El monocultivo de la caña de azúcar en el valle geográfico del río Cauca (Valle del Cauca, Colombia): un enclave que desnaturaliza la vida ecosistémica
The Monoculture of Sugarcane in the Geographic Valley of the Cauca River (Valle del Cauca, Colombia): An Enclave that Denatures Ecosystemic Life
DOI:
https://doi.org/10.15446/frdcp.n15.72452Palabras clave:
caña de azúcar, desarrollo sostenible, Colombia, ecología política, monocultivo, enclave, afectaciones socioambientales, sustentabilidad (es)Sugar cane, sustainable development, Colombia, political ecology, monoculture, enclave, socio-environmental impacts, sustainability (en)
En el artículo se hace un recorrido histórico acerca del proceso de dominación y domesticación de la naturaleza, que sirvió a los propósitos de la agroindustria cañicultora instalada en el Valle del Cauca y que extendió sus dominios al valle geográfi co del río Cauca (Colombia). La lectura crítica la asume el autor desde la ecología política, y desde ese campo se le propone llamar al agroecosistema de la caña de azúcar como Enclave Artifi cial Desnaturalizante (EAD). Con estas categorías se expone un ejercicio refl exivo y crítico, con el que se confrontan el discurso con el que se valida a diario la plantación de caña de azúcar y la propia lógica que está detrás del monocultivo de dicha gramínea. Se trata de un artículo de reflexión, anclado en las disquisiciones propias de la ecología política, en la búsqueda de encontrar consensos y provocar discusiones no solo alrededor de la nueva categoría nominativa para el cultivo de la caña de azúcar, sino sobre la sostenibilidad, alejada, por supuesto, de toda lógica de plantación, por los efectos conflictos socioambientales que de tiempo atrás viene provocando dicho cultivo y sus prácticas industrializadas.
The author takes a historical tour of the process of domination and domestication of nature, which served the purposes of the sugar cane agro-industry installed in the Valle del Cauca and extended its domains to the geographical Valley of the Cauca River (Colombia). A critical reading is assumed by the author from a political ecology point of view and from that field proposes to call the agroecosystem of sugarcane an Artificial Denaturing Enclave (EAD). With this category, a reflexive and critical exercise is presented through which the discourse used daily to validate the planting of sugarcane and the logic behind the monoculture of said grass are confronted. It is an article of reflection, anchored in the disquisitions of Political Ecology, in the search to find consensus and provoke discussions not only around the new nominative category for the cultivation of sugarcane, but on sustainability, removed, of course, from any logic of planting, due to the effects and socio-environmental conflicts that have been provoked by this crop and its industrialized practices.
Recibido: 7 de febrero de 2018; Aceptado: 25 de mayo de 2018
Resumen
En el artículo se hace un recorrido histórico acerca del proceso de dominación y domesticación[1] de la naturaleza, que sirvió a los propósitos de la agroindustria cañicultora instalada en el Valle del Cauca y que extendió sus dominios al valle geográfico del río Cauca (Colombia). La lectura crítica la asume el autor desde la ecología política, y desde ese campo se le propone llamar al agroecosistema de la caña de azúcar como Enclave Artificial Desnaturalizante (EAD). Con estas categorías se expone un ejercicio reflexivo y crítico, con el que se confrontan el discurso con el que se valida a diario la plantación de caña de azúcar y la propia lógica que está detrás del monocultivo de dicha gramínea. Se trata de un artículo de reflexión, anclado en las disquisiciones propias de la ecología política, en la búsqueda de encontrar consensos y provocar discusiones no solo alrededor de la nueva categoría nominativa para el cultivo de la caña de azúcar, sino sobre la sostenibilidad, alejada, por supuesto, de toda lógica de plantación, por los efectos y conflictos socioambientales que de tiempo atrás viene provocando dicho cultivo y sus prácticas industrializadas.
Palabras clave
caña de azúcar, desarrollo sostenible, Colombia, ecología política, monocultivo, enclave, afectaciones socioambientales, sustentabilidad.Abstract
The author takes a historical tour of the process of domination and domestication of nature, which served the purposes of the sugar cane agro-industry installed in the Valle del Cauca and extended its domains to the geographical Valley of the Cauca River (Colombia). A critical reading is assumed by the author from a political ecology point of view and from that field proposes to call the agroecosystem of sugarcane an Artificial Denaturing Enclave (EAD). With this category, a reflexive and critical exercise is presented through which the discourse used daily to validate the planting of sugarcane and the logic behind the monoculture of said grass are confronted. It is an article of reflection, anchored in the disquisitions of Political Ecology, in the search to find consensus and provoke discussions not only around the new nominative category for the cultivation of sugarcane, but on sustainability, removed, of course, from any logic of planting, due to the effects and socio-environmental conflicts that have been provoked by this crop and its industrialized practices.
Keywords
Sugar cane, sustainable development, Colombia, political ecology, monoculture, enclave, socio-environmental impacts, sustainability.Introducción
En este artículo se plantea una discusión alrededor de las formas tradicionales con las que la academia, y los propios agentes azucareros, como Asocaña [2] , para el caso colombiano, suelen referirse al monocultivo de la caña de azúcar; como un socio ecosistema, como un ecosistema agroindustrial, agroecosistema o como agroindustria.
Para sustentar la discusión se propone denominar, tanto a las prácticas desarrolladas in situ en las zonas geográficas en las que el monocultivo de la caña de azúcar es hegemónico, como a la disposición geométrica controlada del monocultivo mismo de la gramínea, como un Enclave Artificial Desnaturalizante (EAD). Con esta categoría nominativa se define una experiencia agrícola naturalizada por la presencia hegemónica de la caña de azúcar, en particular en el valle geográfico del río Cauca. Con lo propuesto, se confrontan las acciones políticas desarrolladas por los agentes privados que han apelado a todo tipo de estrategias, entre estas el marketing agroindustrial [3] , para legitimar un monocultivo que transformó el paisaje del Valle del Cauca, con efectos socioambientales negativos registrados [4] y analizados por investigadores y por la academia en general. Para dar sustento a lo planteado, se apela al concepto de ecología política como campo de estudio, de acción política y discursiva, con el claro objetivo de validar la categoría nominativa propuesta pero, especialmente, para exponer a la comunidad académica y a los agentes azucareros las disquisiciones que están detrás de la propuesta categorial.
En cuanto a la metodología de trabajo se hace una indagación documental a partir del cuestionamiento, a manera de pregunta, de las formas tradicionales con las que se nombra o se califica la actividad agrícola que da vida al monocultivo de la caña de azúcar. El ejercicio de búsqueda se sostiene, además del interrogante, en el tratamiento analítico y en la intención discursiva de controvertir las nomenclaturas con las que se referencian las prácticas asociadas al señalado monocultivo. Lo anterior, desde una perspectiva socioambiental histórica en la que se ancla la reflexión y la intención de renombrar una práctica agrícola que, al hacerse hegemónica e incontrastable, se naturaliza de tal forma que las críticas, que desde la academia se puedan hacer, revientan contra el pararrayos de costumbre y la cotidianidad.
El texto está estructurado en varios momentos, definidos por acápites, en los que se plantean antecedentes y un marco contextual, abordados a través de la revisión teórico-conceptual asociada a varios elementos disciplinares que permiten analizar, de manera crítica, las lógicas que están detrás del monocultivo de la caña de azúcar. En el primero se exponen momentos históricos precisos para dar cuenta de las formas dominantes con las que se domesticaron los ecosistemas naturales, en donde el monocultivo de la caña de azúcar se asentó. En el segundo se hace referencia a los impactos étnicos, culturales y socioambientales que deja el cultivo de la gramínea. En el tercer acápite se propone una disquisición alrededor del monocultivo como práctica agrícola, pero también como instrumento de poder y dispositivo de dominación social y ambiental. En el cuarto se exponen las circunstancias y el sentido discursivo con el que se justifica la propuesta denominativa EAD, para referirse al monocultivo de la caña de azúcar. Se cierra el texto con unas consideraciones finales.
Antecedentes históricos
La siembra a gran escala de la caña de azúcar y su producción industrial, el latifundio que respalda su permanencia en el tiempo y el sentido socioambiental en el que deviene como gran plantación, son factores y elementos que hacen parte de lo que se conoce en Colombia como “el problema de la cuestión agraria” [5] . Desde épocas pasadas hasta nuestros días, en particular en el escenario actual del posacuerdo de paz [6] , la propiedad de la tierra deviene en una suerte de factor generador de múltiples violencias, disputas y luchas; así como procesos de resistencia [7] de comunidades subordinadas —indígenas, afro y campesinos— ante acciones de ocupación, extranjerización y concentración por despojo, o por dinámicas económicas y factores políticos que garantizan hoy la presencia hegemónica del monocultivo de la señalada gramínea. Además de la ocupación de tierras baldías [8] con vocación agrícola, adelantadas por terratenientes, latifundistas, ganaderos y empresarios del campo como los aglutinados en el gremio azucarero. Arias (2017) expone los nuevos territorios en los que los ingenios han posado sus intereses: la altillanura.
Es importante señalar que los ingenios Rio Paila Castilla o Manuelita, han colonizado también la altillanura colombiana en los tiempos recientes, ampliando y diversificando su negocio, e intentando reproducir el mismo modelo, de altísimos impactos ambientales en una región de ecosistemas especialmente frágiles (p. 22).
Los procesos de poblamiento y la ocupación de los territorios, que desde una perspectiva jurisdiccional pertenecieron al Estado del Gran Cauca y que pertenecen hoy, en esta etapa del Antropoceno, a los departamentos del Valle del Cauca y Cauca, dan cuenta de disímiles conflictos socioambientales enmarcados en relaciones de dominación ejercidas por élites y grupos de poder, con la anuencia de una institucionalidad estatal al servicio de terratenientes, ganaderos y familias tradicionales. Si bien la historia oficial y algunos historiadores no oficialistas dan cuenta de la coexistencia de modos de producción distintos —minifundio y latifundio—, anclados profundamente a proyectos de vida igualmente diferentes, ello no impide advertir la existencia de procesos de acumulación por desposesión [9] , o a través de artificios jurídicos y económicos sugeridos a quienes desde tiempos inmemoriales [10] han establecido relaciones de inmanencia con la naturaleza, la Madre Tierra, los territorios, los recursos naturales o los ecosistemas.
Los problemas agrarios actuales [11] no pueden considerarse como heredados del tipo de sociedad existente en la Colonia, si tienen un anclaje histórico en una circunstancia de origen político que acompaña el nacimiento de la República: la débil acción estatal, mediada y producida en buena medida por el poder económico de familias y élites que de tiempo en tiempo lograron hacerse con el Estado, esto es, cooptarlo y someterlo a sus propios intereses particulares.
El historiador Colmenares (1987) sostiene que:
El problema agrario en Colombia no se deriva así de una supuesta “herencia colonial”, sino de la apertura de nuevas fronteras agrarias en el curso del siglo XIX. El examen del proceso muestra, por comparación, el agotamiento del sistema tradicional de las haciendas, incapaces de retener una mano de obra. Por esto, no debe confundirse “latifundio improductivo” con “latifundio colonial”. El latifundio colonial podía constituir una unidad productiva, la hacienda, dentro de las limitaciones impuestas por una tecnología rudimentaria, la escasez de mano de obra y la ausencia de capital. El latifundio improductivo posterior surgió de concesiones de baldíos que se sustrajeron a la capacidad creativa de masas humanas desplazadas de las haciendas tradicionales (p. 46).
Lo cierto es que desde la Colonia [12] , las transformaciones antrópicas del paisaje natural-histórico [13] de los actuales territorios del sur del Valle del Cauca y el norte del departamento del Cauca han tenido que ver con el emplazamiento de la ganadería y la consolidación de distintos monocultivos, entre los que se cuenta el de la caña de azúcar como el dominante [14] , en el valle geográfico del río Cauca y en particular en el departamento del Valle del Cauca.
Sobre la propiedad de la tierra, Jaramillo (1987) señala que:
la política sobre tierras del gobierno colonial fue poco coherente y en algunos aspectos contradictoria. Aunque teóricamente estuvo inspirada en principios de justicia y en cierta racionalidad económica, los requerimientos del fisco y la necesidad de mantener el equilibrio entre los intereses contrapuestos de los terratenientes criollos y españoles, y los de la creciente población de blancos pobres y mestizos que carecía de tierras, o los de los indígenas que veían amenazados sus resguardos, explica las vacilaciones y contradicciones de la política agraria de la Corona […] En definitiva, y a pesar de los propósitos de la Corona, lo que primó en los territorios americanos y en la Nueva Granada, en particular, fue la gran propiedad y la concentración de la tierra en manos de grupos restringidos de hacendados y familias terratenientes. La unidad básica de la agricultura neogranadina del siglo XVIII fue la hacienda. La importancia de esta y del hacendado en la época colonial, sobre todo en sus postrimerías, fue tan considerable —y continuaría siendo así a lo largo de nuestro siglo XIX—, que con buenos fundamentos puede afirmarse que ella constituyó la más importante estructura de la sociedad neogranadina, aunque no de su economía, pues en este campo debía compartir su importancia con los sectores minero y comercial (p. 61).
Tanto la consolidación del Estado nacional como la de un modelo económico fuertemente anclado al sistema capitalista, obedecen a un largo proceso histórico en el que las correlaciones de fuerza expuestas permitieron, explicaron o justificaron una serie de intervenciones de carácter económico, generadoras de conflictos socioambientales y políticos en los que se vieron involucrados grupos extensos de comunidades y pueblos, que hacen parte de los llamados subordinados, y familias con poder político y económico, pero especialmente con ventajas en el dominio de técnicas de producción agropecuaria, acceso a créditos e información privilegiada a la que solo pueden acceder quienes hacen parte del poder estatal o sus allegados, con quienes se tienen relaciones económicas. De igual manera, llevaban ventaja por los tipos de representaciones sociales dominantes [15] positivas que lograron inocular en las masas poblacionales, y sobre las cuales consolidaron su lugar privilegiado en el dominio del Estado y en la orientación ética de la sociedad.
Ejemplo de lo anterior lo constituye la familia Eder en el Valle del Cauca, propietaria del Ingenio Manuelita. En particular, uno de sus miembros, Santiago Eder, llamado por Rojas (1983) como “Capitán de industria”, y de cuyo perfil señala que tenía
una visión del conjunto de la economía, ya sea elaborada a través de un proceso de formación profesional, ya adquirida empíricamente en la práctica de los negocios […] se trata de la capacidad de concebir el desarrollo económico de la empresa en función de las oportunidades del mercado interno y externo, así como las oportunidades políticas a través de las relaciones con los partidos y el manejo del aparato del Estado (p. 91).
En esta medida, la información privilegiada manejada por una élite [16] de poder, y el largo proceso de consolidación del Estado colombiano, coadyuvó a que el monocultivo de la caña de azúcar en el Valle del Cauca se erigiera como una suerte de enclave, articulado a acciones y hechos de Estado.
Tovar (1987) señala que:
El desarrollo económico de Colombia después de 1810 osciló entre dos modelos: el que luchaba por reconstruir los fundamentos coloniales de la economía nacional y el que aspiraba a una ruptura con múltiples trabas que se oponían al desarrollo moderno. El segundo, que habría de triunfar hacia 1850, oponía al proteccionismo el libre cambio, a la intervención del Estado en el ordenamiento de la economía la defensa de la propiedad privada, y a los esfuerzos de industrialización y protección de los productos nacionales la teoría de que la agricultura y la minería para exportación deberían ser los ejes del desarrollo nacional (p. 87).
Las voces críticas [17] del largo proceso de consolidación del monocultivo de la caña de azúcar en el Valle del Cauca, y en particular en la zona sur de este mismo departamento, exponen de esta manera lo ocurrido con sus tierras y territorios:
En el período entre 1950 a 1985 se consolida la industria azucarera en la región, y se presenta la mayor pérdida de la tenencia de la tierra, por parte de la población afro de la región y desde 1985 hasta la actualidad, se destaca un fuerte proceso de proletarización de la población del Norte del Cauca. A partir de 1997 se desarrolla la zona industrial en esta región, donde numerosas empresas se instalan en los municipios de Santander de Quilichao, Caloto, Miranda y Puerto Tejada. El período entre 1948 y 1960, que correspondió a la violencia en Colombia, en la región del Valle del Cauca y en el Norte del Cauca, los terratenientes se aprovecharon de la inestabilidad social para apropiarse de lo que quedaba de la tierra de los campesinos negros. Luego, en los años sesenta, se masifican los ingenios, como Manuelita, Castilla, Mayagüez, Río Paila, María Luisa, Cauca y La Cabaña, entre otros. Entre las estrategias utilizadas por los ingenios azucareros para poder quedarse con la tierra, fue la promoción de proyectos productivos agroindustriales en la población afro, y le hicieron creer a la gente que los cultivos transitorios eran más rentables que los permanentes; por lo cual deberían tumbar las fincas agroforestales y establecer parcelas con sembrados temporales. Adicionalmente, los terratenientes utilizaron otros procedimientos ilegales para apropiarse de estos territorios afro, mediante las inundaciones, quemas y aspersiones de venenos que hicieron que aparecieran nuevas plagas y enfermedades que no existían en las fincas tradicionales afro (Escuela Itinerante Afronortecaucana y Grupo Semillas, 2013, p. 2).
La caña de azúcar, entonces, como monocultivo, y los ingenios azucareros como agentes de poder económico y político, convirtieron los territorios y las territoriales del Valle del Cauca, y del valle geográfico del río Cauca, en un enorme palimpsesto, dado que anteriores territorialidades fueron borradas y remplazadas por otras formas de asumir y de relacionarse con el territorio, más articuladas a procesos de producción industrial. Esas nuevas territorialidades, a pesar de devenir empobrecidas, ambiental, relacional e identitariamente, logran sobrevivir por la fuerza del capital, por el debilitamiento de procesos comunitarios, por el uso de la fuerza coercitiva y, en varias ocasiones, por medio del uso de la violencia [18] .
En la historia del cultivo de la caña de azúcar se destacan elementos y circunstancias económicas, ambientales, sociales y políticas que dan cuenta del lugar que dicho cultivo fue ganando en Colombia, en particular en el Valle del Cauca. Dentro de la lógica de la historia oficial, profundamente acrítica, historiadores como Ramos (1995; 2005) recrean momentos de la llegada y la consolidación de la caña de azúcar, en estos términos:
Al entrar el siglo XVII la cañadulce en el Nuevo Reino de Granada se había extendido por las más diversas comarcas, planicies, vallejuelos, laderas y ascendido desde la costa hasta pisos térmicos de 2.000 m… la cultura cañamelera tenía un carácter industrial, entendido como la incorporación ordenada de conocimientos agrológicos y técnicos conducentes a obtener resultados económicos debidamente contabilizados. Y lo que era también importante, los terratenientes gozaban de una inserción clara en los centros de poder político… El campo está mecanizado en gran parte, las fábricas automatizadas y la administración informatizada (Ramos, 2005, pp. 49-78).
En la actualidad, el área sembrada en el Valle del Cauca alcanza las 238.204 hectáreas (Asocaña, 2017); según expertos, con tendencia a aumentar no solo dentro del territorio de este departamento sino en la altillanura colombiana, como se indicó líneas atrás, por razones asociadas a la producción de biocombustibles.
Grande (2016) señala que:
En Colombia, la producción de biocombustibles presenta un panorama optimista para los próximos años gracias al continuo crecimiento de esta industria. El etanol de caña, por ejemplo, pasó de 255,84 millones de litros en el 2008 a 362,14 millones de litros en el 2012, lo que representa un aumento del 30 % en este sector […] En esta producción se destacan cinco plantas de etanol en Colombia, dos ubicadas en el Valle del Cauca y las otras tres en Cauca, Meta y Risaralda (p. 3).
El valle geográfico del río Cauca: un espacio pensado, transformado y domesticado étnica, social y ambientalmente
En el marco de las relaciones que resultan entre sociedad y naturaleza, el territorio representa un elemento constitutivo fundamental en el que tienen lugar dinámicas que abarcan aspectos de orden político, sociocultural, económico y ambiental, entre otros, que han sido construidas y asumidas por varias generaciones a partir de procesos de transformaciones naturales, definidas dentro de un marco espacio temporal específico. El vínculo sociedad-territorio se teje, por tanto, a partir del desarrollo de diversos procesos de orden biofísico y social que se interconectan entre sí. De esta manera, los diferentes sistemas de producción asociados a las relaciones sociales y políticas contribuyen a moldearlo de acuerdo con la racionalidad ambiental dominante.
Las transformaciones ocurridas en los territorios se hacen evidentes a partir de los prolongados procesos de ocupación humana y de los usos y explotación de los recursos ofrecidos por el ambiente natural existente. Las sociedades humanas modifican el entorno mediante las diversas actividades que realizan de manera constante, para satisfacer las disímiles necesidades de orden biológico y cultural. El nivel de afectaciones generadas al entorno natural está en estrecha relación con las formas de subsistencia y de ocupación aplicadas por los grupos humanos a través del tiempo.
Es así como las diferentes visiones y formas de organización sociocultural, económica, política y ambiental de los grupos humanos se ven expresadas en el territorio, en el marco de un proceso sociohistórico en el que ocurren diversas transformaciones que tienen lugar en distintos momentos. Desde esta perspectiva, el departamento del Valle del Cauca se constituye en un territorio caracterizado por una gran complejidad, vista desde sus dimensiones natural, espacial y cultural, que tiene a su favor una serie de ventajas comparativas en el marco del contexto nacional, a raíz de la presencia de un medio natural en el que se encuentran presentes valiosos recursos en materia de flora, fauna, agua, suelo, complementado con grupos sociales que a lo largo de muchas centurias han interactuado con este medio y desarrollado sus dinámicas de vida y cultura.
Así entonces, en la historia del poblamiento y el desarrollo económico de los actuales departamentos de Cauca y Valle del Cauca, hay que reconocer dos procesos fundamentales que facilitaron la presencia y la consolidación del monocultivo de la caña de azúcar: el primero, el proceso de dominación y domesticación ambiental, que se justificaba porque “durante el siglo XIX […] el trópico aparece ante los ojos europeos como una región malsana donde la propagación de miasmas y enfermedades, además de un espacio infestado de bichos, insectos y fieras, ponen en peligro la salud humana” (Palacio, 2002, p. 79).
Las acciones antrópicas se legitimaban, primero, porque no había para la época una conciencia ambiental [19] , o un pensamiento ambiental que permitiera sugerir llamados de alerta o de atención, o enunciar actividades de mitigación por los impactos ambientales que de todas maneras producían las obras de infraestructura de la época, como por ejemplo la construcción del ferrocarril para conectar a Cali y al Valle del Cauca con el Pacífico. A las decisiones de tipo antrópico ayudaron los historiadores y la propia literatura, en la medida en que aportaban a la consolidación de ese tipo de representaciones socioambientales alrededor de una naturaleza que se erigía inhóspita y rebelde; de allí la necesidad de dominarla y domesticarla para transformar los paisajes cuyas matrices dominantes eran bosques secos y húmedos tropicales.
El proyecto eurocéntrico tuvo mucho que ver con las formas de dominación ambiental que se expresaron en Colombia, y en particular en los departamentos del Valle del Cauca y Cauca. Esa misma mirada europea aportó negativas representaciones sociales frente al tipo de gente que poblaba los diversos territorios pertenecientes al llamado trópico. Al respecto señala Palacio (2002):
El trópico no fue considerado por los europeos solo por su naturaleza, sino también por la gente que lo poblaba. Una gente a la que le costaba producir elevadas formas de civilización. De un lado, la población nativa fue representada como “nobles salvajes”, conviviendo armónicamente con la naturaleza; y aunque esta visión tiene raíces remotas en los relatos de Colón, fue el francés Montaigne en su viaje a Brasil quien la inmortalizó. Por otro lado, se fijó una visión negativa de la gente del trópico en el siglo XIX […] En las regiones en que el trópico es cálido pero no húmedo, se construyó la percepción, en una versión que encaja con el carácter edénico de la naturaleza, de que la población tenía una existencia fácil premiada por el carácter ubérrimo de la naturaleza, que impedía o desestimulaba la consagración al trabajo. Se trataba de un lugar en que, por necesitarse menos vestido, abrigo y fuego y por salvarse de las penurias del invierno que exigían previsión, cálculo o planeación, había una tendencia a la pereza y a la indolencia. Si la gente del trópico había sido premiada por la naturaleza era reprochable moralmente. Esta actitud moral tenía un origen ambiental (pp. 79-80).
Lo señalado por Palacio calza con inusitada precisión con las negativas representaciones socioambientales con las que en Colombia, y en particular en el Valle del Cauca y el Cauca, la élite blanca se representaba a la cultura afrocolombiana, a los pueblos indígenas y a los campesinos pobres. Vistos los primeros como perezosos, los segundos como maliciosos y los demás como incómodos y poco productivos. Los agentes de los procesos de dominación social (étnica y cultural) y ambiental (sometimiento de los ecosistemas) se sirvieron de estas representaciones para legitimarlos y consolidarlos, apelando a todo tipo de instrumentos, como mandatos, directrices, discursos políticos, afinidades ideológicas y políticas públicas de claro favorecimiento a la agroindustria de la caña de azúcar y al discurso económico que de esta se deriva.
El lenguaje, en perspectiva racista, fue clave para entronizar en la sociedad, y en las lógicas pre y capitalistas, las negativas representaciones sociales que en torno a lo indígena y a lo afro se edificaron desde el ejercicio del poder político y económico, sobre la base de los procesos de dominación sociocultural y ambiental. He aquí algunas expresiones sobre las que se fincaron los procesos de dominación cultural [20] que, asociados a la agroindustria de la caña de azúcar, y en general a los procesos extractivos —minería, por ejemplo—, sirvieron para justificar una agresiva agroindustria cañicultora:
“Indio, paloma y gato, animal ingrato”, “indio comido, indio ido”, “indio, mula y mujer, si no te la ha hecho, te la va a hacer”, “se le salió el indio”, “el indio y el alcaraván, apenas echan alas, se van”, “se dejó coger de indio”, “al indio, a la culebra y al zanote, dice la ley que se mate”, “indio no es gente, ni casabe comida”; nada diferente para las poblaciones afro, pero con menos imaginación: “negro, mono, grone, groncho, negrada, cabeza, zambo…”. Los primeros, los pueblos originarios, son marginados en su territorio ancestral. Los segundos, sujetos víctima de la afrodiáspora, tratados como espectros denigrados en su doble destierro eterno de muerte (el mismo donde hicieron prosperar plantaciones y fortunas ajenas) (Gómez, 2015, pp. 18-19).
Lo cierto es que las acciones de dominación sociocultural y ambiental, que arrastran los procesos de poblamiento y de instauración de la economía capitalista en el campo, están fuertemente ancladas al período de la Conquista de América por parte de España y, sucesivamente, a la institucionalidad colonial y su continuidad con el proyecto modernizante de la República. Dicho proceso continúa hoy, en el marco de un Estado [21] que exhibe una débil institucionalidad [22] y que opera en las condiciones que impone la globalización económica y el tutelaje que sobre este ejercen organismos como el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y recientemente la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos.
Afirma Gómez (2015) que:
Con la conquista de América se inaugura la Modernidad europea, los mitos raciales e, incluso, los conceptos de centro y periferia que, aún en nuestros días, utilizamos para explicar las dinámicas de exclusión, en dependencia excesiva de una mirada euroccidentalista que supone el centro en los grandes núcleos de desarrollo capitalista (Europa y Estados Unidos) e imperial (excluyendo a las llamadas economías emergentes y a culturas tan milenarias como dinámicas) y la periferia en un conjunto de naciones a las que se priva de su propio nombre al reservarles términos una vez más homogeneizadores como Tercer Mundo o Países en Desarrollo (así, de forma genérica) (p. 73).
Los desarrollos tecnológicos, la visión misma de desarrollo y las relaciones establecidas con la naturaleza dan cuenta de un modelo dominante con el que se justifican todo tipo de intervenciones en el medio natural, sin que medie, en muchas ocasiones, la intención de conocer, con certeza científica, los impactos socioambientales de una práctica agrícola a todas luces insustentable, como es el monocultivo en general y, en particular, el de la caña de azúcar. Se trata del proyecto de la euromodernidad.
Mora-Osejo y Fals-Borda (2002) señalan que:
la linealidad implícita de este modelo desconoce la complejidad y elevada fragilidad del medio tropical, en donde la intervención humana sobre el medio, tal que se ajuste a la condición de sustentabilidad, requiere del conocimiento contextualizado que tenga en cuenta la interrelación sistémica de las mencionadas características, así como las igualmente complejas interrelaciones de las comunidades multiétnicas y multiculturales de la sociedad (p. 8).
Así entonces, desde el lenguaje, el discurso del desarrollo y los ejercicios representacionales, a partir de una élite de poder, se viene agenciando la práctica del monocultivo de la caña de azúcar, entendido por investigadores y académicos como parte de lo que se conoce como agroindustria, socioecosistema o agroecosistema. Más adelante se exponen las razones por las que se propone llamar a dicha práctica agrícola EAD.
Sobre el monocultivo y la caña de azúcar
En este apartado del artículo se propone una disquisición alrededor del monocultivo como práctica agrícola, y a la caña de azúcar como un monocultivo problema, en una perspectiva crítica insoslayable que insiste en lo que diversos autores, referenciados líneas atrás, han señalado alrededor de los graves [23] efectos sociales, ambientales, culturales, económicos y políticos que dicho monocultivo genera de tiempo atrás.
Durante varios años se oyen, en diversos ámbitos y escenarios públicos, fuertes críticas contra la práctica del monocultivo, en particular contra la caña de azúcar, el café y, recientemente, la palma africana; todos cultivos amparados en la legalidad y en una institucionalidad presta a modernizar lo que se supone atrasado o premoderno, normalmente asociado al campo; en la ilegalidad encontramos la marihuana, la coca y la amapola. La disquisición que aquí se propone no busca proponer alternativas, solo busca, a partir de un ejercicio del pensamiento, reflexionar alrededor de algunos de los sentidos o perspectivas desde las que podemos comprender el lugar, simbólico y físico, que tiene dicha práctica en un país catalogado como biodiverso y culturalmente diferenciado.
Así entonces, el monocultivo, como experiencia agrícola, constituye una acción transformadora económicamente rentable para unos pocos, y por eso viable y quizás perenne [24] en el tiempo, a pesar de los constantes llamados a que se reverse la presencia hegemónica del cultivo de la caña; en cuanto a lo social, el monocultivo resulta controvertible y controvertido en la medida en que genera y exacerba conflictos sociales y múltiples procesos de resistencia en comunidades afro, campesinas e indígenas [25] . Desde una perspectiva ambiental, esa misma práctica y experiencia agrícola resulta evidentemente no ecosistémica, ya que el mismo monocultivo [26] deviene con un carácter artificial que le impide dialogar con ecosistemas que se han mantenido en el tiempo; dadas las grandes extensiones de los sembrados de caña dicho intercambio sistémico es difícil de evaluar. Es decir, los intercambios biológicos que de forma natural se dan entre ecosistemas, como el tránsito de especies e intercambios energéticos ecosistémicos, se ven interrumpidos abruptamente por la presencia avasallante y hegemónica de la señalada gramínea.
Así entonces, el monocultivo en general deviene en una negación ambiental, en el sentido en que borra conexiones, funciones y relaciones ecosistémicas. Por ese camino, se modifican sustancialmente paisajes sobre los cuales diversas comunidades establecieron, muy seguramente, vínculos culturales y, por tanto, unas emocionalidades sobre las que pudieron soportarse ideas primigenias alrededor de lo sustentable, entendido este vocablo como el resultado de una relación inmanente entre seres humanos y los ecosistemas que el monocultivo aniquiló durante su proceso de instalación, tal y como lo define Santos (2000):
En cada fracción de superficie de la Tierra, el camino que va de una situación a otra se realiza de manera particular; y la parte de lo “natural” y de lo “artificial” también varía, así como cambian las modalidades de su ordenamiento. Podemos admitir que la historia del medio geográfico puede ser, grosso modo, dividida en tres etapas: el medio natural, el medio técnico y el medio técnico-científico-informacional (p. 197).
Además, el monocultivo recrea una nueva estética que aleja al ser humano de la posibilidad de contemplar la variedad de plantas y animales que compartían y coexistían antes de su llegada. Eso sí, hay que decir que esta nueva estética, muy particular por cierto, no solo resulta diametralmente opuesta a la que de forma natural expresaron los pobladores cercanos a los paisajes y a los ecosistemas que remplazó el monocultivo, sino que sirve de dispositivo ideológico a procesos más amplios de homogeneización cultural asociados, por ejemplo, a las concepciones de desarrollo y progreso. Un monocultivo, igualmente, constituye un cultivo en el que la figura del campesino no tiene cabida, porque ya no se necesita: o la máquina lo remplaza o el cortero viene siendo la imagen pauperizada de ese viejo campesino, convertido en trabajador, proletario, operario o jornalero [27] .
El carácter artificial del monocultivo afianza el poder transformador del ser humano y valida la lógica del sometimiento sobre lo natural —ecosistemas poco transformados—, erigiendo a la técnica y al desarrollo, por ejemplo, en materia de mejoramiento de variedades, en deidades que, como faros, aún iluminan a quienes fungen hoy como abanderados del desarrollo agroindustrial. Si se examinan con cuidado los efectos negativos que dicha práctica agrícola tiene sobre la vida de los campesinos, las comunidades afrocolombianas y los pueblos indígenas y, por supuesto, los problemas generados, por ejemplo, por la explotación excesiva del agua, tanto de las aguas superficiales como de las subterráneas, se puede entender la inconveniencia socioambiental de insistir en este tipo de prácticas y modelos agrícolas. Al final, el monocultivo, en cualquiera de sus manifestaciones como el café, la caña o la palma africana, siempre estará asociado al triunfo de dos tipos de racionalidades, la capitalista y la que deviene asociada a la técnica, que se oponen a las racionalidades socioambientales de aquellos pueblos primigenios que, a través de la historia, establecieron relaciones inmanentes o consustanciales con los territorios y ecosistemas naturales.
Esta gramínea es, entonces, la negación de lo ambiental desde una perspectiva socioecosistémica. Es decir, este monocultivo es una deformidad paisajística en la medida en que enrarece el goce visual, haciendo que quien recorre el lugar, por ejemplo en el Valle del Cauca y en el norte del Cauca, encuentra un paisaje artificial que, desde el punto de vista mental, resulta agotador y fatigante para quien está acostumbrado al deleite de paisajes variados en los que conviven biomas y diversidad de cultivos. Así mismo, la plantación de caña de azúcar es un particular sistema emergente, artificial, que se yuxtapone a las relaciones, conexiones e identidades que fluían funcional y estéticamente dentro de territorios ocupados desde otras lógicas y símbolos del poder humano. Se trata de una matriz yuxtapuesta sobre relaciones ecosistémicas que bien pueden ofrecer, permitir y establecer otros tipos de relaciones, valoraciones y apreciaciones.
Para insistir en el empobrecimiento de la experiencia agrícola con la caña de azúcar, se hace una extrapolación conceptual de la categoría del No lugar propuesta por Augé (1992) para señalar que el monocultivo de la caña de azúcar genera No lugares, en el sentido en que los territorios ocupados por esta plantación devienen profundamente ahistóricos, deshumanizados, deshumanizantes y con el enorme poder de tachar las huellas relacionales-ambientales, las identidades y la historia misma de las territorialidades que desplazó y que fueron construidas y recreadas por comunidades que, asentadas de tiempo atrás, debieron abandonar sus territorios y el sentido mismo de sus vidas, para quedar debajo del trabajo mecánico de las recolectoras de caña o por las pisadas enajenadas de los corteros [28] .
En las tierras y territorios que hace años ocuparon las comunidades afrocolombianas, campesinas e indígenas y en los que hoy solo hay caña de azúcar, brotaban territorialidades propias de un ejercicio de apropiación espacial, resultado de movimientos simbólicos con los que el territorio lograba ser transformado y convertido en un constructo social, asociado y conectado a cosmovisiones propias de las comunidades negras y los pueblos indígenas, especialmente.
Con la llegada de los ingenios azucareros y la expansión del monocultivo se negaron y se fracturaron las territorialidades construidas históricamente, a través del despojo o procesos de compra, resultados de presiones [29] de todo tipo. La premisa que guio los ejercicios de ocupación y despojo estaba asociada a una racionalidad económica con la que se calificaron como improductivos los procesos agrícolas emprendidos por dichos grupos humanos. Con este mismo principio se afectaron los cuerpos de agua, como humedales, madreviejas y meandros, considerados como obstáculos a la idea de desarrollo sobre la que se sostenía el interés de promover ese tipo de plantación.
Digamos entonces que la imposición de dicha racionalidad abrió el camino para la consolidación de los No lugares de los que habla Augé (1992). Esto es, lugares que vaciados de sentido simbólico comunitario quedaron a merced de las lógicas de máximo aprovechamiento, a través de la negación, por ejemplo, de principios de rotación de cultivos y de relaciones de inmanencia. Lo contario a un No lugar, según Augé [30] , es el lugar de la identidad, de lo relacional y de la historia. De allí que el monocultivo de la caña de azúcar se erija en una triple perspectiva, en un cultivo que expresa la máxima capacidad humana para fragmentar y dominar territorios y ecosistemas que sobrevivían bajo condiciones de interacción y conexiones naturales; como un dispositivo sociocultural capaz de empobrecer identidades o de reducirlas a partes inconexas, que gravitan en diáspora hasta ser olvidadas por la historia oficial; y en un paisaje artificial, homogéneo y monótono que bien puede dar cuenta de las bases ideológicas, los sentires y las formas particulares de representación del espacio de quienes lo agenciaron y lo impusieron como una variable importante para alcanzar un determinado desarrollo económico, y con este adentrar al país a estadios de modernización.
Caña de azúcar: Enclave Artificial Desnaturalizante [31] (EAD)
Como se señaló en la presentación, las disquisiciones en este acápite están fundadas, teórica y conceptualmente, en los aportes de la ecología política, campo que el autor reconoce como óptimo y legítimo en la medida en que promueve procesos cognitivos de cuestionamiento a los discursos y a los mismos actores y agentes sociales, económicos y políticos comprometidos en la expansión y en la consolidación del cultivo de la caña de azúcar, en particular en el valle geográfico del río Cauca.
Para Enrique Leff (2003), la ecología política:
Es la construcción de un nuevo territorio del pensamiento crítico y de la acción política. Situar este campo en la geografía del saber no es tan solo delimitar su espacio, fijar sus fronteras y colocar membranas permeables con disciplinas adyacentes. Más bien implica desbrozar el terreno, dislocar las rocas conceptuales y movilizar el arado discursivo que conforman su suelo original para construir las bases seminales que den identidad y soporte a este nuevo territorio […] La ecología política construye su campo de estudio y de acción en el encuentro y a contracorriente de diversas disciplinas, pensamientos, éticas, comportamientos y movimientos sociales (p. 18).
Por lo anterior, este documento se inscribe dentro de este reciente campo de luchas ideológicas, políticas, económicas, sociales y culturales encaminadas a proponer un futuro sustentable y, de esa forma, reversar el actual modelo de desarrollo, amparado en el unívoco proyecto de la Modernidad o de la modernidad europea. Confrontar, contrarrestar esas lógicas, criticarlas y proscribirlas hace parte de las discusiones en el marco de la ecología política.
En la literatura académica relacionada con el medioambiente y el estado de los recursos naturales, e incluso, en escenarios de discusión política sobre los impactos que produce el monocultivo de la caña de azúcar, suele llamársele a las plantaciones y al proceso mismo de producción del azúcar agroecosistema, ecosistema emergente, ecosistema cañero o socioecosistema diseñado, tal y como lo llama el investigador Uribe (2014), entre otras acepciones que si bien apuntan críticamente a su avasallante presencia, al insistir en llamar a dicha práctica agrícola como lo vienen haciendo, dejan de lado asuntos que intentan evidenciar o rebautizar dicho monocultivo como EAD.
Al incluir la nomenclatura ecosistema en las formas tradicionales, como se llama actualmente al monocultivo de la caña de azúcar, de inmediato se piensa en relaciones de tipo natural, en servicios ecosistémicos, en relaciones ecosistémicas y hasta en valoraciones estéticas que ocultan la homogeneidad del monocultivo y la hegemonía misma de la plantación. Igualmente, hacen pensar en conexiones ecológicas fundamentales y en el establecimiento de otras de especial valor ambiental y ecológico, en paisajes transformados por el ser humano.
Como parte de todo proceso interpretativo, como el que se exhibe en este artículo de reflexión, se propone, como ya se dijo líneas atrás, la siguiente acepción con la que en adelante se llamará a la plantación o al monocultivo de la caña de azúcar: EAD, especialmente para el caso dado en el valle geográfico del río Cauca.
Al hablar de enclave se devela el carácter preponderantemente económico e industrializado de dicha práctica productiva, incluyendo, por supuesto, todo el encadenamiento que el clúster cañero ha logrado establecer para la producción de azúcar en esta región. Por ejemplo, las áreas sembradas en 2016 alcanzaron 238.040 ha; en cuanto a la producción de bagazo, se producen, anualmente, más de cinco millones de toneladas (Asocaña, 2017).
Además, subsiste una realidad económica y política. El enclave está respaldado por un poderoso gremio económico con capacidad de presión política, y parte sustantiva de las lógicas de un Estado capitalista que debe, en doble vía, ocuparse por garantizar condiciones de sostenibilidad ambiental, sin olvidar el crecimiento económico y el ofrecimiento de garantías de protección a sectores de la industria, en particular al sector agroindustrial. El crecimiento y la consolidación de este clúster se da en términos de una conveniente diversificación, en la medida en que se ocupa de participar en otros sectores de la producción y de los servicios para extender en el tiempo un tipo de dominación socioambiental, económica y política. Es decir, el clúster se hace cada vez más sostenible económica y políticamente, pero arrastra problemáticas como el consumo extensivo de agua, que lo hacen insustentable.
Se busca, con el vocablo enclave, señalar que se trata de la inserción, en un territorio, de un poderoso clúster y de una actividad económica y agrícola subsidiada por el Estado, con efectos socioambientales, económicos, culturales y políticos que resultan determinantes en las relaciones entre la sociedad y la naturaleza. De acuerdo con Leff (2003), el proceso histórico de apropiación de la naturaleza obedece no solo a la lógica de la economía capitalista, sino a las acciones discursivas a través de las cuales se nombran las cosas, las prácticas y los fenómenos.
La ecología política emerge en el hinterland de la economía ecológica para analizar los procesos de significación, valorización y apropiación de la naturaleza que no se resuelven ni por la vía de la valoración económica de la naturaleza ni por la asignación de normas ecológicas a la economía (p. 19).
Como lo indica Giraldo (2018):
La crítica hacia el proyecto del desarrollo es mucho más que una cuestión semántica. Supone cuestionar el régimen moderno de producción de verdad sobre los sistemas agroalimentarios, entendiendo que el conflicto político que libra, es, ante todo, un conflicto con el proyecto cultural de la modernidad y el orden simbólico que sustenta las significaciones metafísicas del agronegocio extractivo (p. 13).
Así entonces, al hablar de enclave no solo se hace referencia a los profundos cambios en el paisaje, pérdida de ecosistemas boscosos y humedales, en las relaciones entre ecosistemas naturales y los sembrados de caña de azúcar, controlados y geométricamente establecidos y diseñados, sino al inicio de una etapa a la que el ser humano parece condenado a llegar: la posnaturaleza [32] .
Cuando se usa el término artificial [33] se está haciendo referencia a la construcción de un sistema productivo que soporta sobre su historia la transformación y el sometimiento de ecosistemas naturales-históricos de gran valor ecológico y ambiental, a partir de técnicas y diseños antropocéntricos que se han yuxtapuesto sobre el entorno natural. Son estos, para el caso del valle geográfico del río Cauca, la pérdida de humedales [34] y la propagación de la caña de azúcar, que la convierte en una plantación abrumadora-opresora desde el punto de vista ecológico y de la valoración del paisaje, en tanto que el mismo cultivo se erige como la matriz principal, sin la presencia de parches que rompan con la uniformidad paisajística que propone y que asegura dicha plantación.
Así entonces, la artificialidad está en que esta práctica, desde la lógica del clúster [35] azucarero, y el monocultivo mismo, suponen un proceso dominado por la técnica y el uso de la ciencia genética aplicada, por ejemplo, para hacer más eficiente la producción de azúcar en tiempos cada vez más cortos, a través de especies mejoradas genéticamente [36] . La recolección maquinizada, el uso de madurantes químicos, la quema del forraje y el procesamiento mismo del producto para obtener finalmente el azúcar y recientemente el etanol, se constituyen en factores y elementos claves dentro de ese proceso de yuxtaposición de lo artificial sobre lo natural.
Los cambios que sufrió la agricultura tradicional con la llegada de la lógica y la racionalidad de la Revolución Verde fueron, digamos, el impulso a la artificialidad de los procesos productivos, en la medida en que el uso de los fertilizantes y las innovaciones de la biotecnología no solo afectaron procesos y conexiones sistémicas naturales en el marco de la siembra de cultivos tradicionales, sino que contribuyeron a un mayor distanciamiento del ser humano y de la sociedad, de la naturaleza.
Ahora bien, la artificialidad no solo está asociada al uso de la biotecnología —mejoramiento genético y al uso de herbicidas, fungicidas y fertilizantes—, sino al establecimiento de una relación sociedad-naturaleza soportada exclusivamente en un aprovechamiento económico; al final, se consolida una relación artificial y artificiosa con los entornos naturales y los territorios, garantizada por el mercado y la propiedad privada como estadio de dominación de la naturaleza.
Giraldo (2018) sostiene que:
El tecno poder agrícola maltrata la tierra, la empacha, la cambia abusivamente de forma artificial. En lugar de insertarse en los bucles ecosistémicos obliga ir a la tierra más allá de lo naturalmente posible, pues el fin del negocio agroindustrial no es hacerse su casa en la tierra, sino disciplinar la biodiversidad, seleccionando lo útil para el valor de cambio y eliminado lo inútil para la acumulación de capital […] de manera que los paisajes agrarios se convierten en espacios homogéneos con un marcado predominio de la línea recta y figuras cuadrangulares propias de la geometría euclidiana […] de modo que los ecosistemas caóticos van siendo mutilados y ordenados geométricamente por aparatos mecánicos que los aplanan, los delimitan, y funcionalizan en claras porciones arables para el control (p. 34).
Y en lo que corresponde al vocablo desnaturalizante, con este se insiste en que se trata de un modelo de plantación que niega lo natural-ambiental, entendido esto último como aquel factor que caracteriza a los ecosistemas hídricos o boscosos, entre otros, que si bien no pueden hoy calificarse como prístinos y con niveles de clímax por los efectos históricos que dejan las actividades antrópicas, sí guardan dentro de su memoria aspectos característicos como las estructuras de bosques secos tropicales, que ofrecen sensibles conexiones ecológicas entre especies vegetales y animales, así como la diversidad biológica de las especies asociadas a los diversos ecosistemas afectados por la presencia hegemónica de dicho monocultivo.
El carácter desnaturalizante está fuertemente atribuido al único sentido que acompaña a la plantación de la caña de azúcar: aprovechamiento económico y aplicación de unas técnicas para su reproducción. Lo contrario a lo que sucede con los ecosistemas naturales, así estén intervenidos, pero que conservan una esencia que el monocultivo de la caña de azúcar no puede ofrecer. Esencia que se hace visible al ver sobre un bosque húmedo tropical diversidad, contrastes, no homogeneidad, condiciones abruptas, luchas intestinas entre especies vegetales que, por ejemplo, compiten por alcanzar los rayos del sol y, sobre todo, la imposibilidad de percibir cortes precisos y geométricamente logrados, tal y como sucede cuando se examina una plantación de caña de azúcar.
Sobre este particular Leff (2003) sostiene que:
La naturaleza fue “desnaturalizada” para convertirla en recurso e insertarla en el flujo unidimensional del valor y la productividad económica. Esta naturalidad del orden de las cosas y del mundo —la naturalidad de la ontología y la epistemología de la naturaleza— fue reconstruyendo una racionalidad contra natura, basada en leyes naturales inexpugnables, ineluctables, inconmovibles (p. 22).
De esta manera, lo planteado en este documento está en sintonía con lo que Leff considera es el papel de la ecología política, que no es otro que el de generar un pensamiento ordenador reordenador del mundo. Por ello, estas disquisiciones apuntan a reacomodar las fuerzas discursivas y con estas erosionar el poder de las nomenclaturas, con las que tradicionalmente se nombra al cultivo de la caña de azúcar.
No se trata tan solo de adoptar una perspectiva constructivista de la naturaleza, sino política, donde las relaciones entre seres humanos, entre ellos y con la naturaleza, se construyen a través de relaciones de poder (en el saber, en la producción, en la apropiación de la naturaleza) y los procesos de “normalización” de las ideas, discursos, comportamientos y políticas (Leff, 2003, p. 24).
Ahora bien, quienes defienden la plantación de esta gramínea por la captura de carbono, por el aporte económico al crecimiento del Producto Interno Bruto (PIB) [37] , por su aporte a la singular seguridad alimentaria de quienes consumen aún los productos derivados, en especial en la línea light que abrió la industria azucarera, y quizás por la producción reciente de etanol, entre otros posibles servicios, olvidan los impactos ambientales que genera el arrasamiento de ecosistemas naturales-históricos, el uso intensivo de aguas [38] superficiales [39] y la pesada maquinaria de recolección de la caña —con motores de combustión a base de combustibles fósiles—; también dejan de considerar la salinización, colmatación y compactación de los suelos, sometidos a largos y constantes procesos de contaminación por el uso de fertilizantes y plaguicidas.
Sobre la producción de etanol [40] Martínez y Schulpmann (1993) señalan:
Considerando la industria del etanol como una rama más del llamado “sector energético” de la economía (extracción de carbón, de petróleo, hidroelectricidad), podemos comparar el costo energético de la producción de etanol con el de otras fuentes de energía. A este respecto, el etanol es mucho más caro que el carbón y el petróleo, aunque comparable a la gasolina de carbón y a la procedente de pizarras bituminosas […] las necesidades energéticas de la producción del etanol son otra razón por la cual es un engaño presentar el programa del etanol como un programa de ahorro de petróleo que, al mismo tiempo, posibilita la motorización del país. El etanol es una fuente de energía muy cara en términos energéticos, comparada con el carbón o el petróleo (pp. 42 y 45).
Resulta inconveniente, entonces, seguir hablando del agroecosistema de la caña azúcar en la medida en que estamos ante la presencia de una plantación que no solo lleva sobre los hombros de sus agenciadores la contaminación de fuentes hídricas, del aire, las quemas del forraje y la producción no limpia y controversial del etanol, sino el empobrecimiento cultural de las zonas en donde se posó dicho enclave, y la consecuente pérdida de la diversidad ecológica y ambiental de ecosistemas valiosos y estratégicos para mantener el equilibrio ecológico, como los humedales o madreviejas de los ríos de donde toman el agua los ingenios azucareros y los particulares que siembran y explotan comercialmente, y a gran escala, dicha gramínea.
Se cierra este documento con lo expresado por Murray Bookchin, quien al discutir sobre el sentido y el significado de la ecología y el concepto de totalidad deriva en una breve caracterización de lo que él llama el “reino natural”, claramente sometido, transformado y domesticado por las lógicas y los agentes de lo que aquí se llama EAD:
La totalidad ecológica no significa una homogeneidad inmutable, sino más bien todo lo contrario: una dinámica unidad de diversidades. En el reino natural el equilibrio y la armonía se logran mediante una diferenciación siempre cambiante, mediante una diversidad siempre en expansión. La sensibilidad ecológica, en efecto, es una función no de simplificación y homogeneidad, sino de complejidad y variedad. La capacidad de un ecosistema para mantener su integridad no depende de la uniformidad del medio ambiente, sino de su diversidad (Bookchin, 1985).
Así entonces, el valle geográfico del río Cauca ha sufrido fuertes y consistentes transformaciones de su paisaje natural, resultado de la intervención de los ingenios azucareros y el monocultivo de la caña de azúcar. Se trata de un territorio y de unos ecosistemas intervenidos y reconstruidos a través de acciones económicas con las que se edificó el enclave económico, asociado al negocio de la producción de azúcar. Estos territorios transformados y domesticados se caracterizan por una alta dosis de artificialidad, en la medida en que son diseñados funcionalmente, derivándose así en transformaciones ecosistémicas.
Además, lo desnaturalizante da cuenta del proceso de extralimitación del ser humano. Desde la perspectiva de la sustentabilidad planteada por Leff, el mismo conglomerado azucarero obligaría no solo a repensar su presencia hegemónica, sino a revisar el mismo sentido del modelo de desarrollo en el que se sostiene dicha actividad empresarial y agrícola. Leff (2014) sostiene que:
La sustentabilidad nace de la conciencia del límite, de la ley de límite de la naturaleza, del fin del progreso guiado por la universalidad, la generalidad, la unidad, la totalidad; nace de una comprensión ontológica del mundo abierta al futuro, al infinito, a la diferencia, a la diversidad, a la otredad. La construcción social de la sustentabilidad activa la potencialidad del ser y la posibilidad del futuro más allá de lo existente (p. 80).
Para efectos de este documento, los análisis políticos, éticos, institucionales, económicos y ambientales se entienden desde la perspectiva de la sostenibilidad. La elección está soportada en la enorme dificultad que ofrecen los hechos históricos y las circunstancias contextuales —estructurales— para transformar las realidades que afrontan el valle geográfico del río Cauca y en particular las que soporta el Valle del Cauca y el norte del Cauca.
De acuerdo con la línea argumental de Leff (2008), asumir la sustentabilidad como perspectiva analítica de hechos y problemas ambientales implica:
Deconstruir el paradigma de la economía […] construir otra economía fundada en una racionalidad ambiental […] la sustentabilidad fundada en una política de la diversidad y la diferencia implica bajar del pedestal al régimen universal y dominante del mercado como medida de todas las cosas, como principio organizador del mundo globalizado y del sentido mismo de la existencia (pp. 17-23).
Así entonces, se asume el análisis del EAD desde la perspectiva de la sostenibilidad, en tanto que esta se entiende como una apuesta de futuro soportada en cambios sustanciales, en las formas como se dan las relaciones entre el Estado, la sociedad y el mercado en el caso colombiano. Es un deber ser y un norte que implica modificar racionalidades para llegar a una racionalidad ambiental, tal y como lo propone Leff (2014). Por ahora, este documento hace parte de un ejercicio discursivo, ético-político dentro de la ecología política, para deconstruir una realidad, rebautizándola para erosionar las positivas representaciones sociales construidas por los agentes azucareros.
Conclusiones
Plantear un cambio en la forma como se denomina una práctica agrícola, como la siembra extensiva y monopólica de la caña de azúcar, supone no solo un ejercicio reflexivo y crítico, sino la exposición de una postura ética y política que debe anclarse en los alcances y límites de la ecología política. A pesar de las permanentes y sostenidas críticas al monocultivo, y en particular a la caña de azúcar, esta práctica agrícola en lugar de debilitarse se consolida, lo que hace que cualquier propuesta de cambio en los usos de los suelos del valle geográfico del río Cauca, en particular en la jurisdicción del Valle del Cauca, se torne inviable. Y es así porque la producción de biocombustibles viene en constante crecimiento, negocio en el que están los ingenios azucareros asentados en el Valle del Cauca y la parte norte del departamento del Cauca.
Ante esta realidad, y a pesar de los procesos de resistencia y de recuperación de tierras emprendidos por el pueblo indígena nasa en varias zonas del departamento del Cauca (Corinto y Miranda) y en el sur del Valle del Cauca (Florida), el monocultivo de la caña de azúcar continuará su paso avasallante en lo cultural, en lo ambiental y en lo social. Se trata, entonces, de un proceso de sometimiento y domesticación de la naturaleza con implicaciones sociales, culturales, económicas y políticas, que extienden en el tiempo el empobrecimiento estético que produce un monocultivo como el de la caña de azúcar, al que insisto, hay que mirar como un EAD. Corresponde a los nuevos ecólogos políticos y a los historiadores ambientales mantener en el presente los efectos negativos que deja dicho monocultivo, e insistir en las críticas a una forma particular de entender las relaciones entre la sociedad y la naturaleza.
Agradecimientos
El artículo hace parte del proceso académico de construcción del proyecto de tesis doctoral. Su elaboración responde al uso de la técnica documental, del análisis y de la interpretación de hechos históricos; además, se apoya en el análisis crítico desde la perspectiva de la ecología política. El proceso formativo en el que se ancla esta reflexión es financiado por la Universidad Autónoma de Occidente en un 80%; el 20% restante, lo asume el autor.
Referencias
Notas
Referencias
Arias, W. (2017). Así se roban la tierra en Colombia. Bogotá: Impresol.
Asocaña (2017). Informe anual 2016-2017. Recuperado de http://www.asocana.org/modules/documentos/14140.aspx
Augé, M. (1992). Los No lugares, espacios del anonimato. Madrid: Gedisa.
Ayala, G. (2018). Lenguaje, sostenibilidad y postnaturaleza. Recuperado de http://germanayalaosoriolaotratribuna.blogspot.com/2018/04/lenguaje-sostenibilidad-y-postnaturaleza.html
Bookchin, M. (s. f.). El concepto de ecología social. Recuperado de http://www.ecologiasocial.com/biblioteca/BookchinConceptoEcologiaSocial.htm
Céspedes, K. (2015). El reclamo indígena por la tierra en el norte del Cauca. El Tiburón. Recuperado de https://elturbion.com/?p=10945
Colmenares, G. (1987). La formación de la economía colonial (1500-1740). En J. A. Ocampo (Ed.), Historia económica de Colombia (pp. 21-57). Bogotá: Planeta - Fedesarrollo.
Consejo Nacional de Política Económica y Social (2009). Documento Conpes 3624. Recuperado de http://www.crc.gov.co/files/Conpes_3624.pdf
Consejo Regional Indígena del Cauca (CRIC) (2017). Incauca asesina y persigue jurídicamente a la comunidad indígena nasa. Recuperado de http://www.cric-colombia.org/portal/incauca-asesina-y-persigue-juridicamente-a-la-comunidad-indigena-nasa/
Contraloría General de la República (2010). Estado de los Recursos Naturales y del Ambiente, 2009-2010. Bogotá: Imprenta Nacional de Colombia. Recuperado de https://www.contraloria.gov.co/documents/20181/461268/Estado+de+los+Recursos+Naturales+y+el+MedioAmbiente+2009-2010.pdf/aeca5d3d-9dac-46fd-be46-42048b1a950c?version=1.0
Contraloría General de la República (s. f.). Acumulación irregular de predios baldíos en la altillanura colombiana. Bogotá: Imprenta Nacional de Colombia. Recuperado de https://www.contraloria.gov.co/documents/20181/703164/Inf_Baldios_pub2017.pdf/fc83b206-c806-414e-a253-6bf355b01ccf
Corporación Autónoma Regional del Valle del Cauca (CVC) (2007). El río Cauca en su valle alto. Cali: Universidad del Valle.
Corporación Autónoma Regional del Valle del Cauca (CVC) (2012). Humedales. Recuperado de https://www.cvc.gov.co/tematicas/biodiversidad/humedales
Escuela Itinerante Afronortecaucana y Grupo Semillas (2013). Transformaciones de las fincas norte-caucanas para la persistencia en el territorio. Cuaderno de Semillas, (3), 2-10.
Fals-Borda, O. (1996). Región e historia. Elementos sobre ordenamiento y equilibrio regional en Colombia. Bogotá: Iepri - Tercer Mundo Editores.
García, A. (2009). Degradación de la fertilidad integral del suelo. El suelo importante recurso para la continuidad de nuestras generaciones. Seminario Nacional Año del Suelo, IGAC, SCC [documento inédito].
Giraldo, O. F. (2018). Ecología política de la agricultura, agroecología y posdesarrollo. San Cristóbal de Las Casas: El Colegio de la Frontera Sur.
Gómez, P. (2015). Indios, negros y otros indeseables. Capitalismo, racismo y exclusión en América Latina y El Caribe. Madrid: Milrazones.
Grande, C. D. (2016). Residuos agroindustriales biocombustibles. Cali: Universidad de San Buenaventura - Lemoine Editores.
Hurtado, D. (2018). El monocultivo de la caña de azúcar, un vecino hostil, acumulación por control en el contexto de las fumigaciones en el monocultivo de caña de azúcar, el caso de El Hormiguero (Cali) (Tesis de Maestría inédita). Universidad del Valle, Cali.
Jaramillo, J. (1987). La economía del virreinato (1740-1810). En J. A. Ocampo (Ed.), Historia económica de Colombia (pp. 61-98). Bogotá: Planeta - Fedesarrollo.
Leff, E. (2003). La ecología política en América Latina: un campo en construcción. Polis, Revista de la Universidad Bolivariana, 3(5), 17-40.
Leff, E. (2008). Discursos sustentables. México: Siglo XXI.
Leff, E. (2014). La apuesta por la vida. México: Siglo XXI.
Martínez, J. y Schulpmann, K. (1993). La ecología y la economía. México: Fondo de Cultura Económica.
Mora-Osejo, L. E. y Fals-Borda, O. (2002). La superación del eurocentrismo. Enriquecimiento del saber sistémico y endógeno sobre nuestro contexto tropical. Bogotá: Academia Colombiana de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales.
Palacios, M. (1994). Entre la legitimidad y la violencia, Colombia 1875-1994. Bogotá: Norma.
Palacio, G. (2002). Historia tropical: a reconsiderar las nociones de espacio, tiempo y ciencia. En G. Palacio y A. Ulloa (Eds.), Repensando la naturaleza, encuentros y desencuentros disciplinarios en torno a lo ambiental. Bogotá: Universidad Nacional de Colombia, Sede Leticia - Instituto Amazónico de Investigaciones Imani - Instituto Colombiano de Antropología e Historia - Colciencias.
Pécaut, D. (2001). Orden y violencia, evolución sociopolítica de Colombia entre 1930 y 1953. Bogotá: Norma.
Perafán, A. (2012). Valle del Cauca. Un estudio en torno a su sociedad y medio ambiente. Cali. Universidad del Valle.
Pérez, M. y Álvarez, P. (2009). Deuda social y ambiental del negocio de la caña de azúcar en Colombia. Bogotá: Arfo.
Pérez, M. y Álvarez, P. (2011). Dinámica económica y apropiación del agua en la agroindustria cañera. Revista Semillas. Recuperado de http://www.semillas.org.co/es/din-2
Pérez, M. A., Peña, M. R. y Álvarez, P. (2011). Agroindustria cañera y uso del agua: análisis crítico en el contexto de la política de agro combustibles en Colombia. Ambiente & Sociedad, XIV(2), 153-178.
Ramos, O. G. (1995). Solera de la caña de azúcar. En D. C. Cassalett, J. S. Torres y C. H. Isaacs (Eds.), El cultivo de la caña en la zona azucarera de Colombia (pp. 3-8). Cali: Cenicaña.
Ramos, O. G. (2005). Caña de azúcar en Colombia. Revista de Indias, LXV(233), 49-78.
Rodríguez, M. (2007). La preservación del medioambiente en el planeta; riesgos y oportunidades para Colombia. http://www.manuelrodriguezbecerra.org/e_loambi.htm
Rojas, J. M. (1983). Sociedad y economía en el Valle del Cauca. Tomo V: Empresarios y tecnología en la formación del sector azucarero en Colombia, 1860-1980. Cali: Universidad del Valle - Biblioteca Banco Popular.
Santacruz, M. (2009). El espacio del desarrollo. Cali: Universidad Autónoma de Occidente.
Santos, M. (2000). La naturaleza del espacio. Técnica y tiempo. Razón y emoción. Madrid: Ariel.
Tovar, H. (1987). La lenta ruptura con el pasado colonial (1810-1850). En J. A. Ocampo (Ed.), Historia económica de Colombia (pp. 101-130). Bogotá: Planeta - Fedesarrollo.
Una pelea sin fin en Cauca (2015). Semana. Recuperado de http://www.semana.com/nacion/articulo/una-pelea-sin-fin-en-cauca/421869-3
Uribe, H. (2014). De ecosistema a socio ecosistema diseñado como territorio del capital agroindustrial y del Estado-nación moderno en el valle geográfico del río Cauca, Colombia. Revista Colombiana de Sociología, 37(2), 121-157.
Cómo citar
APA
ACM
ACS
ABNT
Chicago
Harvard
IEEE
MLA
Turabian
Vancouver
Descargar cita
CrossRef Cited-by
1. Angelo Aliano Filho, Daniela Renata Cantane, Paulo Roberto Isler, Helenice de Oliveira Florentino. (2023). An integrated multi-objective mathematical model for sugarcane harvesting considering cumulative degree-days. Expert Systems with Applications, 232, p.120881. https://doi.org/10.1016/j.eswa.2023.120881.
2. Mary Luz Alzate-Zuluaga. (2019). Carta a los lectores. Forum. Revista Departamento de Ciencia Política, (15), p.7. https://doi.org/10.15446/frdcp.n15.80146.
3. Álvaro Germán Torres Mora. (2019). Dinámicas de acaparamiento y concentración de la tierra en Colombia. El caso de la agroindustria de la caña de azúcar. REVISTA CONTROVERSIA, (212), p.107. https://doi.org/10.54118/controver.vi212.1170.
4. Cristo Facundo Pérez, Sara Alonso Vicario, Nora van Cauwenbergh, Margaret Garcia, Micha Werner. (2024). Disentangling the socio-natural dynamics of drought and water scarcity in Colombia's Tropical Andes. Journal of Hydrology: Regional Studies, 56, p.102068. https://doi.org/10.1016/j.ejrh.2024.102068.
5. María José LaRota-Aguilera, Emmanuel Zapata-Caldas, Oscar Buitrago-Bermúdez, Joan Marull. (2024). New criteria for sustainable land use planning of metropolitan green infrastructures in the tropical Andes. Landscape Ecology, 39(6) https://doi.org/10.1007/s10980-024-01911-2.
Dimensions
PlumX
Visitas a la página del resumen del artículo
Descargas
Licencia
Derechos de autor 2019 Forum. Revista Departamento de Ciencia Política
Esta obra está bajo una licencia internacional Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivadas 4.0.
Aquellos autores/as que tengan publicaciones con FORUM Revista Departamento de Ciencia Política, aceptan los términos siguientes:- Los autores/as conservarán sus derechos de autor y garantizarán a la revista el derecho de primera publicación de su obra, el cuál estará simultáneamente sujeto a la Licencia de reconocimiento de Creative Commons Atribución – No comercial – Sin Derivar 4.0 que permite a terceros compartir la obra siempre que se indique su autor y su primera publicación esta revista.
- Los autores/as podrán adoptar otros acuerdos de licencia no exclusiva de distribución de la versión de la obra publicada (p. ej.: depositarla en un archivo telemático institucional o publicarla en un volumen monográfico) siempre que se indique la publicación inicial en esta revista.
- Se permite y recomienda a los autores/as difundir su obra a través de Internet (p. ej.: en archivos telemáticos institucionales o en su página web) antes y durante el proceso de envío, lo cual puede producir intercambios interesantes y aumentar las citas de la obra publicada. (Véase El efecto del acceso abierto).