Publicado

2016-01-01

Post-extractivismo: entre el discurso y la praxis. Algunas reflexiones gruesas para la acción

Post-extractivism: between the Discourse and the Praxis. Some Gross Thoughts for Action

DOI:

https://doi.org/10.15446/cp.v11n21.60297

Palabras clave:

alternativas, buen vivir, desarrollo, extracción, post-desarrollo, postextractivismo, recursos naturales (es)
Development, post-development, Good Living, postextractivism, natural resources, extraction, alternatives. (en)

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Autores/as

  • Alberto Acosta FLACSO

El pensamiento dominante nos hace aceptar como imposible una economía sin crecimiento que no aprovecha masivamente los recursos naturales. Se repite que, para lograr el progreso, la única vía es el crecimiento económico, el cual exige a un grupo de países extraer cada vez mayores volúmenes de recursos naturales para sostener la creciente demanda de otros países. Al mismo tiempo, ese esfuerzo, apalancado en un creciente extractivismo, aseguraría los ingresos para que el sur global –clásico proveedor de tales productos– supere su “subdesarrollo”. Sin embargo, como se analiza en este artículo, preparado a partir de reflexiones e investigaciones académicas del autor y desde su directa experiencia en diversas funciones en el mundo de las actividades extractivistas, la realidad nos exige superar esas visiones no solo por razones ecológicas y sociales, sino inclusive económicas. Por eso, en este texto se abordan las principales limitaciones (patologías) de los extractivismos. Luego se proponen algunos elementos que sirven para pensar en alternativas alrededor de dos tendencias que comienzan a cobrar creciente fuerza en el debate internacional: decrecimiento y post-extractivismo, buscando, simultáneamente, nuevos horizontes civilizatorios, como el Buen Vivir.

The dominant thought forces us to accept as impossible an economy without growth that does not massively exploit its natural resources. To achieve progress it is repeated that the only way out is thru economic growth, which demands a group of countries extracting increasingly higher volumes of natural resources to sustain the growing demand from other countries. At the same time, that effort, leveraged by an increasing extractivism, would ensure the income for the global South; classical provider of such products; to overcome its “underdevelopment”. However, as it is analyzed in this article, prepared as of thoughts and academic research by the author and from his direct experience in different functions in the world of mining activities, reality demands that we overcome these visions, not only due to ecologic and social arguments, but also for economic reasons. This text approaches the main limitations (pathologies) of extractivism. Then, some elements are proposed to think of alternatives around the two trends that are becoming strong in the international debate: contraction and post-extractivism, looking at the same time for new civilizing horizons such as Good Living.

Recibido: 14 de marzo de 2016; Aceptado: 16 de mayo de 2016

Resumen

El pensamiento dominante nos hace aceptar como imposible una economía sin crecimiento que no aprovecha masivamente los recursos naturales. Se repite que, para lograr el progreso, la única vía es el crecimiento económico, el cual exige a un grupo de países extraer cada vez mayores volúmenes de recursos naturales para sostener la creciente demanda de otros países. Al mismo tiempo, ese esfuerzo, apalancado en un creciente extractivismo, aseguraría los ingresos para que el sur global –clásico proveedor de tales productos– supere su “subdesarrollo”. Sin embargo, como se analiza en este artículo, preparado a partir de reflexiones e investigaciones académicas del autor y desde su directa experiencia en diversas funciones en el mundo de las actividades extractivistas, la realidad nos exige superar esas visiones no solo por razones ecológicas y sociales, sino inclusive económicas. Por eso, en este texto se abordan las principales limitaciones (patologías) de los extractivismos. Luego se proponen algunos elementos que sirven para pensar en alternativas alrededor de dos tendencias que comienzan a cobrar creciente fuerza en el debate internacional: decrecimiento y post-extractivismo, buscando, simultáneamente, nuevos horizontes civilizatorios, como el Buen Vivir.

Palabras clave: alternativas , buen vivir , desarrollo , extracción , post-desarrollo , postextractivismo , recursos naturales .

Abstract

The dominant thought forces us to accept as impossible an economy without growth that does not massively exploit its natural resources. To achieve progress it is repeated that the only way out is thru economic growth, which demands a group of countries extracting increasingly higher volumes of natural resources to sustain the growing demand from other countries. At the same time, that effort, leveraged by an increasing extractivism, would ensure the income for the global South; classical provider of such products; to overcome its “underdevelopment”. However, as it is analyzed in this article, prepared as of thoughts and academic research by the author and from his direct experience in different functions in the world of mining activities, reality demands that we overcome these visions, not only due to ecologic and social arguments, but also for economic reasons. This text approaches the main limitations (pathologies) of extractivism. Then, some elements are proposed to think of alternatives around the two trends that are becoming strong in the international debate: contraction and post-extractivism, looking at the same time for new civilizing horizons such as Good Living.

Palabras clave: Development , post-development , Good Living , postextractivism , natural resources , extraction , alternatives .

Hay que recuperar, mantener y transmitir la memoria histórica, porque se empieza por el olvido y se termina en la indiferencia

José Saramago

El pensamiento dominante (e incluso las apremiantes condiciones económicas en el caso del Sur global) nos hace aceptar como imposible una economía sin crecimiento y que no aproveche masivamente los recursos naturales. Para lograr el progreso, se repite hasta el cansancio un mismo discurso: la única vía es el crecimiento económico, el cual exige a un grupo de países extraer cada vez mayores volúmenes de recursos naturales para sostener la creciente demanda de otros países. Al mismo tiempo ese esfuerzo, apalancado en un creciente extractivismo, aseguraría los ingresos para que el sur global –clásico proveedor de tales productos– supere su “subdesarrollo”.1 Sin embargo, la realidad nos exige superar esas visiones si deseamos garantizar la continuidad de la especie humana en este planeta.

Los límites biofísicos de la naturaleza, aceleradamente desbordados por la expansión de la modernidad y acumulación capitalista, son cada vez más notorios e insostenibles. Tal desbordamiento se conjuga con una inequidad social (inherente al capitalismo en tanto civilización de la desigualdad) que encuentra múltiples rupturas y ocasiona complejos y dolorosos procesos. Nótese, por ejemplo, la creciente migración desde Suramérica a los EE.UU. y a la Unión Europea y la consecuente descomposición social al interior de ese mismo sur que exporta naturaleza y expulsa personas. La amalgama entre desigualdad y explotación ambiental genera, por medio de un extractivismo desbocado, inusitadas violencias e incluso intervenciones bélicas de las potencias mundiales en Irak, Libia o Siria, buscando controlar sus yacimientos petroleros y/o sus posiciones geoestratégicas, sin apoyar ningún proceso democrático. Y es esa violencia la que alimenta el mencionado flujo migratorio con más refugiados, afectados por las secuelas propias del capitalismo globalizado, e incluso rechazados por los mismos países que abrieron las puertas del infierno en sus hogares.

Para complicar aún más este perverso escenario, sabemos hasta la saciedad que el crecimiento económico no implica necesariamente el logro de la felicidad, ni siquiera en los países “desarrollados”. Tales temas son conocidos y representan retos no resueltos.

Decrecimiento en el norte, post-extractivismo en el sur

Es urgente parar la vorágine del crecimiento económico, decrecer, especialmente en el norte global. Mientras que en el sur global surge la primera tarea de optar, responsablemente, por el post-extractivismo (Acosta, 2014a). En un mundo finito no hay espacio para un crecimiento económico permanente.2 De seguir por esta senda llegaremos a una situación cada vez más insostenible en términos ambientales, y más explosiva en términos sociales.3

La vinculación del postcrecimiento o decrecimiento y postdesarrollo (Schuldt, 2012; Unceta, 2014) reflejado en el postextractivismo, es fácil de prever: si en el norte las economías dejaran de crecer y más aún si decrecieran, su demanda de materias primas disminuiría. En consecuencia, los países del sur global no podrían sostener sus economías en la creciente exportación de tales materias primas. Al hacerlo abaratarían los costos de la transición en el norte, sin que necesariamente aumenten los ingresos en los países que exportan materias primas. Por esta simple razón, a la que podríamos añadir muchas más, es indispensable también para los países empobrecidos abordar con responsabilidad el tema del crecimiento, y, más aún, el tema del crecimiento dependiente ya sea del petróleo o de otros productos primarios que, para colmo, poseen precios fluctuantes y vinculados a la especulación del capitalismo financiero mundial.4

Destaquemos también que el decrecimiento y el post-extractivismo comparten una fuerte crítica al capitalismo, sobre todo porque este trae consigo el fetichismo y la mercantilización cada vez más marcada de la sociedad y la naturaleza.

En términos económicos, el decrecimiento critica directamente a la lógica del capital pues si las economías decrecen en lugar de crecer, ya no es posible realizar una “reproducción ampliada” del capitalismo, implicando a su vez una no-acumulación de capital (e incluso una posible “des-acumulación”). Si se deja de acumular capital, se pone un alto a la concentración de poder en manos de las clases capitalistas, y el propio sistema entra en un proceso de desaparición debido a que, si no se crece, la única forma de reducir la pobreza y mejorar las condiciones de vida de las mayorías es por medio de drásticos cambios distributivos. Simultáneamente empezaría el derrumbe del capital financiero, el cual precisamente se sostiene de la “acumulación ficticia” de capital.

A esta dinámica se acopla perfectamente el post-extractivismo, pues si los principales centros capitalistas se contraen, aparte de contraer su demanda de productos primarios, hasta es posible que los mecanismos de intercambio desigual, que generan la extracción de valor desde la periferia a los centros, se vayan asfixiando (pues los centros ya no necesitarían seguir extrayendo valor para acumular). Al asfixiarse el intercambio desigual, la periferia capitalista posiblemente requerirá cada vez exportar menos recursos naturales para tratar de evitar los flujos negativos del comercio internacional capitalista. Si a esto se suma una contracción en la demanda internacional, entonces necesariamente el capitalismo dependiente (típicamente atado a modalidades de acumulación primario-exportadoras) no podría sostenerse y, a la larga, terminaría por desaparecer.5

Asimismo, decrecimiento y post-extractivismo concuerdan en que el problema social de fondo son las visiones y las prácticas de progreso, desarrollo y crecimiento que se encuentran profundamente enraizadas (al punto que las propias élites de los países “condenados” al extractivismo terminan adquiriendo conductas rentistas). Las dos visiones manejan varios elementos de crisis y ejes de conflicto, de modo que desarrollan una perspectiva social global. De igual manera, para ambas visiones, la desigualdad social y los problemas ecológicos constituyen un aspecto central.

Estas dos perspectivas subrayan la necesidad de distribuir no solo riqueza e ingresos, sino también el poder social y la capacidad de actuar. En este sentido, se oponen a las “falsas alternativas”, a aquellas respuestas muy ajustadas a la política inmediata, resignadas a ver la realidad como algo dado y difícil de cambiar. Post-extractivismo y decrecimiento (Giacomo, et al., 2015) plantean, a su manera, una suerte de elementos para dar paso a una “gran transformación”, en los términos concebidos por Polanyi (1992).

Podemos partir de un punto donde cada vez hay mayor consenso, incluso entre quienes creen posible el “desarrollo”: el crecimiento económico no es sinónimo de “desarrollo”. El crecimiento implica un simple incremento de magnitudes económicas (como el PIB u otra magnitud de referencia utilizada), mientras que el “desarrollo” (a la larga siempre capitalista) no solo implica aspectos cuantitativos, sino incluso cualitativos (p.ej. industrialización, mayor peso en el comercio internacional, poder y dominio de sociedades capitalistas fuertes sobre sociedades capitalistas débiles, entre otros).6 Lo que falta aún entender es que el “desarrollo” (sin apellido), aunque cueste aceptarlo, no es más que un fantasma inalcanzable. Por eso, liberarnos de las ataduras del “desarrollo” podría potenciar las capacidades propias para encontrar otras formas de construir estilos de vida dignos para todos los habitantes del planeta, inspirados en las visiones y propuestas de cada sociedad, sin caer en la copia inviable y caricaturizada de otras realidades (caricatura que incluso ha sido exacerbada por los propios promotores del “desarrollo”).7

Se ha comprobado que el crecimiento económico, provocado por la voracidad del capital (que acumula produciendo y especulando), sostiene crecientes desigualdades y hasta las exacerba. Entonces es indispensable también en los países pobres abordar responsablemente el tema del crecimiento y de una vez por todas dejar de lado al “desarrollo” como objetivo. Eso debe pasar por poner desde el inicio en su sitio al crecimiento económico y, al menos, diferenciar el crecimiento “bueno” del crecimiento “malo”, así como identificar quiénes son los ganadores y perdedores del crecimiento. Manfred Max-Neef, economista chileno (Premio Nobel alternativo) es categórico al respecto:

Si me dedico, por ejemplo, a depredar totalmente un recurso natural, mi economía crece mientras lo hago, pero a costa de terminar más pobres. En realidad la gente no se percata de la aberración de la macroeconomía convencional que contabiliza la pérdida de patrimonio como aumento de ingreso. Detrás de toda cifra de crecimiento hay una historia humana y una historia natural. Si esas historias son positivas, bien venido sea el crecimiento, en todo caso es preferible crecer poco pero crecer bien, que crecer mucho pero mal. (Max-Neef, 2001)8

Este cuestionamiento no implica sostener las actuales desigualdades e inequidades sociales que permitirían a los grupos opulentos de las sociedades en el norte y en el Sur mantener sus privilegiados modos de vida. Eso de ninguna manera. Al contrario, como ya mencionamos antes, especialmente en condiciones de decrecimiento, la única forma de continuar disminuyendo la pobreza y mejorando las condiciones económicas de las grandes mayorías es con una transformación agresiva en los procesos distributivos.9

Ampliemos un poco más este tema de las inequidades y desigualdades. Aunque sorprenda, incluso los países “desarrollados” muestran cada vez más señales de un mal desarrollo (Tortosa, 2011). Aparte de ser los principales responsables de los agudos problemas ambientales (como los derivados del cambio climático), entre otros aspectos críticos, estos países no han conseguido cerrar en su interior las brechas que separan a ricos de pobres; estas se ensanchan permanentemente, mientras aumentan casi en paralelo la frustración e infelicidad (véase la evidencia estadística –con sus reparos– en Piketty, 2013). Lo que sí han logrado los países “desarrollados” es crear la ilusión en la población de que el problema de la desigualdad es menos grave de lo que realmente es,10 aunque cabe admitir que los “subdesarrollados” tampoco se quedan atrás en la creación de falsas ilusiones.

La inequidad social está presente en las economías “exitosas”. Basta ver algunas cifras de la inequitativa distribución de la riqueza tanto a nivel mundial como inclusive en los países “desarrollados”, y de su agudización en los últimos años. Por ejemplo, si revisamos las cifras de inequidad en Alemania –país de “los inventores” de la tan promocionada economía social de mercado– vemos que resultan aleccionadoras: en 2008, el 10% más rico de la población alemana poseía el 53% de los activos, mientras que la mitad de la población era propietaria de un 1%; en estos últimos años, con seguridad, se ha mantenido está situación concentradora (Amann, et al., 2014). Para el caso de los EE.UU., en 2007 se pudo identificar que el 40% de la población apenas concentra un 0,3% de la riqueza, mientras que el 20% más rico concentra el 84% de la riqueza (Ariely, 2012). Y a nivel mundial, mientras en 2010, 388 personas acumularon la misma cantidad de riqueza que la mitad más pobre de la población mundial (~3.500 millones de personas), para 2016 ese número se redujo a 62 personas, según un reporte de Oxfam (2016).

Por lo tanto, para empezar cualquier proceso de decrecimiento post-extractivista hay que tener en la mira la construcción de sociedades fundamentadas sobre bases sólidas de sustentabilidad que generen un equilibrio ecológico y social. Y eso vendrá como resultado de un proceso que reduzca dinámica y solidariamente las desigualdades e inequidades existentes en todos los ámbitos de la vida humana: económicas, sociales, intergeneracionales, de género, étnicas, culturales, regionales, entre otras.

Del extractivismo colonial al extractivismo neocolonial

Empecemos con una definición comprensible. El extractivismo hace referencia a las actividades que remueven grandes volúmenes de recursos naturales no procesados (o que lo son limitadamente), principalmente para la exportación que depende de la demanda de los países centrales. El extractivismo no se limita a minerales o petróleo. Hay también extractivismo agrario, forestal, pesquero, inclusive turístico. Así, en la línea de Eduardo Gudynas –quien propone esta definición– al hablar de extractivismo debemos tener en mente que, en realidad, lo que existe son diferentes tipos de extractivismos (Gudynas, 2015; Schuldt, 2005).

El extractivismo es un concepto que ayuda a explicar el saqueo, acumulación, concentración, devastación colonial y neocolonial, así como la evolución del capitalismo moderno e incluso las ideas de “desarrollo” y “subdesarrollo” –como dos caras de un mismo proceso–. Así, al hablar de extractivismo, hablamos de un proceso que acontece en un momento histórico concreto: en la expansión y consolidación del sistema capitalista mundial, en donde el extractivismo sirvió como instrumento para ejecutar la acumulación originaria de los centros capitalistas y, actualmente, contribuye a la provisión de las materias primas necesarias para la expansión de esos mismos centros. Por tanto, si bien el extractivismo comenzó a fraguarse hace más de 500 años, la conquista y la colonización –atadas al extractivismo– siguen presentes hasta hoy en toda la región, ya sea en países con gobiernos neoliberales o en países “progresistas”.11

De este modo, con la conquista y colonización de América, África y Asia, empezó a estructurarse en la economía-mundo el sistema capitalista (Wallerstein, 1996). Como elemento fundacional del sistema capitalista se consolidó la modalidad de acumulación primario-exportadora, determinada desde entonces por las necesidades de los nacientes centros capitalistas. Así, las regiones colonizadas fueron especializadas en extraer y producir materias primas y bienes primarios (objetos del trabajo y productos primarios de consumo). Mientras tanto las metrópolis pasaron a producir manufacturas (medios de trabajo y productos manufacturados de consumo) por medio del uso recurrente de los recursos naturales provenientes de los países empobrecidos. En resumen, los países “desarrollados”, en su mayoría, devinieron en importadores netos de naturaleza y los “subdesarrollados” son exportadores netos de naturaleza. El saldo de esto es la vigencia inamovible de las modalidades de acumulación primario-exportadoras y del extractivismo como una de sus manifestaciones.

Si a esta dinámica le agregamos los procesos de intercambio desigual vigentes en el comercio internacional capitalista,12 vemos que la combinación del crecimiento de los centros y el extractivismo en la periferia provocan una extracción doble: los centros “absorben” de la periferia tanto un valor económico (por medio de los procesos convencionales de explotación capitalista), como su naturaleza (particularmente bajo la forma de biomasa13).

Así, más allá de cualquier discurso emancipador de los gobiernos “progresistas” del subcontinente, esta región sigue siendo un territorio estratégico para el capitalismo global, e incluso el propio “progresismo” ha dado nuevos impulsos a la consolidación del extractivismo.14 Basta ver cómo se ha incrementado su potencial como proveedora de recursos hacia los países centrales, en donde empiezan a alinearse China y también India (aunque quizá con menor magnitud de la que parecen tener).15 Esto incide también en el ámbito de las infraestructuras donde hay importantes inversiones que buscan reducir costos y tiempos para la extracción y/o transporte de materias primas. Un ejemplo de ello son las grandes represas hidroeléctricas cuya energía está destinada en su mayoría a atender la demanda de proyectos extractivistas, particularmente mineros y petroleros, dentro o fuera de los diversos países como Bolivia, Paraguay y Perú que aparecen como suministradores de electricidad para ampliar la frontera extractivista y la industrialización en Brasil.

Las principales patologías del extractivismo

Para plantear respuestas post-extractivistas es preciso que identifiquemos los problemas por resolver y las capacidades disponibles para enfrentarlos. Conozcamos, entonces, las patologías propias de las economías donde gobernantes y élites dominantes apuestan prioritariamente por el extractivismo; por cierto que pueden presentarse diferencias en cada uno de los países.

Aquí mencionamos, como puntos críticos, varias patologías que generan este esquema de acumulación, retroalimentado por círculos viciosos cada vez más perniciosos. Sin pretender presentarlas a partir de priorización alguna, estas serían las principales patologías:

  • Es normal que estas economías experimenten varias “enfermedades”, particularmente la “enfermedad holandesa”.16 El ingreso abrupto y masivo de divisas sobrevalua el tipo de cambio y hace perder competitividad, lo que perjudica al sector manufacturero y agropecuario exportador. Como el tipo de cambio real se aprecia, los recursos migran del sector secundario a los segmentos no transables y a aquellos donde influye la actividad primario-exportadora en auge. Esto distorsiona la economía al recortar los fondos de inversión que pudieran ir precisamente a los sectores que propician mayor valor agregado, más empleo, una mejor incorporación del avance tecnológico y encadenamientos productivos. Incluso el ajuste posterior al boom, necesario para enfrentar la crisis, es visto como parte de dicha “enfermedad”.

  • La especialización en las exportaciones primarias –a largo plazo–ha resultado muchas veces negativa, por el deterioro tendencial de los términos de intercambio. Este proceso favorece a los bienes industriales importados y perjudica a los bienes primarios exportados. Las materias primas poseen una baja elasticidad-ingreso, son sustituibles por sintéticos, tienen un bajo aporte tecnológico y escasísimo desarrollo innovador, inclusive el contenido de materias primas de los productos manufacturados es cada vez menor. Por eso sus precios se fijan mayormente por la lógica de la competencia en el mercado (son commodities). Esto impide que los países especializados en la exportación de mercancías altamente homogéneas (es decir materias primas), participen plenamente en las ganancias del crecimiento económico y en el progreso técnico mundial.

  • La elevada tasa de ganancia sostenida por rentas diferenciales o ricardianas (derivadas de la riqueza de la naturaleza más que del esfuerzo humano) que contienen los bienes primarios, motiva su sobreproducción. Incluso cuando caen los precios de las materias primas. Además, tales rentas –más aún cuando no se cobran las regalías o impuestos correspondientes– crean sobreganancias que distorsionan la asignación de recursos en el país.

  • La volatilidad, propia de los precios de las materias primas en el mercado mundial, ha hecho que las economías primario-exportadoras sufran problemas recurrentes en su balanza de pagos y sus cuentas fiscales, esto genera una gran dependencia financiera externa y somete a erráticas fluctuaciones a las actividades económica y sociopolítica nacionales. Todo esto se agrava al caer los precios en los mercados internacionales, lo que consolida la crisis de balanza de pagos. Esta situación se profundiza, muchas veces, por la fuga masiva de los capitales17 que aterrizaron para lucrar de los años de bonanza, acompañados por los –también huidizos– capitales locales, lo que agudiza la restricción externa y la presión de recurrir al endeudamiento, que está presente ya desde la época de la bonanza.

  • El auge de la exportación primaria también atrae a la siempre bien alerta banca internacional, que en la bonanza desembolsa préstamos a manos llenas, como si se tratara de un proceso sostenible; financiamiento que, además, es recibido con los brazos abiertos por gobernantes y empresarios creyentes de milagros permanentes. Así se acicatea aún más la sobreproducción de recursos primarios (vía facilidades petroleras, por ejemplo), aumentando las distorsiones sectoriales. Pero a la postre, como muestra la experiencia histórica, se hipoteca el futuro de la economía al llegar el inevitable momento de servir la sobredimensionada deuda externa contraída durante la euforia exportadora (en cantidades mayores y en condiciones muy onerosas sobre todo en las crisis), servicio que se recrudece precisamente al caer los precios de exportación e incrementarse las tasas de interés en las economías metropolitanas (Acosta, 1994; 2001).

  • Paradójicamente, la dependencia de los mercados foráneos es aún más marcada en épocas de crisis. Hay una suerte de bloqueo generalizado de los gobernantes. Todas o casi todas las economías atadas a exportar recursos primarios, caen en la trampa de forzar las tasas de extracción de sus recursos cuando los precios se debilitan. Buscan, como sea, sostener los ingresos provenientes de las exportaciones primarias. Esta realidad beneficia a los países centrales: da un mayor suministro de materias primas –petróleo, minerales o alimentos– en épocas de precios deprimidos y crea una sobreoferta, lo que reduce aún más sus precios. Así se genera un “crecimiento empobrecedor” (Bhagwati, 1958).

  • La abundancia de recursos externos, alimentada por las exportaciones de petróleo o minerales (tal como se ha experimentado en los últimos años) crea un auge consumista, que es cubierto sobre todo con importaciones. Así se desperdician recursos, pues incluso se llega a sustituir productos nacionales por productos externos, situación atizada por la sobrevaluación cambiaria ocasionada por el ingreso masivo de divisas. Una mayor inversión y gasto público, sin las debidas providencias, incentiva las importaciones y no necesariamente la producción doméstica. La historia nos ha ensañado que normalmente no hay un uso adecuado de los cuantiosos recursos disponibles.

    Esa experiencia también ilustra y confirma que el extractivismo no genera encadenamientos dinámicos. No se aseguran enlaces productivos integradores y sinérgicos ni hacia delante ni hacia atrás; tampoco en la demanda final (enlaces de consumo y fiscales). Mucho menos se facilita y garantiza la transferencia tecnológica y la generación de externalidades a favor de otros sectores. De allí se deriva una de las características clásicas las de economías primario-exportadoras, presente desde la colonia: un carácter de enclave, con territorios extractivistas normalmente aislados del resto de la economía. Esta situación no ha cambiado para nada en la actualidad, sea en los países con gobiernos neoliberales o progresistas.

  • En estrecha relación con lo anterior, las empresas que controlan la explotación de recursos naturales no renovables como enclaves, por su ubicación y forma de explotación, se convierten frecuentemente en poderosos grupos de poder empresarial frente a Estados nacionales relativamente débiles. La historia nos cuenta cómo algunas transnacionales, que han logrado su posición dominante por medio de su contribución al equilibrio en la balanza de pagos, se aprovecha de su posición para influir en el balance de poder en el país, lo que amenaza permanentemente a los gobiernos que se atrevan a ir a contracorriente. Una “nueva clase corporativa” ha capturado, no solo al Estado, sin mayores contrapesos, sino también a importantes medios de comunicación, encuestadoras, consultoras empresariales, universidades, fundaciones y estudios de abogados. Así esta clase corporativa transnacional –en el caso de las inversiones chinas apoyadas directamente por su Estado– se ha convertido en el “actor político privilegiado”, por poseer “niveles de acceso e influencia de los cuales no goza ningún otro grupo de interés, estrato o clase social” y, aún más, que le permite “empujar la reconfiguración del resto de la pirámide social”. Por eso, la clase corporativa “se trata de una mano invisible [en ocasiones muy visible] en el Estado que otorga favores y privilegios y que luego, una vez obtenidos, tiende a mantenerlos a toda costa”, asumiéndolos como “derechos adquiridos” (Durand, 2006).

  • De acuerdo con eso, se debilita la lógica del Estado-Nación, lo que da paso a la “desterritorialización” del propio Estado. Este se desentiende del entorno de los enclaves petroleros o mineros y deja, por ejemplo, la atención de demandas sociales a las empresas extractivistas. Esto conduce a un manejo desorganizado y no planificado de esas regiones que, incluso, están muchas veces al margen de las leyes nacionales. En ese contexto, el Estado extractivista viabiliza la vinculación de los territorios mineros o petroleros al mercado mundial, ya sea a través de la correspondiente infraestructura o de las medidas de seguridad policiales (incluso militares) que hagan falta; esto no implica necesariamente su integración nacional y local.

  • Todo eso consolida un ambiente de violencia y marginalidad crecientes que desemboca en respuestas represivas, miopes y torpes de un Estado policial, que no cumple sus obligaciones sociales y económicas. La criminalización y la represión desplegadas para sostener y ampliar el extractivismo, caracterizan a todos los gobiernos de la región, independientemente de su orientación ideológica.

  • Igualmente, la desigual distribución del ingreso y de los activos conducen a un callejón aparentemente sin salida por dos lados: primero, los sectores marginales, con mayor productividad del capital que los modernos, no acumulan pues no tienen los recursos para ahorrar e invertir; segundo, los sectores modernos, con mayor productividad de la mano de obra, no invierten pues no tienen mercados internos que aseguren rentabilidades atractivas. Esto también agrava la indisponibilidad de recursos técnicos, de fuerza laboral calificada, de infraestructura y de divisas, lo que desincentiva la inversión y así sucesivamente. Es decir, esta es una situación conocida desde hace muchas décadas, que ahonda la heterogeneidad estructural de estos aparatos productivos (Pinto, 1970).

  • A esto se suma que, a diferencia de los demás sectores, la actividad extractivista (particularmente minera y petrolera) absorbe poco trabajo directo e indirecto, aunque bien remunerado. Desgraciadamente este es un hecho obvio pero necesario no solo por razones tecnológicas. Para la actividad se contrata fuerza directiva y especializada altamente calificada muchas veces extranjera; es intensiva en capital y en importaciones; utiliza casi exclusivamente insumos y tecnología foráneos, etc. Todo eso provoca que el “valor interno de retorno” de la actividad primario-exportadora (equivalente al valor agregado que se mantiene en el país) resulte irrisorio.

  • A su vez se generan nuevas tensiones sociales en las regiones donde se extraen dichos recursos naturales, pues son muy pocas las personas que normalmente se integran a las plantillas laborales de las empresas mineras y petroleras o que se benefician indirectamente de ellas. Y esa mano de obra es comúnmente sobreexplotada. En los monocultivos, donde aún se emplea bastante mano de obra, las relaciones laborales son precarias, incluyendo prácticas de semiesclavitud (basta mencionar a las bananeras en Ecuador).

  • Debido a la exportación de bienes primarios, se consolida y se profundiza la concentración y centralización del ingreso y de la riqueza en pocas manos, así como el poder político. Las empresas transnacionales –vistas como promotoras de la modernidad– se benefician enormemente, pues se les reconoce el “mérito” de arriesgarse a explorar y explotar los recursos en mención. Nada se dice de cómo conducen a una mayor “desnacionalización” de la economía, en parte por el volumen de financiamiento necesario para la explotación de los recursos, en parte por la falta de empresariado nacional consolidado y, en no menor medida, por la poca voluntad gubernamental para formar alianzas estratégicas con empresarios locales.

  • En estas economías de enclave, la estructura y dinámica políticas se caracterizan por el “rentismo”, la voracidad y el autoritarismo con el que se manejan las decisiones. Dicha voracidad dispara el gasto público más allá de toda proporción, con un manejo fiscal desordenado, sin una adecuada planificación, así como sin una mayor preocupación por la gestión y el control. Este “efecto voracidad” consiste en la desesperada búsqueda y apropiación abusiva de parte importante de los excedentes del sector primario exportador. Los poderosos políticamente exprimen esos excedentes, incluso con mecanismos corruptos, y todo para perennizarse en el poder o simplemente para lucrarse de él. Y en ese entorno no hay un real aliciente para desarrollar un sistema tributario equitativo.

  • El extractivismo deteriora el medio ambiente natural y social en el que se desempeña. Principalmente, los megaproyectos extractivistas rompen los ciclos vitales de la naturaleza y destrozan los elementos sustanciales de los ecosistemas e impiden su regeneración, es decir afectan grave e irreversiblemente los Derechos de la Naturaleza. Esto se da a pesar de algunos esfuerzos de las empresas para minimizar la contaminación, y de las acciones sociales para establecer relaciones “amistosas” con las comunidades. Por esa razón hay cada vez más respuestas defensivas desde las comunidades afectadas, crecientemente reprimidas por gobiernos y empresas extractivistas. Así, como ya se anotó, la criminalización de la protesta social se vuelve herramienta clave para profundizar el extractivismo.

  • A pesar de esta enorme carga de argumentos críticos de la acumulación primario-exportadora, que ha dado lugar a la tesis consignada en nuestro libro La Maldición de la abundancia (Acosta, 2009), hay un posicionamiento casi indiscutible de ésta en las sociedades de los países con economías predominantemente extractivistas. Tanto es así que parecería que esa es la verdadera maldición: es decir, la maldición, en este caso la patología, quizá radica en la incapacidad para asumir el reto de construir alternativas a la acumulación primario-exportadora que parece eternizarse a pesar de sus inocultables fracasos.

Reconociendo estas patologías se pueden presentar recomendaciones concretas de cómo abordarlas. Pero eso no es todo. En el fondo hay cuestiones que simplemente no pueden resolverse. La masiva apropiación de recursos naturales extraídos mediante la aplicación de una serie de violencias, atropella brutal e irreversiblemente los Derechos Humanos y los Derechos de la Naturaleza. Por lo demás, debe quedar claro, que este tipo de atropellos “no es una consecuencia de un tipo de extracción, sino que es una condición necesaria para poder llevar a cabo la apropiación de recursos naturales” (Gudynas, 2013b, p. 15).18

En síntesis, no hay un extractivismo bueno19 y un extractivismo malo. El extractivismo es lo que es: un conjunto de actividades de extracción masiva de recursos primarios para la exportación que, dentro del capitalismo, se vuelve un elemento fundamental de la modalidad de acumulación primario-exportadora. Así, el extractivismo es en esencia depredador como lo es:

[…] el modo capitalista [que] vive de sofocar a la vida y al mundo de la vida, ese proceso se ha llevado a tal extremo, que la reproducción del capital solo puede darse en la medida en que destruya igual a los seres humanos que a la Naturaleza. (Echeverría, 2007)

Todos los aspectos que se acaban de exponer sobre el extractivismo se reflejan en los elementos típicos de una economía capitalista subdesarrollada, entre los que, forzando generalizaciones por razones de espacio, podemos enunciar, sin priorizarlos a:

  • La debilidad de los mercados internos, provocada especialmente por los bajos ingresos y las enormes desigualdades en la distribución de la riqueza.

  • La creciente pobreza de las masas confrontada con una mayor concentración del ingreso y los activos en pocas manos, que explica especialmente ese proceso de empobrecimiento.

  • La presencia de sistemas productivos atrasados y modernos que caracterizan la heterogeneidad estructural del aparato productivo.

  • Los escasos encadenamientos productivos y sectoriales de las actividades de exportación con el resto de la economía, así como los encadenamientos de demanda y fiscales.

  • La concentración productiva en bienes no elaborados para surtir el mercado externo, a pesar de los vaivenes de los precios internacionales en esos sectores primarios, que, además, son intensivos en capital y poco demandantes de fuerza de trabajo.

  • La falta de una adecuada integración entre las diversas regiones de cada país, sobre todo en infraestructura e intercambio productivo.

  • La absorción de ahorros de las regiones más pobres por las más acomodadas, creando una “causación circular acumulativa” (Myrdal, 1957) que empobrece más a unos y beneficia a otros.

  • La ausencia de un sistema moderno de ciencia y tecnología, base para el desarrollo de ventajas comparativas y dinámicas.

  • El mal manejo administrativo del Estado y una marcada arbitrariedad burocrática; el autoritarismo es una (casi) norma en estos países extractivistas.

  • Los siempre escasos gastos en políticas sociales, especialmente en salud y educación; muchas veces inadecuadamente invertidos.

  • La carencia de estrategias sustentadas en las soberanías: alimentaria, energética, financiera y económica en general.

  • Las masivas ineficiencias del sector productivo.

  • La corrupción generalizada en toda la sociedad.

  • Uno de los mayores lastres y que explica sustantivamente la situación de subdesarrollo radica en la colonialidad20 del poder, del ser y del hacer; una colonialidad vigente hasta nuestros días; no es solo un recuerdo del pasado, sino que inclusive explica la actual organización del mundo en su conjunto, en tanto punto fundamental en la agenda de la Modernidad.

A pesar de conocerse esta realidad, luego de tantas décadas de dependencia de este tipo de actividades extractivistas, hay muy pocas respuestas efectivas. Incluso, lo que ha sucedido en experiencias recientes con los supuestos procesos “progresistas” (como el caso ecuatoriano que usamos de ilustración), se nos muestra que el extractivismo sigue tan vigente como siempre. En los últimos años quizás lo más destacable es la construcción de algunos fondos de estabilización destinados a paliar el efecto de los precios en el mercado mundial, cuya eficacia depende, en última instancia, de la duración de la depreciación de las cotizaciones de las materias primas en dicho mercado.

Lo que sí queda absolutamente claro es que la dependencia al extractivismo ha aumentado, tanto en países con gobiernos neoliberales como “progresistas”. Todos estos gobiernos, de la mano del extractivismo se embarcan en una nueva cruzada desarrollista: sea para “salir del extractivismo con más extractivismo”, como ofrece el gobierno ecuatoriano, o para subirse a la “locomotora minera” como propone el gobierno colombiano.

Elementos básicos para superar la trampa del extractivismo

Alguien –por mala fe o ignorancia– podría pensar una peregrina idea: si la economía primario-exportadora genera y perenniza el “subdesarrollo”, la solución consistiría en dejar de explotar los recursos naturales. Obviamente, esa es una falacia. En palabras de Stiglitz: “la maldición de los recursos naturales no es una fatalidad del destino, sino una elección” (2006, p. 198). Esta debería ser, al menos, una elección que ha de asumirse democráticamente, mediante el establecimiento de bases para transiciones que nos liberen de las ataduras extractivistas, sin arriesgar la vida digna de la población ni los ciclos vitales de la naturaleza. Inclusive es bueno estudiar las experiencias “exitosas” en tanto consiguieron aprovechar endógenamente los recursos naturales; algunos casos europeos, aun cuando fueron logrados en otras épocas y en otras circunstancias, bien valen de referencia (Senghaas, 1988).

La lectura de estos procesos cobra vigencia, una vez más. Se conoce cómo se construyó el mercado mundial. El poder fue un factor definitivo, que determinó y determina aún la sumisión de los países extractivistas (Bairoch, 1995; Chang, 2002). De lo anterior se desprende la necesidad de asumir el reto sin extraviarse en conclusiones carentes del contexto histórico respectivo.

Evidentemente hay intereses poderosos que quieren mantenernos en el sendero extractivista, que, como bien sabemos, no tiene salida. Grupos de poder que, además, quieren evitar una elección democrática del rumbo de la economía. Hay grupos transnacionales (por ejemplo, las actuales empresas chinas) que, aprovechando la “ingenuidad” de gobernantes y élites dominantes, lanzan “boyas de salvataje”, entregando recursos financieros –muchas veces bajo condiciones abiertamente contrarias al interés de los países del Sur global– a cambio de mantenerlos en la senda primario-exportadora.

El desafiante reto radica en optar por nuevos rumbos, con soluciones concretas que no pueden “ni calcar, ni copiar” otras experiencias. Para lograrlo se requieren alianzas y consensos que respondan desde dentro hacia fuera (y mejor aún si logran alianzas regionales), y que se aprovechen crecientemente las capacidades locales y nacionales e incluso aquellas que ofrece la integración regional a partir de una visión inspirada en el regionalismo autónomo y no en un regionalismo abierto y aún más vulnerable al caos de la competencia capitalista (peor aún algún tipo de TLC), como proponen los neoliberales. En este punto emerge con fuerza el potencial de otra forma de integración. Requerimos una integración autónoma, que por su esencia no sirve de plataforma de inserción en las cadenas globales de valor del capital transnacional.

Con todo, hay que dejar sentado que no se puede superar al extractivismo de la noche a la mañana. De igual forma, como las sociedades que superan al capitalismo, se tendrán que arrastrar sus taras por algún tiempo y así poder superarlo; por ejemplo, por medio de la utilización estratégica de los ingresos de las exportaciones de materias primas. Esta consideración, sin embargo, no puede interpretarse como un llamado a “salir del extractivismo con más extractivismo”, como ya vimos que propone el “progresismo” ecuatoriano.

Para lograrlo se requieren estrategias de transición, que deben desplegarse mientras se siguen extrayendo –pero cada vez menos– los recursos naturales que de alguna manera son portadores de la “maldición de la abundancia”. En este tránsito todavía se mantendrán latentes los riesgos de depender del extractivismo, sosteniendo la característica colonial de exportador de materias primas. El éxito de la salida dependerá de la coherencia de la estrategia alternativa y, sobre todo, del respaldo social que tenga.

La tarea no es extraer más recursos naturales para obtener ingresos que ayuden a superar el extractivismo, sino optimizar la extracción sin ocasionar más destrozos ambientales y sociales, inclusive por medio de la reparación y la restauración de los daños ocasionados. Hay que incorporar activamente las demandas ambientales pensando, por ejemplo, que una moratoria, e inclusive, una suspensión definitiva de la actividad petrolera en las zonas con elevada biodiversidad amazónica, es conveniente para los intereses de la sociedad a mediano y largo plazo. Y más que eso, hay que transitar de una civilización antropocéntrica a una civilización biocéntrica: entonces, “quizás no exista una causa mayor desde la Declaración Universal de DD.HH. que luchar por Derechos de la Naturaleza”, como acertadamente afirmó el senador argentino Fernando Pino Solanas en la sesión del Tribunal Ético Permanente de los Derechos de la Naturaleza (Pino, 2015).

Tomando en cuenta todas las ideas generales que acabamos de exponer, y sin pretender agotar los puntos que deben considerarse, a continuación planteamos algunos puntos de discusión para construir democráticamente respuestas que incluso puedan transformar la existencia de importantes recursos naturales en una palanca para elevar las condiciones de vida de la población mientras se transforman las estructuras productivas, superando la “maldición de la abundancia” que reproduce una y otra vez el “subdesarrollo” (Schuldt, 1994; Schuldt y Acosta, 2000).

Mayor control y mayor participación en las rentas de la Naturaleza

Este es un primer paso muy concreto. Hay que obtener el mayor beneficio social posible de cada tonelada de mineral o de cada barril extraído, antes que maximizar la extracción. Para esto será necesario revisar aquellos contratos que a todas luces son nocivos al interés nacional y que no están sintonizados con esta estrategia. La experiencia nos dice que se requieren contratos que, en el caso de que se quiera continuar con la participación de empresas privadas en las tareas de extracción de los recursos naturales, no constituyan una camisa de fuerza que afecte los intereses nacionales cuando suben los precios o cuando estos bajen. Esto demanda revisar los contratos considerando el precio, la calidad, las reservas disponibles y la duración de cada contrato, además de las correspondientes cuestiones socio-ambientales.

Sin embargo, para poder participar de una manera más justa de la riqueza de la naturaleza, es importante considerar con mucha seriedad la posibilidad de “nacionalizar los recursos naturales” (como el petróleo o la minería), con el fin de conseguir la mejor distribución posible de las ganancias extraordinarias y de las rentas que de otra manera obtendrían las empresas transnacionales (las mencionadas rentas ricardianas).

En estos casos, disponer de empresas estatales es indispensable. Pero, contar con esas empresas no asegura mecánicamente otro tipo de política extractivista y menos aún una superación del extractivismo. Recordemos que el accionar de las empresas estatales casi siempre está motivado por las demandas del mercado mundial, este también ha sido, en no pocas oportunidades, mucho más dañino que el de las propias transnacionales en la medida que atropellan a las comunidades a nombre del interés nacional y/o porque no tienen tecnologías y prácticas adecuadas. Igualmente, es perversa la alianza de empresas extractivistas estatales, como la que alienta con frecuencia la Codelco (Corporación Nacional del Cobre de Chile) orientada a facilitar la ampliación de la minería, como también sucede en el Ecuador.

No solo basta tener una mayor participación en la renta, porque si no hay una clara planificación, solo se logra el despilfarro. Es indispensable asegurar el uso eficiente de los ingresos de la extracción y exportación de recursos naturales. Esto implica tanto una disciplina fiscal y como medidas tributarias que posibiliten el gasto y la inversión estatales, con criterios sustentables, en el marco de políticas estructurales de largo aliento. Es obvio que el grueso del financiamiento de estos procesos de transición tendrá que ser financiado por los grupos más acomodados o con ganancias extraordinarias. Urge, entonces, una reforma tributaria que contemple impuestos directos progresivos e impuestos especiales a dichas ganancias extraordinarias.

Incluso se debería reflexionar sobre cómo crear un fondo de ahorro y estabilización que transforme los ingresos temporales en ingresos más duraderos, permitiendo eliminar, o al menos reducir, los efectos de la volatilidad de los precios. La experiencia nos dice que no hay que usar esos fondos en fines perversos como lo es la garantía del pago a deudas externas, en sacrificio de las necesidades de la población.

Nuevas demandas sociales y políticas

Un manejo económico diferente y diferenciador exige también cambios sociales que no se agoten en la simple racionalidad económica de las políticas sociales. Su reformulación y orientación deben basarse en principios de eficiencia y solidaridad que fortalezcan las identidades culturales de las poblaciones locales y promuevan la interacción e integración entre movimientos populares, así como la incorporación económica y social de las masas diferenciadas. Estas, a su vez, pasarían de su papel pasivo en el uso de bienes y servicios colectivos a propulsoras autónomas de los servicios de salud, educación, transporte, etc., impulsadas desde la escala local-territorial. Aquí hay que poner fin a las políticas sociales que se sustentan y se desarrollan en esquemas clientelares, las que, de manera malévola, justifican la ampliación de los extractivismos y consolidan regímenes caudillescos.

En lo político, este proceso también contribuiría a conformar y fortalecer instituciones representativas de las mayorías desde espacios locales y municipales, de modo que se amplían en círculos concéntricos hasta cubrir el nivel nacional, para confrontar a la dominación del capital financiero, del capital extractivista y de burocracias estatales, principales grupos reacios al cambio.

Para diseñar estas normas y políticas, se precisa siempre más democracia, pues son definiciones trascendentales para un uso adecuado de los recursos no renovables. Esto implica gestar, sobre todo desde lo local y comunitario, espacios de poder real, verdaderos contrapoderes de acción democrática en lo político, económico y cultural. Desde ellos –desde lo comunitario– se forjarán los embriones de una nueva institucionalidad estatal, de una renovada lógica de mercado y de una nueva convivencia social.

Hay que garantizar la participación y el control social desde las bases de la sociedad en el campo y en las ciudades, desde los barrios y las comunidades. Se precisa construir una sociedad fundamentada en la horizontalidad, lo que demanda democracia directa, acción directa y autogestión, no nuevas formas de imposición vertical y menos aún liderazgos individuales e iluminados. Estas lógicas, todavía presentes en muchas comunidades indígenas, deberían empezar a cristalizarse en los movimientos sociales que se asumen como portadores del cambio civilizatorio. Eso sería lo mínimo que se puede esperar.

En suma, se precisa contrapoderes que presionen a los Estados y que sostengan la estrategia colectiva hacia un nuevo imaginario de convivencia, que no podrá ser una visión abstracta que descuide a los actores y a las relaciones presentes, sino una visión concreta que reconozca a los actores y sus relaciones tal como son hoy y no como queremos que sean mañana.

Elementos para una transformación productiva

Entre los requisitos para alcanzar el post-extractivismo se encuentra superar la baja productividad de los segmentos productores de bienes que atienden la demanda de la mayoría de la población y que concentran la mayor cantidad de mano de obra. Para lograrlo se requieren inversiones significativas, pero su financiamiento no puede provenir de ellos mismos pues prácticamente no generan excedentes (ni se apropian de rentas diferenciales o ricardianas, ni producen ganancias suficientes). Esto obliga a transferir excedentes de los segmentos productivos, básicamente de los que explotan recursos naturales (fundamentalmente para el mercado externo, como petróleo o minerales), y también de segmentos modernos urbanos (como los que producen bienes suntuarios). Aquí juega un papel clave una adecuada política tributaria, sustentada en impuestos progresivos para quienes más ganan y más tienen.21

Por eso, mientras los segmentos tradicionales no generen ganancias sustanciales, los productores de bienes primarios (primordialmente los exportadores de recursos naturales) deben cumplir una función central: otorgar recursos –especialmente divisas– para asegurar la reproducción del sistema y transferir parte de sus excedentes hacia los segmentos tradicionales, que tienen una elevada productividad del capital, son menos intensivos en importaciones, más intensivos en empleo, y que satisfacen en gran medida la demanda de alimentos y servicios del mercado interno. Además, estos segmentos tradicionales son frecuentemente menos depredadores del ambiente.

El sistema de acumulación, en términos de gestión estatal, de política económica y de reformas jurídico-administrativas y estructural-institucio-nales, deberá concentrarse en segmentos específicos durante la “fase de transición”: sobre todo los que producen bienes de masas (segmentos tradicionales urbano y rural; y, en menor medida, algunas ramas del segmento urbano moderno). Las exportaciones de mayor valor interno de retorno y menor afectación socio-ambiental también deberán promocionarse. Así, paulatinamente se liberará la elevada dependencia de los extractivismos.

Esa transferencia inter-segmental de recursos debe darse en un nuevo marco de organización sociopolítica y cultural de los grupos populares, para asegurar su constitución en sujetos sociales. Esto permitirá, a su vez, desarrollar sus propias fuerzas productivas y su constitución en dinamizadores del proceso sociopolítico. En juego no solo está la disputa por una nueva modalidad de acumulación, sino el poder mismo y la construcción de otra sociedad, con diferentes patrones de consumo e inclusive con otras expectativas de vida.

Aquí cabe adoptar, entre otras muchas acciones no mencionadas, medidas que transformen y dinamicen la agricultura desde la soberanía alimentaria y que modifiquen los patrones de consumo usando capacidades productivas propias. Todo esto demanda redistribuir el ingreso y la riqueza, es decir, transformar la estructura de tenencia de la tierra y del agua y de la renta agraria, con acceso al crédito y a los mercados. En otras palabras, una real y profunda reforma agraria.

Igualmente es indispensable calificar masivamente la mano de obra para asegurar una vida digna, inclusive en lo político, y no simplemente para favorecer la acumulación del capital. Esto reclama una reforma educativa integral y comprometida con el cambio conceptualizado desde la vigencia de los Derechos Humanos y de la Naturaleza.

Configuración de mercados domésticos de masas

Ante las crecientes limitaciones del mercado externo y de los flujos financieros foráneos para nutrir las actividades productivas, la transformación productiva debe estimular el ahorro interno, la inversión equilibrada y el desarrollo de las fuerzas productivas. El capital externo no será (ni ha sido) el factor determinante.22 Tampoco serán las inversiones extractivistas. Cuenta mucho más el esfuerzo propio en términos de ahorro doméstico, así como el uso conveniente de recursos y capacidades disponibles, contando con una institucionalidad acorde con los objetivos planteados.

Un papel fundamental recae en los mercados internos, que deben fortalecerse incluso para procesar una nueva forma de inserción internacional y que deben modificar los patrones de consumo domésticos y la canasta de exportaciones, de modo que sea más diversa y se le añada valor agregado. Eso implica industrializar las materias primas, al tiempo que se da paso a procesos vinculados a la diferenciación de productos y la segmentación de mercados. Para esto, las políticas deben hacer coincidir las demandas con las ofertas de bienes finales, intermedios y de medios de producción a su servicio, sobre todo en los mercados domésticos. Es decir, se necesita generar encadenamientos productivos, especialmente entre productores pequeños y medianos. Y esta oferta, a su vez, debe basarse en la dotación interna de recursos y de tecnologías adecuadas en términos sociales y ecológicos.

Esta transformación no implica, por cierto, trasladar todo el eje de la acción del exterior (importaciones y exportaciones) al interior, es decir sustentarlo en la producción local luego proyectarse al mercado mundial, asumiendo sus patrones de producción y consumo. Eso no solo no es suficiente, sino que es inconveniente pues el planeta no puede sostener los patrones y niveles de consumo de los países “desarrollados” a los que aspiran los “subdesarrollados”, mucho menos por medio de procesos de fomento al consumismo importador desbocado. El esfuerzo debe estar en línea con un cambio civilizatorio, que esbozaremos al final de este texto cuando hablemos del Buen Vivir. Los mercados domésticos no solo deben satisfacerse con producciones locales y nacionales, sino que deben asumir paulatinamente nuevos patrones de consumo y de producción inspirados en la sustentabilidad, en la solidaridad, en la reciprocidad y en la suficiencia.

La tecnología al servicio de los seres humanos, no al revés

En ningún caso se desprecian los avances científicos y tecnológicos. Varias aplicaciones tecnológicas han mejorado la vida de la humanidad, pero otras –no pocas– producen efectos directos o secundarios muy nocivos. No todas las ciencias, ni todas sus tecnologías, son buenas o bien empleadas. El estudio de la radioactividad, por ejemplo, llevó, entre otros resultados, a fabricar bombas atómicas, introduciendo dudas y arrepentimiento en los propios propulsores de la energía nuclear. Esa ciencia y tecnología, mejor digamos esa aplicación de la ciencia, son cuestionables. Igualmente hay otras tecnologías peligrosas; como las tecnologías agrarias basadas en la química y en una visión reduccionista que conduce al monocultivo y destruye la biodiversidad; como sucede con los transgénicos (los cuales penosamente cada vez van ganando más terreno en la alimentación cotidiana de nuestros países); la lista puede alargarse ad infinitum.

En todos los casos de éxito en el aprovechamiento de bienes primarios, fue crucial generar innovaciones y tecnologías (de punta, intermedias o tradicionales) adaptadas a las condiciones locales. Eso implica no quedarse simplemente como países productores y exportadores de materias primas. De allí que es necesario asumir los cambios en marcha, tanto en el ámbito del mismo extractivismo, en donde se ha abierto una etapa de explotación no convencional de los recursos naturales, como en la forma de aprovechamiento y explotación del trabajo humano. En esta línea aparece el fracking y explotación de hidrocarburos a profundidades cada vez mayores, la minería hidro-química a gran escala; las mega-plan-taciones inteligentes, la nanotecnología, la geo- y bio-ingeniería, a más de los mercados de carbono, así como las diversas formas de flexibilización laboral.

Tengamos presente, sobre todo, que cada revolución tecnológica implica nuevas técnicas de producción. Surgen diversas formas de combinar medios e instrumentos de producción, incluyendo avances que hasta hace poco eran impensables como la impresión en tres dimensiones. En sintonía con esta aproximación hay que identificar las nuevas fuentes de energía para alimentar la producción de bienes, la evolución en el ámbito de la extracción de los recursos naturales, la utilización de insumos y materias primas, los nuevos bienes de consumo final, los sistemas de comunicación, los servicios financieros y los sistemas de transporte y almacenamiento. No podemos marginar las nuevas fuentes de información, bases de datos y de su transmisión. También hay que considerar los nuevos mercados, geográficamente entendidos o por estratos de ingreso (por ejemplo, por el ingreso de China a la OMC). Todo esto conduce a nuevas formas de organización empresarial, tanto como a modificaciones de la institucionalidad del poder global. Conocer cuáles son los elementos tecnológicos del momento y su futuro es clave. Y entender que estos cambios implican profundas decisiones políticas, es indispensable.

Las transformaciones en marcha son de tal magnitud que configuran “nuevos regímenes de trabajo/tecnologías de extracción de plusvalía”, que transforman y consolidan las modalidades de explotación y las formas de organización de las sociedades, como anota Machado:

Bajo esta dinámica, el capital avanza creando nuevos regímenes de naturaleza (capital natural) y nuevos regímenes de subjetividad (capital humano), cuyos procesos de (re)producción se hallan cada vez más subsumidos bajo la ley del valor. Ese avance del capital supone una fenomenal fuerza de expropiación/apropiación de las condiciones materiales y simbólicas de la soberanía de los pueblos; de las condiciones de autodeterminación de la propia vida. Y todo ello se realiza a costa de la intensificación exponencial de la violencia como medio de producción clave de la acumulación. (Machado, 2016)

Hay que estar atentos con el uso de la técnica. Bien sabemos que no es neutra. No se trata de un conservadurismo ante el progreso tecnológico, sino acerca de su sentido. La técnica moderna está subsumida al proceso de valorización del capital, y se desarrolla en función de sus demandas de acumulación, lo cual la vuelve nociva en muchos aspectos. Y como tal presiona masivamente sobre los recursos naturales (por ejemplo, a través de la obsolescencia programada).

No olvidemos que en toda técnica hay inscrita una “forma social”, que implica una manera de relacionarnos unos con otros y de construirnos a nosotros mismos; basta mirar la sociedad que “produce” al automóvil y el tipo de energía que demanda. Este es otro punto a considerar en los procesos de transición. El reto es asumir el control sobre las tecnologías y no que estas nos controlen a los seres humanos, como recomendaba Illich (1973; 1974).

El prerrequisito ineludible consiste, entonces, en disponer de sistemas para desarrollar y apropiarse de los avances de la ciencia y la tecnología, que se nutran de manera activa y por cierto respetuosa de los saberes y los conocimientos ancestrales. Hay que recuperar aquellas prácticas que han perdurado hasta ahora o que pueden ser aprehendidas conociendo su historia. Estos casos son especialmente importantes si se considera que muchas de esas experiencias han sobrevivido centurias de colonización y marginación. En paralelo, resulta recomendable aprender también de aquellas historias trágicas de culturas desaparecidas por diversas razones. Tanto de esas historias fracasadas como de los procesos abiertos, se pueden obtener elementos para construir soluciones innovadoras para los actuales desafíos sociales y ecológicos. Los conocimientos ancestrales nos brindan innumerables lecciones.

Así mismo cabe reiterar la necesidad de que la educación en nuestros países (principal instrumento para el desarrollo científico) no puede seguir emulando modelos provenientes del capitalismo “desarrollado” que desconoce nuestra realidad. No tiene sentido que en países con enormes niveles de desempleo y subempleo se priorice el uso y desarrollo de tecnologías que ahorren trabajo de manera excesiva. El desarrollo tecnológico debe servir para mejorar el bienestar humano en todos los sentidos, no solo en el consumo sino incluso durante el mismo proceso de producción.

En suma, hay que desarrollar de manera activa una estrategia para insertarse en la nueva revolución tecnológica en marcha. Sería catastrófico seguir siendo únicamente países suministradores de materias primas. Por lo tanto, un mensaje clave radica en desarrollar políticas que asumen concretamente el lema de “transformar antes de transportar”. Es decir, hay que procurar dejar de exportar exclusivamente materia prima procesada.

Una concepción estratégica de inserción e integración internacional autónomas

La producción queda sujeta a las vicisitudes del mercado mundial en las economías extractivistas, que actúan como enclaves (con escasa integración de las actividades primario-exportadoras con el resto de la economía y de la sociedad). En especial, es vulnerable a la competencia de otros países en similares condiciones, que buscan sostener sus ingresos casi sin preocuparse por manejar adecuadamente los precios ni la calidad de los productos.

Pero eso tiene que cambiar. Se precisa una estrategia que considere el entorno internacional, cargado de incertidumbre e inestabilidad y que es, con frecuencia, contrario a los intereses de los países productores de recursos naturales. Esto hace que las estrategias aperturistas pierdan viabilidad y corran el riesgo de crear solo islotes de modernidad; esto es, enclaves desligados de la economía. Y en otros muchos casos se generan exportaciones desabasteciendo al mercado interno. Así, se debe superar “modas” y plantear estrategias que comprendan la conveniencia de producir prioritariamente para el mercado interno, aprovechando y desarrollando potencialidades internas según las demandas locales.

Todo esto implica una inserción internacional diferente y un nuevo perfil de especialización productiva internamente sostenible. La idea es definir dinámicamente las líneas de producción en las que cada país (desde una lógica de bloques económicos) debe concentrar sus esfuerzos para aumentar su competitividad y productividad de forma sistémica y sustentable. Hay que aumentar el empleo de calidad y los ingresos, por medio de la flexibilización del capital y no al trabajo, pues lo contrario depreda a la fuerza laboral y concentra aún más la riqueza.

Es fácil anticipar que hablamos de un proceso deliberado, planificado, de reorganización productiva desde la concertación de intereses entre el Estado, sectores sociales y diversos agentes económicos –empresa pública y privada, sobre todo medianos y pequeños emprendimientos, incluyendo cooperativas, asociaciones, comunidades– en el marco de un proyecto democrático de largo plazo. Quizá en estas condiciones, con bloques económicos de países con producción complementaria, y en donde los bloques alcancen autosuficiencia particularmente tecnológica, es posible que las ventajas comparativas ricardianas beneficien a todos los participantes del comercio internacional, y no como sucede ahora, donde claramente el comercio internacional posee ganadores y perdedores.

Necesitamos robustecer los mercados internos y el aparato productivo doméstico de manera igualitaria. Este sería un prerrequisito para un sistema productivo competitivo con el exterior, sin que este sobre determine la estructura productiva y los patrones de consumo nacionales.

Requerimos de una economía que genere excedentes para la acumulación productiva y no para alentar el productivismo, el consumismo y el rentismo –peor aún si estos son sostenidos por importaciones–. Una sociedad comprometida con este cambio podrá potenciar todas sus capacidades y encontrar mejores respuestas para enfrentar las adversidades.

El empeño aperturista e inclusive integracionista, hasta ahora, se ha centrado mayormente en relaciones comerciales sin impulsar la complementación ni la soberanía regional. Quizás estas limitaciones se explican por las mismas prácticas rentistas que alientan los extractivismos, una patología de la cual ya hablamos antes y que debe tomarse en cuenta adecuadamente. La tarea consiste en transformar la integración de la región, creando un tipo de interrelación regional diferente a la forma dominante en la actualidad, y que rinda verdaderos frutos en términos políticos y económicos, sin quedarse meramente en los discursos como hoy sucede con los procesos integracionistas latinoamericanos.

Las posibilidades de integración regional, útiles para ampliar mercados domésticos, desaparecen si los países vecinos producen similares materias primas. En estos casos los países compiten entre sí y deprimen sus precios de exportación en vez de interrelacionarse como bloques regionales complementarios, que amplíen sus mercados y complejicen sus aparatos productivos sin perder de vista la escala humana y la escala natural.

Integración del sector exportador al resto de la economía

Al expandirse el mercado interno, los productores –incluso los actuales exportadores– tendrán mayor interés en vender en el propio país, sean bienes finales o insumos para la industria enfocada en la demanda de la gran mayoría de la población. Hasta tendrán incentivos para procesar sus productos dirigidos a ese mercado doméstico en expansión gracias a la creciente capacidad de compra de las masas. Así a la larga –y esta sería otra meta central de una estrategia alternativa– el sector exportador se integraría completamente a la economía nacional, desarrollando líneas de producción de mayor competitividad internacional, una vez explotado el mercado interno o paralelamente a su expansión. A su vez, tal integración tendrá que redundar en una nueva forma de convivencia con la naturaleza, como eje de un esquema económico organizado en armonía con la Madre Tierra.

Al potenciar los mercados internos y aumentar la calidad y cantidad de productos, estos pueden introducirse paulatinamente en el mercado mundial (sobre todo en países vecinos según procesos de integración autónomos simétricos, sustentables y equitativos). Desarrollar capacidades competitivas internamente es un requisito para actuar mejor en el ámbito internacional, pero teniendo en cuenta que el mercado mundial no puede ser el gran objetivo de la política económica.

Volviendo a nuestras reflexiones, al perder su carácter de enclave, el sector exportador generará –con encadenamientos productivos hacia atrás y hacia adelante, así como de demanda y fiscales– mayores ingresos y empleo en el resto de la economía local, rompiendo el círculo vicioso que los agobia. Resulta imperioso, entonces, recuperar las capacidades y lógicas endógenas en línea con la siguiente recomendación de Keynes:

Yo simpatizo, por lo tanto, con aquellos quienes minimizarían, antes que con quienes maximizarían, el enredo económico entre naciones. Ideas, conocimiento, ciencia, hospitalidad, viajes – esas son las cosas que por su naturaleza deberían ser internacionales. Pero dejen que los bienes sean producidos localmente siempre y cuando sea razonable y convenientemente posible, y, sobre todo, dejemos que las finanzas sean primordialmente nacionales. (Keynes, 2003, p. 244)

Las estrategias pasadas y actualmente en boga, enfocadas casi exclusivamente en las exportaciones, ahogan en gran medida las capacidades empresariales locales (normalmente poco aprovechadas) y la producción para el mercado interno. Para lograrlo se contienen –incluso se disminuyen– los salarios reales, así como se flexibilizan –y depredan– las relaciones laborales, para mantener o expandir una competitividad internacional espuria para las exportaciones.

La otra vía para mejorar la competitividad, también equivocada y muchas veces complementaria de la anterior, es tolerar o ampliar el deterioro ambiental provocado por un esquema expoliador que da más importancia a los rendimientos cortoplacistas que a cualquier otra consideración de largo aliento. Tolerar o inclusive alentar la destrucción del ambiente, buscando mayor competitividad, es una aberración económica, sin decir las consecuencias que tendrá desde una perspectiva social o ecológica. A futuro, el propio aparato productivo sufre impactos negativos al destruir la naturaleza, pues esta constituye la base vital de todas las actividades productivas.

Con el tiempo, al expandirse el sector exportador y sus conexos y al aumentar los salarios, se desarrollará también una demanda interna pujante de bienes de consumo masivos y sencillos que a la larga se pueden sofisticar, pero sin llegar a niveles y estructuras propias del consumismo. Así se incrementaría la rentabilidad de las inversiones, atrayéndolas a producir alimentos elaborados, vestimenta, bienes de consumo duradero, etc., a sustituir importaciones y estimular encadenamientos en el consumo. Poco a poco, para nutrir a las industrias productoras de bienes de consumo, surgirán segmentos de producción de equipo, maquinaria e insumos para cubrir las demandas de aquellas y las necesidades de infraestructura productiva (encadenamientos de la inversión). Todo esto ya se ha registrado en otras experiencias, aunque penosamente aún no se registra en gran parte de los países con gobiernos autoproclamados “progresistas”.

La idea es alcanzar en el tiempo una madurez y complejidad adecuadas, una diversificación e interacción inter/intrasectorial crecientes, aprovechando cada vez más economías de escala y desarrollando ventajas comparativas dinámicas. Los enclaves exportadores, concretamente, adquirirán coherencia interna, la economía dual pasará a una economía integrada nacional y localmente, cuyo desarrollo dinámico provendrá de un ímpetu interno, endógeno al desarrollo de sus propias fuerzas productivas y de la expansión de los mercados internos de masas, en contraste a las economías de plantación o de monocultivo, así como también a las sustentadas en la creciente explotación de petróleo y minería.

Definitivamente, no se concibe la expansión del empleo interno (y las consecuentes alzas salariales) como posterior a alentar las exportaciones en el largo plazo. Tampoco se puede esperar que la lógica del mercado mundial genere estos encadenamientos virtuosos espontáneamente, peor con la globalización capitalista (o globocolonización, para tomar prestado el neologismo acuñado por Frei Betto). Experiencias históricas muestran que con una explotación extensiva e intensiva de los mercados internos poco a poco se puede acceder eficazmente al mercado internacional, desarrollando una competitividad auténtica con bienes procesados. Pero, de nuevo, ese no es el objetivo último de estas transiciones, que buscan construir estilos de vida dignos y sustentables para todos.

En síntesis, la idea es que paulatinamente se transfieran excedentes del extractivismo para el fortalecimiento de actividades productivas no extractivistas que a la larga reemplacen al extractivismo. Según se fortalezcan las demás actividades productivas se podría suspender gradualmente las exportaciones primarias causantes de graves problemas socio-ambientales. Al darse la transición, es inevitable un cambio energético (pues productos como el petróleo dejarían de extraerse) que demande acciones locales, nacionales, regionales e inclusive globales.

La urgencia de una transición energética

Este es uno de los temas más importantes. La humanidad necesita construir otra matriz energética. No puede seguir consumiendo combustibles fósiles y carbonizando la atmósfera. Y debe reflexionar cómo la energía marca, no solo la estructura productiva y los patrones de consumo, sino de forma indudable las instituciones sociales y políticas (Acosta et al, 2013).

De manera esquemática, esbozamos aquí algunos puntos mínimos para la acción y destacamos diversos niveles de intervención, procurando la conjunción entre la escala estatal con los ámbitos locales y regionales, sin descuidar el internacional.

Como punto de partida habría que realizar un inventario del sector y, simultáneamente, habría que replantearse los objetivos del mismo. En muchas ocasiones, por la falta de inversiones oportunas en el mantenimiento y renovación de los equipos se ha acelerado el proceso de obsolescencia de los complejos tecnológicos existentes que pueden estar operando con niveles precarios de eficiencia. Luego hay que analizar cuál es la estructura de oferta del sector energético, conociendo sus potencialidades en fuentes energéticas renovables y no renovables. El consumo también merece un análisis detenido, pues no se podrá mantener como meta la satisfacción permanente de crecientes demandas de energía, así como aquellos hábitos de consumo energético dispendiosos e insostenibles socio-ambientalmente.

Si bien al inicio los márgenes de maniobra son limitados, es mucho lo que se puede hacer con algunos ajustes estratégicos por ejemplo en el campo de los precios de la energía, orientándolos a diversificar el abastecimiento y la calidad de la demanda; aquí urge responder con sensatez a sistemas de subsidios inconsultos en términos económicos e inclusive sociales.

Un punto más complejo radica en desconcentrar los procesos de transformación de energía en pocas unidades y tecnologías complejas, que restringen la capacidad de respuesta y vuelven muy vulnerable al sistema energético. La tarea exige respuestas desde lo comunitario y lo local; la experiencia de la Energiewende alemana es muy enriquecedora (Müller, 2015).

Es clave superar las distorsiones en la estructura y nivel de precios exacerbados por enormes e inconsultos subsidios. Tal situación –de resolución política compleja– pone en juego la viabilidad misma del sistema energético. Los precios y tarifas de los energéticos muchas veces no corresponden a la realidad de los costos y de la capacidad de producción, y en lugar de financiar la expansión del sector, socavan su capacidad de inversión

El marco legal y normativo de soporte del sistema energético también necesita una especial revisión pues, generalmente, posee serios vacíos y desajustes en relación a la estructura institucional. Las instituciones que norman, controlan y regulan el sector no se han adaptado plenamente al funcionamiento y operación del resto de agentes y actores del sector energético.

El reto principal para abastecer energía es establecer esquemas comunitarios y locales, sustentados en una mayor participación de la sociedad, excluyendo o al menos minimizando el patrón actual dominante donde la producción de energía queda centralizada. No se puede alentar más prácticas autoritarias y represivas propias de estos sistemas centralistas, los cuales incluso han utilizado la producción energética como mecanismos para alentar precisamente a las actividades extractivistas (véase el caso de las centrales hidroeléctricas en Ecuador, muchas de las cuales fueron construidas a costos exagerados y enfocadas a proveer de energía incluso a la megaminería). Tanto la producción de energía como su uso deben ser “limpios”, sin perjudicar al medio ambiente. Se requiere, por tanto, apuntar a la autosuficiencia energética: la mejor garantía para construir la soberanía energética.

Esto se alcanzará con un proceso plural de transición que disminuya sistemáticamente el aporte de los combustibles fósiles y aproveche las reservas de energías renovables: hídrica, solar, geotermia, eólica, mareomotriz. Al igual, se necesita una vigorosa infraestructura descentralizada y de pequeña escala que incluya a las comunidades rurales y urbanas. La mayor cantidad de energía debe usarse en el punto de generación para ahorrar la energía perdida a través del transporte de larga distancia de electricidad y las emisiones de carbono asociadas. Y sobre todo para asegurar el control de la sociedad sobre el sistema energético.

La descentralización generalizada de la energía, en todos sus ámbitos, es necesaria para democratizar el acceso y distribución, atravesados actualmente por varias deformaciones estructurales. Entonces, todo intento por construir una alternativa energética a largo plazo obliga a una visión integral e integradora de la estructura y de la dinámica de la sociedad, de la economía y de sus interdependencias con el sistema energético. Este sector no solo genera o fortalece encadenamientos con otros sectores productivos, sino que a la postre puede ser un determinante de la estructura de una sociedad y de su democracia misma.

En resumen, el sistema energético postextractivista requiere descentralizar y regionalizar con fuerza la generación, transporte y consumo de energía limpia, así como el mayor control comunitario posible del sistema energético. Este nuevo patrón concuerda con la necesidad de considerar la energía ante todo como derecho y no como mercancía, de modo que se desarrolla una visión diferente del abastecimiento de energía. Un punto importante es entender cuáles son las fuentes y alternativas para cada uno de los recursos energéticos disponibles.

Este proceso queda, como ya lo hemos dicho, íntimamente relacionado a la necesidad de transformar los patrones de consumo. De la misma manera, habrá que redoblar esfuerzos para fomentar el uso racional y eficiente de la energía. La legislación tendrá que promover el ahorro de energía y la reducción sustantiva de las emisiones de carbono

Cabe reconocer que los desafíos para reorientar el sistema energético son enormes. En esta tarea, los principios para una estrategia energética –inspirados en las recomendaciones de Honty y Gudynas (2014)– se articulan alrededor de los siguientes ejes fundamentales:

  1. Oferta de energía: manejo adecuado y eficiente de la extracción de hidrocarburos en operación, moratoria de nuevos yacimientos petroleros, cierre de actividades que no cumplan con exigencias socio-ambientales, disminución planificada del uso de los hidrocarburos y de su comercio internacional, revisión de contratos energéticos para maximizar beneficios al país, fomento a energías renovables…

  2. Demanda de energía: corrección de precios y revisión de subsidios perversos, control y gestión ambiental y territorial del consumo de energía en todas sus formas, priorización del sistema de transporte colectivo público, replanteo de sistemas urbanísticos masivos que alienten opciones más descentralizadas, introducción de normas que condenen la obsolescencia y fomenten la eficiencia industrial, uso de materiales reciclados y renovables, sistemas de construcción amigables con el entorno, políticas agrarias sustentables que favorezcan la reconversión agropecuaria en función de la soberanía alimentaria, detener la deforestación…

  3. Nuevo marco jurídico y tributario que permita construir la institucionalidad que aliente esta transición energética.

En varios países petroleros como Ecuador y México la demanda nacional de derivados debe garantizarse con producción interna: no es lógico que un país productor y exportador de petróleo adquiera derivados con costosas importaciones y, peor, que financie esas importaciones ampliando permanentemente la frontera petrolera. Hay que mejorar el sistema local de refinación y combinar potencialidades entre países en una verdadera integración energética, pero se deben modificar sus estructuras de consumo. No sería lógico poseer nuevas capacidades de refinación para favorecer la ampliación del parque automotor privado, por ejemplo.

En definitiva, es indispensable una visión integral, que englobe e integre activamente las distintas fuentes energéticas existentes a las demandas del aparato productivo que, a su vez, deberá orientarse por la disponibilidad de energéticos domésticos y crecientemente de los recursos renovables. Y todo esto, oferta y demanda, en línea con una nueva economía subordinada a las necesidades de sociedades que han entendido que son parte de la naturaleza.

Una primera gran conclusión

Volviendo a las reflexiones iniciales sobre post-extractivismo y decrecimiento, urge encontrar una salida de la actual civilización capitalista, aunque recordando que esto no se resolverá de la noche a la mañana. Hay que dar paso a transiciones desde miles y diversas prácticas alternativas –muchas no capitalistas– existentes en todo el planeta, orientadas por horizontes utópicos que propugnan una vida en armonía entre seres humanos y la naturaleza. Se trata de una construcción y reconstrucción paciente y decidida, que incluso requiere desmontar varios fetiches de la sociedad del capital, e incluso desmontar los fetiches del “progreso” y el “desarrollo” (hijos predilectos de la modernidad capitalista).

Un gran ejemplo de acción global23 fue –y sigue siendo– la propuesta de dejar el crudo en el subsuelo en la Amazonía ecuatoriana: la Iniciativa Yasuní-ITT (Acosta, 2014b; 2014c). Esta propuesta pretende que los países ricos, mayormente responsables de los graves problemas ambientales, asuman su responsabilidad para detener y revertir tales problemas. Por ahora, esta iniciativa aparece como fracasada pues los países ricos no asumieron su responsabilidad y el gobierno ecuatoriano no estuvo a la altura del reto civilizatorio propuesto desde la sociedad civil. Esto está acorde a lo que ya mencionamos al hablar de las patologías del extractivismo: el gobierno ecuatoriano, a pesar de su origen “progresista”, hoy ha creado un Estado eminentemente extractivista (y policial).

El reto demanda construir transiciones estratégicas en varios ámbitos, pero sin establecer recetas de validez universal (como las que propone el neoliberalismo). Por lo tanto, en estas páginas exponemos apenas algunas ideas para el debate. Faltaría desplegarlas a la luz de casos concretos, pero el espacio es limitado. Así, es obvio que son diferentes las situaciones y las posibles salidas en Ecuador, Brasil, Venezuela, Colombia, Chile, Bolivia o Argentina.24 Sin embargo, sin pretender sugerir fórmulas indiscutibles y, eso sí, asumiendo una clara posición por el post-extractivismo (construida razonadamente a lo largo de muchos años de estudio y experiencia desde el mismo campo del extractivismo), en este artículo presentamos una serie de reflexiones que contribuyen al debate en diferentes situaciones.

Es preciso tener en mente no solo respuestas nacionales, sino también soluciones conjuntas entre países sobre todo vecinos. Los retos comunes son cada vez más. A modo de ejemplo, los graves problemas derivados de los cambios climáticos globales, no podrán ser resueltos de manera aislada por cada uno de los países: se precisan respuestas coordinadas, de amplio espectro y de alcance regional tanto como global.25

Un punto inicial es posicionar en el debate el cuestionamiento al extractivismo (y por cierto al crecimiento económico). Solo así se los podrá superar. Todavía hay una escasa apertura al debate desde los gobiernos e incluso desde la ciudadanía, que han asumido como indiscutible el camino extractivista (y el crecimiento económico).

Todavía ronda en la cabeza de muchas personas la idea de que somos países mendigos sentados en un saco de oro y que la solución radica simplemente en la extracción (eficiente) de dichas riquezas naturales. Nos falta entender que realmente tenemos capacidad para liberarnos del yugo de la explotación económica (local y externa) y que, con nuestro propio trabajo, sin ceder cuantiosos excedentes a los países centrales, podemos superar la dependencia del extractivismo e incluso replantearnos el crecimiento económico sin asumirlo como una suerte de dogma.

Debe quedar claro que una economía extractivista (es decir prioritariamente primario-exportadora) nos perpetúa en el “subdesarrollo” o, en el mejor de los casos, nos mantendrían en una suerte de “desarrollo de segunda categoría” en extremo dependiente del mercado mundial. Se pueden vivir bonanzas económicas alentadas por elevados precios de las materias primas en el mercado mundial, pero que más temprano que tarde desembocarán en nuevas crisis. Y con las épocas de escasez se recrudecerán muchas de las patologías propias del extractivismo.

Por lo tanto, es vital superar la dependencia extractivista. Eso sí, para lograrlo, habrá que elaborar y ejecutar estrategias precisas y suficientemente flexibles que permitan enfrentar los retos que implica esta transición.

En síntesis, para resolver estructuralmente la inequidad y la desigualdad es preciso cambiar la modalidad de acumulación primario exportadora, para dar paso a visiones y acciones post-extractivistas. Pero eso, siendo importante, no basta. Requerimos cambios con horizontes estratégicos que superen al propio capitalismo, pues si nos mantenemos dentro del capitalismo, la desigualdad económica y la depredación ambiental serán insuperables.

De lo anteriormente expuesto se desprende que el post-extractivismo y el post-desarrollo (así como el decrecimiento) dependen de una gran transformación cultural que desmonte, desde adentro, el capitalismo. Esto toma tiempo. En buen romance, aun cuando sabemos que el capitalismo se transformó en un lastre para la evolución de la humanidad, su influencia nos pesará por largo rato. Asumámoslo, no como consuelo, que del capitalismo escaparemos arrastrando muchas de sus taras: una nueva sociedad “emerge desde la sociedad capitalista, contagiada así en todos sus aspectos, en su economía, moral y cultura, de las taras hereditarias del viejo régimen, de cuyo seno salió” (Marx, 1875, p. 85). Entonces este será un camino largo y tortuoso, con avances y retrocesos, cuya duración y solidez dependerá de la acción política para asumir el reto.

Este desafío, entonces, no se resolverá rápidamente. Estamos conminados a transitar de una civilización antropocéntrica a una biocéntrica. Esta nueva civilización no surgirá por generación espontánea, sino de una construcción y reconstrucción paciente y decidida, que empieza por desmontar varios fetiches (como el fetiche del dinero y la ganancia) y en propiciar cambios radicales, tanto a partir de experiencias existentes como desde otras opciones construidas al buscar nuevos mundos.

Este es el meollo del asunto. Contamos con valores, experiencias y prácticas civilizatorias alternativas como el Buen Vivir o sumak kawsay o suma qamaña de las comunidades indígenas andinas y amazónicas (Acosta, 2013; Estermann, 2014; Gudynas, 2014). Lamentablemente en los países en donde se constitucionalizó el Buen Vivir (Ecuador y Bolivia) sus gobiernos vampirizaron el concepto transformándolo en un dispositivo de poder en su empeño de consolidar gobiernos autoritarios y caudillescos, a través de los cuales pretenden disciplinar la sociedad para impulsar el extractivismo y un neodesarrollismo orientado a modernizar el capitalismo.

A más de las visiones de nuestra América hay otras muchas aproximaciones a pensamientos de alguna manera emparentados con la búsqueda de una vida armoniosa desde visiones filosóficas incluyentes en todos los continentes. El Buen Vivir, en tanto cultura de vida, con diversos nombres y variedades, es conocido y practicado en diferentes regiones de la Madre Tierra, como el Ubuntu en África o el Swaraj en la India (Kothari, et al., 2015). Y hay muchas, muchísimas más experiencias a lo largo y ancho del planeta, que están inmersas en un maravilloso y complejo proceso de reencantamiento del mundo.26

El Buen Vivir, sin olvidar y menos aún manipular sus orígenes ancestrales, puede ser una plataforma para discutir, concertar y aplicar respuestas frente a los devastadores efectos de los cambios climáticos a nivel planetario y las crecientes marginaciones y violencias sociales en el mundo. Incluso puede aportar para plantear un cambio de paradigma en medio de la crisis que golpea a los países otrora centrales. En ese sentido, la construcción del Buen Vivir, como parte de procesos profundamente democráticos, puede ser útil para encontrar incluso respuestas globales a los retos que tiene que enfrentar la humanidad.

Debemos tener en mente un cambio de época. Habrá que superar la postmodernidad, en tanto era del desencanto. No puede continuar dominando el modelo de desarrollo devastador, que tiene en el crecimiento económico insostenible su paradigma de modernidad. Habrá, entonces, que superar la idea del progreso entendida especialmente como la permanente acumulación de bienes materiales. Eso demanda reencontrarnos con “la dimensión utópica”, tal como lo planteaba el peruano Alberto Flores Galindo.

En suma, a partir de diversos buenos convivires, propuestas como el post-extractivismo y el decrecimiento, y de las múltiples respuestas an-ti-sistema –o al margen del sistema– existentes en diversas latitudes, nos toca construir un mundo donde quepan otros mundos, sin que ninguno de ellos sea víctima de la marginación y la explotación, y en donde todos los seres humanos vivamos con dignidad y en armonía con la naturaleza.

Reconocimientos

Dejo constancia del valioso aporte del economista ecuatoriano John Cajas Guijarro.

Alberto Acosta

Estudió economía de la energía en los años setenta. En la primera mitad de los años ochenta, fue uno de los artífices en la conformación de la Subgerencia de Planificación de la Corporación Estatal Petrolera Ecuatoriana (CEPE); empresa en la que llegaría a ser su subgerente de Comercialización. Entre otras muchas actividades, fue consultor en cuestiones relacionadas con la utilización de recursos naturales y el desarrollo de la Organización Latinoamericana de la Energía (OLADE), de la CEPAL y otros organismos internacionales. En el año 2007, cuando asumió el Ministerio de Energía y Minas, fue responsable del tema petrolero y abrió la puerta a reflexiones y propuestas post-extractivistas, como la Iniciativa Yasuní-ITT, surgida mucho antes desde la sociedad civil. Fue expresidente de la Asamblea Constituyente y excandidato a la Presidencia de la República de Ecuador. En tanto profesor-investigador de la FLACSO-Ecuador ha trabajado permanentemente sobre estas materias.

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Quizá un caso excepcional sea un crecimiento totalmente volcado hacia una economía “no material”, por ejemplo, una economía sustentada exclusivamente en el crecimiento de servicios con mínimo impacto ambiental. Tomemos en cuenta que el problema no radica solo en el crecimiento económico, sino también en la forma en la que se consigue ese crecimiento. No es lo mismo en términos ambientales que una economía crezca, por decir, un 4%, principalmente extrayendo crudo, a una economía que consiga la misma tasa de crecimiento fomentando actividades tales como el turismo o afines.
Un ejemplo bastante descriptivo sobre esta situación está en los conflictos sociales ocasionados precisamente por la explotación ambiental. Para un breve sumario sobre la conflictividad social provocada por la explotación ambiental en el caso ecuatoriano (inherentemente asociado a la salida de biomasa del país hacia el exterior) puede consultarse, por ejemplo, el artículo de María Cristina Vallejo (2010).
A manera de ilustración mencionemos, por ejemplo, que en el año 2009 casi la mitad de todos los contratos petroleros negociados en la bolsa de valores de Nueva York que apostaban a un crecimiento del precio estaban en manos de apenas cuatro operadores swap, como se menciona en el artículo de Cifarelli y Paladino (2009).
Pensemos, por ejemplo, en un escenario donde EE.UU. empieza a contraerse. Su contracción no solo implicaría un menor PIB sino incluso una menor participación en el comercio internacional. Esto obligaría a que países como el Ecuador (el cual exporta alrededor del 40% de su petróleo crudo a EE.UU.) necesariamente deba dejar de estar enfocado en el mercado externo (vía productos primarios) y empiece a enfocarse en su mercado interno. Si bajo tales circunstancias las cosas se manejaran responsablemente (y no de forma desproporcionada como actualmente sucede en el Ecuador y en otros países de la región ante el fin del boom de las commodities), sin duda se abrirían las puertas a que un centro capitalista deje de succionar valor y un país periférico empiece a volverse económicamente independiente.
Una breve reflexión sobre la condición cuantitativa del concepto de “crecimiento” y la condición cualitativa del concepto de “desarrollo” puede encontrarse en el artículo de Cajas Guijarro (2011).
Aquí cabe pensar, por ejemplo, en la forma burda en que el correísmo, para el caso ecuatoriano, intenta emular procesos de “desarrollo” suscitados en Corea del Sur y otras latitudes sin considerar en lo más mínimo las enormes diferencias históricas, materiales e incluso culturales existentes entre una y otra sociedad.
Ver la carta abierta de Max-Neef al ministro de Economía de Chile, 4 de diciembre del 2001. Cabe puntualizar que efectivamente es aberrante en términos ambientales e incluso sociales la contabilización de la pérdida de patrimonio como aumento del ingreso Sin embargo para la contabilidad dentro de la economía capitalista, es justificable que la pérdida de patrimonio como el natural no sea contabilizado debido a que este no fue creado por la fuerza de trabajo y, por tanto, ante los ojos del capital ese tipo de patrimonio es “gratuito” en términos de valor económico. Es por eso que la propia idea de patrimonio ambiental y su consideración en términos económicos (no necesariamente con valorizaciones monetarias) implica una ruptura hasta conceptual con la lógica capitalista, debido a que se intentaría otorgar un valor (su-pra-económico) a algo que el capitalismo simplemente no valora: la Naturaleza.
Esto otorga una dosis de verdad a las palabras del Presidente Rafael Corre al decir que “el crecimiento económico no es necesario para el Buen Vivir” (Presidencia de la República del Ecuador, 2015). En verdad, el crecimiento económico per se no es ni necesario ni suficiente ni siquiera para eliminar la pobreza, sin embargo, estas palabras no fueron dichas para fomentar una estrategia de decrecimiento económico en el Ecuador, sino que, al contrario, buscan ser un instrumento para atenuar los efectos de la crisis económica que actualmente vive el país (además, la distribución del ingreso en vez de mejorar, irá empeorando). En términos más generales, el decrecimiento no debe ser el resultado de un capitalismo en crisis que termine empeorando la distribución del ingreso, sino que, al contrario, una estrategia consciente de decrecimiento es la que debe poner en crisis al capitalismo, cuestionarlo y llevarlo a su extinción por medio de una drástica transformación distributivo a favor de las clases explotadas.
Se destaca en este punto el trabajo de Norton y Ariely (2011) al demostrar la fuerte diferencia que existe, para el caso estadounidense, entre la percepción que posee la población y la real desigualdad existente en la distribución de la riqueza. Un video que ilustra los principales resultados de Norton y Ariely sobre la percepción y la real desigualdad en la distribución de la riqueza puede verse en Think Reality (2012).
Gudynas detectó oportunamente que los gobiernos de Evo Morales, Hugo Chávez o Rafael Correa no fueron o son gobiernos de izquierda, sino progresistas (2013a).
Al hablar de intercambio desigual en este punto hacemos referencia a la perspectiva presentada por autores como Arghiri (1969) o Marini (1973). Bajo estas perspectivas, los países capitalistas dependientes sufren de una extracción de valor económico al momento que los productos negociados en el comercio internacional se venden a precios que difieren del “valor”. Si a este proceso agregamos la extracción de recursos naturales que los centros capitalistas ejercen sobre la periferia, vemos que crecimiento capitalista y extractivismo son parte de un mismo sistema.
Revisar el artículo ya citado de Vallejo (2010) para una descripción detallada de la extracción de biomasa a través del comercio internacional en el caso ecuatoriano. Otro trabajo interesante sobre extracción de biomasa, para el caso colombiano, puede encontrarse en el trabajo de Vallejo et al. (2011). De manera análoga a las propuestas originales de intercambio desigual, estas perspectivas sobre extracción de biomasa plantean que en el comercio internacional existe no solo un intercambio desigual económico, sino incluso un intercambio desigual ambiental que también perjudica a la periferia y beneficia a los centros capitalistas.
Al respecto recomendamos revisar la reseña de Machado (2016). En esa reseña se muestra cómo incluso los propios gobiernos “progresistas” como el de Rafael Correa o de Evo Morales pasaron a defender el extractivismo como condición necesaria para sostener empleos, salario y políticas sociales, de modo que quienes se opongan al extractivismo solo lo hacen con fines “desestabilizadores”.
Por ejemplo, en la actual caída de los precios de los productos primarios, es posible que la contracción de la demanda china posea un papel mucho menor del que originalmente se piensa. Notemos que China solo consume el 12% del petróleo y 5% del gas natural producidos a nivel mundial (Nadal, 2016). Sin ir muy lejos, en el caso ecuatoriano resulta que, a pesar de todas las negociaciones en las que el Ecuador ha cedido la mayoría del control de su crudo a China, Estados Unidos sigue siendo el principal comprador de ese producto mientras que el país asiático tiene un peso casi marginal en las exportaciones ecuatorianas. Tal comportamiento se explica al tomar en cuenta que China en realidad hace las veces de intermediador con el crudo ecuatoriano, y no de comprador final. Así podemos pensar que, al momento de estudiar las condiciones del extractivismo en sociedades concretas, no solo es importante notar hacia dónde van los recursos naturales, sino que también es fundamental conocer quién tiene realmente el control de esos recursos.
Hay otros ingresos que pueden provocar efectos similares, por ejemplo, remesas, inversión extranjera, ayuda al desarrollo, incluso ingreso masivo de capitales privados, entre otros (Schuldt, 1994).
Curiosamente en años recientes no registramos esta fuga de capitales desde los países subdesarrollados en crisis, en la medida en la que los centros del capitalismo metropolitano tradicional también atraviesan situaciones muy críticas. Sus bancos, sacudidos por la crisis, no son sujetos de confianza.
El propio Marx ya nos mencionó en su momento que el propio origen del capitalismo (es decir, la acumulación originaria de capital) proviene de la extracción de recursos naturales, la explotación y la violencia: “El descubrimiento de las comarcas auríferas y argentíferas en América, el exterminio, esclavización y soterramiento en las minas de la población aborigen, la conquista y saqueo de las Indias Orientales, la trasformación de África en un coto reservado para la caza comercial de pieles negras, caracterizan los albores de la era de producción capitalista. Estos procesos idílicos constituyen factores fundamentales de la acumulación originaria” (Marx, 1998, p. 939).
Salvo en el caso del uso del término extractivismo en portugués, cuando se refiere a la extracción sostenible de recurso naturales del bosque, por ejemplo, de castañas o de madera, sin llegar a afectar la existencia del bosque mismo y de toda su rica biodiversidad.
Entre los críticos a la colonialidad destacamos sobre todo a Aníbal Quijano, a más, por supuesto de Boaventura Souza Santos, José de Souza Santos, Enrique Dussel, Arturo Escobar, Edgardo Lander, Enrique Leff, Francisco López Segrera, Alejandro Moreano, entre otros.
Es indispensable desarmar aquella creencia generalizada de que los impuestos altos y progresivos ahuyentan las inversiones. Basta recordar que el impuesto a la renta en Noruega, para las actividades petroleras, es del 76% y que no hay empresa petrolera transnacional que no busque acuerdos con ese Estado.
Por ejemplo, en el caso del Perú, uno de los países más “atractivos” para el capital extranjero, resulta ser que según datos del Banco Mundial entre los años 2007-2013 la diferencia entre inversión extranjera directa y la salida de divisas por pagos de ren-tas al capital extranjero ha generado un saldo negativo de más de 12 mil millones de dólares. Es decir, en este caso el capital extranjero no parece ser un verdadero apoyo. Véase al respecto el artículo de Lynch (2013).
Por cierto, habrá que rescatar y potenciar todas las propuestas tendientes a propiciar cambios globales, así como construir otras muchas más (Acosta y Cajas Guijarro, 2015).
Las realidades del extractivismo en todos los países de la región, más allá de los elementos matriciales comunes, tienen sus propias especificidades. A modo de ejemplo mencionemos la minería en Bolivia, en donde las “cooperativas mineras” son uno de los actores clave.
Existen varios aportes con puntos de partida muy ricos para dar el salto de la crítica a la propuesta orientadora. Requerimos construir estrategias de transición viables como las que formulan Honty y Gudynas (2014) en el marco de proyectos que van cobrando cada vez más fuerza.
Tal como lo plantea en su libro Morris Berman (1987), cuyo aporte sirve para rectificar la epistemología dominante y también para construir un nuevo paradigma que entienda en la práctica que los seres humanos formamos parte integral de la vida de la Madre Tierra y del Universo.

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ACOSTA, A. Post-extractivismo: entre el discurso y la praxis. Algunas reflexiones gruesas para la acción. Ciencia Política, [S. l.], v. 11, n. 21, p. 287–332, 2016. DOI: 10.15446/cp.v11n21.60297. Disponível em: https://revistas.unal.edu.co/index.php/cienciapol/article/view/60297. Acesso em: 22 jul. 2024.

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Acosta, A. (2016) «Post-extractivismo: entre el discurso y la praxis. Algunas reflexiones gruesas para la acción», Ciencia Política, 11(21), pp. 287–332. doi: 10.15446/cp.v11n21.60297.

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