Publicado

2015-07-01

Saberes académicos: de la producción textual a la creación de conocimiento

DOI:

https://doi.org/10.15446/lthc.v17n2.51276

Palabras clave:

escritura académica, producción, productividad, obra, conocimiento. (es)

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Autores/as

  • José Santos Herceg IDEA / USACH, Universidad de Santiago

El presente texto busca poner en evidencia que en el último tiempo ha tenido lugar un desplazamiento en lo referente al modo de trabajo académico, en el sentido de que se ha instalado una concepción productiva del conocimiento que tiene consecuencias evidentes sobre el tipo de textos que se escriben y publican. Los académicos nos hemos ido convirtiendo —las instituciones nos han ido forzando a convertirnos— en productores, en el sentido de producir escritos de cierto tipo que deben publicarse en determinados medios. Los textos, por su parte, son concebidos como productos, con todo lo sorprendente que ello pueda parecer. Este artículo busca poner de manifiesto algunas consecuencias que ha tenido este cambio para la escritura académica y el trabajo intelectual en general.

https://doi.org/10.15446/lthc.v17n2.51276

Saberes académicos: de la producción textual a la creación de conocimiento

Academic Knowledge: From Textual Production to Knowledge Creation

Saberes acadêmicos: da produção textual à criação de conhecimento

José Santos Herceg
IDEA / USACH, Universidad de Santiago, Santiago, Chile
jose.santos@usach.cl

Cómo citar este texto (MLA): Santos Herceg, José. "Saberes académicos: de la producción textual a la creación de conocimiento". Literatura: teoría, historia, crítica 17.2 (2015): 97-112.

Artículo de reflexión. Recibido: 14/02/15; aceptado: 07/05/15.


El presente texto busca poner en evidencia que en el último tiempo ha tenido lugar un desplazamiento en lo referente al modo de trabajo académico, en el sentido de que se ha instalado una concepción productiva del conocimiento que tiene consecuencias evidentes sobre el tipo de textos que se escriben y publican. Los académicos nos hemos ido convirtiendo -las instituciones nos han ido forzando a convertirnos- en productores, en el sentido de producir escritos de cierto tipo que deben publicarse en determinados medios. Los textos, por su parte, son concebidos como productos, con todo lo sorprendente que ello pueda parecer. Este artículo busca poner de manifiesto algunas consecuencias que ha tenido este cambio para la escritura académica y el trabajo intelectual en general.

Palabras clave: escritura académica; producción; productividad; obra; conocimiento.


The present text looks to expose a recent shift in regards to academic work: a productive conception of knowledge has taken hold. The consequences of this shift in terms of the types of texts being written and published are unmistakable. As academics, we have been undergoing a transformation into producers, forced to do so by institutions. That is, we produce certain works meant to be published in particular media. The texts, for their part, are conceived of as products, as unexpected as that may seem. This article strives to lay out the ramifications of this change for academic writing and intellectual work in general.

Keywords: Academic writing; production; productivity; work; knowledge.


O presente texto procura evidenciar que nos últimos tempos ocorreu um deslocamento no que se refere ao modo de trabalho acadêmico, no sentido de que se instalou uma concepção produtiva do conhecimento que tem consequência evidentes sobre o tipo de textos que se escrevem e publicam. Os acadêmicos converteram-se -as instituições forçaram essa conversão- em produtores, no sentido de produzir escritos de certo tipo que devem publicar-se em determinados meios. Os textos, por sua parte, são concebidos como produtos, com todo o surpreendente que isso possa parecer. Este artigo procura evidenciar algumas consequências que essa mudança teve para a escritura acadêmica e o trabalho intelectual em geral.

Palavras-chave: escrita acadêmica; produção; produtividade; obra; conhecimento.


En abierta polémica con Hegel, ha existido en América Latina toda una tradición de pensadores entre los que se cuentan José Carlos Mariátegui, Augusto Salazar Bondy, Arturo Andrés Roig, Horacio Cerutti Guldberg, y Raúl Fornet-Betancourt, que nos han hablado de un pensamiento auroral, de uno del amanecer. Se trata de aquel modo de pensar que no exilia de la reflexión el modo en que el pensador mismo está implicado y complicado en lo que busca explicar. "Pretendo -dice Humberto Giannini- no llegar tarde a comprender las cosas de mi mundo y de mi tiempo, proyecto que jamás un pensador debería perder de vista" (Desde las palabras 10). Y agrega un poco más adelante: "Deseo ponerme muy cerca de la vida -lejos del gabinete de estudio- a contemplar como transcurre lo efímero, lo cotidiano en el seno de lo eterno" (10). Un pensar que acompaña los acontecimientos del mundo y que, por eso mismo, tiene una innegable función descriptiva y un ineludible perfil crítico. Su función es observar la realidad, contemplar sus escorzos, sus contornos, para describir sus perfiles, tanto negativos como positivos.

No hay realidad en la que hoy los intelectuales estemos más implicados y complicados que el mundo de la actividad institucional del saber. La reflexión actual en América Latina y en el mundo se ejerce mayoritariamente en forma profesional. Siguiendo en esto una descripción de Adela Cortina (148-152), podemos sostener que, en tanto que profesionales, hemos pasado por un proceso de capacitación formalizado que nos hace merecedores de una acreditación, una licencia que nos habilita para ejercer como tales. Quién puede ser o no un profesional y la manera en que deba ejercerse correctamente la actividad es, además, algo que determinan aquellos que ya están habilitados. Los profesionales del saber conformamos una comunidad de colegas, un colectivo, y ya sea expresa o tácitamente ejercemos un control monopólico sobre el ejercicio de la profesión.

El ejercicio profesional de la labor intelectual, por otra parte, al igual que toda profesión implica un servicio específico a la sociedad y, en tanto que tal, se lleva a cabo institucionalmente. Las funciones que realizamos en una determinada institución -las universidades- están nítidamente definidas y de ello dependen las evaluaciones que se hacen de nuestro desempeño.

En este paisaje institucional he querido adentrarme acercándome a algunos aspectos de una escena en general poco visitada. En esta oportunidad, me ocupa un escorzo en particular: el de las publicaciones académicas. Lo primero que salta a la vista, al observar detenidamente el panorama, es que, aunque no lo parezca, se trata de una escena claramente conflictiva o, mejor aún, conflictuada. No pretendo, por supuesto, sostener que ello sea en sí algo negativo. No me parece, en principio, que el conflicto deba ser evitado a toda costa, pues en esta postura, como señala Ricoeur, late claramente una ideología: la "de la conciliación o de la paz a cualquier precio". El conflicto nos acompaña siempre, es parte de nuestra vida cotidiana, es inevitable y, tal vez, no es deseable evitarlo. Es por ello que quisiera sugerir, junto con el francés, simplemente "liquidar en nosotros la aprensión ideológica ante los conflictos" (97), superar el temor al roce y transitar hacia una postura en que se le ve como una instancia de aprendizaje y crecimiento.

La historia de la reflexión filosófica en América Latina, al menos aquella que muestra las facetas más interesantes, es, me parece, la historia de un conflicto. Ya lo decía Arturo Roig: "el pensamiento latinoamericano, en lo que muestra de verdaderamente creador, se nos aparece cuestionando el discurso colonialista" (79). Es un pensamiento emancipador, liberador, anticolonialista o, como lo ha llamado Enrique Dussel, es un "contradiscurso hegemónico". Los avatares de esta lucha por la emancipación constituyen el corazón de una línea de reflexión realmente original en el continente. El conflicto, sin embargo, no se ha resuelto hasta ahora y no se ve, en realidad, cuándo se resolverá; sin embargo, sigue desplazándose, tomando nuevos rumbos, nuevos derroteros: son otros los mecanismos de control, de opresión, de dominación; otras deben ser las estrategias de emancipación. El ámbito de la producción de textos académicos, de la escritura en el campo del saber, es actualmente un lugar fuertemente controlado y, por lo tanto, se trata de una escena extremadamente conflictiva en la que tiene sentido adentrarse. Esta tarea me ha conducido, hasta ahora, a la elaboración de una suerte de tríptico, al análisis de tres escorzos: las revistas ("De espejismos y fuegos fatuos"), los papers ("Tiranía del paper") y las empresas de publicaciones ("Compra-venta de escrituras"). Son tres escenas, tres acercamientos diferentes, pero complementarios. En esta oportunidad, intentaré una cuarta vía de acceso: la de la productividad o más bien, la de la productivización del conocimiento.1

Ya he puesto de manifiesto antes que en el último tiempo los académicos nos hemos ido convirtiendo -o nos han ido obligando a convertirnos- en productores, en el sentido puntual de producir textos. Se nos presiona para que cada uno de nosotros montemos una empresa, que nos convirtamos a nosotros mismos en una PYME (Pequeña y Mediana Empresa) destinada, en gran medida, a la redacción de escritos y su publicación. Esto se ha instalado paulatina y casi imperceptiblemente en nuestro medio, de tal manera que nos encontramos hoy ante un panorama sumamente extraño, sin saber muy bien cómo llegamos allí. La extrañeza tiene que ver con esta imagen de académicos dedicados a la producción de escritos publicables, y que ponen en este producto todo el sentido de su trabajo. La imagen de los académicos que fabrican textos al modo de una cinta de producción eficiente e indiferenciada, cuasi industrialmente. La extrañeza principal, sin embargo, está en el hecho de que con ello se estarían rebajando los textos académicos a la categoría de simples mercancías, haciendo zozobrar su misma dignidad. Los libros que escriben los académicos, los artículos que redactan, los ensayos que crean y los papers que publican no son simples productos: detrás de ellos -de unos más, de otros menos- hay gran cantidad de trabajo de investigación, años de estudios y preparación, interminables horas de lectura, corrección, etc. Los escritos tienen una dignidad que no tiene un producto industrial cualquiera que se consume en un momento, sin dejar rastro alguno.

Como es evidente, una empresa que fabrica productos ha sido fundada con el objeto único y específico de venderlos en un mercado y obtener utilidades con ello. El valor de dichos objetos se funde, entonces, con su precio comercial y estos no tienen ninguna dignidad en sí. La distinción entre precio y valor, unida al tema de la dignidad, ya la encontramos en Kant. Como decía el alemán, "[a]quello que tiene precio puede ser sustituido por algo equivalente, en cambio, lo que se halla por encima de todo precio y, por tanto, no admite nada equivalente, eso tiene una dignidad" (92). Un producto manufacturado puede ser sustituido por otro igual o, al menos, por uno equivalente, por ello es posible ponerle un precio. Pero de una obra, de un texto, de un escrito no hay otro equivalente y, por lo tanto, nunca es sustituible, ni es posible ponerle un precio. La dignidad, para Kant, refiere a un "valor interno" que es completamente diferente del precio, que alude a un "valor relativo". Esto se ve claramente en el caso del "precio comercial", cuyo valor es relativo simplemente a lo que se esté dispuesto a pagar por un determinado objeto, servicio, etc.

Pese a lo sorprendente que pueda parecer, es indispensable constatar que hoy en día los textos de los académicos son considerados cada vez más como productos. No hay más que observar el desplazamiento lingüístico que se ha producido para comprobarlo. Basta aludir a la introducción e instalación acrítica del vocablo "productividad" para referirse a aquello que emana, principalmente en forma de escritos, del trabajo de investigación. Hasta los años ochenta -al menos en Chile y de manera coincidente con la instalación de las políticas neoliberales en el país- sin duda, no eran productos ni los libros, ni los ensayos o las conferencias, tampoco los artículos, las traducciones, etc. Todo esto no era conocido, ni podía ser denominado "producción", pues se trataba evidentemente de la "obra" de un académico. La obra en el ámbito del pensamiento es el resultado del trabajo de reflexión, de investigación, de creación de un sujeto: es fundamentalmente la expresión de lo que se ha pensado, de lo que se ha leído, de lo que se ha elaborado. Hoy ya no se habla de la "obra" de un académico, es incluso pretencioso hacerlo: el término parece reservado para los artistas, incluso solo para los "grandes artistas". La idea de obra ha sido sustituida por las de producto y producción.

En principio, obra y producto tienen un sentido cercano, en tanto que refieren a "lo hecho". Aunque el concepto de "producto" tenga una aplicación general -cualquier cosa producida es un producto- sin embargo, es en el ámbito de la economía, puntualmente en el de la industria, donde se utiliza con mayor habitualidad y es el que lo carga de su sentido más acabado. En este contexto, "producto" ha sido definido como "...aquello que una empresa (grande, mediana o pequeña), organización (ya sea lucrativa o no) o emprendedor individual ofrece a su mercado de interés para lograr los objetivos que persigue (utilidades, el impacto social, etcétera)" (Vidal 98). Un producto, por lo tanto, no es simplemente algo producido, sino que es algo producido por un agente económico -empresa o emprendedor- con la finalidad de ofrecerlo a un mercado y dicho producto es un medio para alcanzar una determinada finalidad. El considerar los escritos académicos como productos, por lo tanto, produce una serie de desplazamientos interesantes de observar.

Emprendedor

El académico, al menos en Chile, ha ido cambiado su perfil de manera drástica en el último tiempo. Las instituciones relacionadas con el saber han promovido el surgimiento de lo que podría llamarse un académico/emprendedor. La cuestión de la actitud de emprendedor, del ser emprendedor o del espíritu emprendedor, como se sabe, tiene su origen en el ámbito económico, puntualmente en el empresarial, en tanto que se refiere originalmente al tema de la creación de emprendimientos o empresas. El vocablo "empresa", sin embargo, no alude solo a una organización dedicada a actividades económico-comerciales, sino que, en un sentido más amplio, se refiere también a cualquier actividad cuya realización requiera decisión y esfuerzo, es decir, la realización de un proyecto. Aunque parezca redundante explicitarlo, un emprendedor es un sujeto que elabora y lleva a cabo un proyecto que se caracteriza por ser novedoso y de difícil realización. Para hacerlo, debe estar en posesión de una serie de cualidades, de habilidades o competencias.2 Cuáles sean dichas cualidades ha sido objeto de gran controversia. Sin entrar en la disputa, diremos que se refieren, en general, a que el emprendedor es un individuo creativo e innovador, a que es autónomo y activo y, por supuesto, a que es responsable. De lo que se trataría, entonces, es de sujetos que tienen iniciativa para elaborar y lanzar proyectos novedosos, incluso arriesgados, de manera independiente y activa, haciéndose cargo de realizarlos, de impulsarlos hasta el final.

Este es el tipo de sujeto que, por ejemplo, está supuesto en la constitución del sistema con el que en Chile el Estado distribuye financiamientos para investigar. El FONDECYT (Fondo Nacional de Desarrollo Científico y Tecnológico) es un sistema de "fondos concursables" creado en 1981 al interior de CONICYT,3 con la misión expresa de "estimular y promover el desarrollo de investigación científica y tecnológica básica en el país". Para llevar a cabo dicha tarea, asigna un determinado monto de dinero para cada disciplina. Los investigadores que aspiran a obtener financiamiento del Estado, es decir, una porción de dicho "fondo", presentan proyectos que pueden ser de uno a cuatro años de duración. Todos los proyectos compiten por la obtención de financiamiento, por adjudicarse una parte del fondo. Se financian los que han obtenido el más alto puntaje en la evaluación, hasta que se complete la asignación de los recursos disponibles. Con ello se instala la competencia como elemento central del sistema, lo que es coherente con todas las reformas llevadas a cabo por la Dictadura Militar al comienzo de los años ochenta. Nadie tiene asegurado el financiamiento para su investigación, sino que se debe competir con los pares para obtenerlo. Así se aseguraría que los mejores proyectos y, por lo tanto, los investigadores más hábiles y dotados puedan contar con el financiamiento necesario y suficiente para desarrollar sus trabajos.

La consecuencia más inmediata del hecho de que los investigadores deban competir con los otros investigadores por conseguir una parte del fondo, es que los colegas se van transformando en amenaza. De esta forma, la investigación FONDECYT, incluso en contra de sus mismos principios,4 ha ido promoviendo la investigación individual, incluso individualista. Esto se corrobora, además, a la luz del funcionamiento mismo del concurso: solo puede haber un "Investigador(a) Responsable" que, como su nombre lo indica, carga con toda la responsabilidad del desarrollo del proyecto y, por supuesto, también con la sanciones que podrían desprenderse de ello: es el(la) único(a) evaluado(a), el(la) único(a) que debe presentar informes (económicos y de contenidos). Los co-investigadores no tienen más lugar que el de acompañantes -no hay co-responsabilidad por el desarrollo del proyecto. No hay aquí grupos ni colectivos de investigación, tan solo individuos. La Investigación FONDECYT, entonces es claramente individual: son sujetos puntuales los que formulan los proyectos, los que postulan, los que llevan a cabo la investigación y se hacen cargo de la misma, siendo responsables por los resultados obtenidos. Lo hacen además de forma completamente autónoma.

FONDECYT no establece, ni en sus bases de concurso, ni en documento alguno, orientaciones ni, menos, criterios temáticos que deban guiar la formulación de los proyectos. Dicho en otros términos: los investigadore pueden presentar proyectos sobre prácticamente cualquier tema reconociendo solo límites éticos y de originalidad. Cada investigador decide libre y autónomamente el tema, la perspectiva, la duración e incluso los recursos que necesita para llevar a cabo una investigación. El único límite temático que se establece en las Bases del Concurso Regular es que no puede repetirse lo que ya estaba incluido en otro proyecto o en alguna publicación anterior. La originalidad e innovación es el objetivo último de FONDECYT. La investigación financiada debe conducir a "nuevos conocimientos" (Bases 1.2.). Un proyecto que no incluya innovación alguna respecto de algo ya hecho o de alguna propuesta que se presenta simultáneamente, queda fuera de concurso (Bases 2.3.3a). No hay lugar aquí para grupos de investigación o de investigación conjunta: el individualismo es la regla, e implica la necesidad de gestionar la propia carrera académica, de sacarla adelante a imagen y semejanza del modo en que un emprendedor hace andar una empresa que aspira a ser exitosa. Para lograrlo, el académico debe generar un producto que puede ser atractivo para el mercado de las publicaciones científicas.

Mercado

Hasta hace poco parecía claro, para quienes nos dedicamos al trabajo académico, que prácticamente nadie llega a ganar dinero con sus publicaciones. Es evidente que en este sentido se ha operado un cambio que se radicaliza a partir del paso al nuevo mileno. Las universidades, al menos las chilenas, han instalado masivamente sistemas de "incentivos a la productividad". El término está tomado, una vez más, del ámbito empresarial, en donde es una práctica común establecer mecanismos destinados a promover el aumento de la producción. El mecanismo es simple: se reduce al ya clásico cuento de la zanahoria y el burro. El objetivo de estos sistemas, en el ámbito de la investigación, es motivar a los académicos para que produzcan la mayor cantidad de textos posibles y, además, que produzcan ciertos tipos de escritos. Su interés, por lo tanto, es influir tanto en la cantidad como en el formato de los textos que se publican.

El incentivo a la producción busca aumentar la eficiencia en la elaboración de textos publicables. La cantidad es lo que interesa en primer lugar.5

Tanto a FONDECYT como a las universidades no les interesan en realidad las publicaciones mismas, sino su número. Las universidades compran textos a sus académicos -o a los académicos que se anexan- quienes obtienen un merecido, necesario y en ocasiones exagerado "sobre sueldo". Si se mira con atención, sin embargo, lo que compran las universidades, en realidad, no son textos. Lo que adquieren son números, cifras: lo que les interesa es que las publicaciones figuren en sus estadísticas de productividad, pero los textos mismos, en general, no son de su interés. Los libros, los artículos, se pueden acumular en las bibliotecas o no; eso a las instituciones no les importa. Las estadísticas de productividad son lo que les importa y mucho: de allí que están dispuestas a pagar las enormes sumas que ofrecen. Los informes anuales de investigación de las universidades son hoy un cúmulo de gráficos y cuadros en donde aparece la cantidad de publicaciones: de papers en revistas ISI, Scopus, SciELO, Latindex, de libros en editoriales nacionales o internacionales. Ni siquiera se encuentran los títulos de los textos o los nombres de sus autores, menos aún la línea de investigación que se ha abierto, el aporte que ello ha significado, etc. Las universidades, como es evidente, no asumen esta compra de productividad como un gasto, sino como una inversión, pues en gran medida dicho dinero retorna o incluso llega a incrementar los ingresos de la institución.6

En segundo término, la finalidad de estos sistemas de incentivos es que se aumente la escritura de textos de determinado tipo. Al menos en Chile, la tendencia es a motivar a los académicos para que escriban fundamentalmente papers que se publiquen en revistas isi y Scopus -también SciELO y Latindex, aunque en un segundo nivel. El paper, en cuanto es uno más de los modos del discurso académico, se ha ido instalando de un tiempo a esta parte como la manera privilegiada de escritura académica. Esto no se debe, por supuesto, a que este formato sea el mejor modo de escritura científica y que por eso se haya impuesto naturalmente como el más idóneo. La realidad es que las instituciones han llevado a cabo una sistemática campaña en vistas a imponer este modo de escritura como el prioritario, el mejor evaluado, el más deseable e, incluso en algunos casos, como el único aceptable. En el caso chileno, esta campaña que apunta a priorizar el paper es evidente. En la selección de los proyectos en FONDECYT la productividad es decisiva y a los papers se les asignan los más altos puntajes. Del mismo modo, la exigencia de FONDECYT para aprobar un informe final de proyecto es que exista, al menos, un paper isi aceptado.

Esto no es una excepción, sino que es solo una parte del sistema que se ha ido instalando sistemáticamente en Chile, uno en que la producción de papers es algo prioritario. Es así como, en la asignación de becas para estudios de postgrado, CONICYT utiliza estos mismos criterios; también las universidades, desde hace un tiempo, han decidido implementarlos. De hecho, para determinar quiénes son los investigadores destacados, a quiénes se premia incluso con incentivos económicos, se observa prioritariamente la producción de papers y el lugar en el que han sido publicados. Estos criterios se utilizan también, por el otro extremo, para justificar la separación de algún académico del plantel o para contratar a uno nuevo. Todo esto se ha traducido en la creación de una suerte de mercado de compra de productividad. Las universidades adquieren publicaciones y llegan a pagar cifras enormes por ellas: cifras que superan, en muchos casos, el sueldo mensual de un académico contratado a jornada completa por una universidad. Es a raíz de ello, entre otras cosas, que se puede observar que algunos están efectivamente movilizándose hacia la producción de papers o libros que luego venden a la universidad que mejor pague por ellos.7

Finalidad

En lo relativo a la llamada carrera académica los investigadores producen textos con el objetivo expreso y explícito de logar la mejor evaluación posible. El tema de la evaluación de la productividad tiene un lugar central en la vida académica actual. De hecho, los académicos hoy, en Chile, estamos sometidos constante y permanentemente a evaluación. Además de lo mencionado sobre FONDECYT, baste aludir, por ejemplo, a las evaluaciones del desempeño que hacen anualmente las universidades a sus profesores o a las que llevan a cabo para decidir los concursos de ingreso de nuevos profesores o incluso para la jerarquización de los que ya trabajan allí. Se podría traer a colación también, la que hace CONICYT en su programa de Capital Humano Avanzado, cuando adjudica becas para estudios de postgrado.8 Como si esto fuera poco, no se puede dejar de lado la evaluación de la docencia, que realizan tanto los alumnos como los directivos de los programas de estudio. Una porción importante de tiempo lo utilizan los académicos en preparar informes para ser evaluados por los pares, por los directivos, por los jefes, por las instituciones, por la instancias que dieron un financiamiento o una beca, etc.

La evaluación inunda hoy la academia chilena. Se habla de la instalación de una cultura de la evaluación. La evaluación misma, por supuesto, no es algo nuevo. Murphy tiene razón cuando apunta a que en realidad es un hecho que cada organización tiene una cierta cultura de la evaluación, en la medida en que en ellas constantemente se "emiten juicios y se toman decisiones basadas en ellos" (76). Esto parece ser una realidad: siempre estamos evaluando y nos están evaluando, lo hacemos permanentemente, aunque dicha evaluación no sea ni expresa, ni estructurada. La novedad de esta cultura de la evaluación que se instala en el Chile actual parece estar en el hecho de que se ha vuelto no solo expresa y estructurada, sino que también es sistemática, regular, oficial y obligatoria.

La evaluación, como explica muy bien Murphy, no es un fin en sí misma, sino que es una "herramienta de gestión" cuyo objetivo es "encontrar información" que haga posible construir un "diagnóstico" (77). Hay, sin duda, muchas maneras de buscar, recopilar, conseguir información: hay múltiples caminos para jerarquizarla y organizarla y sin duda, existe más de una alternativa para interpretar la información recopilada. De allí que los autores coincidan en sostener que hay múltiples culturas de la evaluación posibles y reales. La que hoy se ha instalado en el mundo académico chileno tiene como eje central o criterio prioritario la productividad.

Tomaré como ejemplo, nuevamente, al FONDECYT. Sin ánimo de exagerar, es claro que lo decisivo de la evaluación de proyectos, tanto para otorgar el financiamiento como para la aprobación de los informes en esta institución es, sin duda, la productividad. Si bien es cierto que, al momento se evaluar si se otorga o no financiamiento, la calidad del proyecto es un tema importante, lo que determina si es aceptado o rechazado es, en definitiva, la manera en que es evaluado el currículum del (la) investigador(a) responsable. Es un hecho que casi la mitad del puntaje final de un proyecto corresponde a dicho ítem. De manera aún más evidente, la resolución sobre los informes se juega del todo en la productividad. De hecho, ella parecer ser el absoluto centro del interés de FONDECYT. Esta institución funciona como una suerte de inversionista que entrega dineros para la investigación y como tal, no lo hace ni gratuita, ni altruistamente. Lo que espera obtener es, según declara, el avance en ciencia y tecnología para Chile, pero lo que en concreto busca es aumentar los índices de productividad científica en el país. Por esto es que FONDECYT exige que cada producto, cada libro, cada artículo, cada capítulo que se publique señale expresamente el hecho de que fue desarrollado con su financiamiento. Si no se cumple con esta exigencia, el producto simplemente no es considerado al momento de la evaluación, aunque el tema esté directamente relacionado con el proyecto y efectivamente se le haya escrito en el marco de su desarrollo.

Como he pretendido mostrar hasta aquí, los criterios economicistas, de un economicismo libremercadista, han ido inundando, colonizando, la actividad escritural en particular, pero también la actividad académica en general, al punto de que casi no nos es posible verla si no es de este modo. Las instituciones ligadas al saber nos presionan para que produzcamos, literalmente, "como locos". Nos tientan con premios, nos amenazan con castigos. Casi sin darnos cuenta comenzamos a aprender estrategias para sobrevivir en este "mercado" que, como tal, muestra su carácter más brutal, dando lugar a una serie de estrategias que a ratos riñen con la moralidad del académico. Las decisiones se van volviendo simplemente estratégicas, en vistas de sacar adelante la propia carrera.

Hay, sin embargo, una clara resistencia. Entre quienes trabajamos profesionalmente en la academia chilena muchos escriben y publican en múltiples formatos, en variados estilos y nuestros artículos aparecen en revistas de diferente tipo que son, la mayoría, de libre acceso. Se publica en formatos que no entran en mercado alguno, que no tienen puntaje, en revistas que no están en índices, pero que son relevantes para el desarrollo de un tema o de un determinado circuito. Esta constatación ha hecho que la idea de considerar nuestros escritos como "productos" aún no esté del todo instaurada y sea resistida por una facción importante de los académicos. De allí que existan algunos que se nieguen incluso a que se use el término "producto" para referirse a sus escritos. Estos académicos sostienen una lucha contra un sistema que va despojando su trabajo de toda dignidad, transformándolo en mera producción y su escritura en simple mercancía que se transa en diferentes mercados. Estos profesionales escriben, investigan, enseñan en vistas de la creación de una obra.

El crear una obra no tiene que ver con su volumen ni con la fama de su autor. Hay obras pequeñas y enormes, las hay conocidas y olvidadas. La de Aristóteles es gigantesca y famosa, la de Pedro León Loyola es breve y del todo desconocida, pero en ambos casos se trata de una obra. Tampoco la calidad define una obra. De hecho, las hay de muy baja estatura y no por ello dejan de serlo: puede tratarse de una mala obra, pero obra al fin. Desde esta perspectiva es que, al referirse a lo elaborado por cualquier intelectual, por cualquier profesor, por cualquier escritor, es posible hacerlo en término de su "obra". El diccionario de la RAE define obra, de hecho, simplemente como cualquier cosa hecha por un agente, y alude expresamente a libros, a un volumen o volúmenes que contienen un trabajo literario. Digamos simplemente que la obra remite a "lo obrado", lo que en el ámbito académico de la filosofía abre un campo mayor, pues la obra de un autor no solo incluye todo lo que realiza en términos de escritura, en sus diferentes formatos, sino que trasciende lo meramente escritural, se desplaza hacia lo oral -clases, charlas, direcciones de tesis, etc.- y llega también a implicar asuntos de orden institucional: fundación de sociedades, de grupos, instalación de carreras, etc. En este punto el término se acerca al vocablo "legado". En este sentido la obra de un autor lo trasciende, lo sobrevive. La idea de la obra se une a la de inmortalidad, pero también a la de donación: un dar, un entregar a los demás, con toda la carga de gratuidad que ello pueda tener.


Pie de página

1 Un mayor desarrollo sobre este tema puede encontrarse en el libro próximo a aparecer, titulado Cartografía Crítica. El quehacer profesional de la filosofía en Chile (Santiago de Chile: Libros de la Cañada, 2015).
2 Dejo constancia de que existen múltiples definiciones de "emprendedor" y "emprender" planteadas por diferentes autores. En cuanto actividad, se la concibe, por ejemplo, como innovar, tener actitud proactiva y asumir riesgos (Miller), como tomar riesgos y ser individualista (Begley y Boyd) o realizar trabajos creativos (Mitchell) entre muchas otras.
3 La Comisión Nacional de Investigación Científica y Tecnológica, fue creada por el gobierno de Eduardo Frei Montalva en 1967. Sin embargo, es en el año 1981 que esta institución inaugura la modalidad de "fondos concursables" como criterio de asignación de recursos; se crea entonces en su interior el FONDECYT.
4 En el primer punto de las Bases del Concurso Regular se dice que FONDECYT "incentiva la iniciativa individual y de grupos de investigación" (1.1.)
5 El riesgo en este punto es evidente: la merma en calidad. Michael Billig señala acertadamente que "trabajando en las condiciones competitivas del capitalismo académico, los académicos se sienten en la necesidad de continuar publicando independientemente de que tengan algo que decir" (7). Puede ocurrir que los académicos terminen publicando por publicar.
6 Las vías más habituales de recuperación de la inversión son, por ejemplo, la publicidad que se gana al aparecer como una universidad líder en investigación. Gracias a las publicaciones se puede lograr la instalación de una imagen pública que contribuya a captar más alumnos o más donaciones. Por otra parte está, sin duda, el tema de la acreditación, que pasa en gran medida por la productividad de la institución.
7 Aquí, sin duda, es indispensable hacer observaciones y aclaraciones que permitan explicar un fenómeno que no puede ser visto, simplemente, como un producto de la ambición desmesurada de los académicos. En muchos casos, es la necesidad la que mueve a un profesor a vender su producción textual, a trabajar para el mejor postor.
8 Información sobre este programa se puede encontrar en <http://www.conicyt.cl/documentos-y-estadisticas/estudios/capital-humano-avanzado/>.


Obras citadas

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Sobre el autor

Licenciado y doctor en filosofía; investigador del Instituto de Estudios Avanzados (IDEA) de la Universidad de Santiago de Chile. Ha publicado como autor el libro Conflicto de representaciones. América Latina como lugar para la filosofía (2010), y ha compilado textos como Liberación, interculturalidad e historia de las ideas. Pensamiento filosófico en América Latina (2013), Nuestra América inventada. América Latina en los pensadores chilenos (2012), Escritos republicanos (2011) junto con María José López, Interculturalidad e integración. Desafíos pendientes para América Latina (2007) y La universidad chilena desde los extramuros. Luis Scherz García (2005).

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Vidal, Diego. “Análisis estratégico de una empresa del sector vitivinícola de la d.o. de Utiel-Requena”. Tesis de grado. Valencia, 2012. Impreso.

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Santos Herceg, J. (2015). Saberes académicos: de la producción textual a la creación de conocimiento. Literatura: teoría, historia, crítica, 17(2), 97–112. https://doi.org/10.15446/lthc.v17n2.51276

ACM

[1]
Santos Herceg, J. 2015. Saberes académicos: de la producción textual a la creación de conocimiento. Literatura: teoría, historia, crítica. 17, 2 (jul. 2015), 97–112. DOI:https://doi.org/10.15446/lthc.v17n2.51276.

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Santos Herceg, J. Saberes académicos: de la producción textual a la creación de conocimiento. Lit. Teor. Hist. Crít. 2015, 17, 97-112.

ABNT

SANTOS HERCEG, J. Saberes académicos: de la producción textual a la creación de conocimiento. Literatura: teoría, historia, crítica, [S. l.], v. 17, n. 2, p. 97–112, 2015. DOI: 10.15446/lthc.v17n2.51276. Disponível em: https://revistas.unal.edu.co/index.php/lthc/article/view/51276. Acesso em: 24 abr. 2024.

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Santos Herceg, José. 2015. «Saberes académicos: de la producción textual a la creación de conocimiento». Literatura: Teoría, Historia, crítica 17 (2):97-112. https://doi.org/10.15446/lthc.v17n2.51276.

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Santos Herceg, J. (2015) «Saberes académicos: de la producción textual a la creación de conocimiento», Literatura: teoría, historia, crítica, 17(2), pp. 97–112. doi: 10.15446/lthc.v17n2.51276.

IEEE

[1]
J. Santos Herceg, «Saberes académicos: de la producción textual a la creación de conocimiento», Lit. Teor. Hist. Crít., vol. 17, n.º 2, pp. 97–112, jul. 2015.

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Santos Herceg, J. «Saberes académicos: de la producción textual a la creación de conocimiento». Literatura: teoría, historia, crítica, vol. 17, n.º 2, julio de 2015, pp. 97-112, doi:10.15446/lthc.v17n2.51276.

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Santos Herceg, José. «Saberes académicos: de la producción textual a la creación de conocimiento». Literatura: teoría, historia, crítica 17, no. 2 (julio 1, 2015): 97–112. Accedido abril 24, 2024. https://revistas.unal.edu.co/index.php/lthc/article/view/51276.

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1.
Santos Herceg J. Saberes académicos: de la producción textual a la creación de conocimiento. Lit. Teor. Hist. Crít. [Internet]. 1 de julio de 2015 [citado 24 de abril de 2024];17(2):97-112. Disponible en: https://revistas.unal.edu.co/index.php/lthc/article/view/51276

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