Publicado

2016-07-01

Intelectuales, política y religión en Colombia en el siglo XIX: José Manuel Groot y los escritores católicos

Intellectuals, politics, and religion in Colombia in the nineteenth century: José Manuel Groot and the catholic writers

DOI:

https://doi.org/10.15446/hys.n31.55496

Palabras clave:

Intelectuales, catolicismo, Colombia (es)
intellectuals, catholicism, Colombia (en)

Autores/as

  • Andrés Jiménez Ángel Universidad Católica de Eichstätt-Ingolstadt, Alemania.
Este artículo analiza los factores objetivos y subjetivos, los aspectos políticos y sociales que caracterizaron, inspiraron y justificaron la producción periodística, literaria e historiográfica de los escritores católicos en la segunda mitad del siglo XIX en Colombia, centrándose en José Manuel Groot. Primero, se presenta un bosquejo de la configuración del catolicismo colombiano durante la hegemonía liberal para luego aludir a los canales y espacios a través de los cuales estos intelectuales difundieron sus trabajos y fortalecieron los vínculos sociales entre ellos. En tercer lugar, se abordarán las funciones particulares que estos escritores asumieron como propias así como sus enfrentamientos con la jerarquía eclesiástica. Por último, se plantean algunos puntos de reflexión con respecto a la autonomía del intelectual decimonónico, su autopercepción y a la importancia de las trayectorias individuales y colectivas en la historia de los intelectuales en Colombia.

Focusing on the life and work of José Manuel Groot this article attempts to identify and analyze the objective and subjective factors as well as the political and social aspects that characterized, inspired, and justified the journalistic, literary, artistic, and historiographical production of the Colombian catholic writers in the second half of the nineteenth century. The text begins with a brief sketch of the transformation of nineteenth century Catholicism in Colombia during the liberal hegemony. Then it focuses on the channels and spaces that these intellectuals used for the diffusion of their works and for strengthening the social ties among them. The third part of the article deals with the specific functions that these writers assumed as theirs and with their struggle with Bogota’s high clergy. To conclude I formulate some reflections about the autonomy and self-perception of the intellectuals, and on the importance of individual and collective trajectories in the history of Colombian intellectuals.

 

ARTÍCULO DE INVESTIGACIÓN

 

DOI: https://doi.org/10.15446/hys.n31.55496

 

Intelectuales, política y religión en Colombia en el siglo XIX: José Manuel Groot y los escritores católicos

 

Intellectuals, politics, and religion in Colombia in the nineteenth century: José Manuel Groot and the catholic writers

 

Andrés Jiménez Ángel**

** Candidato a doctor en Historia de América Latina. Profesor asistente de la cátedra de Historia de América Latina de la Universidad Católica de Eichstätt-Ingolstadt. Eichstätt-Alemania. Correo electrónico: andres.jimenezangel@ku.de

 

*Artículo recibido el 30 de enero de 2016 y aprobado el 1 de abril de 2016.

 


Resumen

Este artículo analiza los factores objetivos y subjetivos, los aspectos políticos y sociales que caracterizaron, inspiraron y justificaron la producción periodística, literaria e historiográfica de los escritores católicos en la segunda mitad del siglo XIX en Colombia, centrándose en José Manuel Groot. Primero, se presenta un bosquejo de la configuración del catolicismo colombiano durante la hegemonía liberal para luego aludir a los canales y espacios a través de los cuales estos intelectuales difundieron sus trabajos y fortalecieron los vínculos sociales entre ellos. En segundo lugar, se abordarán las funciones particulares que estos escritores asumieron como propias, y sus enfrentamientos con la jerarquía eclesiástica. Por último, se plantean algunos puntos de reflexión con respecto a la autonomía del intelectual decimonónico y su autopercepción, y a la importancia de las trayectorias individuales y colectivas en la historia de los intelectuales en Colombia.

Palabras clave: intelectuales, catolicismo, Colombia.


Abstract

Focusing on the life and work of José Manuel Groot this article attempts to identify and analyze the objective and subjective factors as well as the political and social aspects that characterized, inspired, and justified the journalistic, literary, artistic, and historiographical production of the Colombian catholic writers in the second half of the nineteenth century. The text begins with a brief sketch of the transformation of nineteenth century Catholicism in Colombia during the liberal hegemony. Then it focuses on the channels and spaces that these intellectuals used for the diffusion of their works and for strengthening the social ties among them. The third part of the article deals with the specific functions that these writers assumed as theirs and with their struggle with Bogota's high clergy. To conclude I formulate some reflections about the autonomy and self-perception of the intellectuals, and on the importance of individual and collective trajectories in the history of Colombian intellectuals.

Key words: intellectuals, Catholicism, Colombia.


 

Introducción

La enorme cantidad y variedad de trabajos que en las últimas décadas se han escrito sobre los intelectuales sugiere de entrada el problema y al mismo tiempo el punto de partida de todo intento de definición de la categoría intelectual. Como lo señaló Christophe Charle hace quince años en su estudio comparativo sobre los intelectuales europeos en el siglo XIX, ''cada autor propone su propia definición del concepto, o critica las definiciones ajenas''1. La proliferación de alternativas parece responder al afán de superar la confusión que este concepto genera, a través de una nueva explicación que, a su vez, se suma al cúmulo de aportes existente, dando pie a nuevas reinterpretaciones y propuestas.

Desde hace más de una década varios autores han venido señalando la escasez de propuestas definitorias del intelectual colombiano.2 Estas observaciones han llamado enfáticamente la atención sobre emprender la tarea de llenar ese vacío, no solamente en la historiografía sino en otras disciplinas. Algunos de estos autores han dirigido sus esfuerzos a ofrecer una caracterización histórica de los intelectuales colombianos. Sin embargo, las propuestas concretas para la segunda mitad del siglo XIX, en su pretensión por fijar tipologías, omitieron factores centrales para entender la complejidad de los procesos sociales, políticos y culturales detrás de la configuración histórica de estos sujetos sociales.

La idea un grupo de intelectuales acríticos e instrumentalizados encargados de definir ''un conjunto de valores políticos y promover su institucionalización colectiva con vista a la formación de una comunidad nacional''3 o la reducción de sus rasgos característicos a la combinación de poder y gramática4 simplifican en exceso un cuadro histórico que, mirado de cerca, presenta trazos mucho más complejos. Las tipologías referidas pasan por alto las trayectorias individuales y colectivas de estos actores sociales, así como los enfrentamientos, divisiones y alianzas entre ellos durante todo el siglo XIX.

En sus consideraciones sobre los intelectuales y la historia política en Colombia, Gilberto Loaiza deja abierta la posibilidad de construir tipologías históricas en torno a problemas concretos y a las formas como distintos conjuntos de intelectuales se organizan y responden a ellos. En esta medida sugiere —en nuestra opinión acertadamente— una manera de abordar históricamente a los intelectuales en tanto objeto de estudio, cuyo punto de referencia estaría dado por los procesos históricos que determinan las circunstancias materiales, sociales y culturales de su trabajo así como por aquellos problemas centrales a los cuales busca responder la producción de bienes simbólicos.5 Más que una tipología descriptiva de los intelectuales, el análisis de estas figuras debe considerar ante todo, los problemas en torno a las cuales estos individuos se agrupan, se enfrentan y articulan y difunden sus discursos, esos hechos literarios, artísticos, políticos que singularizan la labor de los intelectuales.

Tomando al colectivo de laicos que se reunió para enfrentar el ascenso de los liberales al poder en 1849, este artículo pretende mostrar los factores objetivos y subjetivos, los aspectos políticos y sociales que caracterizaron, inspiraron y justificaron la producción periodística, literaria e historiográfica de un grupo particular de intelectuales: los escritores católicos, centrándose en uno de sus principales representantes, José Manuel Groot. El presente texto inicia con un breve bosquejo de la configuración del catolicismo colombiano durante la hegemonía liberal, para luego detenerse en los canales y espacios a través de los cuales estos intelectuales difundieron su producción literaria y fortalecieron los vínculos sociales entre ellos como actores colectivos. En segundo lugar, se abordarán las funciones particulares que asumieron como suyas —en tanto escritores católicos— y los enfrentamientos con la jerarquía eclesiástica. El artículo termina con algunas consideraciones sobre la autonomía del intelectual, estrechamente relacionada con la autopercepción y roles del escritor católico, y sobre la importancia de las trayectorias individuales y colectivas y su relación con las ''condiciones de posibilidad''; elementos que son esenciales para la comprensión de las particularidades del intelectual decimonónico en Colombia.

 

1. La reconfiguración del catolicismo y el fortalecimiento de la intransigencia

La llegada de los liberales al poder en 1849 y su consolidación en él durante los años 1860 marcaron el inicio de una serie de reformas tendientes a establecer un modelo económico y político inspirado en el liberalismo, que permitiera una inserción más efectiva en el mercado mundial y la sociedad internacional. Sus principales abanderados salieron de una agrupación de jóvenes políticos, la mayor parte de ellos nacidos en la década de 1820, quienes reclamaban la implantación de transformaciones que rompieran de una vez por todas con el lastre de las estructuras coloniales y encaminaran a la nueva república en la senda de la civilización.

Este intento de ''desmonte del Estado colonial''6 implicaba una transformación estructural de su organización que se reflejó en los cambios introducidos mediante la federalización del Estado, la redistribución de competencias y la descentralización de las rentas públicas en favor de las provincias y en desmedro del poder del ejecutivo central; en la consolidación constitucional de las libertades religiosa, de prensa y de enseñanza, entre otras; y en la separación entre Iglesia y Estado.7 Esta última, consecuente con los esfuerzos de secularización del Estado y con las fuertes críticas a la injerencia de la Iglesia en asuntos públicos, se constituyó en uno de los pilares de los gobiernos liberales de este período y, en consecuencia, en uno de los puntos centrales del debate político y religioso del mismo. No se trataba ya simplemente de demarcar la órbita espiritual frente a la temporal sino de un intento por debilitar la institución eclesiástica política, cultural y materialmente, y de someterla al poder estatal.8

La implementación de las reformas anticlericales se llevó a cabo escalonada y progresivamente, radicalizándose en la década de 1860, particularmente durante la segunda presidencia de Tomás Cipriano de Mosquera. En menos de seis meses, entre julio y noviembre de 1861, Mosquera decretó la tuición de cultos, expulsó por tercera vez a los jesuitas (quienes habían regresado durante el gobierno de Mariano Ospina Rodríguez en 1858), puso en marcha la desamortización y expropiación de bienes eclesiásticos y ordenó la supresión de conventos y comunidades religiosas, medidas ratificadas dos años más tarde en la Constitución de Rionegro de 1863.9

La radicalidad de estos reajustes tuvo como respuesta múltiples reacciones. Dentro del principal sector afectado, la Iglesia, estas fueron del apoyo a dichas medidas a su total rechazo, pasando por una tolerancia pragmática, que así generó rupturas internas en el poder eclesiástico. En su trabajo sobre las reformas liberales y el catolicismo intransigente, William Plata identifica tres grupos. El primero, constituido por clérigos alineados con el catolicismo intransigente inspirado por Pio IX, y que estuvo apoyado por laicos influyentes como Mariano Ospina Rodríguez, Rufino Cuervo, José Manuel Groot y, posteriormente, Miguel Antonio Caro, quienes se oponían vehementemente a modificaciones y descartaban de plano cualquier asomo de conciliación.

En el otro extremo se encontraban los católicos liberales que veían con agrado las reformas, llegando incluso a oponerse a las jerarquías. Y, en un punto intermedio, estaban aquellos que, como el arzobispo Vicente Arbeláez (1870), buscaron una salida negociada que satisficiera tanto al gobierno como a la Iglesia.10 De estas tres variantes, la intransigencia liderada por los sectores más reaccionarios del laicado y del partido conservador se convirtió en la inclinación hegemónica. Esta línea inspiró más tarde al modelo de la Regeneración, punto de llegada de una corriente que absorbió las voces discordantes e implementó el modelo de catolicismo intransigente que se construyó en el Vaticano desde mediados del siglo XIX como respuesta a los fuertes cuestionamientos y desafíos que el liberalismo y la modernidad planteaban al poder de la Iglesia católica, y a la crisis desatada por el nacionalismo italiano que amenazaba su unidad.

Los ejes de la respuesta del catolicismo intransigente fueron la centralización del poder eclesiástico en cabeza del papa y la condena radical de los errores del liberalismo. Estos aspectos se formalizaron en la encíclica Quanta Cura y el catálogo de ''errores de nuestro siglo'' reunidos en el Syllabus (1864). Con esto, se dejaban sentados los parámetros de una posición que, desde la infalibilidad papal instituida en el Concilio Vaticano celebrado en 1869, legitimó convenientemente la inflexibilidad de los católicos tradicionalistas de la Nueva Granada. El enfrentamiento frontal a las ideas liberales, la defensa de las prerrogativas de la Iglesia y de la adhesión a la Santa Sede, así como el llamado a la unidad católica y la condena de toda disidencia se convirtieron en los principales frentes de lucha de la versión criolla del catolicismo intransigente.

Las reformas liberales de mitad del siglo XIX pusieron otra vez en evidencia las tensiones en el interior de la catolicidad neogranadina. Esta ya había presentado posiciones diferenciadas en respuesta, por ejemplo, a las reformas de Francisco de Paula Santander, en especial a su plan de estudios y a la introducción de la obra de Bentham como texto obligatorio en las cátedras de jurisprudencia.11 En la década de 1830, las discusiones sobre patronato y diezmos habían polarizado las posiciones dentro del catolicismo, confrontando la opinión conciliadora y moderada del entonces arzobispo Manuel José Mosquera con las críticas del catolicismo tradicionalista representado por un grupo de ultracristianos liderado por Ignacio Morales y apoyados por el internuncio Cayetano Baluffi.12 Con la llegada de los liberales al poder, el catolicismo sufrió un nuevo proceso de polarización en torno a una nueva manifestación de un viejo problema: las reformas liberales, en general, y las medidas anticlericales, en particular, dando así lugar a la aparición de facciones enfrentadas y a la posterior imposición de un modelo hegemonizante que, de la mano del Estado, logró consolidarse sobre los intentos de disidencia a finales del siglo XIX.

El éxito de esta campaña dependió en gran medida del compromiso de los sectores tradicionalistas del laicado; compromiso del cual José Manuel Groot ofrece un claro ejemplo, a pesar de no haber tenido la oportunidad de presenciar el triunfo definitivo de esa visión del catolicismo. El acercamiento de Groot a este sector fue relativamente tardío dentro de su trayectoria religiosa e intelectual pero, una vez adentro, su contribución a la configuración y consolidación del mismo fue tan fundamental en sus inicios como la de Caro en el período regeneracionista.

 

2. José Manuel Groot: un escritor católico

Feliz fue tu idea de oponer el veneno de la impiedad propinado por los periódicos en dosis, por decirlo así, sucesivas, un antídoto por los mismos medios y en la misma forma, de manera que la mortífera acción del primero no se produjese sin hallar inmediatamente el remedio a propósito debido a tu inteligencia.13

Con estas palabras escritas cuatro años después de la publicación del texto en el que Groot rebatía una a una las tesis del filólogo y orientalista francés Ernest Renan en el libro La Vida de Jesús —incluido por la Santa Sede en el Índice—, Pío IX daba su reconocimiento no solo a la Refutación analítica del libro de Mr. Ernesto Renan titulado Vida de Jesús sino también a la labor que Groot había desempeñado en defensa de la Iglesia y del catolicismo desde la década de 1840. Esta labor se concretó de manera particular en los artículos de prensa que Groot escribió y publicó hasta poco antes de su muerte en 1878. La obra polémica de este escritor se desarrolló, pues, de forma paralela al ascenso, el auge y la decadencia de los regímenes liberales a los que se opuso como uno de sus principales críticos desde las tribunas de opinión del catolicismo intransigente colombiano.

La enorme y variada producción intelectual de Groot permite evidenciar las múltiples facetas que revestía la defensa de un modelo de sociedad tradicionalista, hispanista y sobretodo católico, enmarcado en un permanente intento de responder a las preocupaciones políticas, intelectuales y religiosas del período en el que esta se desarrolló. Su producción pictórica, literaria, periodística e historiográfica, y su que hacer como educador apuntaban claramente a reivindicar una visión de la sociedad que siempre debatía con las ideas liberales de mediados del siglo XIX. Sin desconocer la importancia que sus pinturas y sus cuadros de costumbres revisten para la comprensión de su pensamiento es en sus escritos de prensa donde mejor se manifiestan los rasgos principales de su apoyo al catolicismo.

El acercamiento de Groot al catolicismo intransigente fue relativamente tardío dentro de su polifacética trayectoria religiosa e intelectual.14 Nacido en el seno de la élite santafereña, Groot tuvo acceso a los privilegios de una educación ceñida a la tradición ilustrada neogranadina. Después de haberse formado en medio de preceptores y maestros particulares —a diferencia de gran parte de la élite santafereña que generalmente lo hacía en los colegios de San Bartolomé y de Nuestra Señora del Rosario— José Manuel Groot siguió educándose de la mano de su tío materno Francisco de Urquinaona, un liberal santanderista y miembro fundador de la primera logia masónica de Santafé. Liberal y masónica fue el tipo de influencia que Urquinaona ejerció sobre su sobrino. En 1821, a los veintiún años de edad, Groot se incorporó en la logia santafereña a la que perteneció hasta 1825, y desde 1824 ocupó diferentes cargos públicos en el gobierno de Santander.15 En el año de la conspiración contra Bolívar, habiendo dejado ya su corta vida pública, Groot fundó la ''Tercera Casa de Educación'', la cual solamente estuvo en funcionamiento hasta 1830, año de disolución de la Gran Colombia. Dos años más tarde, el escritor perdió a su primogénita. Vemos entonces que durante sus primeras tres décadas de vida Groot recorrió buena parte del itinerario del intelectual decimonónico colombiano: educación de élite, carrera pública (aunque corta), círculos de sociabilidad cultural y política y gestión de la educación.

Su corto paso por la masonería y el liberalismo, así como su posterior conversión al catolicismo tradicionalista y la entrada al conservatismo son también ejemplo de las oscilaciones en la inclinación intelectual y política de los intelectuales colombianos del siglo XIX.16 Igualmente característica fue la utilización de diferentes canales y medios de expresión. Para el caso particular de Groot, la pintura y la caricatura cultivadas desde su infancia hicieron parte integral de su producción intelectual, como lo hizo la poesía para otros de sus contemporáneos.17 A partir de los años 1830, el antiguo masón cambió de extremo y se dedicó en los años siguientes ''al estudio del Evangelio y a la lectura de los maestros de espíritu''18.

Paralelamente emprendió su ejercicio periodístico con varios artículos publicados en el periódico bogotano El Imperio de los Principios contra la candidatura de José María Obando para las elecciones de 1836. Si bien desde 1845 algunos de sus escritos ya presentaban aspectos que revelaban la intención de favorecer a la Iglesia y al catolicismo fue con la Refutación de algunos errores del señor Julio Arboleda sobre los jesuitas y sus constituciones de 1848 que Groot entró de lleno en la defensa de la religión cristiana arremetiendo contra los argumentos de Arboleda a favor de la expulsión de la Compañía de Jesús.19 De este texto temprano de Groot vale la pena resaltar la manera en que este asumió ya desde 1848 la custodia de la Iglesia: ''Nosotros, como católicos, como granadinos amantes de nuestra patria y como amigos sinceros de la justicia, vamos a contestar los principales cargos que el señor diputado hace a la Compañía de Jesús''20.

Se trataba de una defensa colectiva que reflejaba un compromiso religioso y patriótico, quedando así delineados los contornos de las siguientes tres décadas de producción escrita dedicada al resguardo del clero y el catolicismo. La convicción de Groot en su defensa de la Iglesia y la religión católicas encontró en los años siguientes, nuevos espacios que le permitieron no solo desarrollar su pensamiento tradicionalista e hispanista y perfeccionar su producción apologética, sino también disponer de diferentes tribunas de oposición al régimen y al liberalismo en general.

3. La prensa católica

La segunda mitad del siglo XIX fue un período particularmente rico en la fundación (y también desaparición) de periódicos y revistas, tanto en Colombia como en otros países latinoamericanos. Estas publicaciones cubrían diversos géneros, desde la prensa satírica hasta el periodismo cultural y literario, aunque la mayor parte de ellas estuvieron destinadas al combate político. La circulación de los medios impresos fue, no obstante, más bien limitada. Las altísimas tasas de analfabetismo y la consiguiente ausencia de lectores masivos, sumadas al carácter claramente elitista de la mayor parte de los contenidos redujeron el impacto cuantitativo de la prensa. Sin embargo, esta se constituyó en un importante espacio de discusión y crítica política. Tanto liberales como conservadores de las diferentes tendencias hicieron uso de las posibilidades que este medio ofrecía para difundir sus proyectos políticos e igualmente para la crítica y el ataque a las posiciones contrarias a las de ellos.21 La aludida multiplicidad de periódicos constituyó un punto central en la conformación de la intelectualidad colombiana del siglo XIX. En ellos se manifestaban los principales problemas en torno a los cuales los intelectuales sentaban sus posiciones defendiendo una particular concepción de lo que debía ser la naciente república.

La incertidumbre institucional obligaba a estos escritores a pronunciarse permanentemente sobre las medidas tomadas por el Gobierno de turno. Como lo señalan María Teresa Uribe y Jesús María Álvarez, la preocupación de los intelectuales que lideraron el proceso de construcción del Estado-nación colombiano ''fue la de fundar periódicos y editar impresos, hojas sueltas y libelos, para exponer desde allí sus ideas y propuestas en torno a las formas jurídicas que deberían tener las instituciones''22. Este interés evidenciaba al mismo tiempo una conciencia clara de la utilidad de la circulación de los impresos para la generación de opinión pública. Si bien la difusión de los periódicos se mantuvo en los estrechos márgenes de la élite política e intelectual, los constantes debates entre periódicos ponían de relieve el carácter de estas publicaciones como un espacio moderno —aunque limitado— de discusión.

La prensa se constituyó así en una extensión de la arena política y en herramienta de reproducción de las inclinaciones y principios de diferentes sectores políticos. Más allá de la simple división entre conservadores y liberales, los periódicos del siglo XIX constataron la existencia de una multiplicidad de tendencias que trascendían las adscripciones partidistas. Dentro de las opiniones de corte liberal, las más radicales se encontraban, por ejemplo, en El Tiempo y El Neogranadino, donde los representantes del liberalismo radical defendieron las reformas anticlericales, haciendo de estos periódicos importantes órganos de promoción de las políticas oficiales. Otros periódicos mantuvieron una línea independiente promoviendo valores de sectores concretos, como el caso de El Liberal para el liberalismo draconiano o de El Constitucional para el gólgota. Aun cuando la defensa del catolicismo en periódicos católicos y conservadores tuvo su origen en la primera mitad del siglo XIX, fue a partir de la publicación de El Observador Católico que se intensificó y amplió la lucha contra las reformas liberales, y la defensa de la Iglesia y la religión tras el ascenso de los liberales en 1849.

La multiplicación de impresos destinados a esta causa y el apoyo del clero a algunos de ellos como El Catolicismo o La Unidad Católica, se enmarcaron dentro del contexto de creación de formas de sociabilidad que buscaban fortalecer dicha misión a través de la acción colectiva y coordinada del laicado. Esta se expresó tanto en la creación de asociaciones, congregaciones y entidades de caridad y beneficencia, como en la fundación de periódicos católicos:23 ''La proyección de la prensa católica, obedece a la necesidad de resocializar la religión, de convocar para la defensa, para convertirse a su vez en forma de sociabilidad''24.

La mayor parte de la actividad intelectual de Groot y de otros escritores conservadores se desarrolló en la prensa católica, en particular en aquellos periódicos de marcada voluntad ortodoxa, ultramontana e intransigente como El Día, La Civilización, El Catolicismo, El Católico, La Caridad, El Conservador y en sus últimos años El Tradicionista. A excepción de El Catolicismo y posteriormente de La Unidad Católica, los periódicos católicos fueron impulsados y financiados casi exclusivamente por laicos católicos y en todos ellos los textos centrales y muchas de las colaboraciones adicionales eran de su autoría.

 

4. El escritor católico: misión y funciones

El crecimiento y desarrollo de la prensa en la Nueva Granada vino acompañado de discusiones sobre las condiciones y funciones que debían cumplir aquellos que, con sus textos, llenaban las páginas de los periódicos. La creación de nuevos espacios editoriales y la ampliación de los existentes para la difusión de la expresión escrita, así como la promoción de garantías jurídicas asociadas a la libertad de prensa impulsaron la reflexión en torno al oficio de periodista o, para hacer justicia a la terminología de la época, al de ''escritor público''. En el seno del catolicismo, estas cuestiones revestían una importancia particular, ya que aludían directamente a las fronteras entre las órbitas de acción de los miembros de la Iglesia.

La caracterización del escritor católico se derivaba de la división de base entre religiosos y laicos. Frente a esta clasificación primaria, la pregunta que se hacían tanto los seglares como el clero versaba sobre las facultades de los primeros con respecto a la Iglesia. En palabras del arzobispo Manuel José Mosquera: ''¿Los escritores legos tienen en general, i especialmente en las actuales circunstancias, derecho de intervenir en las cuestiones relativas a los negocios de la Iglesia?''25. Para responder a la pregunta, Mosquera se sirvió de la trascripción de una carta del obispo de Langres al conde de Montalembert en la que el prelado despejaba la duda del segundo acerca de los límites de la acción de los legos.

La carta de monseñor Parissis empezaba por dar una respuesta negativa, señalando que los asuntos ''de dogma, de moral o de disciplina'' no definidos por la Iglesia docente quedaban vedados para los escritores católicos.26 Sin embargo, tal imposibilidad estaba lejos de implicar una pasividad total. Su misión debía ser, como la de todos los cristianos ''trabajar en la estensión del reino de Dios, en la edificación de sus hermanos, en la defensa del tesoro de la fé''27. Dentro de esa defensa lo más importante era no callar, denunciar todo aquello que permitiera el progreso del mal: ''[...] Todas la veces que un lego se expondría a facilitar los progresos del mal por su silencio, o su inacción, no tiene solamente derecho a hablar, sino un deber sagrado''28. Al llamado de asumir una protección activa del cristianismo, el obispo de Langres agregaba un elemento fundamental: el trabajo conjunto, la defensa colectiva de la religión: ''[...] Asociaos algunos hombres capaces de comprenderos, i dignos de seguiros; sed juntamente el centro i el alma de la acción católica [...]''29.

La asimilación de sus derechos y limitaciones en calidad de escritor católico y la conciencia de ser parte de un actor colectivo se reflejaban claramente en la producción literaria de Groot, incluso antes de convertirse en colaborador y posteriormente redactor de El Catolicismo. La forma como había asumido la polémica con Julio Arboleda en torno a la expulsión de los jesuitas anunciaba ya los parámetros dentro de los cuales se iba desarrollar su producción apologética en las décadas siguientes. Para Groot, la tarea iba mucho allá de la defensa de un partido político o de intereses personales: ''Nosotros, como católicos, como granadinos amantes de nuestra patria y como amigos sinceros de la justicia, vamos a contestar los principales cargos que el señor diputado hace a la Compañía de Jesús''30.

Manifestaciones explícitas de una conciencia clara sobre la misión del escritor católico que se concretaba en la exaltación de la verdad cristiana, las encontramos igualmente en un ilustrativo artículo de Ignacio Gutiérrez —otro colaborador frecuente de El Catolicismo —titulado ''Mi fe i mi deber''. Gutiérrez, además de reafirmar su compromiso con la causa de este periódico, hacía evidente el alcance y las dimensiones que él y los demás escritores católicos atribuían a su deber, así como la importancia de responder vehemente y oportunamente a los ataques de los liberales:

Combatir esos áctos de fanatismo i de tiranía; rechazar con energía esa conducta que la fuerza hace triunfar sobre la opinión inerme i numerosa; defender i dilucidar la doctrina de salud parodiada con maligna hipocresía por la insulsa literatura del romántico e inmoral liberalismo; advertir el peligro i el caos á que vamos caminando, i principalmente llenar un deber de conciencia i patriotismo sosteniendo la verdad i los derechos de la Iglesia, tal ha sido la tarea que todo católico, penetrado de la sublime verdad que encierra este nombre, ha debido proponerse desde el instante en que empezó á columbrar la triste situación á que los apoderados de la soberanía nacional, juzgándose omnipotentes, han conducido á los católicos en la Nueva Granada.31

Rufino Cuervo Barreto, colaborador permanente de El Catolicismo hasta antes de su muerte en 1853, manifestaba y compartía la convicción de los escritores católicos de estar reaccionando frente a la grave crisis social y moral que habían desencadenado las reformas liberales y enfatizaba, al igual que Gutiérrez, la necesidad de intervenir activamente a través de la defensa de la religión católica y sus representantes:

La persecución de los obispos i el ajamiento del clero granadino son hechos seriamente ligados con la existencia del catolicismo en la Nueva Granada i con nuestros futuros destinos sociales [...] Yo he podido dispensarme de contestar los injustos ataques hechos a mi reputación [...] pero mi silencio cuando es atacada la conducta de mi prelado [el arzobispo Manuel José Mosquera] i amigo, hallándose ausente, sería un borrón que no quiero legar a mi familia.32

En este sentido, el apoyo a la Iglesia no se agotaba entonces en combates coyunturales con sus enemigos ni en críticas a errores dogmáticos. Debía apuntar, además, al fortalecimiento del fundamento mismo de la nación que se estaba construyendo y a dar forma al proyecto detrás de esa construcción, combinando, como sugería Groot, lo ''granadino'' y lo ''católico''33. Los esfuerzos debían encauzarse a la promoción de un orden social y político inspirado en principios cristianos y protegido por la acción estabilizadora de la Iglesia. Lo que daba sentido a la actividad periodística y literaria del escritor católico era esa extensión combativa del apostolado como contribución a un doble fin tanto patriótico como religioso.

Una de las más claras manifestaciones de la percepción que de sí mismos y de su misión tenían los escritores católicos se encuentra en el primero de una serie de artículos destinados a criticar la política religiosa del Gobierno de José Hilario López, bajo el título ''La religión en la Nueva Granada durante la Administración llamada del 7 de marzo'', reunidos y publicados poco tiempo después en formato de folleto. El autor anónimo explicaba detalladamente cuáles eran los parámetros dentro de los que llevaría a cabo dicha crítica, el propósito y justificación de la misma y los mecanismos para solucionar el problema. El objetivo era develar el error y sacar a relucir la verdad: ''Atacar el sofisma, iluminar con la claridad del sol a los que están engañados''34. ¿En qué consistía ese engaño? En esconder y minimizar la amenaza liberal: ''Querémos demostrar á los que lo niegan, que el catolicismo fue herido de muerte en la Administración del Jeneral José Hilario López''. Todo esto para dejar claro el carácter imprescindible de la religión católica como eje de orden y estabilidad:

[...] probar una vez más á los impíos que su poder es vano contra quien fundó el cristianismo i que si por una desgracia, que confiados en Dios creemos no sucederá, el catolicismo huyera de nuestro suelo, iría a florecer á otra rejión, no consiguiendo sus enemigos otro resultado, que sumir á su patria en un océano de desgracias, en el que ellos mismos habrían de caer ofuscados con el brillo del astro que aborrecen. 35

Lejos de atribuir la responsabilidad de los ataques a la Iglesia y a la religión a sus enemigos, para el autor habían sido los católicos mismos, con su actitud pasiva, tolerante e incluso cómplice, quienes más habían contribuido a generar la crisis: ''Nosotros hemos sido en mucha parte la causa del mal, no lo son solo los herejes, ni sus malos libros: ellos habrían trabajado sin suceso sino acatáramos á los impíos i leyéramos sus obras''. Y así como los católicos poco comprometidos eran los responsables de ese ''mal'', estaban ellos también llamados a eliminarlo defendiendo oportunamente su religión y su Iglesia ''con las armas de la verdadera ciencia''36. La labor combativa del escritor católico se justificaba, en esta línea, no solamente en términos de aquello que debía defender, sino también de las doctrinas que había que combatir y de los medios para hacerlo.

 

5. Los escritores católicos y el enfrentamiento con el clero

A pesar de la aparente claridad sobre las funciones, la finalidad y los instrumentos de los cuales debían servirse los escritores católicos para realizar su tarea, el desempeño de la misma generó enfrentamientos dentro del catolicismo. Reconociendo explícitamente las limitaciones de su condición de laico, Groot hacía claridad con respecto a las funciones que esta suponía aprovechando para censurar la actitud del clero:

Nosotros no tenemos esa tremenda misión [conservar el sagrado depósito de la doctrina evangélica y la fe de los pueblos]; apenas somos meros escritores públicos que nos hemos propuesto defender la causa de la Relijión, y con todo, creemos que si nos calláramos sobre estos hechos y no los denunciáramos en voz alta, gravaríamos nuestra conciencia [...] Si los abusos siguen, nosotros habremos cumplido con nuestro deber en la parte que nos toca como escritores católicos.37

Detrás de esta autopercepción como defensor del catolicismo estaba implícita la condena a la pasividad del clero ante las afrentas y amenazas del liberalismo, actitud que, en opinión de los escritores católicos, hizo necesaria e incluso urgente su intervención. En una carta dirigida al internuncio apostólico Lorenzo Barili con ocasión de la publicación de Los Misioneros de la herejía o defensa de los dogmas católicos, Groot reafirmó su crítica a la indiferencia de los sacerdotes y religiosos frente a los ataques del protestantismo aludiendo indirectamente a la división de funciones entre el laicado y el clero. La refutación de dichas invectivas, señalaba Groot, ''[...] demandaba comentarios i explicaciones i yo como laico, me creía incompetente para tratar materias de alta teología. [...] Mas viendo que el campo se dejaba al enemigo sin que se presentara quien lo rechazase emprendí mi trabajo''38.

La supuesta ausencia de respuesta oficial por parte del clero llevó a que Groot presentara como inminente su intervención en tanto escritor católico. La posición frente a las funciones y obligaciones de un escritor católico y su crítica a la inactividad de los sacerdotes hicieron que Groot y otros escritores católicos se enfrentaran directamente con la jerarquía eclesiástica. Desde su primera pastoral del 26 de julio de 1868, el ánimo conciliador del arzobispo Vicente Arbeláez se hizo tan evidente como la oposición de amplios sectores de sacerdotes y de los escritores católicos. Sin embargo, fue la actitud del prelado ante las reformas educativas aquello que hizo más visible los conflictos internos del clero. A diferencia de las reformas anteriores, la de 1870 tenía una pretensión integral extendiendo su ámbito de aplicación a todos los niveles educativos y abarcando una amplia gama de aspectos que incluía reglas sobre formación de maestros, contenidos y modelos pedagógicos. Ceñida a los principios liberales, esta reforma establecía una educación neutral en materia religiosa. Arbeláez veía en el carácter ambiguo de estas normas la posibilidad de participar activamente, así fuera de forma discreta, en la enseñanza moral. La puerta para esta posibilidad quedó abierta con el acuerdo al que llegó el arzobispado con Manuel Ancízar en virtud del cual la educación moral quedaba a cargo del clero.39

Lo que para Arbeláez constituía la obtención de una modesta pero estratégica posición en la instrucción pública, para el sector tradicionalista e intransigente representaba, por el contrario, el apoyo del arzobispo a la educación laica condenada por el Syllabus. El enfrentamiento entre Groot, Caro y compañía, por un lado, y Arbeláez, por el otro, era ya inevitable. El entierro del líder liberal y masón Ezequiel Rojas condujo a la radicalización del conflicto. Para muchos de estos escritores sepultar en el cementerio católico al que, en su opinión, fue uno de los principales enemigos del catolicismo era una muestra clara de la debilidad del arzobispo frente al liberalismo en el poder.40 Las diatribas contra la actitud del prelado se difundieron en las páginas de El Tradicionista, fundado por Caro en 1871. Si bien Arbeláez se abstuvo de responder, otros sacerdotes bogotanos, como Joaquín Pardo Vergara, secretario del arzobispo, rechazaron vehementemente las críticas publicadas en El Tradicionista.41

La reacción de Caro y de Groot no se hizo esperar, y en sendas cartas a la dirección de El Tradicionista manifestaron su descontento por los ataques al periódico. Groot, indignado por la censura promovida por algunos clérigos, defendía su participación en asuntos políticos y resaltaba la importancia de su labor como escritor católico ante la indiferencia del clero frente a las amenazas del liberalismo:

Se ha improbado el que se haya escrito sobre la política del día, como si la política del día no encaminara a la destrucción del catolicismo en todo el mundo [...] y que cualquiera decidiera, si estos escritores merecen que hoy se les maltrate por algunos clérigos que no han tomado parte en los combates con que los liberales han tratado de acabar con la fe católica. Ojalá que nunca hubiéramos los laicos tenido la necesidad de abrazar semejante tarea [...].42

Groot, en vista de los juicios negativos del clero sobre la relevancia de su tarea, manifestaba, no sin antes dejar en claro su crítica a la inactividad de aquel, que estaba dispuesto a abandonarla:

[...] Dejo con mucho gusto el puesto que he ocupado en la prensa católica para que lo ocupen con más ventaja los señores del clero, que es á quienes corresponde en todo deber, que salgan á medir sus fuerzas con un ejército enemigo de los ateos, racionalistas, utilitaristas, materialistas, panteistas, protestantes y demás falanges del infierno con quienes los laicos nos hemos estado batiendo hace tanto tiempo en defensa de la Iglesia.43

En un tono menos vehemente pero afín en la defensa de los periodistas católicos, Caro respondió a los comentarios de Pardo Vergara —secretario de Arbeláez— en un escrito titulado ''Nuestro Derecho'', en el que anunciaba su renuncia a la dirección del periódico.

[...] En defensa de nuestro derecho, en vindicación de nuestra conducta como periodistas católicos, hoy que algunos nos censuran en alta voz hasta el punto de no reconocer en nosotros, en el ya largo combate que hemos venido sosteniendo, ningún servicio, ningún mérito, ni aun el de la buena intención, diremos algunas palabras con la moderación que cumple, y también con la libertad que lícitamente usa en su defensa el escritor católico [...].44

 

En el mismo texto, Caro, al igual que Groot, aludía a la preocupante pasividad del clero frente a los ataques del liberalismo y a la difícil situación en que esta indiferencia ponía a los escritores católicos:

Los escritores católicos son una falange que debe marchar y pelear bajo las inspiraciones de la Iglesia. Para esto es preciso que la voz de los jefes no cese de sonar; que sus opiniones en todos los casos, no dejen de hacerse sentir. El silencio de los que mandan trae el desconcierto del ejército.45

El arzobispo Arbeláez decidió intervenir. Sin embargo, a pesar de la reconciliación conseguida en el marco de la ''Conferencia de Católicos'' convocada por él y celebrada el 9 de octubre de 1873,46 el conflicto estaba lejos de resolverse. Las decisiones tomadas en el marco del Segundo Concilio Provincial neogranadino con relación a los escritores católicos ahondaron aún más las diferencias entre la jerarquía eclesiástica y el periodismo católico. La discusión sobre estos escritores estuvo en parte motivada por la preocupación del prelado ante las repetidas críticas de algunos periodistas a la conducta del clero. El título X del Concilio, ''De los escritores que tratan asuntos eclesiásticos'', establecía una serie de reglas que limitaban los asuntos sobre los cuales estos escritores podían pronunciarse y resaltaba su necesaria sumisión al clero.

Reconociendo nuevamente los méritos de la ''honrosísima carrera de escritores católicos'', el Concilio aludía a los riesgos que implicaba un celo excesivo que llevaba a estos escritores ''a creerse más sabios de lo que les conviene''. En esta línea, se les prohibía no solo ''prescribir a los fieles'' sino sobre todo ''a los pastores la conducta que han de observar''. Esto, agregaba el texto del Concilio, equivaldría a ''trastornar el orden de los poderes establecidos por Nuestro Señor Jesucristo, tomando las ovejas el lugar de sus pastores y legislando el fiel al que solo toca obedecer''47.

Una vez terminado el Concilio y tomados los veredictos correspondientes, el arzobispo Arbeláez remitió una copia del mismo a José Manuel Groot quien, en una extensa carta, respondió detalladamente a las recriminaciones que, en su opinión, el clero bogotano le hacían a él y a Caro a través de las restricciones impuestas por el Concilio al periodismo católico: ''[...] Todo lo que en él se dice, se refiere precisamente a los que escribimos sobre asuntos de religión en Bogotá, y principalmente al Señor Caro y a mí'' y en esta medida se consideraba Groot ''obligado a la defensa propia''48. Una parte bastante extensa de la misiva dirigida al arzobispo estaba dedicada a los temas sobre los cuales podían pronunciarse los escritores católicos. De acuerdo con el Concilio, estos debían ''conservar la paz y preparar el triunfo de la verdad'', es decir, abstenerse de pronunciarse en materias sobre las cuales la ''Iglesia docente'' no haya decidido ''punto cualquiera de dogma, o de disciplina''49, lo que para Groot equivalía a decir que los escritores católicos debían guardar silencio aun tratándose de ''materias opinables''. ''Admitido este principio'', señalaba Groot, ''no habría tales escritores''.

La carta adquirió un tono más agresivo cuando Groot entró a discutir la cuestión de la obediencia. Según el Concilio, ''cuando las opiniones de los Prelados, sus intenciones y modo de obrar no están de acuerdo con lo que los escritores juzgan o creen más conveniente, deben someterse''. A esta disposición, que claramente pretendía poner fin a las constantes y cáusticas críticas del periodismo católico a los obispos, Groot respondió reconociendo su deber de obediencia, reivindicando al mismo tiempo el derecho a no hacerlo ''desde que [el Obispo] se separa de ella [la Iglesia] por el cisma o la herejía''. Pero más allá de la insubordinación, los escritores católicos estaban —según Groot— en el derecho de opinar sobre el comportamiento de los prelados, una afirmación que claramente apuntaba a resaltar la independencia de estos escritores con respecto al clero y las prerrogativas derivadas de sus cualidades intelectuales:

[Los fieles] tienen que hacer apreciaciones sobre sus opiniones y modo de obrar porque de otro modo mal se podría saber si eran fieles o no a la ley de Dios y a los sagrados cánones. Es verdad que estas apreciaciones no las puede hacer el vulgo de los fieles, pero para eso hay hombres doctos que las hagan.50

Hacia el final del texto, después de acusar a los prelados que habían suscrito el acta resultante de la Conferencia de Católicos, por incumplir lo allí pactado con relación a los ataques contra los escritores católicos, Groot rechazó nuevamente la oposición del clero y reafirmó su voluntad de perseverar en su tarea como escritor católico:

Lo que he buscado y pretendido es cumplir con el deber de escritor católico, combatiendo los errores de la prensa impía e indicando aquello que he creído deber indicar para contener el torrente de errores en que esos escritor heréticos e impíos van precipitando al pueblo católico.51

La carta de Groot se constituyó así en un claro manifiesto de la lucha contra la ''herejía'' y la ''impiedad''; lucha inspirada en la intransigencia romana impulsada por Pío IX durante su pontificado. Se trataba de una manifestación concreta de la polarización y las divisiones dentro de la catolicidad colombiana y, sobre todo, de una actitud combativa que puso la misión de defender al catolicismo por encima de la obediencia a la jerarquía. Para Groot y sus compañeros de lucha, la legitimidad y validez de esta labor estaba justificada no solo por la necesidad de proteger la fe católica frente a los ataques del liberalismo, sino también por la ausencia de fieles comprometidos con esta defensa, tanto dentro del clero como entre los laicos. La beligerancia de esta empresa pareció ser la respuesta más adecuada a los embates de los liberales y a las actitudes laxas y transigentes de católicos ''blandos'' que negociaban con un régimen ''impío''.

De hecho, estos últimos debían ser atacados con mayor dureza, sobre todo si detentaban investiduras episcopales que ocultaran una falta de responsabilidad con la fe y la Iglesia que él defendía. Las amenazas, entonces, no venían solamente desde afuera, sino desde el interior mismo de la jerarquía eclesiástica. El combate no era únicamente contra el régimen liberal. El enemigo, para Groot, estaba igualmente adentro y solo los escritores católicos, representantes de la verdadera Iglesia y vigías la verdadera fe, estaban en capacidad de enfrentarlo. Groot, al igual que los demás escritores católicos, no se consideraba un simple creyente que cumplía con su labor apostólica. Asumía, por el contrario, la defensa vehemente y sistemática del catolicismo, condenando no solo las ideas contrarias a la doctrina de la Iglesia y de sus representantes, sino también a aquellos sectores del clero que, pese a las amenazas, preferían supuestamente la indiferencia, la inacción y la transacción a salvaguardar la institución eclesiástica y la fe que ella representaba.

Estas mismas consideraciones guiaron su defensa histórica del catolicismo en la Historia Eclesiástica y Civil de Nueva Granada, su obra más importante y uno de los productos mejor logrados en la historiografía del siglo XIX. En la presentación de la misma, dos años antes de su publicación, Groot justificaba su trabajo en la falta de interés del clero en asuntos eclesiásticos y en la inexplicable ausencia de una historia de la Iglesia en un país católico:

Solamente diré que en un país católico, sin fastos eclesiásticos, ni los prelados ni el clero saben a qué atenerse en muchos casos, que á cada paso se presentan sobre cuestiones de disciplina local y en las cuales solo la historia de la Iglesia viene a ser la guía del derecho y la luz de la justicia. Un clero sin la historia de su Iglesia es como una familia sin genealogía.52

La doble misión como escritor-historiador católico implicaba la reafirmación de aquel compromiso con la verdad manifestado en varios de sus escritos. No se trataba únicamente de defender la verdad doctrinaria; igualmente digna era ''la defensa de la verdad histórica'' tanto ''en cuanto al clero'', como con respecto a toda la historia de la Nueva Granada. El resultado fue un detallado cuadro de la historia neogranadina, desde la conquista hasta la disolución de la Gran Colombia, en la que su autor buscó demostrar —a partir de una amplísima base documental— la obra civilizatoria de la Iglesia a la cual él defendió por más cuarenta años.

 

Conclusiones

De las polémicas sostenidas con los liberales y el clero a lo largo de treinta años de producción literaria podemos destacar varios puntos. En primer lugar, la firme convicción de José Manuel Groot y sus pares de estar cumpliendo una función específica: la defensa del ''verdadero'' catolicismo y de la ''verdadera'' Iglesia. Segundo, la conciencia progresiva de estos intelectuales de estar desempeñando su tarea no en calidad de simples católicos ni de simples escritores, sino de un tipo de católico y de escritor particular: el escritor católico, categoría con la cual Groot se autodefinió como un sujeto diferenciable, tanto de los laicos en general como del clero. Además, en términos de su función y de las actividades que desempeñaba para ese fin, Groot sugirió que había conciencia de grupo en este conjunto de laicos católicos unidos por su afiliación ideológica y por sus espacios de acción. Dentro de estos, la prensa jugó un papel fundamental y fueron justamente dos periódicos —El Catolicismo y El Tradicionista— aquellos que, por iniciativa del clero el primero, y de los mismos escritores católicos el segundo, se convirtieron en las principales tribunas de crítica al régimen liberal.

Adicionalmente, la oposición colectiva de los colaboradores de estos periódicos a los postulados liberales promovidos desde otros impresos como El Neogranadino, El Tiempo, El Símbolo o La Opinión condujo a la agrupación de posturas afines que desembocó en la formación de facciones dentro de la intelectualidad conservadora y en la expresión de puntos de vista compartidos en las hojas de la prensa. En el caso particular de los escritores católicos y de Groot, uno de sus principales representantes, este fenómeno ocurrió también dentro del catolicismo, no solamente porque cumplían una función específica sino porque adscribieron una cierta autonomía frente a las posiciones oficiales del alto clero.

De la tensión entre estos escritores y la jerarquía eclesiástica se desprende otro elemento significativo que permite hablar del escritor católico como un actor particular dentro de la comunidad de católicos, a saber, los esfuerzos por parte de esa jerarquía de poner coto a sus actividades y de ejercer un control efectivo sobre sus escritos. Sin embargo, la percepción de estos escritores fue diferente incluso dentro de la misma Iglesia, como lo demuestra la carta escrita por Pío IX a Groot en reconocimiento por su defensa del catolicismo. En cuanto a la composición de la intelectualidad del siglo XIX, la trayectoria de Groot muestra una complejidad mucho mayor de la que algunos autores suponen.

Lejos de constituir un grupo homogéneo, los intelectuales de este siglo presentaban rasgos que claramente apuntan en la dirección contraria. Estos aspectos no se refieren solamente a inclinaciones ideológicas ni adhesiones partidistas, dos elementos que tradicionalmente han sido utilizados para clasificar a estos individuos en uno u otro bando (por lo general, liberal o conservador). La complejidad está dada por los contextos en donde se desarrollaba el debate intelectual, por los públicos a los que se dirigía, por los individuos a los que se enfrentaba y por la posición que el escritor tomaba no solo ante otros grupos sino dentro del grupo al que pertenecía. No había simplemente intelectuales conservadores o liberales. Hubo católicos moderados y católicos intransigentes, liberales ateos y católicos liberales. Por tanto queda pendiente indagar en ese mismo sentido, qué otros tipos de intelectuales católicos coexistieron o compitieron con el escritor católico, teniendo en cuenta, además, que hubo cambios de posición, variaciones ideológicas y giros espirituales.

De la masonería al catolicismo intransigente en el caso de Groot o del anticlericalismo a la reconversión al catolicismo como en el caso de José María Samper. Las trayectorias fueron múltiples y variadas, y se manifestaban en la radicalización o moderación de los marcos ideológicos, en las temáticas abordadas y en el tipo de bienes simbólicos producidos: artículos de prensa, caricaturas, acuarelas o historias nacionales. Esas variaciones iban de la mano de los procesos históricos y de las dinámicas sociales que definían los interrogantes, las posibles respuestas, los escenarios de lucha simbólica y las afiliaciones políticas.

 


1. Christophe Charle, Los intelectuales en el siglo XIX. Precursores del pensamiento moderno (Madrid: Siglo Veintiuno de España Editores, 2000), xvi.

2. Gonzalo Sánchez, ''Intelectuales... poder... y cultura nacional'', Análisis Político n.o 34 (1998): 115-138; Gilberto Loaiza, ''Los intelectuales y la historia política en Colombia'', en La historia política hoy. Sus métodos y las ciencias sociales, ed. César Augusto Ayala (Bogotá: Universidad Nacional de Colombia, 2002), 56-94; y Fernando Uricoechea, ''Los intelectuales colombianos. Pasado y presente'', en Los intelectuales y la política, eds. Gonzalo Sánchez, Daniel Pécaut y Fernando Uricoechea (Bogotá: IEPRI, 2003), 121-151. A más de diez años de estos primeros esbozos, el panorama historiográfico parece ser más halagüeño y ofrecer material empírico suficiente para arriesgar nuevas tipologías históricas. De esto dan fe la multiplicación y diversificación de las investigaciones históricas sobre figuras individuales, grupos de intelectuales y publicaciones periódicas. Ver, entre otros, Gilberto Loaiza, Manuel Ancízar y su época (1811-1882). Biografía de un político hispanoamericano del siglo XIX (Medellín: Editorial de la Universidad de Antioquia, 2004); Gilberto Loaiza, Sociabilidad, religión y política en la definición de la nación. Colombia, 1820-1886 (Bogotá: Universidad Externado de Colombia, 2011); Gilberto Loaiza, Poder letrado. Ensayos sobre historia intelectual de Colombia, siglos XIX y XX (Cali: Universidad del Valle, 2014); Ricardo Arias, Los Leopardos. Una historia intelectual de los años 1920 (Bogotá: Universidad de los Andes, 2008), Renán Silva, Los ilustrados de Nueva Granada 1760-1808. Genealogía de una comunidad de interpretación (Medellín: Fondo Editorial Universidad EAFIT, Banco de la República, 2002); Renán Silva, República Liberal, Intelectuales y Cultura Popular (Medellín: La Carreta, 2005); y Francisco Ortega y Alexander Chaparro, eds., Disfraz y pluma de todos. Opinión pública y cultura política, siglos XVIII y XIX, (Bogotá: Universidad Nacional de Colombia, Facultad de Ciencias Humanas, Centro de Estudios Sociales; University of Helsinki, The Research Project Europe 1815-1914, 2012).

3. Fernando Uricoechea, ''Los intelectuales colombianos'', 129.

4. Gonzalo Sánchez, ''Intelectuales... poder... '', 119 y ss.

5. Gilberto Loaiza, ''Los intelectuales y la historia''.

6. Álvaro Tirado Mejía, ''El Estado y la política en el siglo XIX'', en Nueva Historia de Colombia, Vol. 2 (Bogotá: Planeta, 1989) 163.

7. Para visiones de conjunto del radicalismo liberal, ver Rubén Sierra Mejía, ed., El radicalismo colombiano en el siglo XIX (Bogotá: Universidad Nacional de Colombia, 2006); y Diana Luz Ceballos, ''Desde la formación de la República hasta el radicalismo liberal (1830-1886)'', en Historia de Colombia. Todo lo que hay que saber (Bogotá: Taurus, 2006), 165–216.

8. Los debates en torno a las relaciones entre el Estado y la Iglesia, y en particular aquellos relativos al patronato y la subordinación de esta a aquel, se venían desarrollando desde los primeros años de vida independiente. Ver: Fernán González. Poderes enfrentados. Iglesia y Estado en Colombia (Bogotá: CINEP, 1997), 140 y ss.

9. William Elvis Plata, ''De las reformas liberales al triunfo del catolicismo intransigente e implantación del paradigma romanizador'', en Historia del cristianismo en Colombia. Corrientes y diversidad, dir. Ana María Bidegain (Bogotá: Taurus, 2004), 223-285.

10. William Elvis Plata, ''De las reformas liberales'', 232-233.

11. Una ilustrativa muestra de los debates entre defensores y detractores de la reforma a la instrucción y las diferentes posiciones dentro del catolicismo colombiano puede consultarse en la compilación de Luis Horacio López Domínguez de documentos de prensa, correspondencia y discursos en torno al benthamismo introducido por el plan de 1826. Ver Luis Horacio López, comp., Obra educativa: La querella benthamista. 1748-1832 (Bogotá: Biblioteca de la Presidencia de la República, 1993).

12. José María Arboleda, Vida del Ilustrísmo Señor Manuel José Mosquera. Arzobispo de Santa Fe de Bogotá (Bogotá: Biblioteca de Autores Colombianos, 1956), 118; Fernán González, Poderes enfrentados, 142-143; William Elvis Plata, ''Del catolicismo ilustrado al catolicismo tradicionalista'', en Historia del Cristianismo, dir. Ana María Bidegain, 188-190.

13. ''Carta de Pío IX del 25 de mayo de 1867 a José Manuel Groot con motivo de la publicación de la Refutación analítica del libro de Mr. Ernesto Renan, titulado Vida de Jesús'', transcrita en Historia eclesiástica y civil de Nueva Granada, tomo 1, José Manuel Groot (Bogotá: ABG, 1953), 39.

14. Los datos biográficos mencionados en este apartado fueron extraídos de Gabriel Giraldo, Don José

Manuel Groot (Bogotá: Editorial ABC, 1957); Beatriz González, José Manuel Groot (1800-1878) (Bogotá: Banco de la República, 1991); y Sergio Mejía Macía, El pasado como refugio y esperanza. La Historia Eclesiástica y Civil de Nueva Granada de José Manuel Groot (Bogotá: Instituto Caro y Cuervo, Universidad de los Andes, 2009).

15. Las razones de la salida de Groot de las logias masónicas son inciertas. Algunas alusiones en escritos suyos señalan como motivo inmediato ''haber encontrado varias citas falsas de la Sagrada Escritura en la Apología Católica de Llorente. Entonces comprendí que entre los filósofos no había tanta buena fe como pensaba'', en José Manuel Groot, ''Una Manifestación'', El Catolicismo, Bogotá, 8 de octubre, 1853, 153-155. Groot dedicó los primeros años de su vida intelectual a la lectura de estos filósofos y a ellos se opuso de ahí en adelante. Sin embargo, su paso por la masonería al igual que su participación activa en el Gobierno de Santander habían hecho del joven Groot un participante tardío y mediato, de la ''comunidad de interpretación'' que Renán Silva estudia en su libro sobre los ilustrados neogranadinos. Ver: Renán Silva, Los ilustrados de Nueva Granada 1760-1808. Genealogía de una comunidad de interpretación (Medellín: Fondo Editorial Universidad EAFIT, Banco de la República, 2002). La impronta de esa etapa de su formación cultural y política lejos de quedar completamente borrada estuvo presente en la base de su interpretación de la historia neogranadina.

16. Para mencionar solo tres de los casos más representativos basta remitirse a la trayectoria política e intelectual de personajes como Tomás Cipriano de Mosquera, José María Samper o Rafael Núñez.

17. Beatriz González, José Manuel Groot.

18. Gabriel Giraldo, Don José Manuel Groot, 36.

19. José Manuel Groot, Refutación de algunos errores del señor Julio Arboleda sobre los jesuitas y sus constituciones (Bogotá: Imprenta de J.A. Cualla, 1848).

20. José Manuel Groot, Refutación de algunos, I.

21. Iván Jaksic, ''Introduction'', en The political power of the word: press and oratory in nineteenth-century Latin America, ed. Iván Jaksic (Londres: Institute of Latin American Studies, 2002), 1; Gilberto Loaiza. ''La expansión del mundo del libro durante la ofensiva reformista liberal. Colombia, 1845-1886'', en Independencia, independencias y espacios culturales. Diálogos de historia y literatura, eds. Carmen Elisa Acosta Peñaloza, César Augusto Ayala Diago y Henry Alberto Cruz Villalobos (Bogotá: Universidad Nacional de Colombia, Facultad de Ciencias Humanas, Asociación de Colombianistas, 2009), 25–64.

22. María Teresa Uribe y Jesús María Álvarez, Cien años de prensa en Colombia 1840-1940. Catálogo indizado de la prensa existente en la Sala de Periódicos de la Biblioteca Central de la Universidad de Antioquia (Medellín: Editorial Universidad de Antioquia, 2002), x.

23. Gilberto Loaiza, Poder letrado, 153-159.

24. Jaime Tovar, ''La sociabilidad católica antirradical. Bogotá, 1854-1880'', en Iglesia, movimientos y partidos: política y violencia en la historia de Colombia, ed. Javier Guerrero (Bogotá: Universidad Pedagógica y Tecnológica de Colombia, Archivo General de la Nación, Asociación Colombiana de Historiadores, 1995), 56. Para una visión de conjunto de la ''ofensiva asociativa católica'' ver Gilberto Loaiza, Sociabilidad, religión y política en la definición de la nación. Colombia, 1820-1886 (Bogotá: Universidad Externado de Colombia, 2011), 222-316; y Gilberto Loaiza. ''La cultura'', en Colombia. La construcción nacional. Tomo 2: 1830/1880, ed. Beatriz Castro Carvajal (Madrid: Fundación MAPFRE, Taurus, 2012), 159-267.

25. José Manuel Mosquera, ''Periodismo Católico'', El Catolicismo, Bogotá, 1 de noviembre, 1849, 5.

26. José Manuel Mosquera, ''Periodismo Católico'', El Catolicismo, Bogotá, 1 de noviembre, 1849, 5.

27. José Manuel Mosquera, ''Periodismo Católico'', El Catolicismo, Bogotá, 1 de noviembr e, 1849, 5.

28. José Manuel Mosquera, ''Periodismo Católico'', El Catolicismo, Bogotá, 1 de noviembre, 1849, 7.

29. José Manuel Mosquera, ''Periodismo Católico'', El Catolicismo, Bogotá, 1 de noviembre, 1849, 7.

30. José Manuel Groot, Refutación de algunos, I-II.

31. Ignacio Gutiérrez, ''Mi fe i mi deber'', El Catolicismo, Bogotá, 15 de enero, 1853, 634.

32. Rufino Cuervo Barreto, Defensa del Arzobispo de Bogotá u observaciones del Doctor Rufino Cuervo al cuaderno titulado ''El Arzobispo ante la nación'' (Bogotá: s.e., 1852), 5.

33. José Manuel Groot, Refutación de algunos, I-II.

34. El mal i su remedio o la relijion en la Nueva Granada durante la administración llamada del 7 de marzo (Bogotá: Imprenta de Francisco Torres Amaya, 1853), 1.

35. El mal i su remedio, 2.

36. El mal i su remedio, 26.

37. José Manuel Groot, ''Satisfacción y defensa'', El Catolicismo n.o 215, Bogotá, 17 de junio, 1856, 166-167.

38. José Manuel Groot, Los Misioneros de la herejía o defensa de los dogmas católicos escrita por José Manuel Groot en contestación al índice publicado por unos protestantes (Bogotá: Imprenta de Francisco Torres Amaya, 1853).

39. Fernán González, Poderes enfrentados, 128 y ss.

40. Fernán González, Poderes enfrentados, 209-210.

41. Ver el artículo de Gutiérrez Vergara, ''El Doctor Ezequiel Rojas'', El Tradicionista n.o 229, 30 de septiembre, 1873, 1037. La respuesta en Joaquín Pardo Vergara, El Tradicionista n.o 231, 4 de octubre,

1873, 1045-1046. Ver también Mario Germán Romero, ''El arzobispo Arbeláez y el II Concilio Provincial Neo-granadino'', Boletín de Historia y Antigüedades Vol: XLIII (1956): 795.

42. El Tradicionista, Bogotá, 7 de octubre, 1873, 1048.

43. El Tradicionista, Bogotá, 7 de octubre, 1873, 1049.

44. Miguel Antonio Caro, ''Nuestro Derecho'', El Tradicionista, Bogotá, 7 de octubre, 1873, 1047.

45. Miguel Antonio Caro, ''Nuestro Derecho'', El Tradicionista, Bogotá, 7 de octubre, 1873, 1048.

46. ''Conferencia'', El Tradicionista, Bogotá, 14 de octubre, 1873, 1060-1061.

47. Las citas han sido extraídas de Fernán González, Poderes enfrentados, 213 y Germán Romero, ''El arzobispo Arbeláez'', 797-798.

48. ''Carta de José Manuel Groot al arzobispo de Santa Fe de Bogotá Vicente Arbeláez del 23 de Agosto de 1875'', transcrita en El pasado como refugio, Sergio Mejía, 414-427.

49. ''Carta de José Manuel Groot al arzobispo de Santa Fe de Bogotá Vicente Arbeláez del 23 de Agosto de 1875'', en El pasado como refugio, Sergio Mejía, 414-427.

50. ''Carta de José Manuel Groot al arzobispo de Santa Fe de Bogotá Vicente Arbeláez del 23 de Agosto de 1875'', en El pasado como refugio, Sergio Mejía, 414-427.

51. ''Carta de José Manuel Groot al arzobispo de Santa Fe de Bogotá Vicente Arbeláez del 23 de Agosto de 1875'', en El pasado como refugio, Sergio Mejía, 414-427.

52. José Manuel Groot, ''Historia Eclesiástica y Civil de Nueva Granada escrita sobre documentos auténticos e inéditos'', La República, Bogotá, 31 de julio, 1867, 20.


 

 

Bibliografía

Fuentes primarias

Publicaciones periódicas

''Conferencia''. El Tradicionista, Bogotá, 14 de octubre, 1873, 1060-1061.

Caro, Miguel Antonio. ''Nuestro Derecho''. El Tradicionista, Bogotá, 7 de octubre, 1873, 1047-1048.

El Tradicionista, Bogotá, 7 de octubre, 1873, 1048.

El Tradicionista, Bogotá, 7 de octubre, 1873, 1049.

Groot, José Manuel. ''Historia Eclesiástica y Civil de Nueva Granada escrita sobre documentos auténticos e inéditos''. La República, Bogotá, 31 de julio, 1867, 20.

Groot, José Manuel. ''Una Manifestación''. El Catolicismo, Bogotá, 8 de octubre, 1853, 153-155.

Gutiérrez, Ignacio. ''Mi fe i mi deber''. El Catolicismo, Bogotá, 15 de enero, 1853, 634.

Mosquera, José Manuel, ''Periodismo Católico''. El Catolicismo, Bogotá, 1 de noviembre, 1849, 5.

Libros

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Resumen

Este artículo analiza los factores objetivos y subjetivos, los aspectos políticos y sociales que caracterizaron, inspiraron y justificaron la producción periodística, literaria e historiográfica de los escritores católicos en la segunda mitad del siglo XIX en Colombia, centrándose en José Manuel Groot. Primero, se presenta un bosquejo de la configuración del catolicismo colombiano durante la hegemonía liberal para luego aludir a los canales y espacios a través de los cuales estos intelectuales difundieron sus trabajos y fortalecieron los vínculos sociales entre ellos. En segundo lugar, se abordarán las funciones particulares que estos escritores asumieron como propias, y sus enfrentamientos con la jerarquía eclesiástica. Por último, se plantean algunos puntos de reflexión con respecto a la autonomía del intelectual decimonónico y su autopercepción, y a la importancia de las trayectorias individuales y colectivas en la historia de los intelectuales en Colombia.

Palabras clave:

intelectuales, catolicismo, Colombia.

Abstract

Focusing on the life and work of José Manuel Groot this article attempts to identify and analyze the objective and subjective factors as well as the political and social aspects that characterized, inspired, and justified the journalistic, literary, artistic, and historiographical production of the Colombian catholic writers in the second half of the nineteenth century. The text begins with a brief sketch of the transformation of nineteenth century Catholicism in Colombia during the liberal hegemony. Then it focuses on the channels and spaces that these intellectuals used for the diffusion of their works and for strengthening the social ties among them. The third part of the article deals with the specific functions that these writers assumed as theirs and with their struggle with Bogota's high clergy. To conclude I formulate some reflections about the autonomy and self-perception of the intellectuals, and on the importance of individual and collective trajectories in the history of Colombian intellectuals.

Key words:

intellectuals, Catholicism, Colombia.

Introducción

La enorme cantidad y variedad de trabajos que en las últimas décadas se han escrito sobre los intelectuales sugiere de entrada el problema y al mismo tiempo el punto de partida de todo intento de definición de la categoría intelectual. Como lo señaló Christophe Charle hace quince años en su estudio comparativo sobre los intelectuales europeos en el siglo XIX, ''cada autor propone su propia definición del concepto, o critica las definiciones ajenas''1. La proliferación de alternativas parece responder al afán de superar la confusión que este concepto genera, a través de una nueva explicación que, a su vez, se suma al cúmulo de aportes existente, dando pie a nuevas reinterpretaciones y propuestas.

Desde hace más de una década varios autores han venido señalando la escasez de propuestas definitorias del intelectual colombiano.2Estas observaciones han llamado enfáticamente la atención sobre emprender la tarea de llenar ese vacío, no solamente en la historiografía sino en otras disciplinas. Algunos de estos autores han dirigido sus esfuerzos a ofrecer una caracterización histórica de los intelectuales colombianos. Sin embargo, las propuestas concretas para la segunda mitad del siglo XIX, en su pretensión por fijar tipologías, omitieron factores centrales para entender la complejidad de los procesos sociales, políticos y culturales detrás de la configuración histórica de estos sujetos sociales.

La idea un grupo de intelectuales acríticos e instrumentalizados encargados de definir ''un conjunto de valores políticos y promover su institucionalización colectiva con vista a la formación de una comunidad nacional''3 o la reducción de sus rasgos característicos a la combinación de poder y gramática4 simplifican en exceso un cuadro histórico que, mirado de cerca, presenta trazos mucho más complejos. Las tipologías referidas pasan por alto las trayectorias individuales y colectivas de estos actores sociales, así como los enfrentamientos, divisiones y alianzas entre ellos durante todo el siglo XIX.

En sus consideraciones sobre los intelectuales y la historia política en Colombia, Gilberto Loaiza deja abierta la posibilidad de construir tipologías históricas en torno a problemas concretos y a las formas como distintos conjuntos de intelectuales se organizan y responden a ellos. En esta medida sugiere -en nuestra opinión acertadamente- una manera de abordar históricamente a los intelectuales en tanto objeto de estudio, cuyo punto de referencia estaría dado por los procesos históricos que determinan las circunstancias materiales, sociales y culturales de su trabajo así como por aquellos problemas centrales a los cuales busca responder la producción de bienes simbólicos.5 Más que una tipología descriptiva de los intelectuales, el análisis de estas figuras debe considerar ante todo, los problemas en torno a las cuales estos individuos se agrupan, se enfrentan y articulan y difunden sus discursos, esos hechos literarios, artísticos, políticos que singularizan la labor de los intelectuales.

Tomando al colectivo de laicos que se reunió para enfrentar el ascenso de los liberales al poder en 1849, este artículo pretende mostrar los factores objetivos y subjetivos, los aspectos políticos y sociales que caracterizaron, inspiraron y justificaron la producción periodística, literaria e historiográfica de un grupo particular de intelectuales: los escritores católicos, centrándose en uno de sus principales representantes, José Manuel Groot. El presente texto inicia con un breve bosquejo de la configuración del catolicismo colombiano durante la hegemonía liberal, para luego detenerse en los canales y espacios a través de los cuales estos intelectuales difundieron su producción literaria y fortalecieron los vínculos sociales entre ellos como actores colectivos. En segundo lugar, se abordarán las funciones particulares que asumieron como suyas -en tanto escritores católicos- y los enfrentamientos con la jerarquía eclesiástica. El artículo termina con algunas consideraciones sobre la autonomía del intelectual, estrechamente relacionada con la autopercepción y roles del escritor católico, y sobre la importancia de las trayectorias individuales y colectivas y su relación con las ''condiciones de posibilidad''; elementos que son esenciales para la comprensión de las particularidades del intelectual decimonónico en Colombia.

1. La reconfiguración del catolicismo y el fortalecimiento de la intransigencia

La llegada de los liberales al poder en 1849 y su consolidación en él durante los años 1860 marcaron el inicio de una serie de reformas tendientes a establecer un modelo económico y político inspirado en el liberalismo, que permitiera una inserción más efectiva en el mercado mundial y la sociedad internacional. Sus principales abanderados salieron de una agrupación de jóvenes políticos, la mayor parte de ellos nacidos en la década de 1820, quienes reclamaban la implantación de transformaciones que rompieran de una vez por todas con el lastre de las estructuras coloniales y encaminaran a la nueva república en la senda de la civilización.

Este intento de ''desmonte del Estado colonial''6 implicaba una transformación estructural de su organización que se reflejó en los cambios introducidos mediante la federalización del Estado, la redistribución de competencias y la descentralización de las rentas públicas en favor de las provincias y en desmedro del poder del ejecutivo central; en la consolidación constitucional de las libertades religiosa, de prensa y de enseñanza, entre otras; y en la separación entre Iglesia y Estado. 7Esta última, consecuente con los esfuerzos de secularización del Estado y con las fuertes críticas a la injerencia de la Iglesia en asuntos públicos, se constituyó en uno de los pilares de los gobiernos liberales de este período y, en consecuencia, en uno de los puntos centrales del debate político y religioso del mismo. No se trataba ya simplemente de demarcar la órbita espiritual frente a la temporal sino de un intento por debilitar la institución eclesiástica política, cultural y materialmente, y de someterla al poder estatal.8

La implementación de las reformas anticlericales se llevó a cabo escalonada y progresivamente, radicalizándose en la década de 1860, particularmente durante la segunda presidencia de Tomás Cipriano de Mosquera. En menos de seis meses, entre julio y noviembre de 1861, Mosquera decretó la tuición de cultos, expulsó por tercera vez a los jesuitas (quienes habían regresado durante el gobierno de Mariano Ospina Rodríguez en 1858), puso en marcha la desamortización y expropiación de bienes eclesiásticos y ordenó la supresión de conventos y comunidades religiosas, medidas ratificadas dos años más tarde en la Constitución de Rionegro de 1863.9

La radicalidad de estos reajustes tuvo como respuesta múltiples reacciones. Dentro del principal sector afectado, la Iglesia, estas fueron del apoyo a dichas medidas a su total rechazo, pasando por una tolerancia pragmática, que así generó rupturas internas en el poder eclesiástico. En su trabajo sobre las reformas liberales y el catolicismo intransigente, William Plata identifica tres grupos. El primero, constituido por clérigos alineados con el catolicismo intransigente inspirado por Pio IX, y que estuvo apoyado por laicos influyentes como Mariano Ospina Rodríguez, Rufino Cuervo, José Manuel Groot y, posteriormente, Miguel Antonio Caro, quienes se oponían vehementemente a modificaciones y descartaban de plano cualquier asomo de conciliación.

En el otro extremo se encontraban los católicos liberales que veían con agrado las reformas, llegando incluso a oponerse a las jerarquías. Y, en un punto intermedio, estaban aquellos que, como el arzobispo Vicente Arbeláez (1870), buscaron una salida negociada que satisficiera tanto al gobierno como a la Iglesia.10 De estas tres variantes, la intransigencia liderada por los sectores más reaccionarios del laicado y del partido conservador se convirtió en la inclinación hegemónica. Esta línea inspiró más tarde al modelo de la Regeneración, punto de llegada de una corriente que absorbió las voces discordantes e implementó el modelo de catolicismo intransigente que se construyó en el Vaticano desde mediados del siglo XIX como respuesta a los fuertes cuestionamientos y desafíos que el liberalismo y la modernidad planteaban al poder de la Iglesia católica, y a la crisis desatada por el nacionalismo italiano que amenazaba su unidad.

Los ejes de la respuesta del catolicismo intransigente fueron la centralización del poder eclesiástico en cabeza del papa y la condena radical de los errores del liberalismo. Estos aspectos se formalizaron en la encíclica Quanta Cura y el catálogo de ''errores de nuestro siglo'' reunidos en el Syllabus (1864). Con esto, se dejaban sentados los parámetros de una posición que, desde la infalibilidad papal instituida en el Concilio Vaticano celebrado en 1869, legitimó convenientemente la inflexibilidad de los católicos tradicionalistas de la Nueva Granada. El enfrentamiento frontal a las ideas liberales, la defensa de las prerrogativas de la Iglesia y de la adhesión a la Santa Sede, así como el llamado a la unidad católica y la condena de toda disidencia se convirtieron en los principales frentes de lucha de la versión criolla del catolicismo intransigente.

Las reformas liberales de mitad del siglo XIX pusieron otra vez en evidencia las tensiones en el interior de la catolicidad neogranadina. Esta ya había presentado posiciones diferenciadas en respuesta, por ejemplo, a las reformas de Francisco de Paula Santander, en especial a su plan de estudios y a la introducción de la obra de Bentham como texto obligatorio en las cátedras de jurisprudencia.11 En la década de 1830, las discusiones sobre patronato y diezmos habían polarizado las posiciones dentro del catolicismo, confrontando la opinión conciliadora y moderada del entonces arzobispo Manuel José Mosquera con las críticas del catolicismo tradicionalista representado por un grupo de ultracristianos liderado por Ignacio Morales y apoyados por el internuncio Cayetano Baluffi.12 Con la llegada de los liberales al poder, el catolicismo sufrió un nuevo proceso de polarización en torno a una nueva manifestación de un viejo problema: las reformas liberales, en general, y las medidas anticlericales, en particular, dando así lugar a la aparición de facciones enfrentadas y a la posterior imposición de un modelo hegemonizante que, de la mano del Estado, logró consolidarse sobre los intentos de disidencia a finales del siglo XIX.

El éxito de esta campaña dependió en gran medida del compromiso de los sectores tradicionalistas del laicado; compromiso del cual José Manuel Groot ofrece un claro ejemplo, a pesar de no haber tenido la oportunidad de presenciar el triunfo definitivo de esa visión del catolicismo. El acercamiento de Groot a este sector fue relativamente tardío dentro de su trayectoria religiosa e intelectual pero, una vez adentro, su contribución a la configuración y consolidación del mismo fue tan fundamental en sus inicios como la de Caro en el período regeneracionista.

2. José Manuel Groot: un escritor católico

Feliz fue tu idea de oponer el veneno de la impiedad propinado por los periódicos en dosis, por decirlo así, sucesivas, un antídoto por los mismos medios y en la misma forma, de manera que la mortífera acción del primero no se produjese sin hallar inmediatamente el remedio a propósito debido a tu inteligencia.13

Con estas palabras escritas cuatro años después de la publicación del texto en el que Groot rebatía una a una las tesis del filólogo y orientalista francés Ernest Renan en el libro La Vida de Jesús -incluido por la Santa Sede en el Índice-, Pío IX daba su reconocimiento no solo a la Refutación analítica del libro de Mr. Ernesto Renan titulado Vida de Jesús sino también a la labor que Groot había desempeñado en defensa de la Iglesia y del catolicismo desde la década de 1840. Esta labor se concretó de manera particular en los artículos de prensa que Groot escribió y publicó hasta poco antes de su muerte en 1878. La obra polémica de este escritor se desarrolló, pues, de forma paralela al ascenso, el auge y la decadencia de los regímenes liberales a los que se opuso como uno de sus principales críticos desde las tribunas de opinión del catolicismo intransigente colombiano.

La enorme y variada producción intelectual de Groot permite evidenciar las múltiples facetas que revestía la defensa de un modelo de sociedad tradicionalista, hispanista y sobretodo católico, enmarcado en un permanente intento de responder a las preocupaciones políticas, intelectuales y religiosas del período en el que esta se desarrolló. Su producción pictórica, literaria, periodística e historiográfica, y su que hacer como educador apuntaban claramente a reivindicar una visión de la sociedad que siempre debatía con las ideas liberales de mediados del siglo XIX. Sin desconocer la importancia que sus pinturas y sus cuadros de costumbres revisten para la comprensión de su pensamiento es en sus escritos de prensa donde mejor se manifiestan los rasgos principales de su apoyo al catolicismo.

El acercamiento de Groot al catolicismo intransigente fue relativamente tardío dentro de su polifacética trayectoria religiosa e intelectual.14 Nacido en el seno de la élite santafereña, Groot tuvo acceso a los privilegios de una educación ceñida a la tradición ilustrada neogranadina. Después de haberse formado en medio de preceptores y maestros particulares -a diferencia de gran parte de la élite santafereña que generalmente lo hacía en los colegios de San Bartolomé y de Nuestra Señora del Rosario- José Manuel Groot siguió educándose de la mano de su tío materno Francisco de Urquinaona, un liberal santanderista y miembro fundador de la primera logia masónica de Santafé. Liberal y masónica fue el tipo de influencia que Urquinaona ejerció sobre su sobrino. En 1821, a los veintiún años de edad, Groot se incorporó en la logia santafereña a la que perteneció hasta 1825, y desde 1824 ocupó diferentes cargos públicos en el gobierno de Santander.15 En el año de la conspiración contra Bolívar, habiendo dejado ya su corta vida pública, Groot fundó la ''Tercera Casa de Educación'', la cual solamente estuvo en funcionamiento hasta 1830, año de disolución de la Gran Colombia. Dos años más tarde, el escritor perdió a su primogénita. Vemos entonces que durante sus primeras tres décadas de vida Groot recorrió buena parte del itinerario del intelectual decimonónico colombiano: educación de élite, carrera pública (aunque corta), círculos de sociabilidad cultural y política y gestión de la educación.

Su corto paso por la masonería y el liberalismo, así como su posterior conversión al catolicismo tradicionalista y la entrada al conservatismo son también ejemplo de las oscilaciones en la inclinación intelectual y política de los intelectuales colombianos del siglo XIX.16 Igualmente característica fue la utilización de diferentes canales y medios de expresión. Para el caso particular de Groot, la pintura y la caricatura cultivadas desde su infancia hicieron parte integral de su producción intelectual, como lo hizo la poesía para otros de sus contemporáneos.17 A partir de los años 1830, el antiguo masón cambió de extremo y se dedicó en los años siguientes ''al estudio del Evangelio y a la lectura de los maestros de espíritu''18.

Paralelamente emprendió su ejercicio periodístico con varios artículos publicados en el periódico bogotano El Imperio de los Principios contra la candidatura de José María Obando para las elecciones de 1836. Si bien desde 1845 algunos de sus escritos ya presentaban aspectos que revelaban la intención de favorecer a la Iglesia y al catolicismo fue con la Refutación de algunos errores del señor Julio Arboleda sobre los jesuitas y sus constituciones de 1848 que Groot entró de lleno en la defensa de la religión cristiana arremetiendo contra los argumentos de Arboleda a favor de la expulsión de la Compañía de Jesús.19 De este texto temprano de Groot vale la pena resaltar la manera en que este asumió ya desde 1848 la custodia de la Iglesia: ''Nosotros, como católicos, como granadinos amantes de nuestra patria y como amigos sinceros de la justicia, vamos a contestar los principales cargos que el señor diputado hace a la Compañía de Jesús''20.

Se trataba de una defensa colectiva que reflejaba un compromiso religioso y patriótico, quedando así delineados los contornos de las siguientes tres décadas de producción escrita dedicada al resguardo del clero y el catolicismo. La convicción de Groot en su defensa de la Iglesia y la religión católicas encontró en los años siguientes, nuevos espacios que le permitieron no solo desarrollar su pensamiento tradicionalista e hispanista y perfeccionar su producción apologética, sino también disponer de diferentes tribunas de oposición al régimen y al liberalismo en general.

3. La prensa católica

La segunda mitad del siglo XIX fue un período particularmente rico en la fundación (y también desaparición) de periódicos y revistas, tanto en Colombia como en otros países latinoamericanos. Estas publicaciones cubrían diversos géneros, desde la prensa satírica hasta el periodismo cultural y literario, aunque la mayor parte de ellas estuvieron destinadas al combate político. La circulación de los medios impresos fue, no obstante, más bien limitada. Las altísimas tasas de analfabetismo y la consiguiente ausencia de lectores masivos, sumadas al carácter claramente elitista de la mayor parte de los contenidos redujeron el impacto cuantitativo de la prensa. Sin embargo, esta se constituyó en un importante espacio de discusión y crítica política. Tanto liberales como conservadores de las diferentes tendencias hicieron uso de las posibilidades que este medio ofrecía para difundir sus proyectos políticos e igualmente para la crítica y el ataque a las posiciones contrarias a las de ellos.21 La aludida multiplicidad de periódicos constituyó un punto central en la conformación de la intelectualidad colombiana del siglo XIX. En ellos se manifestaban los principales problemas en torno a los cuales los intelectuales sentaban sus posiciones defendiendo una particular concepción de lo que debía ser la naciente república.

La incertidumbre institucional obligaba a estos escritores a pronunciarse permanentemente sobre las medidas tomadas por el Gobierno de turno. Como lo señalan María Teresa Uribe y Jesús María Álvarez, la preocupación de los intelectuales que lideraron el proceso de construcción del Estado-nación colombiano ''fue la de fundar periódicos y editar impresos, hojas sueltas y libelos, para exponer desde allí sus ideas y propuestas en torno a las formas jurídicas que deberían tener las instituciones''22. Este interés evidenciaba al mismo tiempo una conciencia clara de la utilidad de la circulación de los impresos para la generación de opinión pública. Si bien la difusión de los periódicos se mantuvo en los estrechos márgenes de la élite política e intelectual, los constantes debates entre periódicos ponían de relieve el carácter de estas publicaciones como un espacio moderno -aunque limitado- de discusión.

La prensa se constituyó así en una extensión de la arena política y en herramienta de reproducción de las inclinaciones y principios de diferentes sectores políticos. Más allá de la simple división entre conservadores y liberales, los periódicos del siglo XIX constataron la existencia de una multiplicidad de tendencias que trascendían las adscripciones partidistas. Dentro de las opiniones de corte liberal, las más radicales se encontraban, por ejemplo, en El Tiempo y El Neogranadino, donde los representantes del liberalismo radical defendieron las reformas anticlericales, haciendo de estos periódicos importantes órganos de promoción de las políticas oficiales. Otros periódicos mantuvieron una línea independiente promoviendo valores de sectores concretos, como el caso de El Liberal para el liberalismo draconiano o de El Constitucional para el gólgota. Aun cuando la defensa del catolicismo en periódicos católicos y conservadores tuvo su origen en la primera mitad del siglo XIX, fue a partir de la publicación de El Observador Católico que se intensificó y amplió la lucha contra las reformas liberales, y la defensa de la Iglesia y la religión tras el ascenso de los liberales en 1849.

La multiplicación de impresos destinados a esta causa y el apoyo del clero a algunos de ellos como El Catolicismo o La Unidad Católica, se enmarcaron dentro del contexto de creación de formas de sociabilidad que buscaban fortalecer dicha misión a través de la acción colectiva y coordinada del laicado. Esta se expresó tanto en la creación de asociaciones, congregaciones y entidades de caridad y beneficencia, como en la fundación de periódicos católicos:23 ''La proyección de la prensa católica, obedece a la necesidad de resocializar la religión, de convocar para la defensa, para convertirse a su vez en forma de sociabilidad''24.

La mayor parte de la actividad intelectual de Groot y de otros escritores conservadores se desarrolló en la prensa católica, en particular en aquellos periódicos de marcada voluntad ortodoxa, ultramontana e intransigente como El Día, La Civilización, El Catolicismo, El Católico, La Caridad, El Conservador y en sus últimos años El Tradicionista. A excepción de El Catolicismo y posteriormente de La Unidad Católica, los periódicos católicos fueron impulsados y financiados casi exclusivamente por laicos católicos y en todos ellos los textos centrales y muchas de las colaboraciones adicionales eran de su autoría.

4. El escritor católico: misión y funciones

El crecimiento y desarrollo de la prensa en la Nueva Granada vino acompañado de discusiones sobre las condiciones y funciones que debían cumplir aquellos que, con sus textos, llenaban las páginas de los periódicos. La creación de nuevos espacios editoriales y la ampliación de los existentes para la difusión de la expresión escrita, así como la promoción de garantías jurídicas asociadas a la libertad de prensa impulsaron la reflexión en torno al oficio de periodista o, para hacer justicia a la terminología de la época, al de ''escritor público''. En el seno del catolicismo, estas cuestiones revestían una importancia particular, ya que aludían directamente a las fronteras entre las órbitas de acción de los miembros de la Iglesia.

La caracterización del escritor católico se derivaba de la división de base entre religiosos y laicos. Frente a esta clasificación primaria, la pregunta que se hacían tanto los seglares como el clero versaba sobre las facultades de los primeros con respecto a la Iglesia. En palabras del arzobispo Manuel José Mosquera: ''¿Los escritores legos tienen en general, i especialmente en las actuales circunstancias, derecho de intervenir en las cuestiones relativas a los negocios de la Iglesia?''25. Para responder a la pregunta, Mosquera se sirvió de la trascripción de una carta del obispo de Langres al conde de Montalembert en la que el prelado despejaba la duda del segundo acerca de los límites de la acción de los legos.

La carta de monseñor Parissis empezaba por dar una respuesta negativa, señalando que los asuntos ''de dogma, de moral o de disciplina'' no definidos por la Iglesia docente quedaban vedados para los escritores católicos.26 Sin embargo, tal imposibilidad estaba lejos de implicar una pasividad total. Su misión debía ser, como la de todos los cristianos ''trabajar en la estensión del reino de Dios, en la edificación de sus hermanos, en la defensa del tesoro de la fé''27. Dentro de esa defensa lo más importante era no callar, denunciar todo aquello que permitiera el progreso del mal: ''[…] Todas la veces que un lego se expondría a facilitar los progresos del mal por su silencio, o su inacción, no tiene solamente derecho a hablar, sino un deber sagrado''28. Al llamado de asumir una protección activa del cristianismo, el obispo de Langres agregaba un elemento fundamental: el trabajo conjunto, la defensa colectiva de la religión: ''[…] Asociaos algunos hombres capaces de comprenderos, i dignos de seguiros; sed juntamente el centro i el alma de la acción católica […]''29.

La asimilación de sus derechos y limitaciones en calidad de escritor católico y la conciencia de ser parte de un actor colectivo se reflejaban claramente en la producción literaria de Groot, incluso antes de convertirse en colaborador y posteriormente redactor de El Catolicismo. La forma como había asumido la polémica con Julio Arboleda en torno a la expulsión de los jesuitas anunciaba ya los parámetros dentro de los cuales se iba desarrollar su producción apologética en las décadas siguientes. Para Groot, la tarea iba mucho allá de la defensa de un partido político o de intereses personales: ''Nosotros, como católicos, como granadinos amantes de nuestra patria y como amigos sinceros de la justicia, vamos a contestar los principales cargos que el señor diputado hace a la Compañía de Jesús''30.

Manifestaciones explícitas de una conciencia clara sobre la misión del escritor católico que se concretaba en la exaltación de la verdad cristiana, las encontramos igualmente en un ilustrativo artículo de Ignacio Gutiérrez -otro colaborador frecuente de El Catolicismo -titulado ''Mi fe i mi deber''. Gutiérrez, además de reafirmar su compromiso con la causa de este periódico, hacía evidente el alcance y las dimensiones que él y los demás escritores católicos atribuían a su deber, así como la importancia de responder vehemente y oportunamente a los ataques de los liberales:

Combatir esos áctos de fanatismo i de tiranía; rechazar con energía esa conducta que la fuerza hace triunfar sobre la opinión inerme i numerosa; defender i dilucidar la doctrina de salud parodiada con maligna hipocresía por la insulsa literatura del romántico e inmoral liberalismo; advertir el peligro i el caos á que vamos caminando, i principalmente llenar un deber de conciencia i patriotismo sosteniendo la verdad i los derechos de la Iglesia, tal ha sido la tarea que todo católico, penetrado de la sublime verdad que encierra este nombre, ha debido proponerse desde el instante en que empezó á columbrar la triste situación á que los apoderados de la soberanía nacional, juzgándose omnipotentes, han conducido á los católicos en la Nueva Granada.31

Rufino Cuervo Barreto, colaborador permanente de El Catolicismo hasta antes de su muerte en 1853, manifestaba y compartía la convicción de los escritores católicos de estar reaccionando frente a la grave crisis social y moral que habían desencadenado las reformas liberales y enfatizaba, al igual que Gutiérrez, la necesidad de intervenir activamente a través de la defensa de la religión católica y sus representantes:

La persecución de los obispos i el ajamiento del clero granadino son hechos seriamente ligados con la existencia del catolicismo en la Nueva Granada i con nuestros futuros destinos sociales […] Yo he podido dispensarme de contestar los injustos ataques hechos a mi reputación […] pero mi silencio cuando es atacada la conducta de mi prelado [el arzobispo Manuel José Mosquera] i amigo, hallándose ausente, sería un borrón que no quiero legar a mi familia.32

En este sentido, el apoyo a la Iglesia no se agotaba entonces en combates coyunturales con sus enemigos ni en críticas a errores dogmáticos. Debía apuntar, además, al fortalecimiento del fundamento mismo de la nación que se estaba construyendo y a dar forma al proyecto detrás de esa construcción, combinando, como sugería Groot, lo ''granadino'' y lo ''católico''33. Los esfuerzos debían encauzarse a la promoción de un orden social y político inspirado en principios cristianos y protegido por la acción estabilizadora de la Iglesia. Lo que daba sentido a la actividad periodística y literaria del escritor católico era esa extensión combativa del apostolado como contribución a un doble fin tanto patriótico como religioso.

Una de las más claras manifestaciones de la percepción que de sí mismos y de su misión tenían los escritores católicos se encuentra en el primero de una serie de artículos destinados a criticar la política religiosa del Gobierno de José Hilario López, bajo el título ''La religión en la Nueva Granada durante la Administración llamada del 7 de marzo'', reunidos y publicados poco tiempo después en formato de folleto. El autor anónimo explicaba detalladamente cuáles eran los parámetros dentro de los que llevaría a cabo dicha crítica, el propósito y justificación de la misma y los mecanismos para solucionar el problema. El objetivo era develar el error y sacar a relucir la verdad: ''Atacar el sofisma, iluminar con la claridad del sol a los que están engañados''34. ¿En qué consistía ese engaño? En esconder y minimizar la amenaza liberal: ''Querémos demostrar á los que lo niegan, que el catolicismo fue herido de muerte en la Administración del Jeneral José Hilario López''. Todo esto para dejar claro el carácter imprescindible de la religión católica como eje de orden y estabilidad:

[…] probar una vez más á los impíos que su poder es vano contra quien fundó el cristianismo i que si por una desgracia, que confiados en Dios creemos no sucederá, el catolicismo huyera de nuestro suelo, iría a florecer á otra rejión, no consiguiendo sus enemigos otro resultado, que sumir á su patria en un océano de desgracias, en el que ellos mismos habrían de caer ofuscados con el brillo del astro que aborrecen.35

Lejos de atribuir la responsabilidad de los ataques a la Iglesia y a la religión a sus enemigos, para el autor habían sido los católicos mismos, con su actitud pasiva, tolerante e incluso cómplice, quienes más habían contribuido a generar la crisis: ''Nosotros hemos sido en mucha parte la causa del mal, no lo son solo los herejes, ni sus malos libros: ellos habrían trabajado sin suceso sino acatáramos á los impíos i leyéramos sus obras''. Y así como los católicos poco comprometidos eran los responsables de ese ''mal'', estaban ellos también llamados a eliminarlo defendiendo oportunamente su religión y su Iglesia ''con las armas de la verdadera ciencia''36. La labor combativa del escritor católico se justificaba, en esta línea, no solamente en términos de aquello que debía defender, sino también de las doctrinas que había que combatir y de los medios para hacerlo.

5. Los escritores católicos y el enfrentamiento con el clero

A pesar de la aparente claridad sobre las funciones, la finalidad y los instrumentos de los cuales debían servirse los escritores católicos para realizar su tarea, el desempeño de la misma generó enfrentamientos dentro del catolicismo. Reconociendo explícitamente las limitaciones de su condición de laico, Groot hacía claridad con respecto a las funciones que esta suponía aprovechando para censurar la actitud del clero:

Nosotros no tenemos esa tremenda misión [conservar el sagrado depósito de la doctrina evangélica y la fe de los pueblos]; apenas somos meros escritores públicos que nos hemos propuesto defender la causa de la Relijión, y con todo, creemos que si nos calláramos sobre estos hechos y no los denunciáramos en voz alta, gravaríamos nuestra conciencia [...] Si los abusos siguen, nosotros habremos cumplido con nuestro deber en la parte que nos toca como escritores católicos. 37

Detrás de esta autopercepción como defensor del catolicismo estaba implícita la condena a la pasividad del clero ante las afrentas y amenazas del liberalismo, actitud que, en opinión de los escritores católicos, hizo necesaria e incluso urgente su intervención. En una carta dirigida al internuncio apostólico Lorenzo Barili con ocasión de la publicación de Los Misioneros de la herejía o defensa de los dogmas católicos, Groot reafirmó su crítica a la indiferencia de los sacerdotes y religiosos frente a los ataques del protestantismo aludiendo indirectamente a la división de funciones entre el laicado y el clero. La refutación de dichas invectivas, señalaba Groot, ''[...] demandaba comentarios i explicaciones i yo como laico, me creía incompetente para tratar materias de alta teología. [...] Mas viendo que el campo se dejaba al enemigo sin que se presentara quien lo rechazase emprendí mi trabajo''38.

La supuesta ausencia de respuesta oficial por parte del clero llevó a que Groot presentara como inminente su intervención en tanto escritor católico. La posición frente a las funciones y obligaciones de un escritor católico y su crítica a la inactividad de los sacerdotes hicieron que Groot y otros escritores católicos se enfrentaran directamente con la jerarquía eclesiástica. Desde su primera pastoral del 26 de julio de 1868, el ánimo conciliador del arzobispo Vicente Arbeláez se hizo tan evidente como la oposición de amplios sectores de sacerdotes y de los escritores católicos. Sin embargo, fue la actitud del prelado ante las reformas educativas aquello que hizo más visible los conflictos internos del clero. A diferencia de las reformas anteriores, la de 1870 tenía una pretensión integral extendiendo su ámbito de aplicación a todos los niveles educativos y abarcando una amplia gama de aspectos que incluía reglas sobre formación de maestros, contenidos y modelos pedagógicos. Ceñida a los principios liberales, esta reforma establecía una educación neutral en materia religiosa. Arbeláez veía en el carácter ambiguo de estas normas la posibilidad de participar activamente, así fuera de forma discreta, en la enseñanza moral. La puerta para esta posibilidad quedó abierta con el acuerdo al que llegó el arzobispado con Manuel Ancízar en virtud del cual la educación moral quedaba a cargo del clero.39

Lo que para Arbeláez constituía la obtención de una modesta pero estratégica posición en la instrucción pública, para el sector tradicionalista e intransigente representaba, por el contrario, el apoyo del arzobispo a la educación laica condenada por el Syllabus. El enfrentamiento entre Groot, Caro y compañía, por un lado, y Arbeláez, por el otro, era ya inevitable. El entierro del líder liberal y masón Ezequiel Rojas condujo a la radicalización del conflicto. Para muchos de estos escritores sepultar en el cementerio católico al que, en su opinión, fue uno de los principales enemigos del catolicismo era una muestra clara de la debilidad del arzobispo frente al liberalismo en el poder.40 Las diatribas contra la actitud del prelado se difundieron en las páginas de El Tradicionista, fundado por Caro en 1871. Si bien Arbeláez se abstuvo de responder, otros sacerdotes bogotanos, como Joaquín Pardo Vergara, secretario del arzobispo, rechazaron vehementemente las críticas publicadas en El Tradicionista.41

La reacción de Caro y de Groot no se hizo esperar, y en sendas cartas a la dirección de El Tradicionista manifestaron su descontento por los ataques al periódico. Groot, indignado por la censura promovida por algunos clérigos, defendía su participación en asuntos políticos y resaltaba la importancia de su labor como escritor católico ante la indiferencia del clero frente a las amenazas del liberalismo:

Se ha improbado el que se haya escrito sobre la política del día, como si la política del día no encaminara a la destrucción del catolicismo en todo el mundo [...] y que cualquiera decidiera, si estos escritores merecen que hoy se les maltrate por algunos clérigos que no han tomado parte en los combates con que los liberales han tratado de acabar con la fe católica. Ojalá que nunca hubiéramos los laicos tenido la necesidad de abrazar semejante tarea [...]42

Groot, en vista de los juicios negativos del clero sobre la relevancia de su tarea, manifestaba, no sin antes dejar en claro su crítica a la inactividad de aquel, que estaba dispuesto a abandonarla:

[...] Dejo con mucho gusto el puesto que he ocupado en la prensa católica para que lo ocupen con más ventaja los señores del clero, que es á quienes corresponde en todo deber, que salgan á medir sus fuerzas con un ejército enemigo de los ateos, racionalistas, utilitaristas, materialistas, panteistas, protestantes y demás falanges del infierno con quienes los laicos nos hemos estado batiendo hace tanto tiempo en defensa de la Iglesia.43

En un tono menos vehemente pero afín en la defensa de los periodistas católicos, Caro respondió a los comentarios de Pardo Vergara -secretario de Arbeláez- en un escrito titulado ''Nuestro Derecho'', en el que anunciaba su renuncia a la dirección del periódico.

[...] En defensa de nuestro derecho, en vindicación de nuestra conducta como periodistas católicos, hoy que algunos nos censuran en alta voz hasta el punto de no reconocer en nosotros, en el ya largo combate que hemos venido sosteniendo, ningún servicio, ningún mérito, ni aun el de la buena intención, diremos algunas palabras con la moderación que cumple, y también con la libertad que lícitamente usa en su defensa el escritor católico [...]44

En el mismo texto, Caro, al igual que Groot, aludía a la preocupante pasividad del clero frente a los ataques del liberalismo y a la difícil situación en que esta indiferencia ponía a los escritores católicos:

Los escritores católicos son una falange que debe marchar y pelear bajo las inspiraciones de la Iglesia. Para esto es preciso que la voz de los jefes no cese de sonar; que sus opiniones en todos los casos, no dejen de hacerse sentir. El silencio de los que mandan trae el desconcierto del ejército.45

El arzobispo Arbeláez decidió intervenir. Sin embargo, a pesar de la reconciliación conseguida en el marco de la ''Conferencia de Católicos'' convocada por él y celebrada el 9 de octubre de 1873,46 el conflicto estaba lejos de resolverse. Las decisiones tomadas en el marco del Segundo Concilio Provincial neogranadino con relación a los escritores católicos ahondaron aún más las diferencias entre la jerarquía eclesiástica y el periodismo católico. La discusión sobre estos escritores estuvo en parte motivada por la preocupación del prelado ante las repetidas críticas de algunos periodistas a la conducta del clero. El título X del Concilio, ''De los escritores que tratan asuntos eclesiásticos'', establecía una serie de reglas que limitaban los asuntos sobre los cuales estos escritores podían pronunciarse y resaltaba su necesaria sumisión al clero.

Reconociendo nuevamente los méritos de la ''honrosísima carrera de escritores católicos'', el Concilio aludía a los riesgos que implicaba un celo excesivo que llevaba a estos escritores ''a creerse más sabios de lo que les conviene''. En esta línea, se les prohibía no solo ''prescribir a los fieles'' sino sobre todo ''a los pastores la conducta que han de observar''. Esto, agregaba el texto del Concilio, equivaldría a ''trastornar el orden de los poderes establecidos por Nuestro Señor Jesucristo, tomando las ovejas el lugar de sus pastores y legislando el fiel al que solo toca obedecer''47.

Una vez terminado el Concilio y tomados los veredictos correspondientes, el arzobispo Arbeláez remitió una copia del mismo a José Manuel Groot quien, en una extensa carta, respondió detalladamente a las recriminaciones que, en su opinión, el clero bogotano le hacían a él y a Caro a través de las restricciones impuestas por el Concilio al periodismo católico: ''[...] Todo lo que en él se dice, se refiere precisamente a los que escribimos sobre asuntos de religión en Bogotá, y principalmente al Señor Caro y a mí'' y en esta medida se consideraba Groot ''obligado a la defensa propia''48. Una parte bastante extensa de la misiva dirigida al arzobispo estaba dedicada a los temas sobre los cuales podían pronunciarse los escritores católicos. De acuerdo con el Concilio, estos debían ''conservar la paz y preparar el triunfo de la verdad'', es decir, abstenerse de pronunciarse en materias sobre las cuales la ''Iglesia docente'' no haya decidido ''punto cualquiera de dogma, o de disciplina''49, lo que para Groot equivalía a decir que los escritores católicos debían guardar silencio aun tratándose de ''materias opinables''.''Admitido este principio'', señalaba Groot, ''no habría tales escritores''.

La carta adquirió un tono más agresivo cuando Groot entró a discutir la cuestión de la obediencia. Según el Concilio, ''cuando las opiniones de los Prelados, sus intenciones y modo de obrar no están de acuerdo con lo que los escritores juzgan o creen más conveniente, deben someterse''. A esta disposición, que claramente pretendía poner fin a las constantes y cáusticas críticas del periodismo católico a los obispos, Groot respondió reconociendo su deber de obediencia, reivindicando al mismo tiempo el derecho a no hacerlo ''desde que [el Obispo] se separa de ella [la Iglesia] por el cisma o la herejía''. Pero más allá de la insubordinación, los escritores católicos estaban -según Groot- en el derecho de opinar sobre el comportamiento de los prelados, una afirmación que claramente apuntaba a resaltar la independencia de estos escritores con respecto al clero y las prerrogativas derivadas de sus cualidades intelectuales:

[Los fieles] tienen que hacer apreciaciones sobre sus opiniones y modo de obrar porque de otro modo mal se podría saber si eran fieles o no a la ley de Dios y a los sagrados cánones. Es verdad que estas apreciaciones no las puede hacer el vulgo de los fieles, pero para eso hay hombres doctos que las hagan.50

Hacia el final del texto, después de acusar a los prelados que habían suscrito el acta resultante de la Conferencia de Católicos, por incumplir lo allí pactado con relación a los ataques contra los escritores católicos, Groot rechazó nuevamente la oposición del clero y reafirmó su voluntad de perseverar en su tarea como escritor católico:

Lo que he buscado y pretendido es cumplir con el deber de escritor católico, combatiendo los errores de la prensa impía e indicando aquello que he creído deber indicar para contener el torrente de errores en que esos escritor heréticos e impíos van precipitando al pueblo católico.51

La carta de Groot se constituyó así en un claro manifiesto de la lucha contra la ''herejía'' y la ''impiedad''; lucha inspirada en la intransigencia romana impulsada por Pío IX durante su pontificado. Se trataba de una manifestación concreta de la polarización y las divisiones dentro de la catolicidad colombiana y, sobre todo, de una actitud combativa que puso la misión de defender al catolicismo por encima de la obediencia a la jerarquía. Para Groot y sus compañeros de lucha, la legitimidad y validez de esta labor estaba justificada no solo por la necesidad de proteger la fe católica frente a los ataques del liberalismo, sino también por la ausencia de fieles comprometidos con esta defensa, tanto dentro del clero como entre los laicos. La beligerancia de esta empresa pareció ser la respuesta más adecuada a los embates de los liberales y a las actitudes laxas y transigentes de católicos ''blandos'' que negociaban con un régimen ''impío''.

De hecho, estos últimos debían ser atacados con mayor dureza, sobre todo si detentaban investiduras episcopales que ocultaran una falta de responsabilidad con la fe y la Iglesia que él defendía. Las amenazas, entonces, no venían solamente desde afuera, sino desde el interior mismo de la jerarquía eclesiástica. El combate no era únicamente contra el régimen liberal. El enemigo, para Groot, estaba igualmente adentro y solo los escritores católicos, representantes de la verdadera Iglesia y vigías la verdadera fe, estaban en capacidad de enfrentarlo. Groot, al igual que los demás escritores católicos, no se consideraba un simple creyente que cumplía con su labor apostólica. Asumía, por el contrario, la defensa vehemente y sistemática del catolicismo, condenando no solo las ideas contrarias a la doctrina de la Iglesia y de sus representantes, sino también a aquellos sectores del clero que, pese a las amenazas, preferían supuestamente la indiferencia, la inacción y la transacción a salvaguardar la institución eclesiástica y la fe que ella representaba.

Estas mismas consideraciones guiaron su defensa histórica del catolicismo en la Historia Eclesiástica y Civil de Nueva Granada, su obra más importante y uno de los productos mejor logrados en la historiografía del siglo XIX. En la presentación de la misma, dos años antes de su publicación, Groot justificaba su trabajo en la falta de interés del clero en asuntos eclesiásticos y en la inexplicable ausencia de una historia de la Iglesia en un país católico:

Solamente diré que en un país católico, sin fastos eclesiásticos, ni los prelados ni el clero saben a qué atenerse en muchos casos, que á cada paso se presentan sobre cuestiones de disciplina local y en las cuales solo la historia de la Iglesia viene a ser la guía del derecho y la luz de la justicia. Un clero sin la historia de su Iglesia es como una familia sin genealogía.52

La doble misión como escritor-historiador católico implicaba la reafirmación de aquel compromiso con la verdad manifestado en varios de sus escritos. No se trataba únicamente de defender la verdad doctrinaria; igualmente digna era ''la defensa de la verdad histórica'' tanto ''en cuanto al clero'', como con respecto a toda la historia de la Nueva Granada. El resultado fue un detallado cuadro de la historia neogranadina, desde la conquista hasta la disolución de la Gran Colombia, en la que su autor buscó demostrar -a partir de una amplísima base documental- la obra civilizatoria de la Iglesia a la cual él defendió por más cuarenta años.

Conclusiones

De las polémicas sostenidas con los liberales y el clero a lo largo de treinta años de producción literaria podemos destacar varios puntos. En primer lugar, la firme convicción de José Manuel Groot y sus pares de estar cumpliendo una función específica: la defensa del ''verdadero'' catolicismo y de la ''verdadera'' Iglesia. Segundo, la conciencia progresiva de estos intelectuales de estar desempeñando su tarea no en calidad de simples católicos ni de simples escritores, sino de un tipo de católico y de escritor particular: el escritor católico, categoría con la cual Groot se autodefinió como un sujeto diferenciable, tanto de los laicos en general como del clero. Además, en términos de su función y de las actividades que desempeñaba para ese fin, Groot sugirió que había conciencia de grupo en este conjunto de laicos católicos unidos por su afiliación ideológica y por sus espacios de acción. Dentro de estos, la prensa jugó un papel fundamental y fueron justamente dos periódicos -El Catolicismo y El Tradicionista- aquellos que, por iniciativa del clero el primero, y de los mismos escritores católicos el segundo, se convirtieron en las principales tribunas de crítica al régimen liberal.

Adicionalmente, la oposición colectiva de los colaboradores de estos periódicos a los postulados liberales promovidos desde otros impresos como El Neogranadino, El Tiempo, El Símbolo o La Opinión condujo a la agrupación de posturas afines que desembocó en la formación de facciones dentro de la intelectualidad conservadora y en la expresión de puntos de vista compartidos en las hojas de la prensa. En el caso particular de los escritores católicos y de Groot, uno de sus principales representantes, este fenómeno ocurrió también dentro del catolicismo, no solamente porque cumplían una función específica sino porque adscribieron una cierta autonomía frente a las posiciones oficiales del alto clero.

De la tensión entre estos escritores y la jerarquía eclesiástica se desprende otro elemento significativo que permite hablar del escritor católico como un actor particular dentro de la comunidad de católicos, a saber, los esfuerzos por parte de esa jerarquía de poner coto a sus actividades y de ejercer un control efectivo sobre sus escritos. Sin embargo, la percepción de estos escritores fue diferente incluso dentro de la misma Iglesia, como lo demuestra la carta escrita por Pío IX a Groot en reconocimiento por su defensa del catolicismo. En cuanto a la composición de la intelectualidad del siglo XIX, la trayectoria de Groot muestra una complejidad mucho mayor de la que algunos autores suponen.

Lejos de constituir un grupo homogéneo, los intelectuales de este siglo presentaban rasgos que claramente apuntan en la dirección contraria. Estos aspectos no se refieren solamente a inclinaciones ideológicas ni adhesiones partidistas, dos elementos que tradicionalmente han sido utilizados para clasificar a estos individuos en uno u otro bando (por lo general, liberal o conservador). La complejidad está dada por los contextos en donde se desarrollaba el debate intelectual, por los públicos a los que se dirigía, por los individuos a los que se enfrentaba y por la posición que el escritor tomaba no solo ante otros grupos sino dentro del grupo al que pertenecía. No había simplemente intelectuales conservadores o liberales. Hubo católicos moderados y católicos intransigentes, liberales ateos y católicos liberales. Por tanto queda pendiente indagar en ese mismo sentido, qué otros tipos de intelectuales católicos coexistieron o compitieron con el escritor católico, teniendo en cuenta, además, que hubo cambios de posición, variaciones ideológicas y giros espirituales.

De la masonería al catolicismo intransigente en el caso de Groot o del anticlericalismo a la reconversión al catolicismo como en el caso de José María Samper. Las trayectorias fueron múltiples y variadas, y se manifestaban en la radicalización o moderación de los marcos ideológicos, en las temáticas abordadas y en el tipo de bienes simbólicos producidos: artículos de prensa, caricaturas, acuarelas o historias nacionales. Esas variaciones iban de la mano de los procesos históricos y de las dinámicas sociales que definían los interrogantes, las posibles respuestas, los escenarios de lucha simbólica y las afiliaciones políticas.

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Artículo recibido el 30 de enero de 2016 y aprobado el 1 de abril de 2016. Artículo de investigación
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José María Arboleda, Vida del Ilustrísmo Señor Manuel José Mosquera. Arzobispo de Santa Fe de Bogotá (Bogotá: Biblioteca de Autores Colombianos, 1956), 118; Fernán González, Poderes enfrentados, 142-143; William Elvis Plata, ''Del catolicismo ilustrado al catolicismo tradicionalista'', en Historia del Cristianismo, dir. Ana María Bidegain, 188-190.
''Carta de Pío IX del 25 de mayo de 1867 a José Manuel Groot con motivo de la publicación de la Refutación analítica del libro de Mr. Ernesto Renan, titulado Vida de Jesús'', transcrita en Historia eclesiástica y civil de Nueva Granada, tomo 1, José Manuel Groot (Bogotá: ABG, 1953), 39.
Los datos biográficos mencionados en este apartado fueron extraídos de Gabriel Giraldo, Don José Manuel Groot (Bogotá: Editorial ABC, 1957); Beatriz González, José Manuel Groot (1800-1878) (Bogotá: Banco de la República, 1991); y Sergio Mejía Macía, El pasado como refugio y esperanza. La Historia Eclesiástica y Civil de Nueva Granada de José Manuel Groot (Bogotá: Instituto Caro y Cuervo, Universidad de los Andes, 2009).
Las razones de la salida de Groot de las logias masónicas son inciertas. Algunas alusiones en escritos suyos señalan como motivo inmediato ''haber encontrado varias citas falsas de la Sagrada Escritura en la Apología Católica de Llorente. Entonces comprendí que entre los filósofos no había tanta buena fe como pensaba'', en José Manuel Groot, ''Una Manifestación'', El Catolicismo, Bogotá, 8 de octubre, 1853, 153-155. Groot dedicó los primeros años de su vida intelectual a la lectura de estos filósofos y a ellos se opuso de ahí en adelante. Sin embargo, su paso por la masonería al igual que su participación activa en el Gobierno de Santander habían hecho del joven Groot un participante tardío y mediato, de la ''comunidad de interpretación'' que Renán Silva estudia en su libro sobre los ilustrados neogranadinos. Ver: Renán Silva, Los ilustrados de Nueva Granada 1760-1808. Genealogía de una comunidad de interpretación (Medellín: Fondo Editorial Universidad EAFIT, Banco de la República, 2002). La impronta de esa etapa de su formación cultural y política lejos de quedar completamente borrada estuvo presente en la base de su interpretación de la historia neogranadina.
Para mencionar solo tres de los casos más representativos basta remitirse a la trayectoria política e intelectual de personajes como Tomás Cipriano de Mosquera, José María Samper o Rafael Núñez.
Beatriz González, José Manuel Groot.
Gabriel Giraldo, Don José Manuel Groot, 36.
José Manuel Groot, Refutación de algunos errores del señor Julio Arboleda sobre los jesuitas y sus constituciones (Bogotá: Imprenta de J. A. Cualla, 1848).
José Manuel Groot, Refutación de algunos, I.
Iván Jaksic, ''Introduction'', en The political power of the word: press and oratory in nineteenth-century Latin America, ed. Iván Jaksic (Londres: Institute of Latin American Studies, 2002), 1; Gilberto Loaiza. ''La expansión del mundo del libro durante la ofensiva reformista liberal. Colombia, 1845-1886'', en Independencia, independencias y espacios culturales. Diálogos de historia y literatura, eds. Carmen Elisa Acosta Peñaloza, César Augusto Ayala Diago y Henry Alberto Cruz Villalobos (Bogotá: Universidad Nacional de Colombia, Facultad de Ciencias Humanas, Asociación de Colombianistas, 2009), 25–64.
María Teresa Uribe y Jesús María Álvarez, Cien años de prensa en Colombia 1840-1940. Catálogo indizado de la prensa existente en la Sala de Periódicos de la Biblioteca Central de la Universidad de Antioquia (Medellín: Editorial Universidad de Antioquia, 2002), X.
Gilberto Loaiza, Poder letrado, 153-159.
Jaime Tovar, ''La sociabilidad católica antirradical. Bogotá, 1854-1880'', en Iglesia, movimientos y partidos: política y violencia en la historia de Colombia, ed. Javier Guerrero (Bogotá: Universidad Pedagógica y Tecnológica de Colombia, Archivo General de la Nación, Asociación Colombiana de Historiadores, 1995), 56. Para una visión de conjunto de la ''ofensiva asociativa católica'' ver Gilberto Loaiza, Sociabilidad, religión y política en la definición de la nación. Colombia, 1820-1886 (Bogotá: Universidad Externado de Colombia, 2011), 222-316; y Gilberto Loaiza. ''La cultura'', en Colombia. La construcción nacional. Tomo 2: 1830/1880, ed. Beatriz Castro Carvajal (Madrid: Fundación MAPFRE, Taurus, 2012), 159-267.
José Manuel Mosquera, ''Periodismo Católico'', El Catolicismo, Bogotá, 1 de noviembre, 1849, 5.
José Manuel Mosquera, ''Periodismo Católico'', El Catolicismo, Bogotá, 1 de noviembre, 1849, 5.
José Manuel Mosquera, ''Periodismo Católico'', El Catolicismo, Bogotá, 1 de noviembr e, 1849, 5.
José Manuel Mosquera, ''Periodismo Católico'', El Catolicismo, Bogotá, 1 de noviembre, 1849, 7.
José Manuel Mosquera, ''Periodismo Católico'', El Catolicismo, Bogotá, 1 de noviembre, 1849, 7.
José Manuel Groot, Refutación de algunos, I-II.
Ignacio Gutiérrez, ''Mi fe i mi deber'', El Catolicismo, Bogotá, 15 de enero, 1853, 634.
Rufino Cuervo Barreto, Defensa del Arzobispo de Bogotá u observaciones del Doctor Rufino Cuervo al cuaderno titulado ''El Arzobispo ante la nación'' (Bogotá: s. e. , 1852), 5.
José Manuel Groot, Refutación de algunos, I-II.
El mal i su remedio o la relijion en la Nueva Granada durante la administración llamada del 7 de marzo (Bogotá: Imprenta de Francisco Torres Amaya, 1853), 1.
El mal i su remedio, 2.
El mal i su remedio, 26.
José Manuel Groot, ''Satisfacción y defensa'', El Catolicismo n. o 215, Bogotá, 17 de junio, 1856, 166-167.
José Manuel Groot, Los Misioneros de la herejía o defensa de los dogmas católicos escrita por José Manuel Groot en contestación al índice publicado por unos protestantes (Bogotá: Imprenta de Francisco Torres Amaya, 1853).
Fernán González, Poderes enfrentados, 128 y ss.
Fernán González, Poderes enfrentados, 209-210.
Ver el artículo de Gutiérrez Vergara, ''El Doctor Ezequiel Rojas'', El Tradicionista n. o 229, 30 de septiembre, 1873, 1037. La respuesta en Joaquín Pardo Vergara, El Tradicionista n. o 231, 4 de octubre, 1873, 1045-1046. Ver también Mario Germán Romero, ''El arzobispo Arbeláez y el II Concilio Provincial Neo-granadino'', Boletín de Historia y Antigüedades Vol: XLIII (1956): 795.
El Tradicionista, Bogotá, 7 de octubre, 1873, 1048.
El Tradicionista, Bogotá, 7 de octubre, 1873, 1049.
Miguel Antonio Caro, ''Nuestro Derecho'', El Tradicionista, Bogotá, 7 de octubre, 1873, 1047.
Miguel Antonio Caro, ''Nuestro Derecho'', El Tradicionista, Bogotá, 7 de octubre, 1873, 1048.
''Conferencia'', El Tradicionista, Bogotá, 14 de octubre, 1873, 1060-1061.
Las citas han sido extraídas de Fernán González, Poderes enfrentados, 213 y Germán Romero, ''El arzobispo Arbeláez'', 797-798.
''Carta de José Manuel Groot al arzobispo de Santa Fe de Bogotá Vicente Arbeláez del 23 de Agosto de 1875'', transcrita en El pasado como refugio, Sergio Mejía, 414-427.
''Carta de José Manuel Groot al arzobispo de Santa Fe de Bogotá Vicente Arbeláez del 23 de Agosto de 1875'', en El pasado como refugio, Sergio Mejía, 414-427.
''Carta de José Manuel Groot al arzobispo de Santa Fe de Bogotá Vicente Arbeláez del 23 de Agosto de 1875'', en El pasado como refugio, Sergio Mejía, 414-427.
''Carta de José Manuel Groot al arzobispo de Santa Fe de Bogotá Vicente Arbeláez del 23 de Agosto de 1875'', en El pasado como refugio, Sergio Mejía, 414-427.
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Referencias

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Jiménez Ángel, A. (2016). Intelectuales, política y religión en Colombia en el siglo XIX: José Manuel Groot y los escritores católicos. Historia y sociedad, (31), 293–321. https://doi.org/10.15446/hys.n31.55496

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[1]
Jiménez Ángel, A. 2016. Intelectuales, política y religión en Colombia en el siglo XIX: José Manuel Groot y los escritores católicos. Historia y sociedad. 31 (jul. 2016), 293–321. DOI:https://doi.org/10.15446/hys.n31.55496.

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(1)
Jiménez Ángel, A. Intelectuales, política y religión en Colombia en el siglo XIX: José Manuel Groot y los escritores católicos. Hist. Soc. 2016, 293-321.

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JIMÉNEZ ÁNGEL, A. Intelectuales, política y religión en Colombia en el siglo XIX: José Manuel Groot y los escritores católicos. Historia y sociedad, [S. l.], n. 31, p. 293–321, 2016. DOI: 10.15446/hys.n31.55496. Disponível em: https://revistas.unal.edu.co/index.php/hisysoc/article/view/55496. Acesso em: 27 ene. 2025.

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Jiménez Ángel, Andrés. 2016. «Intelectuales, política y religión en Colombia en el siglo XIX: José Manuel Groot y los escritores católicos». Historia Y Sociedad, n.º 31 (julio):293-321. https://doi.org/10.15446/hys.n31.55496.

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Jiménez Ángel, A. (2016) «Intelectuales, política y religión en Colombia en el siglo XIX: José Manuel Groot y los escritores católicos», Historia y sociedad, (31), pp. 293–321. doi: 10.15446/hys.n31.55496.

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A. Jiménez Ángel, «Intelectuales, política y religión en Colombia en el siglo XIX: José Manuel Groot y los escritores católicos», Hist. Soc., n.º 31, pp. 293–321, jul. 2016.

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Jiménez Ángel, A. «Intelectuales, política y religión en Colombia en el siglo XIX: José Manuel Groot y los escritores católicos». Historia y sociedad, n.º 31, julio de 2016, pp. 293-21, doi:10.15446/hys.n31.55496.

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Jiménez Ángel, Andrés. «Intelectuales, política y religión en Colombia en el siglo XIX: José Manuel Groot y los escritores católicos». Historia y sociedad, no. 31 (julio 1, 2016): 293–321. Accedido enero 27, 2025. https://revistas.unal.edu.co/index.php/hisysoc/article/view/55496.

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Jiménez Ángel A. Intelectuales, política y religión en Colombia en el siglo XIX: José Manuel Groot y los escritores católicos. Hist. Soc. [Internet]. 1 de julio de 2016 [citado 27 de enero de 2025];(31):293-321. Disponible en: https://revistas.unal.edu.co/index.php/hisysoc/article/view/55496

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1. Carolina Alzate. (2023). Un archivo femenino para la secularización. Conventos, monjas desterradas y comunidad nacional. Revista Letral, (31), p.30. https://doi.org/10.30827/rl.v0i31.27349.

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