Lara, Francisco y Savulescu, Julian (eds.). Más (que) humanos. Biotecnología, inteligencia artificial y ética de la mejora
El libro Más (que) humanos, editado por los profesores Francisco Lara y Julian Savulescu, es una obra colectiva que cuenta con la colaboración de trece académicos provenientes de diferentes tradiciones filosóficas y contextos culturales. Si bien los distintos autores que participan del libro tienen inquietudes específicas diversas, todos están interesados en el debate respecto de las llamadas mejoras humanas y los desafíos en torno al fenómeno transhumanista. Esta reseña abordará todos los capítulos del libro, pero –para evitar una extensión excesiva– pondrá el énfasis en aquellos que poseen mayor relevancia o contienen aspectos más problemáticos por analizar.
El prólogo, escrito por Nicholas Agar, destaca una característica presente a lo largo de todo el libro: que los autores reflexionan sobre posibilidades reales o hechos consumados en el ámbito de las ciencias genéticas, la biotecnología y la inteligencia artificial, alejándose de experimentos mentales poco realistas, como solía suceder en las décadas anteriores (cf. 11-13). Así, el marco general e hilo conductor del libro es –tal como lo afirman sus editores en la introducción– el debate en torno al uso de las nuevas tecnologías para mejorar o aumentar las capacidades del ser humano, especialmente en el ámbito moral (cf. 15).
El primer capítulo, escrito por Julian Savulescu, es una introducción al debate sobre las mejoras del ser humano mediante la distinción entre distintos tipos de mejora y biomejora, así como el abordaje de algunas objeciones que se han presentado a las biomejoras humanas. Frente a la posibilidad de prohibir las biomejoras, Savulescu argumenta que ellas más bien son una oportunidad e, incluso, un imperativo moral (cf. 27). En primer lugar, Savulescu define las mejoras como el “hacer que algo sea superior” (28). Luego, realiza dos distinciones relevantes: (i) entre mejora y biomejora, donde la primera es por medios tradicionales como la dieta o la educación, mientras que la segunda es directamente biológica; y (ii) entre mejoras cognitivas, físicas, del estado de ánimo y sobre el “amor”.
Si bien estas definiciones son útiles, lo que realmente le interesa a Savulescu es discutir algunas de las objeciones éticas sobre las biomejoras. Entre las diferentes objeciones, la que rebate con más fuerza es la referida a la posible desigualdad que producirían las biomejoras, argumentando que en realidad estas pueden tanto reducir como aumentar la desigualdad, según el modo en que las utilicemos (cf. 31). Además, cree que incluso si aumentaran la desigualdad, esto no sería un problema insalvable, pues podría darse la igualdad a largo plazo y no de forma inmediata. La otra objeción que rebate el autor es la posible merma de la libertad que provocarían algunas biomejoras. En este punto Savulescu nuevamente argumenta que estas podrían incluso aumentar nuestra libertad, por ejemplo, mediante un mayor control de impulsos (Ritalin) o mejorando nuestra motivación (Modafinilo) (cf. 33-34).
Posteriormente, Savulescu se refiere al tipo de mejoras que él busca promover: las biomejoras morales. Aquí, el autor argumenta sobre la importancia de estas mejoras, especialmente respecto de la empatía, que deberíamos aumentar para darle un alcancé más universal (cf. 36). Savulescu va incluso más allá de la mera necesidad, planteando que las biomejoras serían un imperativo moral (cf. 37). En este sentido, el autor presenta una mirada welfarista que busca promover una “vida buena” en términos de bienestar.
Por último, Savulescu argumenta que la evolución en términos darwinianos no sería racional, sino mera “supervivencia”, y considera que ahora la evolución debería ser dirigida racionalmente a partir de nuestra razón (cf. 38). Este punto es, quizás, uno de los más débiles del autor, pues no presenta argumentos convincentes sobre por qué deberíamos manipular el proceso evolutivo y cómo nuestra racionalidad –que es bastante acotada– podría mejorar el devenir de la evolución, considerando que no somos capaces de conocer del todo cómo funciona ni las consecuencias de nuestras intervenciones sobre ella.
El segundo capítulo, escrito por el profesor Miguel Moreno Muñoz, es un análisis crítico sobre el uso de las técnicas de Repeticiones Palindrómicas Cortas Agrupadas y Regularmente Espaciadas (CRISPR, por sus siglas en inglés), especialmente el CRISPR/Cas9 en seres humanos. El autor comienza explicando las técnicas CRISPR/Cas y su ventaja respecto de otras intervenciones genéticas como PSC, SSC, ZFN y TALEN (cf. 44-46). En particular, CRISPR/Cas9 permite “manipular genes en una sola técnica, de manera barata, eficiente y fácil de usar” (46), aunque Moreno Muñoz también reconoce sus limitaciones (cf. 48).
Finalmente, el autor se refiere a los problemas éticos y sociales del uso de estas técnicas de manipulación genética en seres humanos, pues estos han aumentado a partir del gran potencial de edición de CRISPR/Cas9. Moreno Muñoz, por ejemplo, resalta la importancia del uso terapéutico de estas técnicas, dejando de lado su uso meliorativo (cf. 51). Esto último, a su juicio, se ha visto reforzado por el transversal rechazo a la intervención realizada por He Jiankui en dos niñas chinas para producir en ellas inmunidad al VIH (cf. 54). Sin embargo, las objeciones que se presentan hacia Jiankui suelen ser más bien de aspectos accidentales: la falta de seguridad de la intervención o la poca información entregada a los padres. En cambio, no existe una reflexión mayor sobre el fondo del asunto: ¿son deseables este tipo de intervenciones o se ha cruzado un límite? Así, la conclusión del autor apunta a evitar grandes expectativas o intervenciones apresuradas carentes del conocimiento suficiente o la tecnología necesaria, pues podrían ser contraproducentes en el avance del uso y aceptación de las técnicas CRISPR/Cas9 en humanos (cf. 56-57).
El capítulo tres, de Blanca Rodríguez, se refiere a un aspecto un tanto diferente e interesante en el debate sobre las biomejoras. Este tema consiste en reflexionar sobre las distintas formas de mejoras físicas y su dimensión estética. En este sentido, Rodríguez afirma que las mejoras físicas pueden ser: (i) relacionadas con la salud, (ii) no relacionadas con la salud (como el rendimiento deportivo) y (iii) estéticas o cosméticas (cf. 64). Este último tipo de mejoras son las que le interesan a la autora, que dedica parte de su texto a defender que estas intervenciones efectivamente constituyen un tipo de mejora (cf. 66-71), pues considera que han sido dejadas de lado en la discusión y cree que deben ser rehabilitadas y tomadas en serio.
En el cuarto capítulo del libro, escrito por Jan Deckers, el autor analiza la pertinencia del concepto de naturaleza humana en el debate sobre la mejora humana. Si bien este tema ha sido ampliamente discutido, el autor realiza un aporte significativo a partir de su noción de teleología interna basada en una postura ontológica que llama aristotélica-whiteheadiana (cf. 89). La distinción entre la teleología interna y externa le permite a Deckers
determinar los grados de lo antinatural [al] distinguir los casos en que las personas alteran la esencia específica de una entidad (teleología externa) y los casos en que una entidad cambia su esencia específica (teleología interna) en respuesta a la acción humana. (90)
Así, Deckers obtiene un criterio para ordenar los grados de antinatural y natural, donde un gameto humano sintético creado a partir de un embrión humano clonado sería lo más antinatural, y un gameto de un antepasado del Homo sapiens sería lo más natural, pues estaría libre de cualquier intervención (cf. 92). Este tipo de distinciones no intentan prohibir toda intervención antinatural, pues el autor considera que lo antinatural es simplemente aquello “artificial” o “humano-cultural”, es decir, aquello sometido a la intervención del ser humano. Lo que realmente le interesa a Deckers es distinguir el grado de antinatural de cada acción, donde aquella que altera más la teleología de un ser es más problemática que aquella que la altera menos (cf. 102). Ese carácter problemático no significa la prohibición de esas acciones, pero sí exige una mayor reflexión y justificación de ellas.
El quinto capítulo, en cambio, busca refutar el papel de la naturaleza en la discusión sobre las mejoras. En este sentido, los tres autores se enfrentan a las posturas “bioconservadoras”, especialmente en cuanto a su parcialidad a favor del ser humano y el uso de la afirmación “x es un ser humano” como una razón moral para oponerse a ciertas intervenciones (cf. 116). Así, los autores consideran insuficiente la idea de intentar preservar la naturaleza humana simplemente porque es “nuestra naturaleza” (cf. 128).
El capítulo siguiente, por otro lado, analiza otra objeción que se ha presentado a las mejoras humanas. En este caso, el problema en cuestión sería el mérito que tendrían los logros de las personas una vez que han sido biomejoradas. Una de las tesis sobre el mérito que el autor analiza es la idea de que las biomejoras producirían una disminución del esfuerzo, postura que descarta y considera errada (cf. 155).
El profesor Javier Rodríguez, en el séptimo capítulo, aborda la dimensión política y social de las biomejoras. El autor comienza por presentar la distinción entre dos formas de entender la política: “moralismo político” y “realismo político” (cf. 161-162). A partir de esa clasificación, Rodríguez considera que “el moralismo político está omnipresente en todas las controversias sobre la mejora humana” (162). En cambio, él considera que existe una forma alternativa desde la que se puede abordar el asunto: el minimalismo político (cf. 162).
Esta manera de entender la política consiste en identificar las prioridades de la comunidad política y diseñar estrategias que permitan alcanzar los objetivos de esas prioridades (cf. 163). Si bien el autor se apresura a asegurar que el minimalismo político no implica un relativismo moral y que solamente busca separar la dimensión moral de la política (cf. 164), no aclara cómo una acción puede ser tolerada políticamente al mismo tiempo que es considerada inmoral.
Desde este marco, Rodríguez plantea que el problema de las mejoras debería ser analizado desde un “enfoque social” y no individual, que le permite preguntarse, por ejemplo, sobre la prioridad de desarrollar biomejoras en sociedades con escasos recursos o el problema de su distribución equitativa (cf. 176). De esta forma, el autor propone un minimalismo político y un enfoque social, en contraposición con la dimensión moral y el enfoque individualista, como el camino para lograr una adecuada comprensión de los problemas sociopolíticos de las mejoras, que no pueden ser resueltos en términos morales (cf. 182).
El octavo capítulo, escrito por Francisco Lara, presenta un análisis más concreto sobre las mejoras humanas, pues se refiere específicamente al papel de la oxitocina y la empatía, a partir de los avances en los estudios sobre el funcionamiento de la oxitocina en el cuerpo humano y su papel en el desarrollo de la empatía en las personas (cf. 189). Si bien se le ha dado uso terapéutico a la oxitocina, también algunos autores han propuesto utilizarla “para incrementar la empatía de individuos sanos” (cf. 190). En este sentido, luego de definir la empatía, Lara explica que la oxitocina efectivamente facilita la adopción de la perspectiva de las otras personas y el altruismo (cf. 192-193)
Luego de revisar diferentes estudios sobre la oxitocina, el autor se pregunta si debería ser usada para mejorar a los humanos. Así, en primer lugar, explica que efectivamente es posible distinguir entre terapia y mejora (cf. 196). Por lo tanto, si bien es posible argumentar a favor de la oxitocina como uso terapéutico, también podemos analizar su dimensión meliorativa de forma aislada. Para Lara, los criterios para evaluar el uso de la oxitocina como mejora serán el bienestar global y la autonomía (cf. 197), los cuales considera que en general sí se cumplen.
Finalmente, el autor refuta algunas objeciones sobre el uso de la oxitocina para el aumento del altruismo que argumentan que sería innecesaria para la moralidad, promovería el favoritismo o sería una amenaza a la identidad personal. Si bien el autor despeja todas esas objeciones, reconoce que existe un problema adicional sin resolver: el creciente egoísmo, comparativamente hablando, que presentarían quienes se nieguen a aumentar su oxitocina, que podría provocar un uso obligatorio que pudiese atentar contra la autonomía (cf. 209). Este último punto resulta sumamente interesante, pues abre una ventana para considerar esa dimensión del problema en otras biomejoras que han sido propuestas o imaginadas.
El capítulo noveno del libro, fruto de la colaboración entre los profesores Antonio Diéguez y Carissa Véliz, se refiere al problema de la libertad en cuanto a si es amenazada o beneficiada a partir de las biomejoras morales. Los autores tienen como punto de partida las propuestas de Persson y Savulescu sobre la necesidad de aplicar biomejoras morales en el ser humano para enfrentar los nuevos problemas políticos, sociales y económicos a nivel global.
Si bien las propuestas de Persson y Savulescu han sido criticadas por múltiples motivos, Diéguez y Véliz se centran específicamente en la crítica que se las ha hecho sobre cómo las biomejoras morales disminuirían la libertad de las personas, especialmente en cuanto a que eliminaría la capacidad de “caer” o elegir mal. A diferencia de los argumentos utilizados por los propios Persson y Savulescu para defender la libertad en sus propuestas, Diéguez y Véliz presentan una línea argumental diferente: “la mejor moral no reduciría necesariamente la autonomía de los individuos, ni reduciría necesariamente las alternativas de acción disponibles entre las que pueden elegir” (cf. 220). Es decir, el problema de la libertad se mueve en dos ejes: (i) la autonomía de la persona y (ii) las alternativas de acción.
Respecto de la autonomía del individuo que actúa, los autores señalan que no tendría que disminuir por el uso de biomejoras morales. Al contrario, podría aumentar, pues las biomejoras tendrían la capacidad de disminuir algunos impulsos irracionales en nosotros, permitiendo una deliberación racional menos influida por el inconsciente (cf. 224). En cuanto al problema de las alternativas de acción, Diéguez y Véliz argumentan que no es necesario tener más alternativas a actuar mal para que nuestra elección sea más libre. En este punto siguen a Aristóteles y su caracterización del hombre virtuoso, que interpretan como alguien que “ni siquiera considerará las malas opciones como posibles líneas de acción” (cf. 226). En el fondo, los autores creen que una disminución de las alternativas no conlleva necesariamente disminuir la libertad de la persona.
Finalmente, los autores defienden que no es posible “exigir una total libertad mental para considerar que una acción es realmente libre” (231). En este sentido, la “libertad total” sería más bien utópica, pues las personas siempre se encontrarían influidas o condicionadas por sus circunstancias. En suma, las biomejoras morales –creen Diéguez y Véliz– no conducen necesariamente a disminuir la libertad e, incluso, podrían aumentarla o mejorarla.
Los últimos tres capítulos del libro se enfocan en los aspectos neurocientíficos y de la relación entre la llamada inteligencia artificial con el ser humano. En los tres casos, el uso del neurofeedback (décimo capítulo) y de la inteligencia artificial (capítulos once y doce) son puestos al servicio del proyecto de mejora moral del ser humano. Las tres propuestas, además, apuntan a asistir o mejorar las tomas de decisiones y razonamientos morales de las personas.
En resumen, el libro Más (que) humanos presenta un aporte interesante, multidisciplinar y plural sobre los desafíos que enfrenta nuestra sociedad en torno al uso de las nuevas tecnologías para la transformación del ser humano, particularmente en su dimensión moral. Esta publicación puede servir como una forma de introducirse en el debate general sobre las biomejoras morales y, al mismo tiempo, para participar de las discusiones más específicas que existen en su interior.
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