Publicado

2021-10-05

Las emociones en la movilización social: la agenda investigativa en América latina en la década del 2010

Emotions within Social Mobilization: The Research Agenda in Latin America in the 2010s

DOI:

https://doi.org/10.15446/cp.v16n31.96573

Palabras clave:

emoción, etnografía, movilización, protesta, sociología (es)
Emotion, Ethnography, Mobilization, Protest, Sociology (en)

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Autores/as

El artículo propone un balance preliminar de las orientaciones analíticas acerca de las emociones en la movilización social y en la política, en Colombia y América latina. Se examina la pertinencia del enfoque emocional en un contexto de renovación de la sociología de la movilización y de diversificación de la investigación empírica latinoamericana. El énfasis en el componente expresivo de la protesta se manifiesta al observar el rol de las emociones frente a la represión o la defensa de las dimensiones subjetivas de la acción colectiva por los actores sociales, más allá de sus objetivos políticos. Con ese recorrido, en recientes estudios de caso, se evalúa qué impactos tienen las emociones en la acción y cómo se vinculan aspectos emocionales y estratégicos. Así, el estudio de la protesta se renueva también al nivel teórico y metodológico, al ampliar la comprensión de lo que “mueve” un actor social y sus participantes. 

This article proposes a preliminary balance of the analytical orientations about emotions in social mobilization and in politics, in Colombia and Latin America. The relevance of the emotional approach is examined in a context of renewal of the sociology of mobilization and diversification of Latin American empirical research. The emphasis on the expressive component of the protest is manifested when observing the role of emotions in the face of repression or the defense of the subjective dimensions of collective action by social actors, beyond their political objectives. With this course of action in recent case studies, it is evaluated which impacts emotions have on action and how emotional and strategic aspects are linked. Therefore, studies of protest are also renewed at the theoretical and methodological level, by broadening the understanding of what “moves” a social actor and its participants.

Recibido: 14 de diciembre de 2020; Aceptado: 20 de mayo de 2021

Resumen

El artículo propone un balance preliminar de las orientaciones analíticas acerca de las emociones en la movilización social y en la política, en Colombia y América latina. Se examina la pertinencia del enfoque emocional en un contexto de renovación de la sociología de la movilización y de diversificación de la investigación empírica latinoamericana. El énfasis en el componente expresivo de la protesta se manifiesta al observar el rol de las emociones frente a la represión o la defensa de las dimensiones subjetivas de la acción colectiva por los actores sociales, más allá de sus objetivos políticos. Con ese recorrido, en recientes estudios de caso, se evalúa qué impactos tienen las emociones en la acción y cómo se vinculan aspectos emocionales y estratégicos. Así, el estudio de la protesta se renueva también al nivel teórico y metodológico, al ampliar la comprensión de lo que “mueve” un actor social y sus participantes.

Palabras clave: emoción, etnografía, movilización, protesta, sociología.

Abstract

This article proposes a preliminary balance of the analytical orientations about emotions in social mobilization and in politics, in Colombia and Latin America. The relevance of the emotional approach is examined in a context of renewal of the sociology of mobilization and diversification of Latin American empirical research. The emphasis on the expressive component of the protest is manifested when observing the role of emotions in the face of repression or the defense of the subjective dimensions of collective action by social actors, beyond their political objectives. With this course of action in recent case studies, it is evaluated which impacts emotions have on action and how emotional and strategic aspects are linked. Therefore, studies of protest are also renewed at the theoretical and methodological level, by broadening the understanding of what “moves” a social actor and its participants.

Palabras clave: Emotion, Ethnography, Mobilization, Protest, Sociology.

Introducción

El artículo se propone enfocar los más recientes aportes empíricos a la reflexión sobre el complejo rol de las emociones en la movilización social, dentro de la producción de América latina a lo largo de la década del 2010. Desde la década del 2000, se advierte una diversificación y renovación en la sociología de la movilización, lo que propicia reactivar el interés por las emociones en el análisis de la protesta y la acción colectiva. Esto se debe al agotamiento de las principales corrientes teóricas hasta entonces dominantes (Combes et al., 2011), así como también a los numerosos “silencios” en el estudio de la protesta y la política contenciosa (Aminzade y McAdam. 2001). Uno de estos silencios concierne al rol de las emociones en la acción colectiva o la protesta. Este nuevo tema de interés se afirma al comienzo del siglo XXI, dando lugar al llamado “giro afectivo”.

Las múltiples preguntas y pistas de reflexión que surgen en este contexto giran en torno a tres ejes reflexivos:1 (a) el rol de las emociones en la emergencia y consolidación de actores sociales, en diferentes etapas de la movilización; (b) el rol de las emociones en el cambio social, cultural y político, particularmente en la construcción de nuevas identidades colectivas; y (c) el rol de las emociones en el paso a la acción de los individuos y en su mantenimiento en el compromiso colectivo.

Esos tres ejes a su vez se ramifican en una serie de enfoques y retos para la reflexión (Polletta y Jasper, 2001; Flam, 2005). En el primer eje, la reflexión se orienta sobre las emociones colectivas que permiten propiciar o mantener la acción, frente a los posibles oponentes o frente a dinámicas internas que afectan su desarrollo o su éxito. ¿Cómo las emociones, y no solo los intereses, estrategias o proyectos políticos, contribuyen al desarrollo de procesos de movilización social? Esta pregunta apunta a entender el rol de las emociones en las dinámicas de movilización o desmovilización, el éxito o no de una protesta o lo que une al nivel colectivo los participantes en la protesta, desde el punto de vista emocional y no solo en un plano estratégico. En el segundo eje, la preocupación gira en torno a los efectos e impactos que los movimientos sociales pueden tener, no solo en las políticas o los procesos políticos (como se ha examinado tradicionalmente), sino también al nivel sociocultural y emocional. Estos dos ejes implican un análisis al nivel macro-sociológico. Finalmente, el tercer eje enfoca la reflexión al nivel micro-sociológico, al examinar la relación entre el individuo y el colectivo que se moviliza, las motivaciones individuales para actuar y el rol de las emociones en esas motivaciones.

En todos los ejes, las preguntas planteadas por las teorías clásicas se renuevan o se revisitan, al introducir el rol de las emociones como una variable clave para resolver ciertas incógnitas (Jasper, 2012, 2018). Una de las mayores preocupaciones, la del tercer eje, sigue siendo el paso a la acción del individuo, que no siempre luce racional: muchos obstáculos pueden desanimar la acción y, sin embargo, la gente sí se moviliza, enfrenta la represión, el cansancio ante la falta de resultados o cualquier adversidad. Las emociones permiten entender mejor por qué la gente se moviliza, a pesar de los costos y los obstáculos. También se vuelve a examinar la construcción de identidades colectivas en los actores sociales, no solo a través de intereses, creencias, valores o ideologías, como lo hizo la corriente de los nuevos movimientos sociales (NMS), sino examinando el rol de las emociones en dichas identidades o en culturas propias de un movimiento social (Jasper, 1997, 2007; Polletta y Jasper, 2001).2 Estos son tan solo unos pocos ejemplos de la pertinencia de repensar el rol de las emociones en la movilización social.

Frente al amplio espectro de retos investigativos relacionados con el rol de las emociones en la movilización social, proponemos revisar la producción latinoamericana para evaluar sus principales planteamientos y aportes empíricos para la reflexión metodológica y teórica. Uno de los principales retos analíticos es entender la compleja relación entre movilización y represión. En efecto, en América latina la década del 2010 evidencia un fortalecimiento de las luchas por los derechos sociales o culturales, y la defensa del medio ambiente, entre muchos otros temas, pero también se observa una creciente criminalización y represión de las luchas sociales (Doran, 2017; Alvarado, 2020). Para entender esta doble dinámica, se requiere examinar el complejo vínculo entre represión y movilización social, que es uno de los temas no resueltos a nivel teórico (Combes y Fillieule, 2011). Examinar este vínculo a la luz de las emociones en la protesta puede ayudar a resolver interrogantes y abrir nuevos caminos de reflexión, como lo mostraremos en el caso colombiano.

Otra reflexión que surge al revisar la literatura actual en América latina tiene que ver con la diversidad de emociones observadas y expresadas por los actores: no es una sola emoción la que domina un momento de acción, sino un conjunto de emociones a veces contradictorias, que deben examinarse juntas: ¿cómo juegan entre sí, la ira, el miedo, la alegría, entre otras? Esto permite entender cuáles emociones son propiciadas por ciertos movimientos; observar qué emociones son visibles o no, expresadas o calladas, con qué objetivos, y cómo todo ello se relaciona con los repertorios de acción y con los contextos de movilización.

Frente a estas observaciones iniciales, se propone realizar entonces un balance de las tendencias analíticas en torno a las emociones en la movilización en Colombia y América latina. Sin ser exhaustivo, este recorrido permite evidenciar una diversificación de los actores observados y de las preguntas de investigación que se plantean desde los estudios de caso latinoamericanos. Se puede poner a prueba algunos de los conceptos esbozados en la teoría como el choque moral, el manejo emocional, e identificar así los retos y aportes analíticos propios en Latinoamérica.

En la primera parte, recordamos brevemente lo que motiva el giro afectivo, y se exponen algunos enfoques novedosos en torno al análisis de las emociones. Luego examinamos las preguntas formuladas y los resultados que son a nuestro juicio más llamativos, en Colombia y América latina. Se busca identificar: ¿cuáles son las emociones más estudiadas, las que lo son menos y por qué? ¿Qué métodos se emplean para registrar las emociones y con qué limites o dificultades? ¿Cuáles son los aportes frente a las preguntas investigativas? Finalmente se resaltan los retos éticos y metodológicos planteados en los trabajos revisados.

1. La pertinencia de estudiar las emociones en la movilización social

El giro afectivo: las emociones como variable analítica de la protesta

Las emociones en la movilización social ya habían sido objeto de interés a finales del siglo XIX, en las llamadas “teorías de las masas” desarrolladas por G. Tarde o G. Le Bon (Moscovici, 1985). Luego, las emociones están presentes en la “teoría de la frustración relativa” desarrollada por Gurr (1970) en su libro Why Men Rebel. Estas perspectivas enfatizan el rol de las emociones en los procesos de movilización colectiva, sobre todo en su emergencia o sus dinámicas internas, pero asocian la emoción con la irracionalidad. Desde los años sesenta, cuando se vuelve predominante el paradigma racionalista, las emociones ya no están en el núcleo del análisis. El “olvido” de las emociones se convierte en uno de los “silencios” más llamativos en la teoría de la movilización social, cuyas razones han sido ampliamente explicitadas (Aminzade y McAdam, 2001; Eyerman, 2005; Lefranc y Sommier, 2009; Massal, 2015). No obstante, desde los años noventa se están elaborando nuevos conceptos sobre los procesos de afiliación o de efervescencia colectiva, o sobre los liderazgos y sus estrategias de legitimación, basándose principalmente en los aportes de Weber y Durkheim (Collins, 2001; Lefranc y Sommier, 2009). De allí, resurge la curiosidad por el rol de las emociones en la movilización social (Eyerman y Jamison, 1991). La movilización aún sigue siendo una preocupación menor en la ciencia política, pero se desarrolla con más fuerza en la sociología histórica o en la historia (Hart, 2007).

El llamado “giro emocional” o “afectivo” se asienta en la primera década del siglo XXI en la academia anglosajona (Goodwin, et al., 2001, 2004) y europea (Flam, 2000; Traïni, 2009). Este giro se inscribe en una renovación más amplia de la sociología de la movilización que estimula la reincorporación de la cultura y de las emociones al análisis de la acción colectiva y de la política contestataria (Jasper, 2007, 2012). De hecho, se pretende renovar interrogantes y objetos de investigación, ante el estancamiento de la sociología de la movilización (Combes, et al., 2011). Una fuerte renovación ocurre también a raíz de las revueltas árabes en 20102011, que ponen en tela de juicio los paradigmas vigentes en la sociología de la movilización y reactivan el interés por los procesos revolucionarios al nivel micro-sociológico (Bennani-Chraïbi y Fillieule, 2012).

En este contexto de autorreflexión crítica entre los teóricos de la movilización social, se desarrolla entonces un renovado interés por las demandas “emotivas” de los actores. Así, la demanda de dignidad expresada, tanto en las revueltas árabes (Massal, 2014) como en el paro agrario y campesino en Colombia en 2013, han focalizado la atención. Si bien las emociones siempre han estado presentes, su estudio se había restringido por considerarlas un objeto de difícil definición y medición. La renovación analítica proporciona nuevas herramientas para abarcarlas, lo que lleva a los analistas a enfocar cada vez más la “expresividad” como un componente central que propicia una mejor comprensión de lo que “mueve” un movimiento social (Eyerman, 2005). Existe incluso el riesgo de desconectar lo emocional de otros aspectos como las estrategias, algo que advierte Romanos (2016), que aconseja articular mejor la comprensión de los aspectos emocionales y estratégicos.

Un objeto de estudio de compleja definición

El principal reto se vincula con la definición ante la variedad de términos usados en la literatura: se habla de “emoción”, “pasión”, “afecto” o “sentimiento” casi como sinónimos. Esto ha llevado a autores de distintas disciplinas a establecer una definición más precisa de estos términos (Lefranc y Sommier, 2009; Rodríguez, et al., 2011). También los conmina a esbozar una tipología de las emociones y de sus roles en la sociedad y la política, señalando las dificultades de ese trabajo conceptual, aún inconcluso (Sommier, 2010; Jasper, 2011; Faure y Négrier, 2017; Blondiaux y Traïni, 2018).

La tipología más conocida es la de Jasper y sus colegas (Goodwin, et al., 2001, 2004), construida desde una variedad de situaciones: (a) pulsiones con manifestaciones fisiológicas (hambre), generalmente consideradas como necesidades vitales a-políticas que deben ser satisfechas para que el individuo pueda “pensar en algo más”; (b) emociones inmediatas/ reflejo de corta duración (miedo, ira, sorpresa) que pueden estimular las ganas de actuar; (c) estados de ánimo o humor, como una visión de la vida más o menos estable (optimismo/pesimismo), aunque con fluctuaciones y que pueden orientar la acción ; (d) lealtades afectivas, resultantes de un largo proceso de socialización, vinculadas a pensamientos, ideologías o creencias muy estables, que son claves para mantener el compromiso de largo alcance; y (e) sentimientos morales, como la concepción del bien y el mal, la justicia, y los valores más anclados al individuo, que también pesan en diferentes etapas de la acción.

Esta tipología recorre todo el abanico de lo que ocurre en un individuo, al nivel fisiológico, psicológico, afectivo y cognitivo, dando lugar a una concepción muy extensa de lo que significa “emoción”. Se propone evaluar qué emociones juegan, en qué etapa de la acción y con qué efectos, pero señalando que las emociones son fluidas y se mezclan. Por ende, no se pueden diferenciar emociones “positivas” o “negativas” ni emociones “movilizadoras” o “desmovilizadoras”, pues cada una puede tener un rol y un efecto distinto según el actor y el contexto, tanto al nivel individual como colectivo (Flam y King, 2005; Jasper, 2006). Ello vuelve preciso observar las emociones en acciones concretas. Por ende, la observación empírica es necesaria ante la dificultad de generalizar. Aquí, varios retos metodológicos se presentan, que se examinan en la tercera parte del artículo. La mayor dificultad es saber cuáles son las emociones que atraviesan un individuo en una acción social o política, pues no siempre se puede simplemente preguntárselo. Así, podemos señalar los múltiples desafíos teóricos y metodológicos, tanto en la definición del objeto de estudio denominado “emoción”, como en la observación empírica del mismo (Polletta y Jasper, 2001; Goodwin, et al., 2001).

Un caleidoscopio de miradas heteróclitas

Se evidencia una gran variedad de enfoques y aproximaciones con respecto a las emociones en la política o en la movilización social. Esto favorece una multitud de aportes, así como también unas miradas y metodologías heteróclitas (Jasper, 2012, 2018; Faure y Négrier, 2017; Blondiaux y Traïni, 2018). El énfasis en las emociones recorre aportes de distintas disciplinas o perspectivas teóricas (Calhoun, 2001). Se debe resaltar a la sociología de las emociones (Ariza, 2016), que recoge aportes históricos o filosóficos clásicos, entre ellos, el de Elias (1969), con su descripción del “proceso civilizatorio” el cual implica una domesticación de las emociones y de los comportamientos tanto en público como en la intimidad. Así, se muestra cómo ciertas emociones se vuelven más o menos expresables en público. Por su parte, la sociología de la movilización social, más cercana a los estudios políticos, enfoca el rol de las emociones en los procesos de acción colectiva y protesta. En la actualidad, existe un cruce pluridisciplinario creciente gracias a las interacciones entre pensadores que trabajan sobre movimientos sociales de distintos contextos culturales, generalmente en perspectiva comparada y a veces transcultural (Flam y King, 2005; Gutiérrez, 2016; Faure y Négrier, 2017; Gómez y Scribano, 2017).

Un aporte destacado desde la economía política es el de Albert Hirschman (1983), que propone un análisis de los ciclos de movilización a mediano o largo plazo. Esa perspectiva resalta la alternancia entre los ciclos de movilización masivos en el espacio público (años sesenta y setenta) y los de repliegue al espacio privado (años ochenta) en el mundo occidental. El autor destaca emociones mayormente presentes que pueden explicar, en parte, el paso de un ciclo al otro, como la decepción y la frustración que conducen al repliegue. El análisis se sitúa al nivel macro-social, lo que puede dar insumos sobre la relación entre emociones y cambios socioculturales, énfasis del segundo eje analítico mencionado arriba. También se rescata el análisis al nivel micro-social de las emociones, que en contexto de desigualdad producen o no, una acción colectiva. El individuo puede escoger entre expresarse, “salir del sistema” o mantener su lealtad al mismo, opciones conocidas como voice, exit, loyalty (Hirschman, 1995). Estos aportes han permitido al autor reflexionar sobre la acción colectiva y el cambio social y político en América latina (Hirschman, 1986), aunque con mayor énfasis en las percepciones del cambio que en las emociones.

Con múltiples aportes filosóficos, psicológicos, históricos y sociológicos, se promueve entonces una nueva aproximación a las emociones. Al nivel teórico y metodológico, se plantea abandonar la oposición tajante entre emoción y razón, y se conectan aspectos “expresivos” e “instrumentales” (estratégicos) de la acción colectiva (Jasper, 2014). Asimismo, se reincorpora a la cultura en la sociología de la movilización social y se insiste más en el rol de las emociones en diferentes facetas de la pro-testa, en particular la construcción de identidad colectiva o el cambio sociocultural. Las emociones ahora se perciben como una clave esencial para entender mejor preguntas clásicas que se revisitan como las dinámicas de las protestas; la relación entre el movimiento social y su entorno; o entre los individuos y el actor que los convoca.

La pregunta central, aún lejos de generar respuestas consensuales, de la sociología de la movilización, sigue siendo la del paso a la acción: ¿qué lo propicia, lo permite o lo inhibe? En este aspecto, aún existen distintas perspectivas que Jasper (2012, 2018) trata de evaluar y de renovar desde su propuesta de una teoría micro-sociológica de la acción. Flam y King (2005) abogan más por repensar los vínculos entre lo micro y lo macro en aras de entender el rol de las emociones en el cambio sociocultural y político. En cualquier caso, evaluar este rol implica examinar la diversidad de emociones y de sus impactos en la política y la movilización social (Polletta y Jasper, 2001). Como lo mostraremos a continuación, la diversificación de temáticas con relación al enfoque emocional y los actores observados se evidencia en el auge de esta reflexión en la década del 2010, tanto en América latina como en Colombia.

2. Aportes de la reflexión en América latina: enfoques y resultados llamativos

Aquí se esbozan algunas líneas directrices que evidencian la diversidad de temáticas y enfoques en torno a las emociones en la movilización social y la política, en Colombia y América latina. El objetivo es entender qué aportan los estudios de caso latinoamericanos y qué surge en la reflexión regional. No se trata de un análisis sistemático de las historiografías nacionales, sino de una aproximación a las principales orientaciones analíticas, sobre todo en torno a los tres ejes más recurrentes señalados arriba. Se destacan los aportes conceptuales y empíricos propuestos, desde los objetos de investigación y las preguntas planteadas, hasta los resultados y desafíos metodológicos. En el caso colombiano, sobre el que ponemos mayor énfasis, se recorren estudios de casos más profundizados presentados en varias tesis recientes.

Antes de entrar en materia, es preciso mencionar ciertos aspectos contextuales. En Colombia y en América latina, la ola de protestas de las últimas décadas, incluso en contextos formalmente democráticos, ha enfrentado una fuerte represión (Aviles y Celis, 2017). Esta represión procede tanto del Estado como, a veces, de actores armados no estatales, sobre todo en países con largos conflictos civiles, a pesar del proceso de paz con los actores de guerrilla (Colombia, Nicaragua, Salvador y Guatemala). Ese proceso de paz no siempre implica un abandono total de la violencia social y política, cada vez más vinculada con actividades criminales o delincuenciales (González y Schneider, 2016; Collombon, 2018). En el caso colombiano, donde el proceso de paz con las Farc es aún reciente y frágil, y donde hubo una fuerte presencia de actores paramilitares con peso en la política nacional (Gutiérrez, 2014, 2019; Grajales, 2017), el desmantelamiento de estos grupos sigue siendo muy incompleto y se observa su estrecha relación con actores criminales. En países donde el Estado es socialmente débil o poco presente, se extiende el predominio de actores paraestatales que ejercen un control sociopolítico cotidiano en ciertos territorios, a veces incluso con una capacidad superior a la fuerza pública para imponer su orden. La represión y la criminalización de la protesta se generalizan en América latina, frente a la lucha por los derechos de segunda y tercera generación o por la defensa del medio ambiente (Poulos y Haddad, 2016; Doran, 2017; Almeida y Cordero, 2017; Alvarado, 2020). Por estas razones, el análisis de las emociones en la pro-testa adquiere matices específicos dentro de estos contextos.

Emociones y protesta en contextos violentos: énfasis en Colombia

En Colombia existe un abanico amplio de protestas, dando lugar a una recomposición de actores y luchas más antiguas. La protesta nunca ha desaparecido, incluso durante el conflicto armado que prevalecía desde 1964 entre la guerrilla de las Farc y el gobierno colombiano, hasta el acuerdo de paz (en el año 2016). Pero hubo varias fases de declive o de transformación, tanto en la protesta misma como en su estudio (Archila, 2003; Peñaranda, 2011; Gutiérrez, 2014; Velasco, 2017; Lalinde, 2019). Durante la negociación del acuerdo de paz (2012-2016), aunque la apertura política resulta ambivalente y restringida, se observa una reorganización de varios sectores históricos, lo que se evidencia con el paro agrario nacional, del que surge la Cumbre agraria, campesina, étnica y popular, en 2013-2014. También los estudiantes de universidades públicas y privadas se articulan en importantes huelgas y marchas, con relativo apoyo de la población urbana en 2011 (Cruz, 2013). Esta recomposición y rearticulación se evidencia también en las luchas por el medio ambiente y contra el modelo extractivista, tanto de actores indígenas y rurales como de actores urbanos que denuncian afectación de recursos naturales y del hábitat en los territorios más afectados por la minería a gran escala (Hincapié, 2017; Dietz, 2018). Se evidencia la constitución de alianzas multisectoriales como la que se forma en 2019 a través del Comité del Paro Nacional del 21N contra el modelo neoliberal y sus impactos socioeconómicos (Tovar, 2020). Varios sectores de la sociedad civil propugnan por mejores servicios públicos o infraestructuras, como lo ilustra el Paro cívico en Buenaventura en 2017, donde se pidió escuelas, carreteras o centros de atención a la salud; y más generalmente se reclamó ante la débil atención estatal y la violencia cotidiana (Jaramillo, et al., 2019).

En este panorama se observa una evolución en los temas de interés relacionados con la protesta y las emociones en Colombia. Los primeros análisis enfocan las emociones de actores armados, durante el conflicto o en proceso de desmovilización (Bolívar, 2006; Otero, 2006), mientras que hoy en día, el énfasis recae en las emociones de diversos sectores sociales civiles, afectados por el conflicto o la violencia social y política. Entre ellos: las comunidades campesinas y étnicas, las organizaciones de mujeres, los promotores de paz, los periodistas de investigación, los docentes y estudiantes, los defensores de derechos humanos (IEPRI, 2018). Estos actores sufren múltiples modalidades de represión o represalias por la fuerza pública, las guerrillas y los paramilitares, lo que los obliga a desarrollar estrategias de adaptación y resistencia. Al estudiarlas, se toma cada vez más en cuenta el rol de las emociones y de los vínculos sociales, al nivel local o micro-local, construidos entre los actores (Silva, 2011; Gómez-Suarez, 2013; Ortega, 2013; Peltier-Bonneau y Szwarcberg, 2019).

De aquí, se examinan los efectos de la represión sobre la protesta y las emociones que surgen frente al riesgo. Por ejemplo, las estrategias estudiantiles en 2011 ante la fuerza pública con la que se organizan “maratones de besos y abrazos”, logran disminuir la intensidad de la respuesta policial (Cruz, 2013; 2015), lo cual constituye un hito en un contexto histórico de alta represión (Lalinde, 2019). Existe un enfoque cada vez más centrado en el rol de las emociones en la protesta frente a la represión, en estudios de caso sobre actores campesinos o indígenas (Robayo, 2017, 2019; Arias, 2017), o el Movimiento de Víctimas de Crímenes de Estado – Movice– (Herrera, 2008; González, 2015, 2016). Aquí nos detendremos en tres estudios de caso llamativos para la investigación sobre las emociones en la movilización social, puesto que señalan las diversas emociones que los actores experimentan ante la violencia o la represión. Estos estudios también proponen reflexiones metodológicas sobre las dificultades del estudio empírico en el contexto violento, que son importantes para tomar en cuenta desde una perspectiva comparada.

Robayo (2019) se interesa por las emociones desplegadas frente a una intensificación del conflicto armado y las estrategias de resistencia del Consejo Regional Indígena del Tolima (CRIT), estudiadas en un contexto local vinculado al conflicto armado que se agrava, frente a la expansión guerrillera y el enfrentamiento entre guerrilla y fuerza pública, en el periodo 1998-2010. El autor examina el concepto de “sentipensar”, argumentando que “las emociones son ya en sí mismas un tipo particular de racionalidad sensible, pues son el resultado de la interpretación del mundo realizada por los sujetos sociales, que necesariamente implica tanto a nuestros cuerpos como a nuestras mentes” (Robayo, 2019, p. 220). Esto le permite mostrar cómo el incremento de la violencia impacta las comunidades indígenas:

La intensificación de la violencia afectó seriamente a las comunidades indígenas de la región. En medio de esta guerra, el CRIT y sus comunidades respondieron a las estrategias de los actores armados con una diversidad de acciones de resistencia y acomodamiento. […] Las emociones fueron un componente muy importante de esta percepción sobre la guerra que se formaron los pijaos durante este período. […] Por esa razón, algunas emociones cumplieron la función de inhibir la movilización social y fomentar el acomodamiento y la obediencia, mientras que otras fueron una motivación esencial de los momentos de resistencia contra el poder de las armas. (Robayo, 2019, p. 219)

Robayo (2019) subraya la diversidad de opciones estratégicas de resistencia frente a la violencia armada. Se examina el “trabajo emocional” –retomando el concepto desarrollado por Hochschild (1979)– de los actores sociales y se reflexiona sobre el “aguante” ante el dolor, para entender cómo se supera el miedo o el desespero, cómo se alienta el coraje y la valentía, como lo plantea Robayo (2019). Uno de los principales aportes de este autor (Robayo, 2019) consiste en enfatizar las emociones que inhiben la acción colectiva, aspecto poco común en la literatura sobre la resistencia y la desobediencia civil en Colombia, y que constituye un insumo para el debate sobre las estrategias de adaptación frente al alto riesgo:

En un país caracterizado por oleadas de violencia que parecen interminables, los actores sociales han desarrollado disposiciones que los llevan a soportar el sufrimiento y el miedo infundidos por las armas. Han aprendido que existen tácticas que pueden desplegar para evitar la individualización, la desintegración y el desespero y, en cambio, promover la esperanza en que un futuro mejor puede ser posible a partir de la acción colectiva. Tanto las disposiciones como las tácticas se manifiestan en las emociones y el trabajo emocional […] en la experiencia del pueblo pijao. (Robayo, 2019, p. 220)

Ese concepto de “trabajo emocional” es analizado también por Gravante y Poma (2018), quienes hablan de “manejo emocional”; se trata del trabajo interno de los actores sociales para lidiar con varios obstáculos que restringen o afectan la protesta y los individuos movilizados. Entre ellos, el riesgo de impotencia, el cansancio, el agotamiento y la desesperación pueden surgir frente a la falta de resultados o la frustración de sus anhelos. El “manejo emocional” es entonces una estrategia interna al movimiento para poder asegurar la continuidad de las luchas pese a los sentimientos o las vivencias que podrían desmovilizarlo.

Arias (2017) se interesa también por las estrategias para superar el miedo en un contexto marcado por el enfrentamiento entre las Farc y el grupo paramilitar de Autodefensas Unidas de Colombia (AUC), que afecta el proceso organizativo de la población campesina del Alto Sinú en el Departamento de Córdoba (noroeste de Colombia). Arias (2017) examina las emociones entre la población campesina de dos veredas,3 La Gloria y El Diamante, para evaluar cómo y por qué la primera sí se involucró en un proceso asociativo y la última no:

Los casos de las dos veredas estudiadas son contrastados para mostrar como las diferencias en los procesos de desplazamiento, retorno y relacionamiento con actores como el Estado, las organizaciones sociales, los actores armados y otros procesos sociales han llevado a que se generen emociones distintas que intervienen en la dinámica de la acción colectiva. (Arias, 2017, p. 13)

La autora revisa las estrategias implementadas para superar el temor generado por los efectos del conflicto y su mayor impacto: el desplazamiento, o también la fuerte estigmatización hacia la asociación campesina. Ella subraya la construcción de esperanza, vinculada con el deseo de los habitantes de las veredas de volver y seguir viviendo en “su territorio”; de allí se espera que la movilización de la asociación campesina permita dicha permanencia en el territorio. Por este motivo, hace hincapié en una emoción fundamental:

Cómo lo expusimos […] en contextos de violencia la confianza de las personas se ve quebrantada, y ello lleva al debilitamiento de las relaciones sociales. Esa falta de confianza lleva no solo a que las personas se aíslen […], sino a que el proceso mismo tome distancia. [...] Por eso, resaltamos que en caso de La Gloria y el proceso por el cual se dio la conformación de Asodecas, las relaciones comerciales, laborales, deportivas, familiares y de amistad entre vecinos y entre comunidades son fundamentales para la construcción de vínculos afectivos y confianza entre las personas. (Arias, 2017, p. 167)

Esto es importante porque la construcción de dichos lazos de vecindad, amistad y afecto –aspecto poco trabajado (Flam, 2005)–, propicia que la participación en actividades de la asociación campesina o en la protesta sea a la vez posible, valorada positivamente y tenga beneficios colectivos. A falta de esta expectativa, la participación decae:

[…] aunque la gente valore la participación, las emociones intervienen al momento de decidir si participar o no. La falta de confianza, el miedo, y la esperanza (o sus contrarios) juegan un factor determinante en esa decisión. Las emociones son entonces relevantes para explicar la participación de las personas en esos escenarios en los que la vida, la tranquilidad y la permanencia en el territorio están en riesgo. Cuando se logra generar esos escenarios de confianza y cuando las personas se sienten respaldadas, bien sea por otros procesos organizativos, por redes de derechos humanos, o por sus mismos compañeros, más personas se involucran activamente en la participación comunitaria y campesina. (Arias, 2017, pp. 168-169)

Estas conclusiones son llamativas porque aún se tiene poco conocimiento empírico del rol de las emociones en contextos de movilización de alto riesgo o de conflicto (Massal, 2019). Asimismo, Robayo (2019) y Arias (2017) señalan las enormes dificultades para realizar el trabajo de campo en contextos donde la desconfianza y el miedo restringen el acceso a la información de primera mano, aspecto que se desarrolla en la tercera parte de este artículo.

El tercer estudio de caso es el análisis que propone González (2015, 2016) con respecto al Movimiento de Víctimas de Crímenes de Estado (Movice) y su impacto en los públicos urbanos. Este movimiento anteriormente fue analizado por Herrera (2008) para entender su cultura política e ideológica, su trayectoria, así como las estrategias desplegadas en aras de conquistar una mayor visibilidad de sus demandas. El Movice es uno de los actores sociales que más estigmatización enfrenta, al denunciar “crímenes de Estado” aún poco debatibles en Colombia. Por ello, se evalúan sus estrategias discursivas frente a los públicos más adversos u hostiles, así como sus actividades artísticas y acciones de protesta, implementadas para denunciar la responsabilidad estatal en la desaparición forzada. De acuerdo con el Centro Nacional de la Memoria Histórica (CNMH, 2016), la desaparición forzada afecta a más de 82 800 personas en Colombia. La estrategia del Movice consiste en crear “galerías de la memoria” –que son “exposiciones” de pendones con fotos de desaparecidos–, para ampliar su audiencia y fomentar su legitimidad. Se muestra quiénes son las personas desaparecidas, y se busca una mayor atención hacia estas víctimas, consideradas entre las más “olvidadas” en el debate público (González, 2015). Las galerías de la memoria son concebidas como un dispositivo para “sensibilizar” al transeúnte:

[…] las ‘galerías de la memoria’ se componen, esencialmente, de varios soportes visuales (pendones) que son transportados […] hacia diferentes sectores de la ciudad, como universidades, monumentos, placas conmemorativas o espacios particularmente transitados. [...] 70 de los 85 pendones registrados durante el trabajo de campo comparten la característica de mostrar fotografías o imágenes. (González, 2016, p. 169)

El Movice pretende fomentar así “la transformación de la cultura política de quienes (los) observan […] apelando a sensibilidades ampliamente difundidas en el común de las personas” (González, 2016, p. 159). Para lograr evaluar el impacto de las “galerías”, González (2016) realiza cortas entrevistas con los transeúntes, donde busca recoger sus impresiones inmediatas frente a las imágenes y los mensajes en los pendones, y don-de encuentra un alto nivel de rechazo como respuesta. González (2016) también resalta el rol poco estimulante de emociones como la tristeza –la más mencionada, antes que la indignación o la ira– y el bajo nivel de interés por unirse al movimiento entre los entrevistados. Aunque el autor señala adecuadamente los límites de representatividad de la muestra de entrevistados y del diseño de investigación, su aporte permite enfatizar un aspecto aún muy poco estudiado desde el enfoque emocional: la relación de los actores sociales con los públicos, aún más cuando estos parecen adversarios o indiferentes; un vacío analítico señalado por Flam y King (2005) y sobre el que Romanos (2016) también reflexiona. La mayor conclusión de González (2016) es la siguiente:

Los entrevistados fueron impactados por aquellos pendones que cumplían dos características: a) un marco de injusticia […] que resalta la inocencia de las víctimas y señala la responsabilidad de los victimarios; y b) imágenes que permiten condensar diversas clases de significado, por lo que se transforman en poderosos símbolos con amplia resonancia en diversas audiencias. Sin embargo, a pesar de que las galerías de la memo-ria […] parecen contribuir a la resocialización emocional de quienes las observan, mediante el recurso a mecanismos como la conmoción moral para modificar algunas sensibilidades básicas y reglas emocionales del público […] no parecen ser tan útiles para propiciar la acción colectiva o el involucramiento de los observadores con el movimiento. (González, 2016, p. 176)

De este modo, González (2016) plantea la preocupación central sobre las emociones que fomentan o inhiben el paso a la acción del individuo, y se inscribe plenamente en uno de los tres ejes analíticos más recurrentes señalados en la introducción. Además, aunque de modo más implícito, su estudio de caso pone a prueba el rol del “choque moral” conceptualizado por Jasper (2007). Lo anterior muestra que lo que, por un lado, podría suscitar la indignación, puede, por otro lado, generar tristeza. Y esto no es un incentivo a la acción en el movimiento considerado. Sus preguntas investigativas se relacionan con las dificultades de actores sociales movilizados en torno a temas vetados del espacio y debate público, pues no logran despertar un apoyo que lleve a un compromiso más activo en un contexto de represión de la protesta y de rechazo a visibilizar las víctimas de los crímenes de Estado como la desaparición forzada. Con ello, se contrasta el caso del Movice en Colombia, con protestas que han propiciado la demanda de justicia y el deber de memoria a favor de las víctimas de violaciones de los derechos humanos en América latina (Doran, 2010).

Finalmente, el proceso de paz en Colombia, esencial en el debate público, también empieza a ser estudiado desde la dimensión emocional: las emociones juegan un rol central en procesos políticos que no son tan consensuales como se podría pensar. Existe un creciente interés por las emociones en torno al acuerdo de paz y su difícil aceptación en la sociedad colombiana. Se enfatizan las emociones que surgen antes, durante y después del plebiscito del 2 de octubre de 2016, en el que se pide la aprobación del acuerdo de paz negociado en la Habana y firma-do el 27 de septiembre. Cabe recordar que en torno al acuerdo de paz hubo una fuerte polarización política y social, que conlleva su inesperado rechazo por un 50,26 % de los sufragios expresados, donde se destaca, además, una abstención superior al 60 %. Estos resultados fueron considerados como totalmente sorpresivos por los actores políticos y mediáticos, e imprevisibles según las encuestas de opinión (Pinedo, 2020). Pese a esto, había muchas voces de alerta en la sociedad civil4 que señalaban el posible impacto de la oposición al gobierno Santos, que llevó a cabo la negociación del acuerdo de paz.

Perilla (2018) examina las emociones de un amplio espectro de actores sociales, políticos y mediáticos, además de ciudadanos de diversas obediencias políticas. La autora dibuja un complejo entramado de fuerzas políticas que chocan en torno al acuerdo de paz, que, ante tan inesperado resultado, expresó una amplitud de emociones. Para los partidarios del acuerdo la sorpresa, la incomprensión, la frustración, y la apremiante necesidad de actuar son exigencias para defender el acuerdo: se expresaron “emociones de indignación, dolor, rabia, odio, desesperanza, culpa, choque, desasosiego y tristeza, [aunque las FARC-EP] dieron un mensaje de ‘amor’ y ‘persistencia por la paz’” (Perilla, 2018, p. 164). En cambio, para los opositores del acuerdo se evidenció la alegría, el triunfo (o triunfalismo), también cierta sorpresa –con tinte de incredulidad– sobre su victoria (Perilla, 2018, pp. 160-161).

Perilla (2018) se propone entender cómo “las emociones se convierten en estrategias y repertorios políticos en juego expuestos al escrutinio público” (Perilla, 2018, p.165), principalmente con un estudio de los discursos de diversos actores a favor del “sí” o del “no” frente a la paz. Se destaca el discurso que pone de relieve la votación regional del “sí” y del “no”, para mostrar que las regiones y los grupos sociales más afectados por el conflicto votaron rotundamente por el acuerdo de paz y que “Los que no han sufrido la guerra votaron por el no” (Perilla, 2018, p. 171).

La autora señala las emociones que este tipo de argumento generó y reflexiona sobre el rol de las emociones en los procesos de paz. Perilla (2018) se interesa también por la expresión de las emociones, reformuladas en un término coloquial: la plebitusa, que significa algo así como “depresión pos-plebiscito”.5 Este término obedece a la necesidad “de explicar todas nuestras emociones de este día (rabia, dolor, indignación, etc.) con una sola palabra” (Perilla, 2018, p. 173); pese a que la palabra “plebitusa” fue acuñada desde antes, en la “marcha del silencio” (marzo de 2016): una artista vestida de novia “triste, desarreglada” llevaba la palabra plebitusa pintada en su espalda (Perilla, 2018, pp. 173-174). Estas emociones propiciaron la acción para defender el proceso de paz mediante movilizaciones nocturnas multisectoriales, aunque estas no se analizan como tal.

Por su parte, Pinedo (2020) se interesa por las emociones que antecedieron al plebiscito, tanto en discursos gubernamentales y de partidarios del acuerdo de paz, como en los medios de comunicación y en sectores académicos. Pinedo (2020) muestra cómo se construye un discurso que da el “sí” ampliamente ganador. Además, el autor muestra, en contravía de una representación que se difundió, que no solo la campaña del “no” propició “emociones” contrastadas en torno al plebiscito, sino que también lo hicieron los partidarios del “sí”, sobre todo al advertir que “no había alternativa a ese acuerdo de paz” propuesto al plebiscito. Esto implica que no se puede oponer una campaña del “no” emotiva frente a una campaña del “sí” racional y argumentada. A esto se suma que los partidarios del “no” fueron mucho más eficientes en su “manejo emocional”, definido aquí como una estrategia discursiva que usa emociones del público para orientar su voto. El análisis de los discursos de los negociadores y gobernantes que nunca vislumbraron una posible derrota explica el carácter tan sorpresivo del resultado.

En síntesis, los estudios sobre las emociones en la política y la movilización social en Colombia se rigen en torno al conflicto, las poblaciones que sufren sus estragos, las organizaciones de víctimas, los actores sociales y al proceso de paz. Esto induce un énfasis analítico en emociones como el miedo o la tristeza, así como en la construcción de confianza y vínculos micro-sociales (amistad, vecindad). En general, esa dimensión afectiva micro-social es aún poco estudiada; aunque se puede mencionar, en otro contexto, el aporte de Zibechi (2006) sobre la construcción de solidaridad en los procesos de recuperación de fábricas por los piqueteros argentinos. El estudio empírico en Colombia es de corte micro-social, puesto que las emociones observadas dependen de las características locales del contexto de movilización, del riesgo que enfrentan los actores y de la necesidad de dedicar mucho tiempo a ganar la confianza de los actores. En efecto, los estudios de caso colombianos subrayan la dificultad de registrar las emociones, aspecto sobre el que volveremos más adelante.

Arte, cuerpo y emociones en el corazón de la protesta: énfasis en América latina

Dentro del amplio abanico de sendas de investigación latinoamericanas, queremos resaltar algunas que enfatizan el uso del arte y el cuerpo para entender mejor el lugar de las emociones en la protesta en América latina. Se parte de dos recientes síntesis: la primera es la que propone la revista argentina Aposta en un dosier titulado “Emociones, protestas y acciones colectivos en la actualidad” (Gómez y Scribano, 2017), que incluye un amplio rango de estudios de caso latinoamericanos. La segunda síntesis es presentada en el dosier “Emociones en la movilización social y la política” de la revista Desafíos en Colombia, que reúne estudios empíricos en Colombia, Argentina, Chile y México (Massal, Cante y González, 2019). Uno de los ángulos comunes en ambos dosieres es el énfasis en el arte y el cuerpo en la protesta. También se subrayan, en otros trabajos, emociones como el apego al lugar y conceptos como el “manejo emocional” (Gravante y Poma, 2018); aunque con objetivos diferentes a los de los estudios colombianos.

En general los trabajos latinoamericanos se enfocan principalmente en dos de los tres grandes ejes: el rol de las emociones en el surgimiento de actores o movimientos sociales, y el impacto cultural de las protestas abordado desde el ángulo emocional (Gravante, 2020). En cuanto a los actores estudiados, la mayoría defienden las víctimas de diversas formas de violencia política con luchas por la memoria y contra la impunidad (Doran, 2010). También hay actores movilizados en defensa del medio ambiente, del territorio y del hábitat (Poma, 2017, 2019).

En la revista Desafíos se examinan protestas y acciones colectivas en Argentina, Chile y México. Se examina cómo las emociones surgen y evolucionan o como influyen, por ejemplo, en la escogencia de interlocutores o la forma de actuar. Se evidencia también los usos e impactos de las emociones en las estrategias de movilización, casi siempre en estrecha relación con el uso del arte. Así, Capasso (2019) examina el uso de la pintura mural durante una movilización barrial, después de una inundación en La Plata (Argentina), como parte de un proceso de creación de lazos de vecindad entre los afectados. Por su parte, Granados (2019) evalúa el impacto de la música y la canción de protesta, que tienen un fuerte impacto en las emociones de los participantes, en diversas acciones contestatarias en México (2015-2018) y subraya que no está tan claro qué emociones son o no propicias para generar la protesta. Poma y Gravante (2019) se interesan por la relación entre las emociones y la construcción de nuevas identidades colectivas en un colectivo de mujeres llamado “Mujer Nueva” en Oaxaca (México), aquí se muestra cómo cambia la definición de su identidad femenina y la práctica política entre las participantes. En el dosier de Desafíos, los demás estudios enfocan otras dimensiones políticas como las relaciones clientelares o los procesos de participación y consulta (Luján, 2019; Spoerer, 2019), además, se muestra la pertinencia de examinar varios roles de las emociones en la política micro-local. Los y las autoras recurren al estudio etnográfico porque observar las emociones requiere un trabajo empírico amplio de larga duración. Además, se resalta el uso de materiales iconográficos y fotográficos para evidenciar las prácticas artísticas de los actores.

Los estudios de caso reunidos en la revista Aposta demuestran el fuerte interés por el rol del cuerpo y su uso en la acción colectiva. Lo ejemplifica la “Marcha de la Gorra” que reúne grupos juveniles populares en Argentina entre 2007 y 2015 (Bonvillani y Roldán, 2017). Las autoras muestran como los y las participantes sienten que la marcha, junto con el carnaval y la fiesta, son formas de “convertir el dolor en alegría” y revindicar esta alegría como uno de los principales frutos para reunirse y marchar “poniendo el cuerpo”. Esto es llamativo dentro de una reflexión sobre el vínculo entre cuerpo, emoción y acción colectiva, porque ilustra la importancia de la presencia física en la acción. Y puede, frente a la complejidad de movilizarse físicamente después de la pandemia de COVID-19, llevar a nuevas reflexiones estimulantes en el futuro. Además, Bonvillani y Roldán (2017) se interesan por la alegría, una emoción relativamente menos estudiada (o tal vez menos problematizada),6 pero que aparece como un poderoso antídoto contra el miedo. La alegría de movilizarse también es mencionada como un componente esencial en el estudio de las mujeres participantes de la guerrilla en El Salvador que propone Wood (2001). Wood señala que, a pesar del riesgo frente a la represión, la alegría que experimentan las mujeres guerrilleras al encontrarse y participar en la acción es un beneficio secundario muy potente, capaz incluso de contrarrestar emociones negativas como el miedo. Dichas mujeres también sienten placer porque la acción política les permite salir de casa y dejar de lado sus roles tradicionales domésticos. Ello no impide que este cambio de roles sociales, incluso para mujeres comprometidas con movimientos revolucionarios en Nicaragua y El Salvador, tenga a su vez costos altos, en particular en su relación de pareja o núcleo familiar, como lo resalta Horton (2017).

Movimientos femeninos y ecologistas desde el enfoque emocional

La participación femenina en protestas es analizada desde el punto de vista emocional, primero con un énfasis en su rol en movimientos guerrilleros o revolucionarios (Wood, 2001; Otero, 2006), y más recientemente, con aportes enfocados en la forma como las mujeres se relacionan con las emociones en la política y la acción de protesta (Solana y Vacarezza, 2020). En estudios sobre movimientos feministas “autónomos” y de actores como el colectivo boliviano “Mujeres Creando” o sobre movimientos femeninos de mujeres en Latinoamericana (Falquet, 2014), existe un fuerte interés en el vínculo entre las emociones y la identidad femenina, casi siempre para contrarrestar fuertes estereotipos sobre dicho vínculo entre lo femenino y lo emocional. En este sentido, Solana y Vacarezza (2020) señalan el lugar otorgado a las emociones en la “identidad femenina” por una vertiente analítica que deconstruye la noción de “genero emocional”: todos los individuos experimentan emociones que no son meramente biológicas, sino construidas socioculturalmente, por lo que no es tan claro por qué se define el género femenino como el “género emocional” (Solana y Vacarezza, 2020, p. 4). Otra vertiente analítica que vincula las emociones y la política feminista es conocida por cuestionar la división entre lo público y lo privado, y reincorporar asuntos “privados” (íntimos) al debate político, entre ellos el cuerpo, la sexualidad y las emociones.

Asimismo, existe una vertiente enfocada en repensar el rol de las emociones en la ciencia o la producción de conocimiento, que pone de relieve el vínculo entre las emociones “permitidas” o “legítimas” y las estructuras de poder; debate en el que podría inscribirse el aporte de Flam y King (2005). En América latina, estos desarrollos han estado presentes particularmente en estudios feministas y estudios culturales enfocados en las emociones frente al autoritarismo, los procesos de resistencia frente al duelo o la violencia, o sobre las condiciones que permiten la solidaridad transnacional entre movimientos feministas. Ejemplo de esto es el caso del movimiento contra la violencia sexual y doméstica “Ni una menos” (Solana y Vacarezza, 2020, pp. 8-10).

Cabe señalar un creciente interés en las emociones de actores movilizados por la defensa del territorio o del medio ambiente, y de movimientos ecologistas en América latina. Se evidencia el “apego al lugar” y el deseo de permanencia en el territorio, vinculado con recuerdos y memorias, como lo plantea Poma (2017, 2019). Esto ocurre en las crecientes luchas contra el extractivismo minero que afecta el hábitat y los recursos naturales (aire, suelo, agua). La población se moviliza a favor de la defensa de un territorio y de un modo de vida o de producción asociado a dicho territorio. Se estudia la reacción ante las afectaciones ambientales de la construcción de infraestructuras como represas hidroeléctricas; los cambios en el modo de existencia de poblaciones campesinas y comunidades; cuando la agricultura pierde terreno frente a la explotación minera; y ante la fuerte presión sobre la tierra (Poma, 2014; 2019; Botia y Preciado, 2019). También Vallejo, et al. (2019) ejemplifican la creciente preocupación por el rol de las emociones en estrategias de resistencia, en relación con el cambio de las representaciones socioculturales relacionadas con el extractivismo. A su vez, esos actores ecologistas se ven fuertemente reprimidos (Poulos & Hadad, 2016), lo que hace pertinente vincular las emociones en la protesta por el medio ambiente y la defensa del territorio con los escenarios violentos.

Existe entonces un interés marcado de manera general, no solo en Colombia sino también en América latina, por la represión y la criminalización de poblaciones civiles y organizaciones sociales, ante las múltiples violaciones a los derechos humanos. Varios autores enfocan las luchas por la memoria y contra la impunidad, ante el silencio que protege los responsables políticos durante las dictaduras en el Cono Sur (Lefranc y Sommier, 2009; Doran, 2010). En México, Gravante y Poma (2019) examinan las emociones en la movilización organizada por los familiares que denuncian la desaparición de los 43 estudiantes de la escuela normal en Ayotzinapa en 2014, y enfocan las estrategias de lucha contra el silencio en este caso.

Dichas acciones tienden a inscribirse en un registro “expresivo” en relación con la reivindicación de justicia y un “deber de memoria”, que propicia y valora la expresión del “dolor y sufrimiento de las víctimas” en la escena política. Ello es parte de una estrategia de búsqueda de aliados más amplios, como también ocurre en la sociedad chilena (Doran, 2010, pp. 118-119). Se busca hacer visibles a las víctimas y a sus cercanos, mientras se problematizan en el debate público los impactos sociales de la desaparición para la población en conjunto, además de denunciar la impunidad que sigue vigente y que protege a los autores de los crímenes. El ejemplo chileno expuesto por Doran (2010) muestra la larga duración de esas luchas antes de que los actores consigan “ser escuchados”, y resalta cómo, dentro del registro expresivo, se incorporan tradiciones populares artísticas como pinturas murales para ampliar sus mensajes hacia la población.

De este modo, los principales aportes en América latina giran en tor-no a las vivencias emocionales, bien sea como catalizador de la acción colectiva, como la condición que la posibilita, o como fruto de esta. Todo ello aporta insumos al eje analítico enfocado en el vínculo entre acción colectiva, emoción, identidad y cambio cultural. En cuanto catalizador, se pretende evaluar cuáles emociones propician o no el apoyo a un movimiento como el Movice, o a favor de un grupo social que reivindica su reconocimiento como “víctimas” de los crímenes de estado (González, 2016). En cuanto condición se examina cómo las emociones son “expresadas” y “vividas” en el curso de la acción frente a obstáculos externos, y cómo se “trabaja” las emociones de los participantes para garantizar y prorrogar la lucha, desde el análisis de los discursos, estrategias de acción y prácticas de los actores en la cotidianidad (Arias, 2017), o revalorizando la relación entre sentir y pensar (Robayo, 2019). En cuanto fruto de la acción, se quiere evaluar el impacto de la acción colectiva y su rol en generar nuevas emociones e identidades entre los actores (Poma y Gravante, 2019; Gravante, 2020), como lo evidencia el cambio de autopercepción e identificación de las mujeres reunidas en el colectivo “Nueva Mujer” en Oaxaca. También Poma (2014, 2019) y Arias (2017) enfatizan la construcción de subjetividades entre los habitantes de un territorio. Esos avances permiten ampliar la comprensión de la construcción de identidad colectiva de un movimiento social (Melucci, 1988; Polletta y Jasper, 2001).

Temáticas en ciernes: trayectorias de movilización, cultura política y emociones

A pesar de la diversificación de los enfoques en la década del 2010, algunas temáticas están menos abarcadas en América latina que en la literatura internacional, europea (Faure y Négrier 2017; Blondiaux y Traïni, 2018) y norteamericana (Jasper, 2007, 2018). La principal temática aún poco problematizada se refiere a las trayectorias individuales y colectivas de movilización en relación con las emociones; aunque hay unos trabajos que las mencionan. Se presentan los aportes planteados por Arias (2017):

Las emociones ligadas a la acción colectiva son distintas dependiendo de la trayectoria de vida de las personas, los procesos de victimización que han sufrido y los roles que han desempeñado. Esto es significativo para entender por qué aunque a veces las personas comprenden y valoran la importancia de la participación, no están dispuestas a involucrarse activamente. Lo mostrábamos cuando nos referíamos a temas como el cansancio de los líderes o el miedo de algunas personas que habían sido victimizadas cuando ocuparon cargos de liderazgo. Entender esas trayectorias es importante para comprender cómo la gente participa. (Arias, 2017, p. 168)

Por su parte, Montoni (2019) se interesa por la movilización juvenil en Chile, el autor muestra cómo las nuevas generaciones, que no han conocido la dictadura, modifican su percepción del riesgo en la acción colectiva. También Cuadros (2013) enfoca las trayectorias de los militantes del Partido Comunista chileno durante la dictadura de Pinochet y después de la transición democrática, aunque no examina explícitamente las emociones y más bien se centra en los discursos frente al riesgo. Dichos aportes señalan la transmisión de “modelos” pero también de percepciones o de imaginarios respecto del tipo de acción o estrategia a escoger. Es un insumo pertinente para entender la movilización, no solo en función de la respuesta (favorable o no) del entorno y de los interlocutores, sino de las experiencias vividas por los actores. El trabajo de Tuaza (2011) sobre el “cansancio organizativo” experimentado dentro del movimiento indígena en Ecuador, que influye en los ciclos de movilización, también es pertinente y llamativo en ese sentido.

El segundo tema para desarrollar es el reclutamiento de activistas desde el enfoque emocional. Se examina las estrategias de reclutamiento que emplean los movimientos que buscan sensibilizar sobre la causa animalista en Estados Unidos. Entre sus aportes, se destaca el concepto de “choque moral” que se describe como una reacción vinculada a la indignación moral, fundamentada en una serie de elementos cognitivos y culturales, y que genera el impulso a actuar (Jasper, 2007, p. 88). De manera más amplia, Jasper y Poulsen (1995) establecen diversas estrategias de reclutamiento, bien sea en el entorno inmediato (familiar, amical) del militante o en círculos más lejanos (redes profesionales, religiosas, partidistas, etc.). En los trabajos revisados respecto a América latina, el reclutamiento no se examina de manera central. Si bien surgen observaciones con respecto a qué emociones propician la acción, no hay un énfasis sobre cómo se trabajan estas emociones para convertir simpatizantes en militantes.

El aporte más cercano en este aspecto es el de Robayo (2017) o Arias (2017) y el de Gravante y Poma (2018) sobre “el trabajo emocional”, lo que permite entender cómo la historia propia de un actor favorece o no su movilización. Pero las dificultades metodológicas de acceso a los actores no dejan establecer una línea de investigación sobre el reclutamiento o sobre los ciclos de movilización. Las condiciones de seguridad no siempre permiten conocer suficientemente el entorno de los actores ni realizar observación de largo aliento. En contextos menos arriesgados, esta línea de investigación tiene más potencial, bien sea para examinar un actor que recluta, una acción colectiva que convoca o un discurso que moviliza.

El tercer tema para desarrollar es el vínculo entre emociones y cultura política, puesto que las emociones influyen en los ciclos de movilización que a su vez orientan el cambio sociocultural (Massal, 2015). Hay algunos aportes como el de González (2015, 2016), Herrera (2008), o el de Montoni (2019), que muestran cómo una cultura y un contexto político favorecen o inhiben ciertas emociones; aun así, esta senda de investigación es poco explorada.

Un aporte llamativo sobre el vínculo entre emociones y cambio político es el de Toro (2015) quien proporciona un estudio de las emociones presentes en el movimiento estudiantil chileno antes y después del golpe de Estado en 1973. Toro (2015) examina cómo el cambio de régimen modifica por completo el tipo de emociones presentes y expresables entre los estudiantes, y en particular el efecto del miedo sobre la difícil reorganización de su lucha. Se demuestra que el cambio de régimen político hacia la dictadura puede controlar o impedir la expresión emocional en la cotidianidad, en todos los aspectos de la vida. Ello propicia procesos de micro-resistencia y militancia poco visibles, difíciles de rastrear, pero perceptibles a través de prácticas artísticas que a su vez constituyen “refugios emocionales” (Rosenwein, 2010) para “escapar”, aunque sea por momentos, del control emocional constante que se vive en la sociedad. Ese estudio evidencia concretamente los vínculos entre los cambios macro y micro-sociales y políticos.

Esto va en el sentido de la propuesta de Flam y King (2005) quienes resaltan el rol de los actores colectivos en volver ciertas emociones “subversivas” más expresables o legitimas en una sociedad. Estas autoras argumentan que en cada sociedad hay emociones “cemento”, que son permitidas o expresables, y emociones “subversivas”, que son prohibidas o calladas de manera general, o para ciertos grupos sociales (como la ira para las mujeres). Los movimientos sociales son los que pueden volver “permitidas” emociones antes calladas o invisibles, sobre todo en contextos represivos. Ellas abogan por vincular la micro-política (cambios individuales y sociales “pequeños”), con la macro-política (cambio de régimen político). Ambas dimensiones, micro y macro, deben ser abarcadas conjuntamente, tanto para comprender los cambios de régimen como los ciclos de movilización, desde el ángulo emocional.

3. Metodologías y desafíos al estudio empírico de las emociones en América latina

En el análisis de las emociones en la protesta, se plantean varios retos metodológicos. Por la naturaleza del objeto de estudio, se requiere a la vez usar aportes de distintos horizontes disciplinares y un enfoque etnográfico para recoger datos empíricos (Aminzade y McAdam, 2001; Ariza, 2016). Ahora, tal vez sea necesaria no solo la síntesis de los aportes empíricos, sino también de las dificultades metodológicas. Estas pueden alterar fuertemente el contenido y la factibilidad del estudio de caso, además de poner de relieve varios retos éticos. Consideramos que hay tres desafíos principales para contemplar: (a) adaptarse al contexto en el que se estudia la protesta, que conlleva riesgos en América latina; (b) tener consciencia de los límites en el registro de las emociones; y (c) escoger la escala de análisis espacial. Estos son desarrollados a continuación.

Hablar en contexto violento o sobre la violencia

Robayo (2019) hace énfasis en las dificultades encontradas en su trabajo de campo en el Tolima (Colombia) con la organización indígena del CRIT, ya que el conflicto afecta gravemente dicho actor. Esto complejiza el acceso a la información, pues el investigador debe generar confianza en los actores sociales y tener en cuenta los efectos de su investigación en los actores. Al respecto, Robayo (2019) señala que el diseño investigativo debe:

[…] facilitar que los actores puedan manifestar sus emociones con confianza, lo que puede implicar ir más allá de la verbalización de las mismas y acudir a otro tipo de expresiones, como el arte. Igualmente, los/las investigadores deberían dotarse de herramientas para afrontar fuertes momentos de expresión de algunas emociones, como la tristeza, pues el recuerdo de ciertos hechos violentos genera en algunas personas la evo cación intensa del dolor. (Robayo, 2019, p. 223)

Como consecuencia, el autor señala la importancia de “considerar los deberes y los límites éticos [para] garantizar […] que las heridas que pudieran ser reabiertas […] sean tramitadas exitosamente por los sujetos, sin que se conviertan en un paralizador de su acción cotidiana”. (Robayo, 2019, p. 223). De este modo, se aborda el desafío de la formación de los investigadores para trabajar con los actores al recolectar sus vivencias emocionales, lo que constituye un aspecto no suficientemente desarrollado en la literatura revisada.

Asimismo, Arias (2017) señala que se encuentra con limites en el acceso a la información porque no todos los actores que se quisiera o debería entrevistar están presentes o dispuestos a hablar. Y si lo están, el contexto puede afectar la palabra y específicamente la expresión de emociones relacionadas con ese contexto violento. Arias (2017) subraya que incluso estas emociones no necesariamente son verbalizadas o concientizadas por los propios actores, y no se puede preguntar directamente por ellas, sino que hay que usar diversos diseños de investigación para acceder a ellas en el discurso del entrevistado. La autora señala la indispensable “flexibilidad” y adaptación del diseño de investigación “de acuerdo con las dinámicas del trabajo de campo”, pero recalca que la confianza es indispensable:

[…] la falta de confianza de las personas frente al investigador [afectó] de manera importante los resultados de este estudio, ya que no se pudo obtener mucha información sobre la forma como la guerrilla de las Farc actúa en el territorio, y de cierta manera, afecta la vida cotidiana de las personas y su proceso organizativo. (Arias, 2017, p. 168)

De ese modo, la información sobre el entorno del actor y el contexto local de movilización también es compleja de recolectar: “solo cuando logren establecerse unos vínculos afectivos con las comunidades, y estas se sientan más seguras para hablar, podremos entender las emociones hacia la guerrilla y la forma como eso afecta la dinámica organizativa” (Arias, 2017, p. 168).

La escasez de tiempo fue señalada como una dificultad importante por Wood (2001), acerca de su investigación sobre la guerrilla en El Salvador. En efecto, la dificultad de contar con suficiente tiempo no solo para establecer vínculos de confianza con los entrevistados, sino durante la misma entrevista, no propicia un ambiente que permita adentrarse en esta dimensión emocional. Además, se precisa “la sensibilidad o cualquier herramienta adecuada” (Wood, 2001, pp. 268-269), de parte del investigador, para abordar temas tan íntimos. Los actores dan de su tiempo y manifiestan “alegría y compromiso” hacia su investigación. Pero la falta de tiempo restringe la posibilidad de profundizar y crear vínculos suficientes que permitan abordar las emociones. Este reto es difícil de superar en condiciones de ejercicio de la investigación marcadas a la vez por la escasez de recursos económicos y la falta de posibilidad de trabajar en equipo.

En contextos arriesgados, el tema ético, mezclado con las condiciones de estudio, se vuelve aún más patente, no solo en la interacción con los actores, sino en lo que concierne a la protección de las fuentes, de las personas entrevistadas, de los datos recogidos y del investigador. Existe una alta probabilidad de vigilancia o de hostigamiento a los actores y a los que interactúan con ellos, sean estudiantes o docentes. Este es un tema contundente en Colombia o en contextos parecidos, cuando una de las formas de intimidación más comunes es el saqueo o hurto de locales de los actores, de sus domicilios y efectos personales (IEPRI, 2018). Esto explica en gran parte la desconfianza de los actores y el complejo acceso a la información. También la publicación o socialización de los resultados de investigación debe contemplar las medidas de protección de todos los involucrados. Esos aspectos metodológicos y éticos deberían incluirse, de manera más explícita tal vez, en la reflexión sobre la relación entre emoción y movilización social o sobre las emociones en la política (Jimeno, 2007). Esas preguntas no solo conciernen a la investigación sobre emociones, sino más ampliamente al cómo investigar en contextos de alto riesgo. Pero tratándose de las emociones, se requiere de esas condiciones (tiempo, sensibilidad, formación, cautela) con más rigor aún.

El registro de las emociones: medios, tiempos, herramientas

Si bien el tema de acceso a los actores es fundamental, también lo es el proceso de análisis e interpretación de los datos: ¿cómo recuperar e interpretar testimonios y narrativas sobre experiencias emocionales? El estudio empírico de la dimensión emocional implica tener estrategias de investigación que incluyen una diversidad de herramientas: se requiere “etnografías, entrevistas, narraciones personales, encuestas [cuestionarios], experimentos y análisis histórico” (Aminzade y McAdam, 2001, p. 50, traducción propia), y una aproximación pluralista y pluridisciplinaria para abarcar una gran variedad de fuentes “que expresan la cultura emocional de un movimiento, desde las practicas institucionales como los rituales hasta la ideología de género, el lenguaje emocional y la estética cultural” (Aminzade y McAdam, 2001, p. 50, traducción propia). De este modo, se trata de evaluar cómo se pueden “captar” estas emociones individuales y colectivas en distintos espacios y momentos, en diferentes expresiones y prácticas sociales o culturales, a corto o largo plazo, conjugando diversas fuentes y diversos modos de observación (Romanos, 2016).

En la literatura producida en América latina se ha asentado el trabajo empírico de carácter etnográfico: se usan entrevistas, talleres y grupos focales, observación participativa en espacios de debate del actor social (asambleas internas) o de espacios y prácticas artísticas. De hecho, casi todos los autores subrayan la presencia del arte en las prácticas de los actores, porque el uso del arte es uno de los medios para expresar de manera no-verbal emociones, ya sea con el canto, el teatro, el performance, la música o la pintura mural. El uso del arte es central en la creatividad en la movilización social, como lo muestra Jasper (1997), porque, tratándose de emociones, se deben incluir formas de registro “no verbal”.

Aunque todo proceso de interpretación de un discurso, incluso el más racional en apariencia, conlleva dificultades ampliamente reconocidas desde los ámbitos socio-antropológicos o psicológicos (Massal, 2019, p. 158). Es más complejo abarcar un discurso que reconstruye a posteriori emociones y procesos emocionales pasados, a veces lejanos no solo porque el registro de los hechos y de los recuerdos asociados implica reconocer sus límites (la memoria es falible), sino también porque el investigador está sujeto a emociones que pueden tergiversar su comprensión del estado emocional del entrevistado o de la vivencia contada. En efecto, no todo el mundo pone las mismas palabras sobre las emociones: lo que para uno es ira, para otro puede ser tristeza. Por esto, se requiere un método de observación y registro que no oriente la respuesta del actor ni altere la interpretación.

En cuanto a la entrevista, herramienta muy utilizada, es un dispositivo que debe pensarse con cuidado, pues la persona del investigador (o investigadora) y la relación establecida con el entrevistado (o la entrevistada) pueden alterar el discurso del actor. Muchos aspectos influyen: el momento y el lugar, el tiempo disponible del entrevistado, la posibilidad de volverse a encontrar o no para otras entrevistas. A esto se suma el entorno, la posibilidad de aislarse y la presencia de testigos (y sus vínculos con el que habla) que pueden modificar tanto el contenido como el curso de la entrevista. Todos son aspectos que deben incorporarse en la elaboración del diseño investigativo y en la “difusión” del estudio. También en función del contexto de movilización, se debe poder descifrar los diversos sentidos ocultos o codificados del discurso o de los elementos visuales (símbolos, fotografías, dibujos, eslóganes, etc.) que los actores utilizan (Flam y Doerr, 2015; Rodrigues, 2017).

El problema central se refiere al registro más fiel y “natural” de las emociones de los actores, sin introducir distorsiones, pese a reconocer la dificultad de captarlas. Bonvillani y Roldán (2017) estudian la “Marcha de la Gorra” en Argentina y realizan una “etnografía de eventos”, usando recursos como “fotografías, grabaciones, filmaciones, registros auto-etnográficos” (Bonvillani y Roldán, 2017, p. 174), en aras de mostrar cómo se usa y se expone el cuerpo en la acción. Se debe tener suficiente flexibilidad en el diseño investigativo y “permanecer atento a los emergentes, a lo espontaneo y conseguir alojar lo sorpresivo e inesperado” (Bonvillani y Roldán, 2017, p. 174). Para registrar las emociones, estas autoras recurren al método de la “foto-elucidación [que] consiste en la exhibición de un conjunto de fotografías con el objetivo de facilitar la evocación de recuerdos, memorias, relatos y la expresión de sentimientos, apelando a la compenetración afectiva de quien observa la imagen” (Bonvillani y Roldan, 2017, p. 175). Esto facilita registrar las emociones de los participantes, evocando recuerdos asociados a las fotografías o estimulados por ellas, siendo escogidas fotos que permitan visibilizar diversas dimensiones visuales de la marcha. Debe hacerse lo más pronto posible después de la acción considerada.

Las autoras señalan así “la potencia de la fotografía como recurso metodológico para re-crear emociones y sentires corporales. […] la entrevista de foto-elucidación ha permitido evocar la inscripción de las vivencias de la Marcha al modo de una memoria corporal” (Bonvillani y Roldan, 2017, p. 198). La fotografía sirve al entrevistado de soporte a la memoria para revivir y expresar las emociones sentidas en la marcha, pero también para poder ordenarlas en un relato junto a las investigadoras.

El anterior ejemplo ilustra la importancia de una cercanía entre el hecho analizado y la entrevista para que los recuerdos no se desvanezcan, y de un análisis de la acción con detalle etnográfico, como soporte de la entrevista de foto-elucidación. Cuando estas condiciones no son posibles o cuando se requiere examinar emociones a mediano o largo plazo, las entrevistas escogidas son la historia oral y la historia de vida, como lo propone Arias (2017). En este aspecto se puede recoger las orientaciones propuestas por historiadores (Clemens y Hughes, 2002), pese a que no se enfoquen en las emociones sino más ampliamente en el registro de movilizaciones pasadas. Estas son herramientas que se han ido desarrollando en la sociología histórica de las emociones, pero que también requieren un amplio tiempo disponible para realizarlas.

Escalas de análisis del rol de las emociones en la protesta

Finalmente, cabe señalar brevemente un reto metodológico adicional cuando se trata de analizar las emociones: la escala de análisis espacial y temporal pertinente que depende de la pregunta, del objetivo y del objeto de investigación.

Si se trata de examinar emociones expresadas durante una acción específica, en un contexto localizado, la dimensión micro-social y la ubicación del análisis son las opciones más frecuentes y adecuadas para observar y registrar emociones en dicha acción, en un contexto local muy delimitado y en un periodo de estudio relativamente corto. Esta escogencia ocurre en casi la totalidad de los trabajos revisados. En contados casos, como el artículo de Doran (2010) sobre las luchas contra la impunidad en Chile, se ubica también la reflexión a escala nacional y cubre un periodo de estudio más amplio; o el de Montoni, (2019) que también promueve un análisis de diversas protestas en distintos periodos. El análisis a nivel micro-social y local permite entender las vivencias en la acción o definir qué “tonalidad” tiene un movimiento específico, es decir, qué mensaje emocional emite ese actor en la sociedad. Además, el tiempo requerido para ganar la confianza de los interlocutores obliga a enfocarse en una cantidad restringida de actores y a conocer muy bien su entorno social. La ventaja del análisis micro-social es que deja abordar aspectos poco visibles de un ciclo de movilización y desmovilización, como las eventuales tensiones internas dentro del movimiento y las emociones contrastadas, entre miedo y esperanza. Todo puede arrojar luces importantes sobre los ciclos de protesta y su relación con la expresión de las emociones.

Si se trata, como lo plantean Hirshman (1995) o Flam y King (2005), de comprender el vínculo entre acciones o emociones individuales y cambios macro-sociales colectivos, es preciso combinar la perspectiva al nivel micro y macro-social. En este caso, el análisis de los contextos que propician o prohíben ciertas emociones requiere conocer tanto lo que ocurre dentro del movimiento, como en su entorno al nivel sociocultural y político. Y, además, evaluar cómo ello influye en las emociones expresadas o reivindicadas, pero también de cómo un grupo social pasa de experimentar vergüenza a reivindicar su identidad con orgullo (por ejemplo, en el caso de minorías sexuales o étnicas). De nuevo, el tiempo se convierte en un recurso ineludible para dicho abordaje. Esa no es la opción más común en los estudios de caso latinoamericanos revisados, tal vez porque tiene mayores costos y requiere más recursos este tipo de análisis, lo que podría realizarse en equipos de trabajo colectivos en vez de hacerse al nivel individual.

Conclusión

El artículo propone un balance preliminar de los enfoques acerca del rol de las emociones en la movilización social, en Colombia y América latina, en la década del 2010. En un contexto de fuerte renovación de la sociología de la movilización surge el llamado “giro afectivo”, que da lugar a un campo de estudio novedoso, aún marcado por sus miradas y planteamientos muy heterogéneos, y alimentado por un fuerte dialogo pluridisciplinar. En la última década se observa una creciente diversificación de preguntas de investigación y nuevos aportes empíricos en Latinoamérica, de los que proponemos una muestra.

Las temáticas y los actores estudiados son variables en función de los contextos nacionales o locales, pero existe un fuerte interés en comprender qué emociones surgen, en qué actores se pueden observar y en evaluar los efectos socioculturales vinculados con las emociones que surgen en la protesta. Se examina qué estrategias adoptan los actores para enfrentar la represión, no solo a nivel nacional, sino también a nivel regional en Colombia. Aunque no se puede generalizar respecto de las emociones “movilizadoras o “desmovilizadoras”, como la mayoría de los autores lo subrayan, se pretende entender qué emociones ayudan a mantener el compromiso de los participantes en el tiempo y qué impide el paso a la acción (caso del Movice). Ante el riesgo o los obstáculos frente a la protesta, se examinan cuáles emociones se expresan o se propician entre los actores movilizados. En ciertos casos se señala a la alegría como antídoto al miedo, pero también la dificultad de generar vínculos de confianza que ayuden a los actores locales a enfrentar dicho riesgo. En los casos estudiados se ponen también a prueba varios conceptos (manejo o trabajo emocional, choque moral), lo que evidencia aún más la necesaria contextualización sociohistórica para comprender qué y cuándo se genera indignación, o qué emociones impulsan a actuar.

También se interroga sobre las estrategias y las identidades desplegadas con relación a las emociones, sobre todo para entender cómo se logra debatir sobre asuntos vetados en el espacio público o cómo la participación en la acción genera emociones e identificaciones novedosas o inéditas (“Marcha de las Gorras” en Argentina, Colectivo Mujer Nueva en México). Finalmente se recalca en la mayoría de los casos el uso del arte para expresar emociones y manifestar o crear vínculos entre los participantes en la acción.

El arte a su vez se convierte en un vector que facilita al investigador registrar las emociones presentes que no siempre son expresables o conscientes. En síntesis, la literatura latinoamericana reciente parece enfocar cada vez más el componente expresivo de la acción colectiva en función del contexto de la acción que restringe los espacios y oportunidades de pro-testa. Y lo hace usando metodologías de exploración e interpretación muy diversas, pero ancladas en un trabajo etnográfico que implica retos arduos metodológica y éticamente. Todo ello debería estimular una reflexión sobre la formación de los investigadores para poder recolectar testimonios con los actores en temas tan íntimos, más aún, en contextos riesgosos.

Este balance es preliminar y no exhaustivo: por un lado, es más ilustrativo que sistemático (no se detallan historiografías nacionales); y, por otro lado, al examinar las dinámicas de un campo de estudio en formación, en el que la producción se vuelve cada vez más abundante y diversificada, siempre se “queda atrás”. Aun así, se propone un esbozo de las líneas de investigación trabajadas y de las que están por desarrollar o de las dificultades para abrir nuevas sendas investigativas. De todos modos, aún queda mucho campo por labrar; en ese sentido, sugerimos las siguientes preguntas.

El tema central para desarrollar, a nuestro juicio, es comprender mejor el rol de las emociones movilizadas en la protesta para fomentar cambios socioculturales, al nivel individual y colectivo. Dentro de este eje, cabe entender mejor: ¿qué factores inciden en la escogencia de las emociones que son expresadas o no?, ¿cómo se hace esta escogencia?, ¿a qué nivel se decide?, ¿con qué objetivos? El problema para entrar en dicho análisis puede deberse a la dificultad en ciertos contextos de acceder a los actores y abordar explícitamente estas temáticas, pero es un camino que valdría la pena seguir. Como lo sugiere Romanos (2016), en el caso de los actores del 15M en España, existe justamente un debate aún latente sobre qué tan conscientes son los actores de sus propias emociones y de sus impactos estratégicos, pero sobre todo de los efectos que tiene expresar tal o cual emoción. A esto se suma el nivel de su expresión, tanto a nivel interno (entre los participantes de la acción), como hacia afuera, delante de los “públicos”, oponentes o interlocutores, por ejemplo, al usar el humor, la ironía, la sátira (Hart, 2007). Sobre esas estrategias expresivas y sus impactos, existe aún poco estudio empírico en América latina.

Al terminar el recorrido, se hace manifiesto nuevamente lo fundamental que es la presencia física (“poner el cuerpo”, como dicen las participantes de la “Marcha de las Gorras en Argentina”) en la protesta, puesto que la presencia corporal es una de las manifestaciones concretas –con lo que implica hacerse escuchar– de las emociones que estimulan, mantienen o hacen decaer la acción colectiva. Prueba de ello es el énfasis tradicional en cuantificar qué tanta gente estuvo presente, como indicador del éxito de una acción. Por lo que no se puede evitar pensar en qué impactos tendrá el fuerte retroceso de la protesta en el espacio público en el periodo de la pandemia. Aunque, por cierto, este retroceso se debe matizar, las protestas importantes que conoce América latina, por ejemplo, en Perú (noviembre 2020) o Colombia (abril-mayo 2021), así lo evidencian. El impacto de la pandemia en los repertorios de protesta al nivel emocional se podrá evaluar en un futuro cercano, con relación a las implicaciones del distanciamiento y aislamiento social vigentes desde marzo de 2020 en muchos países.

Reconocimientos

Agradezco a los (o las) pares académicos que hicieron una relectura atenta de la primera versión de este artículo, por sus sugerencias y comentarios en aras de mejorar tanto su argumento como su pertinencia, y al equipo de la revista Ciencia Política de la Universidad Nacional de Colombia por el trabajo editorial y de coordinación. El artículo se inscribe dentro de mi trayectoria investigativa en torno a los movimientos sociales en Colombia y América latina, y es parte del trabajo investigativo realizado en mi actual cargo en el Instituto Francés de Estudios Andinos (IFEA).

Julie Massal

Doctora en Ciencia Política de la Universidad Paul Cézanne (Aix-Marseille III) en Francia. Exdocente e investigadora del Instituto de Estudios Políticos y Relaciones Internacionales (IEPRI) de la Universidad Nacional de Colombia (2005-2016). Investigadora y coordinadora del Instituto Francés de Estudios Andinos (IFEA) en Colombia desde 2018, su investigación se enfoca en los procesos de movilización en el contexto de pos-acuerdo de paz en Colombia y la relación entre movilización social, represión y democracia.

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Estos ejes no son los únicos ni pretenden ser exhaustivos, pero son los más recurrentes en la producción tanto latinoamericana como anglosajona y europea (Aminzade y McAdam, 2001; Jasper, 2011, 2012, 2018; Flam y King, 2005; Lefranc y Sommier, 2009; Traïni, 2009; Sommier, 2010; Faure y Négrier, 2017; Blondiaux y Traïni, 2018).
Jasper (2007) señala la importancia de reincorporar la cultura en los estudios de la movilización social. En América latina, la corriente de los nuevos movimientos sociales (NMS), sí enfatiza la cultura, pero no las emociones (Álvares, et al., 1998).
Una vereda es la subdivisión administrativa más pequeña en el ámbito rural de Colombia.
Como lo pude constatar, por ejemplo, en una jornada dedicada al acuerdo de paz de la Radio Santo Tomas el 10 de diciembre de 2015, donde representantes de ONG de terreno señalaban el fuerte escepticismo frente al gobierno y al acuerdo de paz (entonces aún en negociación y no conocido en detalle).
La “tusa” designa coloquialmente en Colombia la desilusión amorosa o “un mal de corazón” como señala la autora (Perilla, 2018, p. 173).
Al nivel internacional esta tendencia evoluciona, con un creciente interés en el humor, la ironía o la sátira en la protesta (Flam y King, 2005; Hart, 2007; Romanos, 2016). También se puede señalar el aporte de Jasper (1997) que examina los “placeres” de movilizarse como una motivación emocional determinante.

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Massal, J. (2021). Las emociones en la movilización social: la agenda investigativa en América latina en la década del 2010. Ciencia Política, 16(31), 73–115. https://doi.org/10.15446/cp.v16n31.96573

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(1)
Massal, J. Las emociones en la movilización social: la agenda investigativa en América latina en la década del 2010. Cienc. politi. 2021, 16, 73-115.

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MASSAL, J. Las emociones en la movilización social: la agenda investigativa en América latina en la década del 2010. Ciencia Política, [S. l.], v. 16, n. 31, p. 73–115, 2021. DOI: 10.15446/cp.v16n31.96573. Disponível em: https://revistas.unal.edu.co/index.php/cienciapol/article/view/96573. Acesso em: 9 oct. 2024.

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IEEE

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J. Massal, «Las emociones en la movilización social: la agenda investigativa en América latina en la década del 2010», Cienc. politi., vol. 16, n.º 31, pp. 73–115, ene. 2021.

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Massal, J. «Las emociones en la movilización social: la agenda investigativa en América latina en la década del 2010». Ciencia Política, vol. 16, n.º 31, enero de 2021, pp. 73-115, doi:10.15446/cp.v16n31.96573.

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Massal, Julie. «Las emociones en la movilización social: la agenda investigativa en América latina en la década del 2010». Ciencia Política 16, no. 31 (enero 1, 2021): 73–115. Accedido octubre 9, 2024. https://revistas.unal.edu.co/index.php/cienciapol/article/view/96573.

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Massal J. Las emociones en la movilización social: la agenda investigativa en América latina en la década del 2010. Cienc. politi. [Internet]. 1 de enero de 2021 [citado 9 de octubre de 2024];16(31):73-115. Disponible en: https://revistas.unal.edu.co/index.php/cienciapol/article/view/96573

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