Publicado

2023-12-29

¿Orden mundial u orden social global? Apuntes para una discusión

World Order or Global Social Order? Notes for a Discussion

DOI:

https://doi.org/10.15446/cp.v18n36.104530

Palabras clave:

descolonización, esfera global, geopolítica, globalización, orden mundial (es)
geopolitics, globalization, global sphere, public decolonization, world order (en)

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Autores/as

En el artículo se analizan las dificultades que encierra el estudio del presente. Ello ex- plica la persistencia de enfoques convencionales de estudio del mundo, los cuales, por lo general, corresponden a otros momentos y épocas. A partir de estas ideas el autor sugiere la necesidad de trascender la idea de orden mundial, tanto a nivel político como, sobre todo, geopolítico, y sugiere avanzar en una dirección más sociológica e histórica que de cuenta de las grandes transformaciones que están modificando la fisonomía del mundo.

The article analyzes the difficulties inherent in studying the present. This explains the persistence of conventional approaches to studying the world, which generally correspond to other moments and eras. Based on these ideas, the author suggests the need to transcend the idea of a world order, both politically and, above all, geopolitically, and proposes moving in a more sociological and historical direction that accounts for the major transformations that are altering the face of the world.

Recibido: 30 de agosto de 2022; Aceptado: 9 de febrero de 2023

Resumen

En el artículo se analizan las dificultades que encierra el estudio del presente. Ello explica la persistencia de enfoques convencionales de estudio del mundo, los cuales, por lo general, corresponden a otros momentos y épocas. A partir de estas ideas el autor sugiere la necesidad de trascender la idea de orden mundial, tanto a nivel político como, sobre todo, geopolítico, y sugiere avanzar en una dirección más sociológica e histórica que de cuenta de las grandes transformaciones que están modificando la fisonomía del mundo.

Palabras clave: descolonización, esfera global, geopolítica, globalización, orden mundial.

Abstract

The article analyzes the difficulties inherent in studying the present. This explains the persistence of conventional approaches to studying the world, which generally correspond to other moments and eras. Based on these ideas, the author suggests the need to transcend the idea of a world order, both politically and, above all, geopolitically, and proposes moving in a more sociological and historical direction that accounts for the major transformations that are altering the face of the world.

Palabras clave: Geopolitics, Globalization, Global Sphere, Public Decolonization, World Order.

El mundo es ridículo y nada tiene sentido hasta que

de pronto todas las piezas encajan.

Paulina Flores, Eres buena y lo sabes, 2020.

Los grandes dilemas que plantea el estudio del presente

Puede sonar a verdad de Perogrullo, pero no deja de sorprender lo complicado que resulta estudiar la realidad mundial actual. Muchas cosas relevantes se suceden a diario y una primera dificultad radica en cómo discernir y separar lo profundo de lo superfluo, los eventos trascendentales de los episódicos. Más difícil se pone la tarea cuando se toma conciencia de que existen dinámicas o tendencias que se despliegan de manera silenciosa a la manera de movimientos subterráneos, los cuales, por lo general, no son perceptibles a simple vista y de los que se carece de un reconocimiento tácito en las informaciones habituales.

Entre este cúmulo de dificultades media también el hecho de que el tempo del pensamiento social se despliega en ralentí, lo que significa que, por regla general, el discernimiento de los fenómenos de las sociedades actuales va a la zaga del desarrollo de los procesos bajo estudio. Este desfase explica que la comprensión más o menos cabal tenga lugar cuando dichos fenómenos ya han madurado, decantado o finalizado. Esta arritmia entre acontecer y saber refuerza la inclinación por explicar el hecho consumado a partir del pretendido curso intrínseco de la historia, con lo cual su significado queda prisionero dentro de las grandes coordenadas del período. Esta proclividad puede convertirse en un gran riesgo porque, como sostiene Illouz (2019), “comprender el presente a la luz del pasado es, de cierta manera, eludir la responsabilidad que nos incumbe frente al presente”, y un proceder tal que se decanta por buscar en el pasado la clave de las cosas “impide comprender cuando un acontecimiento marca una ruptura radical. Es por eso que nos encontramos en un momento en el que el pasado ya no puede alumbrarnos”.

La historia del tiempo presente, por su parte, nos ha enseñado que solo a veces, cuando sobrevienen ciertos acontecimientos estructurales, se devela el sentido intrínseco de algunas importantes situaciones previas. Así ocurrió, por ejemplo, con el año-acontecimiento de 1968: se pudo capturar en toda su dimensión su significado cuando el año 1989 sepultó el orden de la Guerra Fría y liberó al 68 de aquel marco que inhibía su desarrollo (Fazio, 2010, p. 168). Y ocurre que cuando finalmente se toma conciencia de su existencia, se cae en la cuenta de que estas poderosas dinámicas configuran situaciones imposibles de soslayar.

El riesgo para un adecuado análisis es, por tanto, doble: por un lado, la decodificación del presente por la historia le aporta un “sentido de origen” a la actualidad inmediata, diluyendo el potencial de novedad de lo actual, pero, por el otro, si se opta por desvincular el presente del curso de la historia se cae en un mar de confusiones, dado que los fulgores de los acontecimientos inmediatos, amplificados por la velocidad de la información en los medios de comunicación y las redes sociales, encandilan y no permiten discernir su intríngulis, haciendo prácticamente imposible relacionar el acontecer inmediato con aquellos movimientos subterráneos –trends– (invisibles a simple vista en la inmediatez), aquellas estructuras diacrónicas, tal como las imaginaba Marshall Sahlins (Sahlins, 2017), que solo pueden ser comprendidas como dinámicas en transformación y que por lo regular son las grandes catalizadoras de las situaciones y de los acontecimientos en curso. Para decirlo en términos más prosaicos, si el primer procedimiento entorpece el entendimiento de los elementos de novedad que se presentan bajo el sol, el segundo ennoblece las novedades desconectadas del devenir, lo que obstaculiza la posibilidad de acometer una exposición “común” del presente.

En condiciones como las que nos ha correspondido vivir en estas primeras décadas del siglo XXI, el estudio se enfrenta a otro conjunto de problemas específicos que proceden de la sobreabundancia de información. A veces se tiene la impresión de que el volumen de información y la rapidez al obtenerla son suficientes para un adecuado entendimiento de los fenómenos. Nadie puede negar que “googleando” se obtienen datos en fracciones de segundo y, sin embargo, ocurre que esta sobreabundancia de información tiene un reverso de la medalla y es que, en lugar de proveer mejores condiciones para juicios más elaborados, es usual que el volumen aturda y empuje al abismo de la ignorancia desinformativa. En ocasiones incluso aliena, porque de su simple acumulación no se obtienen ganancias en términos de conocimiento o de comprensión.

Este menoscabo en sabiduría y conocimiento en el presente fue bastante problematizado hace unos cuantos años por el filósofo y político vasco Daniel Innerarity, cuando argumentaba que nuestra ignorancia se ve incrementada por “tres propiedades que caracterizan a la sociedad contemporánea: el carácter no inmediato de nuestra experiencia del mundo, la densidad de la información y las mediaciones tecnológicas a través de las cuales nos relacionamos con la realidad” (Innerarity, 2011, pos. 74). Interesante llamado de atención porque muchas veces se tiene la impresión de que gracias a las disponibilidades comunicativas el mundo entero se encuentra al alcance de la mano, aunque esto no sea así, ya que existen una serie de distorsiones intermedias.

La manera de superar estos impases es a través de dos procedimientos: el primero consiste en retomar la senda de los “grandes relatos”, pero no de aquellos que se inscriben deliberadamente dentro de un marco de interpretación preestablecido, de una teoría que todo lo explica y que comporta además la llave de su solución, sino de uno “aventurero”, que ayude a una mayor toma de consciencia de la complejidad del mundo actual y que, desde esa postura, contribuya a la construcción de unas aproximaciones e imaginarios sociales que favorezcan el desciframiento del mundo en que vivimos. Sin grandes relatos o macro análisis estos propósitos se quedan en suspenso en la antesala de una simple ilusión. Aventurero también porque, aunque se reconozcan los posibles tabúes y prejuicios, se tiene la firma intención de querer trascenderlos, pues la naturaleza y la envergadura del problema es de una dimensión tal que este solo es discernible a través de los recovecos de la complejidad, es decir, cuando se asume que los fenómenos sociales se decodifican por sus conexiones e interacciones más que por sus elementos constitutivos. Como señalara Peter Burke, estas miradas se desarrollan a través del conocimiento de múltiples disciplinas, viendo “las conexiones entre los distintos campos que han sido separados, y advirtiendo lo que los especialistas de una determinada disciplina, los entendidos, no han sido capaces de ver” (Burke, 2022, p.17).

La necesidad de este tipo de enfoques se basa en los riesgos de las sociedades actuales,

[que] son cada vez más complejos en cuanto a sus efectos y su desarrollo (están repletos de efectos sinérgicos y liminares), y se expanden en el espacio y en el tiempo. Debido a su complejidad y al desfase temporal, se caracterizan, paradójicamente, por su invisibilidad natural. (Beck, 2017, pos. 1693)

Aunque también resultan necesarios, porque los nuevos riesgos nos hacen conscientes de todo aquello que desconocemos y que alimenta la incertidumbre.

Aparecen nuevas y diversas formas de incertidumbre que no tienen que ver con lo todavía no conocido, sino también con lo que no puede conocerse. No es verdad que para cada problema que surja estemos en condiciones de generar el saber correspondiente. Muchas veces el saber de que se dispone tiene una mínima parte sustentada en hechos seguros y otra en hipótesis, presentimientos o indicios. (Innerarity, 2022, p. 16)

Pero, prevengámonos y evitemos reproducir ciertos facilismos usuales que imaginan que el asunto se resuelve a nivel de una sumatoria o acumulación de enfoques provenientes de distintas disciplinas, cuando en realidad para decodificar la complejidad, como afirma Arnaut Rosset, esta debe ser asumida como un fenómeno global:

Si la pluridisciplinariedad pretende reunir los diferentes enfoques de lo humano (economía, sociología, política, antropología, etc.) y luego mostrar los vínculos entre las diferentes dimensiones de la actividad humana, presume al mismo tiempo que la separación disciplinaria está fundamentada y que cada dimensión de la actividad humana posee una autonomía que necesita de una disciplina específica. Ahora bien, a esta visión parece que le falta lo esencial; olvida que la división en diferentes disciplinas es la confesión de un fracaso más que una prueba de precisión. Es la confesión de una incapacidad a partir de un modelo de análisis unitario de la realidad humana, realidad en la cual las diferentes formas de actividad se mezclan después de todo. Es lo opuesto al modelo que el análisis global pretende producir. (Rosset, 2010, p. 127)

Todo lo anterior nos lleva a sostener que las sociedades modernas constituyen “sistemas complejos e interconectados”. De ello resulta que para aproximarse a su naturaleza se requiere de enfoques acordes con las propiedades del objeto de estudio, que no pueden ser otros que perspectivas globales que den cuenta de dicha complejidad, entendida no como una simple agregación de elementos sueltos, sino como una compresión de la densidad de las interacciones que se presentan entre sus elementos fundamentales. Es en torno a este último punto donde fenómenos aparentemente tan distintos como la complejidad y la globalización se emparentan. No es un exabrupto decir que la globalización es la manera como la complejidad se realiza en el campo de lo social, porque esta última presupone la sociedad con sus lógicas dispersas, su variabilidad de espacios y tiempos, las porosidades e interdependencias de sus subsiste-mas, y las horizontalidades y transversalidades de sus interacciones. Es decir, las anteriores imágenes que contraponían de manera simplificada la infra y la superestructura o el Estado y la sociedad deben ser sustituidas por figuraciones topológicas con relieves, escabrosidades, etc.

El segundo procedimiento consiste en adaptar una actitud distanciada, cuestionadora y relativizadora del orden de las cosas a través del desarrollo de una conducta crítica, a la manera en que lo imaginaba Siegfried Kracauer (Kracauer, 2010) con la figura de un “exiliado” en un lugar y tiempo propios, porque solo esta distancia permite captar los movimientos de las aguas profundas de la contemporaneidad. Una idea similar ha sugerido el filósofo Giorgio Agamben al declarar que

pertenece en realidad a su tiempo, es un verdadero contemporáneo, quien no coincide perfectamente con él ni adhiere a sus pretensiones y se define como inactual; pero, precisamente por este motivo, por este desfase y este anacronismo, es más capaz que los otros para percibir y captar su tiempo. (Agamben, 2020, pos. 27)

Esta postura crítica debe complementarse, eso sí, con un pensamiento creativo que se expresa ante todo en adecuadas preguntas más que en respuestas estructuradas, con evocaciones a lo ambiguo, “inherente a la vida y ajeno a lo absoluto propio de la abstracción” (Jullien, 2017, pos. 170), sobre todo porque para dar cuenta de las características básicas de la compleja realidad presente se requiere de una mirada que permita vislumbrar de manera novedosa las maneras como operan las disímiles dinámicas sociales.

Esta actitud distanciada nos lleva de inmediato a confirmar qué lejanos se encuentran los tiempos en que un hegemón (v. gr., el Reino Unido en el siglo XIX o los Estados Unidos en la pasada década de los noventa) o un guion (la Guerra Fría) proveían de sentido al conjunto. Distantes nos encontramos igualmente de aquellas coyunturas históricas monocromáticas en las cuales fenómenos propios de un único ámbito se erigían como los puntos de referencia obligados. Lo que sucede hoy es muy distinto porque estamos siendo testigos de la irrupción permanente de fenómenos de alto impacto y además muy heterogéneos en cuanto a su naturaleza. Sus réplicas expansivas perduran en el tiempo y sus reverberaciones terminan por entremezclarse unas con otras, generando nuevas síntesis o dinámicas inéditas de difícil comprensión. A ello también se suma el hecho de que muchas de estas situaciones generan tal desconcierto que parecen lindar con lo absurdo e irracional, pues parecieran ir en contravía del “deber ser” de la humanidad en pleno siglo XXI. Estos fenómenos y situaciones resultan tan dispares que cualquier intento de abordarlos en su conjunto terminan siendo esfuerzos con resultados inciertos debido a que los cánones habituales que se emplean en el análisis de la contemporaneidad se quedan cortos a la hora de dar cuenta de la magnitud de los desafíos que estos problemas plantean. Por último, el volumen y la celeridad con que se desarrollan las transformaciones han entrañado un rápido alejamiento del siglo pasado, con lo cual los lentes que antes se usaban han perdido parte de su utilidad para descifrar lo que está ocurriendo (Di Cesare, 2021, p. 17).

El Brexit, los ejes temáticos de la presidencia de Donald Trump, continuados por su sucesor, la sobreposición de curiosos estratos de conflictividad en el Medio Oriente, el auge de los mal llamados “populismos”, de nuevas formas de racismo y xenofobia, el impacto de China y su “nueva ruta de la seda”, el recrudecimiento de las tensiones en la región indo-pacífica, la multiplicación y radicalización de las protestas o estallidos sociales en los diferentes confines del planeta, la grandiosa revolución femenina, que poco a poco está sentando las bases de un mundo completamente distinto, el mayor reconocimiento en la diversidad, las nuevas interacciones entre generaciones, el fuerte aumento de las presiones migratorias, la extensión de la pobreza y el flagelo de las desigualdades en aumento (y no solo la monetaria), el calentamiento global y las encrucijadas medioambientales, la pandemia del coronavirus, la internacionalización de la guerra ruso-ucraniana, el cuestionamiento del modelo económico prevaleciente en el mundo, el desfogue de la inflación en el planeta, entre tantos otros fenómenos de significación que tienen lugar, constituyen claros testimonios de qué cosas importantes están ocurriendo. No solo su descomunal número resulta elocuente, también lo es el frenesís con que suceden, que no da respiro para detenerse y capturar la realidad en una imagen que resulte más o menos estable.

El ocaso del orden mundial

Como el momento actual ha redimensionado una figuración compleja de la realidad en un contexto en el que, además, grandes convulsiones golpean duramente a las distintas sociedades, se impone la necesidad de ser muy cautelosos en el análisis y equidistantes frente a los axiomas fundamentales que se han manejado para su interpretación. Ni las involuciones (los presuntos retornos a un pasado mítico), ni las revoluciones con sus radicalidades, ni los reformismos con sus gradualismos, constituyen narrativas posibles, porque son concepciones y proyectos que siguen inscritos dentro de una visión lineal del tiempo y de la historia, y uniforme en lo que respecta al espacio. También resulta muy importante liberarse de ciertos esquemas que resultaban muy apropiados para otros momentos.

Si simplemente nos atenemos a uno de estos acontecimientos recientes, la pandemia por ejemplo, podemos observar que ha tenido, entre otros impactos, el hecho de poner en entredicho los entendimientos usuales que se tiene de las sociedades actuales y de la misma contemporaneidad mundial. Con respecto a las primeras, el coronavirus, a lo que podrían sumarse fenómenos concomitantes como el calentamiento global, han sacudido la definición misma de la sociedad, ya que cada vez resulta más evidente que es difícil seguir imaginándola como una entidad autónoma y autocontenida, es decir, como un sistema que se rige por leyes o regularidades que le son exclusivas; el virus ha demostrado que la sociedad se asemeja más bien a una constelación conformada por espacialidades globalizantes con márgenes porosos y escabrosos. De ello resultan ilaciones de alta importancia: si la sociedad ya no puede ser pensada como una unidad autocontenida, entonces debe reconocerse que es un tipo de organización que tiende a la inestabilidad y que dispone de segmentos y temas que escapan a su control, de lo cual se infiere que resulta de la máxima urgencia aprender a gestionar las situaciones de inestabilidad y de crisis a partir de un espíritu previsivo y reflexivo de las acciones y de las decisiones.

Si se le reconoce una nueva morfología a la sociedad, se debe optar, entonces, por nuevas formas de representación de lo social. Seguramente atrás quedará esa visión de lo social que se configuraba a partir de la geometría euclidiana, de la física y su mecánica, del orden y las delimi-taciones matemáticamente precisas, de las dicotomías entre interior y exterior, adentro y afuera, etc. En el escenario actual este tipo de com-partimentalizaciones, llanuras y rigideces solo dan cuenta de aspectos parciales de la realidad de lo social. Quizá un referente más adecuado se deduzca del paradigma biológico con sus rizomas, ecologías, configuraciones, indeterminaciones, contagios y contextualidades. En este campo puede que un buen símil de lo social se encuentre en el mismo organismo humano que para su reproducción requiere de interacciones permanentes con el entorno.

Respecto a lo segundo, la contemporaneidad mundial, las aproximaciones habituales se basan en la inexorabilidad del poder, sobre todo el militar: el reconocimiento de un lugar prominente en las relaciones políticas y económicas y en las dinámicas geopolíticas y geoeconómicas entre los grandes actores del momento. Esta manera preferente de lectura de lo “internacional” obedece a varios factores. El primero responde al predominio de ciertos sesgos interpretativos que centran la atención en determinados acontecimientos políticos o económicos a los cuales se les ha asignado el rango de eventos fundacionales, de parteaguas de un nuevo período. Entre los más citados se encuentran fenómenos tales como la crisis de 1929 o la de 2008, el fin de la Segunda Guerra Mundial, la caída del muro de Berlín en 1989, el 11 de septiembre de 2001, etc. En la preponderancia de este sesgo interviene también el hecho habitual de que los análisis de la contemporaneidad son prisioneros de “la corta duración” y propenden por una observación que, con gran maestría y un arte verdaderamente elogioso, consiguen reconstruir ciertos eventos o situaciones, pero rara vez logran conectar con las tendencias más de fondo que caracterizan a un determinado momento. Paradójico resulta que estas dinámicas más estructurales, las menos visibles o urgentes a simple vista, sean en realidad los temas más candentes de las sociedades contemporáneas, los tópicos que concitan la atención prioritaria de gran parte de la población mundial, pero al no hacer parte de los juegos de poder de los grandes actores su significación queda debilitada.

Ahora bien, el predominio de esta lectura de lo internacional no es un asunto fácil de sustituir o de modificar porque en realidad constituye una pieza vital en la conservación del sistema internacional tal cual existe, determina las formas en que se reproduce el poder y realza el lugar prominente que ocupan las naciones más industrializadas. Este sistema, cuyos orígenes se remontan a la paz de Westfalia de 1648, descansa en la idea de que los Estados son los organizadores soberanos del espacio público nacional y que entre sus funciones se encuentra la protección de sus sociedades frente a las influencias externas, es decir, constituyen la principal garantía de la soberanía; sobre ellos recae igualmente la tarea de establecer un sistema de reglas, normas, pautas y prácticas para regular los conflictos dentro de un escenario que tiende a ser anárquico por su propia naturaleza, de ahí que el elemento nodal en que se afirma el sistema radique en el predominio del componente militar y de los temas de seguridad.

Desde sus orígenes este modelo fue adquiriendo una configuración oligárquica y su radio de acción se amplió hasta abarcar al mundo entero, en la medida en que las potencias europeas extendían sus tentáculos colonialistas e imperialistas por América, Asia, Oceanía y África. Las nuevas regiones quedaron incluidas dentro de un esquema jerárquico que prácticamente no registró modificaciones en sus principios de base. A lo largo de los siglos hubo pequeñas variaciones o actualizaciones (el concierto europeo, la paz de Versalles, la Guerra Fría), pero la esencia del modelo se mantuvo incólume (Stuenkel, 2016).

Esta manera convencional de entender los tiempos actuales plantea numerosos problemas. Entre ellos, se destaca el siguiente: ocurre que cuando el presente es entendido a partir de estos presupuestos, los elementos y las situaciones nuevas que han ido apareciendo en el intervalo de tiempo que separa el hoy de aquel momento germinal quedan irremediablemente inscritos dentro de estas tendencias generales del período y pareciera que son incapaces de empañar o de alterar el curso natural preestablecido. No debe extrañarnos, por tanto, que una situación de la envergadura de la pandemia del coronavirus, como sucedió con la crisis económica mundial de 2008, sea por lo general imaginada como una “torcedura” en el camino y se espere que una vez se superen sus impactos más inmediatos, más temprano que tarde, el mundo vuelva a transitar por sus conocidos y desgastados rieles.

De más está decir que esta visión, pocas veces cuestionada y muy rara vez sometida al escrutinio por parte de los expertos, fue enaltecida en su momento por las clases políticas de los países centrales y por aquel sector de la academia que de manera más profesional se ha dedicado al estudio de los temas políticos e internacionales contemporáneos. De la conjunción de estos agentes y sus cosmovisiones fue consolidándose una mirada bastante precisa que ha enaltecido el papel de los cambios geopolíticos en calidad de armazón fundamentador de los tiempos nuevos. En el período de la posguerra fría esta visión cumplió también el rol de glorificar la recién estrenada “unipolaridad” del mundo en torno a los Estados Unidos y resguardar, así fuera un poco, el debilitado lugar de Europa como escenario con cierta resonancia en la historia mundial.

En síntesis, este sistema ha sido básicamente una configuración estado-céntrica y jerárquica que ha procurado mitigar la anarquía externa que afectara el ejercicio sacrosanto de la soberanía, proceso que alcanzó su clímax entre las décadas de los sesenta de los siglos XIX y XX (Maier, 1997). Recordar este esquema y sus componentes básicos resulta hoy muy importante por su persistencia y porque en la coyuntura histórica por la que en este momento transita el mundo este sistema se ha vuelto disfun-cional, ya que ha tratado de hacer ciertos ajustes, pero sin producir cambios mayores frente a tres importantes transformaciones ocurridas en el último medio siglo, a saber: la intensificación de la globalización, la descolonización y la definición de la nueva época como “el tiempo de las mujeres” (Cercas, 2022). Incluso, en uno de los tópicos que le es más afín –el de la seguridad–, se le sigue asumiendo como un fenómeno nacional, cuando en realidad cada vez se ha vuelto más y más global. Veamos ahora, rápidamente, cada una de estas tres grandes transformaciones.

Es sabido que la globalización intensa actual destrozó la férrea dico-tomía interno/externo, división que representa la columna vertebral de este sistema, debido a que propició una inmensa profusión de dinámicas y situaciones que trascienden de manera permanente las fronteras. Disculpará el lector que sobre este punto nos detengamos brevemente porque este fenómeno constituye un elemento central en la argumentación que se desarrollará a continuación, y también para hacer un llamado de atención, pues a diario encontramos señalamientos que sostienen que la globalización ha quedado atrás y que se está girando en dirección de una desglobalización o un “orden posglobal”. La difusión de este tipo de señalamientos constituye una clara demostración de que sigue reinando un gran desconocimiento sobre lo que este concepto denota en realidad. En este tipo de errores han caído incluso importantes figuras pensantes de la actualidad. A título de ejemplo se puede recordar al filósofo británico John Gray, cuando escribió que

la era del apogeo de la globalización ha llegado a su fin. Un sistema económico basado en la producción a escala mundial y en largas cadenas de abastecimiento se está transformando en otro menos interconectado, donde un modo de vida impulsado antes por la movilidad incesante, ahora tiembla y se detiene. Nuestra vida va a estar más limitada físicamente y a ser más virtual que en tiempos pasados. Está naciendo un mundo más fragmentado que, en cierto modo, puede ser más resiliente. (Gray, 2020)

El principal problema de este tipo de enfoques radica en que presupone que la globalización es un proceso que se desarrolla únicamente en el ámbito de la economía, desconociendo las importantes expresiones que adquiere en otros ámbitos sociales. No se puede dejar de comentar lo curioso que resultan este tipo de argumentos basados en mediciones que calculan el incremento o retroceso de la globalización a partir de las cuentas nacionales, olvidándose que esos son datos nacionales que denotan niveles de internacionalización, más no de globalidad.

Oportuno resulta recordar las palabras del historiador Jürgen Osterhammel cuando insistía en que la palabra globalización debía emplearse siempre en plural, pues:

la simple marca del plural de las globalizaciones transforma un proceso mundial único que abarca el conjunto de la humanidad en una diversidad de procesos parciales, pero distintos entre sí, que cabe diferenciar de acuerdo con el lugar y el tiempo, la intensidad y el alcance. El plural también desactiva el componente político del concepto: ya no es preciso declararse a favor o en contra de la “globalización”. (Osterhammel, 2018, p. 10)

A partir de esta interpretación plural, encontramos que existen numerosas dinámicas globalizantes que están presentes y ponen a interactuar a los distintos ámbitos sociales. El conocimiento histórico ha demostrado además que puede ocurrir que una de ellas llegue a una situación de detenimiento, de anquilosamiento o que entre en una fase de repliegue. Ello, sin embargo, no significa que las restantes expresiones experimenten la misma latencia. De hecho, por lo general sucede que en ese mismo intervalo de tiempo las otras tendencias puedan ir en expansión. ¿Pero por qué se da esto? Una posible respuesta, como enseña el historiador alemán, es que la globalización no es un bloque único, ni tampoco un proceso genérico o una estructura, sino que comprende numerosas manifestaciones espaciales y temporales, con expresividades arrítmicas y alcances diferenciados, y lo inusual ha sido que se desplieguen todas con la misma cadencia dentro de un mismo movimiento envolvente. A lo sumo, puede darse que en una dinámica globalizante alguno de estos rasgos adquiera mayor prestancia que otros, pero ello no anula la variedad de ritmos globalizantes coexistentes.

La globalización, en síntesis, alude a las cambiantes condiciones de tiempo y de espacio que ha experimentado el mundo contemporáneo y, en este sentido, se encuentra en el trasfondo del mayor entrelazamiento de la diacronía de los entramados históricos particulares (diferencias) con las sincronías de la contemporaneidad globalizada (homogeneidades). La globalización, por tanto, integra y desintegra, y al mismo tiempo promueve la homogeneidad y la heterogeneidad. Hay una expresividad pendular en estas contradicciones y se presentan momentos en los que una cara de la moneda adquiere mayor visibilidad que la otra, pero ello no desdice el hecho de que el mundo contemporáneo ha adquirido visos inéditos de globalidad.

El otro fenómeno que sacudió al sistema internacional fue la des-colonización ocurrida mayoritariamente en la segunda mitad del siglo XX y que desencadenó tres tipos de dinámicas. De un lado, los nuevos Estados independientes tuvieron que importar el modelo organizacional occidental, asumir sus fronteras artificiales y ajustarse a los parámetros y modus operandi del sistema. La manera en que se impuso y contextualizó la recién estrenada independencia explica la fragilidad intrínseca de la mayoría de esas nuevas organizaciones estatales, que no correspondían con las trayectorias históricas propias (débil legitimidad) y que se vieron forzadas a mantener una relación privilegiada con la antigua metrópolis a partir de una trama de tipo neocolonial, lo que a la postre derivó en situaciones permanentes de inestabilidad, con unas élites locales “bicé-falas” que debían mantener una disposición contradictoria de obediencia “hacia afuera” (el sistema) y de control “hacia adentro” (la población local). Aunque desde la década de los sesenta se fueron multiplicando las situaciones de conflictividad en esas regiones, no lograron alterar el sistema porque ocurrían en la periferia y sus resonancias eran débiles.

El segundo conjunto de dinámicas consistió en que los nuevos Estados independientes fueron posicionando poco a poco nuevos temas en la agenda internacional. Los casos más célebres fueron el nuevo orden económico internacional promovido por el grupo de los 77 y las fisuras en la Guerra Fría que produjo el Movimiento de los No Alineados. Igualmente importante fue la lucha por el reconocimiento de un mundo cada vez más diverso y la inclusión de nuevos tópicos en la conceptualización del desarrollo que propició nuevos esquemas de medición, como el índice de desarrollo humano del PNUD. Por último, este ha sido el proceso que más que cualquier otro ha puesto en duda la pretendida universalidad del sistema occidental y de su itinerario de desarrollo.

El tercer gran cambio ha consistido en la revolución de las mujeres, fenómeno de gran magnitud que está impactando al mundo como pocas cosas lo han hecho. A diferencia de las revoluciones sociales de antaño que se producían súbitamente como un cambio abrupto que se desarrollaba en un corto período de tiempo, la de las mujeres solo es discernible en términos de proceso. Para comprender esto a cabalidad vale la pena recordar de entrada a un par de analistas italianos cuando argumentaban que

los efectos de los movimientos sociales no pueden medirse en términos dicotómicos de victoria o derrota, sino en términos de modificaciones más profundas o menos inmediatamente visibles de la esfera cultural, sobre todo en sus aspectos de vida personal y cotidiana […]. El movimiento femenino no ha alcanzado el objetivo de una igualdad plena entre sexos, pero ha cambiado el sentido común de millones de mujeres. (Flores y Gossini, 2018, pos. 583)

Esto ocurre, como bien han demostrado Hartmut Rosa y Johan Chaoutot, porque se ha asistido a una aceleración de la cadencia y velocidad de las transformaciones sociales durante el presente que nos ha correspondido vivir:

El ritmo del cambio social, de intergeneracional, tal como lo era en la época moderna, se ha convertido en intrageneracional en el tiempo presente, después de una fase de transición en la época contemporánea durante la cual, de a poco, se fue sincronizando con la sucesión de generaciones. (Rosa y Chaoutot, 2012, p. 93)

El entendimiento de esta realidad nos llevó a concluir en un trabajo previo que el presente actual se caracteriza por ser un régimen de cambios permanentes, de “envergadura casi imperceptible en lo inmediato, pero que, debido a la frecuencia de la ocurrencia, acumulación y sobre-posición, se convierten en transformaciones profundas en el mediano y largo plazo” (Fazio et al., 2015, p. 24). Las réplicas de la revolución feminista son tan grandes que trascienden a aquella mitad de la población mundial a la cual directamente aluden y fundamentan nuevas actitudes en las relaciones interpersonales, producen sensibles cambios en la vida cotidiana, actúan como mecanismos de presión para rediseñar la organización del trabajo, los sistemas de bienestar, la economía, la política y las instituciones, y, en especial, generan nuevos mapeos interpretativos de los problemas del mundo (Marçal, 2016).

Ninguna de estas profundas transformaciones ha sido asumida debidamente por parte de los principales agentes del sistema. Esta intransigencia reafirma la tesis de la inadecuación y ha acrecentado la disfuncionalidad con respecto a la realidad mundial, sobre todo debido al empeño de los Estados oligárquicos por preservar el orden de las cosas para que el poder internacional se siga basando en aquellos factores que reproducen su supremacía. En su lógica misma, todo nuevo agente o dinámica para ascender o realizarse dentro del sistema tiene que apropiarse y ajustarse a sus principios básicos.

Ahora bien, que sea disfuncional no significa que esté próximo a desaparecer, teniendo en cuenta que las grandes potencias hacen todo lo posible para su conservación, pues su persistencia garantiza la reproducción de su poderío. Recientemente, con la invasión de Rusia en Ucrania hemos visto la reiteración de este esquema. Los países occidentales, con Estados Unidos como adalid, mediante el apoyo a Ucrania han reforzado la lógica del modelo gracias a un descomunal aumento del gasto militar y de la carrera armamentista, el fortalecimiento de los dispositivos de guerra, la ampliación de la OTAN y el reposicionamien-to de los temas geopolíticos en el corazón de la agenda mundial y en “el corazón del sistema”, pero con la novedad de que ahora se proyecta incluso hasta el Asia Pacífico. Dentro de esta misma línea de arraigo de sus viejas convicciones se observa el apego a la “estrategia campista”, es decir, a la creación de frentes contra las presuntas amenazas al sistema, como ha ocurrido con el refortalecimiento de la OTAN o la convocatoria por parte del presidente Biden de una gran cumbre internacional de los demócratas del mundo.

Rusia, por su parte, se aferra a la misma lógica: el pensamiento predominante en el Kremlin reposa preferentemente en el poderío militar y considera tener un derecho legítimo sobre el “extranjero cercano”, esto es, sobre gran parte del antiguo espacio soviético, defendiendo la tesis de que el sistema internacional debe ser manejado por las grandes potencias en términos plutocráticos, donde la soberanía aplica únicamente para los Estados que pueden “ser genuinamente independientes”. Aquí se halla una importante clave del rechazo de los dirigentes rusos a que Ucrania pueda acceder a la OTAN, no solo porque una decisión tal pone en riesgo la seguridad de Rusia, sino, y ello resulta más importante, porque considera inadmisible que tome decisiones que pueda afectar a un Estado de mayor significación como es el ruso. En este caso la soberanía solo puede ser rusa, no ucraniana (Fazio, 2022, p. 152). No muy distinta resulta la posición de las autoridades chinas. Como ha sostenido Giada Massetti, si el objetivo primario de Mao Zedong era dar un fundamento político a la China que renacía después del “siglo de humillaciones”, y si para Deng Xiaping el objetivo era económico, priorizando la modernización del país y la inserción en el capitalismo transnacional, para Xi Jinping el objetivo es básicamente geopolítico y consiste en restablecer el lugar que le debe corresponder al país en el concierto mundial (Messetti, 2020, pos. 377).

Si ya desde hacía algunas décadas las disfuncionalidades se habían vuelto moneda corriente, de manera más reciente otro fenómeno volvió a poner en duda la persistencia del sistema: la pandemia del coronavirus planteó la urgencia de una configuración de “lo internacional” distinta de cualquiera anterior. Alegóricamente, Julien Vaïsse sugería que con la pandemia había perdido importancia la clasificación de las naciones de acuerdo con el PIB o el poder militar; más relevante pasaron a ser las comparaciones de curvas de infección y de mortalidad, la resistencia de los sistemas de salud y la cohesión social, lo cual lo llevó a preguntarse si no deberían sustituirse los criterios tradicionales de poder por los del buen gobierno, los índices de desarrollo humano, etc. (Vaïsse, 2020).

Igualmente ha sido importante el hecho de que la pandemia produjo un entrelazamiento de realidades muy distintas, pues tal como señala la socióloga franco-israelí Eva Illouz, “el mundo primitivo de las pestes mortales hizo erupción en medio del mundo avanzado e higiénico del poder nuclear, la cirugía láser y la tecnología virtual” (Illouz, 2020). Dicho de otro modo, lo primitivo convive con las innovaciones más audaces y ambas se entrecruzan en la configuración del mundo del siglo XXI. Finalmente, no está de más recordar que un virus minúsculo ha producido en el planeta un verdadero terremoto de grado diez en la escala de Richter y ninguna de las armas convencionales, por poderosas y sofisticadas que sean, han servido para contrarrestarlo. El virus ha desarmado a todos, incluidos los más poderosos, ha sacado a la luz las flaquezas y vulnerabilidades de la sociedad y la civilización y, de paso, ha dejado sin piso las convenciones interpretativas más comunes que se emplean en el análisis de la contemporaneidad.

Estas cuatro situaciones —la globalización, la descolonización, “el tiempo de las mujeres” y la pandemia— tienen en común el hecho de que no se encuentran confinadas a ninguna región en particular ni corresponden a una esfera social en especial. Es decir, ningún lugar ni ámbito social escapa a la globalidad de los problemas. Con el señalamiento de estas particularidades podemos develar algunas vetas por donde debe avanzar un nuevo análisis del sistema mundial actual: la complejidad, la globaliza-ción, las redefiniciones sociales de los espacios y tiempos, las “singularidades” de las sociedades actuales y la latencia de las situaciones sociales.

¿Hacia un nuevo orden social global?

Si estas dinámicas constituyen algunas de las principales relaciones de fuerza de la contemporaneidad, entonces podemos brindar una rápida comparación entre “lo nuevo”, en proceso de cristalización, con la persistencia de la idea misma de orden mundial. Este último es fijo y estable, propende por el equilibrio, se construye de manera jerárquica, privilegia la configuración estado-céntrica y tiene una pretensión uni-versalista, en el sentido que prevé su reproducción por todo el mundo.

Muy distinto se presenta el panorama cuando la realidad mundial es visualizada desde los ángulos de la complejidad, la descolonización, la pandemia, “el tiempo de las mujeres” y la globalización porque estas apuntan a situaciones que distan del equilibrio, en donde la frecuencia de las crisis y las disrupciones son la norma, y no hay jerarquías reconocidas de antemano, sino las que surjan a partir de las dinámicas de las cosas; su radio de acción es el mundo, vasto escenario donde se conjugan situaciones globales con locales y otras que se inscriben dentro del rubro de las relaciones internacionales con aquellas que podríamos conceptualizar como “relaciones internas al mundo”, que por su propia naturaleza son cosmopolitas, inclusivas, liberadoras, emancipadoras y abiertas a todos los colectivos humanos (Harvey, 2017), aun cuando esto acontezca de manera desigual y más ancladas en la historia, geografía y antropología en tanto que “condiciones de posibilidad” de un “cosmopolitismo subalterno” (De Sousa, 2021).

Este nuevo rol de las crisis ha encontrado eco en numerosos estudios de la contemporaneidad. Sobre este aspecto, Helge Jordheim y Einar Wigen (Jordheim y Wigen, 2018) han planteado una tesis que suscribimos plenamente, cuando señalan que desde el siglo XVIII recaía en la noción de progreso la estructuración de la relación entre pasado, presente y futuro. Sin embargo, hoy en día el concepto de crisis parece estar reemplazándolo como principal herramienta de sincronización temporal. Es decir, la constancia de las crisis muestra que estas ya no responden a causas individualizables, sino que están modeladas por condiciones sincrónicas y sistémicas.

Este mundo “en común” ha sacado a relucir un número interminable de crisis concatenadas entre sí. Edgar Morin sintetizaba en medio de la primera ola de la pandemia esta conjunción de situaciones cuando declaraba que el virus personificó: una crisis planetaria porque demostró que los humanos estamos “vinculados con el destino bio-ecológico del planeta”; una crisis de humanidad que “no logra constituirse en humanidad”; una crisis económica que hace saltar por los aires los viejos dogmas y “amenaza con agravar en caos y penurias nuestro porvenir”; una crisis nacional, con una “política que favorece el capital en detrimento del trabajo y sacrifica la prevención y precaución para aumentar la rentabilidad y la competitividad”; una crisis social, con la evidencia de las variadas formas de desigualdades; una crisis civilizacional, que nos muestra “las carencias en solidaridad y la intoxicación consumista”; una crisis intelectual, que muestra “el enorme hueco negro en nuestra inteligencia, que invisibiliza las evidentes complejidades de lo real”; y una crisis existencial, que nos “pone a interrogarnos sobre nuestros modos de vida, nuestras verdaderas necesidades, nuestras verdaderas aspiraciones enmascaradas en la alienación de la vida cotidiana” y “abrir nuestros espíritus confinados por largo tiempo en lo inmediato, los secundario, lo frívolo” (Morin, 2020). El conjunto de este cúmulo de crisis invita a pensar, en primer lugar, que si el mundo en este siglo XXI quiere evitar caer en una situación de caos debe asumir los problemas como si fueran “una gran mutación”, tal como lo sugiriera Ulrich Beck (Beck, 2017), que solo puede ser abordada “en común”. Esto requiere, por ejemplo, emprender reorientaciones fundamentales que pongan a bien común y a valor público en el centro, tal como ha sostenido Mariana Mazzucato (Mazzucato, 2021, p. 66), porque solo así podrán conformarse unas sociedades más inclusivas y sostenibles.

Segundo, todos estos fenómenos descritos destacan los espacios de intermediación de las sociedades y entre los distintos ámbitos sociales y, en ese sentido, descolocan la centralidad tradicionalmente asignada a la soberanía, los territorios y las fronteras. En tercer lugar, son conceptos móviles e inestables, lo que calza con la imagen de dinamismo innato de las sociedades contemporáneas. Cuarto, son multifocales y multiniveles, por lo que reconocen una amplia gama de tópicos en la agenda internacional, modelados preferente pero no únicamente por la seguridad humana (v. gr., la desigualdad, la pobreza, la diversidad, la crisis climática), situación que de inmediato tiende a relegar los temas más convencionales del poder político y militar a un lugar secundario. Quinto, constituyen procesos que le han dado un claro realce a lo social,redimensionando lo local, globalizando y ya no mundializando (como ocurrió durante la Guerra Fría) el sistema mundial. Sexto, ensanchan la comprensión del mundo porque dan cuenta de situaciones de índole muy variada, que van desde los propiamente planetarizados, pasando por los mundializados, los internacionales e internacionalizados y los “glocales”. Así, esta variabilidad de escenarios descentraliza y complejiza las configuraciones que se realizan habitualmente del poder. Por último (séptimo), ocasionan que las relaciones entre las sociedades sobresalgan por encima de las relaciones interestatales clásicas, lo cual sugiere una manera distinta de entender lo internacional en el presente (Badie, 2019).

Badie, el mencionado sociólogo, ha insistido en que el mundo actual no puede seguir siendo pensado como una ampliación de un orden localizado con pretensión universalista, porque lo característico es la inclusión desigual de toda la humanidad, una interdependencia que vincula Estados, economías y sociedades en el mundo, un apego por la movilidad, la aparición de actores locales que “glocalizan” el espacio mundial y el fortalecimiento de las relaciones intersocietales más que las propiamente interestatales, por la relevancia que han adquirido problemas tales como la pobreza, la desigualdad, los riesgos societales, el calentamiento global, las relaciones intergeneracionales, el descontento social, el multilateralismo efectivo, las migraciones, la diversidad cultural, el desarrollo, la vida humana y la natural. Estos temas no solo conducen a privilegiar una agenda social global, también exigen el empleo diferenciado de distintos niveles para atacar estos problemas. Dicho en otros términos, la agenda social es multiescalar y no estado-céntrica. Como remataba el mencionado analista en un trabajo previo:

Los principales problemas vinculados a la crisis contemporánea de las relaciones internacionales no se derivan de la dinámica de la democrati-zación o de la intensificación de los intercambios económicos, sino que se vinculan con la descomposición social que afecta a un gran número de Estados. Lejos de obedecer a una teleología lineal de la democratización a la occidental […] esta gama nueva de conflictos y de tensiones sociales exige el despliegue de nuevos instrumentos de intervención política, y requiere de nuevas lógicas de cooperación internacional que no prejuzguen las aspiraciones de los diversos actores no estatales emergentes. (Badie, 2016, p. 177)

En este sentido, si los grandes dilemas del mundo son asuntos sociales e intersociales, se requiere de un empoderamiento de las sociedades en estos frentes. Además, no es razonable esperar que las soluciones provengan de los gobiernos y Estados que siguen empeñados en reproducir el orden geopolítico, esquema que a la fecha les ha garantizado su supremacía. La nueva configuración solo podrá ser provista por la acción social y deberá tener en lo social su eje nodal, y para lograrlo esto debe asumirse como un proceso que se construye de abajo hacia arriba, pues solo estos agentes y actores pueden preservar el rol de la indeterminación, la heterogeneidad y la plurisignificación del mundo, y están más directamente interesados y comprometidos en mejorar los índices de desarrollo humano. Cuando predomina la política, por el contrario, el esquema por el que se decanta es uno donde prevalece la uniformidad, la simplificación y los antagonismos, que son los mayores generadores de dividendos políticos.

Al final, todo esto lleva a concluir que el sistema internacional debe evolucionar hacia un esquema en el que los Estados necesiten de la cooperación porque los problemas centrales del mundo empiezan a ser de una naturaleza tal que para abordarlos se va a requerir del concurso de otros actores supra e infra nacionales, entre los cuales se cuentan los alcaldes y los gobernadores, los organismos multilaterales empoderados para actuar frente a problemas globales bajo la figura de organizaciones supranacionales y, finalmente, las organizaciones, movimientos y otros tipos de actores sociales que habían estado en el congelador durante la crisis del coronavirus, pero que han comenzado a volver con fuerza, tal como ha quedado demostrado en Hong Kong, Chile, China, Colombia, Estados Unidos y México contra la brutalidad policial, y en Líbano, donde se retomaron las banderas de la resistencia iniciada en octubre de 2019. El nuevo orden debe ser lo suficientemente flexible para asumir que los grandes temas del mundo ya no están confinados a iniciativas y soluciones al nivel de las grandes cumbres u organizaciones internacionales, sino que involucran a una amplia gama de actores, e incluso al ciudadano común y a las organizaciones de base.

Hugo Fazio Vengoa

Historiador y Doctor en Ciencia Política. Sus áreas de especialización son la historia global contemporánea, la globalización y la historia del tiempo presente.

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Vaïsse, J. (29 de mayo de 2020). Derrrière le triomphe de l’Etat souverain. Le Monde.

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Fazio, H. (2023). ¿Orden mundial u orden social global? Apuntes para una discusión. Ciencia Política, 18(36), 23–45. https://doi.org/10.15446/cp.v18n36.104530

ACM

[1]
Fazio, H. 2023. ¿Orden mundial u orden social global? Apuntes para una discusión. Ciencia Política. 18, 36 (dic. 2023), 23–45. DOI:https://doi.org/10.15446/cp.v18n36.104530.

ACS

(1)
Fazio, H. ¿Orden mundial u orden social global? Apuntes para una discusión. Cienc. politi. 2023, 18, 23-45.

ABNT

FAZIO, H. ¿Orden mundial u orden social global? Apuntes para una discusión. Ciencia Política, [S. l.], v. 18, n. 36, p. 23–45, 2023. DOI: 10.15446/cp.v18n36.104530. Disponível em: https://revistas.unal.edu.co/index.php/cienciapol/article/view/104530. Acesso em: 17 jul. 2024.

Chicago

Fazio, Hugo. 2023. «¿Orden mundial u orden social global? Apuntes para una discusión». Ciencia Política 18 (36):23-45. https://doi.org/10.15446/cp.v18n36.104530.

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Fazio, H. (2023) «¿Orden mundial u orden social global? Apuntes para una discusión», Ciencia Política, 18(36), pp. 23–45. doi: 10.15446/cp.v18n36.104530.

IEEE

[1]
H. Fazio, «¿Orden mundial u orden social global? Apuntes para una discusión», Cienc. politi., vol. 18, n.º 36, pp. 23–45, dic. 2023.

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Fazio, H. «¿Orden mundial u orden social global? Apuntes para una discusión». Ciencia Política, vol. 18, n.º 36, diciembre de 2023, pp. 23-45, doi:10.15446/cp.v18n36.104530.

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Fazio, Hugo. «¿Orden mundial u orden social global? Apuntes para una discusión». Ciencia Política 18, no. 36 (diciembre 29, 2023): 23–45. Accedido julio 17, 2024. https://revistas.unal.edu.co/index.php/cienciapol/article/view/104530.

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1.
Fazio H. ¿Orden mundial u orden social global? Apuntes para una discusión. Cienc. politi. [Internet]. 29 de diciembre de 2023 [citado 17 de julio de 2024];18(36):23-45. Disponible en: https://revistas.unal.edu.co/index.php/cienciapol/article/view/104530

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