociales y económicos que va configurando los procesos de inclusión/exclusión de migrantes en la sociedad de destino.

Por una parte, si bien algunos estudios han examinado las relaciones intergrupales en el contexto de la migración en Chile (ver González, Sirlopú, & Kessler, 2010; Ramírez & Chan, 2018), el estudio de las relaciones interculturales en los barrios residenciales – donde las personas pasan gran parte de su vida– ha sido poco explorado, sobre todo desde un enfoque etnográfico que considere las prácticas y percepciones de residentes chilenos. Por otra parte, aunque los estudios sobre migración en Chile reconocen la existencia de viviendas colectivas en barrios multiculturales de Santiago (Bonhomme, 2013; López-Morales et al., 2018; Margarit Segura & Bijit Abde, 2014; Razmilic, 2019), los estudios que han reflexionado sobre su constitución, características e implicancias son todavía escasos. Además, en los estudios sobre la vivienda y las políticas habitacionales en Chile (López-Morales et al., 2018; Razmilic, 2019), no se ha analizado en profundidad la relación de estas políticas con el multiculturalismo y el conflicto social emergente en estos barrios residenciales. Este artículo pretende llenar dicho vacío en la literatura y también contribuir a la sociología de la “raza”, así como a los estudios urbanos, a partir de una exploración de las dinámicas, interacciones y prácticas que emergen en el espacio urbano que permita comprender la convivencia intercultural y el conflicto emergente desde las experiencias y percepciones de los residentes chilenos y los(as) migrantes de ALC; esto siguiendo un análisis que tenga en cuenta el rol de la estructura social de la ciudad y especialmente las políticas habitacionales, el mercado de la vivienda y la situación habitacional en la que viven la mayoría de los(as) migrantes. Esto responde, además, a la necesidad fundamental de comprender cómo los espacios urbanos se convierten en espacios en disputa con el aumento de la migración.

A partir de una investigación más amplia que contó con una etnografía de 17 meses, 70 entrevistas en profundidad y dos grupos focales con participantes migrantes y no-migrantes, en este artículo argumento que la situación habitacional que viven los(as) migrantes, como producto de las políticas habitacionales y el mercado de la vivienda que determinan el acceso a ella, juega un rol clave en la reproducción de racismos cotidianos. La precariedad habitacional en la que los(as) migrantes se ven forzados a vivir está íntimamente vinculada a las relaciones interétnicas y al conflicto social que emerge en barrios residenciales multiculturales[3].

Es necesario definir lo que se entenderá como “racismo”, “raza”, y procesos de racialización en el presente artículo. El colonialismo ha forjado la necesidad de marcar la diferencia a través de categorías que se reconstruyen en los imaginarios colectivos del presente postcolonial. El racismo es la ideología que sustenta tales categorías naturalizadas. En otras palabras, el racismo, que opera a través de la presunción de la base biológica de la llamada “raza” (Hall, 1980) –y que también se basa en aspectos percibidos como “culturales”, según demuestro en este artículo–, produce diferencias con el fin de establecer jerarquías de poder dentro de las sociedades. Como plantea Fredrickson, la ideología del racismo está constituida por la diferencia y el poder: “se origina a partir de una mentalidad que considera a ‘ellos’ como diferentes de ‘nosotros’ en formas que son permanentes e infranqueables”[4] (2003: 9). La “raza” fue un invento de Occidente para referirse a los “otros” no-europeos en el siglo XVI (Fredrickson, 2003; Quijano, 2014), con el fin de legitimar la dominación sobre ellos. En esa medida, la “raza” es una construcción social que siempre está en proceso de transformación. Esto es lo que hace al racismo un fenómeno contingente y localmente específico. El racismo no solo emerge a través del discurso sino también a través de interacciones y prácticas concretas que se despliegan en el espacio urbano. Siguiendo a Knowles (2003: 29–30), “la raza no es solo un mito social: se actúa sobre ella y tiene un significado en la vida de las personas”[5]. La “raza”, entonces, es históricamente activa y cambiante. Por otra parte, el concepto de racialización, según Murji y Solomos (2005: 3), permite describir los procesos por los cuales significados raciales se adscriben a ciertas problemáticas sociales en las cuales la “raza” es un factor clave en cómo éstas se configuran. Este artículo muestra cómo a través de procesos de racialización, la “raza” como construcción social influye en el mercado de la vivienda y el acceso a ella.

Primero examinaré las políticas y el mercado de la vivienda, describiendo el acceso limitado y las condiciones materiales del tipo de vivienda de la que disponen los(as) migrantes, así como las dinámicas sociales que surgen. Esto permitirá comprender el conflicto social emergente y revelar cómo la situación habitacional de migrantes juega un rol clave. En segundo lugar, abordaré las prácticas y narrativas de chilenos residentes sobre las personas migrantes y los mecanismos utilizados para reclamar una pertenencia exclusiva al barrio.

Políticas de vivienda y la estructura social de la vivienda

Era un barrio muy limpio, muy decente... eran todos buenos vecinos pero empezaron a cambiar (...) Las casas de la entrada son... todas piezas arrendadas (...) y... no son como las familias de antes (...) Ahora en este cité, solo somos cinco familias chilenas, y el resto son todos peruanos... hemos tenido algunas peleas con los extranjeros a causa de la borrachera...

Elena, chilena de 69 años, se muestra nostálgica del “pasado dorado” de la vida del barrio donde ha vivido más de 40 años. Su casa en el cité[6] es la que tiene una bandera chilena flameando en el techo. Los vecinos chilenos, como ella, han construido una imagen distorsionada de lo que hoy es este lugar comparado con años anteriores. En sus narraciones señalan la llegada de los(as) migrantes al barrio como la causa principal de la degradación urbana. Las formas de habitar de los(as) migrantes se malinterpreta a través de “lentes racializados” que refuerzan los problemas de convivencia entre migrantes y chilenos. Estos lentes que siguen lógicas racistas impiden ver las complejidades que subyacen a la estructura racializada de la vivienda y el barrio.

Muchos chilenos adquirieron viviendas subvencionadas por el Estado y se mudaron de Recoleta. Sin embargo, muchos otros, como Elena, se quedaron. Los cambios demográficos y las movilidades son inevitables para cualquier ciudad capitalista en crecimiento. Las personas que comenzaron a mudarse a este barrio de clase trabajadora fueron parte de los cambios experimentados por los vecinos. Esto implicó la disolución de las redes y relaciones sociales, así como la de ciertos tipos de participación civil dentro del barrio (Márquez, 2008). A ello se sumó la creciente llegada de migrantes al barrio, quienes, sin embargo, parecen ser los únicos responsables de las transformaciones urbanas para los vecinos chilenos.

En ciudades neoliberales como Santiago, altamente desiguales, segregadas espacialmente, y donde el territorio está intrínsecamente relacionado con factores socioeconómicos (López-Morales, 2016), ser propietario(a) en el mercado habitacional determina el acceso a los recursos de la ciudad. Como afirma Smith, “la forma de diferenciación residencial tiene consecuencias de gran alcance para la calidad de vida de los individuos”[7] (1989: 170). Según la autora, dado que los mercados, las organizaciones y las instituciones impulsan las relaciones de producción, distribución y consumo, la diferenciación racial se convierte en una construcción ideológica tangible (1989). La “raza”, por lo tanto, comienza a trazar el mapa de la espacialidad de la ciudad, permeando el mercado de la vivienda.

A causa de una economía neoliberal de suelo y vivienda que ha sido socioeconómicamente excluyente, se generan geografías de oportunidades y prevalece el desarrollo de informalidad urbana (López-Morales et al., 2018), donde el arriendo informal, especialmente para migrantes recién llegados, es la única opción. En Recoleta, al igual que en otras comunas multiculturales, la estructura de la oferta de vivienda social se ha limitado a los chilenos y, en menor medida, a migrantes antiguos, como aquellos provenientes de Perú. Para los migrantes recién llegados la posibilidad de comprar o arrendar una casa es prácticamente imposible. Por una parte, postular a los programas sociales de subsidio estatal de vivienda se hace difícil para aquellos sin residencia permanente, ya que ser residente es justamente uno de sus requisitos (Razmilic, 2019). Así, el sistema de asignación de viviendas sociales en Chile discrimina a migrantes recién llegados. Según Razmilic (2019), es aún difícil trazar la relación entre políticas relacionadas con la migración y las políticas de vivienda. Solo desde el 2009, los programas habitacionales del gobierno hacen referencia a migrantes para la postulación: les exige el Certificado de Residencia Definitiva[8], lo cual los posiciona en desventaja con respecto a chilenos en el acceso a la vivienda. Además, el incierto estatus migratorio de muchos, debido al tiempo de espera excesivo que implican los procesos de visado y regularización, ocasiona una exclusión financiera que, a su vez, conduce a una exclusión habitacional.

Una opción disponible es acceder al subsidio de arriendo con el que el Estado ayuda a las familias[9]. Requiere tener carnet[10] y no necesariamente visa definitiva. Sin embargo, también se requiere tener un trabajo formal, demostrar seis meses de cotizaciones y una cuenta de ahorros. No solo es difícil para los recién llegados cumplir con estos requisitos, sino que muchos desconocen la existencia de estos beneficios. Por otra parte, para arrendar una casa o departamento, los requisitos también son difíciles de cumplir. Aunque los propietarios solo pidan carnet (visa temporal/definitiva), suelen exigir pruebas de estabilidad laboral (seis meses de cotizaciones, contrato de trabajo), depósitos de garantía por uno o dos meses y el primer mes de arriendo por adelantado. Los arrendatarios también tienen que proporcionar una persona como aval, que tenga un salario mínimo de $1.000.000 de pesos (US$1,295). Muchas viviendas antiguas, como mencionaron los(as) participantes, tenían propietarios chilenos, que se han quedado, o bien se han ido y han arrendado sus casas a residentes migrantes que pueden pagar y cumplir los requisitos legales dado que llevan más tiempo viviendo en Chile.

La incertidumbre asociada a los recién llegados a la ciudad dificulta arrendar una vivienda o un departamento. Por lo tanto, arrendar una habitación es la única opción, y quienes son propietarios o subarriendan habitaciones al interior de viviendas antiguas inevitablemente ven esto como una oportunidad lucrativa. En 2017, el 78% de los migrantes arrendaban en comparación con solo el 20% de los chilenos locales (Razmilic, 2019). A medida que aumentaban los niveles de ingresos, los acuerdos informales de arrendamiento de migrantes se reducían proporcionalmente, pero no era así en el caso de los recién llegados (Razmilic, 2019). Dado que los migrantes no pueden firmar contratos de arriendo, debido a sus trabajos precarios o informales o por estar indocumentados, su única posibilidad es subarrendar habitaciones, viviendo en condiciones hacinadas, insalubres y peligrosas, ocasionadas por el lucro desmesurado. El estudio de Razmilic (2019) muestra cómo aquellas comunas donde se incrementó el porcentaje de migrantes según el ultimo censo, fueron también las que reportaron un mayor aumento del valor de arriendo, por cuenta de un recargo a los(as) arrendatarios migrantes, quienes pagan un 12% más (porcentaje que se incrementa en este barrio, donde pueden pagar incluso un 50% extra).

Según las(os) participantes, con el aumento de la demanda los valores de arriendo aumentaron incluso tres o cuatro veces en los últimos diez años, de $40.000 (US$52) a por lo menos $150.000 (US$194); lo cual está lejos de ser justo si se considera el promedio de los precios de arriendo en la zona. Sin embargo, los precios difieren, no por una mejora en las condiciones de vivienda, sino por las jerarquías raciales que emergen producto del sistema de asignación de vivienda y las políticas migratorias restrictivas, las cuales finalmente conducen al abuso y la explotación lucrativa que caracteriza a la vivienda migrante. De esta forma, la “raza” es un factor relevante tanto en el precio de la vivienda como en el acceso. Incluso las habitaciones en galpones pueden llegar a costar $200.000 (US$259). Ese es el valor de la habitación donde Belén (afrocolombiana) y su familia viven junto a otros migrantes afrodescendientes. El abuso de las personas que subarriendan habitaciones, quienes en su mayoría son migrantes más antiguos, produce que el acceso a la vivienda, y por lo tanto a la ciudad, se vuelva aún más limitado para los(as) migrantes afrodescendientes, quienes resultan ser mayormente excluidos en el mercado de la vivienda debido a dinámicas excluyentes que siguen lógicas racistas. Como comenta Belén (afrocolombiana):

Si uno va y busca un contrato de alquiler, lo primero que te preguntan es: “¿De dónde eres? Porque solo arrendamos a peruanos, bolivianos y ecuatorianos”… Así que aquí hay mucho racismo. Y el alquiler es realmente excesivo. (Belén, comunicación personal, junio 2018)

Por ello la vivienda colectiva, ya sea en conventillos[11] o cités, da lugar a la concentración de poblaciones migrantes en determinadas zonas geográficas de la ciudad, generalmente en zonas marginales y socioeconómicas segregadas, conocidas por una relación percibida entre la pobreza, la delincuencia y el tráfico de drogas. Estos se convierten en los únicos lugares donde las personas migrantes pueden acceder a la ciudad, pero su residencia solo contribuye a profundizar su marginalización y exclusión. Similar al estudio de Rex y Moore (1967), la política estatal (y municipal) de vivienda y sus limitaciones, así como también la escasa regulación estatal del mercado de la vivienda (López-Morales, 2016), obliga a los(as) migrantes a arrendar en estas viviendas colectivas, lo que inevitablemente crea otras problemáticas, como expongo más adelante. Aunque muchos participantes querían abandonar estas habitaciones, era una tarea casi imposible.

El subarriendo de habitaciones sin contrato, muchas veces sin recibos de pago, lleva a los(as) migrantes a una situación aún más vulnerable: los propietarios/subarrendadores pueden desalojarlos cuando lo deseen, ignorar los problemas de construcción o reparaciones, e incluso subir el precio del arriendo a su antojo. Algunos migrantes que llevan más años viviendo en Chile, y que gozan de mayor estabilidad, comenzaron a explotar al máximo esa oportunidad financiera. Como muchos recién llegados demandaban alojamiento, muchos se beneficiaron subdividiendo excesivamente las viviendas en habitaciones, e incluso construyendo habitaciones más allá de los límites estructurales de éstas, utilizando materiales de bajo costo.

Los(as) migrantes no son tratados de la misma manera. El acceso a la vivienda está estructurado por el racismo que genera distintas dinámicas excluyentes. Muchos propietarios(as) o intermediarios restringen sus contratos de arrendamiento a determinadas personas, y muchas veces excluyen a haitianos, colombianos, venezolanos o peruanos, según sea el caso y el tipo de habitación ofrecida. Incluso algunos propietarios chilenos, como se corroboró en el grupo focal, colocan letreros que dicen “Arriendo solo a chilenos” (manteniendo un arriendo de menor valor). La relevancia que toma el racismo en tal selectividad es evidente. Cerca de la casa de Aisha (Haiti), algunos letreros decían: “Arriendo pieza /no para peruanos” o “Pieza en arriendo solo para haitianos”. El racismo surge en la forma en que migrantes antiguos se aprovechan de ciertos grupos migratorios, basados en la “raza” y la percepción de vulnerabilidad que se asocia a esta construcción racializada de migrantes. Como dice Jessica (Chile): “es tan injusto porque para los peruanos, los dueños, especialmente peruanos, cobran $80.000 (US$103), pero para los haitianos $150.000 (US$194)”.

Este acceso discriminatorio a la vivienda, según el cual se saca provecho de la situación vulnerable de migrantes, ha sido más significativo para los(as) haitianos(as). Según afirmaron muchos(as) participantes, esta práctica surge de la percepción de que se puede abusar de ellos(as) debido a la barrera del idioma, a su proveniencia de un país percibido como “pobre” y a su presunta “falta de educación”; percepciones que reproducen un racismo colonial. En tal contexto, diferentes formas de deshumanización se asocian a estas viviendas, y la “raza” se vuelve relevante. Esto se hace evidente con la aparición de galpones acondicionados con materiales de baja calidad y en terrenos sin cemento y con superficies irregulares, para albergar solo a familias migrantes afro-latinoamericanas y afro-caribeñas[12]. En tanto el galpón se define por ser un lugar de almacenamiento, especialmente en el vocablo inglés warehouse – que refiere explícitamente a una casa de mercancías–; la deshumanización inherente y la racialización que supone ofrecer habitaciones en condiciones aún más precarizadas a unos y no a otros, se hace evidente. Sobre todo, esto va creando procesos de güetización en el barrio, en tanto conduce a una segregación racial y profundiza la estigmatización de sus habitantes. Como sostiene Smith, “la segregación racial es un medio para la reproducción de la desigualdad racial. Ni el desarrollo económico ni el estado de bienestar han erosionado este proceso”[13] (1989: 105).

Ni el gobierno ni la municipalidad han podido regular o penalizar efectivamente este abuso lucrativo en el mercado de arriendo de viviendas, así como las inadecuadas estructuras y condiciones que presentan tales viviendas colectivas. Un informante clave de la municipalidad declaró que el municipio no puede impedir que estos propietarios e intermediarios inescrupulosos se aprovechen de los(as) migrantes, aunque sea ilegal. Como sostiene Torres-Tovar, el hecho de que la política municipal no haya dado respuestas eficaces a los fenómenos urbanos relacionados con la segregación social y espacial, el derecho a la vivienda y la pobreza, ha hecho que la realidad de las personas de bajos ingresos sea aún más compleja y abrumadora (2020: 10).

Como reveló esta investigación, las personas migrantes tienen opciones de vivienda limitadas que dependen de las prácticas selectivas de los propietarios e intermediarios. Sostengo que esa estructura jerarquizada (y racializada) es la base en la que toma forma el racismo en el barrio, es decir, la estructura social de la vivienda y su tenencia establecen y sostienen las jerarquías raciales de pertenencia.

Condiciones y situación habitacional de las viviendas colectivas

Las precarias condiciones que observé en diferentes conventillos y cités, donde solo residían familias migrantes que subarrendaban, eran abrumadoras. Los materiales de construcción de baja calidad y las adiciones deficientes que superan los límites estructurales de las viviendas, han hecho que los espacios domésticos sean insalubres, estén hacinados, congestionados y sean peligrosos. Cada habitación tiene un refrigerador, un televisor o una radio, y a veces un microondas, lo que hace que el lugar sea extremadamente peligroso, debido al alto consumo de electricidad por parte de un gran número de arrendatarios en un espacio reducido. Esto, además de las varias estufas de gas, supone un grave peligro de incendio. Muchos han perdido sus casas o incluso han muerto en incendios. Precisamente por estas vulnerabilidades, algunos propietarios han prohibido explícitamente a los arrendatarios tener visitas en el interior, de modo que las irregularidades y la precariedad permanecen a puerta cerrada.

Esto no es exclusivo de Recoleta. Los(as) migrantes en Chile soportan condiciones de vivienda mucho peores que el promedio de los(as) chilenos(as) locales, especialmente aquellos que llegaron en los últimos siete años. Mientras que solo el 6% de los(as) chilenos(as) viven en hogares hacinados (más de 2.5 por habitación), la población migrante en Chile triplica esa cifra hasta el 19% (Razmilic, 2019). Según el informe de OBIMID (2016), aquellos que enfrentan hacinamiento en Santiago provienen principalmente de Haití (52.8%), Perú (39.3%), Ecuador (26.3%) y República Dominicana (17%). Por otra parte, en Recoleta, los datos del Censo 2017 muestran que el hacinamiento en las viviendas incluso supera el promedio de la capital (INE, 2018b), y al menos el 13% de viviendas de la comuna presenta algún nivel de hacinamiento.

Las precarias condiciones de vivienda y el hacinamiento que presencié conducen inevitablemente a la insalubridad. Los significativos niveles de basura que cada habitación acumulaba hacían imposible no dejarlas (en bolsas) en la calle para evitar los malos olores y tratar de mantener la higiene en el interior. Como resultado inevitable de estas precarias condiciones de hacinamiento, surgen nuevas reconfiguraciones espaciales y los espacios públicos son cada vez más disputados por los(as) migrantes. La calle fuera de la vivienda colectiva se convirtió en un espacio alternativo a las condiciones de hacinamiento: un espacio en el que tienen lugar las interacciones sociales y prácticas de creación de lugar (place-making). Las prácticas de creación de lugar son aquellas prácticas que están asociadas con las dinámicas y relaciones que tienen las personas con sus lugares de residencia y, por ende, permiten transformar un espacio urbano en la medida que generan sentidos de pertenencia. Según Benson y Jackson, los lugares se construyen a través de actos o intervenciones repetitivas y cotidianas, es decir, las personas “hacen el barrio” a través de actos performativos y así reclaman tales lugares como suyos (2012: 2).

De esta manera, las formas en que los(as) migrantes se ven obligados a habitar sus espacios domésticos han implicado el surgimiento de nuevas prácticas en los espacios públicos. Debido a las habitaciones confinadas y muchas veces oscuras en las que viven, salen para compartir con amigos(as) o hacer llamadas, debido a la escasa señal en el interior. Otros(as) migrantes se sientan afuera y/o hacen asados con amigos en la calle; algo que residentes chilenos no suelen hacer. Sin embargo, estas prácticas y la búsqueda de pertenencia se contraponen al apego identitario frente al lugar construido por parte de los residentes nacionales. Dado que los lugares son espacios producidos socialmente a través de interacciones y prácticas (Lefebvre, 1991), son siempre “espacios compartidos” y, por eso, internamente contradictorios, ya que están constituidos por la diferencia y el conflicto (Massey, 1994: 137–138).

Los espacios urbanos del barrio residencial que los(as) migrantes reivindican a través de diferentes prácticas no son espacios utilizados activamente por los(as) chilenos(as), quienes en general se reúnen dentro de sus casas, principalmente por tener suficiente espacio, pero también por otras razones. Los 17 años de dictadura, junto con el modelo económico neoliberal establecido en 1974, fueron erosionando la participación, así como la apropiación del espacio público (Márquez, 2008); algo que se ha revertido crecientemente con el tiempo, especialmente en el contexto del llamado “estallido social” de octubre de 2019. Como plantea Márquez (2008), la gente se atemorizó ante cualquier conflicto potencial, lo que incrementó la reclusión domiciliaria y levantó barreras internas que disminuyeron el uso de los espacios públicos. De ahí que el uso del espacio haya cambiado profundamente mucho antes de la llegada de las personas migrantes. No obstante, parece que las movilidades de migrantes al barrio han reforzado esta idea del “pasado dorado” quebrantado, en el que la comunidad compartía dentro de los límites de una comunidad “homogénea”, como señalaba Elena al inicio.

La presencia de migrantes y sus prácticas de creación de lugar se perciben como una disrupción de las lógicas espaciales e históricas y las identidades adheridas al barrio, y constituye una amenaza para los residentes más antiguos, quienes reivindican cotidianamente una especie de “pertenencia exclusiva” de tales espacios públicos. Por ende, los(as) migrantes no pueden pertenecer a esa versión determinada de comunidad que defienden los residentes chilenos. Si bien las prácticas y el apego identitario al lugar de los chilenos están vinculadas a identidades de clase (Méndez, 2018), este estudio demuestra que también están vinculadas a lógicas nacionalistas que les permite reactualizar sus identidades racializadas, como expongo en la siguiente sección. Pese a los límites cotidianos impuestos, las prácticas de crear lugar de los(as) migrantes, que surgen a partir de la precariedad habitacional, revelan cómo negocian ellos su pertenencia y también enfrentan la exclusión social. La disputa por el espacio en el barrio donde viven forma parte de su resistencia y se vuelve clave para negociar las múltiples restricciones y exclusiones que experimentan. A pesar de la precariedad habitacional, para muchos participantes migrantes su hogar se vuelve el único lugar donde se sienten más seguros y protegidos del mundo exterior que muchas veces consideran hostil.

Racismo cultural y las nociones de limpieza e higiene[14]

Las formas de habitar de los(as) migrantes, que son producto del subarriendo de habitaciones en condiciones precarizadas, tienen una influencia significativa en cómo los perciben y estigmatizan los residentes chilenos. Como ilustró Elena (Chile), muchos asocian estas viviendas migrantes con suciedad, e incluso sostienen que los(as) migrantes son responsables de ensuciar las calles. Muchos participantes señalaron que esto correspondía a una “falta de cultura”. Al calificar las formas de habitar de migrantes como algo “cultural”, las impregnan de significados racializados en los cuales las ideas de “suciedad” y las nociones naturalizadas de la “raza” están intrínsicamente ligadas y, sobre todo, se vinculan a una “mala convivencia”:

Hay una mala convivencia con los vecinos... La gente, los extranjeros que han venido de afuera tienen una mala reputación, digo yo, porque ehh... los peruanos son sucios. Los colombianos, los dominicanos son... más o menos igual... (Cintia, comunicación personal, julio 2018)

En cada alusión a lo diferente que era el barrio antes de la llegada de migrantes, los residentes chilenos mencionaban la palabra “limpio”. La narrativa de “ser limpios”, que se considera como una “práctica cultural” establecida, se reivindica como parte de una conducta identitaria que permite a los residentes chilenos posicionarse en una jerarquía superior y producir relaciones de dominación para mantener control sobre el espacio urbano. El código cultural que se asigna al “otro” (Solomos & Back, 1994), permite producir una diferencia radical entre “nosotros” y “ellos” que parece insalvable. Al entender las formas de habitar de migrantes como prácticas culturales – prácticas que se desprenderían de una identidad nacional (según residentes nacionales), y por consiguiente, inherentemente racializada – en vez de entenderlas como resultado de la situación precaria que enfrentan (y que es producto de múltiples factores), éstas se esencializan. Esta es una de las múltiples formas en las que funciona el racismo: ciertas prácticas se adscriben a una “raza” particular y la determinan, naturalizándolas como algo inherente a la persona (biológico), y con ello, produciendo una diferencia que se construye como insalvable. Sostengo que el “ser limpio(a)” se utiliza como mecanismo de distinción para sustentar un sentimiento (y discurso) anti-inmigrante y reivindicar un mayor “estatus” y más derechos que aquellos recién llegados. Según Douglas, la suciedad es relativa: “No existe la suciedad absoluta: existe en el ojo del espectador” (1966: 2). En ese sentido, toda la suciedad es simbólica, y “ofende contra el orden”, y por ende tal distinción es una forma de expresar jerarquía (Berthold, 2010; Douglas, 1966: 2).

Por lo tanto, esta idea de culturalismo – a partir de las percepciones de que las diferencias entre “nosotros” y “ellos” son “culturales” – permite que la ideología del racismo permanezca invisible, pues destaca la diferencia cultural en lugar de la herencia biológica (que se considera como políticamente incorrecta), pero, sin embargo, alude a las mismas lógicas racistas. Como señala Balibar (1991a: 22), “la cultura también puede funcionar como naturaleza”[15] cuando se la considera inmutable desde el origen. Cuando se naturaliza la cultura, la “raza” se oculta en el código cultural (Balibar, 1991a), pero es otra forma en que perdura el racismo de forma más imperceptible. Así, esos supuestos atributos culturales que se asocian a estereotipos raciales históricos se adscriben a migrantes, lo cual constituye una forma de racismo cotidiano que denomino como “racismo cultural”, siguiendo los planteamientos de Balibar (1991a) y Solomos y Back (1994). Esta forma de racismo asocia la “cultura” con un comportamiento catalogado como fuera de la “norma” y oculta la ideología racista de la cual surge tal razonamiento. El racismo cultural, que se sustenta en el dualismo limpieza/suciedad que reproduce las relaciones de poder en el barrio, alimenta el sentimiento anti-inmigrante que está presente en los discursos de los participantes chilenos.

Sostengo entonces que las formas de habitar a las que están expuestos ciertos migrantes influyen en la convivencia intercultural entre vecinos y específicamente en la reproducción del racismo y la exclusión social. Esto se debe a que las precarias condiciones de vivienda a las que tienen acceso, a causa de su condición migratoria muchas veces incierta, tienen un efecto directo en sus prácticas cotidianas. Por ende, su situación habitacional no solo repercute con el limitado acceso a otros espacios de la ciudad, sino también en la reproducción de racismos cotidianos y la exclusión de una comunidad residencial; esto, sobre todo, por la asociación (según lógicas racistas) de tales formas de habitar con prácticas consideradas “culturales” y comportamientos que denotarían una “falta de cultura”. El conflicto social y la aversión hacia migrantes de ALC, especialmente aquellos negativamente racializados, provienen de la racialización de estas prácticas de creación de lugar para hacer distinciones y producir una diferencia de poder dentro del campo social. La “raza” se reinscribe en los nuevos racismos culturales (Balibar, 1991; Solomos & Back, 1994).

Los espacios urbanos se vuelven cada vez más disputados y reclamados por los residentes chilenos. Olga, chilena de 50 años, mientras me comentaba que sus vecinos migrantes hicieron un asado en el espacio semicolectivo del cité, dijo: “si quieren que los respetemos... deberían empezar a respetar porque no te corresponde ocupar mi espacio aquí”. En su discurso, al igual que otros participantes, prevalece la idea de una “cultura dominante” que los(as) migrantes deben seguir y adquirir con el fin de pertenecer. Tal asimilación supone modificar sus formas de habitar y cumplir normas. Las banderas chilenas colgadas en muchos cités (mayormente habitados por chilenos) materializan tal reivindicación que limita a los(as) migrantes ejercer su “derecho a la ciudad”. Por “derecho a la ciudad” me refiero no solo al derecho de acceder a los recursos urbanos, sino especialmente al derecho que las personas tienen para construir y transformar sus ciudades (Harvey, 2008: 23).

Dado que los residentes chilenos no pueden hacer nada contra el hecho de que otros vivan allí, ponen en práctica dinámicas excluyentes que reivindican su derecho exclusivo y demandan una superioridad respecto a ese “otro” racializado que se percibe no solo como ajeno sino también en una posición inferior. Esto a través de diferentes medios; algunos más sutiles y silenciosos, como por ejemplo a través de objetos simbólicos (bandera), quejas en las juntas de vecinos, denuncias a carabineros o reclamos en la municipalidad; otros más bien explícitos, como los letreros excluyentes de arriendo, insultos, o interacciones donde chilenos(as) establecen las “reglas del juego” y desde donde emergen racismos cotidianos contra migrantes. Así, el racismo cultural que presencié se manifiesta en un conjunto de prácticas y discursos que sustenta el sentimiento (y discurso) anti-inmigrante de chilenos(as), y que muestra cómo “el racismo colonial continúa produciendo zonas de ser y no ser a escala mundial”[16] (Grosfoguel, Oso y Christou, 2015: 641).

En síntesis, el racismo influye en la forma en que las personas negocian su derecho a pertenecer al lugar que habitan. Siguiendo los postulados de Rex y Moore (1967: 16), el conflicto social en este barrio no es solo una cuestión de racismo, sino también una cuestión de condiciones materiales y de lucha por recursos que conduce a ciertos grupos étnicos a restringir las oportunidades de otro grupo a través de diversas sanciones. Como dichos autores argumentan, para entender los diversos conflictos intergrupales en barrios residenciales es necesario comprender el prejuicio en términos del sistema social y de la estructura de relaciones sociales del barrio y no en términos del sistema de personalidad, que termina por ocultar los procesos más complejos que convergen en la convivencia intercultural (1967: 12).

Conclusiones

Este estudio contribuye a desentrañar los factores que influyen en los problemas de convivencia en barrios residenciales en un contexto migratorio Sur-Sur, para así comprender el racismo que experimentan migrantes de ALC en el Chile postcolonial. Basándome en una investigación etnográfica extensa, revelo el rol clave que juega la precariedad habitacional que viven las personas migrantes en la reproducción del racismo y la exclusión social que enfrentan en el barrio, lo cual inevitablemente amenaza la convivencia intercultural. El conflicto social emergente en barrios multiculturales no es meramente una cuestión de “relaciones raciales” o producto de supuestas “diferencias culturales”, sino más bien del sistema político, económico y social que determina y estructura un sistema jerárquico de relaciones en la ciudad. La convergencia de estos múltiples factores que se traduce en las políticas habitacionales estatales y en las dinámicas del mercado de la vivienda –en donde los precios de renta son determinados no solo por la oferta y demanda sino también por dinámicas excluyentes que siguen lógicas racistas–, inevitablemente produce una desigualdad en las oportunidades de acceso a una vivienda digna (y a precio justo) entre migrantes y chilenos. Sobre todo, tales políticas, junto a la escasa regulación del mercado del suelo y vivienda (y su explotación lucrativa) por parte del gobierno local, determinan la emergencia de jerarquías racializadas que se construyen y se sustentan en la tenencia de vivienda (y así jerarquizan a los individuos); así, ser propietario(a), intermediario(a) o bien arrendatario(a) demarca los límites de pertenencia.

Para los residentes chilenos, ser propietarios se convierte en un mecanismo de poder clave para afirmar una posición superior frente a los residentes migrantes. Por lo tanto, las diferentes jerarquías sostenidas por la estructura social de la vivienda y el mercado que la rige determinan también un acceso diferente a la ciudad y, por lo tanto, un acceso diferente a los derechos. Los migrantes racializados recién llegados son los más afectados, ya que se encuentran en el último lugar en la estructura social jerárquica que propicia la explotación lucrativa de las viviendas migrantes. Como afirma Amin, “se cree que la diversidad se negocia en los espacios públicos de la ciudad. La realidad deprimente, sin embargo, es que en la vida contemporánea los espacios públicos urbanos son a menudo territorializados por grupos particulares”[17] (2002: 967). Como plantea Keith, a pesar del derecho de los individuos a crear la ciudad, tales formas de espacialización tienen lugar dentro de los regímenes de poder nacionales y locales que determinan su constitución (2005: 261).

La multiocupación y la situación habitacional precaria y de hacinamiento generadas por dueños(as) y arrendadores inescrupulosos frente a la alta demanda de vivienda por parte de migrantes, ha provocado no solo un progresivo deterioro urbano, sino también ha reforzado la emergencia de conflictos sociales entre residentes. Este artículo revela cómo los procesos de racialización inherentes a la construcción de un sentido de pertenencia de residentes locales frente a la creciente migración, han marcado nuevos límites de exclusión que desafían el “derecho a la ciudad” (Harvey, 2008) de migrantes negativamente racializados. Los procesos de racialización se materializan en los espacios urbanos del barrio residencial a través del acceso diferenciado a la vivienda y también mediante la reivindicación de una pertenencia exclusiva de los residentes chilenos al espacio urbano por diferentes medios. Esta etnografía mostró las tensiones y disputa por el espacio urbano, y los factores que permiten entender cómo el barrio se construye cotidianamente desde dinámicas racistas de inclusión/exclusión que definen quienes son percibidos como “invasores del espacio” (Puwar, 2004); en este caso, migrantes afrodescendientes. Esta percepción, sin embargo, se condice con el discurso anti-inmigrante que ha caracterizado el gobierno de Sebastián Piñera. En efecto, la reforma migratoria impulsada por el presidente comenzó por restringir el ingreso de migrantes afrodescendientes, y actualmente una de las prioridades en la agenda legislativa es aprobar el Proyecto de Ley de Migración y Extranjería, aún en tramitación en el Senado. Desde la oposición, sin embargo, se exige tanto la existencia de mecanismos de regularización migratoria en Chile, como la posibilidad de que las personas en la frontera soliciten una visa de oportunidades laborales para ingresar al país. Este proyecto de ley, de ser aprobado en su versión actual, se traducirá en un incremento en la irregularidad de migrantes, y en consecuencia profundizará su exclusión a nivel local. La exclusión adquiere prioridad nacional e inevitablemente reproduce racismos cotidianos como los explorados en este artículo.

Por otra parte, este estudio revela que el dualismo limpieza/suciedad utilizado por residentes chilenos como mecanismo de diferenciación entre un “nosotros” y “otros” según las formas de habitar, se convierte en otra forma de ocultar el racismo, y así es precisamente como éste persiste: permaneciendo invisible. Como señalé, categorizar las formas de habitar a la que se ven forzados los(as) migrantes como “prácticas culturales” hace parte de un racismo cultural que produce relaciones de dominación.

Dada la centralidad que ocupa el hogar junto a sus alrededores para los(as) migrantes (Bonhomme, 2013), es fundamental regular el mercado de la vivienda y generar cambios en las políticas habitacionales para asegurar el acceso de migrantes a una vivienda digna. Pero, sobre todo, también es necesario reformular las políticas migratorias, pues al fomentar la incertidumbre y la irregularidad, restringen el acceso de los(as) migrantes a la ciudad y sus recursos. Este artículo develó la relevancia que adquiere la situación habitacional de migrantes para comprender el racismo en el Chile postcolonial. Comprender una parte del problema otorga también la posibilidad de mitigar las dinámicas excluyentes que restringen el derecho a la vivienda y a la ciudad de migrantes.

En síntesis, esta investigación contribuye a los estudios raciales, migratorios y urbanos, ya que visibiliza los procesos complejos que existen detrás del racismo emergente en barrios residenciales, y con ello permite reivindicar la importancia del barrio como un escenario y espacio social clave desde el cual se pueden revertir tales exclusiones. Si bien en los espacios urbanos se inscriben relaciones de poder (Soja, 1989), éstos también pueden ser transformados por sus usuarios (Alexander & Knowles, 2005; Back, 2005; Harvey, 2008; Sassen, 2006) y convertirse en lugares donde los significados e identidades adscritas a ellos puedan ser desafiados. Así, los esfuerzos desde el Estado y los gobiernos locales deben orientarse a que el barrio residencial facilite la convivencia y la construcción de lazos que permitan avanzar hacia una sociedad multicultural; una sociedad donde realmente exista lo que Back y Sinha (2016) llaman una multiculturalidad convivencial o amistosa (multicultural conviviality): una sociedad sin racismo.

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[1]

[2] En quechua, La Chimba significa territorio al otro lado del río (Márquez, 2013: 127).

[3] En la investigación desde la cual se basa este artículo exploré en profundidad las relaciones interétnicas e interacciones más allá de la distinción migrantes/chilenos, dado que en la convivencia en barrios multiculturales también emergen procesos complejos de diferenciación y alteridad entre migrantes. Así, si bien mi etnografía reveló la importancia de examinar las relaciones entre chilenos, migrantes antiguos y recién llegados, en este articulo analizo principalmente las relaciones entre chilenos y migrantes con el fin de comprender en profundidad cómo las percepciones y experiencias de residentes chilenos contrastan con la realidad observada y las experiencias de migrantes, especialmente aquellos recién llegados al barrio.

[4] Traducción propia.

[5] Traducción propia.

[6] Las cités son una serie de casas construidas a lo largo de un pasaje, que dan a un espacio privado común, conectadas a la vía pública a través de uno o más puntos de acceso (Hidalgo, 2002). Son la versión renovada de los conventillos de finales del siglo XIX.

[7] Traducción propia.

[8] Tanto el programa Fondo Solidario de Vivienda (DS Nº174 de 2005) -dirigido a familias vulnerables (y que comenzó a exigir el certificado de residencia) como otros orientados a sectores medios (DS Nº40 de 2004) y aquellos para ampliar la vivienda (DS Nº255 de 2006), no diferenciaban entre migrantes y chilenos. Sin embargo, el programa de 2011 (DS Nº 49 de 2011) que reemplazó al Fondo Solidario de Vivienda además de exigir la residencia definitiva, incluyó el requisito de antigüedad mínima de cinco años (Razmilic, 2019). Así, dificultó la postulación al programa de familias migrantes, quienes ya tendrían que esperar siete años para cumplir los requisitos (dado que se requieren uno a dos años para obtener la residencia definitiva y luego los 5 años de antigüedad), estando en desventaja con respecto a chilenos. En el 2015 el MINVU retiró tal exigencia para el programa de Fondo Solidario, Subsidio Habitacional y Arriendo.

[9] Este subsidio (sólo personas con pareja y/o hijos) consiste en 3,2 UF= US$118 por un arriendo de máximo 9,2 UF= US$341; por un máximo de 8 años.

[10] Identificación que puede provenir de una visa temporal o definitiva.

[11] Los conventillos corresponden a viviendas antiguas que fueron sometidas a múltiples subdivisiones de bajo costo para hacer pequeñas habitaciones separadas, caracterizadas por la precariedad y condiciones de hacinamiento producto del lucro excesivo de propietarios a finales del siglo XIX.

[12] La municipalidad intervino un galpón en mayo 2018 mientras realizaba mi trabajo de campo, pero muchos todavía siguen en pie.

[13] Traducción propia.

[14] Parte de esta sección ha sido expuesta en conferencias (Bonhomme, 2017, 2018).

[15] Traducción propia.

[16] Traducción propia.

[17] Traducción propia.

Precariedad habitacional y convivencia en contexto migratorio

Precariedad habitacional y convivencia en contexto migratorio

Precariedad habitacional y convivencia en contexto migratorio

Precariedad habitacional y convivencia en contexto migratorio

Precariedad habitacional y convivencia en contexto migratorio

Precariedad habitacional y convivencia en contexto migratorio

Recibido: 10 de junio de 2020; Aceptado: 23 de julio de 2020

Resumen

Chile es uno de los países con mayores flujos migratorios provenientes de América Latina y el Caribe. Este artículo explora la convivencia social en barrios residenciales en el contexto migratorio Sur-Sur, con el fin de examinar los múltiples factores que operan detrás del conflicto social emergente entre migrantes y chilenos. La creciente llegada de migrantes a Santiago ha reforzado el racismo y la racialización del espacio urbano a través de interacciones y prácticas sociales que tienen lugar en barrios residenciales. Basado en un proyecto de investigación más amplio, que consistió en una etnografía de 17 meses entre 2015 y 2018 en uno de los barrios más multiculturales de Santiago, este artículo contribuye a desentrañar los racismos contemporáneos y los procesos de racialización que emergen, considerando el rol que juegan las políticas habitacionales y el mercado de la vivienda en la convivencia intercultural y el conflicto social emergente. Sostengo que la precariedad habitacional en la que los(as) migrantes se ven forzados a vivir repercute en la reproducción del racismo y en la construcción de jerarquías raciales de pertenencia que desafían cotidianamente el “derecho a la ciudad” de los(as) migrantes, especialmente afrodescendientes, y profundizan su exclusión.

Palabras clave

migración, racismo, vivienda, conflicto social, interacción cultural.

Abstract

Chile is one of the countries with major destination flows from Latin America and the Caribbean. The aim of this article is to explore social coexistence in residential neighbourhoods in the context of South-South migration, in order to examine the multiple factors at play behind the emerging social conflict between migrants and Chileans. The growing arrival of migrants to Santiago has reinforced racism and the racialization of the urban space through social interactions and practices that take place in residential neighbourhoods. Drawing on a larger research project that consisted in a 17-month ethnography between 2015 and 2018 in one of the most multicultural neighbourhoods of Santiago, this article contributes to unravel racism and the emerging processes of racialization, considering the role that the politics of housing and the housing market play in the intercultural coexistence and the emergent conflict. I argue that the precarious housing conditions in which migrants are forced to live have an impact on the reproduction of racism and the construction of racial hierarchies of belonging that challenge migrants’ “right to the city”, especially Afro-descendants, deepening their exclusion.

Keywords

migration, racism, housing, social conflict, cultural interaction.

Resumo

O Chile é um dos países com os maiores fluxos migratórios da América Latina e do Caribe. O objetivo deste artigo é explorar a coexistência social em bairros residenciais no contexto da migração Sul-Sul, a fim de examinar os múltiplos fatores que operam por trás do conflito social emergente entre migrantes e chilenos. A crescente chegada de migrantes a Santiago reforçou o racismo e a racialização do espaço urbano através de interações e práticas sociais que ocorrem em bairros residenciais. Baseado em um projeto de pesquisa mais amplo que consistiu principalmente em uma etnografia de 17 meses entre 2015 e 2018 em um dos bairros mais multiculturais de Santiago, este artigo contribui para desvendar o racismo contemporâneo e os processos de racialização emergentes, considerando o papel que as políticas habitacionais e o mercado de habitação desempenham na coexistência intercultural e no conflito emergente. Mantenho que a precariedade da moradia na qual os migrantes são forçados a viver tem repercussões na reprodução do racismo e na construção de hierarquias raciais de pertencimento que diariamente desafiam o “direito à cidade” dos migrantes, especialmente os de ascendência africana, aprofundando sua exclusão.

Palavras-chave

migração, racismo, habitação, conflito social, interação cultural.

Résumé

Le Chili est l’un des pays où les flux migratoires en provenance d’Amérique latine et des Caraïbes sont les plus importants. L’objectif de cet article est d’explorer la coexistence sociale dans les quartiers résidentiels dans le contexte de la migration Sud-Sud, afin d’examiner les multiples facteurs qui opèrent derrière le conflit social émergent entre les migrants et les Chiliens. L’arrivée croissante de migrants à Santiago a renforcé le racisme et la racialisation de l’espace urbain à travers les interactions et les pratiques sociales qui ont lieu dans les quartiers résidentiels. Basé sur un projet de recherche plus large qui a consisté principalement en une ethnographie de 17 mois entre 2015 et 2018 dans l’un des quartiers les plus multiculturels de Santiago, cet article contribue à démêler le racisme contemporain et les processus de racialisation émergents, en considérant le rôle que les politiques de logement et le marché du logement jouent dans la coexistence interculturelle et le conflit émergent. Je soutiens que la précarité des logements dans lesquels les migrants sont contraints de vivre a des répercussions sur la reproduction du racisme et sur la construction de hiérarchies raciales d’appartenance qui remettent quotidiennement en cause le “droit à la ville” des migrants, en particulier ceux d’origine africaine, aggravant leur exclusion.

Mots clés

migration, racisme, logement, conflit social, Interaction culturelle.

En los últimos 18 años, el número de migrantes en Chile ha aumentado en un 809%, según las últimas estimaciones (1.492.522 migrantes) (INE, 2003; INE & DEM, 2020); un aumento sin precedentes de las personas migrantes residentes, que corresponde predominantemente a una migración Sur-Sur. El crecimiento de los flujos migratorios hacia Santiago ha reforzado el racismo a nivel local de manera inédita. Pese a que el racismo no es algo nuevo, se vuelve cada vez más necesario abordarlo con mayor profundidad desde las ciencias sociales, especialmente en lo que respecta a la relación entre “raza” y barrios residenciales, una temática aún poco explorada en la academia chilena. En este artículo analizo el acceso de migrantes latinoamericanos y caribeños a la vivienda y su situación habitacional, enfocándome en el rol que cumple la precariedad habitacional en la reproducción de racismos cotidianos y en la creciente racialización del espacio urbano.

Para comprender cómo opera el racismo (y la construcción cotidiana de la “raza”) se requiere un análisis más profundo respecto a la convivencia en barrios multiculturales. Sugiero que el estudio de la “raza” y el racismo debe considerar cómo la ciudad, los espacios públicos y los procesos locales de los barrios moldean y son moldeados por las formaciones raciales, marcando nuevos límites de exclusión e inclusión que desafían el “derecho a la ciudad” (Harvey, 2008) de migrantes de América Latina y el Caribe (ALC), especialmente Afro-Latinoamericanos y Afro-Caribeños. A partir de un trabajo de campo etnográfico en un barrio residencial, sostengo que la estructura de las relaciones sociales, el mercado de la vivienda y las políticas habitacionales y migratorias restrictivas han provocado conflictos sociales entre los residentes, que a su vez están motivados por un racismo histórico que se reactualiza en el Chile postcolonial. Las perspectivas de los residentes chilenos revelan cómo se observa la realidad a través de “lentes raciales”, sin comprender las complejidades de los procesos urbanos y locales que operan detrás de ellos; aportar a esa comprensión es el objetivo de este artículo. Por “lentes raciales” me refiero a cómo la ideología del racismo permea la forma en que las personas construyen su realidad social y cómo la perciben; es decir, a cómo los procesos de racialización y principalmente procesos de alteridad u “otredad” que emergen en contextos multiculturales –que implican la construcción de un “yo” superior en oposición a un “otro” inferior (Crang, 1998)–, configuran la percepción del mundo que las rodea y le otorga un significado particular a los procesos locales.

La vivienda es un factor clave para explorar la segregación urbana de los(as) migrantes, la importancia de la “raza” en las limitaciones cotidianas y la forma en que ésta se manifiesta en la vida urbana. La creciente racialización de los espacios urbanos ha determinado la manera en que los(as) migrantes acceden a la vivienda y habitan la ciudad. Esto ocurre dentro de los procesos históricos de segregación socioeconómica urbana en la capital de Chile. Santiago ha cambiado a lo largo de los años y también lo ha hecho el barrio al “otro lado del río”: La Chimba [2] . La Chimba ha sido históricamente uno de los barrios más multiculturales de la capital. Se sitúa en la comuna de Recoleta y es descrito como el primer lugar donde el multiculturalismo y la pobreza se conjugaron desde la época colonial, y donde se produjo la legitimación “natural” de las diferencias sociales y de la exclusión social (Márquez, 2013: 124). Recoleta es actualmente el cuarto de los doce municipios donde existe una mayor concentración de migrantes de ALC, e incluso duplica la proporción de la capital, que es del 7%, con un 15% de población compuesta por residentes migrantes (INE, 2018a). Tales características convierten a este barrio en un interesante escenario urbano para comprender la convivencia intercultural y el incipiente multiculturalismo.

Existe la creencia de que la coexistencia de diferentes culturas es la causa de conflictos sociales en un barrio. Cuando entrevisté a Agustín (Chile), un alto funcionario del Departamento de Extranjería y Migración, afirmó que el conflicto emergente en los barrios multiculturales no era causado por el racismo sino por la mera convivencia de personas “diferentes”. Este supuesto da lugar a proyectos de “integración”, “asimilación” o “aculturación”, que permitirían “solucionar” tal conflicto. Esos términos son inadecuados porque proceden de un marco de “inmigrante/receptor” que supone que los(as) migrantes necesitan cambiar sus propios patrones de comportamiento para ajustarse a los de la sociedad de acogida (Rex & Moore, 1967: 13). Tales supuestos relativos a la necesidad de que los migrantes se asimilen/aculturen al lugar y la comunidad en la que residen, son la base del discurso de residentes chilenos cuando se refieren a las prácticas de creación de lugar de los(as) migrantes en el barrio residencial. Sin embargo, las razones del surgimiento del conflicto social en el barrio, que podría considerarse simplemente como un producto de la diferencia cultural entre grupos sociales o solo una cuestión de relaciones “raciales”, ocultan procesos más complejos.

Mi objetivo en este artículo es desentrañar tales procesos, enfocándome en las formas de discriminación que devienen de estructuras económicas, sociales y políticas. Sobre todo, sostengo que la causa de las tensiones raciales o lo que podría llamarse como “conflicto racial” (en tanto se utilizan lógicas racistas en los discursos de residentes), en muchos de los barrios multiculturales es el resultado de múltiples factores complejos que están íntimamente interrelacionados y son permeados por un racismo estructural. Es decir, el conflicto emergente deviene de la compleja interrelación entre procesos históricos, políticos, sociales y económicos que va configurando los procesos de inclusión/exclusión de migrantes en la sociedad de destino.

Por una parte, si bien algunos estudios han examinado las relaciones intergrupales en el contexto de la migración en Chile (ver González, Sirlopú, & Kessler, 2010; Ramírez & Chan, 2018), el estudio de las relaciones interculturales en los barrios residenciales – donde las personas pasan gran parte de su vida– ha sido poco explorado, sobre todo desde un enfoque etnográfico que considere las prácticas y percepciones de residentes chilenos. Por otra parte, aunque los estudios sobre migración en Chile reconocen la existencia de viviendas colectivas en barrios multiculturales de Santiago (Bonhomme, 2013; López-Morales et al., 2018; Margarit Segura & Bijit Abde, 2014; Razmilic, 2019), los estudios que han reflexionado sobre su constitución, características e implicancias son todavía escasos. Además, en los estudios sobre la vivienda y las políticas habitacionales en Chile (López-Morales et al., 2018; Razmilic, 2019), no se ha analizado en profundidad la relación de estas políticas con el multiculturalismo y el conflicto social emergente en estos barrios residenciales. Este artículo pretende llenar dicho vacío en la literatura y también contribuir a la sociología de la “raza”, así como a los estudios urbanos, a partir de una exploración de las dinámicas, interacciones y prácticas que emergen en el espacio urbano que permita comprender la convivencia intercultural y el conflicto emergente desde las experiencias y percepciones de los residentes chilenos y los(as) migrantes de ALC; esto siguiendo un análisis que tenga en cuenta el rol de la estructura social de la ciudad y especialmente las políticas habitacionales, el mercado de la vivienda y la situación habitacional en la que viven la mayoría de los(as) migrantes. Esto responde, además, a la necesidad fundamental de comprender cómo los espacios urbanos se convierten en espacios en disputa con el aumento de la migración.

A partir de una investigación más amplia que contó con una etnografía de 17 meses, 70 entrevistas en profundidad y dos grupos focales con participantes migrantes y no-migrantes, en este artículo argumento que la situación habitacional que viven los(as) migrantes, como producto de las políticas habitacionales y el mercado de la vivienda que determinan el acceso a ella, juega un rol clave en la reproducción de racismos cotidianos. La precariedad habitacional en la que los(as) migrantes se ven forzados a vivir está íntimamente vinculada a las relaciones interétnicas y al conflicto social que emerge en barrios residenciales multiculturales [3].

Es necesario definir lo que se entenderá como “racismo”, “raza”, y procesos de racialización en el presente artículo. El colonialismo ha forjado la necesidad de marcar la diferencia a través de categorías que se reconstruyen en los imaginarios colectivos del presente postcolonial. El racismo es la ideología que sustenta tales categorías naturalizadas. En otras palabras, el racismo, que opera a través de la presunción de la base biológica de la llamada “raza” (Hall, 1980) –y que también se basa en aspectos percibidos como “culturales”, según demuestro en este artículo–, produce diferencias con el fin de establecer jerarquías de poder dentro de las sociedades. Como plantea Fredrickson, la ideología del racismo está constituida por la diferencia y el poder: “se origina a partir de una mentalidad que considera a ‘ellos’ como diferentes de ‘nosotros’ en formas que son permanentes e infranqueables” [4] (2003: 9). La “raza” fue un invento de Occidente para referirse a los “otros” no-europeos en el siglo XVI (Fredrickson, 2003; Quijano, 2014), con el fin de legitimar la dominación sobre ellos. En esa medida, la “raza” es una construcción social que siempre está en proceso de transformación. Esto es lo que hace al racismo un fenómeno contingente y localmente específico. El racismo no solo emerge a través del discurso sino también a través de interacciones y prácticas concretas que se despliegan en el espacio urbano. Siguiendo a Knowles (2003: 29–30), “la raza no es solo un mito social: se actúa sobre ella y tiene un significado en la vida de las personas” [5] . La “raza”, entonces, es históricamente activa y cambiante. Por otra parte, el concepto de racialización, según Murji y Solomos (2005: 3), permite describir los procesos por los cuales significados raciales se adscriben a ciertas problemáticas sociales en las cuales la “raza” es un factor clave en cómo éstas se configuran. Este artículo muestra cómo a través de procesos de racialización, la “raza” como construcción social influye en el mercado de la vivienda y el acceso a ella.

Primero examinaré las políticas y el mercado de la vivienda, describiendo el acceso limitado y las condiciones materiales del tipo de vivienda de la que disponen los(as) migrantes, así como las dinámicas sociales que surgen. Esto permitirá comprender el conflicto social emergente y revelar cómo la situación habitacional de migrantes juega un rol clave. En segundo lugar, abordaré las prácticas y narrativas de chilenos residentes sobre las personas migrantes y los mecanismos utilizados para reclamar una pertenencia exclusiva al barrio.

Políticas de vivienda y la estructura social de la vivienda

Era un barrio muy limpio, muy decente... eran todos buenos vecinos pero empezaron a cambiar (...) Las casas de la entrada son... todas piezas arrendadas (...) y... no son como las familias de antes (...) Ahora en este cité, solo somos cinco familias chilenas, y el resto son todos peruanos... hemos tenido algunas peleas con los extranjeros a causa de la borrachera...

Elena, chilena de 69 años, se muestra nostálgica del “pasado dorado” de la vida del barrio donde ha vivido más de 40 años. Su casa en el cité [6] es la que tiene una bandera chilena flameando en el techo. Los vecinos chilenos, como ella, han construido una imagen distorsionada de lo que hoy es este lugar comparado con años anteriores. En sus narraciones señalan la llegada de los(as) migrantes al barrio como la causa principal de la degradación urbana. Las formas de habitar de los(as) migrantes se malinterpreta a través de “lentes racializados” que refuerzan los problemas de convivencia entre migrantes y chilenos. Estos lentes que siguen lógicas racistas impiden ver las complejidades que subyacen a la estructura racializada de la vivienda y el barrio.

Muchos chilenos adquirieron viviendas subvencionadas por el Estado y se mudaron de Recoleta. Sin embargo, muchos otros, como Elena, se quedaron. Los cambios demográficos y las movilidades son inevitables para cualquier ciudad capitalista en crecimiento. Las personas que comenzaron a mudarse a este barrio de clase trabajadora fueron parte de los cambios experimentados por los vecinos. Esto implicó la disolución de las redes y relaciones sociales, así como la de ciertos tipos de participación civil dentro del barrio (Márquez, 2008). A ello se sumó la creciente llegada de migrantes al barrio, quienes, sin embargo, parecen ser los únicos responsables de las transformaciones urbanas para los vecinos chilenos.

En ciudades neoliberales como Santiago, altamente desiguales, segregadas espacialmente, y donde el territorio está intrínsecamente relacionado con factores socioeconómicos (López-Morales, 2016), ser propietario(a) en el mercado habitacional determina el acceso a los recursos de la ciudad. Como afirma Smith, “la forma de diferenciación residencial tiene consecuencias de gran alcance para la calidad de vida de los individuos” [7] (1989: 170). Según la autora, dado que los mercados, las organizaciones y las instituciones impulsan las relaciones de producción, distribución y consumo, la diferenciación racial se convierte en una construcción ideológica tangible (1989). La “raza”, por lo tanto, comienza a trazar el mapa de la espacialidad de la ciudad, permeando el mercado de la vivienda.

A causa de una economía neoliberal de suelo y vivienda que ha sido socioeconómicamente excluyente, se generan geografías de oportunidades y prevalece el desarrollo de informalidad urbana (López-Morales et al., 2018), donde el arriendo informal, especialmente para migrantes recién llegados, es la única opción. En Recoleta, al igual que en otras comunas multiculturales, la estructura de la oferta de vivienda social se ha limitado a los chilenos y, en menor medida, a migrantes antiguos, como aquellos provenientes de Perú. Para los migrantes recién llegados la posibilidad de comprar o arrendar una casa es prácticamente imposible. Por una parte, postular a los programas sociales de subsidio estatal de vivienda se hace difícil para aquellos sin residencia permanente, ya que ser residente es justamente uno de sus requisitos (Razmilic, 2019). Así, el sistema de asignación de viviendas sociales en Chile discrimina a migrantes recién llegados. Según Razmilic (2019), es aún difícil trazar la relación entre políticas relacionadas con la migración y las políticas de vivienda. Solo desde el 2009, los programas habitacionales del gobierno hacen referencia a migrantes para la postulación: les exige el Certificado de Residencia Definitiva [8] , lo cual los posiciona en desventaja con respecto a chilenos en el acceso a la vivienda. Además, el incierto estatus migratorio de muchos, debido al tiempo de espera excesivo que implican los procesos de visado y regularización, ocasiona una exclusión financiera que, a su vez, conduce a una exclusión habitacional.

Una opción disponible es acceder al subsidio de arriendo con el que el Estado ayuda a las familias [9] . Requiere tener carnet [10] y no necesariamente visa definitiva. Sin embargo, también se requiere tener un trabajo formal, demostrar seis meses de cotizaciones y una cuenta de ahorros. No solo es difícil para los recién llegados cumplir con estos requisitos, sino que muchos desconocen la existencia de estos beneficios. Por otra parte, para arrendar una casa o departamento, los requisitos también son difíciles de cumplir. Aunque los propietarios solo pidan carnet (visa temporal/definitiva), suelen exigir pruebas de estabilidad laboral (seis meses de cotizaciones, contrato de trabajo), depósitos de garantía por uno o dos meses y el primer mes de arriendo por adelantado. Los arrendatarios también tienen que proporcionar una persona como aval, que tenga un salario mínimo de $1.000.000 de pesos (US$1,295). Muchas viviendas antiguas, como mencionaron los(as) participantes, tenían propietarios chilenos, que se han quedado, o bien se han ido y han arrendado sus casas a residentes migrantes que pueden pagar y cumplir los requisitos legales dado que llevan más tiempo viviendo en Chile.

La incertidumbre asociada a los recién llegados a la ciudad dificulta arrendar una vivienda o un departamento. Por lo tanto, arrendar una habitación es la única opción, y quienes son propietarios o subarriendan habitaciones al interior de viviendas antiguas inevitablemente ven esto como una oportunidad lucrativa. En 2017, el 78% de los migrantes arrendaban en comparación con solo el 20% de los chilenos locales (Razmilic, 2019). A medida que aumentaban los niveles de ingresos, los acuerdos informales de arrendamiento de migrantes se reducían proporcionalmente, pero no era así en el caso de los recién llegados (Razmilic, 2019). Dado que los migrantes no pueden firmar contratos de arriendo, debido a sus trabajos precarios o informales o por estar indocumentados, su única posibilidad es subarrendar habitaciones, viviendo en condiciones hacinadas, insalubres y peligrosas, ocasionadas por el lucro desmesurado. El estudio de Razmilic (2019) muestra cómo aquellas comunas donde se incrementó el porcentaje de migrantes según el ultimo censo, fueron también las que reportaron un mayor aumento del valor de arriendo, por cuenta de un recargo a los(as) arrendatarios migrantes, quienes pagan un 12% más (porcentaje que se incrementa en este barrio, donde pueden pagar incluso un 50% extra).

Según las(os) participantes, con el aumento de la demanda los valores de arriendo aumentaron incluso tres o cuatro veces en los últimos diez años, de $40.000 (US$52) a por lo menos $150.000 (US$194); lo cual está lejos de ser justo si se considera el promedio de los precios de arriendo en la zona. Sin embargo, los precios difieren, no por una mejora en las condiciones de vivienda, sino por las jerarquías raciales que emergen producto del sistema de asignación de vivienda y las políticas migratorias restrictivas, las cuales finalmente conducen al abuso y la explotación lucrativa que caracteriza a la vivienda migrante. De esta forma, la “raza” es un factor relevante tanto en el precio de la vivienda como en el acceso. Incluso las habitaciones en galpones pueden llegar a costar $200.000 (US$259). Ese es el valor de la habitación donde Belén (afrocolombiana) y su familia viven junto a otros migrantes afrodescendientes. El abuso de las personas que subarriendan habitaciones, quienes en su mayoría son migrantes más antiguos, produce que el acceso a la vivienda, y por lo tanto a la ciudad, se vuelva aún más limitado para los(as) migrantes afrodescendientes, quienes resultan ser mayormente excluidos en el mercado de la vivienda debido a dinámicas excluyentes que siguen lógicas racistas. Como comenta Belén (afrocolombiana):

Si uno va y busca un contrato de alquiler, lo primero que te preguntan es: “¿De dónde eres? Porque solo arrendamos a peruanos, bolivianos y ecuatorianos”… Así que aquí hay mucho racismo. Y el alquiler es realmente excesivo. (Belén, comunicación personal, junio 2018)

Por ello la vivienda colectiva, ya sea en conventillos [11] o cités, da lugar a la concentración de poblaciones migrantes en determinadas zonas geográficas de la ciudad, generalmente en zonas marginales y socioeconómicas segregadas, conocidas por una relación percibida entre la pobreza, la delincuencia y el tráfico de drogas. Estos se convierten en los únicos lugares donde las personas migrantes pueden acceder a la ciudad, pero su residencia solo contribuye a profundizar su marginalización y exclusión. Similar al estudio de Rex y Moore (1967), la política estatal (y municipal) de vivienda y sus limitaciones, así como también la escasa regulación estatal del mercado de la vivienda (López-Morales, 2016), obliga a los(as) migrantes a arrendar en estas viviendas colectivas, lo que inevitablemente crea otras problemáticas, como expongo más adelante. Aunque muchos participantes querían abandonar estas habitaciones, era una tarea casi imposible.

El subarriendo de habitaciones sin contrato, muchas veces sin recibos de pago, lleva a los(as) migrantes a una situación aún más vulnerable: los propietarios/subarrendadores pueden desalojarlos cuando lo deseen, ignorar los problemas de construcción o reparaciones, e incluso subir el precio del arriendo a su antojo. Algunos migrantes que llevan más años viviendo en Chile, y que gozan de mayor estabilidad, comenzaron a explotar al máximo esa oportunidad financiera. Como muchos recién llegados demandaban alojamiento, muchos se beneficiaron subdividiendo excesivamente las viviendas en habitaciones, e incluso construyendo habitaciones más allá de los límites estructurales de éstas, utilizando materiales de bajo costo.

Los(as) migrantes no son tratados de la misma manera. El acceso a la vivienda está estructurado por el racismo que genera distintas dinámicas excluyentes. Muchos propietarios(as) o intermediarios restringen sus contratos de arrendamiento a determinadas personas, y muchas veces excluyen a haitianos, colombianos, venezolanos o peruanos, según sea el caso y el tipo de habitación ofrecida. Incluso algunos propietarios chilenos, como se corroboró en el grupo focal, colocan letreros que dicen “Arriendo solo a chilenos” (manteniendo un arriendo de menor valor). La relevancia que toma el racismo en tal selectividad es evidente. Cerca de la casa de Aisha (Haiti), algunos letreros decían: “Arriendo pieza /no para peruanos” o “Pieza en arriendo solo para haitianos”. El racismo surge en la forma en que migrantes antiguos se aprovechan de ciertos grupos migratorios, basados en la “raza” y la percepción de vulnerabilidad que se asocia a esta construcción racializada de migrantes. Como dice Jessica (Chile): “es tan injusto porque para los peruanos, los dueños, especialmente peruanos, cobran $80.000 (US$103), pero para los haitianos $150.000 (US$194)”.

Este acceso discriminatorio a la vivienda, según el cual se saca provecho de la situación vulnerable de migrantes, ha sido más significativo para los(as) haitianos(as). Según afirmaron muchos(as) participantes, esta práctica surge de la percepción de que se puede abusar de ellos(as) debido a la barrera del idioma, a su proveniencia de un país percibido como “pobre” y a su presunta “falta de educación”; percepciones que reproducen un racismo colonial. En tal contexto, diferentes formas de deshumanización se asocian a estas viviendas, y la “raza” se vuelve relevante. Esto se hace evidente con la aparición de galpones acondicionados con materiales de baja calidad y en terrenos sin cemento y con superficies irregulares, para albergar solo a familias migrantes afro-latinoamericanas y afro-caribeñas [12] . En tanto el galpón se define por ser un lugar de almacenamiento, especialmente en el vocablo inglés warehouse – que refiere explícitamente a una casa de mercancías–; la deshumanización inherente y la racialización que supone ofrecer habitaciones en condiciones aún más precarizadas a unos y no a otros, se hace evidente. Sobre todo, esto va creando procesos de güetización en el barrio, en tanto conduce a una segregación racial y profundiza la estigmatización de sus habitantes. Como sostiene Smith, “la segregación racial es un medio para la reproducción de la desigualdad racial. Ni el desarrollo económico ni el estado de bienestar han erosionado este proceso” [13] (1989: 105).

Ni el gobierno ni la municipalidad han podido regular o penalizar efectivamente este abuso lucrativo en el mercado de arriendo de viviendas, así como las inadecuadas estructuras y condiciones que presentan tales viviendas colectivas. Un informante clave de la municipalidad declaró que el municipio no puede impedir que estos propietarios e intermediarios inescrupulosos se aprovechen de los(as) migrantes, aunque sea ilegal. Como sostiene Torres-Tovar, el hecho de que la política municipal no haya dado respuestas eficaces a los fenómenos urbanos relacionados con la segregación social y espacial, el derecho a la vivienda y la pobreza, ha hecho que la realidad de las personas de bajos ingresos sea aún más compleja y abrumadora (2020: 10).

Como reveló esta investigación, las personas migrantes tienen opciones de vivienda limitadas que dependen de las prácticas selectivas de los propietarios e intermediarios. Sostengo que esa estructura jerarquizada (y racializada) es la base en la que toma forma el racismo en el barrio, es decir, la estructura social de la vivienda y su tenencia establecen y sostienen las jerarquías raciales de pertenencia.

Condiciones y situación habitacional de las viviendas colectivas

Las precarias condiciones que observé en diferentes conventillos y cités, donde solo residían familias migrantes que subarrendaban, eran abrumadoras. Los materiales de construcción de baja calidad y las adiciones deficientes que superan los límites estructurales de las viviendas, han hecho que los espacios domésticos sean insalubres, estén hacinados, congestionados y sean peligrosos. Cada habitación tiene un refrigerador, un televisor o una radio, y a veces un microondas, lo que hace que el lugar sea extremadamente peligroso, debido al alto consumo de electricidad por parte de un gran número de arrendatarios en un espacio reducido. Esto, además de las varias estufas de gas, supone un grave peligro de incendio. Muchos han perdido sus casas o incluso han muerto en incendios. Precisamente por estas vulnerabilidades, algunos propietarios han prohibido explícitamente a los arrendatarios tener visitas en el interior, de modo que las irregularidades y la precariedad permanecen a puerta cerrada.

Esto no es exclusivo de Recoleta. Los(as) migrantes en Chile soportan condiciones de vivienda mucho peores que el promedio de los(as) chilenos(as) locales, especialmente aquellos que llegaron en los últimos siete años. Mientras que solo el 6% de los(as) chilenos(as) viven en hogares hacinados (más de 2.5 por habitación), la población migrante en Chile triplica esa cifra hasta el 19% (Razmilic, 2019). Según el informe de OBIMID (2016), aquellos que enfrentan hacinamiento en Santiago provienen principalmente de Haití (52.8%), Perú (39.3%), Ecuador (26.3%) y República Dominicana (17%). Por otra parte, en Recoleta, los datos del Censo 2017 muestran que el hacinamiento en las viviendas incluso supera el promedio de la capital (INE, 2018b), y al menos el 13% de viviendas de la comuna presenta algún nivel de hacinamiento.

Las precarias condiciones de vivienda y el hacinamiento que presencié conducen inevitablemente a la insalubridad. Los significativos niveles de basura que cada habitación acumulaba hacían imposible no dejarlas (en bolsas) en la calle para evitar los malos olores y tratar de mantener la higiene en el interior. Como resultado inevitable de estas precarias condiciones de hacinamiento, surgen nuevas reconfiguraciones espaciales y los espacios públicos son cada vez más disputados por los(as) migrantes. La calle fuera de la vivienda colectiva se convirtió en un espacio alternativo a las condiciones de hacinamiento: un espacio en el que tienen lugar las interacciones sociales y prácticas de creación de lugar (place-making). Las prácticas de creación de lugar son aquellas prácticas que están asociadas con las dinámicas y relaciones que tienen las personas con sus lugares de residencia y, por ende, permiten transformar un espacio urbano en la medida que generan sentidos de pertenencia. Según Benson y Jackson, los lugares se construyen a través de actos o intervenciones repetitivas y cotidianas, es decir, las personas “hacen el barrio” a través de actos performativos y así reclaman tales lugares como suyos (2012: 2).

De esta manera, las formas en que los(as) migrantes se ven obligados a habitar sus espacios domésticos han implicado el surgimiento de nuevas prácticas en los espacios públicos. Debido a las habitaciones confinadas y muchas veces oscuras en las que viven, salen para compartir con amigos(as) o hacer llamadas, debido a la escasa señal en el interior. Otros(as) migrantes se sientan afuera y/o hacen asados con amigos en la calle; algo que residentes chilenos no suelen hacer. Sin embargo, estas prácticas y la búsqueda de pertenencia se contraponen al apego identitario frente al lugar construido por parte de los residentes nacionales. Dado que los lugares son espacios producidos socialmente a través de interacciones y prácticas (Lefebvre, 1991), son siempre “espacios compartidos” y, por eso, internamente contradictorios, ya que están constituidos por la diferencia y el conflicto (Massey, 1994: 137–138).

Los espacios urbanos del barrio residencial que los(as) migrantes reivindican a través de diferentes prácticas no son espacios utilizados activamente por los(as) chilenos(as), quienes en general se reúnen dentro de sus casas, principalmente por tener suficiente espacio, pero también por otras razones. Los 17 años de dictadura, junto con el modelo económico neoliberal establecido en 1974, fueron erosionando la participación, así como la apropiación del espacio público (Márquez, 2008); algo que se ha revertido crecientemente con el tiempo, especialmente en el contexto del llamado “estallido social” de octubre de 2019. Como plantea Márquez (2008), la gente se atemorizó ante cualquier conflicto potencial, lo que incrementó la reclusión domiciliaria y levantó barreras internas que disminuyeron el uso de los espacios públicos. De ahí que el uso del espacio haya cambiado profundamente mucho antes de la llegada de las personas migrantes. No obstante, parece que las movilidades de migrantes al barrio han reforzado esta idea del “pasado dorado” quebrantado, en el que la comunidad compartía dentro de los límites de una comunidad “homogénea”, como señalaba Elena al inicio.

La presencia de migrantes y sus prácticas de creación de lugar se perciben como una disrupción de las lógicas espaciales e históricas y las identidades adheridas al barrio, y constituye una amenaza para los residentes más antiguos, quienes reivindican cotidianamente una especie de “pertenencia exclusiva” de tales espacios públicos. Por ende, los(as) migrantes no pueden pertenecer a esa versión determinada de comunidad que defienden los residentes chilenos. Si bien las prácticas y el apego identitario al lugar de los chilenos están vinculadas a identidades de clase (Méndez, 2018), este estudio demuestra que también están vinculadas a lógicas nacionalistas que les permite reactualizar sus identidades racializadas, como expongo en la siguiente sección. Pese a los límites cotidianos impuestos, las prácticas de crear lugar de los(as) migrantes, que surgen a partir de la precariedad habitacional, revelan cómo negocian ellos su pertenencia y también enfrentan la exclusión social. La disputa por el espacio en el barrio donde viven forma parte de su resistencia y se vuelve clave para negociar las múltiples restricciones y exclusiones que experimentan. A pesar de la precariedad habitacional, para muchos participantes migrantes su hogar se vuelve el único lugar donde se sienten más seguros y protegidos del mundo exterior que muchas veces consideran hostil.

Racismo cultural y las nociones de limpieza e higiene[14]

Las formas de habitar de los(as) migrantes, que son producto del subarriendo de habitaciones en condiciones precarizadas, tienen una influencia significativa en cómo los perciben y estigmatizan los residentes chilenos. Como ilustró Elena (Chile), muchos asocian estas viviendas migrantes con suciedad, e incluso sostienen que los(as) migrantes son responsables de ensuciar las calles. Muchos participantes señalaron que esto correspondía a una “falta de cultura”. Al calificar las formas de habitar de migrantes como algo “cultural”, las impregnan de significados racializados en los cuales las ideas de “suciedad” y las nociones naturalizadas de la “raza” están intrínsicamente ligadas y, sobre todo, se vinculan a una “mala convivencia”:

Hay una mala convivencia con los vecinos... La gente, los extranjeros que han venido de afuera tienen una mala reputación, digo yo, porque ehh... los peruanos son sucios. Los colombianos, los dominicanos son... más o menos igual... (Cintia, comunicación personal, julio 2018)

En cada alusión a lo diferente que era el barrio antes de la llegada de migrantes, los residentes chilenos mencionaban la palabra “limpio”. La narrativa de “ser limpios”, que se considera como una “práctica cultural” establecida, se reivindica como parte de una conducta identitaria que permite a los residentes chilenos posicionarse en una jerarquía superior y producir relaciones de dominación para mantener control sobre el espacio urbano. El código cultural que se asigna al “otro” (Solomos & Back, 1994), permite producir una diferencia radical entre “nosotros” y “ellos” que parece insalvable. Al entender las formas de habitar de migrantes como prácticas culturales – prácticas que se desprenderían de una identidad nacional (según residentes nacionales), y por consiguiente, inherentemente racializada – en vez de entenderlas como resultado de la situación precaria que enfrentan (y que es producto de múltiples factores), éstas se esencializan. Esta es una de las múltiples formas en las que funciona el racismo: ciertas prácticas se adscriben a una “raza” particular y la determinan, naturalizándolas como algo inherente a la persona (biológico), y con ello, produciendo una diferencia que se construye como insalvable. Sostengo que el “ser limpio(a)” se utiliza como mecanismo de distinción para sustentar un sentimiento (y discurso) anti-inmigrante y reivindicar un mayor “estatus” y más derechos que aquellos recién llegados. Según Douglas, la suciedad es relativa: “No existe la suciedad absoluta: existe en el ojo del espectador” (1966: 2). En ese sentido, toda la suciedad es simbólica, y “ofende contra el orden”, y por ende tal distinción es una forma de expresar jerarquía (Berthold, 2010; Douglas, 1966: 2).

Por lo tanto, esta idea de culturalismo – a partir de las percepciones de que las diferencias entre “nosotros” y “ellos” son “culturales” – permite que la ideología del racismo permanezca invisible, pues destaca la diferencia cultural en lugar de la herencia biológica (que se considera como políticamente incorrecta), pero, sin embargo, alude a las mismas lógicas racistas. Como señala Balibar (1991a: 22), “la cultura también puede funcionar como naturaleza” [15] cuando se la considera inmutable desde el origen. Cuando se naturaliza la cultura, la “raza” se oculta en el código cultural (Balibar, 1991a), pero es otra forma en que perdura el racismo de forma más imperceptible. Así, esos supuestos atributos culturales que se asocian a estereotipos raciales históricos se adscriben a migrantes, lo cual constituye una forma de racismo cotidiano que denomino como “racismo cultural”, siguiendo los planteamientos de Balibar (1991a) y Solomos y Back (1994). Esta forma de racismo asocia la “cultura” con un comportamiento catalogado como fuera de la “norma” y oculta la ideología racista de la cual surge tal razonamiento. El racismo cultural, que se sustenta en el dualismo limpieza/suciedad que reproduce las relaciones de poder en el barrio, alimenta el sentimiento anti-inmigrante que está presente en los discursos de los participantes chilenos.

Sostengo entonces que las formas de habitar a las que están expuestos ciertos migrantes influyen en la convivencia intercultural entre vecinos y específicamente en la reproducción del racismo y la exclusión social. Esto se debe a que las precarias condiciones de vivienda a las que tienen acceso, a causa de su condición migratoria muchas veces incierta, tienen un efecto directo en sus prácticas cotidianas. Por ende, su situación habitacional no solo repercute con el limitado acceso a otros espacios de la ciudad, sino también en la reproducción de racismos cotidianos y la exclusión de una comunidad residencial; esto, sobre todo, por la asociación (según lógicas racistas) de tales formas de habitar con prácticas consideradas “culturales” y comportamientos que denotarían una “falta de cultura”. El conflicto social y la aversión hacia migrantes de ALC, especialmente aquellos negativamente racializados, provienen de la racialización de estas prácticas de creación de lugar para hacer distinciones y producir una diferencia de poder dentro del campo social. La “raza” se reinscribe en los nuevos racismos culturales (Balibar, 1991; Solomos & Back, 1994).

Los espacios urbanos se vuelven cada vez más disputados y reclamados por los residentes chilenos. Olga, chilena de 50 años, mientras me comentaba que sus vecinos migrantes hicieron un asado en el espacio semicolectivo del cité, dijo: “si quieren que los respetemos... deberían empezar a respetar porque no te corresponde ocupar mi espacio aquí”. En su discurso, al igual que otros participantes, prevalece la idea de una “cultura dominante” que los(as) migrantes deben seguir y adquirir con el fin de pertenecer. Tal asimilación supone modificar sus formas de habitar y cumplir normas. Las banderas chilenas colgadas en muchos cités (mayormente habitados por chilenos) materializan tal reivindicación que limita a los(as) migrantes ejercer su “derecho a la ciudad”. Por “derecho a la ciudad” me refiero no solo al derecho de acceder a los recursos urbanos, sino especialmente al derecho que las personas tienen para construir y transformar sus ciudades (Harvey, 2008: 23).

Dado que los residentes chilenos no pueden hacer nada contra el hecho de que otros vivan allí, ponen en práctica dinámicas excluyentes que reivindican su derecho exclusivo y demandan una superioridad respecto a ese “otro” racializado que se percibe no solo como ajeno sino también en una posición inferior. Esto a través de diferentes medios; algunos más sutiles y silenciosos, como por ejemplo a través de objetos simbólicos (bandera), quejas en las juntas de vecinos, denuncias a carabineros o reclamos en la municipalidad; otros más bien explícitos, como los letreros excluyentes de arriendo, insultos, o interacciones donde chilenos(as) establecen las “reglas del juego” y desde donde emergen racismos cotidianos contra migrantes. Así, el racismo cultural que presencié se manifiesta en un conjunto de prácticas y discursos que sustenta el sentimiento (y discurso) anti-inmigrante de chilenos(as), y que muestra cómo “el racismo colonial continúa produciendo zonas de ser y no ser a escala mundial” [16] (Grosfoguel, Oso y Christou, 2015: 641).

En síntesis, el racismo influye en la forma en que las personas negocian su derecho a pertenecer al lugar que habitan. Siguiendo los postulados de Rex y Moore (1967: 16), el conflicto social en este barrio no es solo una cuestión de racismo, sino también una cuestión de condiciones materiales y de lucha por recursos que conduce a ciertos grupos étnicos a restringir las oportunidades de otro grupo a través de diversas sanciones. Como dichos autores argumentan, para entender los diversos conflictos intergrupales en barrios residenciales es necesario comprender el prejuicio en términos del sistema social y de la estructura de relaciones sociales del barrio y no en términos del sistema de personalidad, que termina por ocultar los procesos más complejos que convergen en la convivencia intercultural (1967: 12).

Conclusiones

Este estudio contribuye a desentrañar los factores que influyen en los problemas de convivencia en barrios residenciales en un contexto migratorio Sur-Sur, para así comprender el racismo que experimentan migrantes de ALC en el Chile postcolonial. Basándome en una investigación etnográfica extensa, revelo el rol clave que juega la precariedad habitacional que viven las personas migrantes en la reproducción del racismo y la exclusión social que enfrentan en el barrio, lo cual inevitablemente amenaza la convivencia intercultural. El conflicto social emergente en barrios multiculturales no es meramente una cuestión de “relaciones raciales” o producto de supuestas “diferencias culturales”, sino más bien del sistema político, económico y social que determina y estructura un sistema jerárquico de relaciones en la ciudad. La convergencia de estos múltiples factores que se traduce en las políticas habitacionales estatales y en las dinámicas del mercado de la vivienda –en donde los precios de renta son determinados no solo por la oferta y demanda sino también por dinámicas excluyentes que siguen lógicas racistas–, inevitablemente produce una desigualdad en las oportunidades de acceso a una vivienda digna (y a precio justo) entre migrantes y chilenos. Sobre todo, tales políticas, junto a la escasa regulación del mercado del suelo y vivienda (y su explotación lucrativa) por parte del gobierno local, determinan la emergencia de jerarquías racializadas que se construyen y se sustentan en la tenencia de vivienda (y así jerarquizan a los individuos); así, ser propietario(a), intermediario(a) o bien arrendatario(a) demarca los límites de pertenencia.

Para los residentes chilenos, ser propietarios se convierte en un mecanismo de poder clave para afirmar una posición superior frente a los residentes migrantes. Por lo tanto, las diferentes jerarquías sostenidas por la estructura social de la vivienda y el mercado que la rige determinan también un acceso diferente a la ciudad y, por lo tanto, un acceso diferente a los derechos. Los migrantes racializados recién llegados son los más afectados, ya que se encuentran en el último lugar en la estructura social jerárquica que propicia la explotación lucrativa de las viviendas migrantes. Como afirma Amin, “se cree que la diversidad se negocia en los espacios públicos de la ciudad. La realidad deprimente, sin embargo, es que en la vida contemporánea los espacios públicos urbanos son a menudo territorializados por grupos particulares” [17] (2002: 967). Como plantea Keith, a pesar del derecho de los individuos a crear la ciudad, tales formas de espacialización tienen lugar dentro de los regímenes de poder nacionales y locales que determinan su constitución (2005: 261).

La multiocupación y la situación habitacional precaria y de hacinamiento generadas por dueños(as) y arrendadores inescrupulosos frente a la alta demanda de vivienda por parte de migrantes, ha provocado no solo un progresivo deterioro urbano, sino también ha reforzado la emergencia de conflictos sociales entre residentes. Este artículo revela cómo los procesos de racialización inherentes a la construcción de un sentido de pertenencia de residentes locales frente a la creciente migración, han marcado nuevos límites de exclusión que desafían el “derecho a la ciudad” (Harvey, 2008) de migrantes negativamente racializados. Los procesos de racialización se materializan en los espacios urbanos del barrio residencial a través del acceso diferenciado a la vivienda y también mediante la reivindicación de una pertenencia exclusiva de los residentes chilenos al espacio urbano por diferentes medios. Esta etnografía mostró las tensiones y disputa por el espacio urbano, y los factores que permiten entender cómo el barrio se construye cotidianamente desde dinámicas racistas de inclusión/exclusión que definen quienes son percibidos como “invasores del espacio” (Puwar, 2004); en este caso, migrantes afrodescendientes. Esta percepción, sin embargo, se condice con el discurso anti-inmigrante que ha caracterizado el gobierno de Sebastián Piñera. En efecto, la reforma migratoria impulsada por el presidente comenzó por restringir el ingreso de migrantes afrodescendientes, y actualmente una de las prioridades en la agenda legislativa es aprobar el Proyecto de Ley de Migración y Extranjería, aún en tramitación en el Senado. Desde la oposición, sin embargo, se exige tanto la existencia de mecanismos de regularización migratoria en Chile, como la posibilidad de que las personas en la frontera soliciten una visa de oportunidades laborales para ingresar al país. Este proyecto de ley, de ser aprobado en su versión actual, se traducirá en un incremento en la irregularidad de migrantes, y en consecuencia profundizará su exclusión a nivel local. La exclusión adquiere prioridad nacional e inevitablemente reproduce racismos cotidianos como los explorados en este artículo.

Por otra parte, este estudio revela que el dualismo limpieza/suciedad utilizado por residentes chilenos como mecanismo de diferenciación entre un “nosotros” y “otros” según las formas de habitar, se convierte en otra forma de ocultar el racismo, y así es precisamente como éste persiste: permaneciendo invisible. Como señalé, categorizar las formas de habitar a la que se ven forzados los(as) migrantes como “prácticas culturales” hace parte de un racismo cultural que produce relaciones de dominación.

Dada la centralidad que ocupa el hogar junto a sus alrededores para los(as) migrantes (Bonhomme, 2013), es fundamental regular el mercado de la vivienda y generar cambios en las políticas habitacionales para asegurar el acceso de migrantes a una vivienda digna. Pero, sobre todo, también es necesario reformular las políticas migratorias, pues al fomentar la incertidumbre y la irregularidad, restringen el acceso de los(as) migrantes a la ciudad y sus recursos. Este artículo develó la relevancia que adquiere la situación habitacional de migrantes para comprender el racismo en el Chile postcolonial. Comprender una parte del problema otorga también la posibilidad de mitigar las dinámicas excluyentes que restringen el derecho a la vivienda y a la ciudad de migrantes.

En síntesis, esta investigación contribuye a los estudios raciales, migratorios y urbanos, ya que visibiliza los procesos complejos que existen detrás del racismo emergente en barrios residenciales, y con ello permite reivindicar la importancia del barrio como un escenario y espacio social clave desde el cual se pueden revertir tales exclusiones. Si bien en los espacios urbanos se inscriben relaciones de poder (Soja, 1989), éstos también pueden ser transformados por sus usuarios (Alexander & Knowles, 2005; Back, 2005; Harvey, 2008; Sassen, 2006) y convertirse en lugares donde los significados e identidades adscritas a ellos puedan ser desafiados. Así, los esfuerzos desde el Estado y los gobiernos locales deben orientarse a que el barrio residencial facilite la convivencia y la construcción de lazos que permitan avanzar hacia una sociedad multicultural; una sociedad donde realmente exista lo que Back y Sinha (2016) llaman una multiculturalidad convivencial o amistosa (multicultural conviviality): una sociedad sin racismo.

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Notas

Investigación financiada por la Agencia Nacional de Investigación y Desarrollo (ANID)/Programa DOCTORADO BECAS-CHILE/2014 – 72150491 y patrocinada por el Centro COES Anid/Fondap/15130009.
En quechua, La Chimba significa territorio al otro lado del río (Márquez, 2013: 127).
En la investigación desde la cual se basa este artículo exploré en profundidad las relaciones interétnicas e interacciones más allá de la distinción migrantes/chilenos, dado que en la convivencia en barrios multiculturales también emergen procesos complejos de diferenciación y alteridad entre migrantes. Así, si bien mi etnografía reveló la importancia de examinar las relaciones entre chilenos, migrantes antiguos y recién llegados, en este articulo analizo principalmente las relaciones entre chilenos y migrantes con el fin de comprender en profundidad cómo las percepciones y experiencias de residentes chilenos contrastan con la realidad observada y las experiencias de migrantes, especialmente aquellos recién llegados al barrio.
Traducción propia.
Traducción propia.
Las cités son una serie de casas construidas a lo largo de un pasaje, que dan a un espacio privado común, conectadas a la vía pública a través de uno o más puntos de acceso (Hidalgo, 2002). Son la versión renovada de los conventillos de finales del siglo XIX.
Traducción propia.
Tanto el programa Fondo Solidario de Vivienda (DS Nº174 de 2005) -dirigido a familias vulnerables (y que comenzó a exigir el certificado de residencia) como otros orientados a sectores medios (DS Nº40 de 2004) y aquellos para ampliar la vivienda (DS Nº255 de 2006), no diferenciaban entre migrantes y chilenos. Sin embargo, el programa de 2011 (DS Nº 49 de 2011) que reemplazó al Fondo Solidario de Vivienda además de exigir la residencia definitiva, incluyó el requisito de antigüedad mínima de cinco años (Razmilic, 2019). Así, dificultó la postulación al programa de familias migrantes, quienes ya tendrían que esperar siete años para cumplir los requisitos (dado que se requieren uno a dos años para obtener la residencia definitiva y luego los 5 años de antigüedad), estando en desventaja con respecto a chilenos. En el 2015 el MINVU retiró tal exigencia para el programa de Fondo Solidario, Subsidio Habitacional y Arriendo.
Este subsidio (sólo personas con pareja y/o hijos) consiste en 3,2 UF= US$118 por un arriendo de máximo 9,2 UF= US$341; por un máximo de 8 años.
Identificación que puede provenir de una visa temporal o definitiva.
Los conventillos corresponden a viviendas antiguas que fueron sometidas a múltiples subdivisiones de bajo costo para hacer pequeñas habitaciones separadas, caracterizadas por la precariedad y condiciones de hacinamiento producto del lucro excesivo de propietarios a finales del siglo XIX.
La municipalidad intervino un galpón en mayo 2018 mientras realizaba mi trabajo de campo, pero muchos todavía siguen en pie.
Traducción propia.
Parte de esta sección ha sido expuesta en conferencias (Bonhomme, 2017, 2018).
Traducción propia.
Traducción propia.
Traducción propia.

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Cómo citar

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Bonhomme, M. 2020. Racism in multicultural neighbourhoods in Chile: Housing precarity and coexistence in a migratory context. Bitácora Urbano Territorial. 31, 1 (nov. 2020), 167–181. DOI:https://doi.org/10.15446/bitacora.v31n1.88180.

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Bonhomme, M. . Racism in multicultural neighbourhoods in Chile: Housing precarity and coexistence in a migratory context. Bitácora Urbano Territorial 2020, 31, 167-181.

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BONHOMME, M. . Racism in multicultural neighbourhoods in Chile: Housing precarity and coexistence in a migratory context. Bitácora Urbano Territorial, [S. l.], v. 31, n. 1, p. 167–181, 2020. DOI: 10.15446/bitacora.v31n1.88180. Disponível em: https://revistas.unal.edu.co/index.php/bitacora/article/view/88180. Acesso em: 24 abr. 2024.

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Bonhomme, Macarena. 2020. «Racism in multicultural neighbourhoods in Chile: Housing precarity and coexistence in a migratory context». Bitácora Urbano Territorial 31 (1):167-81. https://doi.org/10.15446/bitacora.v31n1.88180.

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Bonhomme, M. . (2020) «Racism in multicultural neighbourhoods in Chile: Housing precarity and coexistence in a migratory context», Bitácora Urbano Territorial, 31(1), pp. 167–181. doi: 10.15446/bitacora.v31n1.88180.

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M. . Bonhomme, «Racism in multicultural neighbourhoods in Chile: Housing precarity and coexistence in a migratory context», Bitácora Urbano Territorial, vol. 31, n.º 1, pp. 167–181, nov. 2020.

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Bonhomme, M. . «Racism in multicultural neighbourhoods in Chile: Housing precarity and coexistence in a migratory context». Bitácora Urbano Territorial, vol. 31, n.º 1, noviembre de 2020, pp. 167-81, doi:10.15446/bitacora.v31n1.88180.

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Bonhomme, Macarena. «Racism in multicultural neighbourhoods in Chile: Housing precarity and coexistence in a migratory context». Bitácora Urbano Territorial 31, no. 1 (noviembre 3, 2020): 167–181. Accedido abril 24, 2024. https://revistas.unal.edu.co/index.php/bitacora/article/view/88180.

Vancouver

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