Publicado

2017-01-01

Ficciones académicas: imágenes de una institución en ruinas

DOI:

https://doi.org/10.15446/lthc.v19n1.60851

Palabras clave:

Universidad, ficción académica, mercado, ruina (es)

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Autores/as

  • Raúl Rodríguez Freire Pontificia Universidad Católica de Valparaíso

El presente texto ensaya una lectura de las transformaciones de la universidad moderna a partir de obras literarias, principalmente anglosajonas y, en menor grado, latinoamericanas, con énfasis en algunas novelas chilenas. Para ello, la noción de ficción operará como clave de lectura. Esto permite abarcar un corpus mayor que posibilita, luego de entregar algunos antecedentes históricos de la universidad, presentar a la ficción como lugar privilegiado para comprender el desplazamiento del saber en tanto eje articulador de la universidad moderna y su reemplazo por una institución basada en la flexibilidad y la precarización. Por último, se recurre nuevamente a la ficción literaria con el fin de mostrar, por una parte, su potencia para configurar un tipo  de subjetividad a contrapelo de la impuesta por las necesidades del capital, y, por otra, resaltar el lugar privilegiado que la universidad tiene para fomentarla.

https://doi.org/10.15446/lthc.vl9n1.60851

Ficciones académicas: imágenes de una institución en ruinas

Academic Fictions: Images of an Institution in Ruins

Ficções acadêmicas: imagens de uma instituição em ruínas

Raúl Rodríguez Freire
Pontificia Universidad Católica de Valparaíso, Valparaíso, Chile
raul.rodriguez@pucv.cl

Cómo citar este artículo (MLA): Rodríguez Freire, Raúl. "Ficciones académicas: imágenes de una institución en ruinas". Literatura: teoría, historia, crítica 19.1 (2017): 253-286.

Artículo de reflexión. Recibido: 12/06/16; aceptado: 09/08/16.


El presente texto ensaya una lectura de las transformaciones de la universidad moderna a partir de obras literarias, principalmente anglosajonas y, en menor grado, latinoamericanas, con énfasis en algunas novelas chilenas. Para ello, la noción de ficción operará como clave de lectura. Esto permite abarcar un corpus mayor que posibilita, luego de entregar algunos antecedentes históricos de la universidad, presentar a la ficción como lugar privilegiado para comprender el desplazamiento del saber en tanto eje articulador de la universidad moderna y su reemplazo por una institución basada en la flexibilidad y la precarización. Por último, se recurre nuevamente a la ficción literaria con el fin de mostrar, por una parte, su potencia para configurar un tipo de subjetividad a contrapelo de la impuesta por las necesidades del capital, y, por otra, resaltar el lugar privilegiado que la universidad tiene para fomentarla.

Palabras clave: Universidad; ficción académica; mercado; ruina.


This text attempts a reading of the transformations of the modern university using literary works, mainly Anglo-Saxon and to a lesser degree Latin American, with emphasis on some Chilean novels. For this, the notion of fiction will operate as key to the reading. This permits coverage of a broader corpus which makes it possible (after giving some historical background on the university) to present fiction as a privileged place to understand the displacement of knowledge as a linchpin of the modern university and its replacement by an institution based on flexibility and precariousness. Finally, the text again resorts to literary fiction to show its potential to configure a type of subjectivity going against the grain imposed by needs of capital and highlight the privileged place the university has to foster it.

Keywords: University; academic fiction; market; ruin.


O presente texto ensaia uma leitura das transformações da universidade moderna a partir de obras literárias, principalmente anglo-saxônicas e, em níveis menores, latino-americanas, com ênfase em algumas novelas chilenas. Para isso, a noção de ficção operará como chave de leitura. Isso permite abarcar um corpus maior que possibilita, depois de entregar alguns antecedentes históricos da universidade, apresentar a ficção como lugar privilegiado para compreender o deslocamento do saber como eixo articulador da universidade moderna e sua substituição por uma instituição baseada na flexibilidade e na precarização. Por último, recorre-se novamente à ficção literária com o fim de mostrar, por um lado, sua potência para configurar um tipo de subjetividade em lugar daquela imposta pelas necessidades do capital, e, por outro, destacar o espaço privilegiado que a universidade tem para fomentá-la.

Palavras-chave: Universidade; ficção acadêmica; mercado; ruína.


Si la finalidad de enriquecerse, única que hoy se nos propone por medio de la jurisprudencia, la medicina, la pedantería, la enseñanza y hasta la teología, no les otorgase crédito, las verías sin duda tan miserables como jamás lo han estado.
¿Qué daño habría si no nos enseñaran ni a pensar bien ni a obrar bien?
Montaigne, Los ensayos

Es frecuente pretender que el propio tiempo sea el peor de los conocidos para que así tenga más mérito enfrentarse a él y cierta excusa capitular ante sus miserias, pero lo cierto es que todas las épocas han sido tenebrosas y tal vez a la propia no le quepa la exquisita gloria de un suplemento de perversidad.
Antonio Valdecantos, "El saldo de la ficción"

I

1. HACIÉNDOSE LLAMAR FILÓSOFO, NOMBRE IRREMEDIABLEMENTE pagano, la figura del universitario debe de haber sido muy particular en el momento de su emergencia y constitución; tan particular que Geoffrey Chaucer decidió ficcionalizar a unos cuantos en los Cuentos de Canterbury a fines del siglo XIV. Como se recordará, es un maestro el que también cabalga en la peregrinación hacia el santuario, y de él se nos dice en el prólogo

que había acabado tiempo atrás los estudios de filosofía. Su caballo era delgado como un palillo y os aseguro que él no estaba más gordo. Tenía un aspecto enjuto y atemperado. Se cubría con una capa corta muy raída [...]. Prefería tener en la cabecera de su cama unos veinte libros de Aristóteles [...] antes que vestidos lujosos, una zanfonía y un llamativo salterio. A pesar de toda esta sabiduría, guardaba poco dinero en su cofre. Gastaba en libros y erudición todo lo que podía conseguir de sus amigos y, en pago, rezaba activamente por las almas de los que le facilitaban dinero para proseguir su formación [...]. Disfrutaba estudiando y enseñando. (73-74)

2. No es casual que Chaucer colocara junto a este paupérrimo ser, en la misma sección, al mercader, "de vestido multicolor, botas con hermosas y limpias hebillas", que lleva "sobre la cabeza, un sombrero flamenco", unhombre que solo hablaba de sus beneficios económicos y "utilizaba su cerebro en provecho propio" (73). Y no podían faltar imágenes de un estudiante o de un médico. El primero, obviamente, era pobre y tenía la mala fortuna de alquilar un cuarto en la casa de un "rústico adinerado", mientras el doctor en medicina "no tenía rival en cuestiones de fisiología y cirugía, pues poseía buenos fundamentos en astrología [...]. Tenía gran destreza en calcular la posición planetaria más propicia para administrar tratamientos" y "raramente se le veía con la Biblia en las manos" (77). Otro universitario que aparece es el quinto y último esposo de la comadre de Bath, antiguo estudiante de Oxford que no paraba nunca de leer, un guapo veinteañero que logró despertar sus apetitos. De manera que en Chaucer encontramos uno de los primeros relatos ficcionales que figuran al universitario como alguien carente de medios materiales, pero atravesado por una extraña pasión, tan extraña que le lleva incluso a desarrollar una lengua enrarecida. "Contadnos un estupendo cuento de aventuras", le espeta el Molinero, pero "guardaos vuestra terminología, florilegios y figuras retóricas", pues "este no es momento para estudiar". "No queremos sermones cuaresmales de frailes que nos hacen llorar por nuestros pecados, ni un relato que nos haga caer dormidos". Más bien "contadnos un cuento divertido" (261).

3. Si he comenzado este pequeño ensayo estando en Santiago de Chile y refiriendo la naciente figura del universitario es, por una parte, porque las universidades que hoy y a lo largo de todo el mundo dicen responder a su nombre fueron constituidas a partir de la universidad europea, en particular de su forma moderna, cuyo modelo hoy está asediado, invadido, tomado por el discurso y la práctica empresarial, que ya Chaucer percibía muy cerca del saber. Tal asalto, sin embargo, no ha logrado borrar del todo la herencia que los primeros universitarios legaron al porvenir, una herencia que la idea de universitas guarda en su étimo y luego, ya instalada, en su afterlife: facultad, colegio, bachillerato, licenciatura, doctorado, programa de estudios y cátedras o lecciones son nociones que, inventadas en el alba de la universidad, aún hoy empleamos, si bien ya no en latín.

Pero hemos olvidado que tales ocurrencias, al decir de Kant, lograron existencia mediante una multiplicidad de contiendas que, desde su emergencia, la universidad (en toda su heterogeneidad) ha debido enfrentar, pues la contienda es la condición de posibilidad de la comunidad universitaria. Tal es la tesis que Kant esgrime en su famoso texto El conflicto de las facultades (1798), y, para argumentarla, entra en un juego retórico cargado de ironía que llevó a Jacques Derrida a señalar que está escrito "con el humor que le conocemos" (Du droit 398). Pero no solo con gracia, sino también asumiendo riesgos. Kant antepone un prólogo a la reunión de sus escritos universitarios donde pone en escena la censura de la cual ha sido objeto su texto La religión dentro de los límites de la mera razón (1794), así como las medidas que habrá de padecer si no se retracta: "De no ser así, vuestra reticencia habría de contar irremisiblemente con ingratas disposiciones" (El conflicto 51), es decir, tendrá que atenerse a las consecuencias. "Muy graciosa [Allergnadigster] la orden que vuestra augusta majestad me hizo enviar", le responderá Kant (51) valientemente a Federico Guillermo, Rey de Prusia. Al igual que en su respuesta a la pregunta por la Ilustración, el filósofo de Konigsberg pone límites a quienes quieren cercar el pensamiento, esa experiencia o esa actitud incondicional de decirlo todo y a la que desde distintos frentes y de múltiples formas se le ha querido históricamente reducir, pues lo que él llamó Ilustración no ha prosperado desde que la reivindicara con fuerza hacia fines del siglo XVIII.

Luego de aquel prólogo, Kant escribe una pequeña y concentrada introducción, donde, a la vez que asume una política de interrupción enunciativa, también inscribe una cierta escritura performativa, pues estas dos páginas son una proclama por donde se la mire. Kant nos dice, en primer lugar, que el saber, por lo menos en esto que llamamos universidad, se trata de manera fabril (fabrikenmüfiig en el original y mass production dice una traducción inglesa), lo que instala al profesor como un trabajador público, afectado por su correspondiente división laboral, cuestión, por cierto, que la radical precarización contemporánea hace imposible desconsiderar. Nada de torres de marfil ni castillos bibliotecas. En ese entonces, como hoy, un simple trabajador, para darse forma debió, junto a otros de su mismo oficio, constituirse en comunidad, en una universitas, esto es, en un gremio similar al que constituyeron herreros y artesanos. Solo así podían adquirir reconocimiento, que es como decir autonomía y dominio sobre la creación de doctores o, en la lengua del siglo xII, profesores. Pero esta misma comunidad comienza a compartir el trabajo del saber con otras que no necesariamente se dedican a la enseñanza. Academias o Sociedades, les llama Kant (freie Corporationen). Finalmente, las comunidades de maestros también forman a "esos otros letrados (con estudios) que, al verse revertidos con un cargo, actúan como instrumentos del gobierno y en provecho propio (no precisamente en aras de la ciencia) [...] de modo que también se les puede llamar negociantes [bussinnesmen, según la traducción inglesa; Geschaftsleute en el original, que también se puede traducir por empresarios] o peritos [Werkkundige, expertos, donde werk se traduce como fábrica] del saber" (El conflicto 63). Estos, una vez han obtenido sus títulos, devienen "órganos del gobierno (eclesiásticos, magistrados y médicos)", de manera que hacen de "mediadores" entre el soberano y el pueblo. Y como tales, no pueden ejercer un uso público de la razón sino privado, pues, como señaló Kant en 1784, no son más que "funcionarios" (28). Y como se adivinará, muchos de estos empresarios del saber se quedan, incluso mucho antes de Kant, pululando en la universidad, en esas facultades llamadas superiores, y, cada vez más, también en las inferiores (las humanidades), haciéndose de sus cátedras y haciendo del saber un fin utilitarista, cuestión que modifica radicalmente la idea de formación. "Desde luego", señalaba Kant hace más de dos siglos, "las facultades superiores no tienen que responder ante el gobierno sino de la instrucción que imparten públicamente a su clientela" (y aquí emplea nuevamente la palabra Geschaftsleuten, o sea, empresarios) (85). Revisada escuetamente esta pequeña pero contundente proclama, no debemos pensar que el giro empresarial que hoy atraviesa a la universidad ya se encontraba en aquellos estudiantes y en aquellos profesores. Sí muestra muy bien Kant que la comercialización siempre ha asediado al pensamiento y ello desde la emergencia de las universidades, incluyendo a los países latinoamericanos, por lo que su condición de ruina le es consustancial.

4. Recuérdese, por ejemplo, que frente a un Estado que impedía la autonomía universitaria y que buscaba formar sus cuadros gubernamentales (aquellos peritos del saber que constituirían lo que Ángel Rama, quizá a partir del mismo Kant, llamó la ciudad letrada), la crítica universitaria era imprescindible. Pero en Chile se estaba lejos de su topografía, pues aquí la fuerza de la Facultad Inferior fue por décadas inexistente, e incluso el modelo universitario humboldtiano tardaría en aparecer. Andrés Bello fundó una universidad donde la filosofía y las humanidades, antes de encargarse libremente de velar por "la verdad de las doctrinas" que se debían admitir racional y no gubernamentalmente, tenían por cometido la formación de un sujeto ad hoc a las políticas que implantaba el emergente Estado chileno. Es posible que Bello quisiera otra institución, pero en la práctica es esta la que tuvo lugar. Por ello su labor prioritaria fue la vigilancia de la política educativa nacional, la que se realizaría a través de una superintendencia, distinta, claro, a la que hoy se pide para regular el mercado educacional. Además, la Facultad de Humanidades, al igual que las nacientes Facultades de Medicina, Leyes y Ciencias Matemáticas y Físicas, tenía entre sus cometidos generar las estadísticas nacionales de sus respectivas áreas, y la estadística, vale recordar, es aquella herramienta que vendría a ocupar un lugar central en la biopolítica decimonónica de Occidente.

5. La Universidad de Chile era entonces una universidad del Estado y para el Estado, que debía encarar los problemas económicos y políticos de la joven y creciente "población chilena". Sí, Bello era heredero de Condorcet y Talleyrand, pero también de Mill y Bentham. No por nada Patricio Marchant señaló hace casi treinta años que la Universidad de Chile "fue posible porque la realidad misma la hacía necesaria: los discursos en que fundaba su primacía -el positivismo comtiano, primero, y luego la 'filosofía de los valores'-, no eran meros discursos, sino que constituían momentos esenciales de la realidad chilena" (135). De manera que no fue el modelo de Humboldt ni el de Kant, sino el de Napoleón el que se instauró inicialmente en nuestro país, y desde donde además se tomó la idea de la Superintendencia, pues la docencia no era una prioridad ni una política universitaria, para eso estaba el Instituto Nacional. Las facultades, por lo tanto, se dedicaban a la profundización utilitaria de sus respectivas disciplinas, a promover la ideología del progreso, y, si hubo una facultad superior en el sentido kantiano, esta fue, paradójicamente, la de Filosofía y Humanidades. De manera que si en la Francia napoleónica la educación superior "nunca fue una universidad en el sentido normal, sino más bien una aglomeración de cuerpos docentes proyectados para establecer un monopolio estatal sobre la educación pública" (Ellis 210), lo mismo podemos señalar de Chile. Ello implica que la defensa de la universidad necesita urgentemente su deconstrucción, no para aminorarla sino para encontrar en ella misma las posibilidades de que no esté regida más que por el saber y la crítica. La realización de tal deconstrucción implica reconocer el poder de la ficción, así como la ficción del poder, y ver cómo ficción y poder o poder y ficción han hecho emerger una entidad llamada universidad y le han otorgado sus formas a lo largo de la historia.

6. Lo anteriormente señalado nos lleva a apuntar que creer que la catástrofe de la universidad es un acontecimiento contemporáneo que da lugar a una posuniversidad, tal como ha afirmado Alberto Moreiras, es obliterar radicalmente su historia, e incluso a la historia. Si nuestro presente se encuentra arruinado no es porque nuestro pasado no lo haya estado o no lo vaya a estar nuestro futuro. Al contrario, como afirma Antonio Valdecantos, "nuestro presente es tan malo como todos los presentes que fueron y que no merecen nostalgia", pues "solo comparando unas calamidades con otras cabe adquirir conocimiento de lo singular de la propia" (30-31). La historia, como dice Walter Benjamin, se constituye a partir de ruinas sobre ruinas, pues la historia no es más que "un eterno caducar" (67). Solo una mirada ingenua podría creer que la actual transformación de la universidad, bajo la lógica empresarial, es la primera gran embestida que esta institución debe enfrentar, dando lugar así a una especie de narcisismo de época.

Resta, y esa es nuestra intención aquí, comprender lo singular de la actual ruina universitaria, pues las murallas de la universidad fueron transformadas en escombros no solo por la expansión (y la consecuente apropiación mercantil) de sus conocimientos, sino por el propio principio liberal que propiciaba su campo de acción autónomo, su laissez-faire. Así, en el mundo contemporáneo la coincidencia entre los momentos de producción y circulación (de cualquier mercancía, incluidos el saber mismo y quienes lo portan o encarnan) se traduce también en la coincidencia entre universidad y mercado (mercado académico, oferta académica, etc.), arruinándose así la imagen moderna de la universidad.1 Como efecto de esta convergencia se puede entender la configuración del mercado global universitario surgido en las últimas décadas y que en el siglo XXI está listo para comenzar su propia competencia. Bajo esta nueva "condición desterritorializada", las novelas que revisaremos en el siguiente apartado nos mostrarán que no solo las labores de investigación, formación y producción o circulación de conocimientos se rigen por el mercado, como revela, por ejemplo, el boom del trabajo con conceptos, rápidamente consumibles y reemplazables (subalternidad, decolonialiad, biopolítica, estudios culturales, afectos y un largo etcétera), sino que además la propia administración de las instituciones de educación superior se realiza desde la lógica empresarial.

II

7. "Lo mismo sucede en todas partes [...]. Es más fácil poner en la calle a un profesor. Es lo que pasa cuando son demasiados los alumnos con becas oficiales" (240). Esta sentencia, a la que hoy estamos más o menos acostumbrados, dada la creciente flexibilización laboral académica y la competencia a la que obliga el modo de financiamiento de lo que se ha dado en llamar mercado universitario, fue realizada por el joven profesor Jim Dixon, personaje de la que ha sido definida por la crítica especializada como una de las principales novelas que inauguran en Inglaterra el subgénero "Academic Novel" (también llamado "Campus Novel"):2 Lucky Jim (1954) de Kingsley Amis. Esta tiene su paralelo estadounidense en la platónica The Groves of Academe (1951), de Mary McCarthy. Se trata de ficciones literarias cuya reunión surge a partir tanto de cuestiones estéticas y filosóficas, como sociológicas, dado que lo que cataliza su emergencia es la radical transformación de la topografía universitaria a la que dio lugar el escenario de posguerra y su interés por cartografiarlo. Esa topografía tenía como espacio privilegiado de representación un microcosmos (principalmente anglosajón) alejado de las grandes ciudades, del mundanal ruido urbano, lo que le permitía a estudiantes y profesores dedicar el tiempo, supuestamente de manera exclusiva y sin interrupciones, al estudio y la contemplación, intrigas y envidias mediante.

8. Jim Dixon es el joven profesor al que Kingsley Amis inmortalizara en su Lucky Jim (llevada al cine tres años después de su publicación por John Boulting), es decir, en un contexto que vio crecer aceleradamente la matrícula universitaria en el mundo anglosajón. "Queremos doscientos maestros este año", imagina Dixon que dictarán las autoridades: "y estamos decididos a tenerlos" (240). Similar es el caso de la novela de McCarthy, traducida y publicada en Chile hace cincuenta años como Arboledas universitarias (1966). En ella leemos: "Por supuesto que los estudiantes, como todo otro estudiante en cualquier lugar [...] estudiaban lo menos posible. Pero la posibilidad de embaucar al tutor variaba de acuerdo a los diferentes departamentos" (72), una situación en la que no había más remedio que la tolerancia, dados "los elevados derechos de matrícula que a su vez eran los que mantenían la universidad" (76). De ahí que cuando algunos profesores insistían en la necesidad de una regulación al respecto, "el presidente y aquellos interiorizados con los problemas presupuestarios sintieran una verdadera furia cuando alguien tenía la temeridad de hacer semejante sugerencia" (76). A pesar de sus diferencias en términos de estilo, forma y argumentos, tanto la novela de Amis como la de McCarthy se ven enfrentadas a un mundo que en pocos años cambió radicalmente el propósito de la universidad, esto es, la profesión del saber, pues si bien en ambas se pone en cuestión la idoneidad de los estudiantes, el foco no radica tanto en ellos como en los profesores, que comenzarán a habitar precariamente su espacio profesional. Se trata de una condición "que provocaba [...], según el temperamento de cada uno, la sensación de encontrarse fuera de lugar" (65).3 La universidad dejaba entonces de ser un espacio cerrado para transformarse, cada vez con mayor intensidad, en un espacio conectado con su afuera, casi indiferenciable (en términos operativos) de instituciones contemporáneas dedicadas al comercio, pues aquello que hoy se ha dado en llamar "vinculación con el medio", eufemismo para referir fundamentalmente la articulación con las empresas, terminará derruyendo sus antiguas murallas hasta el punto de que es el saber mismo el que ha estado siendo desalojado en función de la propagación de habilidades y competencias ad hoc a las necesidades del mercado, y de ello dan cuenta informes como Lo que el trabajo requiere de las escuelas o Guiar el mercado, elaborado este último en Chile bajo la dirección de José Joaquín Brunner.

9. Al igual que Jim, Henry Mulcahy también sufrirá la inestabilidad laboral y la evaluación continua de su desempeño, así que su éxito dependerá fundamentalmente de la capacidad que tenga para graduar estudiantes. Mulcahy, el más brillante de su departamento, se verá enfrentado a diversos dilemas morales, de los que no siempre saldrá victorioso; es más, luego de enterarse de la posibilidad de no ser recontratado, la desesperación lo llevará al cinismo y la manipulación. Mulcahy es, entonces, el producto de una universidad que lleva a sus académicos a transformarse en sujetos despreciables, sin importarle cuán despreciable sea también la graduación de estudiantes que apenas se han interesado por sus estudios. En Arboledas universitarias se deja en claro que el saber ya no es un requisito para la universidad, puesto que ha sido reemplazado por fines utilitaristas y pragmáticos a los que solo interesa lo que tiene que ver con el dinero. Así lo expresa también un grupo de profesores europeos reunidos por Nabokov en la novela Pnin (1957), cuando se quejan y hacen "gestos decepcionados al referirse 'al típico universitario norteamericano', que no sabe nada de geografía, es inmune al ruido y cree que su educación no es más que un medio de conseguir a medio plazo un empleo bien remunerado" (121). De manera que el profesor Timofey Pnin -como sus colegas de las novelas ya mencionadas- también habita la precarización laboral como norma, y si insistimos en ello no es porque nos interese recalcar la desgana o las tretas estudiantiles, sino ver cómo tal afección se instala como una constante y obliga a traspasar la responsabilidad del aprendizaje al cuerpo académico, pues el hecho de que los estudiantes no aprueben sus exámenes (como muestran estas novelas) se debe, a juicio de las autoridades, a que se carece de las habilidades para hacer que aprendan. Todo esto no es sino el síntoma de una crisis no moderna de la universidad moderna, como le llamó Willy Thayer, por lo que inicialmente estas ficciones académicas se atuvieron a ironizar -cuando no a satirizar- la universidad que estaba emergiendo hacia la segunda mitad del siglo XX.

10. Una respuesta distinta, aunque igual de preocupada, fue The Master, de C. P. Snow (1951), que hizo de la imagen de la torre de marfil, tan efectiva para estereotipar al mundo intelectual, una dulce nostalgia con la cual mantener una idealización: la utopía -como diría Elaine Showalter- de una universidad que solo existía como un recuerdo imaginado. De manera que la ficción académica que surge por aquellos años dio lugar a una representación en la que ese mundo universitario que vivía "con sus propias reglas y tradiciones, distanciado del sofocante mundo exterior" (Showalter 14), comenzaba a transformarse en ruinas. Por ello es que, para Showalter, The Master es "una de las novelas académicas más reverentes, idílicas y utópicas que jamás se hayan escrito", puesto que su héroe, Lewis Eliot, que trabaja en una universidad tipo Oxbridge, ha imaginado a la vida académica como "una de las vidas más felices y significativas que un hombre pueda tener" (14). Sin embargo, esta idealización del pasado de Snow contrasta radicalmente con la Universidad de Oxford (re)presentada por el narrador de Todas las almas (1989), de Javier Marías, donde la sublime ciudad universitaria de antaño ha terminado siendo acosada por violentos vagabundos que asedian a sus transeúntes, por lo general estudiantes a los que "se les olvida el noventa y cinco por ciento de las maravillas que nos escuchan, y que nuestros brillantes hallazgos solo los deslumbran durante unos minutos, más o menos hasta el final de la clase" (21). Y entre esos vagabundos, que a todo esto no son los únicos culpables de transformar esa ciudad "conservada en almíbar" en una "ciudad inhóspita" (15), se encuentra uno que otro exprofesor. Quizá haya contribuido a la pérdida de su aura el hecho de que, también aquí, el saber ya no es relevante: "lo único que interesa de veras en Oxford", acusa un colega del narrador, "es el dinero, seguido de la información, que es siempre un medio de obtener dinero" (39). Y a ello habría que agregar, por supuesto, el sexo, pues hay quienes lo prefieren al dinero: "nadie piensa en otra cosa que en mujeres y hombres", comenta quien es a la sazón un antiguo profesor oxoniense, para el que "la totalidad del día es un trámite para detenerse en un momento dado y dedicarse a pensar en ellos [los hombres]": "los paréntesis no son ellos, sino las clases y las investigaciones, las lecturas y los escritos, las conferencias y las ceremonias [...] la totalidad de lo que aquí consideramos la actividad" (88). He ahí lo que posiblemente lleva al narrador a señalar que "Oxford es, sin duda, una de las ciudades del mundo en la que menos se trabaja" (10), pero la verdad es que es difícil concordar con esta afirmación, pues, como veremos más adelante, en Todas las almas el trabajo intelectual no es, a fin de cuentas, considerado como trabajo, entendido este como la actividad realizada por aquellos que no hacen del pensamiento un ejercicio para supervivir. De modo que aquí estamos frente a la clásica distinción entre trabajo productivo (material) y trabajo improductivo (inmaterial, intelectual), distinción que ya Kant había puesto en cuestión. Además, esta distinción es precisamente la que en nuestra contemporaneidad es insostenible, pues el llamado posfordismo la ha abolido, a la vez que ha transformado a la universidad, en tanto institución rectora de la verdad y la crítica, en un lugar central para los procesos de producción y acumulación de capital;4 ello es posible porque hoy el saber es un producto de consumo como cualquier otro, pero no exactamente como cualquier otro, dado que el saber es uno de los bienes cuya explotación genera mayores niveles de riqueza a nivel global, y de ahí el despliegue de nociones como capitalismo académico o cognitivo.5

11. Pero si al inicio de la ficción académica, en los años cincuenta, se produjo una mirada irónica del microcosmos universitario (a excepción de Snow), centrada fundamentalmente en la figuración de profesores de literatura, las dos décadas siguientes comenzarán a dar muestras de una mayor diversificación hasta el punto de figurar una universidad que muchos nostálgicos no reconocerían. En los sesenta y setenta, este tipo de ficción se extendió hasta incluir (bastantes veces) no solo la figura del trabajo académico tradicional (filosófico o literario), sino también el administrativo (Una nueva vida, 1961, de Bernard Malamud), el doctoral (La caída del museo británico, 1965, de David Lodge), o el sociológico (El dueño de la historia, 1975, de Malcolm Bradbury). Ahora la ficción académica amplía sus problemáticas y formas al incorporar la especulación sobre la historia y la cambiante situación del profesor, que ya no estará necesariamente inscrito en las universidades de renombre y alejadas de la urbe, sino en nuevos proyectos arquitectónicos que buscan, como los grandes centros comerciales, lugares estratégicos para su instalación.

12. Es interesante constatar que este desplazamiento representacional de la ficción académica también se debió a un cierto agotamiento producido por su mismo éxito, dado que temas y motivos comenzaban a repetirse. Sin embargo, este impase da cuenta de qué trató profusamente el inicio de la crisis universitaria, y lo hizo de tal forma que si hoy la revisitamos es porque reconocemos en ella nuestra condición de ruina contemporánea.

La novela de campus debió, entonces, reinventarse luego de su aparición, como lo muestra magistralmente la obra de David Lodge, quizá uno de sus autores más representativos. Tal reinvención permitirá, en consecuencia, que la "novela de campus experimente y juegue con el género de la ficción misma, comente sobre cuestiones contemporáneas, satirice los estereotipos profesionales y las tendencias de la educación, a la vez que exprese el dolor de los intelectuales llamados a medirse contra otros y contra sus propias expectativas de brillantez" (Showalter 4).6 Para David Bevan, quien editó uno de los principales libros de crítica dedicados al subgénero, este cambio salvó al género de agotarse, lo salvó de la "autoflagelación y la repetición", y lo hizo al inscribir en las obras "el reconocimiento de los procesos históricos" (4), esto es, al redescubrir que la universidad no estaba separada del mundo que le rodeaba, sino completamente inmersa en él.

13. Los años setenta serán para las metrópolis aquellos en los que una nueva masificación universitaria tendrá lugar, pero ya no solo a través de la ampliación de la matrícula, sino también mediante la creación de nuevas universidades. En este contexto, El dueño de la historia (1975), obra de Malcolm Bradbury -cuyo título en inglés, The History Man, hace una referencia directa a Hegel, que será abundantemente citado- ambientada en 1972, aparece como una de las pocas ficciones capaces de dar cuenta apropiadamente del giro que está sufriendo la institución universitaria, al configurar la ficticia University of Watermouth, una universidad que a diferencia de las representadas una o dos décadas atrás, está completamente inmersa en el mundo. De ahí que su personaje central, Howard Kirks, sea un importante profesor de sociología, esto es, un "teórico de la sociabilidad", y no un profesor de literatura que habita (supuestamente) un microcosmos que responde al nombre inglés de library. Pero, por otra parte, esta imaginaria universidad es, también, una sátira de las "Glass and Steel Universities", universidades de vidrio y acero, edificios transparentes que se asemejan más a un mall que a un lugar amurallado que, cual biblioteca, profesa y difunde el saber. La University of Watermouth tiene algo del famoso hotel Bonaventura, pues se trata de una arquitectura que recuerda los análisis de Fredric Jameson respecto a la configuración del espacio posmoderno, que alberga esas construcciones que realizaron una "destrucción virtual de la vieja ciudad fabril a través de la proliferación de cajas de vidrio y de edificios altos" (83), para dar paso a una ciudad donde el trabajo se transformará en eso que hoy se llama "emprendimiento", una innovación propia de una época dominada por el management.

14. En la University of Watermouth, lo más sobresaliente es la gran torre de cristal en la que se aloja el Departamento de Ciencias Sociales, "una casa de la innovación, el progreso y la imaginación", al decir de Showalter, para quien "en las novelas de los años setenta el cristal llega a constituirse en una metáfora para un nuevo yo académico" (50). Como señala uno de sus personajes, Millington Harsent, "especialista en ciencias de la educación" y vicerrector de la universidad, "esto es la génesis" de una nueva subjetividad, y para comprobarlo le entrega a Howard un folleto especial, "un elegante documento impreso en papel gris, y escrito cinco años antes, cuando todo había apenas empezado" (Bradbury 101), cuando Jop Kaakinen, el gran arquitecto finlandés contratado para diseñar la universidad del mañana (nuestro presente) -esa verdadera "ciudad futurista"-, recién iniciaba su radical transformación de los antiguos edificios decimonónicos. Y en el folleto leemos:

No estamos solos al construir los nuevos edificios; pues también creamos nuevas formas y espacios que han de ser los nuevos estilos de contacto humano. Pues una arquitectura es una sociedad, y aquí estamos edificando la sociedad del moderno mundo de hoy. (84)

En consecuencia, Howard, acertadamente, afirmará que hacia fines de los años setenta la universidad se ha transformado ya en "una metáfora para nuestro tiempo" (46), sentencia que entronca visionariamente con otra que el colectivo Edu-Factory formulara hace tan solo unos años: "Lo que una vez fue la fábrica, hoy es la universidad".

15. Si la fábrica dio lugar a una forma de subjetividad de la que Tiempos modernos de Chaplin representa su gran modelo, la universidad contemporánea pertenece entonces al modo de producción llamado posfordista, un modo radicalmente heterogéneo al que le precedió, centrado en el consumidor (estudiante), la tecnología (tics) y los servicios (educación). Mientras aquella se caracterizó por habitar un modelo disciplinante, donde el encierro y la modelación eran sus estrategias, esta opera al aire libre y mediante la modulación (Deleuze). De ahí que la insistencia en una arquitectura que tome la transparencia del vidrio como principal elemento ofrezca, según Octavi Comeron,

una imagen de hasta qué punto, en la era de la información y la economía global, incluso lo que históricamente había sido el máximo exponente del trabajo material (la fabricación de automóviles) se encuentra inmerso en un acelerado proceso de fusión con el orden simbólico. La fábrica pasa a ser un espacio abierto y atractivo -y deviene una imagen: una vitrina que exhibe espectacularmente ese trabajo productivo que la modernidad había aprendido a ocultar. (23)

La importancia de esta mutación estriba, como veremos más adelante, en la disolución radical de la temporalidad moderna, aquella que distinguía o que diferenciaba el tiempo laboral del tiempo dedicado al ocio, disolución que a su vez conlleva la ruina de otras fronteras: la de lo público y lo privado, la de lo material y lo inmaterial, y la de la producción y el consumo. La transparencia del cristal universitario no solo devela un nuevo modo de producción (y acumulación), sino que también inscribe de lleno al saber en el ámbito del consumo, entrando así a compartir el mismo código mercantil que rige para cualquier producto, trátese de un auto o de una computadora: el saber es, por tanto, un producto más y como tal se compra, pues así lo afirman los dispositivos ficcionales con que opera hoy la universidad gerencial: calidad, crédito o capital humano, término este que va de la mano con el de emprendimiento (Rodríguez Freire, "Notas sobre").

16. Posiblemente David Lodge es quien mejor ha ficcionalizado esta nueva condición universitaria, llegando incluso a hacer de ella el argumento central de la mayoría de sus novelas. Ya en una de sus primeras obras, La caída del museo británico (The British Museum is Falling Down), de 1965, leemos el principal consejo que un director de tesis tiene para su doctorando: "¡Publique! ¡Publique o muérase! Así es como funciona el mundo académico en nuestros días" (92). Aunque quizá sea en El mundo es un pañuelo (Small World), de 1984, donde Lodge logra dar cuenta del gran impacto que el escenario post ha tenido en la topografía universitaria, pues en esta novela inscribe lo que a su juicio son los elementos catalizadores de una nueva condición académica, por lo que vale la pena citarlo en extenso:

En el mundo moderno la información es mucho más portátil que antes. Y la gente también. Ergo, ya no es necesario guardar la información en un edificio, ni mantener a los mejores alumnos encerrados en un campus. Hay tres cosas que han provocado una revolución en la vida académica durante los últimos veinte años, aunque muy pocos se hayan dado cuenta: los viajes en reactor, los teléfonos de marcado directo y la fotocopiadora. Hoy en día, los sabios no han de trabajar en la misma institución para intercambiar sus impresiones, pues se llaman unos a otros o se encuentran en los congresos internacionales. Y ya no han de buscar los datos en los estantes de las bibliotecas, pues todo artículo o libro que les parece interesante lo hacen fotocopiar y lo leen en casa. O en el avión que les lleva al siguiente congreso. Yo trabajo sobre todo en casa o en los aviones, últimamente. Rara vez entro en la universidad [...]. Mientras tenga usted acceso a un teléfono, a una fotocopiadora y a un fondo de ayuda para seminarios y congresos, estará perfectamente, estará enchufado en la única universidad que en realidad importa: el campus global [...]. Los tiempos del campus individual, estático, han terminado. (67-68, 90)

17. Si bien la descripción de Lodge resulta un tanto caricaturesca -aun más si consideramos que desde hace ya varios años internet ha tornado innecesarios el teléfono, la fotocopiadora y hasta el avión, pues gracias a la telecomunicación ya no es necesario viajar para estar "presente" en algún congreso o conferencia-, acierta al señalar que esta revolución ha dado lugar a una universidad global que terminó arruinando las victorianas murallas que, cual abadía, resguardaban los estantes que ordenaban y clasificaban el saber. Se trata de una universidad a cuyo fortalecimiento contribuye el actual sistema de créditos transferibles y donde su inscripción en nuestros escenarios tiene la impronta (la prepotencia) no de la Unesco sino del Banco Mundial. Y en esta nueva universidad será la fama que construye el dinero, más que el reconocimiento de los pares, el motor que moverá a la intelligentsia: "Antes de retirarme, quiero ser el profesor de inglés mejor pagado del mundo" (66) señala Zapp Morris, personaje central de El mundo es un pañuelo, un teórico que va abrazando los conceptos que la moda coloca cada cierto y rutinario tiempo a su disposición, dado que estos, los conceptos, operan también bajo la lógica del "ciclo de vida de un producto", esto es, duran lo que la rentabilidad del mercado académico les permita.

18. Lo que sigue entonces es la ruina de las categorías modernas con que operaba el pensamiento, pero también de la topografía universitaria del campus, un proceso que transformará las imágenes del trabajo académico hasta el punto de hacer antagónicas para el presente figuras cuya erudición (como la de Walter Benjamin o la de Erich Auerbach, por poner unos ejemplos) hoy resulta superflua, cuando no innecesaria, dado que el conocimiento ha sido reemplazado por las competencias. Quizá la mejor síntesis de este enfrentamiento se encuentre en la película Pie de página (2013), de Joseph Cedar, que pone en juego, frente a frente, dos estilos académicos, el de un filólogo meticuloso, erudito y paciente, pero sin reconocimiento, y el de su hijo, también filólogo, pero negligente y desordenado, aunque famoso, y que viaja por el mundo dando conferencias sobre temas tan llamativos como la cocina en la tradición hebrea, mientras su padre ha pasado más de treinta años estudiando pequeñas variaciones del Talmud.

19. De manera que entre los años sesenta y noventa, tras el efecto de los cambios acaecidos luego del inicio de la novela de campus, la figuración de la universidad y del trabajo que en ella se realiza va mutando junto con el mundo que la va leyendo, ello, posiblemente, porque las universidades se han ido convirtiendo en auténticas empresas del saber -de ahí el boom del término capitalismo académico (Slaughter y Leslie) hoy en día- y, como tales, han dado lugar a un modelo universitario fuertemente inscrito en el rendimiento y el utilitarismo de los saberes expertos -como el del sociólogo de Bradbury- y flexibilizados.

Por otra parte, el aumento exponencial de la población estudiantil, un crecimiento que en América Latina comenzó a vivirse fuertemente a partir de los años noventa (y que no ha parado), permite que el llamado mercado académico diagrame un tipo de oferta orientada específicamente a un sujeto que ya no será identificado como estudiante, sino como cliente, cuestiones estas que aparecen ficcionalizadas espléndidamente en el relato "Larga distancia", de Alejandro Zambra (2013): un joven académico se gana la vida trabajando durante la noche de telefonista para una empresa de seguros de viajes, mientras en tardes vespertinas hace de profesor taxi en un Centro de Formación Técnica. Solo en las mañanas, porque duerme, no tiene que satisfacer usuarios. Si bien Zambra no se refiere a los alumnos como clientes, el paralelo establecido entre sus dos trabajos sí lo hace:

Mis alumnos eran todos mayores que yo: tenían al menos treinta años y hasta cincuenta, trabajaban todo el día y pagaban con muchísimo esfuerzo sus carreras de Administración de empresas, Contabilidad, Secretariado o Turismo. Yo debía enseñarles 'Técnicas de la expresión escrita', según un programa muy rígido y anticuado. (84)

Pero las leyes del mercado, y la impunidad que lo protege, permiten que, ante fallas del producto, los consumidores de lo que podríamos llamar fast knowledge deban recurrir al Servicio Nacional del Consumidor (Sernac) antes que al Ministerio de Educación; aunque de esto no habla Zambra sí instala las condiciones para imaginarlo:

Llegué el lunes con el tiempo justo para tomar mi carpeta e ir a la sala, pero el edificio estaba cerrado e incluso acababan de cerrar la fachada. El instituto no existía más. Me lo explicaron los alumnos, desolados. Habían pagado sus mensualidades e incluso varios de ellos el año completo, por adelantado, para aprovechar un descuento. (90)

Y si dejaron sin edificio (y sin título) a estos "alumnos", los profesores no estaban en mejores condiciones: "me debían un mes de sueldo, pero cuando intenté juntarme con los demás profesores no tuve ninguna suerte [...] preferían no reclamar, porque también trabajaban en otros institutos y no querían tomar fama de conflictivos" (92).

20. "Larga distancia" pone en escena la condición precaria del saber contemporáneo, pues esta afecta de la misma manera a la universidad que a las otras instituciones de educación superior; en tal sentido este libro es demoledor. Si el promedio de los profesores del sistema universitario chileno que no tienen trabajo fijo (que trabaja part-time) supera el 60%, no es difícil vislumbrar (ni corroborar) que hay universidades, institutos o centros de formación técnica donde esta cifra aumenta hasta el 90% y como no es factible conseguir "horas" con tan solo solicitarlas, se genera un profesorado zombi que recorre la ciudad de un extremo a otro y, con suerte, repitiendo clases. Digo "con suerte", pues Julián, personaje de La vida privada de los árboles -segunda novela de Zambra- no la tiene:

Es profesor de literatura en cuatro universidades de Santiago. Hubiera querido ceñirse a una especialidad, pero la ley de la oferta y la demanda lo ha obligado a ser versátil: hace clases de literatura norteamericana y de literatura hispanoamericana y hasta de poesía italiana, a pesar de que no habla italiano. (26)

Y cuando Julián está en apuros económicos o simplemente necesita más dinero para pagar el arriendo de su casa, se verá obligado "a pedir más clases" (35). De manera que Julián (como Zambra en algún momento) "es profesor, y escritor de domingo" (27), escribe o solo tiene tiempo para escribir aquel día, y lo hace de la misma manera que otros dedican su descanso para beber o maestrear. Hoy en día ser profesor universitario no entraña ningún lugar de autoridad o prestigio; ser profesor es una de las tantas formas de interactuar en y con el mercado, esto es, con el capital. En un relato incluido en El estado de la cuestión, Kato Ramone lo explicita al deshacer "una especie de cliché de familia de clase media bien constituida", clase de la que hoy proviene gran parte del ejército académico flexibilizado: "hijo único y con padres orgullosos de que sea profesor universitario. [Pero este profesor tiene muy claro el lugar que le ha tocado en suerte]. Él es más mesurado y sabe lo que pesa: nada" (76).

21. Nada. Nada porque la universidad ya no es un lugar donde el saber constituya un eje articulador, ni tampoco "un semillero de sujetos modernos", como se dice nostálgicamente por ahí. Gracias al feroz sistema de financia-miento que impuso la dictadura de Pinochet y solidificó la concertación, la universidad busca las formas de sobrevivir a las leyes de la competencia, razón por la cual ha hecho del management su modus operandi o vivendi, pues su mayor preocupación, más que el conocimiento y la ciencia, es aquello que los economistas llaman el punto de equilibrio. Tal proceder explica la urgencia con que actualmente se habla de la extensión o vinculación con el medio, pues lo que se espera este último es que contribuya a que los ingresos totales superen a los costos totales. En Donde van a morir los elefantes (1995), quizá sin proponérselo, José Donoso retrata ejemplarmente este punto. Un joven profesor es contratado por una universidad del medio oeste estadounidense que tiene una de las bibliotecas más concurridas. por los turistas:

Esta biblioteca, con su imponente sala de lectura... era el orgullo de la universidad. No porque estuviera mejor surtida que otras o contara con incunables preciosos y primeras ediciones raras, sino más bien porque había llegado a ser la baza principal en el juego académico que propiciaba el auge de las vanguardias. (81)

Pero aquí las vanguardias se reducían a un movimiento artístico llamado "concreto hechizado", cuya obra maestra era una instalación kitsch de

arboles tumbados, columnas truncas, acueductos en ruinas, arcos semiderrui-dos, por donde trepaba una vegetación creada con materiales manifiestamente artificiosos: plástico, polietileno, cartón-piedra, tela pintada [...] una realidad más real que la real... preparada no por técnicos y utileros entrenados en la Scala de Milán o las batteghe de Florencia, sino en Hollywood y Orlando. (82)

Aquí Donoso figura una universidad que bien podríamos llamar plástica, un simulacro donde el espectáculo ha reemplazado a la lectura, "una realidad más real que la real" pues en ella vivimos.

22. Por otra parte, el sugerente título de Donde van a morir los elefantes plantea la universidad como un moridero intelectual, pues los elefantes son los académicos. En esta representación no se distancia mucho Bolaño, quien, en "La parte de los críticos", presenta a los profesores universitarios como inoperantes, pues como si se tratara de un chiste ("clásico"), nos encontramos con que un francés, un italiano, un español y una inglesa forman el círculo académico de hierro que defiende y promociona la obra de un escritor mediocre, pero al que están por darle el Premio Nobel y, como nadie es profeta en su tierra, Benno von Archimboldi recibe primero el reconocimiento extranjero, antes que el de su patria. Pero lo paradójico es que Jean Claude Pelletier, Piero Morini, Manuel Espinoza y Liz Norton, especie de críticos posnacionales, tienen poco o nada que ver con tal premio, pues siempre la laureada noticia, que se reiterará durante varios años, les llega sin que ellos hayan tenido alguna incidencia, es más, parece que su apasionada lectura "crítica" tiene una ínfima relevancia en la circulación de la obra de Archimboldi, de modo que, como diría Bolaño, sus combates resultan poco más que ejercicios de esgrima.

23. Por lo visto, parece ser que la novela, que la narrativa, cual Proteo, ha sido capaz de dar cuenta de un mundo universitario proteico, y por ello debemos agradecerle, incluso más porque la tarea no ha sido fácil ni percibida, algunas veces, como necesaria o relevante. Esta ficción académica ha logrado, posiblemente sin pretenderlo, develar la catástrofe del saber y en ello posiblemente se haya adelantado a otras ficciones. Sin embargo, ahora se hace imperioso tomar distancia de una particular mirada que se inscribe en sus recorridos, pues gran parte de las ficciones académicas literarias parece reinstalar el cliché que afirma un pasado glorioso ante un presente decadente. Bradbury lo hace explícito en sus ataques al feminismo y al pensamiento crítico, mientras Lodge lo hace ridiculizando a quienes defienden la necesidad del trabajo teórico, en especial el llamado posestructuralista: "¿Una teoría? [...] Cuando la oigo, echo mano a mi revolver" (Lodge, El mundo 44) señala Philip Swalow, contrincante del deconstruccionista Morris Zapp. En estos dos novelistas, los principales del mundo inglés dedicados a la novela de campus, la crítica a las transformaciones universitarias se torna defensa de los valores humanistas tradicionales, asociados, por lo general, a una clase social privilegiada a la que la democratización del saber parece disgustarle.7 Más que sentir nostalgia por un modelo de universidad que se pierde, nos encontramos en un momento en el que se puede reimaginar la profesión del saber más allá de sus condiciones de soberanía moderna, un momento radical para una nueva universidad y, sobre todo, para unas nuevas humanidades (Derrida, "Incondicionalidad").

24. La modernización capitalista, señaló al respecto Terry Eagleton, socaba a las humanidades tradicionales, pero a pesar de ello sus valores, parecen desear Bradbury y Lodge, perviven y mantienen una especie de reservorio moral que la sociedad contemporánea no puede simplemente despachar. El filme Pie de página parece tomar distancia de este lugar común, incitándonos a imaginar una universidad que no se construya de pretéritos sino de una incondicionalidad que habrá que inventar, pues a pesar del antagonismo, padre (vieja escuela) e hijo (universidad contemporánea) buscan los honores y laureles de la academia, aunque para ello la verdad, supuesta alma mater del quehacer universitario, deba ser obliterada. En otras palabras, Cedar pone en escena que en el mundo universitario, en general, no se busca la verdad sino el reconocimiento, aunque se afirme lo contrario: el saber es y ha sido, por tanto, un medio para satisfacer la vanidad y la egolatría, lo que recuerda una entrañable sentencia de Balzac: "hay que dejar la vanidad a los que no tienen otra cosa que exhibir". Si hoy la vanidad se encuentra en alza, posiblemente se deba no a que antes no haya existido, sino a que el saber es cada vez más irrelevante al creérselo tan solo información, y quienes hacen como si lo detentaran, juegan la ficción de una academia producida por otro tipo de ficciones.

III

El Señor Shakespeare le habla a través de trescientos años,
señor Stoner, ¿le escucha?
John Williams, Stoner

25. Si es dable imaginar que una ficción pueda ser transformada apelando a otra ficción, entonces debemos procurarnos un tipo de escritura que dé lugar a una subjetividad no emprendedora, no sujeta al código del management. No hacerlo, no afirmar que las ficciones neoliberales son una invención y, como tal, una arbitrariedad posible de obliterar, nos lleva, como afirmó Frank Kermode, a mitificarla: "Las ficciones pueden degenerar en mitos cada vez que no se las considera conscientemente como invenciones [fictive]" (46). Quisiera aventurar que la ficción que puede desestabilizar a esa otra que prácticamente se nos impone como mito al impedir la posibilidad de su transformación, existe desde hace siglos y nunca ha dejado de hablarnos, de interpelarnos, y en ello la universidad ha tenido un rol fundamental al ser una de sus principales anfitrionas... Pero se la escucha cada vez menos, puesto que las condiciones de su posibilidad han sido trastocadas, hasta el punto de considerársela ruido cuando se la compara con la armonía literaria que fomenta el mercado editorial dominante, o cuando la universidad comienza a desplazarla en función de potenciar saberes expertos de mayor "utilidad". Lo interesante es que este tipo de ficción también existe hoy, como nosotros, sus lectores, al interior del mercado, pues es necesario reconocer que vivimos en sus entrañas, que no hay afuera, que el mercado lo ha permeado todo, pero no hasta el punto de lograr una hegemonía imposible de contestar. Esa ficción corresponde a una cierta literatura, aquella capaz de confrontar al mercado habitándolo de tal manera que logra subvertir su capacidad axiomatizadora, al dar lugar a la posibilidad de una subjetividad crítica. Si Borges está en lo cierto, al componer una temporalidad infinita con infinitas circunstancias, Homero retorna una y otra vez gracias a que hizo de aquello que hoy aún llamamos literatura su heredera, otorgándole el carácter casi religioso que la determina. Así que, si religión viene de religare, como recordó Walter Benjamin, de unir aquello que se extiende por los siglos, la literatura entonces contiene una cierta experiencia milenaria, sobre la que se desdobla infinitamente a sí misma y a sus lectores, permitiendo así la emergencia de una actitud crítica para con el presente. Esta actitud ya la hemos visto, la hemos leído, es la actitud de Baudelaire ante su propio tiempo, como nos lo recordó hace casi tres décadas Michel Foucault, cuando señalaba que la crítica consiste en "la actitud que permite captar lo que hay de 'heroico' en el momento presente" ("¿Qué es la ilustración?" 342), aunque se trata de una heroización irónica, pues no consiste en sacralizar momento o sujeto alguno, sino en captar muy bien el momento de interés, en reinsertar lo poético, y en imaginar el presente "de otra manera de la que es y en transformarlo" (344).8

26. En La ciudad ausente (1992), Ricardo Piglia refiere que Macedonio Fernández dijo que "la primera obra anticipa todas las que siguen" (42), sentencia que guarda la forma que encontramos para llamar a ese impulso ficcional que, habitando y circulando por el mercado, se le resiste, y no siempre consciente de su potencia, dado que la política que esta ficción porta no tiene que ver con un discurso, ni siquiera con un mensaje sobre la política (o lo político); lo hace porque mientras el mercado reifica el pasado, al hacerlo disponible para el consumo, la literatura podría, eventualmente, incluso virtualmente, darle vida, vivificarlo. En su libro, Piglia recuerda que la Gesta Romanorum, el libro de exempla medievales más popular de su época, tenía a Virgilio por mago, puesto que esculpía estatuas que retenían el alma de sus amigos muertos: "la capacidad de animar lo inanimado es una facultad asociada a la idea del taumaturgo y a los poderes del mago".

Una nota a una edición inglesa de la Gesta recuerda que Virgilio era llamado Magistrum Virgilium, con lo que se quería significar "hábil en las ciencias ocultas", precisamente aquellas que mediante los libros, esas mágicas estatuas esculpidas con letras, permitían que la vida continuara. En este mismo sentido es que Piglia refiere que, en egipcio, escultor significa "el que mantiene la vida" (59). No es extraño ni casual, entonces, que Dante tuviera como guía en el infierno a este nigromante o que Arturo Belano, alter ego de Roberto Bolaño, realizara sus aventuras junto a Ulises Lima.

27. Teniendo en cuenta que la noción de espectro está ligada fuertemente a la de literatura, como lo recuerda también el castillo que Homero rige en el infierno dantesco, algunos pasajes de la novela Stoner (1965), de John Williams, resultan conmovedores:

El pasado se aparecía [para el joven William Stoner] desde la oscuridad en la que permanecía y los muertos volvían a la vida ante él, así el pasado y los muertos fluían hacia el presente entre los vivos, de manera que, por un instante, tenía una visión de densidad en la que se compactaba y de la que no podía escapar. Tristán e Isolda la Justa, desfilaban ante él; Paolo y Francesca giraban en la ardiente oscuridad; Helena y el deslumbrante Paris, con la amargura en sus rostros por las consecuencias de sus actos, surgían de la penumbra [...]. [Y] mientras lidiaba [en su primeros años de universidad] contra el poder de la literatura que había estudiado e intentaba entender su naturaleza era consciente del cambio constante en su interior y, mientras era consciente de ello, salía de sí mismo y entraba en el mundo que le contenía, de manera que sabía que el poema de Milton que había leído o el ensayo de Bacon o el drama de Ben Jonson cambiaban el mundo del que eran sujetos, y lo cambiaban por su dependencia con él. (20, 30)

28. Hijo de padres campesinos que lo enviaron a la universidad para que se formara como ingeniero agrícola, teniendo así la esperanza de un mejor futuro, Stoner terminará optando por un camino mucho más intempestivo. Aquel viaje hacia el saber era, literalmente, su primer viaje, pues nunca antes se había alejado tanto del campo, como del tipo de trabajo que para producir la tierra se necesitaba. Su contacto con una nueva arquitectura lo conmovió, pero aún más lo haría el estudio de la literatura inglesa, asignatura que mayor dificultad le presentó en sus inicios, pues "las palabras que leía eran solo palabras en páginas y no podía ver la utilidad de lo que hacía" (16), y quizá por ello es que el inglés "le preocupaba y le inquietaba más que ninguna otra cosa" (15). Y así fue como gracias a este traspié comenzó a tomar más cursos humanistas:

El segundo semestre [...] abandonó las asignaturas de ciencias e interrumpió sus estudios en la Facultad de Agricultura. Asistió a cursos de introducción a la filosofía y a la historia antigua [...]. [Hasta que, sin imaginarlo] tomó conciencia de sí mismo como nunca antes. (19)

La literatura lo había llevado, paradójicamente sin darse cuenta, a transformarse en un sujeto ético con la fuerza necesaria para constituirse a sí mismo. El que no lo percibiera da cuenta del poder de la ficción literaria, capaz de hacer emerger imperceptiblemente una potencia subjetiva que se da forma a sí misma. "Usted va a ser profesor", le espeta Archer Sloane, el encargado de enseñarle literatura inglesa.

Stoner se sentía suspendido en el aire y oyó su voz preguntar: '¿Está seguro?' 'Estoy seguro', dijo Sloane suavemente.
'Es amor, señor Stoner', dijo Sloane jovial. 'Usted está enamorado. Así de sencillo'. (24)

Estar enamorado de la literatura, incluso a través de la literatura... Cómo no recordar una vez más a Paolo y Francesca, que en el infierno cuentan sus amores y desgracias a Dante, pues el amor les condujo a la muerte:

Leíamos un día por deleite,
cómo hería el amor a Lanzarote,
solos los dos y sin recelo alguno.
Muchas veces los ojos suspendieron
la lectura, y el rostro emblanquecía,
pero tan solo nos venció un pasaje.
Al leer que la risa deseada
era besada por tan gran amante,
este, que de mí nunca ha de apartarse,
la boca me besó, todo él temblando.
Galeotto fue el libro y quien lo hizo;
no seguimos leyendo ya ese día. (127-138)

29. "Dejan caer el libro, porque ya saben que son las personas del libro", escribió poéticamente Borges (323). Y ese libro no es otro que el que Chrétien de Troyes escribiera alrededor de 120 años antes de que Dante diera a la luz el suyo, y nos hablara de la fuerza de la lectura, esto es, de la literatura, pues "otro libro", concluye Borges, "hará que los hombres, sueños también, los sueñen" (323). Y así fue: un sueño llamado Stoner soñará -revivirá- en el siglo XX a estos enamorados que en el infierno gozan de una libertad que en la Tierra se les habría negado. Reflexionando sobre "el hecho de que la literatura rechaza de manera fundamental la utilidad", George Bataille diría que "lo que entonces obliga a amar es esa libertad riesgosa, altiva y sin límites que a veces lleva a morir" (18). La literatura se trata, entonces, de una fuerza sin garantías, dado que descubrir gracias a ella que el único tesoro por el que vale la pena morir no nos lleva al paraíso, obliga a enfrentársele con valentía. En otras palabras, la literatura, que también podemos llamar libertad, se encuentra del lado de lo improductivo si hemos de mirarla desde el registro económico, dado que este, afirma nuevamente Bataille, reduce "la actividad humana a la producción y a la conservación de bienes. Reconoce que la finalidad de la vida humana es desarrollarse, es decir, incrementar y conservar las riquezas" (36). Nada más alejado de la literatura que desafía la servidumbre, de manera que si la universidad -y sobre todo quienes la habitan- apuesta por la libertad, apuesta entonces por una cierta improductividad, y digo "cierta" pues la economía en sí no es lo que arruina al saber (o a la historia), lo que lo arruina es aquella de sus ramas que para mantener su libertad esclaviza al mundo, y la universidad debe ser inútil cuando se trata de apoyarla.

30. La vida de Stoner no fue fácil, nunca lo sería, ni siquiera la universitaria, pues, para pagar el alojamiento de aquellos años, tuvo que dar "de comer y beber al ganado, [y] lava[r] a los cerdos por la mañana [...]. Luego, por la noche", le ordenaba su anfitrión, "aliméntalos y lávalos otra vez, recoge los huevos y ordeña las vacas. Corta leña cuando encuentres tiempo. Los fines de semana me ayudarás con lo que esté haciendo" (13). Pero desde que descubrió lo que implicaba la potencia de la ficción literaria, una potencia espectral que vuelve heterogéneo el presente, desencajándolo una y otra vez hasta incomodarlo al inscribir en él los ficticios espectros del pasado, desde aquel descubrimiento Stoner se caracterizará por signar su existencia mediante una ética que, con Foucault, bien podríamos llamar eto-poética, esto es, el conjunto de "prácticas sensatas y voluntarias por las que los hombres no solo se fijan reglas de conducta, sino que buscan transformarse a sí mismos, modificarse en su ser singular y hacer de su vida una obra que presenta ciertos valores estéticos y responde a ciertos criterios de estilo" (El uso de los placeres 16-17). Se podría argüir entonces que en la universidad Stoner encontró, a contrapelo, la fuerza que le permitiría suspender las ficciones disciplinantes encargadas de modelar la subjetividad. Y en aquel encuentro, aventuro una vez más, se cifra la potencia de la universidad misma, al hacerlo posible, pues la transformación de la subjetividad emprendedora no se da intentando modificar de manera programada la conciencia de la gente, sino al crear las condiciones para que uno se elabore a sí mismo. Tal operación implica un cuidado de sí al que cierta ficción literaria y cierto trabajo intelectual contribuyen a partir de una actitud estética experimental: "en cada momento, paso a paso", señaló Foucault,

hay que confrontar lo que se piensa y lo que se dice con lo que se hace, con lo que se es [...]. La clave de la actitud política personal de un filósofo no ha de ser buscarla en sus ideas, como si se pudiera deducir de ellas, sino más bien en su filosofía como vida, en su vida filosófica, en su ethos. ("Política y ética" 310-311)

La ficción parece ser un medio privilegiado para acoger esta relación entre ética y estética, así como entre existencia y poética. A propósito de Baudelaire, Paul Valery señaló: "En los dominios de la creación, que lo son también del orgullo, la necesidad de distinguirse es inseparable de la existencia misma" (174). Con ello se quiere poner de relieve la importancia política de la creación de sí mismo, pues el cuerpo es un lugar de lucha, un territorio atravesado por múltiples fuerzas que uno debe gobernar luchando constantemente contra su asedio. Y esa "necesidad de distinguirse", que da lugar a un estilo, es la singularización, que lejos está de la moda y su capacidad moduladora. Es, también, la ficción performativa sobre uno mismo.

31. Pero esta potencia de la ficción no está garantizada, pues también puede contribuir a la sujeción. En América Latina las llamadas ficciones fundacionales, junto a instituciones como la universidad, contribuyeron a la modelación de una subjetividad ad hoc al naciente estado nacional, así como hoy contribuye a la producción de consumidores al hacer de la deuda un modo de vida. No por nada los estudiantes ya no aprueban asignaturas, sino créditos. Ello implica, entonces, parafraseando a Foucault, que "la ficción no es simplemente aquello que traduce las luchas o los sistemas de dominación, sino aquello por lo que, y por medio de lo cual se lucha, aquel poder del que quiere uno adueñarse" (El orden del discurso 15), para hacer emerger entidades que contribuyan a la libertad. En un bello ensayo titulado "La partida de nacimiento como ficción", el poeta Octavio Armand recuerda los castigos recibidos en sus años escolares por no parar de hablar en clases:

Me veo ante el pizarrón, o cabizbajo en mi pupitre, escribiendo cientos de veces 'no hablaré en clases, no hablaré en clases' [...]. La escritura como castigo. A veces la condena se cumplía como poética. Aquello de Lautréamont: 'La poesía debe ser hecha por todos', en clase, era la solidaridad de las amigas, que me hacían, cada una, 100 o 200 líneas. 'Las líneas deben ser hechas por todos' [...]. El lenguaje como solidaridad, como castigo, como usurpación. Y algo más: como burla, mentira, sinsentido. Porque al escribir aquellas líneas -escritura que recordaba y pretendía borrar un pequeño crimen, la voz- yo me oía diciendo 500 o 100 veces: no hablaré en clases, no hablaré en clases. Invaginado, irónico, el lenguaje me permitía seguir hablando. (79)

32. La ficción guarda entonces esta doble posibilidad, y la universidad la aloja en sus entrañas. Como tal, la universidad es el lugar donde estudiantes y profesores aún pueden entrar en relación con el saber para hacer de él el motor de la transformación no solo de sí, sino también de quienes les rodean mediante el ejercicio de la crítica. Pero para ello se debe considerar que ya no se cuenta con un lugar privilegiado para enunciarla, dado que, al igual que la literatura, ha sido desplazada de sus vínculos con el poder (con la ciudad letrada), condición que, sin embargo, deberíamos ver como favorable, pues tiene mayores posibilidades de movimiento. Foucault recordó que los griegos llamaban parresía a

una actividad verbal en la que un hablante expresa su relación personal con la verdad, y arriesga su vida porque reconoce el decir la verdad como un deber para mejorar o ayudar a otras personas (y también a sí mismo). En la parresía, el hablante hace uso de su libertad y escoge la franqueza en lugar de la persuasión, la verdad en lugar de la falsedad o el silencio. (Discurso y verdad 46)

Si bien quien esto escribe no corre peligro alguno, de cierta manera pretende decir la verdad de la universidad con el fin de reinventarla, encontrando para ello posibilidades en su mismo interior. He ahí el cometido que me gustaría resaltar de la ficción literaria desde la universidad o desde lo que de ella queda. La literatura se nos presenta como la ruina a partir de la cual se puede construir una institución distinta, pues su capacidad ficcional puede transformarnos en sujetos éticos, críticos. Cercada, desconsiderada por inútil, la ficción literaria entraña la fuerza de la proposición performativa de un como si que bautizaremos con el nombre de "autonomía estratégica", pues tal estrategia es la que nos permitiría continuar reconociendo la potencia de la ficción literaria luego de su deceso moderno, e insistir en la emergencia de su disenso, como si lo hiciera desde ese lugar amurallado que fundara hace más de dos milenios un viejo aedo, que ya ciego cantaba las alegrías y penurias de su pueblo. Su herencia, que no es nunca algo dado, sino algo por lo que hay que trabajar, puede reimaginar la universidad en el siglo XXI, pero ello depende de la fuerza que se tenga tanto para reconocer la verdad de la universidad contemporánea, como para escuchar lo que Shakespeare aún tiene por enseñarnos.


Pie de página

1 Desarrollo este punto en el artículo titulado "Capital humano".
2 A lo largo de este ensayo, optamos por referirnos a "ficción académica" en lugar de novela de campus o novela académica, dado que estas se restringen a novelas centradas exclusivamente en espacios universitarios cerrados (Baldick 30), como Oxford, mientras que con ficción académica hacemos referencia a novelas y cuentos en los que se representa, así sea tangencialmente, a las figuras de profesor o estudiante. Ello nos permite una mirada literaria más amplia de las transformaciones que hoy afectan a la universidad en su forma moderna. De todas maneras, quien se interese por la noción de novela académica, puede revisar un clásico como The College Novel in America, de John O. Lyons, o los ensayos más recientes reunidos, junto a otros de más larga data, por Merritt Moseley en The Academic Novel: New and Classic Essays. El trabajo más importante en los últimos años ha sido el de Elaine Showalter, Faculty Towers, que citaremos en extenso más adelante. Las novelas académicas, a veces consideradas sinónimo de novelas de campus, constituyen prácticamente un subgénero de las llamadas novelas de universidad (college novels). Al respecto, María Nieves Pascual Soler ha escrito en español uno de los pocos trabajos exhaustivos al respecto, su tesis El otro oficio de los académicos: la novela académica anglo-americana. Aprovecho para agradecer a María Nieves por haberme compartido este texto.
3 Énfasis añadido.
4 Al respecto, véase el ensayo 'Arte, trabajo, universidad".
5 Véanse los ensayos recogidos en La universidad en conflicto. Capturas y fugas en el mercado global del saber y en Capitalismo cognitivo, propiedad intelectual y creación colectiva.
6 Cita levemente modificada.
7 Al respecto, véase la crítica a Lodge (y a Bradbury) realizada por Terry Eagleton en "The silences of David Lodge".
8 Foucault señala al respecto: "Finalmente añadiré solo una palabra. Baudelaire no concibe que esta heroización irónica del presente, este juego de la libertad con lo real para su transfiguración, esta elaboración ascética de sí, puedan tener lugar en la sociedad misma o en el cuerpo político. No se pueden producir más que en un lugar diferente al que Baudelaire denomina el arte" ("¿Qué es la ilustración?" 344-345).


Obras citadas

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Sobre el autor

Raúl Rodríguez Freire es doctor en Literatura y profesor de la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso. Investiga sobre narrativa latinoamericana contemporánea, crítica y teoría literaria y transformaciones universitarias. Entre sus publicaciones, se encuentran la coedición de Descampado. Ensayos sobre las contiendas universitarias (2012), de Crítica literaria y teoría cultural en América Latina. Para una antología del siglo XX (2015) y una edición crítica dedicada a la obra de Roberto Bolaño, titulada "Fuera de quicio". Bolaño en el tiempo de sus espectros (2012). También editó y tradujo, junto a Mary Luz Estupiñán, Una literatura en los trópicos. Ensayos de Silviano Santiago (2016) y Figuras de la violencia, del crítico Idelber Avelar (2016). Acaban de aparecer su edición de Latinoamericanismo a contrapelo. Ensayos de Julio Ramos (2015) y su libro Sin retorno. Variaciones sobre archivo y narrativa en Latinoamérica (2015). Recientemente tradujo, anotó y prologó Correspondencia (2015) de Erich Auerbach y Walter Benj amin y Glosario de Derrida (2015), libro co ordinado por Silviano Santiago hace ya cuatro décadas

Sobre el texto

El presente ensayo forma parte de un proyecto financiado por Conicyt, Chile (proyecto número 11150405).

Referencias

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Cómo citar

APA

Rodríguez Freire, R. (2017). Ficciones académicas: imágenes de una institución en ruinas. Literatura: teoría, historia, crítica, 19(1), 253–286. https://doi.org/10.15446/lthc.v19n1.60851

ACM

[1]
Rodríguez Freire, R. 2017. Ficciones académicas: imágenes de una institución en ruinas. Literatura: teoría, historia, crítica. 19, 1 (ene. 2017), 253–286. DOI:https://doi.org/10.15446/lthc.v19n1.60851.

ACS

(1)
Rodríguez Freire, R. Ficciones académicas: imágenes de una institución en ruinas. Lit. Teor. Hist. Crít. 2017, 19, 253-286.

ABNT

RODRÍGUEZ FREIRE, R. Ficciones académicas: imágenes de una institución en ruinas. Literatura: teoría, historia, crítica, [S. l.], v. 19, n. 1, p. 253–286, 2017. DOI: 10.15446/lthc.v19n1.60851. Disponível em: https://revistas.unal.edu.co/index.php/lthc/article/view/60851. Acesso em: 29 mar. 2024.

Chicago

Rodríguez Freire, Raúl. 2017. «Ficciones académicas: imágenes de una institución en ruinas». Literatura: Teoría, Historia, crítica 19 (1):253-86. https://doi.org/10.15446/lthc.v19n1.60851.

Harvard

Rodríguez Freire, R. (2017) «Ficciones académicas: imágenes de una institución en ruinas», Literatura: teoría, historia, crítica, 19(1), pp. 253–286. doi: 10.15446/lthc.v19n1.60851.

IEEE

[1]
R. Rodríguez Freire, «Ficciones académicas: imágenes de una institución en ruinas», Lit. Teor. Hist. Crít., vol. 19, n.º 1, pp. 253–286, ene. 2017.

MLA

Rodríguez Freire, R. «Ficciones académicas: imágenes de una institución en ruinas». Literatura: teoría, historia, crítica, vol. 19, n.º 1, enero de 2017, pp. 253-86, doi:10.15446/lthc.v19n1.60851.

Turabian

Rodríguez Freire, Raúl. «Ficciones académicas: imágenes de una institución en ruinas». Literatura: teoría, historia, crítica 19, no. 1 (enero 1, 2017): 253–286. Accedido marzo 29, 2024. https://revistas.unal.edu.co/index.php/lthc/article/view/60851.

Vancouver

1.
Rodríguez Freire R. Ficciones académicas: imágenes de una institución en ruinas. Lit. Teor. Hist. Crít. [Internet]. 1 de enero de 2017 [citado 29 de marzo de 2024];19(1):253-86. Disponible en: https://revistas.unal.edu.co/index.php/lthc/article/view/60851

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