Grey Anderson (ed.). (2023). Natopolitanism: The Atlantic Alliance since the Cold War. Verso. ISBN: 9781804292372
DOI:
https://doi.org/10.15446/frdcp.n25.111517Keywords:
imperialismo, OTAN, Estados Unidos, Rusia, Ucrania (es)imperialism, NATO, United States, Russia, Ukraine (en)
imperialismo, OTAN, Estados Unidos, Ucrânia, Rússia (pt)
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Natopolitanism es una colección de 22 ítems —3 fuentes primarias y 19 artículos—, además de una introducción y una conclusión. La mayoría de los artículos provienen de la New Left Review y su blog Sidecar, pero también de otras revistas académicas como
Foreign Affairs, así como de revistas no académicas como Le Monde Diplomatique y The Guardian. Dado que la mayoría de los documentos sobre los eventos que llevaron a la guerra actual en Ucrania siguen siendo clasificados, los artículos caminan por la delgada línea existente entre la investigación académica y el análisis político contemporáneo, la mayoría de ellos con éxito.
A review of Natopolitanism: The Atlantic Alliance since the Cold War. Edited by Grey Anderson. London: Verso, 2023. 368 p. ISBN: 9781804292372
Recensão de Natopolitanism: The Atlantic Alliance since the Cold War. Edited by Grey Anderson. London: Verso, 2023. 368 p. ISBN: 9781804292372
El imperialismo estadounidense y sus satélites europeos
Natopolitanism es una colección de 22 ítems —3 fuentes primarias y 19 artículos—, además de una introducción y una conclusión. La mayoría de los artículos provienen de la New Left Review y su blog Sidecar, pero también de otras revistas académicas como Foreign Affairs, así como de revistas no académicas como Le Monde Diplomatique y The Guardian. Dado que la mayoría de los documentos sobre los eventos que llevaron a la guerra actual en Ucrania siguen siendo clasificados, los artículos caminan por la delgada línea existente entre la investigación académica y el análisis político contemporáneo, la mayoría de ellos con éxito.
La introducción de Grey Anderson recuerda que, cuando se fundó, “los líderes europeos veían a la OTAN como un baluarte contra la subversión interna, así como contra el Ejército Rojo” y que “A primera vista, un amontonamiento de naciones que contaba con el Estado Novo y la Argelia colonial francesa entre sus miembros fundadores podría no ser considerada como un anuncio de publicidad para las virtudes de la democracia” (p. 4). La falta de democracia no se limitó a incluir a Portugal de Salazar y los pieds-noirs; la falta de responsabilidad ante el electorado es una característica de la OTAN, no un defecto: “Por diseño, no por defecto, la OTAN ha limitado efectivamente el ejercicio de la soberanía por parte de sus públicos constituyentes, aislando las decisiones existenciales sobre la guerra y la paz del bullicio de la política electoral. En este sentido, la alianza se asemeja a las instituciones de la Unión Europea, que se originaron en la misma coyuntura y maduraron dentro del protectorado nuclear dirigido desde Washington” (p. 4).
Fue por iniciativa de Estados Unidos que la Bundesrepublik se remilitarizó; su inclusión en la OTAN en 1955 dio lugar al Pacto de Varsovia y llevó al despliegue de decenas de miles de tropas estadounidenses, una presencia militar que continúa hasta el día de hoy, con más de 35 000 militares estadounidenses en servicio activo solamente en Alemania.
Anderson pasa a analizar cómo Estados Unidos presionó para “la persistencia de la OTAN después de la disolución de su supuesto adversario”, la Unión Soviética, en 1991 (p. 6). Recuerda su papel en las Guerras de los Balcanes, señalando que “el 28 de febrero de 1994, aviones F-16 pilotados por estadounidenses fueron enviados para imponer una zona de exclusión aérea sobre Bosnia-Herzegovina y derribaron cuatro bombarderos serbios bosnios, la primera misión de combate en los cuarenta y cinco años de existencia de la OTAN” (p. 8). La presión de Estados Unidos también condujo a las intervenciones de la OTAN en Afganistán y Libia, con resultados catastróficos.
La misma “poderosa cofradía de halcones estadounidenses se movió para sabotear cualquier compromiso con Moscú” después “del estallido de hostilidades en el Donbás tras el derrocamiento de febrero de 2014 del presidente ucraniano Viktor Yanukóvich” (p. 11). La Declaración de la Cumbre de Bucarest, emitida en abril de 2008 bajo presión de Estados Unidos, afirmó que “la OTAN acoge con satisfacción las aspiraciones euroatlánticas de membresía de Ucrania y Georgia”. (Bucharest Summit Declaration, Issued by the Heads of State and Government participating in the meeting of the North Atlantic Council in Bucharest on 3 April 2008). Aunque Anderson no lo dice explícitamente, es obvio que esta expansión en Europa del Este fue lo que empujó a Rusia a la actual guerra en Ucrania.
Según Anderson, “la expansión de la OTAN a Finlandia [lograda el 4 de abril de 2023] y Suecia sería un nuevo regalo para los fabricantes de armas estadounidenses, cuyas acciones se dispararon en 2022 a medida que las ventas de armas a otros estados de la alianza casi se duplicaron con respecto al año anterior, el mercado en gran parte inocente de competencia y los compradores obligados por el pacto del tratado” (p. 17).
La sumisión europea ante el imperialismo estadounidense se hizo evidente “en la estoica aceptación del bombardeo de los oleoductos Nord Stream en septiembre de 2022, el ataque más serio a la infraestructura civil de un estado miembro de la OTAN desde la Segunda Guerra Mundial”, que fue recibido por “Radosław Sikorski, el eurodiputado europeo y ex-ministro de Asuntos Exteriores polaco” con las palabras ‘Gracias, Estados Unidos’” (p. 18).
Esta sumisión volvió a ser evidente “en una cumbre de la alianza en Madrid en junio de 2022”, cuando “la OTAN fijó oficialmente por primera vez a China (etiquetada como un ‘desafío sistémico’) en su mira, en medio de los esfuerzos de Estados Unidos, en palabras de diplomáticos aliados, para ‘aprovechar la acción que había estado llevando a cabo en Ucrania y transformarla... en un apoyo más concreto a sus políticas en la región del Indo-Pacífico’” (p. 19).
Natopolitanism se divide en cinco partes. La parte uno trata sobre la ampliación de la OTAN en Europa del Este después de la caída del Muro de Berlín e incluye el ensayo de Mary Elise Sarotte “¿Una promesa rota? Lo que realmente le dijo Occidente a Moscú sobre la expansión de la OTAN” —“A Broken Promise? What the West Really Told Moscow about NATO Expansion”—, originalmente publicado en Foreign Affairs en septiembre de 2014. La parte dos trata sobre las intervenciones de la OTAN en los Balcanes, Afganistán y Libia, e incluye un artículo de opinión de Régis Debray titulado “Por qué Francia debería abandonar la OTAN”, originalmente publicado en Le Monde Diplomatique en abril de 2013. La parte tres trata sobre el “cambio de régimen” de Maidan en febrero de 2014 en Ucrania e incluye el ensayo de John Mearsheimer “Por qué la crisis de Ucrania es culpa de Occidente: las ilusiones liberales que provocaron a Putin” —“Why the Ukraine Crisis Is the West's Fault: The Liberal Delusions That Provoked Putin”—, originalmente publicado en Foreign Affairs en septiembre de 2014. Las fuentes primarias en la parte tres incluyen el cable del 1 de febrero de 2008 del director de la CIA, William J. Burns, titulado “Nyet Means Nyet: líneas rojas de la ampliación de la OTAN de Rusia” —“Nyet Means Nyet: Russia’s NATO Enlargement Red Lines”—, así como la transcripción de la conversación mantenida el 7 de febrero de 2014 entre la operadora del Departamento de Estado, Victoria Nuland, y el Embajador de Estados Unidos en Ucrania, Geoffrey R. Pyatt, en la cual —además del cri de cœur de Nuland de “que la Unión Europea se vaya a la mierda”— maquinaron el nombramiento de Arseni Yatseniuk como Primer Ministro del gobierno provisional ucraniano después del golpe de Maidan, lo que resultó en la anexión de la península de Crimea por parte de Rusia y en el inicio de una guerra civil en la región de Donbas.
Sin embargo, la parte central del libro son las partes cuatro —“Batalla por Ucrania”— y cinco —“Atlanticology”—, que tratan sobre la guerra actual en Ucrania. Todos los ensayos en estas dos partes se publicaron originalmente en la New Left Review y su blog Sidecar, con la excepción del artículo de Volodymyr Ishchenko “La OTAN a través de los ojos ucranianos” —“NATO through Ukrainian Eyes”—, una versión anterior del cual se publicó en Truthout el 28 de diciembre de 2021.
La parte cuatro comienza con un excelente ensayo de Susan Watkins titulado “¿Una guerra evitable?” —“An Avoidable War?”—. Watkins se burla del “argumento de que el expansionismo de la OTAN no tuvo nada que ver en la crisis” (p. 228). En realidad, argumenta Watkins, la OTAN es “un vehículo para extender el poder estadounidense profundamente en Europa” (p. 232) y “la ampliación de la OTAN ha sido una operación agresiva y Moscú siempre ha estado en su punto de mira” (p. 229).
Según la propaganda estadounidense, “por el sagrado principio de la autodeterminación nacional soberana, Ucrania tiene todo el derecho de elegir unirse a la OTAN, tomando su lugar dentro de una alianza defensiva de democracias liberales. Que Putin no esté de acuerdo simplemente demuestra su odio autocrático por la democracia” (p. 229). Esta propaganda dio lugar al “mito de la OTAN como un club político para democracias, al que un país como Ucrania podría elegir unirse libremente en nombre de la autodeterminación”. De hecho, según Watkins, “unirse a la OTAN es precisamente ceder la autodeterminación soberana al mando militar externo, la razón por la que De Gaulle sacó a Francia de la integración de la OTAN”. Watkins argumenta que “quienes lo proponen para Ucrania deberían ser sinceros acerca de lo que implica: no el ejercicio de la autodeterminación soberana, sino su abrogación, y una disposición a ver el territorio ucraniano convertirse en una línea de frente militarizada contra su gigantesco vecino” (p. 232).
Watkins recuerda que “En 2016, Obama intensificó la ayuda militar estadounidense y nombró a John Abizaid, el general al mando en Iraq, durante los primeros años de su ocupación, como asesor principal del ministro de Defensa de Ucrania en una asociación planificada de cinco años”. El resultado fue “la transformación estadounidense de un ejército ucraniano ‘destartalado’ en un ejército occidental profesionalizado, con sistemas de mando y control, planificación de operaciones, tecnología de la información y estructuras logísticas organizados por Estados Unidos, además de una capacidad antiaérea significativa. Como Stephen Kotkin se regocijaría en el Times Literary Supplement, Ucrania podía no estar en la OTAN, pero la OTAN estaba en Ucrania” (p. 234). Ni Obama ni Trump tenían interés en los Acuerdos de Paz de Minsk de 2015, y el resultado final de la política, liderada por Estados Unidos de expansión, de la OTAN a Europa del Este ha sido que, en Ucrania, como el ex-director de la CIA de Obama, Leon Panetta, explicó con franqueza, “Estados Unidos está librando una guerra a través de terceros (proxy war) con Rusia” (p. 236).
El ensayo de Tony Wood, “Matriz de guerra” —“Matrix of War”—, recuerda que “Una de las características distintivas de la vida política” ucraniana, “posterior a Maidán fue el repentino empoderamiento de los movimientos nacionalistas de derecha. Habiendo sido la fuerza organizada más prominente en el propio Maidán, después de él retuvieron una capacidad de movilización mucho mayor que cualquier otra tendencia”. Como resultado, la extrema derecha ha ganado en Ucrania “un grado de influencia ideológica y poder institucional desproporcionado a su número real y, crucialmente, a su desempeño electoral: mientras que partidos como Svoboda se desplomaron en las urnas, los eslóganes de extrema derecha se normalizaron en el discurso público y las formaciones paramilitares de extrema derecha fueron integradas en el aparato de seguridad del estado por el ministro del Interior, Arsén Avákov, durante su mandato de siete años (2014-2021)” (p. 253).
Este desplazamiento hacia la derecha de la política ucraniana también tuvo consecuencias en la política interna y externa: “En febrero de 2019, se modificó la constitución de Ucrania para revocar su ‘no alineación’ y afirmar la ‘irreversibilidad del rumbo europeo y euroatlántico de Ucrania’ y para consagrar un compromiso con la futura membresía en la OTAN. En ese momento, las encuestas sugerían que solo alrededor del 45 por ciento de la población ucraniana apoyaba unirse a la OTAN” (p. 255). El resultado final ha sido, una vez más, “convertir a Ucrania en el escenario de una implacable guerra a través de terceros (proxy war)” entre Estados Unidos y Rusia (pp. 259-260).
El ensayo de Volodymyr Ishchenko, “La OTAN a través de los ojos ucranianos”, ofrece una respuesta matizada a la pregunta “¿Querían los ucranianos unirse a la OTAN?”. Desde un punto de vista de clase, “las actitudes ucranianas hacia la OTAN reflejaban las divisiones de clase más amplias, además de las divisiones preexistentes sobre la identidad regional y nacional. Cuanto más acomodada y educada fuera la persona, más probable era que estuviera a favor de la OTAN. En los años siguientes a la independencia, una clase media profesional postsoviética buscó la ‘integración euroatlántica’ para obtener oportunidades profesionales, recompensas y poder político, al tiempo que vio a la mayoría menos acomodada como incapaz de tomar decisiones informadas sobre cuestiones de política exterior. Tal proyecto de occidentalización, emprendido por esta élite privilegiada compradora, inevitablemente implicaba un quiebre con las masas ‘atrasadas’. Mientras estas últimas se aferraban a la estabilidad que podían encontrar en el caótico período posterior a la caída de la URSS, las primeras avanzaban para presentar sus intereses particulares como el interés nacional en su conjunto” (p. 265).
Los “fanáticos más ardientes de la OTAN se encontraban entre los neoliberales y neoconservadores, moderadamente nacionalistas pro-occidentales, organizados políticamente en varios partidos ‘nacional-democráticos’. Este grupo, que también poblaba las filas pequeñas, pero en crecimiento (gracias a donantes occidentales), de la sociedad civil ucraniana organizada en ONGs, aprovechó su oportunidad después de la Revolución Naranja de 2004, que llevó a Víktor Yúshchenko al poder. Fue Yúshchenko, alentado por George W. Bush, quien impulsó la solicitud de Ucrania para un Plan de Acción de Membresía de la OTAN. Consultar al electorado estaba fuera de discusión. En vísperas de la Cumbre de Bucarest de abril de 2008, en la que se declaró que Ucrania y Georgia ‘se convertirán en miembros de la OTAN’, menos del 20 por ciento de los ciudadanos ucranianos aspiraba a hacerlo” (p. 266).
Según Ishchenko, “No fue hasta 2014, con la anexión de Crimea por parte de Rusia y la guerra en Donbás, que el apoyo a la opción de la OTAN aumentó drásticamente, aunque aún no fue abrazado por la mayoría de los ucranianos”. Este cambio en la opinión pública fue en parte un artefacto del hecho de que “las encuestas no incluyeron a los ciudadanos ucranianos más pro-rusos concentrados en los territorios que ya no estaban bajo el control del gobierno ucraniano: Crimea y partes de las regiones de Donetsk y Lugansk. De hecho, se excluyó de facto a millones de ciudadanos de la esfera pública ucraniana” (p. 267).
El artículo de Alexander Zevin, “Una guerra normal” —“A Normal War”—, argumenta que “el nivel de histeria es tan alto como después del 11 de septiembre [del 2001]: el mundo libre, la civilización, el bien y el mal, todo está en juego una vez más” (p. 286). Arrastrados por esta histeria de guerra, la posición de las organizaciones y medios de comunicación supuestamente de izquierda de Estados Unidos, como “los Democratic Socialists of America y el Squad [un grupo de ocho miembros demócratas de la Cámara de Representantes de Estados Unidos]; escritores de Jacobin, Dissent, Jewish Currents, The Intercept y otras publicaciones más pequeñas”, difiere “sólo en grado y matices de la línea del Departamento de Estado” (p. 287). Recordando la declaración de Hillary Clinton de que “el desastre ruso en Afganistán en la década de 1980 debería ser el ‘modelo’ para Ucrania”, Zevin comenta: “Los planes para convertir a Ucrania en un nuevo Afganistán, por parte de las personas que acaban de librar a dicho país a la hambruna, deberían darle motivos para reflexionar a cualquier persona preocupada por los ucranianos” (p. 289).
La Conclusión de Thomas Meaney, titulada “La OTAN y el Yeti” —“NATO and the Yeti”—, se basa en un artículo publicado originalmente por The Guardian el 5 de mayo de 2022. Meaney argumenta que “la OTAN ha cumplido en gran medida la misión que se dice que su primer secretario general, Hastings Ismay, estableció para ella: ‘Mantener a los rusos fuera, a los estadounidenses dentro y a los alemanes abajo’” (p. 340). Según Meaney, “en la práctica, la OTAN es ante todo un acuerdo político que garantiza la primacía de Estados Unidos en determinar las respuestas a las preguntas europeas. La sede política de la OTAN se encuentra en un complejo modernista en Bruselas, pero su centro de comando militar más significativo está en Norfolk, Virginia. Todos los SACEUR [Comandante Supremo Aliado en Europa] desde 1949 han sido oficiales militares estadounidenses” (p. 341). Una fuente impecablemente reaccionaria y conocedora como Charles de Gaulle comentó en 1963 que “la OTAN es un subterfugio. Gracias a la OTAN, Europa queda bajo la dependencia de Estados Unidos sin parecerlo” (p. 345).
Meaney recuerda que “la institucionalización del juego de provocación nuclear fue considerada una estratagema letal por muchos ciudadanos de los estados de la OTAN”, y que, en 1983, “la colocación de misiles Cruise y Pershing de la OTAN en Europa Occidental provocó las protestas más grandes en la historia de la posguerra” (pp. 353-354). Esos coqueteos juveniles con la cordura se han olvidado desde hace mucho tiempo. Describiendo la creciente sumisión de la izquierda europea al imperialismo estadounidense, Meaney recuerda que “A principios de la década de 1990, las facciones más poderosas de los Verdes alemanes se estaban convirtiendo en ‘adictos a la OTAN’, justo a tiempo para participar en las pruebas de bombas que la OTAN estaba realizando en reservas de cría de renos en Noruega. En 1995, el cargo de secretario general lo ocupaba el socialista español Javier Solana, autor en 1862 de un folleto titulado ‘50 razones para decir No a la OTAN’, que alguna vez figuró en una lista estadounidense de agentes subversivos” (p. 349).
Respecto a la causa más probable del estallido de una guerra nuclear en la actualidad, Meaney comenta: “Ucrania se convirtió en un punto especial de interés durante los años de Clinton y fue el tercer mayor receptor de ayuda estadounidense a fines de la década de 1990, superado sólo por Egipto e Israel. Entre la anexión de Crimea en 2014 y la invasión rusa seis años después, Kiev recibió más de 3.000 millones de dólares sólo en asistencia militar; desde que Rusia intervino, la cifra ha aumentado en varios órdenes de magnitud. El entrenamiento de tropas ucranianas por parte de la OTAN también ha aumentado considerablemente con el tiempo. A partir de la intervención militar de Clinton en Kosovo, las tropas ucranianas podían contarse en casi todas las operaciones posteriores a la Guerra Fría lideradas por Estados Unidos, incluyendo Afganistán e Iraq”. La capacidad del ejército ucraniano para enfrentarse al ejército ruso no es sorprendente, ya que “grandes segmentos de él están entrenados por la OTAN y son capaces de hacer un uso efectivo de armamento de la OTAN” (p. 350).
En cuanto al “giro hacia Asia” prometido por la Secretaria de Estado de los Estados Unidos, Hillary Clinton, en su artículo de 2011 en Foreign Affairs “El Siglo del Pacífico de América” —“America’s Pacific Century”—, Meaney recuerda que “algunos comentaristas estadounidenses más beligerantes ven la escalada en el teatro europeo como otro ejemplo de la incapacidad de Washington para centrarse en la amenaza que representa Pekín”. En opinión de Meaney: “No necesitan preocuparse. La respuesta de la OTAN y el despliegue de sanciones de vanguardia del Occidente” contra Rusia “han sido un ensayo general para la OTAN Mundial: una alianza con la ambición de rodear a China” (p. 354).
En resumen, los ensayos recopilados en Natopolitanism deberían ser de lectura recomendada para todos aquellos interesados en una visión crítica de la guerra actual en Ucrania y del papel de la OTAN la misma, así como para cualquier persona preocupada por el rumbo actual de la política exterior de Estados Unidos y sus consecuencias en todo el mundo.
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