La “reconstrucción” de la antinomia creencia y racionalidad: del símbolo profético a la locura de la predicación
DOI:
https://doi.org/10.15446/ideasyvalores.v65n2Supl.55154Palabras clave:
Pablo de Tarso, creencia religiosa, cristianismo, religión (es)Se analiza la problemática esencial planteada por la cristiandad en el esfuerzo de Pablo de Tarso por universalizar el mensaje de la fe más allá de las limitaciones propias de la razón ("los griegos buscan sabiduría") y del signo ("los judíos procuran señales"). Se indica cómo la tradición paulina opta por la "locura de la predicación" como medio y salida del cristianismo para acceder a la salvación por vía de la "locura de la cruz".
https://doi.org/10.15446/ideasyvalores.v65n2Supl.55154
La “reconstrucción” de la
antinomia creencia y racionalidad:
del símbolo profético a la locura de la
predicación
The “Reconstruction” of the Antinomy between Belief and Rationality:
From
the Prophetic Symbol to the Madness of Preaching
Víctor
Alarcón*
Universidad
Nacional de Colombia - Bogotá – Colombia **
**
Integrante del Grupo de Estudios en Filosofía de la Religión y Mística, Darśana.
Cómo citar este
artículo:
MLA:
Alarcón, V. “La ‘reconstrucción’ de la antinomia creencia y racionalidad: del
símbolo profético a la locura de la predicación.” Ideas y Valores 65.Sup. N.° 2 (2016): 95-106.
APA:
Alarcón, V. (2016). La “reconstrucción” de la antinomia creencia y
racionalidad: del símbolo profético a la locura de la predicación. Ideas y
Valores, 65 (Sup. N.°
2), 95-106.
CHICAGO: Víctor Alarcón. “La ‘reconstrucción’
de la antinomia creencia y racionalidad: del símbolo profético a la locura de
la predicación.” Ideas y Valores 65, Sup. N.° 2 (2016): 95-106.
Resumen
Se analiza la
problemática esencial planteada por la cristiandad en el esfuerzo de Pablo de
Tarso por universalizar el mensaje de la fe más allá de las limitaciones
propias de la razón (“los griegos buscan sabiduría”) y del signo (“los judíos
procuran señales”). Se indica cómo la tradición paulina opta por la “locura de
la predicación” como medio y salida del cristianismo para acceder a la
salvación por vía de la “locura de la cruz”.
Palabras
clave: Pablo de Tarso, creencia religiosa,
cristianismo, religión.
Abstract
The article analyzes the fundamental problem raised by
Christianity in Paul of Tarsus’ efforts to universalize the message of faith
beyond the limitations inherent in reason (“Greeks look for wisdom”) and in the
sign (“Jews demand signs”). It discusses how the Pauline tradition opts for the
“madness of preaching” as Christianity’s means to achieve salvation by way of
the “folly of the Cross”.
Keywords: Paul
of Tarsus, religious belief, Christianity, religion.
Los hombres siempre temen pasar por buenas almas, de miedo a
que se tome esta cualidad como una falta de inteligencia; a menudo se jactan de
más libertinajes que los que realmente han cometido.
David Hume1
I
“La ‘reconstrucción’ de la antinomia
creencia y racionalidad: del símbolo profético a la locura de la predicación”,
como he decidido intitular mi artículo, haría suponer, en principio, cierto
tipo de justificación que valide o autentique el uso de una doctrina en la
comprensión de un hecho religioso que deviene en hecho social, con todos los
riesgos que esto puede conllevar.
El uso de una doctrina paulina del tipo:
“Pues está escrito [como se consigna en la tradición novotestamentaria]:
destruiré la sabiduría de los sabios, y desecharé el entendimiento de los
entendidos” (1 Cor. 1.19), no será más que un
pretexto, una excusa que facilitará la comprensión de la vieja tensión entre
creencia y racionalidad a través de la larga historia del cristianismo. En este
sentido, mi aproximación es esencialmente subjetiva, y no pretende ser ni
exegética ni histórica aunque contenga ambas y, en cuanto subjetiva,
resultaría muy pretencioso el que fuese sociológica.
II
Hoy, cuando comenzamos a hablar de una
época postsecularizada, tendríamos que indagar por
cierto tipo de retorno de lo religioso, pero, a la par, preguntarnos de qué
tipo de retorno estamos hablando o, aun, como sostiene Régis
Debray en El arcaísmo posmoderno: lo religioso en la aldea global,
sin necesidad de evocar
“la venganza de Dios” o “el retorno de lo religioso” en el seno de una
modernidad tecnoeconómica que decía y quería excluir
toda irracionalidad de tipo teológico o metafísico, cómo comprender el
resurgimiento de las obsesiones de identidad, pertenencia –y yo añadiría de
“religación”– cuando se anunciaba su desaparición allí donde se había
diagnosticado el triunfo de lo positivo y lo funcional. (17)
En Síntomas
de un retorno, José María Mardones condensa las reflexiones de Gianni Vattimo a propósito del retorno de la religión o, si lo
preferimos, del doble retorno de la religión (cf.20-26).
1. El retorno metafísico de la religión: caracterizado por la recuperación
de sentido, la orientación, la verdad objetiva y la certeza. La vuelta de la
religión es, en este caso, la recuperación del fundamento perdido u olvidado.
2.
El
retorno posmetafísico de la religión: el otro tipo de
vuelta de lo religioso tendría que ver con el redescubrimiento de la religión
en un momento de disolución de los grandes relatos. Vattimo
sostiene que:
[...]
ha llegado el momento de reconocer que el mensaje cristiano tiene que ser
“reducido” hasta lo esencial, o sea, a la caridad, diciendo adiós a la “verdad
absoluta” de los dogmas, que ha producido, también, la ruptura con las otras
Iglesias cristianas. Solo un Dios relativista nos puede salvar. (cit. en Vargas
2005)
En este sentido, Vattimo
postula que el anuncio de Nietzsche, según el cual “Dios ha muerto”, no es una
profesión de ateísmo, como si dijese “Dios no existe”, sino, más bien, que no
hay fundamento último (cf.Vattimo
y Paterlini 38).
Vayamos a
Nietzsche, al aforismo 125 de la Gaya Ciencia: “El loco”; aquel loco que
en pleno día corría por la plaza pública con una linterna encendida, gritando
sin cesar:
¡Busco
a Dios! ¡Busco a Dios! [...] ¿Dónde está Dios? [...] Le hemos matado [...] ¿No
oís el rumor de los sepultureros que entierran a Dios? ¿No percibimos aún nada
de la descomposición divina? Los dioses también se descomponen. ¡Dios ha
muerto! ¡Dios permanece muerto! ¡Y nosotros le dimos muerte! [...] Jamás hubo
acción más grandiosa, y los que nazcan después de nosotros pertenecerán, a
causa de ella, a una historia más elevada que lo fue nunca historia alguna. Al
llegar a este punto, calló el loco y volvió a mirar a sus oyentes; también
ellos callaron, mirándole con asombro. Luego tiró al suelo la linterna, de modo
que se apagó y se hizo pedazos. “Vine demasiado pronto –dijo él entonces–. Mi
tiempo no es aún llegado [...] Ese acto está todavía más lejos de los hombres
que la estrella más lejana. ¡Y sin embargo, ellos lo
han ejecutado!” (120-122). Se añade que el loco penetró el mismo día en muchas
iglesias y entonó su Requiem aeternam Deo. Expulsado y preguntado por qué lo hacía,
contestaba siempre lo mismo: “¿De qué sirven estas iglesias, si no son los
sepulcros y los monumentos de Dios?” (ibd.)
El significado
de la muerte de Dios en Vattimo adquiere una connotación
similar en Sartre:
Que
Dios muriese [...] significa exactamente que no hay nada mejor, nada más
grande, nada más verdadero que las respuestas de las que somos capaces.
Significa que no hay verdades y que nada de eso es sagrado, excepto
precisamente eso, que no hay verdades. (Badiou x)
Es aquí donde
surge la necesidad de contraste, porque si en la figura del “loco” Nietzsche
pretende disolver o desmentir la verdad en cuanto verdad absoluta, la intención
del apóstol Pablo no es menos pretenciosa, ya que consiste en instaurar o
fundar la universalidad de la verdad a partir de un acontecimiento que es
“locura”:
Porque
la palabra de la cruz es locura a los que se pierden [...] pues ya que, en la
sabiduría de Dios, el mundo no conoció a Dios mediante la sabiduría, agradó a
Dios salvar a los creyentes por la locura de la predicación. (1 Cor. 1.18-21)
¿Qué es lo pretencioso en Pablo, a
diferencia de Nietzsche? Pretender que a partir de un acontecimiento (la tumba
vacía o la cruz misma) se funde una nueva verdad de características universales
y absolutas, pero, al mismo tiempo, que esa verdad se muestre como única y
exclusiva. Esta instauración de una verdad única en la figura del “loco” (“como
si estuviera loco hablo”, dice Pablo) es la que entra en tensión con Nietzsche
cuando en su figura del “loco”, a diferencia de la de Pablo, la “verdad” se
desvela como “verdades”.
Ya planteó Nietzsche que Pablo es el
auténtico fundador del cristianismo y, al mismo tiempo, su gran falsificador,
lo trata de “disangelista” y de “monedero falso
llevado por el odio”: “El antitipo del portador de la buena nueva, el genio del
odio, de la visión del odio, de la lógica inexorable del odio” (Küng 17). Nietzsche había dicho que Pablo se refería a los
evangelios con el “cinismo de un rabino” (cf.Badiou
xviii).
Pero cierta sincronía de Pablo con
Nietzsche haría del filósofo un engañador o, en el mejor de los casos, un
usurpador. Pablo escribe: “Mirad que nadie os engañe por medio de filosofías y
huecas sutilezas” (Col. 2.8). Pablo es, esencialmente, la figura paradigmática
del antifilósofo, como sostiene Badiou,
el portador de un mensaje que pretende erigirse como universal (cf.Badiou 33).
Si con la muerte de Dios Nietzsche procura
disolver la verdad en cuanto verdad absoluta, de las cenizas del Dios muerto o,
si lo preferimos, del Dios que se ha levantado de entre los muertos, Pablo
pretende instaurar una verdad que se descubre como única y universal.
Al proclamar
Pablo la verdad de un acontecimiento (kerigma), intenta marcar una
“ruptura” o “desuturación” que favorece las condiciones
de verdad de un nuevo tiempo. Lo problemático de esa verdad es que no descansa
en la figura subjetiva del “profeta”, propia del discurso judío, ni en la
figura subjetiva del “sabio”, propia del discurso griego, sino más bien en
cierto tipo de discurso cuya figura fundacional y subjetiva es el “loco”.
Cuando el apóstol Pablo escribe en la
Carta a los Corintios que los judíos piden señales y los griegos buscan
sabiduría se está desvinculando de dos tipos de discurso: “Pero nosotros
predicamos a Cristo crucificado, para los judíos ciertamente tropezadero, y
para los gentiles locura” (1 Cor. 1.23); a favor de
un tercero, el discurso cristiano de la locura en oposición al de la razón,
pero también en oposición al discurso del signo.
Quisiera
apoyarme en Alain Badiou, a propósito de estos tres
tipos de discurso (cf.43-58).
El discurso judío. Los judíos buscan
señales. El profeta
¿Qué es el
discurso judío? La figura subjetiva que constituye es la del profeta. Un
profeta es quien se mantiene en el requerimiento de los signos, es quien hace
signo, testificando la trascendencia por la exposición de lo oscuro a su
desciframiento. Se asumirá, pues, que el discurso judío es ante todo el
discurso del signo; por eso creo que la propuesta judía que se vincula con la
sabiduría es esencialmente enigmática. Aun la sabiduría del profeta demanda
desciframiento, de ahí que el signo esté por encima de la sabiduría y el judío
procure señales. En este sentido, como en el libro de Proverbios, la sabiduría
es una personificación por demás oscura y enigmática, es la prevalencia de la
señal o del símbolo sobre la sabiduría misma:
Yo,
la sabiduría, habito con la cordura, y hallo la ciencia de los consejos [...]
Yahvé me poseía en el principio, ya de antiguo, antes de sus obras. Eternamente
tuve el principado, desde el principio, antes de la tierra [...] Con él estaba
yo ordenándolo todo, y era su delicia de día en día, teniendo solaz delante de
él en todo tiempo. (Prov. 8.12, 22-23, 30)
El discurso judío es una palabra de la
excepción, ya que el signo profético, el milagro, la elección designan a la
trascendencia como más allá de la totalidad natural. El mismo pueblo judío es a
la vez signo, milagro y elección. Es propiamente excepcional.
En este sentido, diría que la sabiduría es
también señal y símbolo que demanda desciframiento. Por eso en el discurso
judío no cabe el “loco” ni mucho menos el “tonto”, en la medida en que este no
descifra las señales de los tiempos.
En “Gímpel el tonto”, cuento del nobel judío Isaac Bashevis, Gímpel tiene un total
de siete nombres: imbécil, asno, cabeza de lino, untuoso, bobo, mentecato y
tonto. “El último es el que me ha quedado”, dice con nostalgia. Gímpel era fácil de engañar, entre otras tantas cosas,
porque “no distinguía los arreboles”:
Un estudiante de la yeshivá vino una vez a comprar un panecillo y le dijo:
—¿Qué haces ahí rascando
con tu pala de panadero? El Mesías ha venido.
Los muertos han
resucitado.
—¿Qué quieres decir? No
he oído a nadie tocar el cuerno de carnero.
—¿Estás
sordo?— Y todos comenzaron a gritar: “Gímpel, tu padre y tu madre se han levantado de sus tumbas
y te están buscando”. Ante lo cual Gímpel sale
apresurado y al verlo todos ¡qué burlas le hicieron! (Bashevis
cit. en Borovich 377-405)
Gímpel es tonto porque no descifra las señales de las edades ni
sabe distinguir los tiempos ni las sazones.
El discurso griego. Los griegos buscan
sabiduría. El sabio
Ahora bien, ¿qué es el discurso griego? La
figura subjetiva que constituye es la del sabio. La sabiduría es apropiación
del orden fijo del mundo. El discurso griego es cósmico, disponiendo al sujeto
en la razón de una totalidad natural. El discurso griego es esencialmente
discurso de la totalidad, en cuanto que sostiene la sabiduría como estado
interior de una inteligencia de la naturaleza como despliegue ordenado y
acabado del ser. El sabio es el que posee todas las condiciones necesarias para
pronunciar juicios reflexivos, sustraídos tanto a la pasión como a la
precipitación. Frente a las posibles acepciones, hablaría de sabiduría como una
investigación de las cosas naturales, como una unión de la razón intuitiva con
el conocimiento riguroso de lo superior o de las primeras causas y principios
o, si lo preferimos, como cierto tipo de inteligencia o de razón. El discurso
griego arguye sobre el orden cósmico para ajustarse a él, mientras que el
discurso judío arguye sobre la excepción a este orden para hacer signo hacia la
trascendencia divina.
Con esto no pretendo decir que el “loco”
esté fuera del discurso griego. En el marco de la cultura griega, habría que
considerar la locura de dos modos: o como una enfermedad del cuerpo que se
manifiesta “en el alma”, o como una posesión del alma por algún “dios” o
“demonio”. Solo en este segundo sentido es la locura el agente de las mayores
bendiciones, como escribe Platón, y como había indicado Demócrito al poner de
relieve que solo en estado de delirio puede componerse gran poesía.
En este sentido, la locura, como indicaría
Platón, estaría inspirada por los dioses. El poeta como “cosa alada” sería
incapaz de componer poesía a menos que “no esté en sus cabales”.
Platón nos
recuerda uno de los tipos de locura, la locura profética, que corresponde a
Apolo, quien detrás del oráculo de Delfos tiene que ver mucho con la
sabiduría, pero también sus palabras oraculares son oscuras y ambiguas.
En el mundo antiguo, la locura tenía la
particularidad de ser una referencia a lo sagrado. El “loco” poseía un carácter
casi divino porque era el elegido para entender el mensaje de los dioses y transmitirlo
a los hombres.
En Edipo rey,
obra trágica de Sófocles, Tiresias, el viejo loco y ciego es el que conoce en
realidad el destino de Edipo. Y todo el tiempo no hace más que anunciarlo,
aunque su anuncio sea oscuro y enigmático.
CORO. — Sé que, más que
ningún otro, el noble Tiresias ve lo mismo que el soberano Febo [Apolo], y de
él se podría tener un conocimiento muy exacto, si se le inquiriera, señor.
[...]
TIRESIAS. — Este día te
engendrará y te destruirá.
Edipo.
— ¡De qué modo enigmático y oscuro lo dices todo! (1992 322, 328)
Por lo demás, la distinción entre “locura”
como posesión de los dioses o los demonios y la “locura” como estupidez,
idiotez o estulticia estaba ya indicada por dos vocablos griegos:
1. Manía, que significa “buena
locura”. Los griegos llamaban a los poetas “enfermos divinos”.
2. Moría, que denota insensatez,
estupidez o estulticia.
Es del segundo vocablo del que habla
Pablo, que nada tenía que ver con el discurso griego de la sabiduría sino más
bien con el de la estupidez. Este tipo de “locos” en la época de los griegos
eran sacados de la polis o bien eran enviados en unos
barcos especiales que iban de ciudad en ciudad, cierto tipo de “nave de los
locos”.
En el Bosco, cuando no son los tontos el
motivo de sus cuadros, son los locos. Su cuadro “La Nave de los locos” es una
sátira contra la locura que envuelve al mundo. En la Edad Media, a los
desequilibrados se los catalogaba como poseídos y eran sentenciados a morir en
la hoguera, que era una forma de profilaxis patentada por la Iglesia. Otro de
los cuadros del Bosco, “La extracción de la piedra de la locura”, representa de
manera visual (como lo señala Carlos Yusti 2005) el
proverbio: “Las cosas van mal cuando el sabio va a casa de locos para operarse
de su locura”. ¿Es la locura expresable a través del orden del lenguaje, o puede
al menos presentarse en forma de cierto tipo de gramática estética? Toda imagen
social de la locura está construida por los cuerdos.
Lo que aparece en la literatura, en la música o en el arte en general tal vez
no sea más que los modos cuerdos de ver y escuchar la locura en cada época, y
no el corolario de la experiencia de una persona demente.
La idea de un
Dios pendiente en una cruz es locura para los hombres sabios. En el Areópago
de Atenas, los atenienses y los residentes allí se interesaban en decir o en
oír algo nuevo, pero cuando oyeron de la resurrección varios se burlaron. En
cada época, la sintaxis cuerda es algo desde donde volverse loco.
En el cuento de León Tolstói “Iván el
tonto”, el viejo diablo se ofende cuando en el reino de Iván el tonto (donde
todos son tontos) se ordena que todos trabajen con las manos. El diablo decide,
más bien, enseñarles a trabajar con la cabeza, que es, según él, cien veces
más difícil, a veces incluso le duele a uno, pero es mejor. El viejo diablo,
mientras habla día tras día de las bondades de trabajar con la cabeza, empieza
a desfallecer, pues a los tontos no se les había ocurrido llevarle comida.
Tambaleándose fue a dar repetidas veces contra el pilar que había en lo alto de
la torre desde donde hablaba. Iván el tonto llega apresuradamente a la torre,
mientras el diablo vacila y cae escaleras abajo golpeándose en cada escalón:
“¡Oh! Es verdad lo que decía –exclamó Iván–. A veces la cabeza incluso debe de
doler […] es distinto a tener las manos callosas. Trabajando así, uno se
arriesga a romperse la cabeza” (14).
En la mente de una cultura, son los sanos
quienes fabrican el modo como es la locura, incluso en la tragedia, donde la
demencia era representada desde el punto de vista de la cordura y su relación
con ella, y no menos en la música, donde parece existir una paradoja alrededor
de la imagen de la locura como danza, donde se representa la disharmonie (“desarmonía”) de la locura a
través de la armonía, el desorden a través del orden.
El discurso cristiano. La cruz es locura.
El loco
¿Qué es el discurso cristiano? La figura
subjetiva que constituye es la del “loco”. Para Pablo, según Badiou, que la totalidad cósmica sea considerada como tal,
o que sea descifrada a partir de la excepción del signo, instituye en todos los
casos una teoría de la salvación ligada a una ley, con el grave inconveniente
suplementario de que el sabio y el profeta escinden a la humanidad en dos (el
judío y el griego), con lo que bloquea de este modo la universalidad del
anuncio.
El proyecto de
Pablo es mostrar que una lógica universal de la salvación no puede acomodarse
a ninguna ley, ni a la que liga el pensamiento al cosmos, ni a la que regula
los efectos de una elección excepcional. Es necesario partir del acontecimiento
como tal, el cual es acósmico y anomológico.
Es el supuesto de que a Dios le agradó salvar a los creyentes por la locura de
la predicación, lo que posibilita la instauración del discurso del “loco”,
invisibilizando así el discurso racionalista o, si lo preferimos, el discurso
de la locura prioriza la creencia sobre la racionalidad. Con esto no pretendo
decir que la tradición judeocristiana no sea razonable en varias de sus
afirmaciones; lo que quiero decir es que en otras tantas la posibilidad de
comprobación resulta bastante precaria. Escribe Pascal:
Nuestra
religión es sabia y loca. Sabia, porque es la más erudita, y la más fundada en
milagros, profecías, etc. Loca, porque no es nada de todo eso lo que hace que
estemos en ella; queda bien condenar a quienes no están en ella, pero no creer
a los que en ella están. Lo que les hace creer es la cruz [...] Y así san
Pablo, que ha venido en sabiduría y signos, dice que no ha venido ni en
sabiduría ni en signos: pues venía para convertir. Pero los que no vienen sino
para convencer pueden decir que vienen en sabiduría y en signos. (251)
El que sea sabia no me interesa, ya he
dicho que el uso que he hecho de una doctrina es un pretexto, pero el que sea
loca y, en este sentido, racionalmente insustentable supondría cierto tipo de
orientación que se escinda de los contenidos descriptivos con los cuales ella
se manifiesta. Cuando Pablo insiste en que agradó a Dios salvar a los creyentes
por la locura de la predicación, está viabilizando la creencia más allá de la
razón, haciéndola descansar en el poder de Dios, y aquí nos introduce en la inescrutabilidad del “discurso” divino.
¿A qué quiero llegar? A la pregunta de
Joseph Ratzinger: ¿qué es y qué significa hoy la profesión de fe cristiana “yo
creo”? Bien podría responder que la creencia, a propósito del discurso de la
locura, no es propiamente un asunto de conocimiento de objetos, sino que se refiere
a la manera como el creyente asume su forma de vida; se trata de un acto de la
voluntad, que brota de una actitud muy particular con respecto a la propia
existencia. Creer en sentido religioso, sostiene Wittgenstein, significaría
orientar la vida de acuerdo con eso que se cree; el carácter religioso de una
creencia no descansaría en esos contenidos descriptivos con los cuales ella se
manifiesta, sino en la repercusión que tengan sobre la conducta. ¿Esto nos
haría suponer que la religión, como lo señala Wittgenstein, no es en lo
primordial una doctrina o un conocimiento, sino una manera de actuar y de
vivir? Prefiero dejar suspendida esta pregunta.
Lo único cierto es que en el cristianismo
la predicación es una alabanza de la tontería o un elogio de la locura o la
estulticia, cierta forma de morías encómion.“Adiós,
brillantísimo Moro, y defiende tu Moría con ardor”; escribiría Erasmo de
Rotterdam a su amigo Tomás Moro hace más de 500 años en el prólogo a su Elogio
de la locura.
En este caso, la
“locura” es la sabiduría verdadera, la “santa simplicidad”. Sin la moría no
habría, según Erasmo, posibilidad de vivir y de pensar sana y simplemente,
lejos de la pedantería de los sabios (o falsos sabios). Erasmo comienza por
elogiar la locura, mostrando que la misma existencia del hombre debe su origen
no a elevados principios, sino a cosas muy simples y hasta risibles: “lo que
perpetúa la especie humana es esa parte tan loca y ridícula que no se la puede
nombrar sin echarse a reír” (23). Pero lo más importante en este “elogio de la
locura” es que esta permite volver a la simplicidad, por lo tanto
a las creencias simples, sin aditamentos teológicos, pero también a modos de
pensar simples, que son los únicos “agraciados por Dios”.
III
Sé muy bien lo que dice de mí la gente, pues no se me oculta
la mala fama que tengo, aun entre los más necios.Pero yo soy la única, sí, la única,
que, cuando quiero, hago reír a los dioses y a los hombres.Y prueba evidente de ello es que tan
pronto como he comenzado a hablar ante esta numerosa audiencia vuestros rostros
se han iluminado con nueva y no acostumbrada alegría.Habéis desarrugado el ceño, acompañando
vuestro aplauso con una risa franca y amable […] Mi estilo será el de los
antiguos que, para evitar el apelativo de sabios, prefirieron que se les
llamara “sofistas”.Se
ocupaban en celebrar las hazañas de los dioses y de los héroes.Vais, pues, a escuchar un encomio; no
el de Hércules o Solón, sino mi propio encomio, el de la Moría.
ERASMO DE ROTTERDAM, Elogio de la locura
La locura cristiana aparece en el discurso
religioso y filosófico europeo por lo menos desde mediados del siglo xv,
cuando Nicolás de Cusa sostiene que el idiota ve más claramente que el
filósofo. Alrededor del 1500, muchos trabajos elogian la locura a expensas de
la sabiduría, el “tonto sagrado” adquiere percepciones religiosas y
experiencias inaccesibles para otras personas. Todo esto es parte del contexto
de la obra de Erasmo, una red de imágenes heredadas que difundió la idea de la
“estulticia” del cristianismo como la más alta forma de la locura inspirada.
Ya en la modernidad, con el abandono de
toda referencia a lo sagrado en el tema de la locura, el loco no jugará más el
papel como portador de verdades o mensajero de los dioses, sino que será visto
como antípoda de la razón. El último desplazamiento sufrido por los locos fue
el que los llevó a su patologización. Posiblemente no volvamos a escuchar la
voz de la estulticia, ni siquiera en el esfuerzo arqueológico de Michel
Foucault alrededor del silenciamiento de la locura, donde, al garabatear en un
lenguaje, necesariamente estructurado y sintáctico, escribe acerca de la moría
desde el punto de vista de la razón y, por lo tanto, atenúa la voz de la
locura al pretender expresarla a través del orden del lenguaje.
Tal vez, en nuestro tiempo, tengamos que
conformarnos con la imagen del “loco”, uno de los arcanos mayores de las cartas
del tarot, donde un adolescente, a punto de caer al abismo, tiene la mirada
dirigida al cielo sin prestar la más mínima atención al lugar por donde
transita.
“Adiós,
brillantísimo ‘moro’, y defiende tu Moría con ardor” (Rotterdam 13).
Bibliografía
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NOTAS
1
David Hume como es citado en Deleuze (2007 76).
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