Convocatoria Revista de Psicoanálisis Desde el Jardín de Freud, Número 25 "Palabra, escucha, discurso"

2024-05-03

CONVOCATORIA No. 25

“PALABRA, ESCUCHA, DISCURSO”

 

“[…] la palabra es el medio más poderoso que permite a un hombre influir sobre otro; la palabra es un excelente recurso para despertar movimientos anímicos en su destinatario…, y por eso ya no nos parecerá tan enigmática la afirmación de que la magia de la palabra puede eliminar manifestaciones morbosas, particularmente aquellas que reposan a su vez en estados anímicos”.

 Sigmund Freud (1905)

 

Bogotá, mayo 2 de 2024

La cita con la cual abrimos esta convocatoria de los 25 años de Desde el Jardín de Freud es un abrebocas a continuar indagando en torno a cuestiones tanto actuales como estructurales referidas al estatuto de la palabra, al de sus fines, usos y límites, pues  esta no solo es el eje de la invención hecha entre Freud y sus hablantes para escuchar lo inconsciente y sus  inauditos efectos en el sujeto, el cuerpo y los afectos, sino que también constituye lo humano y participa del entramado social; empero, hay que contar con la función corrosiva palabrera que actúa en la disolución de los vínculos, del discurso y que da cuenta del talante problemático de los asuntos a los cuales convidamos en esta ocasión.

Un acercamiento a fenómenos actuales deja la impresión de que nadie parece escuchar a nadie y, al mismo tiempo, la descomposición del lazo social trae una creciente demanda de escucha y la idea de la importancia e, incluso, la obligación de hablar. La subjetividad capitalista es una excitación cuyos ecos pulsionan los dichos, la proliferación de relatos autobiográficos, películas, series, testimonios, y la búsqueda de querer sanarse y sentirse mejor; todos estos, indicios de tal demanda. Pero ¿qué pasa con el decir?

Asuntos como estos incitan a ser pensados desde distintas disciplinas, pues en el ambiente resuenan al unísono la importancia de platicar con el fin de reparar el tejido social y la obligación de dar soluciones. ¿Este imperativo de ¡hay que hablar y responder! es solo un eco de la conminación humana para enlazarse al discurso y al lenguaje, o condensa otras novedades? ¿Qué decir de los imperativoe romper el silencio y de la com-pulsión a confesar verdades y denunciar excesos, corrupciones, abusos…?

Pensemos en la exigencia de saber y decir todo, así como en las sorderas y las avalanchas de protocolos en lugares donde se salvaguarda el silencio, mientras revelaciones como las de Wikileaks, por ejemplo, son objeto de sanciones. Tramas como estas inquietan lo jurídico, artístico, científico, religioso, lingüístico, psicoanalítico, y en últimas conciernen al nexo social cuyo real aloja mudez y sinsentido propios de la palabra escuchada y proferida. Habrá entonces quienes puedan hacer elaboraciones a partir del análisis en los dispositivos de atención familiar, escolar o laboral, y en los que el hablar, escuchar y responder se ha tornado imperioso, lo cual afecta la demanda, el deseo y el lazo que se trenzará. Lo anterior puede ser pensando, por ejemplo, desde los discursos formalizados por Jacques Lacan, a saber, el del amo, el de la histérica, el de la universidad, el del analista y el capitalista. Ahora bien, el discurso y su teoría conciernen al lenguaje, a sus usos y efectos, y por ello tienen un lugar nodal en el psicoanálisis, donde topan con novedades al articularse con sus conceptos fundamentales, con lo particular de su práctica y de su modo de investigar.  

Otras travesías posibilitan más recorridos. La libertad de expresión, hecha hoy derecho, encuentra en las autopistas de las redes sociales tanto la promesa de exponer “cualquier cosa” como baches efecto del “delito de opinión” y de la censura de los medios. Esta Babel de circulación incesante por tales en-redes no deja de concernir a cada quien y al entorno cultural de nuestros días. Las guerras recientes son paradigmáticas al estar causadas por la in-comunicación del saber técno-científico mercantilizado. De modo similar pasa con los genocidios actuales, con su pulular en “muerto y en directo”. Así las cosas, si escuchar implica leer e interpretar, ¿qué retumba por allí?, ¿qué gritan sorderas y negacionismos encastrados a tales guerras y genocidios?; ¿acaso signos de giros en los lazos sociales?, ¿noticias del espirar de derechos y humanos?, ¿agonías del estatuto de la palabra y del pacto simbólico?

La palabra despierta movimientos, anímicos dirá Freud; con ella se gobierna, domina, educa, persuade, seduce, enamora, intimida, humilla, avergüenza, violenta, amedrenta… y se cura. Este uso lenguajero en la curación se puede rastrear desde la Antigüedad hasta nuestros días. Así, hay una manera de operar escucha, palabra y discurso basados en creencias mágico-religiosas; otro modo estaría ligado con las tradiciones antropológicas y filosóficas; uno más es afín al devenir médico, en el que la palabra perdió su lugar medular en la relación con el paciente y la curación para ser sustituida por la mirada, la evidencia y la medición que cierran el hueco del oír, de la voz y de lo no evidente corporal. Por lo demás, tenemos el método de curación de las psicoterapias; y está el psicoanálisis, cuyo proceder es distinto, pero guarda afinidad con todos ellos. Eso sí, entre unos y otros métodos de cura vía escucha, palabra y discurso, hay críticas que necesecitan sostenerse, pero, sobre todo, es menester que sean fundamentadas.

El psicoanálisis no es entonces la única práctica en servirse de la palabra como instrumento curativo, pero sí la primera y única en hacerlo de la forma como lo hace. Recordemos: el análisis nace como efecto de escuchar la histeria y sus saberes imposibles de ser absorbidos por el método científico; histeria y neurosis enseñan que el síntoma está hecho de palabras y de un goce insabido, así como de la inexistencia de palabras para casar el objeto causa del deseo y nuestra falta en ser. No olvidemos: la puesta en forma del invento freudiano es permanente, ha de reinventarse repitiendo el gesto de no recurrir al discurso con fines sugestivos; solo así se puede producir lo inconsciente y el saber del núcleo sexual de los síntomas. Insistamos en la invitación: mucha agua ha corrido bajo el puente desde la creación de la praxis psicoanalítica, pero hay ríos de tinta por recorrer, pues última palabra no hay.

Mucho, pues, por decir en torno a la transferencia, a la asociación libre y a la escucha parejamente flotante, o a los ideales del hablar y del oír, a la cuestión del dinero y del pago, sin las cuales no hay análisis; a la abstención, al silencio, a la interpretación, a la ética, a la mirada, a la voz… y a otras cuestiones más de la puesta en acto de un psicoanálisis, cuyo efecto es real.  En todo caso, convidamos a cernir preguntas como estas: ¿para qué se invita a alguien a hablar?, ¿qué escucha el analista?, ¿qué hace este con lo dicho?

Conviene recordar que la palabra no es una, varía con los tiempos y con las pláticas discursivas: cháchara, bla-bla-bla yopinión en el discurso corriente; jaculatoria en las suras del Corán; logos, verbo, carne y pecado en el cristianismo; medio para la confesión de delitos y crímenes en el derecho; magia del ensalmo cuyo fin es producir curación; palabra eficaz en las medicinas tradicionales e influyente en las prácticas mágico-religiosas y sus curas chamanísticas; vía regia para humanizar y educar en cuanto tareas imposibles debido a las circunstancias discursivas que cuestionan a quien ejerce autoridad con su decir magistral; ejercicio de dominio en la política del discurso del amo que no se ejerce sin la palabra para instrumentalizar el miedo y el odio; instrumento de comunicación, de testimonio, de prevención, de goce y de diversión… poética, al fin y al cabo. Todo ello da una idea de la dimensión coyuntural e histórica de la palabra.

Y está la perspectiva estructural de la palabra configurada como interlocución, pues tiene una dirección, se habla a…, y un fin, se habla para conseguir algo…; no hay palabra sin respuesta, incluso si ella encuentra silencio. Y está el poder discrecional del oyente según Lacan, o sea, que lo dicho y el sentido dependen del interlocutor, del escucha y su respuesta. ¿La formación permanente del analista, no tiene allí una de sus piedras de toque?  

Y es que las elaboraciones del analista francés son una constante indagación en relación con los temas que nos ocupan; así lo indica uno de los textos que marcan ese derrotero, “Función y campo de la palabra y del lenguaje en psicoanálisis” (1953). Resaltar el valor simbólico de uno y otro asunto está en los inicios de los desarrollos lacanianos que dejan puertas abiertas a la estimación del goce que carcome, pues la palabra en el campo del lenguaje no solo vehiculiza el deseo, sino también lo pulsional tiñéndolo con sus violencias. Está la función de ordenación y también la del goce y de su imposición. Son la palabra performativa del pacto y la que funciona separando, mintiendo, pero no solo por el juego de emisión-recepción, sino también porque, como decía Lacan, “no hay palabra de verdad que no mienta”.

Otros acentos de las elaboraciones lacanianas ratifican que se trata de un asunto no menor: están las categorías de palabra plena y palabra vacía, así como el elogio de la primera en detrimento de la segunda. La pareja enunciado/enunciación referida al signo, al significante y su predominancia, que remite a una pregunta fundamental: ¿qué me quieres decir con lo que me dices?Está también el binomio el decir / los dichos, donde cobra lugar el “decir silencioso” como silencio que no tiene palabras.

Hay relaciones que deben ser consideradas entre la violencia y los tres temas a los cuales convocamos. Palabra y escucha provienen del campo del Otro; es más, instituyen a dicho campo y son una forma del ejercicio de poder que adquiere el Otro para el sin voz, para el infans: de su oscura autoridad, pues el decir parental sujeta, domina en todos, más allá de que existan palabras impuestas en la psicosis, lo que muestra la verdad de tal vasallaje actuando como hecho de origen del hablante-ser(parlêtre). Es entonces marca constituyente, huella del Ideal del yo que es siempre del Otro; feroz anclaje del superyó con su dictadura, con su mandato vía voz, miedo, temor… desde la infancia, y que luego perdura más allá de esta sumisión primera bajo la forma de identificación narcisista, de poder que ordena el significante de este Ideal del yo.

En el primer tiempo de la vida somos receptores, escuchas netos de tan estrambóticas criaturas: las palabras del Otro ingresándonos en el mundo humano, fundándolo y creándonos, pues no existen las palabras y las cosas, sino que estas son efecto de aquellas, así como el sujeto. Las estructuras clínicas psicoanalíticas, los anudamientos, nuestra posición con los otros, con el cuerpo… incluso aquello fuera de la palabra y el lenguaje, ¿no es en buena medida el modo de hacer con esta violencia simbólica con efectos reales e imaginarios inexcusables? Ahora bien, el trauma como “malentendido” tendría aquí uno de sus fundamentos, trauma cuya repetición se pone en acción cada vez que se toma la palabra o se es oído.

Prosigamos con la cuestión de violencia, palabra y discurso, pues del lado del niño despuntará la injuria violentando al Otro primordial: ocurre que el pequeño, a falta de contar con palabras soeces, recurre a las conocidas, como “caca”, “pipí”, “fea”, etc., para insultar, por ejemplo, a la madre que se va. Recordemos el insulto que el “Hombre de las ratas” lanza a su padre cuando, hacia los 4 años, siendo reprendido por aquel, bajo una ira profunda y sin tener a la mano palabras ofensivas, le dirige nombres de cosas: “tú… lámpara, pañuelo, plato...”.

Recapitulemos: tanto al niño como a quienes tomamos, ofrecemos o pedimos palabra y escucha, nos concierne la interrogación de Lacan respecto a lo que hablar quiere decir. Esperamos que las letras que hemos desplegado en esta con-boca-toria muestren que hay más de una dimensión en ello, con lo cual caemos en cuenta de que se trata de algo trascendental, de algo que, parafraseando a Borges, podríamos decir así: es menester seguir pensando la palabra, el hablar y el escuchar, solo para darnos cuenta de lo rarísimo de las cosas, del estar vivo muriendo; mejor dicho, para volver a saber lo que siempre hemos sabido: lo rarísimo de todo.   

Así, con estas sendas esbozadas, y otras cuantas que esperamos que ustedes nos hagan recorrer, abrimos nuevamente el espacio del Jardín para indagar sobre estos asuntos que, creemos, son fundamentales para nuestro quehacer clínico. Esperamos que las cuestiones aquí planteadas permitan otras resonancias para lectores y nuevos colaboradores. De esta forma, convocamos una vez más a nuestros colegas psicoanalistas, y a quienes desde diferentes prácticas, horizontes y disciplinas se animen y quieran aportar con sus discernimientos, con sus debates y reflexiones sobre los caminos que tiene la palabra, su escucha y los discursos que hacen distintios modos de lazo social hoy en día. Esperamos sus contribuciones hasta el 31 de agosto del año en curso, al correo de la revista rpsifreud_bog@unal.edu.co o por la plataforma del OJS, que se encuentra en nuestra página web. 

A continuación, van algunas recomendaciones para la presentación de sus textos.

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Cordial saludo,

 

LA EDICIÓN

Escuela de Estudios en Psicoanálisis y Cultura

Universidad Nacional de Colombia

Obra: © Beatriz González