Publicado

2017-01-01

La lectura filosófica de la literatura en Rafael Gutiérrez Girardot

DOI:

https://doi.org/10.15446/lthc.v19n1.60867

Palabras clave:

Rafael Gutiérrez Girardot, lectura filosófica, obra literaria (es)

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Autores/as

  • Leonardo Monroy Zuluaga Universidad del Tolima

Este artículo aborda algunas características de la lectura filosófica de la obra literaria en Rafael Gutiérrez Girardot. Entre ellas se encuentran: la necesidad de superar el acercamiento formal al texto; el reconocimiento de una tradición retomada de Friedrich Schlegel y Friedrich Nietzsche; la importancia de partir del texto escrito y de pensar, igualmente, las funciones del lector, y las derivaciones de la lectura filosófica en el marco del fin de la filosofía. Como colofón, se realiza un acercamiento a los posibles inconvenientes y fortalezas de la recepción contemporánea de la lectura filosófica de Rafael Gutiérrez Girardot.

https://doi.org/10.15446/lthc.v19n1.60867

La lectura filosófica de la literatura en Rafael Gutiérrez Girardot

The Philosophical Reading of Literature in Rafael Gutiérrez Girardot

A leitura filosófica da literatura em Rafael Gutiérrez Girardot

Leonardo Monroy Zuluaga
Universidad del Tolima, Ibagué, Colombia
lmonroyz@ut.edu.co

Cómo citar este artículo (MLA): Monroy Zuluaga, Leonardo. "La lectura filosófica de la literatura en Rafael Gutiérrez Girardot". Literatura: teoría, historia, crítica 19.1 (2017): 225-250.

Artículo de reflexión. Recibido: 28/05/16; aprobado: 05/08/16.


Este artículo aborda algunas características de la lectura filosófica de la obra literaria en Rafael Gutiérrez Girardot. Entre ellas se encuentran: la necesidad de superar el acercamiento formal al texto; el reconocimiento de una tradición retomada de Friedrich Schlegel y Friedrich Nietzsche; la importancia de partir del texto escrito y de pensar, igualmente, las funciones del lector, y las derivaciones de la lectura filosófica en el marco del fin de la filosofía. Como colofón, se realiza un acercamiento a los posibles inconvenientes y fortalezas de la recepción contemporánea de la lectura filosófica de Rafael Gutiérrez Girardot.

Palabras clave: Rafael Gutiérrez Girardot; lectura filosófica; obra literaria.


This article discusses some characteristics of the philosophical reading of the literary work ofRafael Gutiérrez Girardot. These include: the need to move beyond the formal approach to the text; the recognition of a tradition retaken from Friedrich Schlegel and Friedrich Nietzsche; the importance of starting out from the written text and of thinking of the functions of the reader and the derivations of the philosophical reading in the context of the end of philosophy. Finally, as colophon, the article discusses possible problems and strengths of the contemporary reception of the philosophical reading of Rafael Gutiérrez Girardot.

Keywords: Rafael Gutiérrez Girardot; philosophical reading; literary work.


Este artigo aborda algumas características da leitura filosófica da obra literária em Rafael Gutiérrez Girardot. Entre elas encontram-se: a necessidade de superar a aproximação formal ao texto; o reconhecimento de uma tradição retomada de Friedrich Schlegel e Friedrich Nietzsche; a importância de partir do texto escrito e de pensar, igualmente, as funções do leitor, e as derivações da leitura filosófica no âmbito do fim da filosofia. Como conclusão, realiza-se uma aproximação aos possíveis inconvenientes e fortalezas da recepção contemporânea da leitura filosófica de Rafael Gutiérrez Girardot.

Palavras-chave: Rafael Gutiérrez Girardot; leitura filosófica; obra literaria.


El panorama de las preocupaciones de Rafael Gutiérrez Girardot

La reflexión de rafael Gutiérrez Girardot sobre los procedimientos de lectura de la literatura tiene un momento de quiebre hacia 1953, cuando en Friburgo recibe las lecciones de Hugo Friedrich y Martin Heidegger. Si bien en los años previos Gutiérrez Girardot se había concentrado en la interpretación de piezas literarias, es a partir de ese año que expresa la necesidad de encontrar una fundamentación conceptual y metodológica sólida a sus exégesis. El repaso introductorio de sus fuentes y motivaciones puede delimitar mejor las vías que mostraron sus maestros.

En primera instancia, Hugo Friedrich fue uno de los intelectuales que llevó a Gutiérrez Girardot a pensar varios de los temas que serían característicos en su trayectoria. Entre ellos se cuentan la formulación de los problemas de la sociología de la literatura y particularmente el papel del arte en la modernidad, la relación entre posturas irracionales y el fascismo, y la comprensión de la lectura filológica como una forma de acercamiento filosófico (Gutiérrez Girardot, "Hugo Friedrich"). En este último tópico, Friedrich recogió y puso en práctica la mirada de August Boeck, quien afirmaba que "la filología es el conocimiento de lo producido por el espíritu humano" (Gutiérrez Girardot, Horas 263). Fiel discípulo de Friedrich, Gutiérrez Girardot intentó superar la concepción de filología que confinaba a la disciplina al puro trabajo formal, para considerarla como fuente de indagación de la existencia.1

Además de esa suscitación, tanto Hugo Friedrich como Martin Heidegger indujeron al ensayista colombiano a centrarse en los pensadores de la época de Goethe, incluidos los primeros románticos alemanes. En este caso, fueron trascendentales los textos de Heidegger sobre Höderlin, en cuanto trazaban la ruta para ahondar en la literatura desde un ángulo filosófico y remitían a una época prolífica para la cultura alemana. Sobre dicha etapa, Gutiérrez Girardot afirmó, en el artículo "Friedrich Schlegel y la fundamentación de la hermenéutica" (1953), que era la "más rica que, después de Grecia, ha tenido la historia del espíritu" (253). De esa época de Goethe, el profesor colombiano encaró con interés a Friedrich Schlegel, en quien fundamentará parte de su perspectiva sobre la interpretación de la obra literaria.

A estos dos referentes expuestos sucintamente se suma la pasión de Gutiérrez Girardot por Nietzsche como filólogo, una faceta que probablemente fue motivada desde Heidegger con su libro Nietzsche (1961). Aunque la intención de Heidegger no haya sido propiamente la de desbrozar polémicas filológicas, su detallada reflexión sobre los conceptos de Nietzsche provocó en Gutiérrez Girardot la búsqueda de senderos para hallar bases a sus procedimientos. Como se repasará más adelante, Gutiérrez Girardot tomó de Nietzsche, en este caso en particular, la necesidad de leer entre líneas y observar la lectura filosófica como una apertura a diversos saberes.

Teniendo en cuenta esos antecedentes, uno de los primeros pasos de Gutiérrez Girardot en la búsqueda de la construcción de sus fundamentos para el abordaje de la literatura fue la definición de un panorama general de las principales corrientes teórico-críticas, especialmente las que se disputaban el espacio académico en Europa. Desde el ensayo "Eduardo Cote Lamus: salvación del recuerdo", de 1953, Gutiérrez Girardot distinguió dos ámbitos generales: la "comprensión estilística" y la "crítica filosófica o la comprensión de la obra poética desde un punto de vista filosófico" (151).

Su relación con la estilística se tornará conflictiva en la década de 1950. La crítica que formuló el profesor colombiano a la estilística fue su tendencia a reducir sus análisis a los aspectos formales, dejando de lado la posibilidad de dirigir los estudios literarios a un conocimiento del ser humano en sus diferentes facetas. Para darle rigor a la teoría y la crítica no bastaba con la pura descripción gramatical, lexicográfica o sintáctica, así como tampoco era suficiente la clasificación de las figuras literarias. La pretendida objetividad ganada desde estos procedimientos olvidaba el hecho de que la literatura se refería a la existencia.

A este cuestionamiento general realizado a la estilística Gutiérrez Girardot sumó otros dos, que dan cuenta de sus expectativas y de los caminos tomados a partir de ellas. Por un lado, en el ensayo de 1963 titulado originalmente "Lo grotesco en la literatura hispanoamericana", afirma que en todo procedimiento planteado por la estilística hay una "neutralización de la valoración" (Horas 131), esto es, una negativa a ubicar la obra en el contexto de la historia de la literatura y de la cultura. Tal valoración fue propuesta por Gutiérrez Girardot en su artículo "Problemas y método de la crítica literaria" (1965) como el último y tal vez más importante paso en el acercamiento a una pieza estética. Como lo había desarrollado ejemplarmente Pedro Henríquez Ureña, para el profesor colombiano era posible que "sin violentar la esencia artística de la obra de arte", a esta se le podía observar "como una filosofía de la historia" (Horas 131), es decir, la respuesta que daba la literatura a los problemas de la historia humana, una tarea para la cual la estilística no estaba preparada.

Con el mismo tono interrogativo, la estilística y otras corrientes de similar matiz, como el formalismo ruso y la retórica, fueron puestas en tela de juicio por Gutiérrez Girardot dado que, según su parecer, no se fundamentaban en conceptos y metodologías claras. Tanto en "Problemas y método de la crítica literaria" (1965) como en parte de la introducción de su libro Machado: reflexión y poesía (1969), se pone en entredicho la claridad y objetividad de la estilística. Especialmente en el primer artículo mencionado, Gutiérrez Girardot pretende demostrar que en casos como el de Gundolf y Spitzer -a la sazón, dos de los pesos pesados de la estilística alemana- "el método confirma una intuición del crítico" (Horas 302).

La estilística era considerada por Gutiérrez Girardot como una de las corrientes que más frutos rendía a la concepción de filología como estudio netamente formal. Parte de la introducción de "Problemas y método de la crítica literaria" lleva a la reflexión sobre la forma como la estilística se apoya en la investigación filológica que comprendía, entre otras cosas, "fuentes, documentos biográficos, crítica textual" (304), pero también sugiere que dichas herramientas no son útiles si no se convierten en el paso inicial para realizar una valoración profunda.

Desde estas refutaciones constantes, Gutiérrez Girardot asumió una visión filosófica de la literatura, aunque sobre el particular se deban hacer precisiones. La más importante de ellas es que, como lo expresó en sus libros Jorge Luis Borges: ensayo de interpretación (15) y Machado: reflexión y poesía (especialmente en el capítulo 5), la característica principal de esa manera de abordar los textos no consistía en encontrar ideas filosóficas en piezas literarias, es decir, el propósito no era traducir sus contenidos en términos de visiones de mundo. Parte de la virtud de sus indagaciones sobre Borges y Machado (y, en general, sobre todos los escritores que encaró) radica precisamente en no olvidar que, aunque varios autores convidaban a explorar contenidos filosóficos, no podía ser obviado el carácter literario.

Con esto en mente, el acercamiento filosófico implicaba entonces un punto de partida fundamental: la articulación de forma y contenido en la interpretación. Además de ello, esta perspectiva tenía unos propósitos elevados, si se recuerda la concepción de filosofía que tenía Gutiérrez Girardot. Como lo aseguró en "Hegel, notas heterodoxas para su lectura" y "Sobre la situación presente del pensamiento", ambos textos de 1964, la filosofía era "crítica permanente" y por lo tanto una de las mejores formas para lograr la "transformación del mundo" (Horas 285), así como una vía para proyectar "modelos de existencia humana e histórica" (El fin 14).

La lectura filosófica, entendida como la íntima articulación de forma y contenido, sugería que los productos del espíritu (particularmente la literatura y sus estudios) tenían una dimensión transcendental en el mejoramiento del ser humano, en tanto mostraban múltiples posibilidades de vivir e impelían a pensar e imaginar con profundidad. Este acercamiento a la obra literaria desde la filosofía no tenía muchos antecedentes en América Latina.2

Precisamente para el caso de Nuestra América, Gutiérrez Girardot apuntó a la decidida ideologización en la que, según su parecer, habían recalado los estudios literarios del continente bajo el impacto de la Revolución cubana. Por tal motivo afirmaba que

los problemas prácticos que han planteado hasta ahora algunas teorías sobre la relación entre literatura y sociedad, se deben en parte al hecho de que esta evidente relación ha sido objeto de polémicas ideológicas, disfrazadas casi siempre con el manto de disputas entre posiciones metodológicas opuestas. ("Literatura y sociedad" 3)

Gutiérrez Girardot invitaba a una apreciación filosófica de las relaciones entre la literatura y la sociedad que no supeditara los hallazgos a la adhesión a tesis de un socialismo rígido o flexible. En este sentido, aprehendía el marxismo no como una doctrina política o económica sino como un discurso filosófico cuyos conceptos principales habían nacido en la inversión de Hegel por parte de Marx. Dicha inversión había llevado a callejones sin salida. Según Gutiérrez Girardot, varios investigadores encararon dogmáticamente el llamado de Marx, quien, en su Contribución a la crítica de la economía política (1859), invitó a repensar a Hegel asegurando que "no es la conciencia de los hombres lo que determina su ser, sino que es, al contrario, su ser social lo que determina su conciencia" (5).

Desde una asunción muy mecánica de esta afirmación, un renglón de los estudios literarios latinoamericanos3 ponderó un nexo causal entre la base y la superestructura, estableciendo así "grandes relaciones entre un fenómeno económico y un movimiento literario o una obra artística, pero esas grandes relaciones resultan especulaciones" ("Problemas de una historia" 133). Así, desde la perspectiva de Gutiérrez Girardot, y teniendo en cuenta que el marxismo se había comprendido en el continente como un discurso político y económico (que además era científicamente cuestionable), los antecedentes de una lectura filosófica en América Latina no eran muy prolíficos.

Recogiendo todo lo dicho anteriormente, su posición atacaba entonces dos frentes: el europeo, en el que distinguía como eje central a la estilística como expresión de la filología convencional; y el latinoamericano, en donde no observaba una recepción sólida de Hegel y Marx, y no se había captado con agudeza el pensamiento alemán. Con esto en mente, las bases de su lectura filosófica fueron construidas por el profesor colombiano desde su comprensión de Schlegel y Nietzsche, a la que se hará referencia en seguida.

El diálogo con Schlegel y Nietzsche alrededor de la lectura filosófica

Tanto Schlegel como Nietzsche fueron para Gutiérrez Girardot modelos de una actitud combativa frente a la filología, pero es necesario apreciar los casos desagregados en sus particularidades. ¿Cuál es, en este sentido, la mirada que realiza Gutiérrez Girardot sobre Schlegel? El ensayista colombiano piensa la hermenéutica de Schlegel como una filosofía de la filología, es decir, el "arte combinatoria de poesía, metafísica, religión, filosofía y filología" (Horas 256). Bajo esta concepción, el esfuerzo por el conocimiento huía de las especializaciones extremas y observaba la realidad como un todo articulado.

En este caso, Schlegel compartió con el idealismo alemán su noción de ciencia, que consistía en ver la existencia como una unidad y, consecuentemente, dilucidaba el fenómeno literario desde múltiples disciplinas. Esta lectura filosófica como arte combinatoria fue reflexionada por Gutiérrez Girardot al detalle, en especial por sus implicaciones: con la convicción de que por esta vía se animaba al aventurerismo académico, el profesor colombiano insistió, desde su propia práctica crítica, en que la combinación de disciplinas debería exigir una revisión radical del utillaje teórico con que un investigador se desenvolvía.4 Tal revisión implicaba tener precisión sobre las formas como un determinado concepto cambiaba con el transcurso del tiempo y los escenarios epistemológicos de donde había surgido. El arte combinatoria precisaba entonces creatividad pero también honestidad en el manejo de las fuentes.

Además de esta petición de principio, el arte combinatoria de Schlegel, que para nuestros días sería sinónimo de interdisciplinariedad, estaba encuadrada en una visión particular de lo que era la apreciación del logos. Para el ensayista colombiano, en Schlegel hay dos maneras de entender la filología: como phillia tou logou, esto es, como amor por la palabra que decanta los sentidos del universo, y como interpretación de los textos en los que estos sentidos se encarnan. Estas dos líneas de la filología "no se contradicen ni corren paralela, pero separadamente, sino que se complementan" (Horas 258).

En un proceso ascendente, se debía partir del texto mismo, de sus particularidades formales, para ir remontando etapas hasta llegar a dilucidar las ideas más elevadas que las grandes creaciones del pensamiento y la imaginación habían pergeñado. El análisis de forma y contenido no podrían estar desarticulados, pero, además, a partir de este proceso, se convidaba a descubrir lo mejor pensado e imaginado en la historia del ser humano, materializado en las obras literarias más importantes. El llamado de esta filosofía de la filología era a develar lo que Schlegel denominó la "ontología universal" (Horas 266), es decir, los múltiples significados de la condición humana.

Al arte combinatoria sumó el profesor colombiano sus recepciones críticas sobre Nietzsche. Particularmente en el libro Nietzsche y la filología clásica, de 1966, el ensayista colombiano pretende descubrir al filósofo alemán en su faceta de filólogo; este libro sirvió como apertura a la comprensión del universo nietzscheano para el mundo de lengua hispana. Nietzsche aparece allí como quien se enfrentó a la concepción convencional de filología en sus dos vertientes: la filología universitaria y la filología clásica. En la primera de ellas se destaca el análisis sistemático de la lengua, mientras que la segunda tiene como objetivo principal revitalizar el modelo de existencia griego y asimilarlo como propio en los tiempos contemporáneos.

Según Gutiérrez Girardot, Nietzsche revisó con rigor los conceptos fundamentales de la filología y alentó a ir un paso más allá al postular que esta podría disolverse en filosofía. Basado en las ideas de Droysen alrededor de la necesidad de que las ciencias del espíritu "concentraran sus esfuerzos en la comprensión" (Nietzsche 49), Nietzsche puso en entredicho y a la vez complementó la descripción formal como finalidad última de la filología.

La polémica de Nietzsche dio como resultado que la filología derivara en cuatro esferas: una filosofía de la historia que pretendía comprender el flujo de los eventos de la humanidad; una filosofía del lenguaje, como estudio científico de dicha facultad y para el cual se involucraban las herramientas propias del análisis formal; una estética, en tanto se recuperaba el canon clásico y se pensaba en sus particularidades; una ética, que, al conocer los modelos de existencia del mundo antiguo, hacía comparaciones con el contemporáneo y se convertía en crítica de la época (Nietzsche, cap. 1).

Como en el arte combinatoria de Schlegel, Gutiérrez Girardot ponderaba en Nietzsche la construcción de una perspectiva filosófica que insistiera en partir del análisis formal, pero no se privara de la posibilidad de reflexionar sobre la polisemia de los textos que remitían a diversos renglones de la cultura, como la historia, la estética y la ética. Si bien Nietzsche había situado su confrontación frente a la filología clásica -una confrontación que, en tiempos de Gutiérrez Girardot, ya no era procedente-, esta insistencia en estar atento a explorar desde la palabra estética los múltiples senderos de la cultura fue uno de los derroteros centrales del intelectual colombiano.

Ella necesitaba de una actitud inquisitiva y aguda, de una particular creatividad en el proceso valorativo, pero también de una formación sólida que permitiera encontrar caminos diversos. Por eso, para descubrir tanto la propuesta de Nietzsche como las esferas a las que ella conducía, Gutiérrez Girardot invitaba a repasar la literatura como lo haría un verdadero filólogo, es decir, a leer entre líneas (En torno 25; Nietzsche 83).

Leer entre líneas era "poder deletrear inquisitivamente los hechos, sin falsificarlos por la interpretación, sin perder en la exigencia de la comprensión, el cuidado, la paciencia, la finura" (Nietzsche 106). Leer entre líneas significaba desbordar lo evidente, asumir el lenguaje literario en el marco de su plasticidad y, consecuentemente, de las connotaciones que partían de la misma forma. Así, los espacios vacíos del lenguaje eran rellenados por la solidaridad de un lector que desde su formación profunda auscultaba al ser humano en sus incontables facetas.5

Además de la lectura entre líneas, la fundamentación retomada de Schlegel y de Nietzsche (el arte combinatoria y la disolución de la filología en filosofía) llevó a Gutiérrez Girardot a pensar en la articulación de varios métodos de investigación, desde los que se pudieran integrar reflexiones sobre la variada gama de mundos a los que remitía la literatura. En esta vía, en 1963, Gutiérrez Girardot hacía un llamado a la "moderna filología germánica" a aprovechar aspectos derivados de la estilística de Spitzer, la sociología de la literatura de Mayer y Kofler y la simbología de Emrich (Horas 129). Gutiérrez Girardot también propuso, en "Problemas y método de la crítica literaria" (1965), unir la retórica griega con el análisis de la historia de las palabras desarrollado por C. S. Lewis, en el marco de una elucubración histórica que remite a Hegel.

Con todo, Gutiérrez Girardot entendió los riesgos de asumir el arte combinatoria o la disolución de la filología en filosofía en la investigación contemporánea y tuvo por ello unos principios claros. Su anhelo de visitar fuentes de distintas áreas del conocimiento no lo llevó a mezclar arbitrariamente conceptos y métodos, sino a dominar con versatilidad aquellas ideas sobre las cuales había realizado una inmersión exhaustiva. En este sentido, su posición presupone la atención sobre la apertura a diversas disciplinas, circunscrita en una discusión seria con la tradición intelectual (una lectura entre líneas) que evite la simulación de saber.

La lectura filosófica: de la palabra escrita al lector

En su trayectoria intelectual, Gutiérrez Girardot tuvo la preocupación de no perder de vista los textos con los que cualquier investigador se enfrentaba. Olvidar los textos, esto es, evitar volver a ellos con encomio y detalle, era desdeñar los nexos de la tradición englobados en las palabras. Es este uno de los motivos por los que atacaba a la estilística y a la deconstrucción, las cuales, según su parecer, preterían los hilos conductores de las significaciones. También se advertía en él, y por esta misma senda, cierta prevención frente a algunas teorías de la recepción centradas solo en el efecto, tanto como por corrientes de la sociología de la literatura que no iban más allá de las estadísticas.6

Sobre el particular es necesario hacer una aclaración general: el hecho de que la fuente principal de sus investigaciones fuera el texto no indicaba que considerara irrelevantes los acercamientos provenientes de otras áreas, sino que estos últimos se convertían en complementos de la interpretación. Incluso, como lo exploró teóricamente en "Fin del arte y pérdida de aura" (1974), cuando abordó los factores de la institución literaria como la "historia editorial, la composición del público lector, los sistemas de distribución" (Horas 329), hizo énfasis en que dichos factores no eran gravitantes si no se retornaba siempre al texto.7

Aunque dejó planteado el interrogante sobre la observación de la literatura como institución, su negativa a seguir este rumbo se deriva tanto de los inconvenientes con la obtención y organización de fuentes como de la fidelidad a su fundamentación en la lectura filosófica (como crecimiento paralelo de forma y contenido hacia el encuentro con los múltiples significados de la existencia), porque fue allí donde dilucidó su concepción de literatura como discurso trascendental para la humanidad. En el centro estaba el logos, entendido, desde la perspectiva de Friedrich Schlegel, como el lugar donde se hallaba el "sentido del universo" (Horas 266).

¿Cómo llega Gutiérrez Girardot a su convicción de que el eje de la interpretación debería ser el texto? Para dar respuesta a este interrogante es pertinente seguir la pista de sus acercamientos al primer romanticismo alemán. En este ámbito, Gutiérrez Girardot se pregunta quién había sido Schlegel, no en un escenario netamente biográfico, sino inquiriendo los aportes del pensador. Su respuesta inicial es que Schlegel siguió la línea de Fichte y plantó las bases del movimiento romántico en cuanto propició un descubrimiento del yo (Horas 254).

Pero tal descubrimiento no deriva en un sobredimensionamiento de las pasiones y los sentimientos, sino que ese yo se define en el desarrollo de una actividad que conjuga reflexión y e imaginación creadora. Gutiérrez Girardot desea hacer énfasis en que para Schlegel el yo es algo concreto y por tal razón:

El yo es un individuo activo cuya vida consiste en expresarse (Hegel diría extrañarse) y en hacer aparecer su individualidad, la propia vida. Pero esta y su expresión son devenir, formación, cultura (bildung), porque la íntima actividad del yo consiste en la enunciación, esto es, en la constitución y formación (bildung) del mundo y del hombre. (Horas 263)

La afirmación hace hincapié en que la existencia humana se devela y se reconoce en la expresión. En la misma vía de Schlegel, Gutiérrez Girardot acentuó, en este caso, que los productos en los que la vida aparecía con mayor fuerza eran la filosofía y la poesía, entendiendo este último concepto como literatura. Para conocer el mundo y el hombre habría que visitar con agudeza las más elevadas cumbres del espíritu (léase: producciones literarias y filosóficas) en las que el ser humano plasmaba grandes logros en su proceso de emancipación de las fuerzas de la naturaleza.

Con esto en mente, goza de mayor claridad la aseveración del ensayista colombiano sobre el hecho de que, para Schlegel, "su amorosa permanencia en el sujeto proporcionó al espíritu la fundamentación de la ciencia que requiere más atención en el objeto: la hermenéutica literaria" (Horas 269). La hermenéutica literaria, filosofía de la filología o arte combinatoria (Horas 256), debe ir siempre a los textos para, desde allí, buscar las más elevadas ideas de un yo que se ha dedicado con rigor a pensar en lo pensado, es decir, para develar los múltiples significados del ser humano y la cultura.

Sin embargo, centrarse en el objeto no implicaba perder de vista las cuestiones atinentes al lector. Gutiérrez Girardot comprendió que por el carácter proteico de la obra literaria ella revelaba universos diferentes a distintos individuos y épocas históricas. Tal como aprendió de Heidegger y, en América Latina, de Alfonso Reyes y Jorge Luis Borges, las piezas literarias no podían considerarse capítulos cerrados, sino que su vigencia estaba dada por la forma como cada época las revitalizaba. A la imposibilidad de abarcar de una vez y para siempre todas las líneas de sentido circunscritas en una creación estética, Gutiérrez Girardot la llamó "impenetrabilidad" (Horas 322).

La impenetrabilidad conducía a la pregunta por los límites de la subjetividad en toda apreciación literaria. La variedad de interpretaciones que despuntaban con cada individuo o con cada época que las alimentara podría llevar a una distorsión total del referente, a una apropiación que falsificara los hechos y los textos. Aunque no se alineó con ninguna corriente contemporánea, Gutiérrez Girardot pensó los dos ámbitos que, desde la academia alemana, han sido los puntales de la teoría de la recepción: el lector implícito y el lector histórico.8

En relación con el lector implícito, el profesor colombiano dialogó indirectamente con las tres escalas de la crítica literaria propuestas por Alfonso Reyes, la primera de las cuales se refería a la impresión.9 A diferencia de su maestro mexicano, Gutiérrez Girardot desdeñó casi por completo este momento en el que el lector se deja afectar sensiblemente, y no vio allí el punto de apoyo de la filosofía de la filología. Como planteó, en "Problemas y método de la crítica literaria", la intuición no podía ser el punto de partida de la crítica porque dicha intuición es "exactamente impresión y está sujeta a efectos indeterminables propios de la psicología del sujeto lector, de sus reacciones o pasiones frente al mundo externo, en el cual está situada, entre otras cosas, la obra" (Horas 310).

Su reticencia a doblegarse ante la impresión como base o finalidad de toda exégesis tiene un correlato en los autores que el profesor colombiano criticaba con acidez porque, según su parecer, acudían más a la crispación de los sentimientos que a la mezcla de reflexión e imaginación. Por ejemplo, las invectivas contra algunos escritores latinoamericanos como Pablo Neruda y Gabriela Mistral se enmarcaban, de manera implícita, en este ángulo de análisis, que encontraba en ambos poetas chilenos la agitación de las masas o las ternuras maternas, respectivamente.

En todo caso, cuando Gutiérrez Girardot se enfrentó al problema del lector como sujeto particular, prefirió referirse a que en ese primer encuentro tenía más gravitación el "afecto lógico" (Horas 261), un oxímoron que retomó de Schlegel. En el afecto lógico el lector no se encuentra atado a sus sentimientos sino que se deja conmover, animado por el entendimiento, ante los múltiples universos que surgen de la conjunción entre forma y contenido. De esta manera, Gutiérrez centró ese primer momento de encuentro con la obra, no en el efecto canalizado a través de las sensaciones, sino en un marco un poco más racional, que abría los causes al juego del juicio y la imaginación.

En cuanto al lector histórico, Gutiérrez insistió en que el abanico de interpretaciones que constituían la historia de un libro era el resultado normal de un discurso que, como el literario, tenía vida y necesitaba actualizarse constantemente. Tal principio no llevaba a perder de vista el texto original, sino que se convertía en un reto para el hermeneuta que debía solucionar, con rigor, la distancia que lo separaba de la obra, pero a la vez tener claridad sobre las consecuencias de ese distanciamiento. Así, la historicidad de la lectura, según Gutiérrez Girardot, "no significa un programa subjetivo, sino la aceptación de una de las más grandes dificultades de toda hermenéutica literaria con pretensión de validez absoluta" (En torno 36).

Desarrollar la lectura filosófica significaba tener conciencia de que los resultados eran parciales, lo que no daba crédito para que se obviaran mecanismos destinados a controlar especulaciones. Esos mecanismos provenían de la filología clásica e invitaban a ir a las fuentes primarias y realizar trabajos biográficos o de crítica textual. La importancia de estas operaciones radicaba en que ellas lograban afinar instrumentos como la "pureza terminológica, los conocimientos históricos y la claridad y limpieza conceptuales" (Horas 305) con los cuales se daba espacio a la subjetividad en sus justas dimensiones.

En Gutiérrez Girardot se percibe, entonces, una preocupación porque la lectura filosófica atienda siempre a la palabra escrita y a la vez piense en los problemas a los que se enfrenta el lector. Su amor por la palabra surgió en su descubrimiento del primer romanticismo alemán y ese detenimiento en los diversos sentidos de la escritura se constituyó en un derrotero fundamental de su crítica. Al mismo tiempo, su concepción de lector lo llevó a plantear que, aun sin las preocupaciones de las ciencias exactas, los procedimientos implementados por las humanidades deberían tener unos requisitos mínimos que impidiesen falsificaciones de los textos y, consecuentemente, de la realidad a la que ellos remitían.

La lectura filosófica en el fin de la filosofía

Hacia la década de 1970 y con una evidente influencia de Hegel (quien analizó el "fin del arte" en la Estética (1832-1845)), Gutiérrez Girardot empieza a referirse al fin de la filosofía. Acudiendo a la ambigüedad de la palabra, el ensayista colombiano entiende el fin como finalidad y ve la filosofía contemporánea "como el estadio de final plenitud de la filosofía occidental, es decir, de la tradición aristotélico-cristiana y, con ella, de las corrientes que la contradicen o la complementan" (El fin 10). Schlegel, Nietzsche y Heidegger, entre otros, habían dado continuidad a ese tronco general con base en una apropiación aguda de los conceptos fundamentales.

Aun así, y concentrándose en otra de las connotaciones del vocablo "fin", Gutiérrez aceptaba el fin de la filosofía no como finalidad sino como ocaso, en una era en que, como la moderna industrial, el pensamiento se había hecho a un lado y con él su posibilidad de ser crítica constante. La negación de la filosofía que implicara pensar en el ser humano a través de la historia y proyectar modelos de existencia a futuras generaciones, era también la negativa a discutir las lecciones de quienes en el pasado habían formulado esas proyecciones a la humanidad.

Gutiérrez Girardot ubicó este problema en un marco histórico, no solo porque recordaba que cualquier reflexión tenía que mirar sus antecedentes, sino porque el fin de la filosofía era el fruto de una época. La era de la técnica (en la que el ser humano vive para el trabajo, y la economía se convierte en una nueva teología) fue el momento neurálgico del ocaso del discurrir filosófico moderno. Dando continuidad a esta época, el fin de la filosofía tuvo para Gutiérrez un punto especial luego de la Segunda Guerra Mundial, cuando, de acuerdo con su visión, varios filósofos europeos (especialmente franceses), decidieron olvidar la historia reciente de su continente y hacer tabula rasa de las ciencias humanas.

La consecuencia directa del impacto de la Segunda Guerra Mundial fue la discontinuidad, esto es, la pérdida de conciencia histórica. En "Michel Foucault: los laberintos del estructuralismo" (1974) Gutiérrez Girardot afirmó:

La discontinuidad consiste en que la negación de la continuidad, en que consiste la historia, y del sentido, en que consiste la filosofía, es una expresión de una actitud de posguerra: comencemos de nuevo, ignoremos el pasado, el mundo comienza con nosotros. (Horas 294)

Además de la discontinuidad, para neutralizar la historia y su sentido, se había recalado en la desviación y el formalismo: ambas dejaban a un lado el amor por la palabra, desdeñaban la búsqueda de los significados más elevados de la condición humana y silenciaban el devenir de los conceptos.

Con esta mirada, y con lo que había cultivado en el pasado, Gutiérrez Girardot afiló sus dardos: en contravía de una de las tendencias de la filosofía contemporánea que observa a Nietzsche como uno de los antecedentes de la posmodernidad, el profesor colombiano argumenta, retomando a Heidegger, que en Nietzsche hay una "revisión radical de los conceptos fundamentales" (Nietzsche 103) con los que en su momento operaba la filología clásica.10 En Nietzsche no se percibe la ruptura con la historia de los conceptos y, por lo tanto, no es pertinente exponerlo como paradigma de una parte del movimiento posmoderno que, de acuerdo con Gutiérrez, pretende desconocer los logros del pensamiento universal.

Así, Nietzsche no es el modelo de los adalides del fin de la filosofía (Michel Foucault,n Jacques Derrida, Jacques Lacan, Julia Kristeva, Karl Popper, entre otros), cuyos argumentos ataca Gutiérrez Girardot con denuedo en los documentos de la década de 1970. En algunas ocasiones ellos son ubicados como los propiciadores de teorías literarias "filosóficamente anémicas" (Nietzsche 104) que poblaron el espectro de la segunda mitad del siglo XX.11 Dichas teorías recorren un arco en el que se engloban el estructuralismo, el posestructuralismo y la deconstrucción, que borran la lectura filosófica tal como la comprendió el profesor colombiano.

Este es, sin lugar a dudas, uno de los puntos más polémicos de su perspectiva. Su apego a algunos de los postulados de la modernidad lo llevó a recelar de corrientes teóricas importantes para el desarrollo de los estudios literarios tanto en Europa como en América Latina. En este caso, Gutiérrez Girardot no considera, por ejemplo, el carácter cuestionador de algunas vertientes del posestructuralismo, en las que se ponen en entredicho los sentidos acabados y se impugnan relatos totalizadores.

En términos generales, esas perspectivas han desestabilizado las significaciones que produce el lenguaje y, consecuentemente, han propiciado una lectura diversa de la obra literaria y el mundo que expresa. Gutiérrez Girardot, por el contrario, y tal vez, en ocasiones, con algo de arbitrariedad, ve en ellas una forma en la que la ciencia rompe con la historia, lo que deriva en procedimientos científicamente interrogables.

Para el ensayista colombiano, los resultados de la asunción de este tipo de teorías son variadas. En primera instancia, no existe una revisión de los conceptos fundamentales de las ciencias, como lo hicieran, para el caso de la filología, Schlegel y Nietzsche. El proceder de dichas teorías es la transformación y articulación de conceptos provenientes de las ciencias básicas que, aunque tienen impacto en una sociedad que elogia la exactitud, corren el riesgo de no ser pertinentes en la explicación del ser humano.

De esa subyugación a los imperativos de una época olvidadiza e iconoclasta resulta, además, una invención indiscriminada de términos que no remiten a la historia de ninguna disciplina. El concepto se reemplaza por el término, es decir, se obvia un elemento en donde se concentra el conocimiento de la humanidad, con una historia propia y sobre el que se puede ejercer una actividad crítica; se sustituye por un vocablo excéntrico, cuya utilidad radica en la descripción de un fenómeno presente desligado de su historia. Por esta vía, en algunas de las teorías recientes no existe la claridad conceptual a la que se refería Hegel, y se cree que la "purificación del lenguaje" es sinónimo de "crítica de la realidad" (El fin 12).

Gutiérrez Girardot toma como ejemplo explícito de este proceder el caso de Michel Foucault en La arqueología del saber; también a Roland Barthes, Jacques Derrida o Jacques Lacan. Según el ensayista colombiano, en ellos se percibe una terminología inextricable, fruto de la actitud arrolladora frente a los logros de las ciencias y especialmente de la filosofía. De esta forma, Gutiérrez Girardot pretende poner en tela de juicio conceptos como, por ejemplo, el de sexualidad (tal como lo desarrolla Foucault en la Historia de la sexualidad), núcleos, catálisis, isotopías, desviación, diferencia, que poblaron el espectro de los estudios literarios de la segunda mitad del siglo XX.

Otra de las aristas del fin de la filosofía y sus respectivas derivaciones en teorías literarias incapaces de potenciarse, tiene que ver con los procedimientos que ellas utilizan. En este sentido, según Gutiérrez Girardot, se invierte el orden de la investigación, en tanto primero se crean los conceptos y luego se aplican indiscriminadamente, violentando así los libros. Gutiérrez Girardot observa que este actuar es inverso a lo postulado por Hegel que "nunca sometió [...] la realidad al yugo de un principio del cual se deduce violentamente el todo de la misma" (Horas 176).

De acuerdo con su parecer, al privilegiar la invención de términos o la negativa a buscar nexos con el pasado, teorías literarias como el estructuralismo, el posestructuralismo y la deconstrucción derrumbarían la reciprocidad entre la realidad y las disciplinas que las piensan. En esas corrientes se revela una actitud arrogante del teórico que no permite "sentir en sí lo que hay en una cosa exterior o lo que esta cosa exterior es" (Horas 267), sino que aplica su terminología personal sin miramientos de orden metodológico.

Los resultados no son el descubrimiento de nuevas realidades, que en la aventura del conocimiento permitan explicar más a fondo al ser humano y proyectar modelos de vida liberadores, sino la confirmación de una intuición del teórico que no lee entre líneas. La teoría literaria no es ya filología en la tradición de Schlegel y Nietzsche, es decir, no es la exploración del ser humano contradictorio y su actividad, no es arte combinatoria, sino un ejercicio de vanidad personal, en el que el crítico funge como protagonista.

Una tercera consecuencia del fin de la filosofía en las nuevas teorías es la desjerarquización de las expresiones artísticas. Gutiérrez Girardot se aferra aquí a una concepción propia de los intelectuales humanistas que privilegian algunas creaciones estéticas con la convicción de que en ellas se encuentran los mejores logros de la imaginación y el entendimiento humanos. Cuando, en 1997, afirma que las teorías literarias contemporáneas igualan las literaturas y los países, no invitan a pensar profundamente y que desde estas teorías no hay diferencia entre Goethe e Isabel Allende, "entre literatura sustancial, por así decir, y literatura de bidet" (Nietzsche 107), está tomando una postura en favor del canon.

Esto no quiere decir que Gutiérrez Girardot se haya despreocupado por las obras que no estaban en el nivel de lo que para él era lo mejor creado por la humanidad, sino que esas piezas insustanciales deberían ser abordadas por la historia de la literatura y de la sociedad en la medida en que revelan momentos de indecisión e incluso, en ocasiones, de ruptura hacia formulaciones elevadas. Así lo plantea, por ejemplo, en los artículos en los que se refiere a Julio Flórez ("Un caso complejo" y "Sobre una antología") a quien observa casi como el correlato de una sociedad bogotana entregada a la afectación que roza en la cursilería, pero de quien afirma, a la vez, que pudo haber sido un punto de partida para proyectar una tradición sólida, como lo fue Almafuerte en Argentina.

Pese a ello, es evidente que para Gutiérrez Girardot siempre fue más importante abordar obras representativas y, por tal motivo, presentó reparos a teorías literarias desde las cuales se pusiera en entredicho el canon o se cambiara la noción de literatura por la de discurso como punto de partida para la investigación literaria. Fiel a su formación, Gutiérrez Girardot pensó más en la construcción de una cultura y una sociedad desde las voces que para él eran más significativas, y no a partir de la pluralidad de expresiones que conforman el espectro cultural.

La lectura filosófica en el marco del fin de la filosofía (como ocaso) parecía ser para Gutiérrez Girardot el escenario de una lucha contra las modas teóricas y especialmente contra aquellas que operaron la destrucción del pensamiento moderno. Gutiérrez Girardot siguió fiel a la lectura filosófica desde la modernidad, sin los temores de muchos intelectuales que presienten su marginación porque no cambian sus convicciones en épocas de transformaciones sociales o se pliegan a las novedades para impactar en el mercado académico. Con estos presupuestos, es importante la pregunta que se deriva de su posición: ¿es posible una lectura filosófica de la literatura en la época contemporánea?

Epílogo con interrogantes

La lectura filosófica de la literatura llevó a Rafael Gutiérrez Girardot a la elaboración de ensayos en los que planteó la cuestión en términos teóricos y de aplicación crítica. Es una producción vasta que se centra en escritores de Europa y América Latina; además, se acerca a temas como las relaciones entre la literatura y la sociedad en la modernidad y, dentro de esas relaciones, al papel del arte en la era de la prosa, las opciones del artista ante su evidente marginalización en las esferas sociales, las formas como se planteó el proceso de secularización, el poeta doctus, entre otras.

Aunque existen todavía grandes líneas de sentido por abordar en su producción, es innegable el reconocimiento hecho a libros como La imagen de América en Alfonso Reyes, Jorge Luis Borges. Ensayo de interpretación, Nietzsche y la filología clásica y Modernismo. De igual manera, no se puede olvidar su aporte a la mirada de los procesos locales en artículos como "La literatura colombiana en el siglo XX" o los ensayos realizados alrededor de Tomás Carrasquilla y Fernando Charry Lara, entre otros. A esto hay que sumar los libros sobre escritores alemanes como En torno a la literatura alemana, Moriré callando y Entre la Ilustración y el expresionismo.

Desde estas producciones (y desde aquellas que, por cuestiones de extensión no se pueden tratar aquí), Gutiérrez Girardot ha ganado un espacio dentro de los estudios latinoamericanos sobre la literatura y la cultura, a los que ha invitado, tal vez como ningún otro, a realizar un acercamiento filosófico. Es por ello que se debe contar con sus hallazgos al momento de realizar un balance alrededor de quienes han interpretado el continente latinoamericano y poner de relieve el hecho de que su voz ha abierto horizontes en la reflexión sobre la literatura.

Con esto en mente, se puede vislumbrar la actualidad de la lectura filosófica, tal como la entendía Gutiérrez Girardot, para comprender las vicisitudes de su recepción en nuestros tiempos. Para tal tarea se retomarán algunas de las ideas de Santiago Castro-Gómez, propuestas en "Apogeo y decadencia de la teoría tradicional. Una visión desde los intersticios", donde el autor entabla una polémica con Carlos Reynoso alrededor de la verdadera importancia de los estudios culturales. Castro-Gómez parte de una premisa general: debido a los cambios en la historia de la humanidad, lo que está en decadencia en nuestros tiempos es el "modelo de teoría tradicional" (352).

La puesta en tela de juicio de tal modelo implica, entre otras cosas, que "la cultura deja de ser propiedad de los estudios humanísticos (filosofía, literatura, artes)" esto es, que ya no es posible pensar en que "las humanidades se [concentren] en el estudio y la interpretación rigurosa de textos que pudieran educar (bildung) o 'cultivar' el espíritu del hombre" (350). Castro-Gómez explica que, debido al impacto de la globalización, la cultura no se reduce a la alta cultura, sino también a las expresiones populares, con lo cual las humanidades deben reconsiderar sus objetos de análisis.

Aunque no hace parte de la discusión que entabla Castro-Gómez, este desplazamiento de algunos principios del humanismo venía operándose desde las décadas de 1960 y 1970 en la investigación latinoamericana. Estudiosos como Ángel Rama y, especialmente Antonio Cornejo Polar, hicieron un llamado a observar discursos no canónicos que revelaran el sentir y el pensar de las diversas culturas del territorio latinoamericano. El proceso se fue consolidando tanto que hacia 1986 Walter Mignolo aseveraba que los estudios literarios debían acceder "al dominio de textos escritos en otras lenguas (diferentes al castellano) y a las transcripciones de relatos orales, sin necesario valor estético" (4).

Lo importante aquí es que ese giro, sugerido desde la investigación del continente y los estudios culturales, entabla un pulso con la lectura filosófica propuesta por Gutiérrez Girardot. En primera instancia porque se hace a un lado la apropiación del texto escrito como fuente principal de la profundización en una obra literaria y se concede igual importancia a producciones orales o incluso a aquellas "sin necesario valor estético". De esta forma se afecta el objeto de estudio predominante: si desde Gutiérrez Girardot el canon revelaba lo mejor pensado y escrito por la humanidad, dentro de otros enfoques de análisis el canon literario se diluye y se concede mayor valor a discursos que revelen los imaginarios de comunidades marginadas o, en todo caso, relegadas a un segundo plano por las voces oficiales. En el fondo, se trata de asegurar lo siguiente: no existen ideas representativas que expliquen y muestren caminos a las sociedades y, por tanto, no se puede hablar de grandes obras que promulguen dichas ideas.

En segunda instancia, el desplazamiento de la mirada de los estudios literarios hacia diferentes discursos ha puesto en abismo la propia crítica literaria en tanto ella perdió su aspiración de reflexionar sobre el valor estético, lo que de alguna manera daba coherencia a sus propuestas. La disciplina se rehace en la actualidad y en algunos casos se diluye o vive un momento de indecisiones y tal vez de reconstrucción hacia el futuro.13 En este caso, uno de los problemas de un sector de quienes desean dar un giro a la disciplina tiene que ver con que, en su afán por cumplir con los cambios de la época, han perdido el rigor teórico. Como lo plantea Castro-Gómez, varios de quienes se aferran al nuevo modelo incurren en una "ligereza epistemológica" y "metodológica" (347). Para superar estos problemas Castro-Gómez convida a comprender las genealogías de los conceptos y las metodologías.

En este sentido, la lectura filosófica de Gutiérrez Girardot podría ser modelo de esta pretensión en cuanto, como ya se ha ponderado en este artículo, la crítica como arte combinatoria propicia una imbricación de áreas del conocimiento, sobre la base de una revisión radical de los conceptos que surgen de esas áreas y, por consiguiente, el cuidado de no estar mezclando categorías indiscriminadamente. El ensayista colombiano insta a un fortalecimiento de los estudios literarios (realizando análisis desde una perspectiva filosófica) y a evitar entregarse a la simulación intelectual que en ocasiones rinde tantos dividendos en el mercado académico.

Otro de los puntos que gravitan en la evaluación de Castro-Gómez sobre el modelo de ciencia tradicional y su superación, es la transformación a nivel de los contenidos. Para Castro-Gómez "la cultura que 'estudian' los estudios culturales tiene menos que ver con los artefactos culturales en sí mismos (textos, obras de arte, mitos, valores, costumbres, etc.) que con los procesos sociales de producción, distribución y recepción de esos artefactos" (351). De acuerdo con su mirada, en los estudios culturales se privilegian más los dispositivos y la forma como circulan ciertos imaginarios a partir de ellos, que los textos mismos.

Aquí también, como en el caso anterior, se pueden encontrar antecedentes en la investigación latinoamericana. Desde la década de 1970, intelectuales como Carlos Rincón, Beatriz Sarlo y Carlos Altamirano, Ángel Rama y el propio Rafael Gutiérrez venían sugiriendo revisar la institución literaria.

Es una tradición que fue olvidada por una parte de los especialistas del continente.

En el caso específico de Gutiérrez Girardot su lectura filosófica prefería observar los elementos de la institución literaria -especialmente la "historia editorial, el público lector y los sistemas de distribución" (Horas 329)- como complementos del análisis textual que articulaba forma y contenido para buscar los sentidos más elevados de la existencia. En la actualidad se invierten los términos, lo que implica la no consideración del texto escrito como fuente de las reflexiones, tal como lo aprendió Gutiérrez Girardot de Hugo Friedrich, Heidegger, Schlegel y Nietzsche.

En conclusión, el modelo de ciencia actual, como lo describe Castro-Gómez, presenta algunos aspectos que irían en contravía de lo construido por Gutiérrez Girardot y, de alguna manera, plantea al lector la necesidad de tomar posición frente a las convicciones del intelectual colombiano a las que, dicho sea de paso, se aferró hasta el año de su muerte, en 2005. Es probable que una parte de la academia latinoamericana observe hoy con sospecha los puntos centrales de la lectura filosófica de Gutiérrez Girardot: la necesidad de partir exclusivamente de la palabra escrita, de volver sobre obras canónicas que revelen lo más excelso de la humanidad; la insistencia en que los circuitos de producción y consumo de los libros sean complemento de los análisis textuales; la exigencia en la revisión de los conceptos fundamentales de la disciplina, e incluso la creación de métodos para acercarse a la obra literaria. La penetración de la lectura filosófica de la literatura propuesta por Rafael Gutiérrez Girardot tendrá fortuna o no en el presente en las formas como se afronten estos principios.


Pie de página

1 Una visión general de lo que, según Gutiérrez Girardot, representó Schlegel para Boeck se encuentra en el artículo "Friedrich Schlegel. Sobre una edición de sus escritos" (24).
2 Gutiérrez Girardot no realizó una interlocución directa con los críticos literarios colombianos. Tan solo a comienzos de su carrera intelectual, en el artículo titulado "Sobre Guillermo Valencia" (1953), destaca el intento de Rafael Maya por realizar una crítica literaria objetiva en Colombia. También puso de presente la importancia de Baldomero Sanín Cano, aunque más en el ámbito de la ensayística que de los estudios literarios.
3 Gutiérrez Girardot se refiere explícitamente a Alejandro Losada, Françoise Perus, Rodríguez Puertolas ("Los problemas"; Temas y problemas), pero indirectamente incluye en esta lista a Roberto Fernández Retamar y Antonio Cornejo Polar.
4 Algunos ejemplos de esta actitud, en la que combina rigurosamente conceptos y metodologías, son los textos Problemas y método de la crítica literaria, Modernismo: supuestos históricos y culturales y Temas y problemas de la historia social de la literatura.
5 El arte combinatoria de Schlegel y la lectura entre líneas de Nietzsche llevaban implícitas una exigencia de base para quien deseara acercarse a la obra literaria: en la medida en que involucraban grandes esferas del conocimiento, el acercamiento filosófico reclamaba un lector con una formación vasta que pudiera dar cuenta, con rigor, de las más elevadas producciones del pensamiento y la imaginación. Gutiérrez Girardot revitalizaba de esta forma la línea del primer romanticismo alemán y particularmente recordaba el concepto de formación, alrededor del cual había hecho énfasis Schlegel. De hecho, en el fragmento 63, el pensador alemán recordaba que "todo ser humano sin formación es la caricatura de sí mismo" (Fragmentos 72).
6 En este último caso, Gutiérrez afirmó en el artículo "Literatura y sociedad" que no se podía medir el papel de la lectura estadísticamente.
7 Si bien es cierto que el problema de la organización de las fuentes para realizar pesquisas alrededor de algunos factores de la institución fue una barrera con la que Gutiérrez Girardot se encontró en Latinoamérica, también es verdad que no se aventuró a fondo en estas faenas ni siquiera cuando encaró temas y autores de la literatura europea, para los cuales disponía, tal vez, de mayores insumos. Pocas veces desarrolló la crítica de una obra o movimiento alrededor de la institución y solo se hace evidente este proceder en algunos apartes del libro Temas y problemas de una historia social de la literatura hispanoamericana.
8 El panorama de las dos vertientes de la teoría de la recepción alemana se puede encontrar en el libro de David Viñas Piquer, Historia de la crítica literaria (495).
9 Las tres escalas de la crítica (impresión, exégesis y juicio) se desarrollan con agudeza en "Aristarco o anatomía de la crítica" (1941) de Alfonso Reyes.
10 Así trata de demostrarlo Gutiérrez Girardot cuando, por ejemplo, en Nietzsche y la filología clásica, expone la forma como operó Nietzsche, quien dio un giro conceptual a la concepción trágica propalada por Hegel.
11 En este punto en particular, Rubén Sierra Mejía llamó la atención sobre una posible descontextualización de la lectura de Foucault por parte de Gutiérrez Girardot; véase la reseña "Más que aproximativo, polémico" (1987).
12 La ironía frente a estos nombres tiene varios matices: puede ser directa, como cuando, en un juego fonético, se refiere a Derrida y Lacan, o un poco más elegante, al expresar con palabras de Max Weber: "esta nada se cree haber ascendido a una grada de la humanidad no alcanzada hasta ahora" (Nietzsche 109).
13 Una reflexión sobre la afectación de los estudios literarios por vía de la emergencia de los estudios culturales se puede encontrar en Diógenes Fajardo y Beatriz Sarlo.


Obras citadas

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Sobre el autor

Profesor asociado de la Universidad del Tolima, Colombia. Doctor en Literatura de la Universidad de Antioquia. Magíster en Literatura Hispanoamericana del Instituto Caro y Cuervo. Libros publicados: La literatura del Tolima. Cuatro ensayos (2008). En coautoría: Cien años de novela en el Tolima (2010) y Cuentos del Tolima (2011). Artículo de más reciente publicación: "El pensamiento literario de Rafael Gutiérrez Girardot en las Lecturas Dominicales del periódico El Tiempo" (2016).

Sobre el texto

El presente artículo es derivado de la investigación doctoral titulada "El pensamiento literario de Rafael Gutiérrez Girardot y sus relaciones con América Latina entre 1970 y 1990"

Referencias

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Cómo citar

APA

Monroy Zuluaga, L. (2017). La lectura filosófica de la literatura en Rafael Gutiérrez Girardot. Literatura: teoría, historia, crítica, 19(1), 225–250. https://doi.org/10.15446/lthc.v19n1.60867

ACM

[1]
Monroy Zuluaga, L. 2017. La lectura filosófica de la literatura en Rafael Gutiérrez Girardot. Literatura: teoría, historia, crítica. 19, 1 (ene. 2017), 225–250. DOI:https://doi.org/10.15446/lthc.v19n1.60867.

ACS

(1)
Monroy Zuluaga, L. La lectura filosófica de la literatura en Rafael Gutiérrez Girardot. Lit. Teor. Hist. Crít. 2017, 19, 225-250.

ABNT

MONROY ZULUAGA, L. La lectura filosófica de la literatura en Rafael Gutiérrez Girardot. Literatura: teoría, historia, crítica, [S. l.], v. 19, n. 1, p. 225–250, 2017. DOI: 10.15446/lthc.v19n1.60867. Disponível em: https://revistas.unal.edu.co/index.php/lthc/article/view/60867. Acesso em: 20 abr. 2024.

Chicago

Monroy Zuluaga, Leonardo. 2017. «La lectura filosófica de la literatura en Rafael Gutiérrez Girardot». Literatura: Teoría, Historia, crítica 19 (1):225-50. https://doi.org/10.15446/lthc.v19n1.60867.

Harvard

Monroy Zuluaga, L. (2017) «La lectura filosófica de la literatura en Rafael Gutiérrez Girardot», Literatura: teoría, historia, crítica, 19(1), pp. 225–250. doi: 10.15446/lthc.v19n1.60867.

IEEE

[1]
L. Monroy Zuluaga, «La lectura filosófica de la literatura en Rafael Gutiérrez Girardot», Lit. Teor. Hist. Crít., vol. 19, n.º 1, pp. 225–250, ene. 2017.

MLA

Monroy Zuluaga, L. «La lectura filosófica de la literatura en Rafael Gutiérrez Girardot». Literatura: teoría, historia, crítica, vol. 19, n.º 1, enero de 2017, pp. 225-50, doi:10.15446/lthc.v19n1.60867.

Turabian

Monroy Zuluaga, Leonardo. «La lectura filosófica de la literatura en Rafael Gutiérrez Girardot». Literatura: teoría, historia, crítica 19, no. 1 (enero 1, 2017): 225–250. Accedido abril 20, 2024. https://revistas.unal.edu.co/index.php/lthc/article/view/60867.

Vancouver

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Monroy Zuluaga L. La lectura filosófica de la literatura en Rafael Gutiérrez Girardot. Lit. Teor. Hist. Crít. [Internet]. 1 de enero de 2017 [citado 20 de abril de 2024];19(1):225-50. Disponible en: https://revistas.unal.edu.co/index.php/lthc/article/view/60867

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