Núm. 22 (2022): «EL RIESGO DE LO HUMANO»

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Si los objetos de los que nos hemos rodeado para hacer más llevadera la existencia ahogan al punto de ser estos los que nos gobiernan ahora y los que fijan su derrotero de posibilidades y límites, ¿puede el psicoanálisis alumbrar con su linterna para alertar si de esa manera se podría estar botando al niño con el agua de la bañera? Pero, para no descuidar la insuficiencia que encierra la mera denuncia, queremos llevar esta consulta a tal punto que sea necesario preguntar a los psicoanalistas si tienen algo que proponer. Cuando Lacan enfrentó el pedido de los estudiantes de los convulsionados años 60, que solicitaban esclarecimientos para apuntalar mejor su espontánea oposición al régimen político y económico, este les respondió con la escritura de los cuatro discursos que hacen lazo social y les aseguró que dichas estructuras podían bajar a las calles. Ello resultaba indigerible ante la premura del tiempo. Hoy, cuando los psicoanalistas han examinado de mil maneras el discurso psicoanalítico, cuando han advertido su relación con el discurso del amo, y cuando han podido constatar repetidamente en la clínica los estragos del discurso capitalista, estragos que recaen en el deseo y la castración, en el síntoma y en el goce, en el vínculo social y en la otredad, ¿puede decirse lo que el discurso del analista podría aportar a la apertura de rutas del vínculo social sin desmedro de los riesgos que lo humano impone?

La noción de riesgo asume que la acción humana ha generado los fenómenos a los que nos enfrentamos, fenómenos que también podrían evitarse mediante la misma acción, lo cual enmarcaría a esta en lo que no sería necesario, pero tampoco imposible. Vivimos en una sociedad en riesgo, afirman los sociólogos desde mediados de los 80, lo cual les ha permitido subrayar las paradojas que conlleva el desarrollo técnico instrumental: “el control de la naturaleza hace imposible el control de la naturaleza”; y, en términos de la relación entre ciencia y política, la idea de que las certidumbres que la ciencia aportaba en remplazo de la religión se desmoronan rápidamente, con lo cual, además, el pulular de las religiones que retornan avanza a pasos agigantados, tal vez justamente para ocupar el espacio vacío que deja el discurso actual al prescindir de toda alteridad. Ello resulta también de crucial importancia para el psicoanálisis en su insistencia en la categoría de Otro, más allá de las otredades imaginarias en que este se extravía.

Entre optimistas y pesimistas, entre la “inteligencia del pesimismo” y el “optimismo de la felicidad”, acaso sea el tiempo el que le imprime mayor urgencia a la pregunta por el riesgo de lo humano. El tiempo, eminentemente humano, si es que aún lo experimentamos, pareciera hoy colapsar, y con este, el sujeto mismo, extraviado entre un sinnúmero de objetos de los cuales él mismo hace parte.

Publicado: 2024-02-08

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