Ofertas médicas, curanderos y la opinión pública: el Niño Fidencio en el México posrevolucionario
Medical Offerings, Healers, and Public Opinion: El Niño Fidencio in Post-Revolutionary Mexico
DOI:
https://doi.org/10.15446/achsc.v45n1.67557Palabras clave:
Pluralismo médico, ofertas médicas, curanderismo, El Niño Fidencio, México posrevolucionario, opinión pública, medicina tradicional, prensa. (es)Curanderismo (healing art), medical offerings, medical pluralism, El Niño Fidencio, post-revolutionary Mexico, press, public opinion, traditional medicine (en)
Este artículo tiene como propósito analizar la coexistencia de prácticas, ofertas médicas y curativas populares y oficiales en México durante la primera década del periodo posrevolucionario (1920-1930) a través del estudio del curandero ecléctico José Fidencio Síntora Constantino, mejor conocido como el Niño Fidencio (1898-1938). Se argumenta que la fluidez entre prácticas, ofertas y concepciones sobre los procesos de salud, enfermedad y atención, contrastó y se enfrentó con los anhelos de las instituciones sanitarias, así como de distintos médicos diplomados, cuando el suministro de los servicios de salud a través de las ofertas y propuestas de atención oficiales se erigió como un sustento clave para el proceso de reconstrucción nacional. De igual forma, el notable caso del Niño Fidencio arroja luz sobre las tensiones y la pluralidad de ofertas médicas que acompañaron los procesos de fortalecimiento de la medicina institucional en América Latina durante las primeras décadas del siglo pasado, e ilustra cómo sus eclécticas ofertas de atención y de curación ocuparon una notoria presencia pública en los medios masivos de comunicación, precisamente en un momento marcado por las incertidumbres del saber biomédico.
The purpose of this article is to analyze the coexistence of folk and official practices and medical and healing offerings in Mexico during the first decade of the post-revolutionary period (1920-1930), through the study of the eclectic healer José Fidencio Síntora Constantino, better known as el Niño Fidencio (1898- 1938). The paper argues that the fluid coexistence of diverse practices, offerings, and conceptions of health, illness, and care processes contrasted with the goals of health institutions and authorized physicians at a time when the provision of health services through official offerings and care proposals was a key element for the process of national reconstruction. Likewise, the notable case of El Niño Fidencio sheds light on the tensions and multiplicity of medical offerings that characterized the processes of strengthening institutional medicine in Latin America during the first decades of the 20th century. It also illustrates how his eclectic healing and care offerings achieved notorious public presence through the mass media at a moment marked by the uncertainties of biomedical knowledge.
Recibido: 3 de febrero de 2017; Aceptado: 18 de abril de 2017
RESUMEN
Este artículo tiene como propósito analizar la coexistencia de prácticas, ofertas médicas y curativas populares y oficiales en México durante la primera década del periodo posrevolucionario (1920-1930) a través del estudio del curandero ecléctico José Fidencio Síntora Constantino, mejor conocido como el Niño Fidencio (1898-1938). Se argumenta que la fluidez entre prácticas, ofertas y concepciones sobre los procesos de salud, enfermedad y atención, contrastó y se enfrentó con los anhelos de las instituciones sanitarias, así como de distintos médicos diplomados, cuando el suministro de los servicios de salud a través de las ofertas y propuestas de atención oficiales se erigió como un sustento clave para el proceso de reconstrucción nacional. De igual forma, el notable caso del Niño Fidencio arroja luz sobre las tensiones y la pluralidad de ofertas médicas que acompañaron los procesos de fortalecimiento de la medicina institucional en América Latina durante las primeras décadas del siglo pasado, e ilustra cómo sus eclécticas ofertas de atención y de curación ocuparon una notoria presencia pública en los medios masivos de comunicación, precisamente en un momento marcado por las incertidumbres del saber biomédico.
Palabras clave:
(Autor) pluralismo médico, ofertas médicas, curanderismo, El Niño Fidencio, México posrevolucionario, (Thesaurus) opinión pública, medicina tradicional, prensa.ABSTRACT
The purpose of this article is to analyze the coexistence of folk and official practices and medical and healing offerings in Mexico during the first decade of the post-revolutionary period (1920-1930), through the study of the eclectic healer José Fidencio Síntora Constantino, better known as el Niño Fidencio (18981938). The paper argues that the fluid coexistence of diverse practices, offerings, and conceptions of health, illness, and care processes contrasted with the goals of health institutions and authorized physicians at a time when the provision of health services through official offerings and care proposals was a key element for the process of national reconstruction. Likewise, the notable case of El Niño Fidencio sheds light on the tensions and multiplicity of medical offerings that characterized the processes of strengthening institutional medicine in Latin America during the first decades of the 20th century. It also illustrates how his eclectic healing and care offerings achieved notorious public presence through the mass media at a moment marked by the uncertainties of biomedical knowledge.
Keywords:
(Author) curanderismo (healing art), medical offerings, medical pluralism, El Niño Fidencio, post-revolutionary Mexico, (Thesaurus) press, public opinion, traditional medicine.RESUMO
Este artigo tem como objetivo analisar a coexistência de práticas, ofertas médicas e curativas populares e oficiais no México durante a primeira década do período pós-revolucionário (1920-1930) por meio do estudo do curandeiro eclético José Fidencio Síntora Constantino, conhecido como o Niño Fidencio (1898-1938). Argumenta-se que a fluência entre práticas, ofertas e concepções sobre processos de saúde, doença e atendimento contrastou com o desejo das instituições sanitárias bem como o de diferentes médicos licenciados, e os enfrentou, quando o fornecimento dos serviços de saúde por meio das ofertas e das propostas de atendimento oficiais foi instituído como uma forma de sustentação-chave para o processo de reconstrução nacional. Além disso, o notável caso do Niño Fidencio esclarece as tensões e a pluralidade de ofertas médicas que acompanharam os processos de fortalecimento da medicina institucional na América Latina durante as primeiras décadas do século passado, e ilustra como suas ecléticas ofertas de atendimento e de cura ocuparam uma notável presença pública nos meios massivos de comunicação, justamente num momento marcado pelas incertezas do saber biomédico.
Palavras-chave:
(Autor) curandeirismo, México pós-revolucionário, Niño Fidencio, ofertas médicas, pluralismo médico, (Thesaurus) imprensa, medicina tradicional, opinião pública.Introducción
En 1947 se publicó en la ciudad de México el libro El problema social y legal del charlatanismo. Su autor, el licenciado Francisco González Castro, entonces secretario general de la Universidad Nacional Autónoma de México, presentó un panorama desolador de la explotación de la credulidad pública por parte de curanderos, charlatanes y embaucadores de todo género, y aludió a las prácticas que estos anunciaban y realizaban a lo largo del país.1 Para realizar su estudio, González Castro se apoyó en lo que el médico argentino Gregorio Bermann plasmó en su libro La explotación de los tuberculosos (1941),2 también recurrió a la obra póstuma del médico mexicano Santiago Ramírez, La inmoralidad médica reinante (1945),3 y retomó lo que numerosas notas, crónicas y reportajes periodísticos establecían en torno al "fenómeno del charlatanismo" en los medios impresos de mayor circulación de diferentes estados del país durante las primeras décadas del siglo pasado. De acuerdo con González Castro, el "charlatanismo" era un fenómeno presente en todo lugar y momento de la historia, alimentado por la "ignorancia, el fanatismo, la credulidad religiosa y la vanidad humana".4 También aseguró que la incompetencia, el fraude y el lucro indebido, a lo que se sumaba el poder de la palabra y el embuste, penetraban hondo y sin contratiempo en las creencias y en las prácticas médicas y curativas de los mexicanos.5 Por ello, además de aludir a una vasta gama de medicamentos, prácticas y tratamientos ofrecidos por la biomedicina, y sobre todo a un sinfín de remedios "milagrosos" que invadían el incipiente mercado médico y las páginas de la prensa, González Castro dedicó una considerable parte de su estudio a denunciar y cuestionar la enorme popularidad de la que había gozado José Fidencio Constantino Síntora (1898-1938), mejor conocido como el Niño Fidencio.
El Niño Fidencio fue un curandero ecléctico que alcanzó el cenit de su popularidad en las semanas posteriores al 8 de febrero de 1928, cuando los medios masivos de comunicación del centro y norte del país, la prensa estadounidense y las autoridades estatales y federales de salud realizaron un seguimiento cotidiano de las prácticas, curaciones y tratamientos multitudinarios que realizaba entre los cientos de enfermos que le buscaban desde ambos lados de la frontera México-Estados Unidos. Y es que entre 1927 y 1938, numerosos hombres, mujeres y niños sin posibilidad de acceder a los incipientes e ineficaces programas y servicios estatales de salud -o con una mayor afinidad cultural respecto a los sistemas de curación que Fidencio ofertaba-, realizaron largos y penosos recorridos a pie, en tren o automóvil a la desértica hacienda de Espinazo en el estado de Nuevo León, buscando recuperar la salud perdida; de este modo se desató una "auténtica fiebre de visitas que muy pronto se convirtieron en peregrinaciones".6 Además, el extraordinario interés periodístico y de la opinión pública nacional e internacional en torno a Fidencio se exacerbó gracias a la intensamente publicitada y comentada visita que recibió en febrero de 1928 del entonces presidente de la república (1924-1928), el general Plutarco Elías Calles.
Distintos médicos, autoridades estatales y federales de salud, al igual que González Castro, reiteradamente calificaron a Fidencio como un "fraude médico" y como un "curandero-charlatán". Estos destacaron que no solo había logrado "apoderarse" de la credulidad colectiva y erigir un "imperio fraudulento" compuesto por "gente inculta", sino que también había logrado embaucar a "sectores enteros de población privilegiada", incluyendo a "funcionarios de la más alta jerarquía" al finalizar la década de 1920. Además, se aseguraba que la enorme visibilidad y popularidad de ese "curandero-charlatán" había desencadenado el desprestigio y descredito de las instituciones médicas, curativas y asistenciales del México posrevolucionario.7
A partir de ese tipo de afirmaciones se procuró diluir cualquier posibilidad para establecer una distinción entre un curandero y un charlatán, descalificándose por igual toda práctica externa a los criterios socio-profesionales de la medicina diplomada. Sin embargo, el que Fidencio haya sido buscado por cientos de personas permite apuntalar el hecho de que en México, al igual que en otros países latinoamericanos, la pretendida "hegemonía biomédica y la disonancia de la medicina popular coexistían con relativa facilidad". Y es por lo anterior que en las siguientes páginas, al prestar atención al caso de Fidencio, destacaré la coexistencia de diferentes prácticas, ofertas y sistemas médicos durante los años iniciales del México posrevolucionario. Argumentaré que la intensa presencia pública de ese curandero fue posible gracias a la convergencia de una serie de elementos, entre los cuales se destacan los siguientes: las incertidumbres del saber biomédico frente a determinadas enfermedades; la ineficacia de las ofertas de atención de la medicina diplomada; y la masificación y cada vez más intensa incidencia de los medios masivos de comunicación -periódicos, revistas y cine- en la sociedad en su conjunto. Los medios cotidianamente publicitaban y divulgaban una amplia gama de ofertas de atención, procedieran o no de la medicina diplomada.
Es pertinente agregar que esa confluencia de factores tuvo lugar durante un momento en el cual el ámbito de la salubridad se erigió como uno de intervención y regulación prioritario para los primeros gobiernos emanados de la fase más violenta de la Revolución mexicana (1910-1920). Esto llevó a que se reiterara que el proceso de reconstrucción nacional estaba indisolublemente vinculado con la modernización de las prácticas, terapéuticas, sistemas de curación y de asistencia médica.
Pluralismo, ofertas médicas, devociones emergentes y el Niño Fidencio
Distintos autores procedentes de disciplinas como la antropología, la antropología médica, la etnografía, la etnobotánica, y en menor medida desde la historia, han abordado el estudio del pluralismo médico en América Latina durante el periodo colonial, a lo largo de los procesos de conformación de los estados nacionales durante los siglos XIX y XX, así como sus manifestaciones actuales. Entre las temáticas que han despertado un particular interés se encuentran la diversidad de ofertas terapéuticas, asistenciales y curativas en la región, y las múltiples estrategias a través de las cuales la medicina diplomada buscó imponerse como la única autorizada y legítima por encima de una pluralidad de prácticas y saberes médicos populares e indígenas.8 Sobre esto último, es preciso destacar que una estrategia de la medicina académica de larga data fue la negación y descalificación de prácticas y sistemas médicos, curativos y asistenciales ajenos a ella, con lo cual se buscaba imponer como hegemónicos una serie de prácticas, saberes y recursos específicos legitimados por la medicina oficial. Lo anterior implicó un proceso de categorización y jerarquización de las conflictivas y dinámicas interacciones entre curadores y enfermos; en algunos casos también condujo a la persecución o criminalización de saberes y prácticas médicas y curativas ajenas a la biomedicina. Sin embargo, lo anterior no resultó en la anulación de la convivencia, complementariedad y diálogo entre las medicinas populares y académicas.9
Esto último ha sido magníficamente analizado en diversas investigaciones recientes. Steven Palmer, por ejemplo, además de examinar las interacciones entre las prácticas médicas populares y convencionales en Costa Rica entre 1800 y 1940, prestó cuidadosa atención al estudio de las curaciones del espiritista, mago y "doctor" cubano Carlos Carballo Romero, mejor conocido como "el Profesor Carlos Carbell", en Costa Rica durante la década de 1930.10 En este mismo sentido David Sowell estudió el caso de Miguel Perdomo Neira, un curandero que acaparó la atención del público y de la prensa en Bogotá, Colombia, durante el último tercio del siglo xix, generando una intensa confrontación entre las élites médicas y sus seguidores.11 De igual forma, Luz María Hernández Sáenz analizó la plural y heterogénea oferta médica, curativa, terapéutica y asistencial en México durante las décadas finales del periodo colonial y los primeros años de la época independiente, y destacó que numerosos médicos diplomados fueron bastante tolerantes frente a distintas prácticas y saberes médicos indígenas.12 Por ende, es necesario subrayar que no solo prevaleció la persecución y la proscripción de prácticas médicas consideradas como carentes de un estatus de "cientificidad", sino que el consentimiento y la aceptación también sobresalieron.13
Aunado a lo anterior, de acuerdo con estos y otros autores, la coexistencia, complementariedad, convergencia y enfrentamiento de distintos sistemas y prácticas médicas fue constante a lo largo de los periodos colonial e independiente. Este pluralismo médico, si bien se sustentó en diferentes elementos de las culturas y conocimientos médicos europeos y precolombinos, así como en sistemas y prácticas de curación populares y mestizas que se arraigaron y transformaron a lo largo de varios siglos, también se alimentó de otros factores particularmente relevantes durante los primeros años del siglo pasado. Estos son los mismos factores que considero esenciales para comprender la notoriedad de la cual fue objeto el Niño Fidencio. Me refiero concretamente a las incertidumbres del saber biomédico frente a determinadas enfermedades, a la ineficacia de las ofertas de atención de la medicina diplomada,14 a la negación o descalificación de determinadas dolencias y malestares por parte de la biomedicina,15 y a la masificación de los medios de comunicación que ofertaban y publicitaban prácticas y terapéuticas de múltiples procedencias. Por ende, se puede afirmar que fue en ese contexto de incertidumbre biomédica y de masificación de los medios de comunicación, cuando Fidencio ocupó una notable presencia pública, ofertando terapéuticas y propuestas heterogéneas de atención que circularon con relativa fluidez entre amplios sectores sociales.
El Niño Fidencio formó parte del mundo de la medicina popular, plural y profundamente religiosa que prosperó entre 1880 y 1940 en los estados del norte de México (Baja California, Chihuahua, Coahuila, Nuevo León, Sina-loa, Sonora, Tamaulipas), al igual que en Arizona y el sur de Texas, Estados Unidos.16 En esa vasta región, "alejada de los espacios e imágenes religiosas tradicionales" y carente de servicios médicos y asistenciales, se registró un flujo masivo de migrantes procedentes de muy diversos estados del país, del continente europeo y asiático, pero también la salida de cientos de trabajadores a Estados Unidos debido a la "ampliación de las líneas de ferrocarril en Estados Unidos y su comunicación con los ferrocarriles de México".17 Estos fenómenos migratorios generaron profundas transformaciones demográficas, laborales, religiosas y culturales, posibilitaron la confluencia y renovación de múltiples prácticas médicas, curativas y asistenciales de distintas procedencias, y fortalecieron y popularizaron un sinfín de devociones religiosas en ambos lados de la frontera México-Estados Unidos. Por lo tanto, además de converger prácticas y terapéuticas de la medicina diplomada, de curanderos tradicionales, hueseros y parteras, así como "prácticas médico-religiosas híbridas" en las cuales no se realizaba distinción alguna entre el bienestar físico y el espiritual,18 fue intensa la diversidad religiosa y la devoción por "personas vivas que se hicieron ampliamente conocidas por su fama de santidad asociada a su capacidad para realizar curaciones milagrosas".19
El Niño Fidencio, un individuo blanco con ojos verdes, de origen rural, migrante (originario del centro-occidente de México) y profundamente religioso, fue un destacado representante de estas devociones médico-religiosas que se multiplicaron en el norte del país.20 Sus habilidades, o su don, para sanar una amplia gama de padecimientos incurables por la biomedicina, circularon ampliamente en periódicos y revistas, de boca en boca, en canciones y corridos, al igual que en múltiples fotografías. De manera similar a los renombrados curanderos Don Pedrito Jaramillo y Teresa Urrea, mejor conocida como "la Niña" o "Santa de Cabora",21 el Niño Fidencio motivó a que miles de personas decidieran "emprender la travesía para ser sanados, o bien para conocer al santo y visitar el lugar de los hechos, convertido en recinto de peregrinación," desde ambos lados de la frontera México-Estados Unidos.22 Lo anterior fue posible gracias a las transformaciones técnicas, narrativas y visuales por las cuales atravesaron los medios masivos de comunicación, entre las que sobresalieron: la reproducción masiva de fotografías en periódicos y revistas, la renovación de los formatos y contenidos de los medios impresos, el surgimiento y la consolidación de la figura del reportero y del foto-reportaje, y el enfoque comercial y noticioso adoptado por distintos medios de comunicación. Con ello, un público amplio -nacional y del extranjero- tuvo la oportunidad de conocer, apreciar, valorar y dar un seguimiento cotidiano a las ofertas y prácticas curativas de Fidencio, y al enorme contingente de "pobres, ciegos, sifilíticos, paralíticos, lisiados, mudos, sordos, tísicos, locos violentos y tranquilos, y enfermos de los más extraños males"23 que acudían a la hacienda de Espinazo. La notoriedad pública de la que fue objeto Fidencio también trastocó los anhelos de las instituciones médicas y sanitarias de los primeros gobiernos posrevolucionarios, las cuales buscaron erigirse como las únicas autorizadas y legítimas para ejercer el "arte de curar".
Al respecto es importante mencionar que fue a partir de la década de 1920, al concluir la fase más violenta de la Revolución mexicana (1910-1920), cuando las atribuciones, obligaciones y alcance de las políticas y programas de salud pública estatal comenzaron a atravesar por importantes procesos de expansión, reorganización y sofisticación. Así, y en concordancia con lo establecido en la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos de 1917 en su artículo 73, y al crearse el Departamento de Salubridad Pública (DSP), se determinó que le correspondería la responsabilidad de regular la legislación sanitaria del país, vigilar la policía sanitaria de puertos, costas y fronteras, contener los contagios de enfermedades epidémicas, difundir los principios de la higiene, reglamentar el ejercicio de la profesión médica y encontrar los medios legales para terminar con el curanderismo, el fraude y el embuste, entre otros elementos. Además, en 1926 se expidió y entró en vigor el primer código sanitario obligatorio y de alcance nacional de la posrevolución, y un año después se celebró la Primera Reunión de Autoridades Sanitarias de la República con el propósito de coordinar y planificar la puesta en marcha de diferentes programas de salud en distintos estados del país, intensificándose las "cruzadas" contra la tuberculosis, el alcoholismo y la drogadicción. De igual forma, la División de Salud Internacional de la Fundación Rockefeller llegó a México en 1928, concentrando sus labores en el diagnóstico y tratamiento de la uncinariasis en el estado de Veracruz.24 Y fue precisamente en ese contexto de intensificación y diversificación de los servicios y programas de la salud estatal, que las prácticas, curaciones, presencia y los debates en torno a Fidencio ocuparon un lugar destacado en los medios masivos de comunicación. Ese curandero ecléctico generó amplias deliberaciones y cuestionamientos entre los funcionarios del ámbito oficial de la salubridad y entre la opinión pública, pero también, como se expondrá a continuación, se apoderó del imaginario colectivo.
El Niño Fidencio: del anonimato a la primera plana
Si bien el Niño Fidencio reiteradamente fue calificado como el "fenómeno más claro del curanderismo" y del "charlatanismo popular" de la historia reciente del país,25 es preciso destacar que ese curandero, a diferencia del charlatán, no ostentó poseer el título de doctor en medicina, no era vendedor de milagros y tampoco compartía una de las características esenciales del charlatán: la itinerantica. Es decir, no se trataba del "personaje donde el viaje de plaza en plaza, los remedios milagrosos, las promesas, los tónicos, los ungüentos y las tisanas se unen con el poder de la palabra y la credulidad de quien mira y escucha".26 Lo que Fidencio sí logró desde finales de la década de 1920 fue apoderarse de la opinión pública, formar parte de la cultura popular e incidir en las prácticas médicas y curativas de amplios sectores sociales, prácticas que las autoridades de salud esperaban no fuesen vistas, nombradas y, mucho menos, solicitadas.
Las versiones que giraron alrededor del origen, infancia y vida de Fidencio fueron múltiples, divergentes y contradictorias. No obstante, se puede afirmar que José Fidencio Síntora Constantino nació en 1898 en Yuriría, Guanajuato, que sus padres fueron Socorro Constantino y María Tránsito de Síntora (a quienes perdió a los 6 o 7 años), que cursó hasta el tercer grado de primaria y que era profundamente religioso. También se sabe que el excoronel villista Enrique López de la Fuente le protegió a lo largo de su vida, y que en plena década revolucionaria (1910-1920) Fidencio vivió en Yuriría, Michoacán, y en Iramuco, Guanajuato, donde trabajó como peón, al igual que en Yucatán, donde fue cocinero y partero. En 1921 o 1923, como muchos otros migrantes, llegó a la hacienda de Espinazo, propiedad del empresario alemán y espiritista Teodoro von Wernich, ubicada en el municipio de Mina en la frontera entre Nuevo León y Coahuila.27 En la misma, y a muchos kilómetros a la redonda no había médicos diplomados, clínicas, hospitales, servicios médicos, curativos o asistenciales para atender las necesidades de sus habitantes. En 1921 lo único que conectaba a los 121 habitantes de la hacienda de Espinazo con otras haciendas, poblados y ciudades era el ferrocarril.
Las actividades curativas de Fidencio iniciaron en 1925, cuando trabajando como peón en la hacienda de Espinazo comenzó a atender a jornaleros lastimados o enfermos y a mujeres durante el trabajo de parto, haciéndose de un modesto pero creciente renombre como un curandero amable, benévolo y bondadoso, estando él convencido de que curaba por mandato divino. Dos años después, en 1927, curó al propietario de la hacienda de Espinazo de una enfermedad que los médicos diplomados habían sido incapaces de diagnosticar y de curar. En agradecimiento, Teodoro von Wernich le fotografió y prometió que lo haría mundialmente famoso, por lo que reprodujo y distribuyó entre cientos de personas una fotografía de Fidencio.28 En ella, Fidencio aparecía ataviado "con un traje, camisa blanca y corbata, sus manos al frente, apoyadas en la cabeza de un bastón, [con] el labio inferior caído en forma característica".29 Esta fotografía sería la primera imagen pública de Fidencio, renombrado por la prensa de la época como "el Taumaturgo de Espinazo" o el "Hipócrates Rústico".30
Es preciso destacar que durante la década de 1920 más del 70% de los 15 millones de habitantes se dedicaba a labores agrícolas en pueblos y comunidades con menos de 2.500 habitantes,31 en los cuales la presencia de médicos titulados, enfermeras y farmacéuticos era esporádica, paliativa o simplemente inexistente. Además, numerosos hombres, mujeres y niños vivían agobiados por la pobreza, debilitados por enfermedades endémicas, eran presa fácil de enfermedades infectocontagiosas y, en el mejor de los casos, tenían una esperanza de vida al nacer de 45,9 años.32 Fue precisamente en ese trasfondo de pobreza, enfermedad y abandono, y durante un momento en el que la incertidumbre prevalecía en las ofertas médicas y terapéuticas de la biomedicina, cuando numerosas noticias, reportajes, entrevistas, fotografías y foto-reportajes publicados en El Universal, El Universal Gráfico, Excélsior (Ciudad de México), El Sol, El Porvenir (ambos de Monterrey, Nuevo León) y en The New York Times, alentaron a que numerosas personas emprendieran el viaje a la hacienda de Espinazo en búsqueda de la salud perdida.
En diciembre de 1927 las páginas de El Universal (Ciudad de México) destacaban que más de 4.000 personas se aglomeraban en la hacienda de Espinazo: "hombres y mujeres y niños de todas las clases; se escuchan diversidad de idiomas, se observan las costumbres más encontradas. Desde el indio pintoresco hasta el chino color ámbar; desde el fuerte norteamericano rojizo hasta el negro que parece llevar su cara embetunada".33 Poco después, en enero de 1928, el periódico El Sol de Monterrey exclamaba con alarma que los trenes con sus "vagones abarrotados de personas enfermas llegaban día tras día a Espinazo".34 Un mes después, los principales periódicos de los estados de Nuevo León, Coahuila y los de la Ciudad de México sostenían que cerca de 7.000 personas enfermas de todo género de padecimientos, curables e incurables, se aglomeraban en la más absoluta pobreza e insalubridad en la hacienda de Espinazo,35 agregándose lo que sigue:
muchos son los pobres que acuden a los peores sacrificios para hacerse de unos cuantos pesos y emprender, a pie, la peregrinación bajo los rayos de un sol que empieza a ser de plomo. Harapientos, cubiertos de polvo, empapados de sudor, los humildes van caminando lentamente, por las carreteras de los alrededores con las pobres alforjas llenas de la esperanza de un alivio próximo.36
En esas y otras crónicas se exhibían cuadros de pobreza, abandono y enfermedad, pero también se invitaba a los lectores de diferentes ciudades a "descubrir" prácticas médicas y curativas extravagantes, increíbles o mágicas, insertando testimonios sobre la salud recuperada gracias a Fidencio, y destacando la devoción y la esperanza que prevalecía entre cientos de personas en momentos de enfermedad.
A partir del 8 de febrero de 1928 las noticias, reportajes y entrevistas en torno a las prácticas de Fidencio se intensificaron, apoderándose de la opinión pública. Ese día arribó a la estación ferroviaria de Espinazo el tren presidencial Olivo. La llegada del presidente Plutarco Elías Calles, en compañía del general Juan Andreu Almazán; Aarón Sáenz, gobernador del estado de Nuevo León; Dámaso Cárdenas, alcalde de Mina; y de otros militares, sorprendió y atrapó a la opinión pública del país durante las tres horas que permaneció en ese desolado lugar. De acuerdo con algunos testimonios publicados en la prensa, al arribar el tren presidencial, los seguidores de Fidencio primero entonaron el himno nacional, e inmediatamente después cantaron el "himno" de Espinazo: "La hija del penal" ("¡Ay, Virgen del Consuelo, ven! / Ayúdame a salvar mi bien / porqué mis penas son mis dolores / !Ay Virgencita, sálvalo! / que quiero su cariño ser / y el preso eterno de sus amores").37
Es preciso mencionar que la visita del presidente Calles a la hacienda de Espinazo tuvo lugar en el marco de un breve recorrido que realizó por los estados del norte durante los primeros días de febrero de 1928. Calles visitó las obras de construcción del ferrocarril entre Xicoténcatl y Villa Juárez en Tamaulipas, las obras de irrigación para captar aguas de los ríos Mante y Guayalejo, la edificación de la carretera de Montemorelos a Monterrey, y pasó tres días en su finca, llamada Soledad de la Mota, por motivos de salud.38 Además, el encuentro Calles-Fidencio tuvo lugar durante el desarrollo de la Guerra Cristera (1926-1929), por lo que esa entrevista puede ser considerada como una expresión del anticlericalismo radical de Calles, o bien, como resultado de su frágil salud, por su hipocondría y afinidad con el espiritismo.39
La prensa reportó el extraordinario encuentro Calles-Fidencio relatando que primero conversaron al interior del tren presidencial, y que después Fidencio llevó al presidente a conocer su principal espacio de trabajo, la escuela de Espinazo, donde permanecieron solos por un tiempo. Se agregó que cuando Calles salió y se presentó ante los seguidores de Fidencio, el presidente de la república no vestía más "sus propias ropas, sino que portaba una de las largas y amplias túnicas [...]" que el Niño prefería usar.40 Incluso se afirmó que Calles y sus acompañantes habían tomado un "brebaje medicinal que Fidencio les brindó".41
La sorpresiva entrevista Fidencio-Calles, en la que no se permitió ninguna toma fotográfica, generó que una avalancha de reporteros y foto reporteros se trasladara a Espinazo en búsqueda de más comunicaciones para recrear el encuentro y saciar la sed de información que el curandero estaba despertando entre miles de personas. Un día después de la inesperada visita de Calles, la prensa aseguraba que los vagones del ferrocarril llegaban a Espinazo repletos de personas con sarampión, pulmonía, paludismo, tuberculosis, lepra y viruela, y que era notable el contingente de individuos ciegos, mudos y paralizados que la biomedicina era incapaz de curar.42 Tal fue el fervor que suscitó el Niño Fidencio que el 22 de febrero de 1928 The New York Times incluyó una noticia titulada: "Cures by Healer Stir Mexico City". En la misma destacó que tanto la campaña presidencial del general Álvaro Obregón como el desarrollo de la Guerra Cristera perdían notoriedad entre la opinión pública debido a las noticias, relatos y testimonios de las curaciones milagrosas y excepcionales de Fidencio. Incluso, se atrevió a caracterizar a Fidencio como un "individuo de origen británico e indígena que gustaba vestir ropa mexicana y una gorra de béisbol al estilo estadounidense".43 Al finalizar marzo de 1928, y ante el creciente número de personas que solicitaba los servicios de Fidencio desde ambos lados de la frontera México-Estados Unidos, se estimó que más de 30.000 personas se aglomeraban en "la Meca de la Salud" o "Campo del Dolor", como la prensa bautizó a la hacienda de Espinazo.
Lo anterior suscitó que diversos reporteros y fotorreporteros se trasladaran a Espinazo, entre ellos Fernando Ramírez Aguilar, mejor conocido como "Jacobo Dalevuelta", y el fotógrafo Gustavo Casasola por parte del periódico El Universal.44 En los múltiples reportajes que realizaron, coexistieron el relato, la ficción, la recreación de preocupaciones médicas, sociales y culturales y claro está, descripciones detalladas de las curaciones que Fidencio efectuaba, y de sus seguidores. También tomaron múltiples fotografías y titularon sus notas con frases contundentes para captar la atención y despertar el interés de los posibles lectores: "El Niño Fidencio en el Campo del Dolor"; "Primera información gráfica interesante por todos conceptos y llena de colorido que se publica en México en relación con las actividades del Niño Fidencio"; "Curaciones hechas por el Niño Fidencio", "Aspectos del Campo del Dolor en Espinazo"; "El Niño Fidencio ante la ciencia", o bien, "El Campo del Dolor ante la Cámara de El Universal."45
En esos y otros reportajes el público podía contemplar a Fidencio entre la multitud de enfermos incapaces de recuperar la salud con las inciertas ofertas de la biomedicina; los momentos en los que arrojaba flores, chocolates y fruta a los enfermos que se aglomeraban a su alrededor; el instante en el que Fidencio extraía un tumor con tan solo un trozo de vidrio de botella (figura 1), o cuando posaba deliberadamente ante la cámara.
La destacada presencia pública de Fidencio alentó la organización de excursiones que ocuparon un espacio en las páginas de la prensa, informándose que "personas acomodadas" y acostumbradas a "ciertas comodidades y al mismo tiempo enfermas", podrían trasladarse y permanecer por lo menos 10 días en la hacienda de Espinazo. Por ello se destacó que el señor Guillermo Romay, un alto empresario de las Líneas Nacionales de Navegación y con gran estima por las numerosas personas "cultas" que no podrían "vivir [...] en condiciones muy semejantes a las de los mendigos", solicitó a los Ferrocarriles Nacionales unos "carros Pullman" para que trasladaran y alojaran a esas personas "de representación y posibilidades económicas" en la "Meca del Dolor" durante el tiempo que decidieran permanecer en manos de Fidencio.46
Un resultado, o detonante, del interés que suscitaron las prácticas de Fidencio fue la publicación de testimonios en los que diferentes individuos aseguraban que gracias al Taumaturgo de Espinazo gozaban de plena salud. En este sentido, el reportero Manuel Becerra Acosta del periódico Excélsior (Ciudad de México) -quien consideraba que las prácticas de Fidencio no tenían nada de "sobrenatural, puesto que se basan en principios medicinales del dominio exclusivo de la ciencia"-, hizo públicas las palabras de un profesor de la Universidad de Salamanca, el padre Méndez, que después de permanecer varios días en la hacienda de Espinazo manifestaba tener la convicción de que Fidencio curaba "los males más enconados", recurriendo a "tratamientos curativos simplemente, sencillamente, sin entregarse ante la vana palabrería de los charlatanes que todos conocemos". Méndez agregó que Fidencio no buscaba con sus "curaciones dineros u honores. Lo he visto rechazar una gruesa suma de dinero que le ofrecía uno de sus agradecidos pacientes. Toma el dinero que necesita para vivir y para preparar sus medicinas. Además, aquí es famosa la caridad de Fidencio".47
Es preciso destacar que la notoriedad pública de Fidencio no se circunscribió a las páginas de la prensa, ocupando también un lugar en la creciente producción fílmica de la época. Así, en febrero de 1928 los cines Salón Rojo, Mundial, Isabel, Teresa, San Rafael, Rivolí y el Monumental de la Ciudad de México, proyectaron la película titulada: "El Niño Fidencio en sus maravillosas Curaciones", fotografiada por Jorge Stahl.48 Otra película que se proyectó en la capital se tituló "El campo del dolor". Esta fue editada por Eduardo Martorell e incluyó "escenas reales que arrancan lágrimas del corazón, cuando el taumaturgo realiza sus maravillosas curaciones que vuelven la vista al ciego y hacen caminar al paralítico".49
La visibilidad de la que fue objeto el Niño Fidencio no quedó sin ser aprovechada por publicistas y médicos de dudosa procedencia. En febrero de 1928, un llamado "doctor" Raschbaum, quien se presentó como "especia lista alemán en debilidad sexual, derrames nocturnos [...] gonorrea y otras enfermedades", apeló a la figura de Fidencio al declarar: "Se necesitan más Fidencios científicos".50 Simultáneamente, diversos anuncios que promovían el consumo de productos de incierta procedencia y eficacia, invadiendo el incipiente mercado médico, señalaban: "El Niño Fidencio no cura la calvicie pero recomienda el Abrotanocol".51 De igual forma, otros curanderos de la región norte del país fueron motivo de atención periodística, como el caso de "El Niño Marcialito" de Parras, Coahuila, en enero de 1928;52 o el de Juan Amador Sánchez, oriundo de Torreón, Coahuila, quien aseguraba ser el "verdadero portador de los conocimiento para curar a los enfermos".53 La prensa también señalaba que Amador Sánchez había sido arrestado por faltas a la salud pública -y no por sus procedimientos de curación-, pero que había alcanzado la libertad debido al "escándalo" que sus múltiples seguidores provocaron en la Inspección de Policía.54 Otro curandero que fue motivo de atención fue José Natividad, un indígena "de la tribu tarahumara" que ofertaba en la ciudad de Chihuahua una amplia gama de yerbas para toda clase de enfermedades, "mismo sean reumas que sordera, que mal de sangre o indigestión", por lo que se aseguraba que sus prácticas estaban "haciendo formal competencia a su colega y vecino: Fidencio Constantino".55
La inserción de noticias sobre otros curanderos en las páginas de la prensa, las cuales habrían quedado en el anonimato de no haberse suscitado la enorme atención que generó Fidencio; el que médicos de dudosa procedencia aprovecharan la figura de Fidencio para anunciar sus prácticas y productos; la proyección de películas sobre ese curandero ecléctico y la publicación masiva y cotidiana de reportajes, fotografías y testimonios sobre el "Taumaturgo de Espinazo", permiten apuntalar que numerosos enfermos buscaban y probaban un sinfín de ofertas terapéuticas y curativas de amplia circulación, ajenas a las ofertas de la medicina diplomada. Lo anterior, además, apunta hacia el hecho de que los límites entre las prácticas de curación popular y oficial eran tenues, al margen de las denuncias y de la incierta reglamentación del "arte de curar", como se destacará en la próxima sección.
Insalubridad, denuncias y la reglamentación del "arte de curar"
Mientras la prensa daba a conocer la esperanza que Fidencio otorgaba a miles de personas enfermas y el interés que sus ofertas curativas suscitaban entre un público amplio y heterogéneo en diferentes partes del país y en los Estados Unidos, un tema constantemente reiterado fue el creciente problema de insalubridad en el "Campo del Dolor".56 Ciertamente, las multitudes que se aglomeraban en la hacienda de Espinazo, la inexistencia de los servicios más básicos de infraestructura sanitaria, el hacinamiento de individuos con todo género de padecimientos, la falta de agua y alimentos, así como la ausencia de espacios para enterrar a los enfermos que morían, llevaron a que distintos médicos de los estados de Nuevo León, Coahuila y Durango exigieran la pronta y decidida intervención de las autoridades locales y federales de salud para terminar con ese foco de infección, incredulidad y fanatismo. Incluso se aseguraba que la presencia de "interminables caravanas de enfermos" que día tras día llegaban a Espinazo estaba transformando en "un fantástico hospital los antes áridos llanos de aquel lugar, sin que autoridad de ninguna especie se preocupe de molestarlo".57 Médicos y funcionarios públicos señalaban que "diariamente se están muriendo numerosas personas por falta de atención médica, que fueron a Espinazo creyendo encontrar una curación a sus males", y que eran tantas y tan diversas las enfermedades contagiosas en "la ciudad del Dolor" que solamente "un verdadero milagro" explicaba por qué no se habían diseminado.58
Frente a esa situación, diversos médicos exigieron el envío de brigadas médicas y sanitarias, y que se realizara una exhaustiva y detallada investigación de las enfermedades que padecían los seguidores de Fidencio. Uno de ellos fue el doctor Felipe Brachett, procedente del estado de Durango, quién determinó que lo que estaba aconteciendo en la hacienda de Espinazo era un peligro para la salud pública del estado de Nuevo León, para los estados circundantes y para la frontera México-Estados Unidos.59 Las faltas a la higiene pública y la insalubridad que se multiplicaba alrededor de Fidencio, también fueron señaladas por viajeros procedentes de la ciudad de Torreón. Estos, al hacer escala en la estación ferroviaria de Espinazo, señalaban que lo único que se podía contemplar era un "enorme campamento de enfermos que no guardan ni las más elementales condiciones de higiene [.] viven y duermen en malas carpas, los más afortunados, pues otros que carecen de todo alojamiento se amontonan en los quicios de las puertas o duermen a la intemperie".60 Ante esta situación, el doctor Bernardo Gastélum, entonces jefe del Departamento de Salubridad Pública, expresó a El Universal que él personalmente encabezaría una brigada para verificar las condiciones sanitarias de la hacienda de Espinazo y enviaría un carro-laboratorio con medicamentos, drogas y aparatos de desinfección. Gastélum incluso sostuvo que se investigarían "las aptitudes del Niño Fidencio para curar determinadas enfermedades".61
Algunos médicos decidieron trasladarse a la "Meca del Dolor" para verificar y registrar personalmente lo que estaba aconteciendo en esa región del país, como lo hizo Francisco Vela González, un médico egresado de la Universidad de Harvard. El 27 de mayo de 1930 arribó a la estación ferroviaria de Espinazo sin revelar a nadie que, además de ser médico, era vicepresidente del Consejo de Salubridad del estado de Nuevo León y delegado sanitario federal. De acuerdo con él, decidió emprender el viaje de "incognito" debido a que las prácticas de Fidencio constituían un peligro para los habitantes de las comunidades, poblados y municipios cercanos a Espinazo, siendo también inaceptable la insalubridad y promiscuidad en la cual se hacinaban enfermos de tuberculosis, lepra, cáncer y otras enfermedades. Cuando Vela González descendió del tren en la estación de ferrocarril, con pistola a la cintura y cámara en mano, lo primero que percibió fue una larga fila de personas con cubetas y otros recipientes, quienes esperaban a que se les proporcionara agua. Después de avanzar unos pasos contempló numerosas chozas mal construidas, jacales y tiendas de campaña que formaban una abigarrada, desordenada e insalubre "ciudad", cuyas calles habían sido nombradas Oaxaca, Peralvillo y Colonia Roma. Poco después solicitó a una señorita vestida de blanco que le llevara a conocer a Fidencio, quien comunicó la petición al Taumaturgo de Espinazo. Fidencio aceptó y le recibió vistiendo "una larga bata blanca [...] una 'mascada' de seda [...] a manera de corbata, unos brillantes falsos sobre el nudo de la misma y un reloj de pulsera. Portaba pantalones blancos [...] sus pies desnudos".62 El doctor Vela le preguntó si le podía fotografiar, Fidencio aceptó y posó gustosamente en compañía de sus ayudantes, todos vestidos de blanco. Posteriormente, el doctor Vela le expresó que únicamente deseaba mirar cómo trabajaba y conocer el "Campo del Dolor".
Fidencio explicó que realizaba curaciones diferenciadas en espacios distintos. En el llamado "corral" atendía a enfermos de lepra; en el patio o "círculo" que era clínica general y teatro, realizaba curaciones colectivas, montaba pequeñas obras de teatro y cantaba con voz de soprano. Otros espacios eran el "Colegio de Mudos", la "Sala de Maternidad", un estanque, un pozo de cemento con poca agua, y una serie de dormitorios. Vela relató que Fidencio recurría a un vasto inventario diagnóstico y curativo: a la hidroterapia en casos de sífilis, ceguera y lepra; a la telepatía para diagnosticar a simple vista; a la kinesiterapia (tratamiento de enfermedades a través del movimiento) para columpiar a paralíticos, mudos y dementes; a la música, ya que en ocasiones cantaba mientras curaba; a la cirugía, utilizando vidrios desinfectados con alcohol; a las frotaciones, tisanas y hierbas de la región; y a las oraciones y rezos multitudinarios que desencadenaban en la catarsis colectiva.63
El doctor Vela escribió un detallado recuento de sus impresiones con la intención de enviarlas al jefe del Departamento de Salubridad Pública y al gobierno del estado de Nuevo León. Sin embargo, su escrito se filtró y se publicó en el periódico El Porvenir (Nuevo León), anticipándose su llegada a manos de las autoridades de salud.64 En ese texto Vela reiteró que era urgente evitar, contener, disuadir y terminar con las prácticas médicas y curativas de Fidencio, a las que calificó como una farsa: "Fidencio ha sido un exponente ridículo de nuestra ignorancia ante el mundo civilizado".
Por ello, al igual que otros médicos diplomados, exigió la pronta y decidida intervención de las autoridades sanitarias y judiciales.65 Sin embargo, Fiden-cio no se hacía llamar médico y no ostentaba poseer el título para ejercer la medicina, por lo cual las autoridades estatales y federales de salud carecían de la autoridad y atribución legal para aprehenderlo.
Este vació legal obedecía a que el artículo 4° de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, referente al ejercicio de las profesiones -la medicina incluida-, no estaba reglamentado. Por ello, una y otra vez se determinó que
el papel del Departamento de Salubridad en casos como este [...] se tiene que limitar a evitar que los individuos que no se titulen de médicos ejerzan sin tener el título correspondiente […] por lo demás, no se puede impedir que un individuo que dice que cura, lo haga o no con las personas que le crean.66
No obstante lo anterior, en 1929 el estado de Nuevo León "estableció un caso formal en contra de Fidencio" por ejercer ilegalmente el arte de curar. La defensa de Fidencio quedó en manos del abogado José F. Guajardo, mejor conocido como "El Abogado Dinamita", un individuo profundamente interesado en las "ciencias ocultas", estudioso del espiritismo y quien había sido defensor de "Zulema Moraima y la Güera Eva, curanderas de gran potencia hipnótica".67 Guajardo argumentó en la defensa de Fidencio que su cliente únicamente recurría a la herbolaria, y que lo anterior no podía considerarse como "ejercicio de la medicina". La demanda no prosperó.68 No obstante, Fidencio continuó siendo señalado -por parte de las autoridades sanitarias del estado de Nuevo León, de otros estados y en diversos artículos periodísticos- como un obstáculo para el progreso sanitario del país y como un charlatán cuyas prácticas ponían en peligro la salud y el bienestar de las personas que solicitaban sus servicios. Frente a ello, el Niño Fidencio respondió enviando algunas cartas al presidente y general Plutarco Elías Calles, solicitando su intervención para que "la envidia y la malevolencia" cesaran de hacer de sus prácticas un "blanco de ataque". En una de esas cartas expresó lo que sigue al presidente Calles:
no se me ha podido atacar en el sentido de que exploto [a los enfermos], que me hago propaganda, que mis curaciones son ficticias, pues hay infinidad de testimonios, que sin necesidad de manifestarlo yo, hablan por mí, y precisamente por falta de pruebas justificadas, se han estado valiendo últimamente de calumnias para perjudicar a quienes nada han hecho [...] Confiado, repito, en sus cualidades de hombre recto y grande, amante del progreso de los pueblos y amigo de la clase humilde, ruego a usted, en recuerdo de su visita a este Campamento, interponga su valiosa influencia para que se deje en paz, o cuando menos se tomen en cuenta los sacrificios y esfuerzos que la fundación de Espinazo ha costado a tanto desamparado.69
Si el general Calles le respondió a Fidencio es una incógnita. Lo que sí se sabe es que el Niño Fidencio prosiguió curando a cuanta persona le buscó hasta 1937, cuando su salud decayó. El 19 de octubre de 1938 el Niño Fidencio murió, y desde entonces a la fecha numerosas personas prosiguen acudiendo en búsqueda de la salud perdida a la hacienda de Espinazo, un ámbito de peregrinación y de prácticas médico-religiosas que mantienen los seguidores de Fidencio, los llamados "fidencistas".70
Consideraciones finales
El Niño Fidencio perteneció a una heterogénea oferta de atención médica, curativa, asistencial y espiritual que tuvo una destacada presencia durante las primeras décadas del siglo pasado en México, al igual que en otras naciones latinoamericanas. Sus prácticas médicas, curativas y asistenciales formaron parte de la vasta oferta de tratamientos a los que el público podía recurrir en caso de enfermedad, procedieran estos de curanderos, herbolarios, hueseros, espiritistas, parteras empíricas, o de médicos civiles, militares u homeópatas reconocidos por las instituciones médicas y sanitarias oficiales. Además, la notoriedad pública de Fidencio fue posible gracias a los medios masivos de comunicación impresos y visuales, los cuales cotidianamente daban a conocer a un público ávido de noticias e imágenes -y también de salud, bienestar y tranquilidad-, las propuestas por él ofertadas durante un periodo caracterizado por la incertidumbre y la ineficacia de los saberes biomédicos.
Por lo tanto, el que miles de personas buscaran al Niño Fidencio permite apuntalar el hecho de que lo anterior no solo obedeció a que amplias regiones del país carecían de médicos diplomados, enfermeras, clínicas, hospitales e infraestructura sanitaria durante un momento clave de la reorganización de las instituciones estatales de salud. Su visibilidad y popularidad también evidenció las tenues y frágiles fronteras entre la medicina estatal y las prácticas médicas y curativas no oficiales a las cuales recurrían amplios sectores de la población; puso al descubierto la coexistencia y tolerancia de prácticas médicas y curativas no reconocidas o sancionadas por las autoridades, y también, apuntaló las incertidumbres de la biomedicina. Es decir, durante los años en los que Fidencio acaparó la atención del público, las ofertas de atención de la medicina diplomada se distinguían por la incertidumbre y la ineficacia; ofertándose tratamientos poco eficaces para enfermedades como la tuberculosis pulmonar o la lepra, o bien, recursos preventivos, como sueros, reacciones y vacunas. Por ende, el caso del Niño Fidencio permite estudiar las dimensiones sociales y culturales de la coexistencia o yuxtaposición de prácticas, ofertas y saberes en torno a los procesos de salud, enfermedad y atención en sentido amplio; además, posibilita cuestionar los límites o las fronteras entre diferentes prácticas de curación en una época marcada por la incertidumbre biomédica, al igual que rescatar las afinidades y las tensiones sociales y culturales que han determinado las relaciones médico-paciente, temáticas clave durante el México posrevolucionario, pero también compartidas, con importantes paralelismos, en otros países de la región.
OBRAS CITADAS
Referencias
Obras citadas
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Archivos
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Fondo Plutarco Elías Calles
Fototeca
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