Núm. 23&24 (2024): «EL ANIMAL ME MIRA»
Según el Génesis, el día quinto de los orígenes del mundo, después de que Dios creó cielos, tierra, agua y vegetación, dijo: “Bullan las aguas de animales vivientes, y aves revoloteen sobre la tierra contra el firmamento celeste”. Cuenta el relato bíblico que el creador llamó a la existencia, solo con sus palabras, a todos los animales vivientes: rastreros, nadadores, voladores y pedestres. Enseguida, viendo que su obra estaba bien, bendijo a sus criaturas diciendo: “Sed fecundos y multiplicaos, y henchid las aguas en los mares, y las aves crezcan en la tierra”. Al día siguiente, creó al ser humano a su imagen y semejanza, para que mandara sobre los animales de aire, tierra, agua y lodazales. Desde entonces, la criatura humana, insuflada más de vanidad que de divinidad, se ha enseñoreado con las bestias que lo antecedieron.
Ese señorío comenzó con la cacería, la domesticación, la cría, el troceo para el aprovechamiento de sus cuerpos. ¡Así se beneficia a los animales!: aprovechándoles al máximo por dejar resto. Luego, también fueron maravilla, espectáculo y, además, circo. El magnífico león salta por el aro, el inquieto monito fue vestido de seda, la pantera, que ya no trepa al árbol, camina de un lado a otro en un cubo de barrotes: la espléndida ferocidad domada a fuerza de látigo. El diligente amo de las bestias, ahora dotado de los artilugios de la ciencia, los clasifica, de nuevo los trocea; fija en una vitrina a la inquieta mariposa, acumula millares de cadáveres en los ordenados cajones del conocimiento. Así, del insecto solo nos quedan sus alas irisadas, sus ocelos, ojos que no ven y, sin embargo, miran la obstinación de la labor humana. El estudioso espía qué comen, cómo viven, cuándo y cómo copulan, cómo pelean, qué aventuras corren sus crías. El científico observa; cree no intervenir en esa existencia que se cumple redonda. Pese a ello, una pregunta sostiene su ojo clasificador, su ojo de escalpelo, y quizá su pregunta sobrepase los copiosos informes de la vida de los animales-objeto de la ciencia.
¿Cuál es entonces el impulso no sabido que alienta tal observación?
Las líneas precedentes abrieron un amplio campo de indagación, que fue desplegado, con inflexiones de sumo interés, por nuestros colaboradores: los interrogantes dirigidos a las muy gruesas distinciones entre el humano y el animal; el lugar de los animales en los ritos fundacionales y de paso; el recurso al modelo animal en cierta psicopatología; la función de la representación del animal en las formaciones colectivas, y también en las construcciones delirantes; la expansión del paradigma de las megagranjas y la crueldad en el tratamiento de los animales; la brutalización del enemigo en los conflictos armados. Y más...
Con frecuencia, el lector encontrará que los autores se sirvieron de un fructífero contrapunto con algunas elaboraciones del campo de la filosofía, así como se dejaron orientar por las producciones artísticas y literarias, para con ello cernir las preguntas que fueron el motivo de este número de la revista. Esperamos que el saber aquí decantado, con sutileza, por cada uno de los autores, nos permita también volver a decir con la escritora Jenny Diski: Lo que no sé de los animales.











