Martínez, Vicent. “Intersubjetividad, interculturalidad y política desde la filosofía para la paz.” Thémata. Revista de Filosofía 52 (2015): 147-158.
DOI:
https://doi.org/10.15446/ideasyvalores.v66n164.65000Palabras clave:
Intersubjetividad, interculturalidad, política. (es)Martínez, Vicent. “Intersubjetividad, interculturalidad y política desde la filosofía para la paz.” Thémata. Revista de Filosofía 52 (2015): 147-158.
Nicolás Martínez Bejarano
Universidad Nacional de Colombia Bogotá - Colombia
nmartinezb@unal.edu.co
El presente texto versará sobre dos puntos centrales del artículo de Vincent Martínez: el thaumazein y la violencia. No pretendo que este diálogo sea meramente académico; creo que el artículo que trato toca problemas importantes que inciden de manera directa en un momento crucial para Colombia –a saber, la posible terminación del conflicto armado–. Creo que vivir en un país con un conflicto social y armado tan prolongado –y en algunos momentos tan cruento– complejiza la mirada, llenándola muchas veces de escepticismo frente a las soluciones rápidas y las conceptualizaciones simples.
Es bastante afortunado poner al thaumazein (asombro, admiración) como fundamento de la intersubjetividad: “nuestra propuesta de filosofía para hacer las paces, la experiencia original del filosofar, consiste en quedarnos atónitos frente al descubrimiento de nuestra dependencia e interrelación con la tierra y los otros seres humanos” (Martínez 150). Sin embargo, creo que en el artículo de Martínez se hace un uso unidireccional del thaumazein que, como Jano, tiene dos caras. Una es aquella que defiende el autor: el asombro frente al otro, que puede degenerar en miedo y violencia, o dar lugar a la interrelación y comunidad. La otra cara es el asombro hacia uno mismo, hacia una misma. De este no habla el autor, aunque creo que es sumamente importante; no para avivar nuestro orgullo, sino para enfrentarnos y reconocer nuestra capacidad de producir dolor.
Asombro de lo que somos capaces. Esta otra cara del asombro, en un contexto de diálogos para acabar el conflicto armado, creo que es importante tenerla presente. Este asombro iría en dos vías: a) nunca perder el asombro frente a los hechos que ha traído nuestra guerra: las masacres, el desplazamiento, los desaparecidos, etc.; b) asombrarnos de que aquellas personas que realizaron estos hechos no son tan diferentes a quienes ocupan un lugar privilegiado de la sociedad: la academia.
El primer asombro combate la peligrosa normalización del dolor, cosa que ha ido ganando terreno en todo este tiempo de guerra. El segundo asombro nos compromete con una comunidad que, pese a no ser homogénea, comprende relaciones que unen a la academia con el campo, a las insurgencias con el ejército del Estado. Si no reconocemos a aquellas personas que llevaron la guerra directamente como parte de nuestra comunidad, estaríamos entendiendo la paz en un sentido excluyente: “déjennos a los colombianos de bien quietos y ustedes los malos váyanse”. Pero esto nos llevaría a adoptar una idea de intersubjetividad que entra en contradicción con la que toma el autor de Levinas: “la intersubjetividad descabalga al yo y lo deja a la deriva. El ego debe ser desarraigado de su arraigo en sí mismo, ‘despertado’ por el otro” (Martínez 149).
Necesitamos, entonces reconocernos en aquellos que consideramos como el otro. Uno de los problemas de la intersubjetividad es ver que yo no soy tan diferente a usted –llámese paramilitar, guerrillero o soldado–, es decir, ver que nosotros en la academia no estamos tan “limpios” y que ellos en las montañas no están tan “sucios”. Es en el momento en que dejamos de considerarnos los “limpios”, cuando la paz se complejiza: el problema no es el arrepentimiento de unos malos, sino el cambio de toda la sociedad.
El asombro ante nosotros mismos nos lleva a pensar cuál ha sido nuestro papel en la violencia; pero antes de esto es preciso pensarnos la violencia misma. Creo que la concepción que tiene el autor sobre esta es ingenua: la violencia se origina por la ruptura de la intersubjetividad (cf. Martínez 148). Si calificamos a la violencia como aquel actor que disocia, que rompe la intersubjetividad, tenemos un camino muy fácil por delante: rechazar y evitar la violencia en todo momento. Pero creo que las cosas no son tan fáciles. Si bien podemos ver la violencia como ruptura de la intersubjetividad, o de la contigüidad en términos de Arendt (cit. en Martínez 152), no podemos
negar que la violencia misma también puede crear intersubjetividad: véase, por ejemplo, la solidaridad internacional que despertó el bando republicano en la guerra civil española.1
De la misma manera se ha de ver cómo se ha llevado la unión entre campesinos e indígenas, o entre campesinos e intelectuales, en el interior de las guerrillas o del ejército. Encuentros de mundos distintos, descabalgamientos del yo –en palabras de Levinas (cit. en Martínez 149)– que se dan en la guerra. Claro que hubiera sido mejor que estos relacionamientos se dieran en un contorno de paz, pero no podemos negar que la guerra no es la ruptura de la relación entre personas sino simplemente otro escenario. Ahora bien, podría decirse que esas uniones se daban para eliminar a un otro, para romper con la relación entre personas. Y eso es cierto, pero lo que quería decir es que en la violencia no solo hay ruptura, sino que es un ejercicio más complejo.
Una visión simplista de la violencia nos puede llevar, en caso tal de que se termine el conflicto armado en Colombia, a olvidar y dejar atrás todo nuestro pasado de guerra. Pero la cuestión no es tan simple: este es un país que ha crecido en la guerra, y esta hace parte importante de la historia. Debemos verla cuidadosamente, saber que la guerra es –y, espero podamos decir dentro de poco, fue– tierra fértil para muchos tipos de plantas.
1. Aquí no analizo otros tipos de violencia, como aquella que se vive en el lenguaje, aunque ese es un punto que analiza el autor ampliamente. Me concentro en la guerra por ser la máxima expresión de la violencia política, y por la pertinencia de este tema para Colombia. Sin embargo, se le podría objetar al autor que, al referirse a la violencia en el lenguaje, solo hable de la inclusión de lo diferente (en términos de género, raza, clase) en una comunidad hablante, sin mencionar las diferencias entre idiomas y sin cuestionar el uso normal dentro de un lenguaje dominante.
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