Marina Franco y Florencia Levín, compiladoras. Historia reciente. Perspectivas y desafíos para un campo en construcción
La historia reciente se preocupa por las rupturas radicales, las excepcionalidades o desviaciones. Busca dar respuesta a la pregunta ¿cómo fue que fue posible? Por lo tanto, su escenario es la guerra, y sus actores, las víctimas y los victimarios. Este es el tema central del libro Historia reciente. Perspectivas y desafíos para un campo en construcción, en donde Marina Franco y Florencia Levín (ambas investigadoras de la Universidad de Buenos Aires y colaboradoras en el Programa de Estudios en Historia Reciente y en la Red Interdisciplinaria de Estudios en Historia Reciente de Buenos Aires) compilan once ensayos de diversos especialistas en el pasado cercano.
Marina Franco y Florencia Levín, compiladoras.
Historia reciente. Perspectivas y desafíos para un campo en construcción.
Buenos Aires: Paidós, 2007.
340 páginas.
La historia reciente se preocupa por las rupturas radicales, las excepcionalidades o desviaciones. Busca dar respuesta a la pregunta ¿cómo fue que fue posible? Por lo tanto, su escenario es la guerra, y sus actores, las víctimas y los victimarios. Este es el tema central del libro Historia reciente. Perspectivas y desafíos para un campo en construcción, en donde Marina Franco y Florencia Levín (ambas investigadoras de la Universidad de Buenos Aires y colaboradoras en el Programa de Estudios en Historia Reciente y en la Red Interdisciplinaria de Estudios en Historia Reciente de Buenos Aires) compilan once ensayos de diversos especialistas en el pasado cercano. El objetivo del libro es contribuir a la creación de un espacio para pensar colectivamente las principales especificaciones y problemas conceptuales, metodológicos, éticos y políticos que son indisociables del estudio del pasado cercano. Por lo tanto, desarrolla estos propósitos en tres grandes apartados: el primero da cuenta de los problemas conceptuales e historiográficos relacionados con la historia reciente como cuerpo disciplinar; el segundo habla de los problemas metodológicos, éticos y políticos asociados con la práctica del investigador; y en el tercer apartado, de carácter más empírico, se expone la discusión de la relación entre pasado cercano y otras prácticas sociales. Abre el primer apartado el ensayo titulado “El pasado cercano en clave historiográfica”, de la autoría de las compiladoras, en donde se aborda el auge que en los últimos años ha cobrado la historia reciente. Causa de ello, afirman Franco y Levín, son las profundas transformaciones que han afectado al mundo y a nuestras representaciones sociales sobre él —guerras mundiales, holocaustos y genocidios—. Otro aspecto desarrollado en este apartado es la relación entre la memoria, el testimonio y la expectativa social. En cuanto a la primera, las autoras afirman que la noción de memoria permite trazar un puente entre lo íntimo y lo colectivo, ya que los relatos y sentidos construidos colectivamente pueden influir en las memorias individuales; además, la relación entre historia y memoria radica en que cada una, desde la función que cumple, puede complementar a la otra. En el aspecto testimonial, se recalca el incremento que ha tenido en los últimos tiempos; este es visto como un elemento que permite instalar principios de reparación y de justicia. En cuanto a la demanda social, ella es el resultado de la necesidad de conocimiento, de respuestas y certezas por parte de aquellos implicados, directamente o indirectamente, en los hechos traumáticos recientes. Agregan las autoras las críticas que se le han hecho a la historia reciente: la falta de distancia temporal, la dificultad con las fuentes (por ser escasas o muy abundantes pero, según el caso, no confiables) y, por último, el carácter inacabado de su objeto de estudio. Se suma a este apartado una explicación sobre lo que ha sido la historia reciente en Argentina tras la dictadura militar.
El segundo ensayo, realizado por Enzo Traverso y titulado “Historia y memoria”, observa a esta última como las representaciones colectivas del pasado tal como se forjan en el presente y que estructuran las identidades sociales, otorgándoles un sentido. Esta definición implica explicar el papel del testigo, la selección de acontecimientos que se guardan y los que no, como también, las formas políticas y los mandatos éticos de la memoria. Al referirse a la diferencia entre esta última y la historia, el autor señala que la historia consiste en una escritura del pasado según las modalidades y las reglas de un oficio; la memoria es entendida bajo dos dimensiones: la primera habla de la reificación del pasado que hace de ella un objeto de consumo, estetizado, neutralizado y rentable; la segunda hace de ese pasado reciente, según Hobsbawm, un pasado real o mítico, desde el cual se construyen prácticas ritualizadas que buscan reforzar la cohesión social de un grupo o de una comunidad, o dar legitimidad a ciertas instituciones e inculcar determinados valores en el seno de una sociedad. Ahora bien, estas dos esferas —historia y memoria— se entrecruzan e incluso se complementan mutuamente; pero al tiempo son polos opuestos, pues la memoria es claramente subjetiva, lo que la historia no puede permitirse. Sabemos que el historiador recibe una influencia de su contexto social, cultural y nacional, pero su trabajo no puede tampoco consistir en suprimir la memoria, sino inscribirla en un conjunto histórico más vasto. De esta manera, en el trabajo del historiador —y este es un importante aporte de Traverso— hay una parte de “transferencia” que orienta la elección, la aproximación y el tratamiento de su objeto de investigación. El trabajo del historiador, al tiempo que se aleja prudencialmente de la memoria para evitar problemas de subjetividad, contribuye a formar una conciencia histórica y, por lo tanto, la misma memoria colectiva. Posteriormente, el autor pasa a diferenciar el tiempo de la historia y el tiempo de la memoria; como también a diferenciar entre “memorias fuertes” y “memorias débiles”. Las primeras son más oficiales y respaldadas por instituciones e incluso por Estados; las segundas son más subterráneas, ocultas o prohibidas. Ya en las últimas páginas, el autor aborda la relación entre historia y memoria y su compromiso con la noción de verdad y justicia, describiendo el debate de aquellos que ven en los trabajos de ciertos historiadores un compromiso con la justicia, y aquellos que definen su papel no como jueces, sino como intérpretes de los hechos.
El siguiente texto, “Historia reciente de pasados traumáticos”, de Daniel Lvovich, busca relacionar los modos en que distintas sociedades se acercan a sus pasados traumáticos y los cuentan. Inicia el autor retomando sucesos de la Segunda Guerra Mundial y afirma que, desde los años sesenta, el genocidio de los judíos europeos fue tematizado en el espacio público. Para la misma fecha, en el caso italiano, se evidenció un interés por el estudio del fascismo; en palabras de Benedetto Croce, este fue entendido como un paréntesis en la historia de la libertad y civilización de la nación italiana, una enfermedad intelectual y moral como consecuencia de la crisis en la fe y en los principios de la libertad y la razón. Aun así, indica Lvovich que los historiadores se dedicaron a observar el tema desde el punto de vista antifascista, pero fue hasta el trabajo de Nino Valeri, en 1962, que se empezó a indagar sobre la cuestión fascista propiamente. Para el caso francés, se muestra una ruptura con ese pasado cercano, pero para mayo de 1968 se conmovieron la estructura y los fundamentos de la Quinta República y se prepararon las condiciones para que las representaciones del pasado cercano fueran puestas en cuestión. En Alemania también se manifestó en la posguerra una imagen complaciente del pasado; este panorama cambió tras la publicación de los libros de Fritz Fischer, en los que se deja de limitar el problema del nazismo a la figura de Hitler y unos cuantos colaboradores. Como conclusión, afirma Lvovich que en estos tres casos la potencia del trauma, la cercanía temporal y las negaciones individuales y colectivas explican la difícil conformación de las respectivas historiografías nacionales. Un caso diferente es el de Argentina, pues no se dio un periodo de silencio tras la dictadura militar, debido a la perseverante acción de las organizaciones de derechos humanos. Aun así, las primeras versiones sobre aquel pasado resultaron tan confortables como las que se habían desarrollado en Europa. Continúa el autor señalando los aportes de diferentes historiadores para ubicar el pasado traumático de Argentina en el lugar que merece, es decir, no desde la visión de la dictadura como un “mal que vino de afuera”, sino como un fenómeno con múltiples incidencias.
El último ensayo de esta primera parte lo realiza Roberto Pittaluga, bajo el título “Miradas sobre el pasado reciente argentino”. El ensayo explica de forma cronológica el desarrollo de la historia reciente en Argentina, desde la primera década de la transición democrática, en la cual no se evidencia un elevado interés por el tema, diferente de lo que ocurre después, pues se observa un creciente número de intervenciones. El autor no desprende esta estadística de los procesos políticos y sociales que vive el país en estas décadas, pues los pocos estudios en los primeros diez años se derivan de la dificultad de la que se enfrentan los historiadores para acceder a las fuentes, como también a la ausencia de políticas que permitan preservar el patrimonio histórico. Así, las primeras narrativas sobre el tema se centran en la transición democrática; las siguientes décadas se identificaron por el auge de los relatos testimoniales, los cuales se relacionaron con las denuncias y los reclamos de las víctimas. A partir de este tema, el autor indica cómo fue abordada la “militancia setentista”; posteriormente, se interna en la relación que tienen el historiador, en cuanto a su trabajo, y la política.
La segunda parte del libro inicia con el ensayo “Aportes y problemas de los testimonios en la reconstrucción del pasado reciente en la Argentina”, de Vera Carnovale. Aquí el tema central es el trabajo con las fuentes orales, pues, según algunos ejemplos que ofrece la autora, pueden no ser tan fieles a la realidad de los acontecimientos. Aun así, no se les debe desechar del todo; se sugiere contrastarlas con otras. Otro factor que se debe analizar es el contenido de las mismas, pues pueden tener cierta influencia del panorama político y cultural, como también de aspectos inherentes a las subjetividades. Además, el tipo de pregunta que se utilice para entrevistar a los testigos puede conducir a una determinada respuesta. El panorama ético del historiador también es detallado en este apartado.
El texto número seis, “Etnografía de los archivos de la represión en la Argentina”, a cargo de Ludmila da Silva Catela, ofrece varios ejemplos del trabajo del historiador con las fuentes. El problema medular que aborda la autora son los archivos de Argentina: ¿quiénes se encargan de hacerlos públicos? ¿Cómo se administran? ¿Quiénes hacen uso de los mismos? Junto a las respuestas, se le ofrece al lector un completo cuadro con los nombres de los archivos, su historia de apertura, el tipo de consulta que suministran, los contenidos y algunas particularidades.
“Saberes y pasiones del historiador”, de Hilda Sabato, contiene una atractiva crítica sobre el trabajo del historiador y su participación en la política. Parte de aclarar que el pasado no es monopolio de los historiadores; señala el cambio que se ha dado entre la historia que buscaba dar cuenta del “mito nacional” y aquella que hoy tiene mayor autonomía. Comenta, desde su experiencia, cómo algunos historiadores han incursionado en el pasado de la dictadura a través de intervenciones políticas, más que de operaciones estrictamente historiográficas.
Alejandro Kaufman nos ofrece, en “Los desaparecidos, lo indecible y la crisis”, un análisis de la dislocación del Estado frente al tema de los desaparecidos. Según el autor, “la desaparición emergió como un conjunto de significaciones constitutivas de un evento indecible e instaló un trasfondo matricial para el devenir sociohistórico de la Argentina”. Comprender que fue el Estado la institución que produjo el acontecimiento del horror, en contraposición con aquellos que especulaban que fue algo exento al Estado, permite entender cómo esta última posición instalaba un estado de cosas no representables, no conceptualizables, pero sobre todo, sustraía toda representación, lo cual funcionaría como dispositivo que garantizaría a los perpetradores la realización del plan de purificación ideológica y social que se propusieron llevar a cabo. “Se trata entonces de considerar de qué manera el pasado reciente y su rasgo de indecibilidad operan como generadores de significaciones que intervienen sobre aspectos del llamado lazo social y sobre las condiciones de producción del discurso histórico” (p. 237). El punto de partida para esta consideración es Auschwitz y su comparación con el caso argentino; para el primero, era necesario distinguir a los judíos del resto de la población; al distinguir era posible eliminar, para evitar su acentuación. “En ello radicaba un aspecto esencial que fundamentaba la condena a la desaparición: lo irredimible de los judíos […] radicaba en este rasgo de indistinguibilidad respecto del resto de la población” (p. 240). De la misma manera, en el caso argentino, las víctimas tampoco eran distinguibles del resto de la población; por lo tanto, era necesario suprimir el “germen infeccioso” para evitar su propagación. Es así como el autor ejemplifica cómo lo indecible se instala como práctica, en donde “un sistema de clasificación se aplica a un dispositivo de selección que separa, de una población homogénea para la percepción común, a los portadores del rasgo criminal” (p. 241), es decir, según los casos analizados, judíos y víctimas de la dictadura argentina.
La tercera parte del libro inicia con el texto de Silvia Finocchio, “Entradas educativas en los lugares de la memoria”, en donde hace un detallado recorrido sobre la enseñanza de la historia en Argentina, también describe el papel que ha desempeñado la historia reciente en el mismo ámbito, y los rumbos que podría tomar más adelante. En cuanto a la enseñanza de la historia, cabe señalar que para la segunda mitad del siglo xx es notoria la expansión de la educación en Argentina, pero “la centralidad de la disciplina es persistente y, si bien es importante reconocer que se fue abriendo y ampliando con otros contenidos y funciones, los planes nacionales que se plasmaron durante gran parte del siglo xx para la escuela primaria y media no significaron sustantivos cambios de enfoque”, es decir, permanecía indiferente o ajena a la debilidad de la democracia y la república. Pero la apertura democrática de los años ochenta inició el camino hacia un cambio curricular, pensado más desde la regionalización. En la transición democrática, la enseñanza de la historia acompañó las políticas de la memoria, mediante el estudio de los diferentes golpes de Estado. Para la misma época, la enseñanza de la historia reciente estuvo limitada, debido al escaso sustento en la producción de historiadores. Pero, en la actualidad, logra avanzar significativamente, y esto desde la apropiación de tres elementos por parte de maestros: el libro del Nunca más, elaborado por la Comisión Nacional sobre Desaparición de Personas (Conadep); la Plaza de Mayo, donde todos los jueves a las 15:30 horas las Madres de Plaza de Mayo realizan una marcha alrededor de su pirámide; y, por último, el film La noche de los lápices, de Olivera (1986). De esta manera, la autora evidencia en la escuela una “máquina imponente de memoria institucionalizada” (p. 274), que ha abierto sus puertas a la historia reciente y que invita a abordar más lugares y más estrategias que den cuenta de dicha historia.
En cuanto a “Historias próximas, historias lejanas” de Sergio Eduardo Visacovsky, podemos ver un interesante ejemplo que permite polemizar la operación clasificatoria de presente y pasado; esta discusión la cimienta el autor desde una categoría híbrida que se encuentra entre la clasificación de “pasado próximo” y “pasado lejano”. Se trata, pues, de la historia del hospital psiquiátrico Lanús, que funciona como ejemplo de dicha categoría híbrida. La ciudad en la cual se ubica este hospital es Buenos Aires, y el periodo de estudio inicia en 1956 y termina en 1992. Lo que busca mostrar el autor es que “la percepción de los eventos en tanto ‘presentes’ o ‘pasados’, ‘próximos’ o ‘lejanos’ obedece a los modos disímiles mediante los cuales la experiencia temporal es ordenada, produciendo diferentes umbrales que segmentan el pasado, el presente y el futuro” (p. 281). El psiquiatra Mauricio Goldenberg lo creó en 1956 y lo dirigió hasta 1972; para el año de 1983 se confirmaba su vigencia; desde dicho año, este hospital psiquiátrico había sido evocado por ex profesionales del servicio como un caso destacado, con importantes logros y con un gran prestigio nacional e internacional; esto tras los sucesos de 1976 a 1983, relacionados con el Proceso de Reorganización Nacional impuesto por el régimen militar. Es a partir de este periodo que el autor da cuenta de la percepción que tienen los actores del pasado glorioso del Lanús y del presente que vive. Como una de las importantes conclusiones que ofrece, encontramos que advertir que el tiempo social admite modos diversos de percepción permite el encuentro del estudio del pasado histórico con el del presente etnográfico, en un nuevo campo preocupado por la producción social de la temporalidad.
Por último, el ensayo titulado “La conflictiva y nunca acabada mirada sobre el pasado”, de Elizabeth Jelin, se adentra en los intentos de cierre, de solución o sutura final de cuentas con pasados de represión y experiencias límite, con el fin de mostrar que estos intentos serán siempre cuestionados y contestados por otros: “Los procesos de construcción de memorias son siempre abiertos y nunca acabados” (p. 308). En el caso alemán, la autora hace referencia a la nueva generación que comenzó a cuestionar las estructuras y políticas del periodo de posguerra, en comparación con la memoria del periodo nazi. Para tal fin, retoma el concepto de “perfil de legitimación” de Jeffrey Olick, el cual es entendido como “conjunto diverso de demandas de legitimidad, estilos discursivos y culturales, imágenes del pasado y definición del enemigo que se estructuran en un sistema coherente” (p. 311). Al aplicar dicho concepto, Olick encuentra tres perfiles de legitimación en la historia contemporánea de Alemania: el primero de ellos es el de la nación confiable, que se refiere al gobierno de Konrad Adenauer, que quiso mostrar al mundo que Alemania era un país confiable, con diferencias claras del régimen precedente; el segundo se ubica en los años ochenta, específicamente, en los intentos por normalizar el pasado nazi; se trata de la normalización como relativización (es decir, tratar de ver los errores en el pasado alemán, pero resaltando que algo parecido había ocurrido en otros países) y la normalización como regularización o ritualización (esto es, la elaboración de un aparato de conmemoración); el tercer perfil es posterior a 1989, cuando el pasado nazi queda atrás y es reemplazado por la finalización del periodo comunista. En cuanto a los países del Cono Sur, Elizabeth Jelin explica cómo en Argentina, Chile, Brasil, Uruguay y Paraguay, al iniciar la ruptura democrática, las respectivas dictaduras buscaron legitimidad y aceptación haciéndole creer a la población que se trataba de una acción salvadora o redentora, que buscaba proteger a la patria de extremistas y, sobre todo, de la amenaza comunista internacional. Lo que más coincide en el pasado de estos países es que aquellos que vivieron de cerca las injusticias de la dictadura fueron quienes intentaron presentar memorias alternativas a las de los militares, proponiendo una versión del pasado que rescataba y denunciaba la represión y el sufrimiento. Los movimientos de derechos humanos hacen parte de estos intentos, pues a su vez inscriben dicha represión dictatorial como una violación a los derechos humanos. El papel de estos movimientos fue trascendental, sobre todo ya llegados los años noventa, pues para esa fecha se pensaba que el pasado traumático de estos países se había resuelto y que era necesario dejar atrás lo sucedido, pero la insistencia de los organizaciones en pro de los derechos humanos y la intervención de actores internacionales en búsqueda de respuestas presionaron para que el tema no fuera relegado. De esta manera, el interrogante sobre si es posible encontrar una resolución definitiva para que el pasado quede como historia (y no como conflicto presente) recibe como respuesta un “no es posible”.
Es así como finaliza Historia reciente, un libro que aborda en forma amplia y detallada el trabajo de los historiadores con el pasado cercano, las experiencias en este campo, sus controversias y críticas, los alcances y el desarrollo que ha logrado principalmente, tras la experiencia de las dictaduras militares en el Cono Sur. El texto se convierte, de esta manera, en punto de referencia para aquellos que buscan incursionar en este tema.
José Dionisio Calderón Rodríguez
Universidad Nacional de Colombia, sede Bogotá
jdcalderonr@unal.edu.co