La semana de Marcelo
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¿Por qué no fue usted al entierro del hermano de Elisa?" -me pregunta
una de los B.-, mirándome fijamente, cuando apenas había tomado
yo asiento en aquel sofá familiar, forrado con un raso ya lustroso, que era
para mi algo muy del ambiente de la casa. Que recuerde, no tenía ninguna
razón especial para visitarlas esa mañana, fue quizás el bello tiempo que
hacía lo que me impulsó a quebrantar mis quehaceres habituales y buscar en
cualquier parte un poco de esparcimiento. Otras veces me ha ocurrido así.
Pensaría entonces en esta curiosa familia, cuyo modo de ser no me agrada
ni admiro siempre, pero que en ocasiones, según el humor, me atrae intensamente.
Valdría la pena que alguien escribiera alguna cosa sobre ellas,
contando como son, dando una idea de esas largas visitas en las cuales
casi invariablemente sucede esto: luego de los saludos y frasecillas usuales,
con el visitante sentado en el sofá y todas ellas rodeándolo desde diversos
sitios, una de las hermanas va apoderándose poco a poco de la conversación
y entroniza sin remedio el tema del Destino, de la Telepatía o de la
Muerte ... Y mientras las demas callan y solo el huésped interrumpe cortésmente,
a ratos, con una pregunta insulsa 0 un monosílabo de asentimiento,
ella -la que habla- se debate cada vez más en su tema. La excitación la
va ganando hasta que llega un momento en que la joven parece no poder
más, estar al borde de algo horrible, y cae de pronto en un silencio exhausto,
sangrante, del cual ya no vuelve a salir. Pero entonces cualquiera otra de
ellas, aquella en quien la fiebre con que lo ha escuchado todo esté en un grado más alto -sin duda es absolutamente sincera es la emoción que las
palabras de la que habla van encendiendo en las demas, no hay aquí, como
me fue insinuado una vez, comedia alguna- cualquiera otra de ellas, digo,
toma el puesto de su hermana, recogiendo el mismo tema 0 bien, iniciando
uno distinto. Y se repite así la historia, la penosa situación. En ocasiones, la
visita no termina sino cuando todas han tenido su turno, es decir, cuando
han llegado a la cima de su discurso y se han sumergido en ese angustioso
y repentino mutismo. Otras veces, sin embargo, el visitante consulta su reloj
y logra despedirse antes de que entre en acción -digámoslo así- la tercera
o la cuarta de las hermanas. En todo caso, lo que realmente intranquiliza
durante una visita a las B. no son las patéticas disertaciones de las jóvenes
filosofas, sino la actitud de la madre, quien calla todo el tiempo, con la
mirada -¡si es que mira entonces algo!- apartada de la hija que este hablando
y con una expresión interior de pena y contrariedad. Tal como si en
aquellos momentos, tras de su aire discreto y circunspecto, sufriera hondamente
por la conducta de sus hijas como por algo imposible de remediar.
Repito que es esencialmente la señora de B. por quien tengo un vivísimo
afecto, la causa de que a la salida de la visita me encuentre siempre en
un desagradable estado de animo; algo asi como cuando de niño se me
reñía en presencia de alguna persona mayor; en fin, una mortificante desazón
que, menos mal, se va desvaneciendo a medida que bajo la calle -ceñida
de uno que otro jardín- y me van envolviendo otra vez la realidad
del dia, la gente, los pitos de los autos ...
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