Publicado

2009-01-01

De las motivaciones para escribir historia local

DOI:

https://doi.org/10.15446/historelo.v1n1.9308

Palabras clave:

Historia local, autobiografía, Tuluá, motivaciones (es)

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Autores/as

  • Oscar Londoño Pineda Academia de Historia de Tuluá

El presente ensayo ofrece, a partir de la experiencia investigativa del autor y su contacto con la comunidad del municipio de Tuluá (Valle del Cauca), un balance sobre el potencial de motivaciones que se originan al escribir historias locales. El autor considera relevante las motivaciones de orden personal o familiar, las de carácter reivindicativo en torno a personajes o hechos históricos que forman parte de la memoria de una comunidad y las de orden emocional y social. Finalmente la historia local es vista por el autor como una práctica de gran utilidad para la enseñanza y aprendizaje a partir de las realidades locales.

Palabras Clave: historia local, autobiografía, Tuluá, motivaciones.


 

On the motivations to write local history

Abstract

The present essay offers, from the investigative experience of the author and his contact with the municipal community of Tuluá (Valle del Cauca), an assessment of the potential from motivations which originate upon writing local histories. Motivations stemming from personal or family matters, from the vindication of people or historic events which form a part of a community’s memory, from emotional, and from social issues, are all considered relevant by the author. Finally, local history is seen by the author as a very useful practice for teaching and learning from local realities.

Keywords: local history, autobiography, Tuluá, motivations.

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ENSAYOS

 

De las motivaciones para escribir historia local

 

 

Oscar Londoño Pineda **

** Jurista, narrador, poeta e historiador local. Autor de varios volúmenes autobiográficos y sobre la historia del municipio de Tuluá (Valle del Cauca) de donde es oriundo. E-mail: olondonop@telmex.net.co

 

Articulo recibido 10 de noviembre de 2008, aceptado el 03 de marzo de 2009 y publicado electrónicamente el 1 de junio de 2009.

 


Resumen

El presente ensayo ofrece, a partir de la experiencia investigativa del autor y su contacto con la comunidad del municipio de Tuluá (Valle del Cauca), un balance sobre el potencial de motivaciones que se originan al escribir historias locales. El autor considera relevante las motivaciones de orden personal o familiar, las de carácter reivindicativo en torno a personajes o hechos históricos que forman parte de la memoria de una comunidad y las de orden emocional y social. Finalmente la historia local es vista por el autor como una práctica de gran utilidad para la enseñanza y aprendizaje a partir de las realidades locales.

Palabras Clave: historia local, autobiografía, Tuluá, motivaciones


 

 

Las motivaciones para investigar y escribir las historias locales pueden tener origen en muy diversas causas, provenir de circunstancias de muy distinta índole. En ocasiones esas historias llegan a tener dimensiones regionales, y aun traspasarlas, según sea el alcance de su eco, o la órbita de su influencia. Otras no logran mayor proyección, y permanecen en el espacio local, sin que esto desmerezca, en forma alguna, su importancia.

 

Motivaciones de orden personal o familiar

Alguien, que ha sido protagonista de un episodio de alguna importancia en la vida local, o que en conjunto con las gentes de su mismo apellido ha logrado trascender el marco hogareño, así haya sido de manera transitoria, puede encontrar en lo sucedido, un estímulo suficiente para pretender que esto sea consignado con carácter de permanencia en la memoria colectiva. Si acaso no asegure un sitio en las páginas de la historia local. Pueden haber pasado muchos años de lo acontecido, y estas memorias pueden constituirse todavía en material posible a la evocación, o encontrarse aún frescas sus huellas, para su rescate.

Ya porque esos hechos prestigien a sus actores, o porque se pretenda una reevaluación de aquellos, los medios que suelen emplearse para garantizarles un espacio en el tiempo pueden provenir de la iniciativa personal, ya los escriban con su propia mano, de estar asistidos por las luces de la escritura, ya de otras manos, en busca de mejorarlas con aportes de ajena imaginación. Es el caso cuando el interesado entrega el relato de viva voz al cronista, o el testigo entrega su versión, o el historiador reconstruye, con los datos que ha logrado recaudar, los escenarios y los personajes, su tiempo y los comportamientos seguidos. Suele suceder que viejas historias locales van pasando de voz en voz, de generación en generación hasta cuando alguien encuentra satisfacción, o siente la necesidad de salvarlas en las páginas de un libro. Un oído atento y memorioso y un longevo contador de historias, unas huellas aún frescas, un testigo sobreviviente, pueden contribuir a recuperar esos hechos locales.

Asistido como está el ser humano de un afán de permanencia más allá de sus posibilidades físicas, pretende proyectar en la memoria colectiva su imagen, que no siempre se realiza en la dimensión de lo esperado, que aún en sus balbuceos puede ofrecer un repertorio suficiente para entender la dirección hacia la cual avanzaba.

Es el caso del discreto y sabio educador que sembró la semilla para la cosecha de nuevos días de esplendor de su comunidad, como fue el caso, de don Rafael Alzate Chica, descendiente de procera familia antioqueña quien llegó a mi ciudad, Tuluá, para ejercer una docencia inolvidable, hacer ejercicio cabal de ciudadanía, ejemplar y fecundo en virtudes y enseñanzas, formador, en su colegio, de hombres de bien y de provecho. O el artesano que desde su elemental tarea realizó valores artísticos para alegría de sus coterráneos, que son testimonio de una época. Como magistralmente nos lo refiere en uno de sus libros, titulado El libro de los oficios de antaño, el escritor Eduardo Santa (1998). O quien dio salida en notas musicales a torrentes de emoción propia y ajena.

También en un sobresaliente actuar cívico, o en el patrocinio para obras de beneficio comunitario que generaron trasformaciones en el medio social, puede encontrarse material valioso, o en el heroísmo como expresión de entrega total a unos ideales, las exigencias tumultuosas de Cabildos abiertos, las hazañas de la colonización, en sus episodios más personales e íntimos, cumplidos cada día en la vida de cada uno de sus participantes, colonizaciones que lo fueron también de siembra de raza y costumbres, aldeas y ciudades y que, ofrecen material de estudio, en cuanto constituyen patria.

Puede que no sean actores de primera línea quienes tratan de salvar sus nombres para la historia local o regional, pero la comunidad recogerá a aquellos y a quienes no estén en esa categoría si acrecieron los méritos de su comunidad, si hicieron más pintoresca su vida, si representaron expresiones del común. Los herederos, cuando no los propios hacedores de historia, querrán mostrar a otros los atributos que acompañaron a las gentes de su estirpe.

Para mejor ilustración de este punto me permito transcribir parte de una entrevista concedida por el doctor Otto Morales Benítez cuando el 29 de agosto de 1999, en Tuluá, asistió, invitado por la municipalidad a hacer la presentación de uno de mis libros, titulado, Tuluá, Visión Personal (1999):

Recuerdo con gran emoción, con gran interés, una visita que hice a una ciudad en Bulgaria que se llama Varna. Era un pequeño pueblo de cuatro mil almas. Había un gran salón de exposiciones. Me quedé asombrado de que una aldea tan minúscula tuviera un edificio tan espacioso dedicado a biblioteca, a juegos de esparcimiento de los jóvenes para sacarlos de la bebida; y en segundo lugar, un museo. Iba con una traductora la cual me iba explicando qué estaba pasando en este. Algunos de sus visitantes observaban unos cuchillos y algunos gorros de una pobreza impresionante. Era algo conmovedor, que estos elementos tan pobres, se guardaran allí con tanta devoción. El muchacho mayor le explicaba a los demás: 'ese es el gorro de mi bisabuelo', 'este es el machete con que mi bisabuelo hizo la independencia de Bulgaria, de los turcos'. Entonces le dije a la traductora: 'pregúntele si el bisabuelo de él fue general o que cargo tuvo?', a lo cual le respondió: 'no, él fue un soldado pero si él no hubiera peleado no habrían tenido fuerzas suficientes para vencer en la guerra a los turcos, que eran el poder en el mundo'. De suerte que la importancia de ese gorro y de esas pobres herramientas elementalísimas, dejaba en el muchacho la sensación de que el bisabuelo había sido tan importante como Dimitrov quien había sido el gran general de la guerra.

Y agrega el doctor Morales Benítez:

Aquí en Colombia le ponen a uno héroes lejanos separados de la vida de los pueblos con los cuales no tenemos relación. Aprendemos de sus hazañas, de memoria, sin ataduras con ellos. Yo por ejemplo hubiera amado más la independencia de Indo- América si a mí me hubieran enseñado que en la última vez que se tocó el clarín para dar la gran batalla José María Córdoba en Ayacucho, quien lo hizo fue un paisano mío. Hubiera sentido la Independencia de América como parte mía. He tenido que pasar treinta años estudiando para venir a encontrar que el acto de ese hombre humilde, era integrante de la gran revolución de Independencia. Esa es la virtud que cuando uno toca temas locales, estudia cosas reconocibles, nombrables en la intimidad, cuando uno las toma y las une al destino nacional, la historia de los pueblos se va engrandeciendo. Pero, además, eso tiene correspondencia con lo que es la memoria colectiva. La gente, de otra manera pierde la perspectiva; olvida la dimensión de los hechos.

 

Motivaciones de orden reivindicativo

En esa sucesión de acontecimientos que van generando y a la vez integrando una comunidad, y que conforman su patrimonio histórico, suele ocurrir que algunos hechos de singular importancia cumplidos por persona o personas del lugar, quieran ser desconocidos como tales, por sus paisanos, o por extraños, cuando no es que otra ciudad pretenda y logre apropiarse, sin derecho alguno, de nombres y sucesos que tienen una resonancia histórica capaz de aureolar las páginas de cualquier historia local.

Suele suceder, y es de frecuente ocurrencia, que unos límites territoriales comprensivos del Municipio hayan sido cuestionados desde años atrás por entidades representativas de alguno de sus limítrofes, o por cualquier malqueriente, o por inocultables intereses de orden político-electoral, y para conservar la integridad del territorio y la fidelidad a la aspiración de los votantes, deba acudirse a documentos y mapas, testimonios, inspecciones sobre el terreno, con el propósito de precisar el alcance de los derechos cuestionados. Y que de contera, haya de irse en busca de información esclarecedora a notarías y despachos oficiales, para buscar entre folios envejecidos la verdad histórica, determinar el nombre del paraje o la vereda, su extensión, o los títulos traslaticios de dominio de antiguos poseedores, de haberlos configurado, y existir todavía.. Y en ausencia de pruebas recientes que hicieran claridad sobre el asunto, haya de acudirse a archivos privados o públicos, algunos lejanos en el tiempo y en el espacio.

Quienes incursionan en esos aspectos de la vida municipal, porque se ven precisados a hacerlo, realizan una tarea histórica valiosa, aun cuando no sean profesionales en estos temas, bien porque actúen como partes en el asunto a dilucidar, bien porque asuman ese encargo en defensa de los intereses de comunitarios.

Se está escribiendo historia local en cuanto tiene que ver con la trayectoria de una comunidad, cumplida dentro de un espacio físico que ha elegido o heredado, y que, por lo mismo, compromete sentimientos muy íntimos de pertenencia y permanencia dentro de una marco con el cual se encuentra identificado.

Y qué decir cuando se trata de desconocerle a una comunidad la paternidad de un hecho histórico relevante, o cuando al protagonista principal de ese mismo hecho se le ignora, por personas o investigadores sociales interesados en hacerlo. Negar su lugar de origen, la validez de sus acciones, su proyección histórica, o más grave aun, cuando hay el propósito de atribuir a otra ciudad el privilegio de su nacimiento y la trascendencia de su actuar.

Presento como ejemplo el caso de una heroína de nombre María Antonia Ruíz, de raza negra, oriunda de mi ciudad natal, que participó en forma destacada en la batalla de San Juanito, que así se denominaba la hacienda de la cual este hecho heroico tomó su nombre, situada en las proximidades de Buga, escenario que fue del encuentro de las fuerzas de la llamada reconquista española, y las patriotas. De ella escribe el historiador Belisario Palacios, en su libro Apuntaciones histórico-geográficas de la Provincia de Cali, publicado en 1896: ''Se asegura que una negra caleña prendió fuego a la ramada del trapiche durante el combate, y obligó a los realistas abandonarlas y huir''.

Corría el año de 1819, un 29 de septiembre, cuando se libró la acción guerrera, que dio ''la libertad a la parte más rica de la gobernación de Popayán, cuyo territorio comprendía más de la mitad del Nuevo Reino de Granada. Esta batalla fue la clave para organizar las expediciones patriotas que liberaron a Pasto, el Ecuador y Perú'', anota el historiador Luis A. Velasco Arizabaleta (1980)

¿Qué movió el ánimo de esta esclava negra para avanzar ''con una lanza ensartando a su paso a quien se atreviera a oponérsele''. Sucedió que la esclava había entregado a su hijo único Pedro José Ruíz al ejército patriota, bajo el estímulo de los ideales encarnados en la proclamación de independencia del 3 de julio de 1810 efectuada en Cali, y quien fuera fusilado en Buga el 31 de agosto de l819, acompañado en el cadalso por el prócer ecuatoriano, Coronel Carlos Montúfar. En la Batalla de San Juanito, con su gesto histórico, vengó la muerte de su hijo, y despejó los caminos de la libertad, hacia el sur.

Se ha tratado siempre de guardar silencio acerca de la ciudad de origen de Maria Antonia Ruiz, cuando no es que se le atribuye a otra ciudad su procedencia, y la verdad histórica es que nació en Tuluá, en cuyos registros parroquiales reposa su partida de bautizo, buscada por al historiador Guillermo E. Martínez (1946) quien la transcribe en el capítulo suyo del libro Historia y Geografía de Tuluá, que escribiera en compañía de Joaquín Paredes Cruz.

Cabe entonces preguntar si faltan capítulos de la historia local por escribir, y deben recuperarse; más aún cuando no ha habido, como en este caso, un sentimiento de pertenencia de parte de la comunidad para con una vida tan valiosa. He ahí la importancia de volcar la atención sobre el discurrir de las localidades para fundar emociones y consolidar orgullos.

 

Motivaciones de orden emocional

A medida que se traspasan las puertas del hogar para vivir las aventuras sorprendentes y pintorescas que ofrecen las calles de nuestro lugar de residencia, comenzamos a conocer rostros, lugares, episodios que quedan grabados en la memoria. Cada nuevo día se recogen nuevas emociones y nuevas experiencias, agradables unas, desagradables otras, pero que, cualquiera sea la calificación que se les dé, constituirán el eje sobre el cual girarán nuestros recuerdos con una mayor intensidad.

Además de nuestras incursiones en ese mundo de fantasmas y fantasías que alimentan nuestros primeros años de vida, están los comentarios hogareños y los de los vecinos más próximos, sobre el discurrir del poblado, el de antes y el de ahora, y que nosotros tratamos de identificar en calles y plazas, rostros y figuras, esquinas, tiendas y plazas de mercado.

Es posible que allí encuentre el futuro historiador, o el cronista con vocación de escritor, el material para su trabajo, al abrir las compuertas de sus recuerdos para la lectura ajena, cuando no es que va tras de viejos infolios en las notarias, documentos en oficinas públicas, o empolvados archivos, para sustentar afirmaciones, ampliar el ámbito de la materia, o allegar elementos necesarios para recrear los hechos.

La aldea, con el perezoso desplazarse de sus días, garantiza una mayor frescura en los recuerdos, y las pequeñas hazañas invaden todos los espacios hasta convertirse, por obra de la imaginación y el ocio, en grandes hazañas. La ciudad pasa en tropel sobre innúmeros acontecimientos de ocurrencia en los poblados, para registrar sólo aquellos que involucran a grandes sectores de la comunidad, o que han tenido como escenario, lugares ya de por sí, importantes.

Sea en los pequeños o en los grandes escenarios donde la vida proyecta su fuerza creadora, el hombre es el testigo excepcional del acontecer permanente, que unas veces registra con frialdad, con objetividad, con afán de entregar una verdad, y otros, agitado su corazón por las corrientes de emociones que se depositan y estallan en su interior, y va dejando un testimonio al impulso de motivaciones distintas a las exigencias académicas o preceptos de investigación. Entonces es cuando entra en juego la imaginación. Como gran ingrediente que sin desdibujar lo esencial de la historia, la airea y complementa. Cuántas obras literarias son producto de esas experiencias tempranamente vividas, encajonadas dentro de un espacio reducido y que buen aporte, además de agradable y recreativo, han hecho a la investigación histórica y social.

El Profesor Héctor H. Orjuela (2004), en su libro Crónicas y Cronistas de la Nueva Granada, cuenta ''como a otros tantos cronistas coloniales, a Rodríguez Freile le dio en la vejez, forzando la memoria, por escribir recuerdos de acontecimientos relacionados con la historia de su ciudad natal, y ya setentón redactó en un período de casi tres años la crónica que la posteridad conocería con el nombre de El Carnero [...]'' Y agrega: ''En rigor el cronista no quiso historiar los sucesos del Nuevo Reino de Granada, sino que su intención fue relatar exclusivamente lo acaecido en su ciudad natal, Santafé de Bogotá [...]''. Más no pudo sustraerse a abordar otros temas.

Aquél primer marco del hogar no sólo implica un atesoramiento de lecciones y de comportamientos, sino un lugar en la aldea o la ciudad, lugar que está determinado por una arquitectura de la época, unas creencias de su tiempo y una ubicación particular que corresponden a un modo de vida. Luego la escuela, la iglesia, el taller, o las labores del campo, tienen una gran significación en el momento de historiar la vida de una comunidad, al igual que quienes dentro de ella representan, por ejemplo, jerarquías administrativas, políticas, religiosas, cívicas y cuyas actuaciones pueden llegar a ser formadoras o deformadoras de criterio. Esos personajes que dominan la vida de la aldea o de la ciudad son objeto de escrutinio permanente para el aplauso o la condena, según sean sus actuaciones y todos ellos integran grandes capítulos, que marcan para siempre a sus habitantes, que resultan espectadores o referentes de la tragedia y de la comedia diarias que allí se ofrecen. Ese quehacer de la ciudad, permite conocer su índole, avizorar su futuro, regresar sobre sus huellas. Esto es insoslayable. Y habrá quienes encontrarán allí el gran material para su trabajo histórico, como resultarán igualmente útiles a quienes se han impuesto tareas de mayores alcances.

El Académico doctor Eduardo Santa, quien en sus escritos ha insistido en la necesidad de mirar a la provincia como hacedora de historia, al presentar su libro (1990) Recuerdos de mi Aldea, precisa:

[...] fue en cierta forma el Líbano de nuestra infancia. Si me tomé el trabajo de ordenar los recuerdos y las vivencias de esa época, fue porque pensé que si no se recogían oportunamente, apelando al testimonio personal y a la tradición oral de algunos sobrevivientes de esa 'época del esplendor' [...], el paso del tiempo terminaría por borrar en forma definitiva ese que fue el instante más hermoso de toda nuestra historia comarcana. Y la oportunidad para publicarla no puede ser mejor: la celebración del Primer Festival del Retorno. Porque pienso que recordar también es retornar. Y, sobre todo, porque para quienes tenemos profundas raíces en el pueblo que construyeron nuestros abuelos y nuestros padres, estamos en la obligación de recuperar su pasada grandeza moral y espiritual.

Un 25 de agosto de 1776 nació en Tuluá Juan María Céspedes, botánico, investigador en su ciencia, sacerdote, patriota, académico, catedrático, miembro de sociedades científicas del extranjero, conocido por Bolívar y Santander, quienes lo distinguieron con su amistad y en razón de sus méritos y patriotismo, le hicieron muy especiales reconocimientos. El Congreso Nacional dispuso, en 1844 publicar su obra científica. Céspedes, presintiendo que estaba cercano el fin de sus días, entregó los originales de sus escritos al General Tomás Cipriano de Mosquera para que obtuviera su publicación. No fueron publicados ni se ha sabido qué suerte corrieron esos originales, que destino tuvieron quién pudo haberlos utilizado. Constituye este uno de esos casos en los cuales la aldea, y el trabajo de sus gentes, son arrojados al olvido, menospreciados, cuando no, asaltados los derechos ajenos. Es un deber de la comunidad conocer el destino final de esos trabajos.

 

Motivaciones de orden social

Aquello que más identifica a una comunidad y se constituye por lo mismo en expresión de su reciedumbre y valía, es su capacidad para movilizarse en torno de sus más preciados ideales e impulsarlos, contra todo riesgo, hasta su culminación, si fuere posible, cualquiera fuere el sacrificio que por ello hubiere de pagar. Los pueblos que han logrado proyectar su futuro conforme a unos marcos de ideales creadores, han librado duras batallas contra los detentadores del poder que niegan con sevicia el ejercicio de la libertad. A sus sojuzgados, que hacen del oscurantismo un método de dominación, que sacrifican sin piedad a quienes pretenden iluminar con la antorcha de las ideas y con el fuego vivo de sus vidas, los avances sociales, pregoneros del progreso como una necesidad insoslayable y la dignidad del hombre como un derecho primordial.

La historia da buena cuenta de cuando en las comunidades locales ha comenzado a avivarse el fermento de la inconformidad y a crecer el caudal de las protestas, primero al impulso de voces y consignas que se van pasando, en voz baja, de uno a otro oído, de uno a otro entusiasmo, y que van acreciendo el torrente de la rebeldía hasta cuando toma cuerpo en calles y plazas, caminos y veredas, para tornarse en una fuerza incontenible. Es cuando el pueblo hace presencia ante la historia, tenga fortuna o no en su intento, pero demostrando así sus convicciones y su voluntad de romper las amarras de la opresión. Lo mismo en la tienda de la esquina, que en la velada familiar, en la tertulia en el café, o en el taller proletario, en la choza campesina o en la fonda caminera, como en las tareas de la siembras y las cosechas, comienzan a tomar forma los primeros impulsos de rebeldía. Luego el torrente humano se despliega en calles, plazas y caminos vivando consignas de libertad, elevando sus voces airadas, afirmando su decisión de obtener cuanto en ese momento constituye el motivo central de la insurgencia.

Han sido movilizaciones humanas que unas veces tienen repercusión más allá de los linderos comarcanos y que pueden llegar a crear hitos en la historia de una región, o del país mismo. De nuestra historia sólo se cuentan los grandes acontecimientos nacionales de liberación, cuando iguales esfuerzos, con iguales cuotas de sacrificio se han cumplido en aldeas y pueblos.

Los caminos de la libertad y el progreso han estado regados de sangre y sufrimiento por parte de quienes los transitan como abanderados y correligionarios y por lo mismo merecen ser recordados por quienes a la postre resultan ser beneficiarios de tantos esfuerzos y sacrificios. No son más significativos los que han alcanzado resonancia nacional, o más allá de las fronteras, en razón de la importancia de lugar donde sucedieron, de los apellidos a los cuales se les vincula, que aquellos acontecidos en remotos pueblos y aldeas de nuestra patria, que desde allá pudo haber llegado el primer impulso. Recuérdese como con anterioridad al 20 de julio de 1810, en la provincia ya se habían convocado en la plaza mayor para la protesta, elevado voces de independencia, suscrito actas proclamando la libertad.

Suele suceder que en las plazas y avenidas de las ciudades, o en los centros de enseñanza o despachos administrativos se exhiben, en ocasiones como adorno, en ocasiones como testimonio de patria, en ocasiones en cumplimiento de una ley o un decreto, bustos o retratos de héroes nacionales, de servidores públicos, forjadores de historia que han empujado a la comunidad hacia grandes destinos. Pero, nunca se exhiben los de los héroes o personajes locales que han cumplido también una tarea significativa en su medio. Bustos, y óleos de Bolívar y Santander son visibles en escuelas, colegios y despachos públicos. En las capitales de los departamentos no se erigen bustos ni se exhiben oleos de sus hombres más representativos, y cuando se ven es porque los atributos del linaje o la fortuna los estimulan y facilitan. No se encontrarán, en cambio, ni en las capitales ni en las ciudades de categoría administrativa de menor rango, exaltada la memoria de sus héroes del común, de sus luchadores anónimos.

¿Será un cierto pudor de aldeas, pueblos y ciudades sin mayor jerarquía administrativa o económica para mostrar y ponderar a quienes hicieron historia, enaltecerlos, asegurarles permanencia en el tiempo, presentarlos a las generaciones futuras?

¿O serán los pequeños egoísmos parroquiales los que llevan a desconocer por parte de unos la labor de otros, en un afán de dejar en una oscuridad aberrante los hechos de los contendientes? ¿O un propósito sectario, de partido político o de posición ideológica, o una expresión de fanatismo en lo religioso, cuanto lleva a callar nombres, acciones y conductas valiosas y valerosas, del reciente o el más remoto pasado.?

¿O serán aquellos que se sienten en riesgo al tener ya asegurado un lugar en la historia local, en razón de su poderío, y actúan bajo el estímulo de perpetuarlo, quienes están interesados en desmerecer la actuación de quien o quienes un día se rebelaron contra los abusos, injusticias y prejuicios que aquellos practicaban, y quienes, contra toda amenaza, decidieron, con su ánimo contestatario y renovador, abrir las compuertas de un presente estático en lo local, para marchar hacia horizontes mejores en todos los aspectos de la vida social?.

¿O será, en definitiva, que permanecen ocultos, en ausencia de investigadores, esas acciones libertarias y los nombres de sus abanderados y combatientes? ¿O será que aun habiendo sido rescatados, por investigadores acuciosos, del silencio inmóvil de tiempos ya agotados, no se han difundido en grado tal que resulte imposible conocerlos?. ¿O será que no se imparten las lecciones en los bancos escolares, en las aulas universitarias, para perpetuar en esa forma el reconocimiento a los forjadores de la historia local, a quienes han sido sembradores de porvenir? ¿O será a causa de la ignorancia, así triunfante?

Desde Santa Fe de Bogotá se decretó, el 16 de diciembre de 1775, por las autoridades del Virreinato, que ''el vecindario de Buga'', que comprendía vastas regiones del centro del hoy Valle del Cauca, trabajara en la apertura del camino al Chocó, que garantizaría grandes beneficios económicos para la corona española. La empresa era temeraria para quienes debían realizarla: la peste, la invasión de langostas, los pantanos y humedales, lo inhóspito de los lugares, lo desconocido de la ruta, hacía de este proyecto una tarea descomunal. Mientras más perentorias eran las órdenes superiores, más rápidamente se organizó la resistencia. Los vecinos de Tuluá y Palmira se resistieron a obedecer. Protestaron con energía. Las autoridades virreinales y los Cabildos de Buga y Cali, alarmados, se reunieron. Desistieron de su proyecto. Los insurrectos resultaron triunfantes en sus propósitos. Los nombres de los abanderados, no han tenido reconocimiento distinto a que se les cita en los libros de historia escritos en Tuluá, y sólo en ellos.

Otro hecho importante: el l3 de septiembre de 1809, los raizales de Tuluá, vuelven a sublevarse y convocan a las poblaciones vecinas para eliminar los estancos y unirse a la Junta Suprema de Gobierno de Quito, conformada a raíz de la declaratoria de independencia que se hizo en esa ciudad. Se disponían a viajar a Quito para respaldar las decisiones patrióticas de aquella Junta de Gobierno y fueron atajados en su intento y sometidos a prisión por las autoridades españolas, todavía en ejercicio del poder.

De donde se tiene, con este breve recuento, que la provincia tiene grandes acciones en la conformación de la nacionalidad, acciones ocultas la mayoría de las veces, en ocasiones deliberadamente, en otras por desconocimiento, otras por indiferencia manifiesta.

 

La lección para aprender y enseñar

Solamente en la medida en que hagamos claridad acerca de aquellos sucesos cumplidos dentro del discurrir local, en todos los órdenes –sociales, culturales, políticos, religiosos, administrativos, etc.- que aparentemente tienen dimensiones mínimas ante la gran historia de la nacionalidad, pero que son la base, los cimientos de la construcción de esa misma nacionalidad, se podrá consolidar un verdadero sentido de pertenencia. Es necesario que tanto a los raizales como quienes allí se arraigan, se les impartan estas lecciones, en forma permanente.

Se está integrado a una comunidad que en aldeas y ciudades tiene comprometida su imaginación solamente en los grandes hechos y prestigios nacionales, únicos que se enseñan, y en muy escasa medida en los de la localidad o región a la cual se pertenece. Y con base en esta excluyente, y parcializada docencia se ha cultivado el patriotismo de los colombianos, sin que haya habido interés en hacerles mirar sus asuntos inmediatos, los de su entorno, no menos significativos y formadores de un ideal creativo de comunidad, consciente de su tiempo y sus deberes.

Resulta cierto que se escriben libros sobre la historia de las localidades, y esto de por sí es grandioso. Su cantidad y circulación, en la mayoría de las veces, son precarias, en razón de que en muchas ocasiones corresponden al esfuerzo pecuniario personal. Y no alcanzan a tener difusión en colegios y centros de historia. Los medios de comunicación son renuentes a internarse en esta clase de lecturas, y comentarlas. Cuando no es que las historias locales se escriben con fines de participar en concursos, y luego, sin el galardón y ante la falta de recursos, quedan en las gavetas del escritorio de su autor. Cuando se ha asistido como jurado de concursos de historia, o de cualquier otro género, duele ver como quedan condenados a permanecer inéditos estudios de verdadero valor, porque los presupuestos oficiales siempre son avaros para con esta clase de esfuerzos, y sus autores, en la mayoría de las veces, escasos de recursos económicos, o de vinculaciones que hagan posible su publicación.

Agregada una aldea a otra aldea, y estas, a pequeñas y grandes ciudades, y estas a su vez a las otras, cada una con sus entornos propios, se ha ido conformando la nacionalidad. Es necesario volver las miradas sobre esas pequeñas porciones de patria para comprender a cabalidad quienes somos, como pueblo, y hacia dónde debemos ir, como comunidad y destino.

 


Bibliografia

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Cómo citar

APA

Londoño Pineda, O. (2009). De las motivaciones para escribir historia local. HiSTOReLo. Revista de Historia Regional y Local, 1(1), 229–249. https://doi.org/10.15446/historelo.v1n1.9308

ACM

[1]
Londoño Pineda, O. 2009. De las motivaciones para escribir historia local. HiSTOReLo. Revista de Historia Regional y Local. 1, 1 (ene. 2009), 229–249. DOI:https://doi.org/10.15446/historelo.v1n1.9308.

ACS

(1)
Londoño Pineda, O. De las motivaciones para escribir historia local. Historelo.rev.hist.reg.local 2009, 1, 229-249.

ABNT

LONDOÑO PINEDA, O. De las motivaciones para escribir historia local. HiSTOReLo. Revista de Historia Regional y Local, [S. l.], v. 1, n. 1, p. 229–249, 2009. DOI: 10.15446/historelo.v1n1.9308. Disponível em: https://revistas.unal.edu.co/index.php/historelo/article/view/9308. Acesso em: 18 mar. 2024.

Chicago

Londoño Pineda, Oscar. 2009. «De las motivaciones para escribir historia local». HiSTOReLo. Revista De Historia Regional Y Local 1 (1):229-49. https://doi.org/10.15446/historelo.v1n1.9308.

Harvard

Londoño Pineda, O. (2009) «De las motivaciones para escribir historia local», HiSTOReLo. Revista de Historia Regional y Local, 1(1), pp. 229–249. doi: 10.15446/historelo.v1n1.9308.

IEEE

[1]
O. Londoño Pineda, «De las motivaciones para escribir historia local», Historelo.rev.hist.reg.local, vol. 1, n.º 1, pp. 229–249, ene. 2009.

MLA

Londoño Pineda, O. «De las motivaciones para escribir historia local». HiSTOReLo. Revista de Historia Regional y Local, vol. 1, n.º 1, enero de 2009, pp. 229-4, doi:10.15446/historelo.v1n1.9308.

Turabian

Londoño Pineda, Oscar. «De las motivaciones para escribir historia local». HiSTOReLo. Revista de Historia Regional y Local 1, no. 1 (enero 1, 2009): 229–249. Accedido marzo 18, 2024. https://revistas.unal.edu.co/index.php/historelo/article/view/9308.

Vancouver

1.
Londoño Pineda O. De las motivaciones para escribir historia local. Historelo.rev.hist.reg.local [Internet]. 1 de enero de 2009 [citado 18 de marzo de 2024];1(1):229-4. Disponible en: https://revistas.unal.edu.co/index.php/historelo/article/view/9308

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CrossRef Cited-by

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2. Matías Alejandro González Marilicán, Elizabeth Montanares Vargas, Francisca Bernarda Martínez Guerra. (2018). Estudio reflexivo para abordar la historia local en Chile desde la versión anglosajona. HiSTOReLo. Revista de Historia Regional y Local, 10(19), p.199. https://doi.org/10.15446/historelo.v10n19.65319.

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